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José Luis Ugarte

Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales

http://www.udp.cl/derecho

Vergüenza –me imagino- debieron sentir tanto funcionario, ministro de


Hacienda, empresario y en fin, tanto hechizado con el modelo económico
chileno cuando el terremoto dejaba a la vista sus pies de barro: saqueos por
doquier, violencia desatada y sujetos ayer considerados respetables
consumidores en cuotas que se convertían en cuestión de horas en bárbaros
que no respetaban nada.

Qué habrán dicho de nosotros –hasta el viernes en la madrugada el país


ejemplar del capitalismo latinoamericano- tanto hechizado con nuestra
propaganda y la de los organismos internacionales –FMI, OCDE, etc.- cuando
constaban la cruel realidad: chilenos que parecían sacados más bien de un país
africano que de un país que se suponía estaba en el umbral del desarrollo.

El discurso ramplón se encenderá en el lugar común: se trata de delincuentes y


pillines que se aprovecharon de la ocasión.

Pero ya no estamos para tamaña simplicidad.

Qué duda cabe, se trata de delitos. Pero eso es tan obvio. No explica por qué
nuestros pobres se transformaron tan rápido en nuestros bárbaros.

La pregunta que deberíamos hacernos no es la evidente, de si son legalmente


reprobables estos actos –que lo son- sino una mucho más difícil: ¿por qué en
Chile apenas el orden se retira –cuando el brazo armado de la ley deja de
atemorizar- los sectores más pobres se sienten con el legitimo derecho de
saquear y tomar aquello que de otro modo –los legales- no alcanzan?

¿Por qué tan poca lealtad con la sociedad?

¿Alguien se imagina pillaje y caos social en países como Suecia o Alemania


después de un terremoto como el que vivimos? ¿Ciudadanos convertidos en
saqueadores llenos de rencor, rabia y violencia?

Es difícil imaginarlo, para ser honestos. En sociedades tan integradas como


esas, que han hecho su mejor esfuerzo por incluir y distribuir hacia todos,
existen altos grados de lealtad hacia el resto. En sociedades altamente
desiguales, en cambio, la cohesión y la lealtad social escasean y son
sustituidas por la fuerza y el miedo –la mano dura como gusta decir a tanto
chileno-.

La sensación de injusticia y de exclusión altamente extendida entre los pobres


–que tantas veces se ha diagnosticado como “escandalosa desigualdad”- hace
que nuestra sociedad esté pegada con el mismo pegamento que esos edificios
nuevos que hoy se derrumban.

Es que pedir a tanto chileno que recibe el sueldo el mínimo, que no tiene
mayores derechos laborales ni quienes lo representen –en Chile los sindicatos
no existen-; que no tienen ni salud ni educación pública de calidad, que de
súbito muestre lealtad y compromiso –y no sólo miedo a la cárcel- con un
modelo que los excluye –respetando el sagrado derecho de propiedad- es
simplemente una ingenuidad que el terremoto ha hecho caer como la cúpula
de la Divina Providencia.

En ese sentido, no es difícil entender por qué los ganadores en nuestro modelo
–unos pocos- exhiben y exigen alta lealtad a las reglas –incluidas las que
protegen de mejor manera sus triunfos, como es la propiedad. Lo difícil es
pretender que los perdedores de siempre –nuestros eternos pobres- tengan
lealtad hacia reglas que no sólo no han diseñado sino que mirada nuestra
historia, han estado marcadas desde siempre a favor de los mismos.

El terremoto –quién lo iba a decir- ha desnudado al capitalismo chileno


mostrando vergonzosamente sus pies de barro. Ni nuestra mejor propaganda
ni la de los organismos financieros puede esconder que a la hora de repartir
entre todos nuestros beneficios, nos parecemos más a los países africanos que
a los del primer mundo con los que nos gustaría compararnos.

Podemos –como lo hemos hecho por 200 años- cerrar los ojos y rasgar
vestiduras diciendo que lo que falta es virtud y que la solución es la clásica
mano dura.

Pero nadie podrá esconder la nueva víctima desnuda: el modelo chileno –ese
que hace inflar el pecho de orgullo a nuestra pequeña elite empresarial y
política- está pegado con barro. Sólo el garrote lo mantiene en buena parte de
nuestra sociedad.

Y nuestros bárbaros seguirán ahí esperando otra ocasión para que la ley se
retire y ellos vuelvan a hacer justicia por propia mano – con rabia y rencor-
para con un sistema al que poco le han importado durante mucho tiempo.

Demasiado quizás.

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