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GIOVANNI DI PIETRO: “Si tengo que darle

duro a algo, le doy duro”


Una señora, cuentista y ahora novelista, me llama “sapo” y
“culebra”. Yo, como sabes, soy el “italiano malo”, y eso porque me
permito el lujo de estar en desacuerdo con ellos.

Miguel Ángel Fornerín / Media Isla

[Por primera vez, Giovanni Di Pietro habla extensamente sobre sus aproximaciones críticas
a la literatura y la cultura dominicanas. El que ha sido sindicado como un ”enemigo” de los
narradores dominicanos, “el crítico insomne,” el italiano obsesionado por los
descubrimientos, contesta las preguntas de otro crítico sobre su método y las repercusiones
que han tenido sus ensayos en la República Dominicana. Una síntesis de los objetivos y
peripecias de más de veinte años de una de las voces más polémicas de la crítica nacional.]

1. Hablemos de tu último libro, sé que lo has dedicado a los jóvenes escritores


dominicanos, ¿crees que hay un nuevo horizonte en la literatura dominicana
más cercana?

Entre los nuevos trata de concentrarse


en algunas de las publicaciones más
recientes, especialmente en la novela,
el cuento y la poesía. Cuando digo
más recientes, quiero decir que estos
son ensayos que cubren el período de
mi actividad crítica de 1995 a 2009.
Aparecen nombres de escritores
tradicionales, como Marcio Veloz
Maggiolo, pero también de las nuevas
generaciones, como Avelino Stanley,

Sención y Andújar. Tratan de los escritores de la


diáspora, en parte, y también de algunos que,
como residentes en Santo Domingo, podemos
considerar bastante “aplatanados” como para
considerarlos ya escritores dominicanos, como
Luis Beiro Álvarez y José Valle-Parreño.
Si hay un nuevo horizonte en la literatura dominicana, yo en verdad no lo veo o no logro
ver que sea algo de mucha trascendencia. En la novelística, por ejemplo, ¿cuál es la
novela de más calibre que conocemos en los últimos tiempos? Bienvenida y la noche, de
Manuel Rueda. El único novelista que está haciendo un trabajo relevante con relación al
ambiente de descalabro que se registra en el país es Roberto Marcallé Abreu, el cual
empezó a publicar a principios de los años ochenta. Los demás, tanto en la novelística
como en la cuentística y hasta la poesía, entiendo yo, se olvidó de su país y se la pasa
jugando lo que llamo el “juego del avestruz”, o sea, esconden la cabeza en la arena, en
vez de enfrentarse seriamente a los retos actuales.

2. ¿Piensas que hay una nueva manera de ver la realidad dominicana?

Desgraciadamente, la nueva manera de ver la realidad dominicana se conjuga con la


lamentable norte americanización de la realidad prácticamente en todo el mundo, como
resultado de las supuestas ventajas del modelo neoliberal, el cual, si no se impone a
sangre y fuego a través de guerras, de la miseria y del hambre, se impone como quiera a
través de la pseudo cultura que ese estilo de vida representa. A la Vieja Belén, por
ejemplo, se le sustituye el símbolo consumista de Santa Cló. En los hogares dominicanos,
ya se celebra el Día de Acción de Gracias. Dime tú, ¿qué tuvieron que ver los Pilgrims
con el comienzo de la nación dominicana?

La verdaderamente nueva vertiente del cambio que se ha dado en el país, tiene que ver
con la rápida urbanización que se registra. El campesino emigró a la ciudad y, de ahí, a
los países, a Europa; especialmente las mujeres. Cuando Leonel dijo que iba a hacer de
Santo Domingo una pequeña Nueva York, no estaba bromeando. Lo ha logrado, con
todo el desplazamiento de valores y costumbres que esto significa. La inaudita violencia
que forma parte de la vida diaria de los dominicanos ahora, algo nunca antes conocido,
es el resultado de ese mismo desplazamiento.

3. Y la representación a través del medio lingüístico, ¿existe una escritura que


trascienda la mera representación social?

Hay jóvenes escritores que han tratado o están


tratando de trascender la representación social. Pero
esto lo hacen de una forma errónea, desplazándose
en sus escritos a lugares geográficamente lejanos o
imaginarios. A veces interesándose en ciertas
costumbres, la prostitución, por ejemplo, que es un
interés tradicional, o el ambiente rapero o de
pandillas, que es actual. Pero esto se hace como puro
colorido estético; no se hace con la profunda
intención de investigar las causas de estas cosas, que
es la miseria y la injusticia. Por eso, para mí, es algo
falso, poco importa que se haga de una manera
literariamente depurada.

Sostengo que, hasta que no se resuelven los


problemas básicos de la sociedad (miseria, exclusión, violencia, falta de oportunidad,
etc.), no es posible para el escritor
dominicano de verdad trascender la
representación social. Tampoco es cosa
acertada hacerlo. Lo que procede es elevar
lo particular o regional a lo universal, pues
es sólo este procedimiento lo que hace
posible la gran literatura.

4. ¿Qué planteamientos de
ruptura encuentras en las nuevas
generaciones con relación a las
anteriores?

Si nos llevamos de lo que digo acerca del


“juego del avestruz”, yo no encuentro
ningún planteamiento. La sociedad
dominicana y el país tienen muchos serios
problemas, entonces, ¿dónde están las obras
que los denuncian y que ofrecer soluciones
o por lo menos una esperanza? No las hay.
Aquí hay gente que quiere ser candidato al
premio Nobel, sin ni siquiera haber escrito
una sola obra que valga la pena.

La verdadera ruptura llega cuando hay una


generación de escritores que tiene fe en el devenir histórico de su propia nación, no
cuando lo único que se hace es imitar y atascar la cabeza en la arena. O sea, las nuevas
generaciones tienen un gran reto por delante. Hasta la fecha, no veo que lo hayan
aceptado o siquiera sospechan.

Entiendas, ésta es mi manera de ver las cosas. Puedo muy bien estar equivocado. Pero yo
lo sostengo porque me duele, y de ningún modo por pura polémica.

5. ¿Es la literatura actual una escritura que dialoga con las demás literaturas en
español?

Yo he estudiado esencialmente la literatura dominicana y, dentro de ésta, en particular su


novelística. Conozco muy poco la literatura latino americana. Por eso, no puedo hacer
comparaciones. Tradicionalmente, la literatura dominicana dialogaba con la española y en
gran medida con la francesa, pues muchos estudiaban en Europa. Siempre hubo una
marcada relación con las demás literaturas con el centro y sur de este continente. De los
años ochenta en adelante, a causa del fenómeno de la emigración, el polo se desplazó,
como en todas las cosas, hacia el norte, o sea, los Estados Unidos. Es por eso que
aparecen las figuras de Julia Álvarez, Junot Díaz y otras. ¿Qué significa esto desde el
punto de vista de la literatura nacional? No lo sé con exactitud. Julia y Junot, en fin de
cuentas, son escritores norte americanos de origen dominicana; no son, como se
pretende, escritores dominicanos. Escriben en otro idioma y dentro de la tradición de ese
país. El único que trascendió un poco en ese tipo de diálogo fue Sención, pero nunca
logró gran cosa, y eso esencialmente porque dejó que se le instrumentalizara
ideológicamente. O sea, aparte los fáciles cuestionamientos del régimen y la figura de
Balaguer, nunca tuvo nada que ofrecer como alternativa.

6. La poética de los escritores del setenta ha llegado ya a su culminación o


¿sigue siendo dominante hoy día?

Yo tampoco me he interesado en el discurso que siempre se da en todas las literaturas,


cuando se las divide en períodos o generaciones. A mí me interesa la obra en sí, punto.
Desde la perspectiva de su análisis, trato de entender la sociedad que le dio nacimiento.
Al final, qué significa “poética” de los escritores de los setenta o ochenta o noventa? Es
un discurso bastante relativo. Si con eso de la poética ligada a los años setenta quieres
decir el proyecto intelectual de una sociedad más inclusiva y más justa, proyecto que sale
de la experiencia de la eliminación del trujillismo, el Gobierno de Juan Bosch y su
derrocamiento a los seis meses, la Revolución de abril, entonces te diría que eso todavía
sigue latente dentro de las nuevas generaciones no porque sea un proyecto exclusivo de
los setenta, sino porque es un asunto que se remonta al proyecto de los mismos padres
de la patria. El país con que ellos, por lo menos en su ideario, soñaron, todavía no existe.
Nadie sabe si existirá.

Con relación a la literatura en sí, la generación que salió de esos eventos históricos tuvo
un proyecto político, sin duda, y lo articuló en la idea de crear una literatura que lo
reflejara. Pero eso era también lo que estaba en el aire, por eso del concepto de la
“littérature engagé” impulsado por Sartre. En ese sentido, aunque sus obras no
descollaran mucho, principalmente por perderse en
diatribas de carácter ideológico, el resultado de lo cual fue
una retórica izquierdoide que no contribuyó a nada
positivo, hay que admitir que esa idea es preferible a lo
ocurrido en los años ochenta, en los cuales el único
proyecto que se enarboló fue el del “yo, yo por encima de
todos y de todo.” Algo simplemente bochornoso, tienes
que admitir.

7. En Intervenciones críticas dedicas varios


ensayos a la problemática entre haitianos y
dominicanos, crees que los discursos sobre este tema
deben seguir dominando la discusión de la
dominicanidad?

A mí me parece que tampoco hay que hacer el avestruz


con relación a lo que ocurre en las relaciones entre la
República Dominicana y Haití. Hace veinte años, en Canadá, oí una discusión entre mis
colegas en la universidad donde impartía clases. Trataba de ese mismo problema. Pues,
bien, yo noté que ellos se sabían al dedillo todos los pormenores de la historia de Haití,
pero no sabían nada acerca de la historia dominicana. ¿Por qué? Simplemente porque,
desde la caída de Trujillo en adelante, a ningún gobierno dominicano se le había ocurrido
presentar el caso dominicano internacionalmente. En efecto, al visitar la sección
dominicana en las bibliotecas universitarias canadienses, los libros sobre el país que se
encontraban terminaban con la misma dictadura. O sea, que lo que resulta del discurso
sobre lo haitiano y la dominicanidad, es esencialmente un producto de la ignorancia de
los hechos históricos.

Tradicionalmente, todas las naciones han


elaborado un concepto de identidad en
oposición a otra nación supuestamente enemiga.
Todas las naciones centro y suramericanas
definieron su identidad en oposición al Imperio
español. Haití definió su propia identidad en
oposición a Francia. Entonces, tradicionalmente
la República Dominicana define su identidad en
oposición a Haití, el país invasor. Si este
proceso identitario es válido para los otros
países, y en particular para Haití, ¿por qué no
puede serlo también para la República
Dominicana?

Todo el “cuco” del racismo dominicano, de


Trujillo y la matanza del 37 y cosas así, se debe,
entiendo yo, primero a la falta de conocimiento
de la realidad actual e histórica que se da en el
exterior, y, segundo, a un sentimiento
importado de los Estados Unidos y otras naciones, a través de sus poderosas ongs que,
sinceramente o hipócritamente preocupadas por la suerte del pueblo haitiano, han
elaborado una imagen racista de los dominicanos que no se corresponde a la verdad.
Puede, sin duda haber y lo hay un elemento racista en las relaciones entre República
Dominicana y Haití, pero lo hay también y en mayor medida entre las relaciones entre
Estados Unidos, Francia, Canadá y otros países desarrollados y ese desdichado país
caribeño. A los haitianos les está vetado emigrar a esas naciones, entonces, ¿dónde
diablos crees que ellos pueden emigrar con mucha facilidad? Al país vecino. Optan por
una miseria relativa, simplemente porque se le niega entrar al paraíso neoliberal que,
curiosamente, dice estar preocupado por su triste suerte.

El problema, para mí, es que los dominicanos han terminado por interiorizar este
concepto y muchas veces se creen racistas aunque no lo sean. Se sienten culpables de
todas las desgracias del vecino país, y eso es injusto. Más haitianos viven en la República
Dominicana que en todos los demás países juntos. Solamente esto debería hacernos
reflexionar acerca del supuesto racismo dominicano.
8. En Quince ensayos de novelística dominicana,
has dedicado tu atención a los escritores que han
sido prácticamente olvidados por el canon,
¿crees que existe una novelística dominicana
desconocida de apreciable valor? Y ¿qué ha
ocurrido que todavía aparezca como
desconocida para la mayoría de los
dominicanos?

Los escritores dominicanos contemporáneos, por eso de


estar a la moda, no se han preocupado mucho por indagar
su propia tradición literaria. Ya que lo que hacen es
muchas veces algo imitativo de lo que viene de afuera,
mucho de lo que publican es de carácter mediocre. Por
eso, al encontrarse por primera vez con la literatura
dominicana, uno recibe una impresión bastante negativa.
No se percata que, muy por el contrario, existen cosas en
la literatura dominicana que exhiben una calidad muy alta,
que están a la par con lo que se ha dado en otros países.

Es lo que ocurre en la novelística, el campo que más


conozco. Hay obras de gran valor, y no me refiero
exactamente al Enriquillo, de Galván. Las llamadas “novelas
bíblicas”, por ejemplo, son obras de alta calidad. La
mañosa, de Bosch, puede considerarse como una novela de
alcance universal. Caonex, una obra que refleja la ideología
de la dictadura, por ejemplo, tiene una altura estética
considerable. Bienvenida y la noche, de Rueda, es algo a
considerar. Toda la narrativa de Marcallé Abreu es
encomiable y debería cruzar los límites de las fronteras del
país. Los novelistas de la Era de Trujillo son superiores a
muchos de los novelistas actuales. ¿Por qué? Simplemente,
porque tenían una formación literaria sólida. Tenían un
proyecto, tanto en pro como en contra de la dictadura. Los
novelista de hoy tienen no sólo tienen una muy mala
preparación, sino que tampoco un proyecto. Pero a esos
novelistas del pasado ahora se les olvida por ser trujillistas
o por inspirarse en el verbo social, como consecuencia de
la influencia del marxismo. Lo que cuenta es lo inmediato y lo efímero, pues nos
encontramos bajo el triunfo de la cultura light.

9. ¿Crees que existe una literatura de la diáspora dominicana?

Existe sí, y en dos vertientes: una en español, la cual está más relacionada con el país de
origen, la República Dominicana; otra, esencialmente en inglés, con su centro en Nueva
York. Este tipo de literatura siempre termina siendo una literatura híbrida, pues refleja
dos realidades. Lo que quiere decir que la primera vertiente necesita legitimarse con
relación a la metrópoli, y terminará considerándose parte de la literatura nacional, como
obras escritas por escritores dominicanos residente en el exterior, pero la segunda, escrita
en el idioma en que se desenvuelve el escritor, eventualmente terminará por ser
asimilado a la literatura del país donde ese escritor vive. Decir que estos últimos son
escritores dominicanos, no es correcto; ellos son escritores del país en que viven, pero de
origen dominicano, que ya es otra cosa.

Esto no significa que no hay que reconocerles su importancia a estos escritores. Pero esa
importancia no se encuentra dentro de la literatura nacional, a la cual no pertenecen, sino
dentro de la literatura del país donde viven, a la cual sí pertenecen. Hay que festejar el
Pulitzer de Junot Díaz porque se lo ganó un escritor de origen dominicano, no porque se
le otorgó a un escritor dominicano, lo que él, estrictamente hablando, no es.

Pero, bueno, este es un asunto bastante complejo. Los críticos deberían estudiarlo más a
fondo, para ver cuáles son sus ramificaciones.

10. ¿Cuál es la importancia de Julia Álvarez y Junot Díaz? ¿Es esa una expresión
de la literatura dominicana?

A Julia Álvarez y a Junot Díaz hay que estudiarlos principalmente como expresiones de
la tradición literaria norte americana. Ellos emigraron a los Estados Unidos a temprana
edad y escriben en inglés. Sus modelos literarios son esencialmente norteamericanos.
Entonces, cualquier importancia que puedan tener hay que explorarla dentro de la
literatura norte americana, no dentro de la
dominicana. Ahora bien, si estuviesen escribiendo
en español y dentro de la tradición del país, sería
otro asunto completamente diferente, pues sería
válido considerarlos escritores dominicanos
pertenecientes a la categoría de aquellos que viven
fuera del país.

¿Tienen importancia Julia y Junot dentro de la


literatura norte americana? Supongo que sí, pues
representan dos escritores que se destacaron
dentro de la literatura étnica, lo que está de moda
en el momento. Como el escritor dominicano,
para ser considerado importante, tiene que
trascender a lo exterior y codearse con los grandes
del mundo; el escritor étnico norte americano,
como Julia y Junot, tiene que trascender el
reducido ámbito de la literatura étnica y afirmarse
nacionalmente para ser considerado importante.
Julia lo ha logrado mucho más que Junot, ya que
tiene toda una obra desarrollada. ¿Junot qué ha
hecho? Sólo un libro de cuentos y una primera novela. Que se le diera el Pulitzer, está
bien. Pero ahora aparentemente los premios no se dan por una obra realizada, sino por
una solamente proyectada, como hemos visto con el famoso Nobel de Obama. ¿O no es
así?

11. ¿Para ti, cuáles son los mejores diez escritores dominicanos de la
actualidad?

Nunca es fácil contestar una pregunta como ésta. A veces no se trata tanto de escritores,
como de obras. Así es dentro de la literatura dominicana. Entiendo que el país ha dado
grandes poetas, y a un nivel universal. Piensa en Mieses Burgos, una joya de la poesía que
no existe en la conciencia del país y menos aún fuera de ella. Después, podemos
mencionar a Pedro Mir. A Manuel del Cabral. Ambos recibieron una proyección
internacional. No hay que volver atrás a Salomé Ureña, necesariamente. Cuenta, el país,
con un eminente cuentista en Juan Bosch. La novela histórica tiene el válido ejemplo de
Enriquillo, con Galván. En la crítica, está el gigante Pedro Henríquez Ureña, excelso
humanista, que en el país sólo se conoce esencialmente por su nombre, no por el
magisterio de su obra.

Pero la pregunta es acerca de la actualidad, con lo cual entiendo esencialmente los años
más recientes. Podemos mencionar a Andrés L. Mateo, por su narrativa y su crítica
social. Es un buen candidato. También a Pedro Peix. Yo, personalmente, tengo una
debilidad por la obra narrativa de Marcallé Abreu. Es el único novelista que, en toda su
trayectoria, de los años ochenta hasta el momento, que ha tratado de enfrentarse
sistemáticamente al descalabro de la sociedad dominicana, a los sueños truncos de este
país. Esto, para mí, no es poca cosa, ya que sostengo e insisto que esa es la función
primordial del escritor dentro de una
sociedad. Si no hace eso, ¿de qué mierda
sirve? Otros, sencillamente no se me
ocurren. Tendría que pensarlo, y, si hay que
pensarlo, eso significa que a lo mejor no los
hay.

12. Ha tenido tu método crítico


mucha resistencia de un sector de los
intelectuales dominicanos, ¿a qué se
debe esta actitud, según tu mejor
parecer?

Me decía el amigo León David en una


ocasión: “Giovanni, a ti te odian porque te
entienden; a mí, porque nadie me
entiende.” Para mí, es importante que mi
lector entienda bien mi análisis y mi punto
de vista. Yo no impongo ni el primero ni el
segundo. Sólo lo reto a que trate de ver la
obra desde esa perspectiva, y, si no está de
acuerdo con mis resultados, que lo diga y lo
prueba. Hasta la fecha, no muchos han
dicho abiertamente que no están de
acuerdo, y aún menos han ofrecido sus propias pruebas para refutar lo que sostengo. Yo
quiero que el lector despierte. Y que despierte a mejor sensibilidad estética y social. Hasta
política, si quiere. Ahora bien, ya que, como he dicho, muchos intelectuales están
metidos en ese “juego del avestruz”, no se les puede pedir gran cosa ante una obra
literaria. Aquí cada obra es una obra maestra, y cada escritor un Cervantes en ciernes. Se
hace crítica por encargo y como resultado de amiguismo personal o hasta ideológico. Yo
ese tipo de crítica no la hago. Si tengo que darle duro a algo, aunque sea de un amigo, le
doy duro. Basta con ver mis monografías críticas para darse cuenta de ello. Yo he
criticado a León David, a Diógenes Céspedes, a Andrés L. Mateo, a Manuel Matos
Moquete, a Federico Henríquez Gratereaux, al mismo Marcallé Abreu, todos amigos
míos, algunos hasta entrañables.

La gran resistencia viene siempre de personas que no quieren sacar su cabeza de la arena,
pretenden que todo está bien en la República, de las letras y la otra, y, por consiguiente,
no pasan a ese “italianito” que se metió en lo suyo. Un tipo, seguro un novelista, en una
ocasión en que yo caminaba por el ensanche Piantini, me sacó la lengua desde su carro.
Otro me considera el enemigo número uno de las letras nacionales. Otro más dice que
soy un desastre como escritor y crítico. Una señora, cuentista y ahora novelista, me llama
“sapo” y “culebra”. Yo, como sabes, soy el “italiano malo”, y eso porque me permito el
lujo de estar en desacuerdo con ellos. A los italianos que están de acuerdo, se les
considera los “buenos”. ¿Qué le vamos a hacer?

Otra cosa más. Yo no me desenvuelvo solamente como crítico. También tengo una
extensa obra poética publicada y dos novelas. Ahora bien, ¿cómo es que todos estos
críticos míos no se han molestado siquiera en analizar esa obra creativa y acabar conmigo
de la misma manera en que dicen que acabo con ellos? Los reto a que lo hagan.

13. ¿En qué consiste el método crítico de Di Pietro?

A mí me gusta entrar en una novela, mirar con una lupa a los protagonistas, lo que
hacen, y determinar por qué lo hacen y cuál es la relación entre esto, el novelista y su
sociedad o mundo. No hago análisis estilístico, pues me aburre hasta la muerte y me
parece sólo asunto de plomería. Me interesan las ideas, el alcance y las consecuencias de
esas ideas. Un libro donde no hay ideas es un libro completamente vacío para mí. Que
las ideas sean las correctas, que es lo preferible, o no, poco importa; yo simplemente
analizo la obra con relación a ellas. Esto, por ejemplo, me ha permitido sacar a la luz del
día a muchas novelas olvidadas por considerárselas trujillistas. Para mí, Caonex, de J. M.
Sanz-Lajara, es una gran novela, pese a su verbo reaccionario. Mis análisis han
descubierto que muchas novelas del período de la Era contienen un fuerte componente
antitrujillista, aunque sea en forma latente. Esto implica una reevaluación drástica de la
producción literaria de los treinta años de la dictadura. No es poca cosa para un método
que muchos descalifican como inválido.

En términos estrictamente de crítica literaria, yo anuncié en el prefacio a mi primer libro


que me gustaba el método ecléctico, un método poco respetado, lo admito; sin embargo,
este método a mí me ha dado excelentes resultados, pues entiendo que es un método que
no pone a dormir a nadie, que puede ser divertido, iconoclasta y, como siempre he
sostenido de manera burlona, no le causa problemas de estreñimiento a nadie. ¿Qué más
se quiere de un método crítico?

14. ¿Cómo ves el ambiente cultural dominicanos? ¿No concibes la existencia de


un cierto simulacro en las distintas manifestaciones de la cultura espiritual
dominicana?

El ambiente cultural dominicano, pese a sus muchos problemas, yo lo veo todavía


bastante dinámico. Existe todavía la polémica literaria. Hay gente que se molesta todavía
por ésta o aquella posición crítica. Para que se le saque la lengua a un crítico o se le llame
“sapo” y “culebra”, tiene que existir un interés en la cultura o nada de esto ocurriría.
Cuando Andrés L. Mateo o Manuel Nuñez o Odalís Pérez o Diógenes Céspedes dicen
algo o lo escriben en un periódico, todavía hay gente que le pone atención. Esto significa
que la cultura dominicana no está muerta, como se piensa. Ahora bien, de que existe un
profundo interés por matarla, ya es otro asunto. Pero eso es verdad de la cultura a escala
mundial, no importa el país.

Lo que tiene importancia ahora es el rockero, el bachatero, el pelotero, el narcotraficante,


la bailarina, toda clase de gente inútil, pero que tiene la posibilidad de acumular renombre
rápido y cuartos. No es la cultura. A nosotros, los críticos, los escritores, los poetas, los
pensadores, se nos considera pobres ilusos y pordioseros. Ya los poderosos y los
gobernantes no nos necesitan para legitimarse en el poder. Para eso, tienen las
compañías de relación pública, la televisión, Internet y cosas por el estilo.

Trabajar la cultura se ha vuelto ya una actividad solitaria, sin remuneración de ninguna


clase, denigrante a los ojos de los demás. Es cosa de ermitaños, de antisociales, de gente
desesperada. Pero nadie de nosotros, en su sano juicio, preferiría dejarla por otra cosa.
De eso se puede estar seguros, tanto en Santo Domingo, como en Roma, París, Madrid y
cualquier rinconcito de ese mundo postmoderno que hoy en día nos gastamos.

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