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César Alberto Saldaña
Resumen
El trabajo tiene por objetivo explicar cómo ha sido y puede ser aprovechada la mirada
histórica con fines epistemológicos en disciplinas distintas a la Historia misma. Esto lo
hará en tres movimientos, en primer lugar describirá cómo se ha argumentado y
sustentado filosóficamente el sustrato histórico de la actividad científica y teorética en
general, a partir de un pensamiento próximo a Heidegger; en seguida hará referencia a
algunas lecturas recientes que tácitamente han incurrido en una deconstrucción, a veces
apoyadas en cierta mirada historiográfica, para construir el suelo que sirve de base a sus
respectivas disciplinas; finalmente explicará la posibilidad y relevancia de deconstruir, en
compañía de la historia, algunas ciencias conocidas, o emergentes y en formación como
la Comunicología.
Ciencia como modo de ser histórico
La inscripción que titula este trabajo da cuenta de dos elementos o personajes, y una
extraña marca en medio de ellos –(de)construcción– que posiblemente los ponga en
relación y diferencia. Estos elementos son la historia y la ciencia; el punto de partida es,
entonces, pensar si están vinculados y, de ser así, en qué sentido lo están, así como
dibujar algunas consecuencias que ello pueda tener.
De acuerdo con cada tradición teórica, el vínculo entre historia y ciencia puede ser
desde nulo, si se mira como un tejido neutro, acumulativo, hasta fuerte y políticamente
problemático si se entiende como construcción ideológica determinada por las
condiciones materiales de la época; la diversidad de posibilidades en relación al tema
muestra que una multidimencionalidad lo caracteriza. Sin buscar un posicionamiento
definitivo al respecto, trataremos de problematizar un poco más con el propósito de
establecer un suelo relativamente firme para observar el perfil del vínculo sugerido.
¿Por qué el hombre hace ciencia y otros seres vivos, al menos hasta donde
sabemos, no? La pregunta espera internarse en el problema y mostrar algunos aspectos
que permitan ilustrar la relación entre ciencia e historia, y al mismo tiempo indica una
premisa inicial, que la ciencia es un modo de ser exclusivo del hombre; éste parece un
hecho con valor de certeza del cual partiremos.
En el sentido más amplio posible hay dos maneras de aproximarse a una resolución
de tal pregunta. Por un lado están las explicaciones científicas de hechos tangibles, a la
vista, muchas veces medibles, como pueden ser el desarrollo neurológico, las
capacidades del lenguaje articulado y la compleja organización social, entre otros; estos
criterios son definitivos para entender que el hombre pueda y haga ciencia, sin embargo
no dicen mucho para afirmar, rechazar o caracterizar una relación entre el actuar científico
y la historia y el tiempo en general.
Dichas explicaciones se encuentran dentro de las categorías que el Heidegger de
Ser y Tiempo (1971) describe como “a la mano” y “a la vista”, es decir que se refieren a lo
óntico de la cuestión en tanto que tangibles, manipulables y susceptibles de ser
conocidos; esta dimensión óntica se sustrae a la cuestión temporal –es vista como
presencia– por lo que no permitiría problematizar la ciencia desde un punto de vista
histórico. Es al considerar la estructura ontológica del Dasein, modo de ser del hombre,
que se manifiestan en toda su relevancia las consideraciones temporales e históricas; si
se quiere dilucidar el vínculo de éstas con la ciencia es ineludible una reflexión ontológica,
más que una de tipo óntico. Sin embargo, sigue pareciendo arbitrario el querer vincular la
dimensión históricotemporal con el quehacer científico, es necesario esclarecer este
punto.
¿En qué medida se relaciona la ciencia con el tiempo y la historia? La respuesta
depende de la manera en que se mire a la ciencia misma. Se le puede considerar un
cuerpo de conocimientos o leyes que se confirman, permanecen y se perfeccionan con el
progreso de los instrumentos, avances técnicos y nuevos descubrimientos; esta es la
mirada del positivismo. El avance de la ciencia también puede ser entendido no como una
confirmación de proposiciones y teorías, sino como un proceso que va descartando
propuestas en la medida que contradicen los datos de la experiencia de tal manera que
sea falseable, por lo que un conocimiento científico no es la confirmación definitiva e
irrefutable sino el que no encuentra, en su momento, evidencia contradictoria sobre su
peso de verdad; tal es la perspectiva de un racionalismo crítico (Popper, 1973).
Por otro lado, se puede pensar que el movimiento de la ciencia no se explica por una
acumulación de conocimiento, sino por la interacción de nociones teóricas y
metodológicas compartidas, preinterpretaciones sociales y ontológicas que hacen
converger a una comunidad científica en un paradigma, el cual puede a su vez ser
sustituido por uno nuevo e incompatible con el anterior, lo que constituye una revolución
científica (Kuhn, 1986). Inclusive puede considerarse que dichas rupturas, revoluciones y
contradicciones no son eventuales y accidentales en el proceso científico, sino su
propiedad fundamental, puesto que cualquier consideración que hoy parece inverosímil
puede contribuir a un giro radical de la ciencia, por lo que su labor consiste menos en
establecer reglas y leyes que en romperlas continuamente por cualquier medio; esta
perspectiva puede caracterizarse como un anarquismo epistemológico (Feyerabend,
1993).
En este momento no es necesario elegir una de las opciones indicadas, o alguna
otra. Para el propósito de este trabajo lo importante es señalar que de una u otra manera
todo posicionamiento con respecto a la ciencia encierra nociones temporales e históricas.
Desde el positivismo es necesario que algo permanezca en el tiempo, sea para efectos de
verificación y medición, o de acumulación de saber; el racionalismo crítico implica ya la
noción de cambio, un conocimiento que en el pasado ha sido válido y suficiente puede
tambalearse ante proposiciones actuales que se inscriben en un nuevo estado de cosas,
un nuevo contexto.
Las lecturas de las revoluciones científicas y del anarquismo epistemológico llevan
más adelante la relación con el tiempo puesto que involucran una apropiación crítica de la
historia. Para la construcción de un paradigma es indispensable un horizonte histórico en
el que se inscriben principios, ideas, técnicas, incluso valores socialmente compartidos;
una noción extraña, a veces sin pretensión ni origen científico, puede contraponerse a una
tradición histórica en la ciencia, fracturándola en sus fundamentos y posibilitando a futuro
una nueva comprensión de sus objetos de conocimiento.
Queda claro que la ciencia está en movimiento, muy probablemente un movimiento
no lineal, cambia a través del tiempo y junto con las condiciones históricas. De esta forma,
tenemos una primera conclusión; puesto que únicamente el hombre hace ciencia y una de
las principales características de esta última es de índole temporalhistórica –sin duda
tiene muchas otras características, sin embargo no involucran directamente el problema
que nos ocupa–, aquello que posibilita la actividad científica en el hombre debe estar
vinculado con alguna condición temporal constitutiva de la forma de ser del mismo, del
Dasein en términos de Heidegger.
En efecto, la ciencia requiere cierta mundanidad, aunque esto no parece evidente.
Wilhelm Szilasi usa un buen ejemplo al situar un encuentro de científicos en un aula, es
necesario que cada uno de ellos sepa qué es un aula, más específicamente dónde está y
qué características tiene, “para comprender lo que es un aula resulta fundamental nuestro
peculiar modo de ser humano, nuestro “ser los unos con los otros”” (Szilasi, 1956, p.22).
Es imprescindible un mundo de vida común que posibilite la referencialidad y
significatividad; por ejemplo, es preciso que al enunciar el término gravedad un grupo de
científicos ubique la referencia en un marco relativamente común, que puede variar
gradualmente si se trata de físicos o matemáticos, e incluso, el mismo concepto no dice lo
mismo en la época de Newton que después de Einstein; una serie de criterios invisibles,
no explícitos que están “en el mundo” participan en la comprensión de todo término,
interpretación que puede ser paralela a la pragmática y a los juegos de lenguaje en
Wittgenstein.
“En el comprender reside existenciariamente la forma de ser del “ser ahí” como
“poder ser”” (Heidegger, p.161). Sin embargo aún no se ha dicho cómo sea posible
semejante “poder ser” fundado en un “estado de abierto”, ni la manera en que se pueda
relacionar con la historia; tenemos que el Dasein es “relativamente al ‘poder ser’ que es él
mismo. Esta estructura del ser del esencial ‘le va’ es la que vamos a llamar el ‘preserse’
del ‘ser ahí’” (p. 212).
A partir de este punto Heidegger problematiza radicalmente la temporalidad, algo
que lo llevará incluso más allá de los márgenes de Ser y Tiempo; únicamente
destacaremos, casi de manera reduccionista, algunas claves para dar lectura de la ciencia
como modo de ser histórico del Dasein. “El ‘preserse’ se funda en el advenir. El ‘yaen’
está denunciando que entraña el sido. El ‘ser cabe…’ se hace posible en el presentar (p.
355). En este sentido, las rupturas epistemológicas y cambios de paradigma se dan en el
advenir, vienen a contrastar, contradecir o refutar un sustrato de conceptos y nociones
que han sido previamente construidos, conformando un juego que posibilita que la región
de entes referidos –digamos la demarcación de cada ciencia– llegue a presentarse,
haciendo frente, tal como lo hacen en un momento dado (por ejemplo, la gravedad como
curvatura tiempoespacio después de Einstein, o como fuerza observable a partir de la
interacción de gravitones después de la cuántica).
De esta manera el “estado de abierto” es explicado a la luz de la temporalidad, para
que el primero sea es necesario que se temporacíe; nos encontramos, si bien no en una
explicación puntual, en una comprensión de la pregunta “¿Cuáles son las condiciones,
residentes en la constitución del ‘ser ahí’ o existenciariamente necesarias, de la
posibilidad de que el ‘ser ahí’ pueda existir en el modo de la investigación científica?”
(p.386). Tenemos que si la ciencia es un modo de comprender, y éste únicamente surge
en el estado de abierto que se fundamenta en la temporalidad del Dasein, la actividad
científica se inscribe en la estructura indicada en el párrafo anterior; y en el caso particular
del sido se encuentra un gestarse histórico particular de la ciencia.
Deconstrucciones tácitas
Ahora bien, “toda ciencia, en cuanto es una forma de ser del ‘ser ahí’ depende
tácticamente, y en todos los casos, de la ‘idea del mundo reinante’” (p. 423); esto ya dice
bastante, la idea del mundo como idea, lectura que, siguiendo a Heidegger ha imperado
en occidente desde los tiempos de Platón y Aristóteles en lo que Derrida llama la
metafísica de la presencia; más adelante exploraremos las consecuencias de esta imagen
del mundo, antes es necesario aclarar la relación entre ciencia y la interpretación del ser
de cada momento –que podemos llamar histórico.
Si la ciencia se inscribe en una comprensión, que a su vez se funda en un modo en
que se temporacía el “estado de abierto”, la comprensión científica particular de un
momento estará caracterizada y delimitada por su modo de temporaciarse; esto configura
una lectura sobre el ser que tendría, de manera presupuesta, cada ciencia y paradigma,
en este sentido nos preguntamos desde la ontología “de qué modo la interpretación
filosófica del ser y el esclarecimiento filosófico del qué determinan el marco y la marcha de
las ciencias” (Szilasi, 1956, p. 15).
Cuando en una época –leámos provisionalmente Modernidad o Posmodernidad– es
instaurada una lectura del ser, esta configura las manifestaciones sociales y culturales,
entre las cuales se encuentra la ciencia; “con la forja de los conceptos fundamentales de
la directiva comprensión del ser quedan determinados los hilos conductores de los
métodos, la estructura de los conceptos secundarios, la correspondiente posibilidad de
verdad y certeza, la forma de fundamentar y probar” (Heidegger, p. 423). Cuestión que
vale también para las llamadas ciencias humanas, sociales o del espíritu,
Geisteswissenschaften para Dilthey; “tiene la teoría de las ciencias del espíritu por
supuesta una exégesis temáticamente existenciaria de la historicidad del ‘ser ahí’” (p.
428).
Un cambio de paradigma sería, en sus estructuras menos evidentes, un cambio de
comprensión en el “estado de abierto” científico, cuando una ciencia entra en crisis,
representa un nuevo esfuerzo en el que “el sistema de comprensión, es decir, los
conceptos que lo fundamentan, se convierten en tema de una investigación propia”
(Szilasi, p.48), es un punto reflexivo en que la ciencia en cuestión comienza a pensarse a
sí misma, indirectamente a hacer historia de sí.
Un caso ejemplar puede ser el de la hermana mayor de las ciencias, la más longeva
y legitimada, la Física, que tiene un “dilucidado concepto de la constitución del ser de le
ente” (Heidegger en Szilasi, p. 43). Desde luego que no es su labor ni materia el hacer
explícito el concepto de ser que subyace en su edificio epistemológico, actividad que
convoca a la ontología, la historia y la filosofía de la ciencia. Sin embargo, una propuesta
de este trabajo, es que ella misma, la Física, y probablemente otras ciencias consolidadas
hace tiempo, han iniciado de manera indirecta, sin intención, una lectura deconstructiva de
su propia historia y, con ello, algunos presupuestos ontológicos. Antes de entrar en dicha
cuestión es necesario precisar qué comprensión del ser en relación con el tiempo ha
predominado y, aún mas, posibilitado, el quehacer científico.
Si consideramos lo anterior, puesto que la ciencia como la conocemos –inseparable
de un método, construcción de conceptos, teorías, leyes, con valor de verdad objetiva–
surgió en la Modernidad, algo en la comprensión del ser de lo ente en dicha época debió
cambiar o apuntalarse para que surgiera la ciencia. Heidegger da una clave en La época
de la imagen del mundo (1997), un ensayo relativamente corto; durante la Modernidad se
pierde una unidad maternal que se tenía con el mundo y la naturaleza, unidad que
aseguraba el Logos en la antigüedad y la Fe en el medioevo. Surge una escisión entre el
hombre y el mundo, éste deja de ser algo que se experimente de manera inmediata –
inmediatez que antes aseguraba un orden cósmico o la voluntad de Dios–, en la era del
humanismo el mundo es representado; desde la duda cartesiana hasta el epojé de
Husserl el mundo es cuestionado, puesto entre paréntesis, reducido, objetivado –la
dicotomía sujetoobjeto, fundamental para la ciencia clásica, irrumpe con toda su fuerza.
Es lo que Heidegger llama pensamiento representativo (1988), y la ciencia es sin duda,
representar al mundo en términos muy particulares.
Para el momento en que surge la ciencia, la idea del mundo como imagen o idea
que se representa al sujeto llevaba por lo menos mil quinientos años gestándose; en
efecto, con Parménides el ser es presencia en el pensamiento, presencia inmutable
intangible en el eidos platónico. Representar es conservar la unidad de la presencia. En
este modo del estado de abierto se privilegia la temporalidad en presente, de otra manera
no se podría concebir lo cuantificable, la objetividad, lo medible. Esto ha tenido muchas
consecuencias, en muchos sentidos –leamos progreso, tecnología, era atómica,
calentamiento global, etc.
La metafísica de la presencia, y con ella todo el pensamiento occidental surge al
pensar “que la unidad constituye un rasgo fundamental del ser de lo ente” (Heidegger,
1988, p. 67). En esto momento surge la tercera inscripción del título, la deconstrucción.
Desde Ser y Tiempo Heidegger se propuso la Destruktion –que no tiene el sentido
castellano de destrucción sino de un des ensamblaje– de la historia de la metafísica,
centrada desde su origen en el olvido de la diferencia ontológica y el privilegio de la
presencia. Con Derrida (1989), la Destruktion se inscribe ya como estrategia operativa, no
un método, una estrategia de lectura.
A pesar de la complejidad del tema, aquí no se pretende hacer una monografía ni
explicación exhaustiva de la deconstrucción, se trata de seguir su huella
estratégicamente. En primer lugar, la deconstrucción denuncia la violencia simbólica de
las estructuras dicotómicas de la metafísica, presentes en todas las construcciones
filosóficas y científicas, tales como SujetoObjeto, EstímuloRespuesta, Presencia
Ausencia, SensibleIntelegible; cada paradigma, doctrina o escuela se han caracterizado
por una comprensión dicotómica, proclamando el dominio de un término sobre el otro. Las
críticas respectivas no hacen más que atribuir el domino al otro par, así por ejemplo la
polémica racionalismoempirismo.
En este sentido “la deconstrucción no significa en modo alguno mera aniquilación o
sustitución con vistas a una nueva restitución. La deconstrucción se opone a la
simplicidad de una operación semejante” (de Peretti, 1989, p. 21); en primer lugar invierte
las dicotomías para mostrar la arbitrariedad de una estructura dual en la que
necesariamente domina un término. Así, podemos reformular Sujeto>Objeto en Sujeto<
Objeto, lo que pone de manifiesto la arbitrariedad de la estructura unidireccional; Derrida
también se ha opuesto a soluciones como la síntesis kantiana, pues se reestablece en la
síntesis la unidad y supremacía de un componente, nuevo en el caso de Kant. La
deconstrucción no busca “suprimir toda jerarquía, ya que la anarquía consolida siempre
el orden establecido, la jerarquía metafísica” (Derrida en de Peretti, p. 129).
No se trata de la fórmula “ni A ni B” de la dialéctica. En un segundo movimiento, la
deconstrucción construye una nueva escritura, una marca que haga indecidible el
predominio de uno u otro de los términos en juego, una inscripción extraña que no es ya
una palabra, como es el caso de différance en el mismo Derrida. No se trata de destruir,
de una crítica en sentido tradicional, sino de pensar lo que no ha sido pensado al interior
de un sistema de pensamiento; tenemos que “de Parménides a Husserl, el privilegio del
presente nunca ha sido puesto en tela de juicio” (Derrida, p. 68).
Así pues, tenemos una segunda conclusión; en este breve texto no se pretende
hacer una deconstrucción de la(s) ciencia(s), pero espera dejar escrito que puesto que
toda ciencia tiene una preconcepción del ser –según su modo de temporización–, y al ser
la comprensión del ser como presencia –comprensión en que se inscribe la ciencia
tradicional– entonces la ciencia es deconstruible –como han sido en otros ámbitos la
filosofía y la literatura. Una historiografía del campo a deconstruir se torna
imprescindible.
Posibilidades de una genealogía deconstructiva. El caso de la Comunicación
Finalmente cabe señalar por qué habríamos de emprender una tarea similar, qué
posibilidades tendría una deconstrucción de la ciencias. En primer lugar habría
posibilidades éticas, incluso de supervivencia. El mundo pensado por la ciencia clásica ha
sido un mundo a disposición del hombre, un objeto a la espera de ser colmado por la
voluntad de un sujeto, ello ha tenido como consecuencia técnica, sólo por mencionar una
de las más observables, el cambio climático, algo que pone ya en riesgo la existencia de
una cantidad significativa de seres humanos. Un pensamiento ecológico –que desborda
un pensamiento egológico– en toda la amplitud de la palabra se aleja de la metafísica de
la presencia, de pensar al hombre como amo y señor del ser.
En segundo lugar una posibilidad científica por sí misma, y más allá una posibilidad
pragmática, la de resolver problemas complejos imposibles de pensar siquiera desde un
razonamiento lineal, dicotómico –problemas como el cambio climático, retos sociales
complejos como la pobreza y conflictos étnicos. La indecibilidad que propone la
deconstrucción resulta similar a la propuesta por los esquemas complejos de Edgar Morin
(1981), que por ejemplo entiende el proceso de hominización como una codeterminacion
de sociabilidad y fisiología, no se trata de la clásica separación indiferente cultura/natura o
la determinación de una sobre otra. A problemas complejos, estructuras cognitivas
complejas.
Políticamente el panorama es interesante. Conocida es la crítica de la ciencia y el
conocimiento como formas de poder, en Habermas o Foucault, por ejemplo. Si la ciencia
está fundamentada en jerarquías de dominio desde su núcleo, no sorprendería una
hermandad con toda jerarquía de poder.
Ahora bien, los casos mencionados como la física y biología han cuestionado sus
fundamentos de manera incidental, a partir de su propio desarrollo que ha tomado siglos.
Habría que considerar la posibilidad de que ciencias jóvenes asuman como programa
una deconstrucción de sus fundamentos ontológicos e históricos, un programa heredero
de la genealogía de la moral de Nietzsche.
Esto significa, siguiendo con Derrida, una desedimentación de las construcciones
basadas en la Verdad, la Conciencia, Presencia, Origen, etc. Esto sugiere “una tarea de
perforación del suelo de la metafísica que tiene mucho qué ver con el método genealógico
nietzscheano” (de Peretti, p. 128). La mirada genealógica en ciencias sociales y humanas
ya ha iniciado con toda intención, aunque aún no bajo un programa deconstructivo; la
sociología ha comenzado a mirarse historiográficamente con un esquema metateórico
(Ritzer, 2001), poniendo su producción de conocimiento ante una comprensión histórica,
biográfica.
Una ciencia emergente, la comunicología, ha iniciado su propia genealogía que no
implica únicamente su propia historia en estricto sentido, sino que va más allá en busca
de sus fuentes epistemológicas, a veces inesperadas, en otras disciplinas y áreas de
conocimiento. Esta labor es realizada por un equipo de trabajo en México, el GUCOM
(Grupo Hacia una comunicología posible), encabezado por Jesús Galindo, busca
“reconstruir la historia olvidada de cada una de las fuentes en relación a la comunicación”
(Galindo, et. al., 2008, p. XXI). La idea es una lectura crítica y activa de su historia para
construir una ciencia, aquella que estudia la comunicación; oportunidad inédita ya que
sería la primera ciencia en revisar su historia antes o al tiempo que surge.
Sin embargo, reconstruir no es aún deconstruir, son posibilidades distintas aunque
conjugables. Deconstruir las nociones metafísicas en comunicación tiene la misma
oportunidad inédita de la genealogía, y en compañía de ésta se puede configurar una
mirada más densa y comprensiva.
Esto por la configuración misma de la comunicación en relación con el ser; en todo
fenómeno comunicativo hay cierta falta de presencia, un desfasamiento descentrado que
pone en duda toda unidad, presencia y ontología como fundamento. Podría ser al priemra
ciencia postmetafísica, para lo cual tendrá que desembarazarse una interpretación del
“quererdecir” (Derrida, 1989), dislocar las díadas EmisorReceptor, IdentidadDiferencia,
CulturaNaturaleza, ExpresiónRepresentación, etc. Sin duda no podrá hacerlo sin una
historiografía, historia en tanto escritura, huella o marca como invita Derrida a pensarla
Referencias
Derrida, Jacques. (1989). Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra
Galindo, Jesús (coord.). (2008). Comunicación, ciencia e historia: Hacia una
comunicología. Madrid: McGraw Hill.
Heidegger, Martin. (1971). El ser y el tiempo. México: Fondo de Cultura Económica.
. (1997). Caminos de bosque. Madrid: Alianza.
. (1988). Identidad y diferencia. Barcelona: Anthropos.
Maturana, H. y Varela, F. (2004). De máquinas y seres vivos; autopoiesis: la
organización de lo vivo. Buenos Aires: Lumen.
Morin, Edgar. (1981). El Método III: El conocimiento del conocimiento. Madrid:
Cátedra
Feyerabend, Paul. (1993). Tratado contra el método: Esquema de una teoría
anarquista del conocimiento. México: Rei
Kuhn, Thomas. (1986). La estructura de las revoluciones científicas. México: Fondo
de Cultura Económica.
Peretti, Cristina de. (1989). “Jacques Derrida. Texto y deconstrucción” Barcelona:
Anthropos.
Poper, Karl. (1973). La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos.
Ritzer, George. (2001). Teoría sociológica clásica. Madrid: McGraw Hill.
Szilasi, Wilhelm. (1956). ¿Qué es la ciencia? México: Fondo de Cultura Económica.