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E stá lloviendo MUUNCHO.

Tantas cosas que empiezan y que acaso acaban como un juego. Supongo

que te pareció gracioso la primera vez que él puso su mesita de incienso

precisamente al lado de tu puesto de collares.

Pero solamente a la segunda te diste cuenta de que era algo intencionado y

al día siguiente ya lo esperaste y sin que él te hubiera dicho una palabra.

Vender baratijas es aburrido, fatiga apoyar la espalda en las frías paredes y

alargar o intentar alargar siempre las conversaciones y las miradas que a veces te

sostienen los que pasan por la calle… solamente para que acaben decidiéndose a

comprar; que otra cosa podías hacer más que espiarle.

Y después de cuatro días todavía no supiste que pensar de aquel tipo tan

hosco que despachaba casi sin hablar a los pocos que le pedían el incienso... pero

no, claro que supiste que pensar cada vez que le mirabas fijo y a él le caían los

ojos por el suelo.

Esa tarde había nubes y tú decidiste dirigirte a él, ser la primera:

- parece que va a llover mañana –

Él bajó la cabeza y lentamente alzó los hombros como para decir que no

sabía... y tú pensaste que habías sido tonta, que cualquier otra frase hubiera sido

mejor : yo cuando llueve me pongo en los porches de la catedral – añadiste en

voz baja y casi sin querer; temiendo que hubiera sonado como una invitación

demasiado clara, temiendo no invitar lo suficiente, invitando.

Son terribles las discusiones que una llega a sostener en la cabeza con las
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voces interiores; hay voces que llevan muchos años acudiendo allí para debatirlo

todo y hay otras jóvenes voces poco autorizadas pero muy vehementes que se

suman a veces.

Aquel hombre tan callado provocó un gran debate entre tus voces…a cada

nueva cuestión unas decían que sí, otras que no, otras que no te importaba, y un

grupo de insidiosas que tal vez sí te importara... y hasta la madrugada.

Del día siguiente, que sí llovió y tu fuiste a los porches de la catedral,

pasaron unas horas... no se vende mucho cuando llueve pero si se vende algo es

allí. Las losas de piedra al mojarse acercan la presencia de muchos, muchos años

de lluvias y personas anteriores, no sólo las lluvias realmente antiguas, también las

de hace poco tiempo, las lluvias, las personas.

La gente… que al principio se enmustia con la lluvia, pero cuando

encuentran refugio parecen más amables que otras veces, cierran con cuidado los

paraguas para no molestar, andan con pasos cortos y sin prisa: total, fuera llueve,

se juntan cinco y después diez esperando en grupos a que escampe, voces bien

distintas prueban a iniciar las mismas conversaciones, a veces hasta compran

algo.

Él llegó después del mediodía, corriendo con su mesa plegable bajo el

brazo, estaba chorreando. Al verte bajó la cabeza para ignorarte, pero lo hizo muy

salutatoriamente y acabó ocupando el hueco que tu le habías guardado.

Luego empezó a colocar cuidadosamente sobre su mesa los paquetitos de

incienso, moviendo lentamente aquellos bonitos dedos blancos.


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Le miraste mientras seguía completamente absorto en la tarea, con su pelo

mojado parecía un príncipe alemán. Pensaste que un hombre con esa nariz tan

recta, esa estatura y esos ojos azules merecía ser como mínimo un príncipe

alemán.

Tus voces interiores reunidas a toda prisa examinaron la cuestión de que tu

siempre habías pensado en otro tipo de príncipe, algo más oriental tal vez, y aquel

grupo de insidiosas seguía insistiendo en que te tomabas demasiado interés por

éste.

Alguien hizo amago entonces de comprarle algo pero ni siquiera le atendió,

seguía sacando cada paquetito de la bolsa con las dos manos y formando sin prisa

en la mesa hileras perfectas de incienso.

Tu incluso pensaste, (y allí se te encendieron las mejillas) que al pasar las

semanas acabaríais juntando las mesas. Con una comezón en la espalda

imaginaste su probablemente frío dedo índice separando la pelusita de tu nuca de

madrugada, antes de ir a la calle. Lo miraste otra vez.

Él levantó la cabeza y te miró a los ojos.

- ¿Ha visto señorita?, está lloviendo muuncho.

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