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Seminario Internacional de Periodismo, ética y democracia

La prensa sensacionalista y la democracia

Lautaro Ojeda Segovia

Estoy consciente que cualquier crítica al trabajo que realizan los medios de
comunicación, y en particular sobre los posibles efectos que el
sensacionalismo produce en la percepción ciudadana sobre la violencia y
delincuencia, corre el riesgo de sufrir reacciones en contra, situación frente
a la cual quien hace esta crítica se encuentra en franca desventaja de
debatir serena y argumentadamente, puesto que no siempre dispondrá de
los mecanismos y oportunidades públicas para refutar a sus contradictores.

Sin duda las noticias sobre el crimen y la violencia alimentan la percepción


que la población construye sobre la in-seguridad. Incluso la publicación de
estadísticas que describen crecimientos o descensos de indicadores de
violencia y delitos, así como la descripción -en no pocos casos morbosa- de
nuevas modalidades del crimen o de construcción de imaginarios
sobredimensionados que profundizan la sensación de temor y angustia
ciudadana. Es altamente probable que el delito se haya convertido en uno
de los elementos de mayor rentabilidad mediática.

A pesar de la falta de evidencias empíricas contundentes respecto del


impacto o influencia que ejercen los medios de comunicación en la
sensación de miedo y temor a ser objetos de agresión o violencia, múltiples
estudios reconocen una incidencia -mayor o menor, dependiendo de un
conjunto de factores endógenos y exógenos- en la percepción que la gente
construye sobre la violencia y delincuencia.1 Sin embargo, aquello sobre lo
que sí existe consenso y no cabe duda es que los medios de comunicación

1
Véase Nota de avance de la investigación sobre Medios de Comunicación y Violencia, publicada por la
Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central, septiembre 2009

1
constituyen un componente con el cual y a través del cual la población
construye sus imaginarios de seguridad o inseguridad. En otras palabras,
los medios tienen el potencial de acrecentar el miedo de la población a ser
objetos de actos de violencia y delincuencia.

Al parecer, narraciones que dramatizan o exageran hechos violentos y


criminales no solo producen sentimientos de temor y angustia en los
lectores, sino que también son rentables económicamente a los medios de
comunicación, quienes se ha especializado en poner énfasis sobre estos
hechos.

Parto del fenómeno irrefutable respecto de la penetración de los medios de


comunicación en la vida cotidiana y de la influencia que ejercen en el
conocimiento y percepción de los usuarios. En efecto, buena parte de la
población contemporánea se halla acompañada de una nueva “niñera” o
compañera, la televisión. Dicha influencia es cada vez mayor, al punto de
considerarse como una parte fundamental y definitoria del mundo de hoy y,
probablemente, del día de mañana.

Al parecer la presentación simplificada, alarmista, y sensacionalista de


historias asociadas al crimen y a la violencia contribuyen a crear la
percepción de estereotipos y patrones respecto de estos fenómenos y no
como fenómenos eventuales y aislados, sino como cotidianos y
generalizados, presentaciones que a su vez incentivan el temor y el miedo
en la población.

Si bien, algunos fenómeno como el secuestro express o el sicariato, que


según los medios de comunicación se han generalizado en el país, fuentes
oficiales de la Policía no confirman esta supuesta alta incidencia, sin
desconocer, por ello que se trata de un fenómeno que comienza a ser
visibilizado.

2
No es posible cerrar los ojos y afirmar que la percepción de la violencia y
el crimen responden, en buena medida, al aumento de la victimación real,
así como que dicho aumento tiene una notable incidencia en el pleno goce
de los derechos individuales y colectivos y consecuentemente en el
ejercicio democrático.

La crónica de sucesos, afirma Pierre Bourdieu, “siempre ha constituido el


pasto predilecto de la prensa sensacionalista, siempre se han vendido bien,
y el reinado de los índices de audiencia tenía que hacer que ocuparan las
portadas de los telediarios” (2007:22).

A propósito de la crónica roja, Mauro Cerbino (2007:86) transcribe el


testimonio de Jonathan Carrera, reportero de un canal de televisión
nacional:

“Yo creo que la crónica roja no es una apología del delito, no es que
estamos haciendo sensacionalismo, decimos las cosas como son y alertamos a
la gente. Si a la gente le decimos: están asaltando en su barrio, la gente se va a
proteger. Si a la gente le decimos: le están asesinando; le están dando cuatro o
cinco puñaladas, la gente se asusta, se va a tratar de proteger, va a tratar de no
salir de noche, va a tratar de buscar amigos, de evitar que le asalten en los
carros. Eso es alertar a la gente. La crónica roja alerta”2

Desde esta visión es destacable que quienes hacen crónica roja la conciben
como un medio preventivo, sin embargo, el lenguaje visual y literario
desnuda una velada intención exacerbadora del hecho violento. El
periodista no devela el lado ideológico y comercial que está detrás de todo
medio de comunicación. En este sentido es cuestionable el concepto de
objetivad y de realidad que afirma manejar. Por otro lado, se reconoce
explícitamente el interés de utilizar el miedo como un mecanismo de

2
Mauro Cerbino, El (en)cubrimiento de la inseguridad o el “estado de hecho” mediático, en Revista
Nueva Sociedad N° 208, marzo-abril de 2007, ISSN: 0251-2552.<www.nuso.org

3
protección y alerta frente al crimen. En el supuesto caso de que la labor de
la crónica roja tenga carácter preventivo como afirma Carrera, habría que
constatar si esta medida preventiva incide realmente en la reducción de los
índices de criminalidad y de percepción que la población tiene.

En este contexto, vale citar a Pierre Bourdieu, cuando afirma que los
prestidigitadores tienen un principio elemental, que consiste en llamar la
atención sobre una cosa distinta de la que están haciendo (2007:22).

Se pasa por alto, además la insensibilización que la sobreexposición a


hechos violentos produce en la población, que normaliza la violencia en su
cotidianidad.

El sensacionalismo en la noticia sobre el crimen se expresa, por ejemplo,


en titulares que apelan a la permanente impunidad del crimen y a la
imposibilidad de reducirla. Estas noticias provocan, según Cerbino
(idem:95), una sensación de omnipresencia del crimen que justifica el
alarmismo. Al respecto presenta algunos ejemplos de titulares: “Nadie
frena los asaltos y robos”, “Secuestradores andan sueltos y atemorizan a la
sociedad”, “Mapasingue vive a fuego cruzado”.

No se necesita ser un criminólogo, psicólogo o comunicador para pensar


que estos mensajes pasan desapercibidos por los lectores, que son inocuos,
pero tampoco que éstos condicionan su comportamiento futuro. Los
estudios sobre la incidencia no han logrado todavía resultados unánimes.

La alta promoción mediática de la inseguridad profundiza la desconfianza y


el desapego de la población a las instituciones responsables de protegerla.
El sensacionalismo se apoya en dos recursos: la dramatización, con la cual
se pretende narrar “hechos” y crear de este modo un efecto de realidad-

4
verdad, y la proliferación de imágenes y afirmaciones que alimentan el
miedo en la ciudadanía respecto del criminal.

Las narraciones supuestamente estéticas y moralistas que suelen hacerse


durante la presentación de un hecho violento, bajo la excusa de
humanizarla, no solo los tratan superficial y descontextuadamente, sino que
también vulneran el derecho a la intimidad de los personajes y el respecto
al dolor de la víctima y de sus familiares.

Roger Callois apunta que la hipérbole y el sensacionalismo funcionan


discursivamente ensamblados, que el sensacionalismo “procede por el
toque melodramático, pietista, espectacular, expone el padecimiento y
trabaja sobre los extremos del lenguajes, del relato y de la carga
informativa: así los padecimientos de la mujer asaltada y golpeada, de otra,
violada, de otra, prostituta y esclavizada3. Concluye destacando que el
manejo hiperbólico distorsiona, exime de verdad y está sólo atado a la
verosimilitud.

Es evidente que los medios de comunicación son actores omnipresentes


que de una u otra manera influyen en el corto y largo plazo en las formas
de percibir, sentir y en los comportamientos de los individuos y por ende en
la concepción que la población construye sobre la violencia.

En su investigación sobre el diario El Extra, Fernando Checa, (2201:13)


plantea algunos interrogantes alrededor de la prensa sensacionalista, que
podrían esclarecer su relación con la democracia y la violencia. Dicha
prensa ¿banaliza e incita a la violencia o permite una suerte de exorcismo
pacífico de ella?; ¿refuerza estereotipos raciales, sexuales, étnicos […] o es

3
Citado por Germán Rey y otros , Los relatos periodísticas del crimen, Freiedrich Ebert Stiftung,
Documento N° 3- FES-C3, Bogotá, :17 2007

5
una manifestación compleja del drama y la pasión de los sectores
populares?

El “éxito” de la presa sensacionalista, señala Checa (idem:14), suscita las


más encontradas reacciones En los ámbitos periodísticos y académicos
existen miradas muy diversas que van desde aquellas que la ven sin
escrúpulos de ningún tipo y como un buen negocio, hasta las que la
rechazan por considerarla “nociva”, pasando por las que destacan el
contenido “popular” de esta expresión “melodramática” de nuestra cultura.

Estas reacciones se distribuyen entre quienes consideran que se trata de una


basura alienante y execrable que azuza la violencia, la pornografía y
provoca asco; otros sostienen que pone en evidencia la verdadera cara de
nuestra sociedad, informa sin ocultar nuestros males, gratifica e, incluso
educa. Estas posiciones no tienen en cuenta a los lectores vergonzantes que
leen con avidez sus páginas pero a escondidas las gozan.

Se agrega que la entrega de la información, a veces sensacionalista y muy


anecdótica, tiene consecuencias a veces peores, esto es, crea un clima
propicio para que proliferen propuestas de solución apresuradas para
reducir los niveles delictuales, que son frecuentemente represivas y poco
meditadas

El sensacionalismo hay que analizarlo desde la selección de la información,


las estrategias estilísticas para posicionar una noticia que usualmente se
centra en aspectos negativos. Los mecanismos más utilizados para
convertir una noticia común en noticia de “sensación” son usualmente la
rarificación, el aumento de ésta, la exageración y el “inflamiento” de los
hechos noticiosos con el fin de que éstos tengan una llegada más efectiva a
la agente, en cantidad y calidad. (Cecilia Dastres, 2002: 13)

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La revelación social del delito es una de las tareas de los medios, que lo
consideran una pieza importante dentro de su agenda informativa, e
imprescindible en la de los medios sensacionalistas.

La representación mediática de la seguridad no es inocente. Obedece a


trazos orientados por la naturaleza del medio, su historia de cobertura del
tema, sus relaciones con las audiencias y sus vínculos con las autoridades y
sus fuentes.

La información actuaría, pues, como nuevo relato de legitimación,


reorganización del mundo en torno a una verdadera cosmogonía o visión
del mundo.

El sensacionalismo es la explotación de esos espacios mediante la


escenificación de una privacidad social en la que se realizan actos al
margen de la visibilidad social. En el sensacionalismo la muerte, la sangre
y sexo representan el hacer inconfesable, lo prohibido, lo indecible.
Espectaculariza lo íntimo en una especie de complacencia por consumir
imágenes de intimidad transgredida.

En una época de inseguridad (de miedo a la inseguridad) lo imprevisto da


miedo, pero al mismo tiempo fascina, lo que viene a perturbar la superficie
del edificio social, precisamente porque pone a prueba la capacidad de
“aguante” del sistema. De ahí que los medios reproduzcan una visión
espectacular de la violencia, acompañada a menudo de tintes apocalípticos
sobre la situación socio-política, y con un continuo hincapié sobre
imágenes de desorden anómico.

Más allá del morbo que despiertan los hechos violentos y las
manifestaciones anómicas, se puede vislumbrar una actitud primitiva hacia

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la violencia, que lejos de rechazarla, intentaría domesticarla e integrarla al
temario informativo como un hecho más.

La representación de la violencia actuaría como una especie de


redoblamiento del hecho que, al escenificarlo, anula su carga negativa y lo
neutraliza. A ello se suma que en esta representación mediática no hay
ningún discurso compensador. La muerte aparece en toda su crudeza. Es
una muerte a secas, insuperable.

Todo se ha vuelto violencia en el universo mass mediático, sostiene el


sociólogo belga Gerard Imbert, o ya nada lo es, simbólicamente hablando.
El régimen actual de visibilidad “anula toda privacidad, toda intimidad,
todo misterio. Y donde reina la transparencia ya no es posible el
intercambio simbólico. No se pude eludir la violencia sino mediante el
silencio y los medios le tienen horror al silencio como si fuera el vacío y no
lo que puntúa el discurso -como una pieza musical- no puede existir sin
silencio. No hay pausa en el flujo informativo, no hay descanso en el
carnaval de las imágenes.

No obstante, no se puede negar que, tal como sostiene Henri Pierre Jeudy,
la violencia agoniza o por lo menos está siendo fuertemente cuestionada
por una posmodernidad que, más que alternativas, trae dudas e inquietudes.

Algunos estudiosos sobre la relación entre la exposición de los medios y el


aumento del temor ciudadano reconocen que “los medios de comunicación
juegan un rol importante en la construcción de la criminalidad y del sistema
de justicia criminal.

En un mundo en el que la prensa sensacionalista se adueña de la


“objetividad, la prevención y la realidad” y en la que el público es
funcional a esa práctica, cabe preguntarnos, sobre quienes recae la

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responsabilidad de la levedad y espectacularización con que son tratados
los hechos violentos y criminales.

Entre rentabilidad y prevención ¿cuál es la prioridad a la que responden los


medios?

Bibliografía consultada

Cecilia Dastres Abarca, ¿Visiones Personales, Ideología o Mercado al


momento de Informar?. Un análisis de las noticias sobre Inseguridad
Ciudadana desde el emisor, Universidad de Chile, Instituto de Asuntos
Públicos, Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana, noviembre 2002,
Santiago, Chile.

Fernando Checa Montúfar, El Extra: las marcas de la infamia.


Aproximaciones a la prensa sensacionalista, Universidad Andina Simón
Bolívar, Serie Magíster, N.30, Abya Yala, Quito, 2001.

Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Editorial Anagrama, Barcelona,


segunda edición, 2007.

Mauro Cerbino (2007:86)

Germán Rey y otros , Los relatos periodísticas del crimen, Freiedrich Ebert
Stiftung, Documento N° 3- FES-C3, Bogotá, :17 2007

Lautaro Ojeda Segovia, Medios de Comunicación y violencia, Notas de


avance de la investigación, FLACSO, Serie Documentos, N.6, Quito, 2009

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