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E l ladrón DE CONVERSACIONES.

Lo que tenía de chocante aquel tipo era la forma de llegar a cualquier sitio,

entre personas que lo desconocían por completo: dos personas, diez o una

multitud y allí sentarse o quedarse de pie muy dignamente y luego... robarles la

conversación.

El robo no era patente claro, nadie o casi nadie advertía las discretas y

comedidas intervenciones del ladrón que nunca era tan torpe como para intervenir

abiertamente en la conversación y nunca tan torpemente sutil como para permitir

que se notara demasiado su silencio.

Él era un auténtico profesional, tan eficiente como un buen cirujano. El

hecho es que cuando él se iba quedaba un breve silencio al que nadie daba

importancia y sin embargo la conversación había desaparecido. Pero no

importaba, hoy se habla mucho y siempre se puede empezar a hablar de otra cosa

cuando hay un silencio sin importancia.

En su juventud el ladrón guardaba todas las conversaciones robadas y

cuando quería, en la intimidad de su casa, monologaba las mejores una y otra vez.

Y esto le daba mucho placer, pero al mismo tiempo mucha ansiedad... ¡¡¡¡pobre

hombrecito contradictorio¡¡¡¡

Pero al madurar, el ladrón se convirtió en transportista de conversaciones.

Primero las robaba tan magistralmente como hizo durante toda su vida, pero luego

iba con la conversación a todas partes buscando las personas que merecieran

hablarla. A veces costaba días, incluso semanas encontrarlas.

Tenía que entrar en montones de grupos con la conversación


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escondida....muchas personas, ¡tantas personas¡.

Él llegaba y se sentaba o se quedaba de pie muy dignamente y tiraba

trocitos de conversación como quien tira miguitas de pan a las palomas. Si las

palomas no querían las miguitas entonces desaparecía con suavidad, (no sin antes

robarles la conversación que mantuvieran).

Ah, pero si las palomas se comían las miguitas, el podía entonces ver como

poco a poco la conversación florecía, fluida y mágica; veía como los

conversadores se sentían cada vez más satisfechos, sus caras se alegraban, su

espíritu y su cuerpo reflejaban luz y todo era concordante y completo. Y después

presenciaba el magnífico silencio feliz que sigue siempre a una buena

conversación. Entonces el ladrón robaba ese silencio con la delicadeza de coger

una mariposa y lo llevaba a su casa aún caliente mientras los conversadores

quedaban inquietos, preguntándose qué habría pasado. Lejos, en la intimidad, él

disfrutaba su silencio, callado, quieto y contento.

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