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Los bautizados somos la higuera que plantó el Señor en el huerto. Nos hizo
sus discípulos para estar con El y aprender por su vida y Palabra y después ser
enviados a romper las cadenas y a liberar a los cautivos. Son los frutos que Dios
espera de nosotros.
Pero, ¿quién es este Dios que nos llama, se nos comunica y entrega y nos
envía? ¿quién es este Dios que nos invita a ser discípulos para aprender de El y
después enviarnos como misioneros? ¿cuál es su nombre?
Yo soy el que soy. Es decir yo soy todo. Rompe todas nuestras definiciones.
Conocer el nombre de una persona, bíblicamente, es conocer su rica
personalidad. Y Dios nos trasciende. Nuestra capacidad es muy limitada,
limitadísima, para lograr conocerlo. La razón no alcanza. Es algo imposible. En
algunas religiones Dios tiene un centenar de nombres. En otras, hay miles de
dioses, para explicar las muchas dimensiones y manifestaciones del único Dios.
Yo soy el que estoy: El que se nos acerca para ayudar que nos ve y nos oye.
Es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Yo soy el que padece y compadece. Es
compasivo y misericordioso, acompaña, consuela, anima, libera. Yo soy el que
espera y perdona. Siempre perdonando, siempre esperando. No se deja llevar de
la ira, tiene paciencia infinita. Yo soy el amor, este es mi Nombre más secreto. Yo
soy omnipotente en el amor y débil en el amor; yo soy exigente en el amor y
generoso en el amor; yo soy misterioso en el amor y cercano en el amor; yo soy
herida en el amor y medicina en el amor; yo soy celoso en el amor y confiado en
el amor; soy apasionado en el amor y delicado en el amor; yo doy vida en el amor
y doy muerte en el amor.
Como los frutos que Dios espera son frutos de amor, no dar fruto es no
amar. El pecado de omisión es no amar y, “el que no ama, está muerto” (1 Jn
3,14). El árbol que no da fruto, muere. Pero el que ama siempre llevará fruto. Dios
sigue esperando: un año, y otro, y otro… “el amor espera siempre, sin límites”
(cfr. 1 Cor 13). Como el Padre esperaba el regreso del hijo pródigo, Dios nos
espera porque también sabe que volveremos, porque somos sus hijos y confía en
nosotros. ¿Cuántos años esperará? ¡Bendita paciencia del Señor! Cristo también
llama a la puerta de nuestro corazón y espera que le abramos.
6.- VE YO TE ENVIO.
Dios no nos llama y elige para nada. Si pronuncia nuestro nombre es porque
tiene algo para nosotros. Su vocación va siempre seguida de su misión. El “ven”
se convierte en el “ve”.