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[Por primera vez, Giovanni Di Pietro habla extensamente sobre sus aproximaciones críticas
a la literatura y la cultura dominicanas. El que ha sido sindicado como un ”enemigo” de los
narradores dominicanos, “el crítico insomne,” el italiano obsesionado por los
descubrimientos, contesta las preguntas de otro crítico sobre su método y las repercusiones
que han tenido sus ensayos en la República Dominicana. Una síntesis de los objetivos y
peripecias de más de veinte años de una de las voces más polémicas de la crítica nacional.]
La verdaderamente nueva vertiente del cambio que se ha dado en el país, tiene que ver
con la rápida urbanización que se registra. El campesino emigró a la ciudad y, de ahí, a
los países, a Europa; especialmente las mujeres. Cuando Leonel dijo que iba a hacer de
Santo Domingo una pequeña Nueva York, no estaba bromeando. Lo ha logrado, con
todo el desplazamiento de valores y costumbres que esto significa. La inaudita violencia
que forma parte de la vida diaria de los dominicanos ahora, algo nunca antes conocido,
es el resultado de ese mismo desplazamiento.
4. ¿Qué planteamientos de
ruptura encuentras en las nuevas
generaciones con relación a las
anteriores?
Entiendas, ésta es mi manera de ver las cosas. Puedo muy bien estar equivocado. Pero yo
lo sostengo porque me duele, y de ningún modo por pura polémica.
5. ¿Es la literatura actual una escritura que dialoga con las demás literaturas en
español?
Con relación a la literatura en sí, la generación que salió de esos eventos históricos tuvo
un proyecto político, sin duda, y lo articuló en la idea de crear una literatura que lo
reflejara. Pero eso era también lo que estaba en el aire, por eso del concepto de la
“littérature engagé” impulsado por Sartre. En ese sentido, aunque sus obras no
descollaran mucho, principalmente por perderse en
diatribas de carácter ideológico, el resultado de lo cual fue
una retórica izquierdoide que no contribuyó a nada
positivo, hay que admitir que esa idea es preferible a lo
ocurrido en los años ochenta, en los cuales el único
proyecto que se enarboló fue el del “yo, yo por encima de
todos y de todo.” Algo simplemente bochornoso, tienes
que admitir.
El problema, para mí, es que los dominicanos han terminado por interiorizar este
concepto y muchas veces se creen racistas aunque no lo sean. Se sienten culpables de
todas las desgracias del vecino país, y eso es injusto. Más haitianos viven en la República
Dominicana que en todos los demás países juntos. Solamente esto debería hacernos
reflexionar acerca del supuesto racismo dominicano.
8. En Quince ensayos de novelística dominicana,
has dedicado tu atención a los escritores que han
sido prácticamente olvidados por el canon,
¿crees que existe una novelística dominicana
desconocida de apreciable valor? Y ¿qué ha
ocurrido que todavía aparezca como
desconocida para la mayoría de los
dominicanos?
Existe sí, y en dos vertientes: una en español, la cual está más relacionada con el país de
origen, la República Dominicana; otra, esencialmente en inglés, con su centro en Nueva
York. Este tipo de literatura siempre termina siendo una literatura híbrida, pues refleja
dos realidades. Lo que quiere decir que la primera vertiente necesita legitimarse con
relación a la metrópoli, y terminará considerándose parte de la literatura nacional, como
obras escritas por escritores dominicanos residente en el exterior, pero la segunda, escrita
en el idioma en que se desenvuelve el escritor, eventualmente terminará por ser
asimilado a la literatura del país donde ese escritor vive. Decir que estos últimos son
escritores dominicanos, no es correcto; ellos son escritores del país en que viven, pero de
origen dominicano, que ya es otra cosa.
Esto no significa que no hay que reconocerles su importancia a estos escritores. Pero esa
importancia no se encuentra dentro de la literatura nacional, a la cual no pertenecen, sino
dentro de la literatura del país donde viven, a la cual sí pertenecen. Hay que festejar el
Pulitzer de Junot Díaz porque se lo ganó un escritor de origen dominicano, no porque se
le otorgó a un escritor dominicano, lo que él, estrictamente hablando, no es.
Pero, bueno, este es un asunto bastante complejo. Los críticos deberían estudiarlo más a
fondo, para ver cuáles son sus ramificaciones.
10. ¿Cuál es la importancia de Julia Álvarez y Junot Díaz? ¿Es esa una expresión
de la literatura dominicana?
A Julia Álvarez y a Junot Díaz hay que estudiarlos principalmente como expresiones de
la tradición literaria norte americana. Ellos emigraron a los Estados Unidos a temprana
edad y escriben en inglés. Sus modelos literarios son esencialmente norteamericanos.
Entonces, cualquier importancia que puedan tener hay que explorarla dentro de la
literatura norte americana, no dentro de la
dominicana. Ahora bien, si estuviesen escribiendo
en español y dentro de la tradición del país, sería
otro asunto completamente diferente, pues sería
válido considerarlos escritores dominicanos
pertenecientes a la categoría de aquellos que viven
fuera del país.
11. ¿Para ti, cuáles son los mejores diez escritores dominicanos de la
actualidad?
Nunca es fácil contestar una pregunta como ésta. A veces no se trata tanto de escritores,
como de obras. Así es dentro de la literatura dominicana. Entiendo que el país ha dado
grandes poetas, y a un nivel universal. Piensa en Mieses Burgos, una joya de la poesía que
no existe en la conciencia del país y menos aún fuera de ella. Después, podemos
mencionar a Pedro Mir. A Manuel del Cabral. Ambos recibieron una proyección
internacional. No hay que volver atrás a Salomé Ureña, necesariamente. Cuenta, el país,
con un eminente cuentista en Juan Bosch. La novela histórica tiene el válido ejemplo de
Enriquillo, con Galván. En la crítica, está el gigante Pedro Henríquez Ureña, excelso
humanista, que en el país sólo se conoce esencialmente por su nombre, no por el
magisterio de su obra.
Pero la pregunta es acerca de la actualidad, con lo cual entiendo esencialmente los años
más recientes. Podemos mencionar a Andrés L. Mateo, por su narrativa y su crítica
social. Es un buen candidato. También a Pedro Peix. Yo, personalmente, tengo una
debilidad por la obra narrativa de Marcallé Abreu. Es el único novelista que, en toda su
trayectoria, de los años ochenta hasta el momento, que ha tratado de enfrentarse
sistemáticamente al descalabro de la sociedad dominicana, a los sueños truncos de este
país. Esto, para mí, no es poca cosa, ya que sostengo e insisto que esa es la función
primordial del escritor dentro de una
sociedad. Si no hace eso, ¿de qué mierda
sirve? Otros, sencillamente no se me
ocurren. Tendría que pensarlo, y, si hay que
pensarlo, eso significa que a lo mejor no los
hay.
La gran resistencia viene siempre de personas que no quieren sacar su cabeza de la arena,
pretenden que todo está bien en la República, de las letras y la otra, y, por consiguiente,
no pasan a ese “italianito” que se metió en lo suyo. Un tipo, seguro un novelista, en una
ocasión en que yo caminaba por el ensanche Piantini, me sacó la lengua desde su carro.
Otro me considera el enemigo número uno de las letras nacionales. Otro más dice que
soy un desastre como escritor y crítico. Una señora, cuentista y ahora novelista, me llama
“sapo” y “culebra”. Yo, como sabes, soy el “italiano malo”, y eso porque me permito el
lujo de estar en desacuerdo con ellos. A los italianos que están de acuerdo, se les
considera los “buenos”. ¿Qué le vamos a hacer?
Otra cosa más. Yo no me desenvuelvo solamente como crítico. También tengo una
extensa obra poética publicada y dos novelas. Ahora bien, ¿cómo es que todos estos
críticos míos no se han molestado siquiera en analizar esa obra creativa y acabar conmigo
de la misma manera en que dicen que acabo con ellos? Los reto a que lo hagan.
A mí me gusta entrar en una novela, mirar con una lupa a los protagonistas, lo que
hacen, y determinar por qué lo hacen y cuál es la relación entre esto, el novelista y su
sociedad o mundo. No hago análisis estilístico, pues me aburre hasta la muerte y me
parece sólo asunto de plomería. Me interesan las ideas, el alcance y las consecuencias de
esas ideas. Un libro donde no hay ideas es un libro completamente vacío para mí. Que
las ideas sean las correctas, que es lo preferible, o no, poco importa; yo simplemente
analizo la obra con relación a ellas. Esto, por ejemplo, me ha permitido sacar a la luz del
día a muchas novelas olvidadas por considerárselas trujillistas. Para mí, Caonex, de J. M.
Sanz-Lajara, es una gran novela, pese a su verbo reaccionario. Mis análisis han
descubierto que muchas novelas del período de la Era contienen un fuerte componente
antitrujillista, aunque sea en forma latente. Esto implica una reevaluación drástica de la
producción literaria de los treinta años de la dictadura. No es poca cosa para un método
que muchos descalifican como inválido.