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Pe Rane ea eee La globalizacién contemporanea Durante los tiltimos veinte afios, la palabra «globalizacién» se ha convertido en un término clave para organizar nuestras ideas respecto a cémo funciona el mundo. Cémo, y por qué ha llegado a desempefiar ese papel es en sf mismo un relato interesante. Aqui deseo, sin embargo, centrarme en las implicaciones tedricas y politicas del ascenso de dicho concepto. Comienzo con dos conjuntos generales de cuestiones para resaltar los que parecen ser importantes cambios politicos verificados en los discursos (aunque no necesariamente en las realidades) occidentales. 1. iPor qué ha entrado recientemente Ia palabra «globalizacién» en nuestros dis- cursos de la manera en que lo ha hecho? {Quién la ha puesto ahi y por qué, y por medio de qué proyecto politico? ¢Y qué importancia tiene el hecho de que inclu- 50 entre muchos «progresistas» e «izquierdistas» del mundo capitalista avanzado, palabras con mucha més catga politica como «imperialismo», «colonialismo» y «neocolonialismo» hayan tomado cada vez més un asiento trasero para dejar el puesto al término «globalizacién» como forma de organizar las ideas y represen- tar las posibilidades politicas? 2, iCémo se ha usado el concepto de globalizacién polfticamente? ¢Ha sefialado la adopcién del término una confesién de incapacidad por parte de los movi- mientos nacionales, regionales y locales de la clase obrera, o de otros movimientos anticapitalistas? {Ha actuado la creencia en el término como poderoso elemento disuasorio contra la accién politica local e incluso nacional? éSe ha «vaciado de contenido» la forma de solidaridad hasta ahora representada por el Estado- nacién, como algunos afirman? ‘Son todos los movimientos de oposicion al capi- 7 talismo dentro de los Estados-nacién y las localidades engranajes tan insignifi- cantes en la enorme e infernal maquina planetaria del mercado internacional que ya no hay espacio para la maniobra politica en ninguna parte? Contemplado desde estas perspectivas, el término «globalizacién y todo su bagaje asociado esté furertemente cargado de implicaciones polfticas que constituyen una mala sefial para la mayorfa de las formas tradicionales de politica de izquierdas o socialista. Pero antes de rechazarlo o abandonarlo por completo, es itil echar un buen vistazo a lo que incorpora y a lo que podemos aprender, tedrica y politicamente, de la breve his- toria de su uso. 1. LA GLOBALIZACION COMO PROCESO La globalizacién se puede contemplar como un proceso, una condicién © un tipo especifico de proyecto politico. Estos enfoques distintos no son, como espero demostrar, mutuamente excluyentes. Pero propongo empezar considerandola como un proceso. Contemplarla de esta forma no supone que el proceso sea constante ni impide decir, por ejemplo, que el proceso ha entrado en una fase radicalmente nueva o avanzado hacia una condicién particular o incluso «definitiva». Y tampoco «naturaliza» la globaliza- cién, como si se hubiese producido sin unos claros agentes que trabajan para promo- verla. Peto adoptar el punto de vista del proceso nos hace concentrarnos en primer lugar en cémo se ha producido y se est4 produciendo la globalizacisn. Lo que vemos entonces es que algo similar a la «globalizacién» esta presente desde hace tiempo en la historia del capitalismo. Ciertamente, desde 1492 en adelante, e inclu- so antes, la internacionalizacién del comercio estaba ya en marcha. El capitalismo no puede mantenerse sin sus «soluciones espaciales» (eft. capftulo 2). Una y otra vez, ha recurrido a la reorganizacién geogréfica (a la expansi6n y a la intensificacién) como solu- cin parcial a sus crisis y puntos muertos. El capitalismo, por lo tanto, construye y recons- truye una geografia a su propia imagen. Construye un paisaje geogréfico especifico, un espacio producido de transporte y comunicaciones, de infraestructuras y organizaciones territoriales, que facilita la acumulacién durante una fase de su historia del capital que deberé ser derribado y reconfigurado para abrir camino a mAs acumulacién en una fase posterior, Por lo tanto, si la palabra «globalizacién» significa algo acerca de nuestra geo- grafia histérica reciente, es muy probable que sea una nueva fase de exactamente este mismo proceso subyacente de la producci6n capitalista de espacio. No es mi intencién revisar la vasta bibliografia que trata de los aspectos espaciales y geogrdficos del desarrollo capitalista y la lucha de clases (aun cuando dicha tarea fuese wou ms n factible). Pero s{ considero importante reconocer una serie de tensiones y a menudo incémodos acuerdos para comprender, tedrica y politicamente, la dindmica geogréfica de la acumulacién de capital y la lucha de clases. Cuando, por ejemplo, Lenin y Luxemburgo se enfrentaron acerca de la cuestién nacional, mientras se iba extendien- do la enorme controversia sobre la posibilidad de que el socialismo se diese en un solo Pafs (o incluso en una ciudad), mientras Ia Segunda Internacional se congraciaba con el nacionalismo en la Primera Guerra Mundial y mientras el Komintern posteriormen- te vacilaba respecto a cémo interpretar su propio internacionalismo, tampoco el movi- miento socialista/comunista consiguié jamés establecer, politica o teéricamente, una explicacién adecuada o satisfactoria sobre por qué la produccién de espacio era parte” integrante y fundamental de la dindémica de la acumulacién de capital y la geopolitica | de la lucha de clases. 7 El estudio del Manifiesto comunista (capitulo 2) presenta una fuente clave del pro- blema. Porque aunque est claro que el intento burgués de establecer una dominacién de clase era (y es) un asunto muy geografico, la casi inmediata reversién en el texto a una explicacién temporal y diact6nica es asombrosa. Resulta dificil, parece, ser dialéc- tico respecto al espacio, lo que hace que muchos marxistas sigan en la prdctica a Feuerbach, en Ia idea de que el tiempo es «la categoria privilegiada del dialéctico, por- que excluye y subordina, mientras que el espacio tolera y coordina» (Ross, 1988, p. 8) Hasta el término materialismo histérico, seftalo, borra la importancia de la geografia, y si yo he luchado estos iiltimos afios por implantar la idea de «materialismo geografico» es porque el cambio de esa terminologia nos predispone a observar con ‘mds flexibilidad y, espero, més conviccién, el significado de clase que tienen procesos como la globalizacisn y el desarrollo geografico desigual (Harvey, 1996). Necesitamos formas mucho mejores de comprender, si no resolver politicamente, la tensién subyacente entre lo que a menudo degenera en una teleologfa temporal de triunfalismo de clase (ahora representada en gran medida por el triunfalismo de la burguesfa, que declara el fin de la historia) o en una aparentemente incoherente e incontrolable fragmentacién geogréfica de clase y otras formas de lucha social en cada recoveco del mundo. Desde Marx, por ejemplo, se han ofecido diversas explicaciones sobre cémo ha estructurado el capitalismo su geograffa (tales como la teorfa del imperialismo plantea- da por Lenin, la posicién del imperialismo como salvador de la acumulacién capitalis- ta, planteada por Luxemburgo, o la descripcién que Mao hizo de las contradicciones primarias y secundarias en la lucha de clases). A éstas se han sumado explicaciones més sintéticas de la acumulaci6n a escala mundial (Amin, 1974), la produccién de un siste- ma-mundo capitalista (Wallerstein, 1974; Arrighi, 1994), el desarrollo del subdesarrollo (Frank, 1969, y Rodney, 1981), el intercambio desigual (Emmanuel, 1972) y la teoria de la dependencia (Cardoso y Faletto, 1979). Segiin se han ido extendiendo las ideas y 73 las prdcticas polfticas marxistas por el mundo (en un proceso paralelo de globalizacién. de la lucha de clases), se han ido generando también innumerables crénicas locales/na- cionales de resistencia a las invasiones, a las alteraciones y a los disefios imperialistas del capitalismo. ‘Tenemos que reconocer, por consiguiente, la dimensién y la base geogrdfica de la lucha de clases. Como sugiere Raymond Williams (1989, p. 242), la politica est siempre inmersa en las «formas de vida» y en las «estructuras de sentimiento» peculiares de luga- tes y comunidades. La universalidad a la que aspira el socialismo tiene que construirse, por lo tanto, mediante la negociacién entre diferentes exigencias, inquietudes y aspira- ciones de cada lugar especifico. También tiene que ver con lo que hemos llamado «par- ticularismo militante». Con esta expresién Williams se referfa: Al carfeter nico y extraordinario de la autoorganizacién de la clase obrera [...] para conectar las Iuchas particulares con una kucha general de manera bastante especial. Se ha establecido, como movimiento, para hacer real lo que a primera vista es la extraordi- naria afirmacién de que la defensa y Ia mejora de ciertos intereses particulares, adecua- damente unidos, constituyen de hecho el interés general la cursiva es mia]. Incluso las explicaciones temporales de la lucha de clases se hallan estrechamente vinculadas a la dimensién territorial. Pero no se ha puesto mucho empefio en justificar las divisiones geogréficas en las que se basan dichas explicaciones. Tenemos, entonces, innumerables explicaciones del establecimiento de las clases trabajadoras inglesa, galesa, francesa, alemana, italiana, catalana, surafricana, surcoreana, etc., como si éstas fuesen entidades geogréticas naturales. La atencién se centra en el desarrollo de la clase den- tro de un espacio circunscrito que, cuando se observa més de cerca, resulta ser un espa- cio incluido en el espacio internacional de flujos de capital, trabajo, informacién, etc., y que a su vez comprende innumerables espacios mas pequefios, cada tno con sus pro- pias caracterfsticas regionales o incluso locales. Cuando contemplamos de cerca la accién descrita en la magistral obra de Edward B Thompson La formacién de la clase obrera en Inglaterra, por ejemplo, resulta ser una serie de acontecimientos enormemente ocalizados y a menudo vagamente unidos en el espacio. John Foster quizés haya con- vertido las diferencias en algo excesivamente mecénico en su propio estudio sobre Class Struggle in the Industrial Revolution pero es, pienso, innegable que la estructura de clases, la conciencia de clase y la politica de clase en Oldham, Northampton y South Shields (léase Colmar, Lille, St. Etienne 0 Minneapolis, Mobile y Lowell) se construyeron e interpretaron de manera muy diferente, haciendo que las diferencias geogréficas den- tro del Estado-nacién fuesen més importantes de lo que la mayoria estaria dispuesta a conceder. et Este modo acritico de pensar sobre entidades politicas supuestamente «naturales» se perpettia ahora en las explicaciones neomarxistas del capital (especialmente las inspi- radas en la «teorfa de la regulacién»), que sugieren que hubiese una versién del capi- talismo claramente alemana, briténica, japonesa, estadounidense, sueca, singapuriana, brasilefia, etc. (a veces descompuesta en ordenaciones més regionalizadas, como norte frente a sur en Italia, Brasil, Reino Unido...). Estos capitalismos espectficos se inter- pretan entonces como entidades que compiten entre sf dentro de una economfa espa- cial planetaria. Este concepto no se reduce, ni mucho menos, a la izquierda. Es un pro- cedimiento establecido entre diversas posturas politicas el comparar diferentes capitalismos nacionales (japonés, nérdico, alemén, etc.) como si éstas fuesen entidades significativas. Lo que yo sostengo aquf no es que estas distinciones nacionales o culturales sean incorrectas, sino que se supone con demasiada facilidad su existencia sin reunir ningu- na prueba o argumento para ellas. Se consideran, por asf decirlo, evidentes en sf mis- mas, cuando un somero anilisis demuestra que son mucho mds complicadas de lo que se supone o tan confusas y porosas como para resultar enormemente problematicas. El concepto de «lugar» que Williams invoca resulta ser més complicado de lo que él habfa imaginado. El resultado es una clara linea de tensi6n en la mayoria de los estudios sobre los recientes cambios econdmicos y politicos. Por una parte, tenemos explicaciones sin espacio y geogrdficamente indiferenciadas (principalmente tesricas hoy en dia, aunque también abundan versiones polémicas y politicas, sobre todo en representaciones de la derecha y conservadoras) que consideran la evolucién capitalista simplemente como proceso temporal que avanza inexorablemente hacia un destino dado. En la tradicional versin de izquierda, la lucha de clases proporciona la energia al movimiento histérico que, como resultado (inevitable), avanza hacia el socialismo/comunismo. Por otra parte, tenemos estudios geograficos en los que las alianzas de clase (y esto incluye a menudo una clase obrera caracterizada por lo que Lenin taché de conciencia sindical limitadora) se forman en unos lugares para explotar las alianzas de clase en otros (quizé con una burguesta compradora como agente). En este caso, el imperialismo (o, por el contrario, las luchas por la liberacién nacional o la autonomfa local) tiene la llave del futuro. Las dos explicaciones se consideran de alguna manera coherentes entre sf. De hecho, la justificacién teérica para observar la explotacién de una clase por otra como algo homélogo a la explotacién de una alianza de clase en un lugar por otra nunca ha sido firme. Y la suposicién de que las luchas por liberar espacios (por ejemplo, las luchas de liheracién nacional) son progresistas en el sentido de la lucha de clases (de una bur- guesfa naciente o de una clase obrera) no puede soportar un examen detenido. Hay numerosos ejemplos de luchas de clase y de liberacién nacional que se confunden entre sf. iCémo es posible, entonces, no confundir este problema? 75 Una de las cosas que sefiala el ascenso a la preeminencia del término «globalizacién» es una profunda reorganizacién geografica del capitalismo, lo que hace que muchas de las premisas vigentes respecto a las unidades geogréficas «naturales» dentro de la tra- yectoria histérica del capitalismo se vuelvan cada vez menos significativas (si es que alguna vez lo fueron). Nos enfrentamos, por lo tanto, a una oportunidad hist6rica de abordar la geograffa del capitalismo, de ver la produccién de espacio como un momen- to constitutivo dentro de (en oposicién a algo derivativamente construido por) la diné- mica de la acumulacién de capital y la lucha de clases. Esto nos proporciona la oportu- nidad de emanciparnos del confinamiento en una espacialidad oculta que ha tenido el poder opaco de dominar (y a veces de confundir) la légica de nuestro pensamiento y de nuestra politica. También nos permite comprender con més exactitud cémo se entre- ctuzan tana menudo la lucha de clases y la lucha entre lugares y cémo el capitalismo puede frecuentemente contener la lucha de clases a través de la ruptura geografica y el control de dicha lucha. Estamos, entonces, mejor pertrechados para comprender las contradicciones espacio-temporales inherentes al capitalismo y, mediante dicha com- prensidn, conjeturar mejor sobre cémo aprovechar el eslab6n mas débil y explotar los peotes horrores de la inclinaci6n capitalista a la destruccién violenta aunque «creativa>. 2Cémo podemos, por lo tanto, seguir esta agenda, tanto te6rica como politicamente? Hay, por supuesto, innumerables signos de que existe una voluntad de aprovechar las implicaciones teéticas de las espacialidades cambiantes y de las reterritorializacio- nes. Una de las principales virtudes del libro de Deleuze y Guattari El anti-Edipo: capi- talismo y esquizofrenia, pot ejemplo, era sefialar que la tertitorializacién y la reterritoria- lizaci6n del capitalismo es un proceso.continuado. Pero aqui, como en otros muchos anilisis, la virtud de una reespacializacién del pensamiento social se ha comprado al precio de rupturas parciales y a veces radicales con las formulaciones marxistas (tanto tedricas como politicas). En mi propia obra he intentado demostrar que hay formas de integrar las espacialidades en la teorfa y la préctica marxista sin necesidad de trastocat las proposiciones fundamentales, aunque en el curso de tal integracién surgen toda clase de modificaciones, tanto de la teorfa como de la practica. Permitaseme, por con- siguiente, resumir algunas de las caracteristicas principales de este argumento. Comienzo con las proposiciones més sencillas que puedo encontrar. Ciertas tensio- nes estan incluidas en el andlisis materialista del proceso de circulacién del capital y de a organizaci6n de los procesos de trabajo para extraer el plusvalor. Estas tensiones esta- Ilan periddica e inevitablemente como poderosos momentos de contradiceién histérica y geogrifica, En primer lugar, el capitalismo esta siempre sometido al impulso de acelerar el tiem- po de rotacién y la circulacién del capital y, en consecuencia, revolucionar los hori- zontes temporales del desarrollo. Pero s6lo lo puede hacer mediante inversiones a largo 76 plazo (por ejemplo, en el entorno construido, asf como en elaboradas y estables infra- estructuras de produccién, consumo, intercambio, comunicacién y similares). Por otro Jado, una de las principales estratagemas para evitar la crisis es absorber el capital sobre- acumulado en proyectos a largo plazo (por ejemplo, las famosas «obras puiblicas» abor- dadas por el Estado en épocas de depresiGn) y esto ralentiza el tiempo de rotacién del capital. Hay, en consecuencia, un extraordinario despliegue de contradicciones que se retinen en torno a la cuestién del horizonte temporal dentro del que funcionan los dife- rentes capitales. Histéricamente, y el momento actual no constituye una excepeién, esta tensién sc ha registrado principalmente a través de las contradicciones entre el dine- ro y el capital financiero (donde la rotaci6n es ahora casi instanténea), por una parte, y los capitales comercial, productivo, agrario, de informacién, de construccién, de servi- cios y estatal, por la otra. Pero se pueden encontrar contradicciones entre fracciones (entre los mercados de divisas y de bonos, por ejemplo, o entre los terratenientes, los promotores de desarrollo urbanistico y los especuladores). Existen todo tipo de meca- nismos para coordinar las dinémicas de capital que funcionan a diferentes ritmos tem- porales. Pero el desarrollo desigual de los tiempos de rotacién y las temporalidades, del tipo producido por la reciente implosi6n de horizontes temporales en un poderoso sec- tor financiero, pueden crear una inoportuna compresién temporal, profundamente estresante para otras fracciones del capital, incluida, por ejemplo, la personificada en el Estado capitalista. El horizonte temporal establecido por Wall Street no puede acomo- darse sencillamente a las temporalidades de sistemas de reproduccién social y ecolégi- ca de modo pertinente. Y ni que decir tiene que el rapido tiempo de rotacién estable- cido en Ios mercados financieros es incluso més estresante para los trabajadores (su seguridad en el empleo, sus habilidades, etc.) y para el ambito vical de la reproduccién socioecol6gica, Este punto de tensién ha sido central para la economia politica del capi- talismo avanzado durante los titimos veinte afios. En segundo lugar, el capitalismo est sometido al impulso de eliminar toclas las barre- ras espaciales, que yo he propuesto tiene mas que ofrecer. Las condiciones desiguales ofrecen abundantes oportunidades para la organizacién y la accién politica. Pero también presentan dificultades particulares 87 (cémo, por ejemplo, hacer frente a las tensiones de la diversificacién cultural o de las masivas desigualdades de renta verificables entre regiones ricas y pobres). Comprender tanto las potencialidades como las dificultades es crucial para la formulacién de una politica adecuada. Es en este punto, sin embargo, donde se debe afrontar la cuestién de la globaliza- ci6n como proyecto geopolitico explicito. Hay, a este respecto, dos caracteristicas prin- cipales que trabajan unidas para dar al reciente empuje hacia una mayor globalizacién su forma y tono distintivos. La primera es el contundente hecho de que la globaliza- cién es indudablemente el resultado de una cruzada geopolitica librada principalmen- te por Estados Unidos (con algunos aliados notables, como Gran Bretafia durante los afios de Thatcher). Esta ha sido, como sostendré més adelante (véase el capftulo 5), una cruzada utépica que cada vez mas se ha ido ganando la critica de radicales y con- servadores por igual (cft. la reciente alianza entre izquierda y derecha para atacar el papel del FMI en la regulacién de las economfas mundiales). Pero la globalizacién como proceso se centra desde 1945 en Estados Unidos. Simplemente no habria suce- dido de la forma que lo ha hecho si Estados Unidos no hubiese funcionado a un tiem- po como fuerza motriz y como agente supervisor de todo el proceso. Y esto ha signifi- cado también una cierta confusién entre las necesidades y los modos de funcionamiento especificamente estadounidenses (métodos y culturas empresariales, tradiciones de movilidad personal y consumismo, concepciones politicas de los dere- chos individuales, el derecho y la democracia) y las exigencias globales. Es dificil no comprender que a lo largo de los afios Estados Unidos a menudo ha pensado local mente y actuado globalmente, con demasiada frecuencia sin siquiera saberlo. La res- puesta a la pregunta «{quién puso la globalizacién en la agenda?» es, por lo tanto, los intereses de clase capitalistas que operaban representados por la politica exterior, mili- tar y comercial estadounidense. Pero Estados Unidos no habria sido capaz de imponer las formas de globalizacién que han Ilegado hasta nosotros sin el abundante apoyo de una amplia variedad de cfrculos y lugares. Muchas facciones de la clase capitalista mundial se sentfan mas 0 menos satisfechas con las politicas de Estados Unidos y de trabajar en el marco de la pro- teccién militar y jurfdica estadounidense. En algunos casos, donde asumieron el control del gobierno, podfan condicionar su apoyo, aunque a menudo con bastante ingenio local (la Francia de De Gaulle viene aquf a la mente) para que pareciese que se estaban resistienclo a la expansién general de las relaciones sociales capitalistas promovidas por Estados Unidos. En otros casos, el mas notable el de Japén, se respondié a la globaliza- ci6n y se gestioné ésta de forma especffica, para crear un modelo de desarrollo econé- mico que compitiese con el estadounidense. Pero incluso en este caso habfa una amplia aceptacién del argumento de que la globalizacién era necesaria para la supervivencia 88 nacional. El caso japonés no fue tinico, sin embargo. Y en cierto sentido es importante yer cémo se ha construido la globalizacién, en parte mediante una amplia variedad de agentes (especialmente los gobiernos de los Estados-nacién) que pensaban localmente y actuaban globalmente, igual que hacia Estados Unidos en su papel de potencia hege- monica que dirigia todo el proceso. El aspecto crucial de todos estos cambios para la izquierda es que la posicién relati- vamente privilegiada de las clases trabajadoras en los pafses capitalistas avanzados se ha visto muy mermada en relacién con las condiciones de trabajo imperantes en. el resto del mundo (esta transicién se ve mucho més claramente en el resurgimiento de los cen- tos de trabajo en los que se superexplota al trabajador [sweatshops] como forma fun- damental de organizacién industrial en Nueva York y Los Angeles en los iltimos vein- te afios). El aspecto secundario es que las condiciones de vida vigentes en el capitalismo avanzado han sido las més castigadas por el poder capitalista de «destrucci6n creativa», que conduce a la extrema volatilidad de las perspectivas econdmicas locales, regionales y nacionales (la ciudad que este afio ha experimentado un mayor auge se convertiré en la regién deprimida del proximo afio). La justificacién neoliberal de todo esto es que la mano oculta del mercado trabajard en beneficio de todos, siempre que haya tan poca interferencia estatal (y deberfan afiadir —aunque normalmente no lo hacen— capacidad monopolitisca) como sea posible. El efecto es que la violencia y la destrucci6n creativa del desarrollo geografico desigual (mediante, por ejemplo, la reorganizacién de la pro- duccién) se sienten tanto en los centros tradicionales del capitalismo como en otras partes, en medio de una extraordinaria tecnologia de la riqueza y de un conspicuo consu- mo que instanténeamente se comunica por todo el mundo como un potencial conjunto de aspiraciones. No es de extrafiar que hasta los promotores de la globalizacién tengan que tomarse en serio la posibilidad de un contragolpe. Como dicen antiguos promoto- res de la globalizacfon como Klaus Schwab y Claude Smadja, organizadores del influ- yente simposio de Davos (citado en Friedman, 1996): La globalizacién econémica ha entrado en una fase critica. La creciente reacci6n contra sus efectos, especialmente en las democracias occidentales, amenaza con tener un impac- to negativo en la actividad econémica y la estabilidad social de muchos paises. El ambiente en estas democracias es de impotencia y ansiedad, y eso ayuda a explicar el ascenso de un nuevo tipo de politicos populistas. Esto puede facilmente convertirse en revuelta En 1999, Schwab y Smadja (1999) buscaban todavia urgentemente formas de dar a la globalizacién un rostro humano. Apelando a una retérica que recuerda en ciertos aspectos a la de los zapatistas (véase més adelante), escriben: 89 Debemos demostrar que la globalizacin no es simplemente una palabra clave para cen- trarse exclusivamente en el valor del accionista, a expensas de cualquier otra considera- ci6n; que la libre citculacién de mercancias y capital no se desarrolla en detrimento de los segmentos més vulnerables de la poblacién y de determinados criterios sociales y humanos aceptados. Necesitamos idear una forma de evitar el impacto social de la glo- balizacién, que no sea ni la expansién mecénica de los programas de asistencia social ni Ja aceptacién fatalista de que aumentaré la divisién entre los beneficiarios de la globali- zacién y aquellos incapaces de reunir las competencias y cumplir los requisitos de inte- gracién en el sistema global. oO como concluye John Gray (1998, p. 207): No estamos al borde de la era de plenitud que los partidarios del libre mercado proyec- tan, sino de una época trdgica en la que las anarquicas fuerzas del mercado y la dismi- nucién de los recursos naturales convierten a los Estados soberanos en rivales cada vez més peligrosos. [...] La competicién en el mercado planetario y la innovaci6n tecnolégi- ca han interactuado para damos una economia mundial anarquica. Dicha economia esté destinada a convertirse en escenario de grandes conflictos geopoliticos. Thomas Hobbes y Thomas Malthus son mejores gufas para el mundo creado por el laisse faire planetario que Adam Smith o Friedrich von Hayek; un mundo de guerra y escasez al menos en la misma medida que las benévolas armonfas de la competencia. Que un comentarista conservador de este tipo acabase exactamente en la misma posicién analltica derivada de Marx (fz. mi propio libro The Limits to Capital, capitulos 12 y 13, o Greider, 1997) es, por supuesto, intrigante. En Ia actualidad se estén estableciendo poderosas corrientes de reaccién contra la globalizaci6n del libre mercado (cft, por ejemplo, los escritos de un eminente especu- lador/financiero capitalista como George Soros, 1996) EI movimiento socialista tiene que decidir c6mo aprovechar estas posibilidades revolucionarias. Tiene que contrarrestar los miiltiples nacionalismos populistas de detechas (como el promovido por Pat Buchanan en Estados Unidos) a menudo mar- cados por llamamientos directos a un fascismo localizado (Le Pen en Francia o la Liga Lombarda en Italia). Tiene, como minimo, que centrarse en la construcci6n de una sociedad alternativa socialmente justa y ecolgicamente sensible. Para hacer esto con eficacia, sin embargo, debe aceptar las condiciones de globalizacién actual- mente existentes y el cteciente coro de peticiones para reformarla y controlarla, Sobre todo, debe aprender a controlar las poderosas oleadas de desarrollo geogréfi- co desigual que hacen tan precaria y tan dificil la organizacisn de base y popular. Si 90 los trabajadores de todos los pafses se unen para combatir la globalizacién de la bur- guesia (véase capitulo 3), también se deben encontrar formas de ser tan flexibles en el espacio, en lo que se tefiere a teoria y a practica politica, como ha demostrado ser la clase capitalista. Hay una forma til para empezar a pensar en esto. Pregtintese primero: idénde se puede encontrar la lucha anticapitalista? La respuesta es que en todas partes. No hay - ninguna regidn del mundo en la que no se puedan encontrar manifestaciones de ira y descontento con el sistema capitalista. En algunos lugares, o entre algunos segmentos de una poblacién, los movimientos anticapitalistas estén firmemente implantados. En todas partes se pueden encontrar «particularismos militantes» (tetomo la expresién de Raymond Williams) localizados, desde los movimientos milicianos de los bosques de Michigan (buena parte de ellos violentamente anticapitalistas y contrarios a las grandes empre- sas, ademas de racistas y segregacionistas) hasta movimientos de pafses como México, India y Brasil que militan contra los proyectos de desarrollo del Banco Mundial, o los innumerables «levantamientos contra el FMI» que han tenido lugar en todo el mundo. La lucha de clases se expresa por doquies, inclusive en los centros de la acumulacin capitalista (tales como los extraordinarios brotes de militancia que tuvieron lugar en Francia durante el otofio de 1995 y la victoriosa huelga de trabajadores de UPS con- vocada en 1997 en Estados Unidos). Los intersticios del desarrollo geogréfico desigual ocultan un verdadero fermento de oposicién. Pero esta oposicién, aunque militante, a menudo sigue siendo particu- larista (a veces extremadamente particularista) y a menudo amenaza con fusionarse en torno a movimientos politicos partidarios de la exclusién y de tendencia populis- ta y nacionalista. Decir que es una oposicién anticapitalista, por lo tanto, no signifi- ca que sea necesariamente pro socialista. Los sentimientos anticapitalistas de base -amplia carecen de organizaci6n y expresi6n coherentes. Los pasos de un movimiento “de oposicién o de protesta pueden confundir y a veces frenar los de otro, haciendo que a los intereses de clase capitalista les resulte demasiado facil dividir y controlar a su oposicién. Una de las virtudes histéricas del marxismo ha sido su empefio en sintetizar las diversas luchas, con objetivos divergentes y miltiples, en un movimiento antica- pitalista més universal. La tradicién marxista ofrece aqui una inmensa contribu- ci6n, porque ha sido la primera en establecer las herramientas con las que encon- trar los puntos comunes dentro de las multiplicidades y las diferencias (aun cuando, ‘a veces, haya estado demasiado dispuesta a sumergir las segundas en las primeras). El trabajo de sintesis de las multiples luchas que existen actualmente tiene que ser ‘continuado, ya que los campos y terrenos sobre los que se dan estas luchas y las uestiones que suscitan cambian perpetuamente, de la misma forma que cambian 9 la dindmica capitalista y las condiciones globales correspondientes. La frase de Raymond Williams referente a «la defensa y el avance de ciertos intereses particu- lares, adecuadamente unidos» para cimentar «el interés general» indica, pues, la principal tarea que hay que abordar. Inspiréndome en dicha tradicién, intentaré extraet una serie de argumentos que parecen especialmente aplicables a la actual coyuntura. 92

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