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“Leer es guardar un paisaje

dentro y tenerlo siempre”


Clarín, marzo de 2005. Sección Guía de la
enseñanza.
Entrevista a Pablo Medina, maestro y librero.
Por Alejandro Toronchik

“Medina cree que es posible ‘construir’ un chico lector. Hay


que contarles cuentos, hablarles. Y también mostrarles
cómo es una persona que se sienta a leer, un modelo que
no aparece en televisión”.

Pablo Medina (67), maestro correntino, está más que acostumbrado a


cruzarse con gente como esa rubiecita de unos cuatro años que pasa
cerca suyo, apretando un libro con toda seriedad y todas sus fuerzas
bajo el brazo.

-¿Se sorprende?
- La lectura es algo muy serio para los chicos, igual que el juego. No
es un placer, sino un trabajo. Les exige un esfuerzo enorme. Por eso
me preocupa cuando la gente propone planes de lectura “para que
los chicos lean con placer”. El placer llega después, cuando uno
aprende a manejar la paciencia.

-¿Cómo se ‘construye’ una persona lectora?


- Vinculando al niño con el mundo de la palabra: hablándole, pero no
aniñadamente, sino sintiendo las palabras. El proceso del lenguaje es
como prender los sabores, la comida. Hay que contarles cuentos,
leerles. Que los chicos pueda ver qué es una persona que lee, que se
sienta a leer. Es un modelo que no aparece en la televisión y por eso
hay que construirlo. Y, por supuesto, empezar a darles libros lo antes
posible, desde la cuna, con los libros de imágenes.

-¿Cómo se elige un libro?


-Tomándose el tiempo para conocer qué prioridades y preocupaciones
tiene el niño. El adulto tiene que tener paciencia, seguirlo, a veces
meses, un año. Y enseñarle a manejar el libro, que es como jugar al
fútbol: ¿cómo se aprende? Conociendo la pelota. Acá es lo mismo,
hay que tocar mucho los libros, mucha lectura, mucha conversación
hasta que el niño haga su propia fórmula.

-Pero hay más gente enseñando a jugar al fútbol que a leer…


-Si podemos hacer las dos cosas, entonces tendremos la fórmula
ideal. Porque los jugadores de fútbol necesitan mucho pensamiento
para hacer lo que hacen en la cancha. Pero es necesario que los
padres lean, que hablen. Se ha dislocado la tradición de contar
cuentos en la casa, de leer en familia, los rituales que tienen que ver
con la palabra y la comunicación. Los chicos tienen un vocabulario
muy primario porque en la casa no se conversa. Pero si usted ve la
historia, nuestra cultura no está hecha con monumentos sino con
palabras. Por eso somos tan habladores. Son claves a recuperar.

-¿Cuál es el momento para recomendar un libro?


- El otro día un chico me dijo: “yo quiero saber si tenés algún libro
sobre bichos bolita”. Ahí hay una clave. Trato de buscar claves que
me permitan comunicarme, entender qué le está pasando con el
mundo de la pregunta, con la curiosidad, qué preguntas necesita
responder. Porque el libro tiene que ver con las preguntas y los
misterios de la vida. Los niños aprenden muchas cosas, de muchas
maneras distintas. Mirando los bichos bolita, siguiendo el camino de
las hormigas, o mientras están encastrados comiendo dulce de leche
y con toda la cara pegoteada, dicen: “mamá, ¿qué es la muerte?”. Ahí
hay una pregunta en la que hay que indagar, y esa curiosidad es el
camino. Un adulto que respeta al niño dice: “yo no lo sé, ¿vamos a
buscarlo juntos?”. Necesitamos recuperar al adulto que escucha.

-Entonces, sin grandes que escuchen o lean, no habrá niños lectores.


-Claro. Lanzar libros a troche y moche no sirve. Necesitamos
maestros comprometidos no en enseñar tres rudimentos sino en
enseñar a pensar.

-Usted fue maestro…


-Yo jugaba. Siempre fui tramposo. Llegaba a mi clase y ponía seis o
siete libros sobre la mesa. Y siempre estaban los que venían a pedir
uno. Y cuando se agotaban, venía aquel reo que nunca lee nada y me
decía: “y para mí, Pablo, ¿no te queda alguno?”. Ahí podía empezar a
seguirlo. Hay que enseñarles también a manipular varios libros a la
vez, buscar en el índice, comparar. Hoy se manejan con fotocopias y
eso hace que ante un libro desconocido se pierdan. Porque el libro
como organización no es fácil. Tienen que aprender a manejarlo. Yo
les digo: “vamos a ver cómo te resulta éste libro, si te sirve. Yo te voy
a dar la primera pista, te voy a contar el contenido, vos leéte la
solapa. Fijáte cómo está organizado y si te sirve. Llevátelo a tu casa,
y si no te gusta, buscamos otro”.

-¿Para qué sirve leer?


-El que lee se transforma, se mira hacia adentro, reflexiona. Leer un
libro es como mirar un paisaje, guardarlo adentro y poder sacarlo en
cualquier otro momento. Y para eso hay que jugar, jugar siempre.
Una de nuestras lectoras, Anita, me dijo que buscaba el cuento de un
hombre hecho de galleta, que le habían contado. Es de una vieja
tradición inglesa. Buscando, ya encontré cuatro versiones. Ése es el
juego entre el adulto y el niño, donde yo trabajo para encontrar un
camino para atravesar el misterio. Si le hubiera contestado “qué se
yo, leé otra cosa”, se habría terminado el juego. Ahora ella sabe que
siempre hay algo más, otras versiones, más de una imagen.

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