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Las

Uvas Fucsia
Mª José Romero

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LA EXTRAÑA PROPUESTA

CAPITULO I

2
El Cierzo hacía volar literalmente, los árboles que aguantaban estoicamente
sus ráfagas enfurecidas. Remolinos de papeles y hojas secas corrían sin rumbo
fijo, enredándose entre las piernas de la gente a la que también parecía que
quería arrancarles la ropa; sentían como si aquel frío intenso, les calase hasta los
huesos, mientras andaban por las calles a aquellas horas de la tarde oscura y
triste, en un otoño típico de Zaragoza, casi tan helado y desapacible como el
invierno.
Miguel, aterido, llegó a su casa peinándose con los dedos el alborotado pelo
mientras dejaba su cartera sobre una silla y se desabrochaba el abrigo.
Estaba impaciente por contarle a su mujer, Ana, el extraño encuentro que
había tenido esa misma mañana. Desde entonces, no había parado de darle
vueltas al asunto. ¡Tenía que compartirlo con ella! Él sabía, que como todas las
mujeres, la suya tenía un sexto sentido que le hacía ver las cosas desde una
perspectiva diferente a la suya y le permitía leer entre líneas aspectos de una
misma cosa que a él, le habían pasado desapercibidos.

Ana le recibió como siempre, con un beso; quería saber cómo había pasado
el día y, al ver que tenía una expresión pensativa, le preguntó si todo marchaba
bien en el trabajo.
− El día ha transcurrido como siempre pero... será mejor que nos sentemos a
hablar tranquilamente; quiero contarte un episodio que me ha pasado esta
Mañana y que no acabo de entender.- Le dijo Miguel, tomándola de la mano y
dirigiéndose al cuarto de estar.
− ¿Qué te ha pasado?¿Estas bien?- Le dijo ella con preocupación.
− Sí, sí, no te alarmes, no es nada, solo que me parece algo muy curioso, de
verdad, pero no pasa de ahí.
− Ya me lo imagino solo con verte la cara, si te conozco bien, puedo adivinar
que hay algo que te interesa. ¡Bueno, mejor así! - Dijo ella siguiéndole dócilmente,
pero antes de sentarse en el sofá, le propuso:- ¿Por qué no me lo cuentas
después de acostar a los niños y así estamos más tranquilos?
− Tienes razón, no lo había pensado, pero es que estoy impaciente por saber
lo que tú opinas. – Dijo Miguel, quedándose parado sin saber qué hacer. Luego,
volvió a decir: - Tampoco es tan importante como para que no pueda esperar unos
minutos más.

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Miguel era un hombre simpático y atractivo de treinta y cinco años; de
aspecto normal, ni guapo, ni feo. Pelo moreno, ojos oscuros y una sonrisa
deslumbrante, además de ser alto y muy proporcionado.
Siempre estuvo enamorado de Ana. Se habían conocido en el colegio y
desde entonces, fueron amigos inseparables: Jugaban juntos, lloraban juntos y
juntos estudiaban. Si no hubiera sido por él, Ana seguiría siendo una niña solitaria,
rechazada por los demás niños, pero Miguel siempre le había comprendido y
querido. Se consolaban el uno al otro cuando tenían algún problema en sus
respectivas casas o con los otros compañeros de clase. El desenlace lógico de su
buen entendimiento, fue hacerse novios en cuanto tuvieron la edad adecuada;
finalmente se casaron, nueve años atrás y tenían dos hijos de ocho y seis años:
Miky y Ángel que eran su orgullo y la razón, como la de todos los padres, de su
lucha diaria.

Sus vidas transcurrían en armonía; se entendían a la perfección con una sola


mirada. En esta ocasión, sí estaba acertado decir que eran almas gemelas.
Se respetaban y, aunque no necesariamente estuvieran de acuerdo en todo,
eso no significaba que surgieran malos entendidos y discusiones innecesarias;
hablaban mucho y tanto ella como él, sabían muy bien lo que querían y les
gustaba, pero el respeto a esa libertad, era lo que predominaba en su relación. Tal
vez por esa razón, seguían siendo felices.
Eran una de esas parejas que, al mirarlas, uno volvía a creer en el amor
eterno. Sus miradas, el tono cariñoso de sus voces al dirigirse el uno al otro, eran
detalles inequívocos de su total compenetración.

Miguel era ingeniero superior de informática de sistemas; llevaba trabajando


en la misma empresa diez años, como jefe del departamento de programación y
tenía a su cargo, además de varias personas, mucha responsabilidad. Siempre
era meticuloso y estricto en el trabajo, pero a la vez, querido y respetado, tanto por
sus superiores, como por el personal que dependía de él; éste equilibrio era algo
muy difícil de conseguir, pero a él parecía surgirle de forma espontánea.

Entre los dos, ayudaron con la cena a los niños y los bañaron, les dieron el
correspondiente beso de buenas noches y se quedaron mirándoles en su camita
desde la puerta de la habitación que compartían, como siempre, con los ojos
llenos de amor

− Esta mañana, a eso de las once, como siempre, me tomé un descanso para
desayunar; estaba sentado en una mesa de la cafetería con varios de mis
colaboradores y he visto entrar a un señor mayor que llamaba la atención por su
aspecto distinguido y singular, como a la antigua usanza, todo un caballero en el
sentido más elegante de la palabra.- Miguel, una hora más tarde, por fin encontró
el momento de contar a Ana lo que, con tanta impaciencia quería hacer nada más
llegar a casa.- Para mi sorpresa, ha venido directamente a mi mesa y sin más me
ha dicho: “- Disculpen que les moleste, estoy buscando al Sr. Vidal, me han dicho
que está en esta mesa. - “ Sí, soy yo ¿En qué puedo servirle? -Le he contestado
bastante intrigado- “- Permítame que me presente: Eduardo González. _”

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Dándome la mano continuó: “- Sr. Vidal, comprendo que este no es el momento ni
el lugar adecuados para lo que tengo que decirle, por eso me atrevo a abusar de
su amabilidad y le pido que me conceda una entrevista, a ser posible con su
esposa también, porque lo que tengo que proponerles es tan importante para ella
como para Ud.-“¿Mi esposa? ¿qué tiene que ver ella con sus intereses?- Le he
dicho, pero él continuó: - No es nada personal, yo no tengo interés en esto; como
ya le he dicho antes, en este momento en el que Ud,. tiene que volver a su trabajo
en unos minutos, no me es posible exponerle todo el asunto, de ahí que le vuelva
a mencionar la entrevista que le he pedido antes.-“ Me cogió desprevenido; su
distinción y la forma de hablar tan ceremoniosa, se unían a lo misterioso de su
petición; todo resultaba tan intrigante que he sucumbido a la curiosidad y le he
dicho que sí, que podía venir a casa. Será mañana por la tarde, a las siete.
− ¿De verdad has citado a un desconocido a nuestra casa sin tener ni idea de
lo que quiere?- Ana estaba realmente sorprendida, porque, conociendo a Miguel,
esta reacción era inesperada por completo. – Además, siendo un hombre tan
raro...
− Pues...sí. Me ha parecido muy educado y respetable; además, tiene
aspecto de buena persona...Como te he dicho antes, vendrá a las siete, mañana.
– Miguel miró a Ana, con la expresión de culpabilidad de un niño cogido en falta.
Ella, moviendo la cabeza, terminó diciendo:
− Espero que no sea un timo de esos que están tan bien organizados y que
caigamos los dos en él; somos demasiado confiados y esos tipos que tienen
buena presencia y que parece que nunca han roto un plato, son los que mejor
engañan. – Se quedó callada un momento, pero enseguida dijo: - Lo que más me
intriga, es saber para qué quiere verme a mi.
− Eso es, precisamente, lo que me ha llamado tanto la atención, porque,
parece ser que no tiene nada que ver con mi trabajo.
− Será para que compremos algo de mucho dinero y que tengamos que
firmar los dos o, como está de moda la compra de un apartamento entre varias
personas y luego se disfruta en meses acordados... Multipropiedad, creo que se
llama. A mi no me gustan esos arreglos además, ha habido muchos fraudes.
− Pues si viene con una de esas proposiciones, perderá el tiempo. – Miguel
era muy remiso respecto a esas compras.

El día siguiente, transcurrió con total normalidad y ninguno de los dos se


acordaba de la visita que tenían anunciada para esa tarde.

Como todos los días a las cinco, fue a recoger a los niños a la salida del
colegio. Luego, Ana los llevó a casa de Javi, el hijo de su amiga Yolanda; durante
todo el día habían estado impacientes porque llegara ese momento; quedaron
con él para ver el nuevo juego que Ana les compró para la video-consola la tarde
anterior.
Mientras los niños se afanaban por descifrar las bases del nuevo juego, Ana
se entretuvo un rato hablando con Yolanda; ésta tenía un problema con uno de
sus vecinos del piso de abajo, que no le dejaba ni un momento de sosiego; éste
siempre estaba protestando; si no era por los ruidos que hacía el niño o la

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televisión, era por el ascensor, decía que, cuando legaba Javier, el marido de
Yolanda que trabajaba en un turno de noche, las puertas del ascensor le
despertaban y que así no se podía vivir. Había amenazado con denunciarles, así
que expusieron el problema en la reunión de la comunidad y todos los presentes
votaron por no hacer nada, comprendiendo que era natural que las puertas se
escucharan más en el silencio de la noche y decidieron que no se podía evitar y
que Javier no tenía por qué subir las escaleras de un noveno piso, solo para que
no se escuchase el ascensor. Así continuó Yolanda relatando una interminable
sucesión de discusiones que, a Ana le traían sin cuidado, pero, comprendiendo el
sufrimiento de Yolanda, era incapaz de demostrarle a su amiga lo que pensaba,
así que, haciendo de tripas corazón, dejó que esta se desahogara e intentó
consolarla lo mejor que pudo.

El tiempo volaba y, sin darse cuenta, cuando por fin entró en su casa, eran
casi las siete y Miguel acababa de llegar. No les dio apenas tiempo de hablar,
cuando sonó el timbre de la puerta, justo a las siete en punto; entonces fue
cuando se acordaron de la cita que tenían con aquel Sr. tan misterioso que,
prácticamente se había invitado solo.
Miguel fue hasta la puerta y, deteniéndose un instante, para arreglarse la
corbata y repasarse con los dedos el pelo, abrió. Allí estaba el Sr. González que
había sido extremadamente puntual, lo cual le causó muy buena impresión a
Miguel que valoraba mucho esos detalles que, demostraban un gran respeto, para
con la persona que esperaba; tampoco le podía sorprender algo así en un hombre
de la clase de aquel señor.
Su aspecto era inmaculado: Traje oscuro, camisa blanca y corbata en tonos
discretos, con un toque de color rojo pero, sin ser demasiado brillante. Llevaba
sombrero, tal vez algo anticuado, que no conseguía cubrir por completo su
abundante cabello blanco; reloj de bolsillo con una espléndida cadena de oro,
gemelos, también de oro, haciendo juego con el alfiler de corbata y unos zapatos
negros que brillaban de limpios; llevaba un abrigo de corte clásico pero muy
cuidado, también de color negro. Todo en él rezumaba elegancia y distinción.
Miguel observó cada detalle al primer golpe de vista y deseó de forma
inconsciente, poder llegar a su edad siendo tan elegante, pulcro, educado y
meticuloso.
Con algo de recelo, pero sin faltar a la hospitalidad, Miguel se hizo a un lado,
invitándole a pasar.

− Buenas tardes, por favor pase.- Ya en el vestíbulo y algo reticente, pero


correcto, le dijo:- Le presento a mi esposa Ana. – El Sr. González, como era de
esperar, se inclinó para besar la mano que Ana le había extendido para saludarle;
él se detuvo unos momentos mirando sus ojos.
− Eduardo González, para servirle señora. Es un verdadero honor para mí el
conocerla y, si no es un atrevimiento por mi parte, le diré que es Ud. muy
hermosa.

El hombre, admiró su pelo completamente negro y brillante, los rasgos de su rostro


eran proporcionados y armoniosos, los labios carnosos y perfectos pero, lo que más le

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había impresionado eran sus ojos. Solo una vez en su larga vida, había visto otros
iguales. Eran azul transparente que recodaban las aguas límpidas y profundas de un lago,
pero sin la frialdad que se espera de un color tan claro. Había muchos ojos azules, pero
ningunos como aquellos.
− Es Ud. muy amable y algo exagerado.- Le dijo Ana, con timidez ante
aquella muestra de admiración tan inesperada.- Por favor, pase por aquí, siéntese
y póngase cómodo. ¿Desea tomar algo?
− Sí, gracias, un té me vendría bien, hace una tarde verdaderamente fría y se
agradece algo calentito. – Mientras le escuchaba, Ana pensó que también su voz
resultaba aterciopelada y distinguida, a la vez que acariciadora y persuasiva; daba
la sensación de que nunca se había levantado para expresar alguna ofensa o
alguna frase de desprecio.

Ana se marchó para preparar el té, bastante sorprendida y algo nerviosa; la


expresión que había visto en los ojos del anciano, le estaba inquietando, lo mismo
que toda su persona. Le daba la sensación de que era un personaje de novela, tal
vez algo siniestro, que había salido por unos momentos de la ficción. Se
preguntaba qué tendría que decirles a ellos que eran personas anónimas, como
tantas con las que se puede cruzar por las calles; nunca había oído su nombre, ni
lo podía relacionar con ninguno de sus conocidos. También a ella le parecía que
tenía cara de buena persona y empezó a picarle la misma curiosidad que había
sentido Miguel el día anterior cuando habló con él; entonces comprendió que él
hubiera cometido la imprudencia de darle cita en su casa. Aquel hombre, inspiraba
confianza a la vez que recelo...
Mientras esperaban su regreso, los hombres se sentaron en el saloncito, uno
en el sillón de la derecha y el otro en el sofá. Durante los primeros minutos, se
miraban con disimulo y en silencio, esperando que el otro empezase una
conversación. Miguel sabía que, siendo el anfitrión, tenía que hablarle de algo,
pero no se le ocurría nada para romper aquel silencio que parecía estar
demasiado pesado.
Después de observar la estancia, el Sr. González fijó su atención en los
muchos libros de todos los tamaños y colores que llenaban el mueble que
dominaba la habitación; una gran librería que además tenía bastantes figuras y
pequeños adornos.
− Tienen Uds. una casa preciosa y muy acogedora. – Se decidió a hablar
primero él, dada su edad, parecía tener más recursos que el joven. - Por lo que
veo, son amantes de la lectura.
− Sí, es cierto.- Contestó Miguel sin saber qué añadir al comentario.
− También veo que los temas son muy variados. - Luego, fijando su mirada
en las fotos de los niños que, repartidas por todos los rincones del mueble,
aparecían desde apenas unos meses hasta la edad que tenían en ese momento,
calculó.- ¿Son sus hijos? – Preguntó a Miguel con aparente curiosidad, que más
bien parecía una forma de empezar un diálogo; por lo menos, es así como lo
interpretó él.

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− Sí, Miky y Ángel. Son dos chicos buenos; Miky tiene ocho años y Ángel,
seis. – Contestó con un brillo en los ojos y una sonrisa, sin poder evitar que se le
notara el orgullo que sentía por ellos.
− Son muy guapos, nada extraño viéndoles a Uds. ¡Qué hermoso debe de ser
tener hijos!
− ¿Ud. no los ha tenido?
− No, no. Nunca me he casado. Siempre ha sido el trabajo lo primero en mi
vida, sin darme cuenta de que no es lo más importante, pero cuando esto se
entiende, ya es demasiado tarde; la vida no nos deja volver a tras y rectificar los
muchos errores que cometemos.- Después de esta afirmación, se reflejó una
sombra de tristeza en los ojos cansados del Sr. González, pero Miguel no se
percató de ella.
Después, el silencio volvió a llenar la habitación. De momento no tenían nada
más que decirse. Llegó Ana, pocos minutos después, con una bandeja en la que
traía el té y unas galletas para acompañarlo, depositándola en la mesa que había
delante del sofá en el que estaba sentado Miguel. Los dos siguieron con su mirada
cada uno de los movimientos de ella.
Cuando Ana terminó de servir las tazas, se sentó junto a Miguel dispuesta a
escuchar lo que aquel señor, tan diferente a todos los que, hasta entonces había
visto en su vida, tenía que decirles.
Sin más preámbulos y viendo que le estaban esperando, el Sr. González
tomó un pequeño sorbo de su taza, aguantando admirablemente lo caliente que
estaba y se decidió a hablar:

− Como mandan las reglas de la cortesía, debo presentarme: Mi nombre es


Eduardo González y soy el administrador de una señora llamada Laura Enciso. Tal
vez hayan oído en alguna ocasión este apellido. Esta familia ha sido muy conocida
en Zaragoza desde hace muchos años, por sus negocios en el ámbito de las
inmobiliarias y la construcción. – Tanto Ana como Miguel, afirmaron con la cabeza,
dándole a entender que sí habían oído hablar de esas empresas, pero sin querer
interrumpirle. – Seguramente Uds. pensaran que no significa nada, puesto que no
la conocen a ella. Bien, mi visita les aclarará esta y otras cuestiones. La Sra.
Enciso, es la propietaria de una mansión que se encuentra al final del Paseo de
Colón, casi dentro del parque Primo de Rivera; puede que hayan pasado por allí
alguna vez. – La pareja volvió a asentir y siguió a la espera de más detalles. –
Esta Sra., lleva muchos años en el extranjero, pero hace algún tiempo, decidió
venirse a vivir a la casa de su niñez y juventud, definitivamente.
− Perdone que le interrumpa, pero no acabo de entender qué tiene que ver
toda esta historia con nosotros. – Dijo Miguel, algo impaciente.
− A eso voy, si me lo permite. La casa está en un estado lamentable. Lleva
cerrada más de veinte años y está completamente abandonada. Ella no la ha visto
desde que se marchó, hace ya mucho tiempo, como les he dicho antes, pero se
imagina como debe encontrarse. – Se detuvo un momento para tomar otro sorbo
de su té y, así tener la oportunidad de observar la expectación en los ojos de los
jóvenes, por eso continuó: - Para conseguir que la casa recobre su antiguo
esplendor, se necesita mucho trabajo y el personal adecuado para llevarlo a cabo;

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sobretodo, necesitamos quien tenga sentido de la organización, alguien
competente y honrado, con experiencia en llevar empleados, como Ud. Miguel; ahí
es donde nos interesa su trabajo.
− ¿Mi trabajo?. Vamos a ver; creo que Ud. se ha equivocado de persona. Yo
no busco trabajo, ni soy un profesional de la construcción, ni tampoco me interesa
ser el encargado de la restauración de una casa en ruinas. – El anciano Sr. le miró
apenado y con tono de disculpa, le dijo:
− Perdónenme, no me he explicado con claridad, lo siento.
− De acuerdo, hágalo a ver si le encontramos la lógica a todo este asunto
que, de momento, parece no tenerla.- Dijo Miguel, mirando luego a Ana, que
asintió dándole la razón.
− Ya se que Ud. no busca trabajo; yo, simplemente estoy siguiendo las
instrucciones que me ha dado la Sra. Enciso. Ella tiene muy buenas referencias
suyas y es su deseo que los dos se ocupen de su casa. – Ya lo había dicho;
desde que miró a Ana a los ojos, no sabía cómo llegar a este punto.- La Sra. es
inmensamente rica y está dispuesta a pagarles muy bien. Quiere que, tanto Ud.
Miguel, como Ud. Ana, sean los responsables de todo el trabajo; piensa que es
necesaria la presencia de una mujer por su sensibilidad y gusto por las cosas
hermosas, para la decoración y otros muchos detalles. – Ana y Miguel se miraron
de nuevo, completamente atónitos; les resultaba impensable hacer ellos
semejante trabajo.
− ¿No le parece un poco extraño que, siendo precisamente, la dueña de unas
empresas relacionadas con la construcción, busque a personas como nosotros
que no tenemos ni idea de este tema? – Dijo Ana.
− Su observación es muy acertada y tendrá una respuesta a su debido
tiempo. – Contestó el Sr. González.
− Suponiendo que esa respuesta fuera convincente, todo esto me parece
muy bien, hasta creo que sería una buena oportunidad para cualquiera, sin
embargo nosotros, como ya le he dicho, no necesitamos otro empleo, ninguno de
los dos. – Volvió a repetir Miguel, que daba por concluida aquella conversación sin
sentido.-Yo llevo muchos años en la misma empresa y estoy muy satisfecho. Mi
esposa, aunque tiene la carrera de Magisterio, no desea trabajar mientras los
niños sean pequeños. Por lo tanto, nos parece del todo impensable dejar lo que
tenemos seguro, por un trabajo que, por muy bien pagado que esté, no puede
durar más de unos meses. Creo que se ha equivocado de personas. No nos
interesa. – Dijo esto, haciendo el movimiento de levantarse para despedirle.
− ¡Por favor! Otra vez les ruego que me disculpen por mi torpeza; sigo sin
explicarme bien.- El Sr. González, les dijo con expresión desolada.- Lo primero de
lo que tenía que haberles informado, es que este trabajo no es temporal. Uds. se
quedarían en la casa como administradores. Esto tiene sus deberes y sus muchas
ventajas. La principal razón para pedirles que se queden en la casa como fijos, es
que la Sra. no desea vivir sola; precisamente una de las condiciones que me puso
al encargarme de que buscara a las personas idóneas para este trabajo, fue que
tuvieran hijos pequeños. La Sra. no ha tenido la suerte de ser madre, aunque lo ha
deseado mucho. Por eso, su mayor ilusión es que su casa no esté silenciosa;
desea que tenga los sonidos de la vida y eso solo lo consiguen las voces y el

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constante ir y venir de los niños. Ella siente debilidad por los pequeños y los
entiende muy bien. En definitiva, lo que ella quiere es lo más parecido a una
familia; puesto que no la tiene y tanto la necesita. Creo responder así a su
pregunta anterior. – Dijo mirando directamente a Ana.
− Señor González, – Miguel, después de escuchar el largo monólogo del Sr.
González, pensó que todo aquello no era nada más que una tontería y, sin esperar
la opinión de Ana, le dijo:- No sé cómo ha llegado hasta nosotros, no puedo
imaginar por donde le ha venido nuestro nombre a la Sra., como Ud. la llama.- Sin
saber por qué, Miguel no quería molestar al señor que tenía en su casa, pero, a la
vez, debía dejar bien claro cual era su posición.- Siendo completamente sincero, le
diré que todo esto es muy difícil de aceptar. Si nos tomáramos su propuesta en
serio, nos obligaría a dejar nuestra casa, nuestro modo de vivir y todo por lo que
hemos luchado con tanta ilusión y sacrificio. No conocemos a esta Sra. ni
sabemos si nos podríamos adaptar, nosotros y nuestros hijos, a vivir en una casa
vieja y extraña. Sigo diciéndole que se ha equivocado de personas.
La cara del Sr. González, parecía hermética, no reflejaba nada de la
tormenta de sentimientos que se habían desencadenado en su interior. Temía no
ser capaz de conseguir que ellos aceptaran; así mismo, temía la reacción de
Laura cuando le dijera que había fracasado en lo que más le importaba a ella. Por
nada del mundo dejaría que este asunto se le escapara de las manos.
Por otro lado, escuchaba comprensivo los argumentos de Miguel, convencido
de que él mismo, en unas circunstancias parecidas, habría reaccionado con la
desconfianza que ahora demostraban los jóvenes; entonces creyó que había
llegado el momento oportuno para sacar el As que guardaba en su manga.
− En realidad, hemos hablado de muchas cosas pero no de lo más
importante en un negocio: La parte económica. –La pareja escuchaba, pero en su
interior, lo único que deseaban era que llegase el momento en que este Sr. saliera
de su casa.
− En principio, el sueldo sería de 800.000. pts. al mes. Puede que les
parezca poco para el trabajo que tendrían que realizar los dos; en todo caso, más
adelante, sería negociable.- Como viejo zorro que era, Eduardo vio que iba por
buen camino; la cantidad que les había ofrecido, era lo que Miguel ganaba en
cinco meses, aproximadamente. Continuó diciendo:- Antes les he hablado de las
ventajas; ahora se las voy a explicar: Entre otras menos importantes les diré que,
todos los gastos diarios, como la comida, las ropas, el colegio de los niños, libros,
coche...etc. absolutamente todo, correrían a cargo de la Sra. Enciso. Para que les
quede claro y no haya malentendidos: Vivirían gratis. Eso quiere decir que su
sueldo lo podrían ahorrar casi íntegramente. Así, el futuro de sus hijos lo tendrían
asegurado, pudiéndoles dejar una pequeña fortuna el día de mañana.

De pronto y de forma inesperada, el Sr. González se puso de pie, sin


permitirles comentar esto último que acaba de decir. Apresuradamente, se acercó
a Miguel, estrechándole la mano.
− Comprendo que todo esto les resulte raro y sospechoso. Lo que necesitan
es algún tiempo para pensarlo y discutirlo entre ustedes. Para su tranquilidad, les
diré que todo se hará con un contrato firmado y absolutamente legal; juro por mi

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honor, que todo lo que les he dicho es rigurosamente cierto y, aunque no lo crean,
les llamaré dentro de unos días para conocer su respuesta. – Sin más, se volvió y,
tomando de nuevo la mano de Ana, le dijo:
− Señora, le quedo muy agradecido por la amabilidad que ha tenido al
recibirme en su casa. ¡Buenas tardes! – Besándole la mano y sin más palabras, ni
más explicaciones, se marchó dejándoles con un millón de preguntas sin
respuesta.

Al quedarse solos, Ana y Miguel, se miraron sin dar crédito a lo que


acababan de oír. Siguieron en silencio, pero cada uno por su cuenta se hacía las
mismas preguntas: “¿Qué significa todo esto? ¿Por qué nos han elegido a
nosotros? ¿Cómo ha llegado nuestro nombre hasta esta señora misteriosa que
está en el extranjero? Si, por otro lado, fuera cierto lo que nos ha dicho, sería la
solución de nuestras vidas y las de nuestros hijos. ¿Tendríamos el valor de dejar
la seguridad de lo que ahora tenemos, para arriesgarla en algo que parece un
sueño? ¿La Sra. Enciso, será una anciana cariñosa y dulce a la que los niños
podrían llamar abuela, ó tal vez, sea una ricachona déspota y caprichosa de las
que les gusta estar rodeada de esclavos y creen que lo pueden comprar todo con
su dinero? Y... si todo fuera un engaño y nos diéramos cuenta demasiado tarde
¿Qué haríamos sin empleo y en la miseria? Eran tantas las dudas y las preguntas
sin respuesta, que lo mejor era no pensar y dejarlo olvidado, ó recordarlo como
una anécdota más de la vida.
Se miraron y empezaron a reírse; como siempre habían adivinado lo que
pensaba el otro.
− ¿Sabes lo que te digo? No le demos más vueltas a la cabeza. Esperaremos
a ver si es verdad el juramento que nos ha hecho. Esta historia hace aguas por
todas partes; lo más seguro es que no volvamos a saber nada más del Sr.
González, de la Sra. Enciso y de su vieja y destartalada mansión. Así que no
merece la pena seguir pensando en esto. - Miguel, atrajo hasta sus brazos a Ana
e intentó hacerse perdonar por el fallo que había cometido al invitar a este Sr. a su
casa, sin saber nada de sus intenciones.
− Siento haber caído en la red de la curiosidad, más aún, tenía que haber
sido más precavido. ¡Nadie da duros a cuatro pesetas!
− No te preocupes. Yo también estaba intrigada por saber lo que quería; ha
sido interesante y a servido para que no nos aburriéramos esta tarde; así
tendremos algo curioso que contar ¿No te parece? – Luego, cogiendo el bolso, se
apresuró a salir.-. Me voy a casa de Yolanda a buscar a los niños. Ellos no se
habrán dado ni cuenta de la hora que es, lo estarán pasando muy bien con el
juego para la video-consola que les he comprado y que estaban deseando
enseñarle a Javi.

Los días pasaban y no tenían noticias del Sr. González; esto les confirmó
que todo era como habían pensado. Poco a poco dejaron de hablar del asunto y
este fue quedando en un segundo plano.

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Miguel, aprovechando una ocasión en que se encontró con su amigo José, le
comentó la propuesta que les había hecho el tal Sr. González.
− ¿Tú que piensas de esta tontería? – Le preguntó, seguro de que se reiría
de aquella disparatada idea, como lo habían hecho ellos.
− Hombre, no se cómo decirte pero, si a mi me ofrecen semejante sueldo,
con las mismas condiciones, puede que no me pareciera una tontería.- Le
contestó José, como amigo y abogado que era.- Habría que estudiar el contrato y
si todo está legal, como te ha asegurado, lo pensaría detenidamente.
− ¿Estás hablando en serio?
− Por supuesto. Hay oportunidades en la vida que vienen, como ésta, de
forma inusual y que son la solución que se esperaba.
− Viéndolo desde ese ángulo, no estaría mal, pero lo que parece es que ese
Sr. ha tanteado el terreno y ha visto que, con nosotros no hay nada que hacer; por
eso no ha llamado.
− Quien sabe. – Contestó José, sin que Miguel advirtiera la expresión de su
cara, que le habría hecho reflexionar bastante más.

Después de esta conversación, en la rutina de Miguel, nada había cambiado;


continuaba con su trabajo, que le apasionaba llenándole por completo; su vida
familiar seguía siendo feliz y disfrutaba con la lectura, siempre que tenía tiempo.
¡Todo era normal!
Los niños, que no sabían nada del episodio, hacían lo que todos: iban al
colegio y jugaban con sus amigos. Cuando llegaban a casa, se acababa el
sosiego, solo se oían sus voces y risas, también a veces, sus llantos; como todos
los niños, aprendiendo a vivir; estaban sanos y felices, eran todo energía y, por
eso mismo, los padres estaban contentos.
Ana, sabía organizarse bien; era joven y fuerte, por eso, hacía las labores de
su casa en poco tiempo y así podía disfrutar, como Miguel de su pasión favorita: la
lectura y de otras muchas actividades, como formar parte de la Asociación de
Padres del colegio de sus hijos, la asociación de mujeres de la que era secretaria,
colaboraba como voluntaria en varias organizaciones de personas
desfavorecidas... y un largo etcétera que le tenía ocupada todo el día.
Cuando los niños volvían por la tarde del colegio, más tarde o más temprano,
les ayudaba con los deberes; para ella, esta era una de las tareas más
importantes de su existencia; sus hijos ante todo y sus necesidades, no sólo
materiales, sino intelectuales y afectivas. Siempre tenía presente que ella, careció
de muchas de las cosas imprescindibles para un buen desarrollo en todos los
ámbitos y, por nada en el mundo, deseaba que los suyos se sintieran tan
desgraciados como ella a su edad.
Era una mujer tranquila y agradable a la que le gustaba conocer y
relacionarse con toda clase de gente. Todos la apreciaban porque siempre se le
veía alegre y dispuesta a escuchar cuando alguien necesitaba un paño de
lágrimas. Era sensata en sus consejos y parecía comprender las penas mejor que
nadie.

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Eran las diez de la noche; la jornada ya había llegado a su fin y la familia se
disponía a descansar: Habían terminado de cenar y los niños ya estaban en el
primer sueño. Para el matrimonio, ese era el mejor momento del día. Se sentaban
juntos en el sofá y disfrutaban de la paz y el silencio de la casa. Algunas veces
veían la televisión, otras, se dedicaban a hablar de sus cosas, esas que forman el
mundo más íntimo de una pareja de enamorados; se besaban y empezaban a
prepararse para el amor que vendría después, como lo más hermoso. Esas horas,
eran solo suyas.
El teléfono, empezó a sonar, rompiendo el momento de intimidad de que
gozaban, sobresaltándoles; se miraron esperando que el otro supiera de quien se
trataba.
− Yo lo cojo, estoy más cerca. ¿Quién puede ser a estas horas?. – Dijo Ana,
alargando la mano hasta la mesita donde estaba el teléfono.
− ¡Diga!
− Por favor, quisiera hablar con Ana Rivas. – Dijo una voz de mujer
desconocida para ella, con suave acento extranjero, pero muy agradable.
− Sí, soy yo. ¿Con quien hablo?
− ¡Buenas noches! Soy Laura Enciso. Estoy encantada de saludarla.
Ana, no esperaba esta llamada. Miró a Miguel y por señas y en voz baja, le
dijo de quien se trataba. Se sentía algo nerviosa y en el primer momento no sabía
qué decir.
− ¡Buenas noches! ¿Cómo está?
− Estoy muy bien, gracias; aunque para mí son buenos días. Le llamo desde
Canberra, Australia y llevamos nueve horas de adelanto respecto a Uds. en
Europa. Aquí es por la mañana. Es un gran placer para mí, poder hablar con Ud.
Eduardo me ha contado su entrevista y la impresión tan extraordinaria que le han
causado. Me siento impaciente por conocerles yo también.
− Es Ud. muy amable. La verdad es que para nosotros ha sido algo
completamente inesperada la propuesta de éste Sr. Y nos resulta bastante extraño
todo lo que está ocurriendo, siendo que somos desconocidos tanto Uds para
nosotros, como viceversa.- Ana, estaba perpleja, pero venciendo la primera
timidez que se había apoderado de ella, le empezó a decir muchas de las cosas
para las que deseaba una respuesta convincente.- Como le he dicho, no sabemos
nada de Ud. y como es natural, tenemos muchas preguntas que hacerle, porque
hay demasiadas cosas por aclarar, antes de continuar considerando la propuesta
que nos han hecho. El Sr. González no nos dio muchos detalles que, para
nosotros son muy importantes.
− Por mí no hay ningún inconveniente; si Ud. tiene tiempo ahora, le
contestaré encantada, a todas las preguntas que desee hacerme.
− Mi marido está aquí a mi lado y le hablaré en nombre de los dos.
− Me parece muy bien. Un saludo para Ud. Miguel. – Ana, le repitió el saludo
y él, con cara de sorpresa, se lo devolvió.
− Miguel, también le saluda. Como puede suponer, todo esto nos ha
sorprendido mucho. Entre todas las dudas que tenemos, la primera que nos
gustaría que nos aclarase es: ¿Quién le habló de nosotros, ó como nos ha
conocido? Este punto, creemos que es de la mayor importancia y el Sr. González,

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no nos dijo nada sobre el. – Ana, intentaba hablar con tranquilidad y dominando el
deseo de hacerle todas las preguntas a la vez. Consiguiendo que de sus palabras
no trascendiera lo que estaba pensando sobre que había algo oculto en todo este
asunto.
− El conocerles, fue por pura casualidad. Hace tiempo que decidí volver a mi
país y le pedí a Eduardo que se encargara de hacer los arreglos necesarios en la
casa. Él me contó el mal estado en que se encontraba y pensé que no quería verla
hasta que estuviera como cuando la dejé, hace ya muchos años. Le pedí que
buscara a alguien para llevar a cabo esa misión y que prefería que las mismas
personas, que ya conocieran la casa a fondo, se quedaran a vivir conmigo para
continuar llevándola.- Después de un breve descanso, para tomar aliento, continuó
:- Después de las muchas entrevistas que él hizo sin resultado satisfactorio, se lo
comenté a mi abogado en España, pero no esperaba que la solución me la diera
él, tan rápidamente. Me dijo: “ Yo conozco a la pareja ideal para llevar tu casa bien
organizada. Es un matrimonio joven, con dos hijos preciosos. Son dos personas
de total confianza, muy honestas y fiables. Les conozco de toda la vida y hasta
puedo poner las manos en el fuego por ellos.”
− ¿Dice que su abogado nos conoce?.- Dijo Ana, más escéptica que nunca,
abriendo los ojos de sorpresa y mirando a Miguel.
− Sí, se llama José del Valle. Él es quien lleva mis asuntos allí.
− ¡José! Por supuesto que le conocemos de toda la vida.- La voz de Ana
cambió, ahora era más aguda y animada.- Es el mejor amigo de Miguel. Se
conocieron en el jardín de infancia y, desde entonces, lo han hecho todo juntos,
menos casarse con la misma mujer. Se quieren más que si fueran hermanos. ¿Por
qué no nos lo dijo el Sr. González? Todo hubiera sido mucho más comprensible.
Hemos estado preguntándonos de donde habían sacado nuestro nombre y cómo
habían llegado a hacernos una propuesta tan extraña sin conocernos de nada. Lo
raro es que el otro día Miguel estuvo hablando con José y le contó lo sucedido,
después le pidió que le aconsejara, porque nos parecía todo muy fuera de lo
común. Él no dijo nada que alejara las dudas ante la decisión que debíamos
tomar, solo dijo que era algo que debíamos hacer nosotros. ¡Y no le notamos
nada!
− Bueno, la culpa es mía. Les pedí a José y a Eduardo que no les dijeran
nada hasta que pudiera hablar con Uds. Quería saber cómo eran sin ninguna
influencia. ¿Lo entiende, verdad? Tenía que asegurarme de que no era otra familia
más, de las muchas que hemos conocido.- Dijo con cansancio en la voz, dando a
entender que el trabajo de encontrarles, había sido demasiado largo.- Deseaba
hablar con Ud. y hacerme mi propio juicio, solo con escucharle la voz y cambiar
algunas palabras.
− Sí, claro, lo entiendo, puede que tenga razón. De todas maneras, sigue
siendo una aventura el meter en su casa a unos desconocidos, dándoles la
oportunidad de ser como de la familia. No es conveniente fiarse de la gente de esa
manera, incluyéndonos a nosotros, solo porque alguien le ha dicho que éramos
buenos.
− Ana, es Ud. estupenda. Todo lo que me dice es muy razonable y me afirma
más en la idea de que son las personas adecuadas para que ponga mi confianza

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en Uds. Me está demostrando su honradez y siento que no voy a ciegas.- Ahora
había optimismo en su voz que, Ana ya empezaba a conocer tan expresiva al
demostrar sus sentimientos.- Siempre me ha preocupado encontrarme con gente
sin escrúpulos que habrían visto la mejor oportunidad de su vida en aprovecharse
de mí, sacar el mayor partido posible y luego dejarme plantada. También he
pensado en todos los inconvenientes. Sin embargo, creo que he encontrado en
Ud. a la persona más honesta y sincera. – Laura, mientras hablaba, se sentía muy
feliz. Le gustaba la forma de razonar que tenía Ana. En realidad, estaba segura de
que sería así; ella no podía ser como todo el mundo, no, no, era de una raza
distinta. – Ana, no quisiera que pensara que hago las cosas sin tener completa
seguridad, por eso le voy a contar las razones que me han llevado hasta estar
segura de que Uds. son las personas que necesito: Primero, José es mi abogado
desde hace algunos años, confío en él por completo; en múltiples ocasiones me
ha demostrado que es digno de esa confianza. Por otra parte, está Eduardo; de él
podría decirle muchas cosas. Fue administrador de mi padre y le recuerdo en
nuestra casa desde que era una niña. Siempre ha sido como de la familia y ha
gozado de la confianza y el cariño de todos. No puedo recordar cuantas veces ha
sido la mejor ayuda que he tenido y la única persona a la que he podido acudir en
los momentos más difíciles de mi vida. Por eso, cuando él me dijo que Uds. eran
los más indicados, no he tenido ninguna duda. Después, José afirma que pondría
las manos en el fuego por Uds. y también lo creo. Así que sobre este tema, no es
necesario volver a hablar; está completamente claro.

La conversación continuó entre ellas, hablando de mil temas distintos.


Para Miguel era muy difícil seguirlas; él solo escuchaba una parte de la
conversación y le resultaba imposible entenderla. Daba la sensación de que se
conocían de toda la vida. Cuando acabaron, entre risas de complicidad, habían
pasado dos horas ó más.
Ana, al colgar el teléfono, seguía sonriendo, después recordó que Miguel no
había podido escucharlo todo; así que se lo contó animadamente y con toda la
expresividad que la caracterizaba, hasta con los detalles más pequeños; así era
Ana de meticulosa en todo lo que hacía.
A pesar de la confianza que se había establecido entre las dos mujeres, de
nuevo pensaron en los posibles inconvenientes y en las ventajas de aceptar un
cambio tan drástico en sus vidas. Pero, ahora lo veían desde una perspectiva
diferente. Laura Enciso y el Sr. González, ya no eran gente desconocida; ahora
estaba José por medio y eso era para ellos una garantía.
En sus pensamientos, como es natural, lo primero y más importante, era el
futuro y el bienestar de sus hijos, por eso, al recordar las palabras del Sr.
González cuando les dijo: “ Un día pueden tener una pequeña fortuna” Les dolía
pensar que había sido el dinero el que les llevaba a aceptar, pero, en realidad era
el convencimiento de que sus hijos podían disfrutar de una vida mejor. Sabían que
con un sueldo, como el que hasta ahora tenían, por bueno que fuera, no se podía
ahorrar para dejarles una herencia como la que les dejarían de esta manera.
También sentían mucha pena al pensar en dejar su casa, en la que habían
puesto muchos sacrificios y mucha ilusión. Entre esas paredes habían pasado
horas de alegrías y de tristezas. Cada habitación, cada mueble y cada detalle por

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insignificante que pareciera, tiene su historia y un recuerdo hermoso. ¿Cómo iban
a poder dejarlo así? ¡Cuanta incertidumbre¡
Esa noche se les hizo eterna; el sueño parecía no querer llegar nunca a
pesar de sentirse totalmente agotados, más por el cansancio mental que el físico.
La decisión que habían tomado era tan trascendental para sus vidas y las de sus
hijos, que no sabían como abordarla.
Entre los dos, hicieron un breve recorrido por los momentos que habían
vivido allí: La primera vez que estuvieron en la casa y la ilusión tan grande al
firmar la escritura que garantizaba que era suya de verdad; después de años de
hipoteca en los que muchos meses creían no tener el suficiente dinero para vivir y
pagarla.
Allí estaba la historia de cada Navidad, de cada cumpleaños, el día que
compraron los muebles del salón, cuando llegaron con cada uno de sus hijitos
desde el hospital, aquella vez que Miky dejó el grifo del lavabo abierto y se
encontraron todo inundado al volver del colegio...
Pero la decisión estaba ya tomada y los dos sabían que era definitiva;
emprenderían una nueva vida en una casa desconocida, con gente a la que no
habían visto nunca; todo porque deseaban que sus hijos tuvieran lo mejor, lo que
ellos no podrían darles jamás.

− Ahora que lo tenemos definitivamente resuelto y decidido, creo que


deberíamos intentar dormir, aunque sea un poco. ¿No te parece?- Dijo Miguel,
apagó la luz de su mesita de noche y besando a Ana, se dio la vuelta
− Sí, lo intentaremos. ¡Hasta mañana cariño!
Estaban todavía en la cama, era muy temprano, cuando sonó intempestivamente el
teléfono; Miguel se estaba planteando el levantarse para ir a trabajar y fue él quien
contestó. Era el Sr. González.
− ¡Buenos días! - Su voz sonaba muy animada y menos ceremoniosa que en
las dos ocasiones anteriores en las que habían hablado.- Tal vez es demasiado
temprano para llamarles pero, es importante para mi saber si han tenido tiempo
para tomar una decisión, si no es así, no pasa nada, pueden tomárse con calma el
tiempo que necesiten y lo volveré a hacer pasados unos días.
− Buenos días Sr. González. Aplazarlo no será necesario; anoche estuvimos
hablando con la Sra. Enciso y gracias a esa conversación, hemos conocido las
respuestas a casi todas las dudas que teníamos y que nos impedían llegar a una
decisión; ahora ya está tomada y la respuesta es que aceptamos el trabajo que
nos vino a ofrecer.
− Me alegro mucho.- Dijo después de unos segundos de silencio, para él muy
significativos, pero que para Miguel pasaron desapercibidos.- y, hasta me
atrevería a decirles que es la mejor decisión que han tomado en sus vidas. ¿Qué
les parece si nos vemos esta tarde a las siete en la oficina del Sr. del Valle?
− Muy bien, por nosotros no hay inconveniente, allí nos encontraremos a las
siete ¿Verdad?
− Eso es, debemos ultimar el acuerdo y firmar el contrato, ya sabe...
− Entonces, hasta luego.

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La oficina de José, se encontraba muy bien situada en el Paseo de Sagasta.
Era un edificio moderno, con diez plantas más las de oficina y que para alegría de
los usuarios, contaba con aparcamiento propio, lo cual resultó ser un gran alivio
para Miguel, dado lo difícil que era encontrar un buen sito donde dejar el coche a
esa hora. Subieron hasta el primer piso, dedicado exclusivamente a oficinas y se
encontraron que ya les estaba esperando el Sr. González que había llegado con
su habitual puntualidad. Después de los saludos y los comentarios de rigor, José
les informó de que ya tenía preparado el contrato a la espera de su firma.

Ana y Miguel, después de leerlo detenidamente, se sintieron un tanto


incómodos. Parecía que todo eran ventajas para ellos, hasta les daba la sensación
de que se estaban aprovechando de una mujer que no conocían. Era demasiado
bueno, tenía unos detalles en los que ellos jamás habrían pensado. Realmente
sospecho; esa era la palabra adecuada para definirlo.

− Si creéis necesario comentar algo en privado, podéis hacerlo en el otro


despacho que, en este momento está vacío. – Les dijo José, con amabilidad y
conociéndoles tan bien como les conocía, sabía que les vendría bien estudiar
todos los puntos entre los dos y a solas.
− Sí, gracias, lo vamos a necesitar. –Contestaron casi al unísono, los dos.

Ana y Miguel entraron y cerraron la puerta tras de sí. Después de sentarse


cómodamente en un sofá, extendieron el documento ante ellos, sobre la mesa
que había delante.

− Cariño, ¿Qué opinas de todo esto? A mí me parece demasiado bueno para


ser cierto.- Le dijo Miguel a Ana, después de echar un rápido vistazo a los
documentos que tenían frente a ellos.
− A mí también. ¡Que raro me resulta que pongan por escrito que tenemos
libertad de entrar en todas las habitaciones de la casa! ¿Es que no es así siempre
con los cuidadores y administradores de una residencia? –Ana siguió hablando-
Sobre todo pensando en que tenemos que ocuparnos de arreglarla.
− ¿ Y esto? “La Sra. Enciso se compromete a dar un trato como iguales a ella
a los Srs. Vidal- Rivas e hijos, así como a todos los integrantes del servicio” ¡Será
posible a estas alturas del siglo veinte!
− Puede que ella nunca estuviera de acuerdo con el trato que se les daba en
tiempos de sus padres, ya ves como eran las dependencias del servicio. –
Comentó ella.
− Mira esta otra cláusula: “ La educación de los hijos de los Srs. Vidal-Rivas,
correrá a cargo de la Sra. Enciso en su totalidad. Siempre que los Srs. Vidal-
Rivas, estén de acuerdo” Pues mira, eso no está mal que lo pongan por escrito, ya
sabes que las palabras se las lleva el viento. –Exclamó Miguel en voz baja.- al fin
y al cabo, no conocíamos a nadie para poder fiarnos, cuando nos lo dijo el Sr.
González.
− No sé que significa todo esto. Tal vez esta Sra. esté asegurándose el futuro
comprándonos de esta manera. – Comentó Ana mirando seriamente a Miguel.

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− Bueno, y si así fuera, tampoco le veo nada malo. “Quien algo quiere, algo le
cuesta” ¿No dice así el refrán? Me parece muy bien que si no tiene más familia, se
asegure de que, aunque solo sea por interés y, puede que por agradecimiento, ya
que no por cariño, va a tener a alguien que se ocupe de ella cuando no pueda
valerse por sí misma.
− Pero, con todo el dinero que tiene, bien se puede permitir el lujo de vivir en
una residencia de las más caras, donde tendría hasta un buen equipo de médicos
y enfermeras a su disposición.
− Ya sabes que el Sr. González nos dijo que lo que ella quería era lo más
parecido a una familia y, sobretodo, los niños, puesto que no los ha tenido propios;
de ahí el interés de ocuparse de su educación. Por lo menos es la sensación que
a mi me da. – A Miguel le pareció lógico el razonamiento que estaba haciendo
Ana.
− Sí, puede que tengas razón. Lo que pasa es que algo tan ventajoso, es
difícil de creer en estos tiempos.

Cuando salieron, a pesar de todas las dudas que seguían teniendo, estaban
decididos a firmar. El Sr. González, con una letra de altos y finos trazos, rubricada
con elegancia, lo hizo en representación de la Sra. Enciso por medio de un poder
notarial.
− Señores, como ya todo está en orden, les sugiero que me den una fecha
para visitar la casa y que así puedan hacer una valoración de las necesidades que
tiene.- Les dijo, satisfecho de lo que había conseguido.
− ¿Qué le parece si quedamos para mañana a la misma hora que hoy? A mi
me viene muy bien porque termino a las seis de trabajar, así podría ir a recoger a
Ana.
− Me parece perfecto. Les espero frente a la clínica Quirón y desde allí
continuaremos juntos.
− De acuerdo, allí nos veremos.
− Si no hay nada más en lo que les pueda servir, me marcho. Buenas tardes
a todos. – Se despidió el Sr. González, conciso, como siempre. Ya empezaban a
conocerle.
Le saludaron los tres al unísono y, cuando se quedaron solos con José, para
Ana y Miguel había llegado la hora tan esperada de las explicaciones por parte de
él.
− ¡Un momento, un momento! Parecéis lobos hambrientos comiéndome a
preguntas. – José estaba acorralado por sus amigos, que le exigían respuestas
rápidas y convincentes.
− Queremos que nos digas por qué nos ocultaste todo esto. Nos lo tenías que
haber contado aunque fuera un secreto; para eso están los amigos. En cambio tú
has tenido el valor de callar a pesar de que te hemos pedido que nos ayudaras a
decidirnos. Te has limitado a ver desde lejos el dilema y la preocupación por la
que estábamos pasando y te has quedado tan tranquilo.- Miguel le lanzó todo esto
sin pensar en que, con sus palabras atropelladas, podía molestar a su amigo, pero
siguió con sus preguntas: - ¿Quién es esta mujer? ¿Cuánto hace que la conoces?
¿Por qué nunca nos hablaste de ella? ¿Dónde vive? ¿Cómo es?...- Uno a otro se

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quitaban las palabras, deseando que José les contestase a todas las preguntas
cuanto antes.
− Un momento, por favor. No puedo contestarlo todo a la vez; me estáis
aturdiendo con tantas recriminaciones y tantas preguntas. Primero os diré que no
estoy autorizado a decir nada que mis clientes no deseen que se diga. En este
caso, las ordenes fueron de discreción absoluta. Segundo, soy su abogado desde
hace cinco años. Tercero, no puedo hablar de mis clientes por importantes que
sean, sería un aburrimiento para vosotros y para mí, a parte de que tampoco os
interesa saber nada de mi trabajo.- José se tomaba todo con calma excesiva para
la curiosidad de sus amigos.- Contestaré solo las preguntas que pueda, que no
son todas: Vive en Canberra, Australia. ¿Cómo es? Bueno, eso lo tendréis que ver
por vosotros mismos, yo no la he visto nunca en persona, nuestra relación ha sido
siempre por teléfono y por medio del Sr. González; ella no ha venido a España en
muchos años y yo no he tenido la suerte de poder ir hasta Australia. ¡Con lo que
me hubiera gustado! ¿No os parece que son ya demasiadas preguntas? ¡Basta!
Me siento como interrogado por la policía de los años cincuenta. Ya os enteraréis
en su momento de lo que falta. Lo que sí os puedo asegurar, es que habéis hecho
lo correcto, tomando la mejor decisión de vuestra vida.
− Eso es lo que deseamos y tú serás el responsable para bien o para mal,
porque nos has metido en todo este lío, ocultándonos la verdad y sin pedirnos
opinión. Esperemos agradecértelo toda la vida, esa será la señal de que no te has
equivocado.

De vuelta a su casa, en el coche comentaron que todavía les parecía


increíble que, tan solo hacía unos días, tenían la vida organizada, sin
complicaciones y totalmente predecible. Ahora, sin embargo, se encontraban ante
un futuro incierto, con una casa desconocida que tenían que restaurar; buscando
empleados y perdiendo la tranquilidad de su vida, por una inesperada
responsabilidad. Además de todo esto, se encontraban ante un cambio total de
costumbres y hábitos, que no sabían cómo afrontar.

Entre todos los cambios, había otra cosa que le resultaría especialmente
doloroso a Miguel: Despedirse de su empresa. José le había informado que el
tiempo mínimo que debía continuar en ella para que se pudiera despedir, era de
quince días. De este modo la empresa tendría tiempo de buscar a alguien que lo
sustituyera.
Por eso, a la mañana siguiente, debía hablar con sus jefes para
comunicarles su marcha. Era un momento muy difícil para él. Después de diez
años, a aquella empresa la consideraba, casi como suya, las personas que la
integraban, eran como parte de su familia, con sus problemas, sus momentos
agradables y otros menos buenos; igual que en las familias, cuando había algún
fallo, todo se perdonaba y se volvía al trabajo con entusiasmo. Estaba seguro que
tardaría mucho tiempo en superarlo; les echaría de menos a todos. Muchos de sus
colaboradores, habían empezado desde cero y él les había enseñado todo cuanto
sabían; se sentía un poco padre de ellos, a pesar de su juventud...Pero ya tenía la
decisión tomada.

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Ana, también tendría que despedirse de sus actividades en el colegio de sus
hijos; ya no habría tiempo para asistir a las reuniones, ni de participar en los
programas extraescolares. Hablaría con el director para comunicarle que el
próximo curso, las plazas de sus hijos quedarían vacantes.
Se despediría de tantas amigas como tenía en su calle, de sus vecinas las
cuales le confiaban sus más íntimos problemas buscando el consejo discreto y
cariñoso que ella siempre estaba dispuesta a darles.
Todo no era malo, porque se alegraba de perder de vista a la vecina del piso
de arriba, que se había propuesto amargarle la vida, sin saber que a Ana, no se le
podía estropear la existencia, con solo algunas molestias por parte de una
persona que sí estaba amargada.

Sentían los dos, de forma especial, el que sus hijos perdieran a sus amigos y
compañeros de clase; eso podía marcarles mucho a su edad; confiaban en que,
por lo menos los más cercanos, pudieran continuar visitándose. La reacción que
tendrían los niños, era algo por ver.

− Tal vez cambiar de vida no sea tan malo, después de todo.- Le dijo Miguel,
parándose en un semáforo en rojo.- Tenemos por delante todo un mundo de
experiencias nuevas y de proyectos por los que luchar.
− Creo que será apasionante. Estoy impaciente por ver cómo es la casa por
dentro. Siempre me ha intrigado, cada vez que la he visto me he preguntado cómo
sería vivir en una mansión de esas dimensiones. ¡Las vueltas que da la vida!
Ahora somos nosotros los que la vamos a restaurar y nuestros hijos van a disfrutar
de ella como si fuera la cosa más natural del mundo.

Aunque, aparentemente Ana y Miguel habían asumido su papel en el


proyecto que les pareció una locura al principio, oculto por la avalancha de
sorpresas y nuevas perspectivas, siempre estaría el misterio que les rodeaba,
latente en sus mentes.
Inconscientemente, esperaban que dentro de la gran casa, estuvieran las
respuestas que tanto ansiaban. Lo que no sabían es que sus dudas se irán
haciendo cada vez más grandes. ¿Llegarían las respuestas cuando conocieran a
Laura Enciso?

20
LA CASA ENCISO

CAPITULO II

Al mismo tiempo, con la puntualidad que les había enseñado el Sr. González,
llegaron ante la clínica Quirón, un taxi, del que se bajó el anciano Sr. y el Ford
Fiesta color burdeos de Miguel. Después de saludarse, se subieron al Ford y
juntos, recorrieron el corto trayecto que les separaba de la Casa Enciso.

Se encontraban ante la puerta del jardín; una verja grande con un trabajo de
forja muy complicado y artístico, pero en el que se notaba ostensiblemente, el
paso del tiempo y el abandono; estaba oxidado, sucio y en algunos puntos, roto.

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Ana y Miguel, recordaban perfectamente las veces que se habían detenido
frente a esa verja, sobretodo cuando eran novios y paseaban por el parque
siempre que salían y hacía buen tiempo, pues nunca disponían del suficiente
dinero para ir a otra parte como el cine o una cafetería. Siempre, mirándola, había
surgido el mismo comentario: “¿De quien será esta casa tan hermosa? ¡Qué
lastima dejarla así! ¿Por qué la habrán abandonado?”

Venciendo las dificultades que la oxidada cerradura le ofrecía, el Sr.


González, consiguió abrir la enorme verja del jardín.
Delante de ellos se encontraba la avenida que conducía hasta la puerta
principal. Se adivinaba que, en otro tiempo, el camino era de piedra; pero habían
crecido las hierbas entre las juntas y ahora estaban cubiertas de maleza y hojas
secas, medio podridas y de toda clase de basura que el viento había ido
amontonando allí, durante los muchos años en que nadie se había preocupado de
limpiar.

El espectáculo era desolador. A los lados de la avenida, los árboles eran muy
altos de enormes troncos, algunos torcidos y heridos por el tiempo; chopos, pinos
y algún que otro sauce llorón que, por ser tan grandes, habían sobrevivido al
abandono, alimentados por las lluvias.
Todo lo demás, eran malas hierbas y suciedad que se habían ido
apoderando de un jardín que, en otro tiempo, debió ser maravilloso en su enorme
tamaño.

Las tres personas se pararon en el camino, mirando a un lado y al otro;


sintiendo como si hubieran entrado en el mundo desolado y fantasmagórico de las
pesadillas, en las que se espera, de un momento a otro, ver aparecer un ser
deformado y horrible, de en medio de aquella maraña de siniestros arbustos y
enormes enredaderas que se entretejían formando un laberinto sin salida.
A la derecha, se encontraron con un estanque que, en el centro tenía una
composición muy hermosa, formada por un niño semidesnudo, que jugaba con
dos grandes delfines que, se suponía, echaban agua por sus bocas abiertas. Las
figuras de esta fuente, se intuía que eran de mármol blanco. Todo estaba cubierto
por la suciedad y la basura; en el fondo del estanque se veía un resto de aguas
podridas, hojas, papeles y hasta un gato muerto.

−Esta era una hermosa fuente que nos alegraba las ardientes tardes de
verano. Ya saben cuanto calor tenemos en Zaragoza, seco y bochornoso. Las
figuras, parecían tener vida. El agua que salía por las bocas de los delfines caía
en cascada hasta el estanque, produciendo un sonido muy agradable y que a la
vez, refrescaba el aire; aquí, como acabo de decirles, es necesario tener algo que
humedezca el ambiente. Alegraba mucho el jardín... Sí, era muy hermoso y
relajante. – Los ojos del anciano, se iban empañando por las lágrimas, que intenta
disimular. La pareja se había dado cuenta de ellas, comprendiendo el sufrimiento
que el estado del aquel hermoso parque le podía producir pero, con una mirada,
decidieron no haberlas visto.

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Al otro lado de la avenida, se encontraba una preciosa pérgola que un día,
debió ser una obra de arte; en cambio ahora estaba prácticamente cubierta de
enredaderas y de arbustos silvestres que crecían salvajemente a su alrededor y
en el interior. Estaba derrengada, oxidada y en un estado lastimoso. Ya apenas se
distinguían los hermosos grabados de las columnas que formaban un encaje de
flores y hojas en mármol rosa. Entre las columnas que sujetaban el techo
abovedado, la forja hacía arcos de flores entretejidas con hojas. ¡Que pena! Ya
todo era un amasijo de hierros retorcidos en los que difícilmente se distinguía la
belleza que había tenido en su tiempo.
Dentro había una mesa rodeada de bancos, todo de piedra también con
grabados y torneados, que recordaban los templos griegos; pero estaba cubierto
de moho verde y con terribles erosiones.

Por todo el jardín, se iban encontrando pedestales en los que se adivinaban


que un día tuvieron maceteros llenos de flores y figuras que adornaban el parque,
como si de una familia de pequeños habitantes de piedra se tratara; sin embargo,
el tiempo los había convertido en tristes formas sin ningún encanto a las que les
faltaba la cabeza, a algunas los brazos, a otra las piernas ... y estaban medio
ocultas entre la maleza.

Dando la vuelta a la casa, Ana y Miguel, se encontraron sorprendidos por


una extraordinaria piscina en lo que parecía una zona de recreo. Estaba rodeada
de una gran extensión de terreno, en el que, seguramente, habría césped y
sombrillas para poder tomar el sol y jugar con pelotas y otros juegos. Todo el
borde era de piedra y por la parte más profunda parecía tener más de cuatro
metros; en la otra mitad, separada por una hipotética red, se encontraba la que
debió ser para los niños, pues no parecía tener más de medio metro de
profundidad. Como todo lo demás, estaba cubierta de basura y restos de aguas
verdes y pestilentes.

− ¡Cuánto van a disfrutar los niños cuando todo esté limpio este verano! Para
el agua son incansables. – Le dijo Miguel al Sr. González, que se sonrió ante la
gran imaginación que había que tener tal como estaba la piscina en esos
momentos.

Siguieron caminando por el extenso jardín, comentando lo que se podía


hacer, por parte de los jóvenes y lo que fue, por parte del anciano que sentía una
gran nostalgia por los tiempos pasados, convencido de que, por muy bien que se
arreglara, nunca volvería a ser como había sido.
Cuando vieron la casa de cerca, les impuso un gran respeto; era mucho más
grande de lo que parecía desde la verja de entrada al jardín. Era tan sólida, tan
maciza, que les dio la sensación de encontrarse ante una edificación con varios
siglos en sus muros. La fachada era de piedra y estaba en perfecto estado. Los
postigos de las ventanas, también se veían muy sólidos y solo parecían necesitar
un buen lijado y abundante pintura.

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El edificio constaba de dos plantas y el ático. Éste, estaba rodeado por una
terraza con balaustres de mármol blanco. Los tejados eran de pizarra que brillaba
con los rayos del sol, ya muy alto en el cielo.
En su parte derecha llamaba la atención, una hermosa torre semicircular,
también cubierta de piedra a la que, los grandes ventanales y la puerta que daba
al jardín, con hermosas cristaleras, le quitaban ese aspecto triste, frío y enjuto de
las construcciones medievales. El tejado de la torre, como era de esperar en su
estilo, terminaba en aguja también cubierto de pizarra, que le confería un aire algo
más gracioso.

Miguel y Ana, ayudaron al Sr. González a subir los cinco escalones que les
condujeron hasta la puerta de entrada. Eran de mármol blanco, o por lo menos,
eso parecía. El porche estaba rodeado de una balaustrada de mármol blanco,
igual que la de la terraza superior. La puerta era de madera, extraordinariamente
sólida y en bastante buen estado. En la parte de arriba, tenía medio rosetón de
cristales emplomados de diferentes colores y a los lados de la puerta, también
había cristales que, sorprendentemente, estaban intactos.

Después de haber visto el espectáculo de desolación que presentaba el


jardín, el aspecto de la casa les tranquilizó un poco. Aunque todavía no habían
visto el interior, se podía suponer que estaba bien protegido por los sólidos muros
que lo guardaban.

Los hombres se habían entretenido comentando el estado de la fachada y


del jardín. Ana, por su parte, aunque pareciera poco comprensiva, se
impacientaba ante la parsimonia del Sr. González. En su prisa por ver el interior de
la casa, no se daba cuenta de que el pobre Sr. pasaría de los ochenta años. Sus
pasos eran desesperadamente lentos y, de vez en cuando, se detenía para tomar
aliento. Sus hombros estaban encorvados, el pelo, aunque abundante, era
completamente blanco, al igual que las espesas cejar bajo las cuales brillaba,
todavía, un destello de astucia en los cansados ojos, los que, un día, se podía
adivinar que fueron grandes y hermosos. En toda su persona, se veía el reflejo del
que fuera un hombre atractivo y muy apuesto. Ana, observándole, pensaba que la
vejez era muy injusta volviendo feo, lo que fue hermoso....o no, porque en muchos
casos, no estaba mal poner en su sitio a quien se creyera superior porque su
aspecto era más perfecto que el de las demás personas, sin saber que por dentro,
estaban completamente vacíos.

Por fin, el anciano, subió los pocos peldaños de la entrada apoyándose en el


brazo de los jóvenes. La cerradura de la puerta principal, era otro reto para quien
se decidiera a intentar abrirla. Lo consiguió Miguel con mucha paciencia; todo el
mecanismo estaba lleno de polvo y sin engrasar y, mientras lo hacía, Miguel
estaba temiendo que se partiera la llave en el interior, entonces se hubieran
complicado mucho las cosas, pero no fue así, por suerte o por el extremo cuidado
y la habilidad que tuvo al hacerlo.

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Al entrar en el vestíbulo, lo primero que recibieron fue un fuerte olor a
humedad. Todo estaba sumido en la neblina de polvo en suspensión que había
levantado el aire al abrir la puerta. Se movieron las telarañas y las sábanas que
cubrían los muebles; parecía un baile de fantasmas en la semipenumbra del
interior y a Ana, le recorrió un escalofrío por la espalda. Cuando el polvo se fue
asentando, se empezó a ver todo lo que les rodeaba.
Las tres personas, esperaron con paciencia que todo su alrededor se
despejara desde la puerta.
El vestíbulo era muy grande, como todo lo que habían visto hasta ese
momento, desde que entraron en el jardín. Al fondo, lo primero que les llamó la
atención, fue una hermosa escalera de mármol rosa en la que destacaba el
maravilloso trabajo de labrado que lucía la baranda; era tan original, que Ana se
acercó para poder verlo con detalle.
La escalera arrancaba con diez peldaños muy amplios, en semicírculo, luego
se abría en dos, a izquierda y derecha, igualmente ancha y majestuosa. En el
rellano que hacía la división de los tramos, había una mesa consola a la que Ana
le quitó la sábana que la cubría; ella no entendía de muebles antiguos, por eso no
sabía definir de qué estilo era, solo podía ver que su línea era fina y elegante;
encima tenía una figura de alabastro que representaba a una mujer coronada de
flores por dos palomas blancas, su largo pelo parecía movido por el viento,
haciendo un remolino de hebras doradas que envolvía su cintura; era de una
belleza exquisita. En la parte superior, en la pared, había un gran espejo con
marco dorado muy ostentoso en el dibujo que lo adornaba.

− ¿Está admirando la escalera? – Preguntó el Sr. González que se había


acercado por su espalda sin que ella lo hubiera notado. Con un sobresalto que le
disparó el corazón en descompensados latidos, contestó:
− Sí, me ha impresionado de hermosa que es; el labrado es extraordinario,
podría pasar horas y horas mirando cada uno de sus motivos. Luego me he dado
cuenta de esta figura; también me ha gustado mucho, creo que es la más bonita
que he visto en mi vida. – Le contestó ella, algo más calmada, aunque seguía
latiéndole el corazón de forma alocada.
− La escalera fue construida por un arquitecto italiano, llamado expresamente
para ello hace más de ciento cincuenta años. El mármol empleado, fue traído
desde Carrara. Siempre ha sido un orgullo para la familia. Les gustaba ver la
impresión que producía a todo el que la miraba. La figura que tanto le ha gustado,
procede de un viaje que hizo el abuelo de la Sra. a Holanda; se la regaló a su
esposa para su cumpleaños. – Hablaba tan apasionado, que los jóvenes le
escuchaban con atención.
− Quiero que se fijen en otra de las maravillas de la casa: La cúpula. – Dijo
señalando hacia arriba; los dos siguieron su mirada y, conforme la subían iban
descubriendo la artística baranda del primer piso, la del ático, igualmente hermosa
y más arriba sus ojos se quedaron extasiados ante una cúpula de dimensiones
exageradas y con uno de los emplomados más hermosos que nunca habían
imaginado. Era una combinación de formas abstractas en múltiples colores que,
en su época, habría sorprendido a muchos, por lo futurista que parecía; en el

25
centro, formaba un sol de rayos dorados del que partía una gruesa cadena de la
que pendía una gran araña de cristal que estaba cubierta para protegerla del polvo
− Nunca había pensado que se pudieran tener cosas tan hermosas.- Dijo
Ana, verdaderamente extasiada.
− Es una pena que no puedan admirar la lámpara; es una obra de arte hecha
por uno de los más prestigiosos artesanos de la época; es de cristal de Bohemia,
tiene casi tantos años como la propia casa. Ha sido restaurada en varias
ocasiones, pero todavía conserva gran parte del cristal original; es espectacular el
reflejo del cristal cuando está encendida, parecen miles de diamantes de todos los
colores del arco iris.– Se acercó a una de las paredes señalando una manivela, les
explicó que ésta era desde donde se bajaba la lámpara.
− En esta casa. – Siguió diciendo con orgullo mal disimulado. – Hay muchas
cosas extraordinarias, no solo estas. Vengan conmigo y verán. Miguel, por favor
¿quiere ir delante para abrirnos paso?

Se disponían a cruzar el vestíbulo, dirigiéndose a la izquierda. Ana, algo más


atrás, miraba a su alrededor imaginando por un momento, cómo serían las fiestas
y los bailes en los tiempos de máximo esplendor, cuando la gran araña estuviera
encendida, la escalera pulida y limpia, los muebles nuevos; las joyas y los trajes
de la más alta sociedad, brillaran con toda su belleza. Estaría todo adornado de
flores de los propios invernaderos y los sirvientes vestidos con trajes negros y
guantes inmaculados, se moverían de un lado a otro atendiendo a los importantes
invitados; desde un rincón de aquel enorme vestíbulo, una orquesta de cámara,
pondría un exquisito fondo de música escogida, a las conversaciones de las
personas que se habían reunido alrededor de sus ricos anfitriones. ¡Cuánto le
hubiera gustado estar allí!

Despertando como de un sueño, se dio cuenta de como los hombres se


dirigían a una de las puertas. Miguel, se iba abriendo paso entre las telarañas con
lo brazos extendidos, parecía un explorador en plena selva del Amazonas, solo le
faltaba el machete para ir cortando las ramas y arbustos que le cerraban el paso.
Con esta idea, se acercó a ellos todavía sonriendo.

La primera puerta que abrieron, daba paso a una estancia en total oscuridad.
Siguiendo las instrucciones del Sr. González, Miguel consiguió llegar hasta los
grandes ventanales y encontrando la manivela que servía para levantar las
persianas; empezó a darle vueltas con bastante esfuerzo, porque como todo,
estaba llena de suciedad. Con chirridos y bamboleos, por fin la pesada persiana
llegó hasta arriba. No con menos esfuerzo, consiguió abrir los postigos de
bisagras oxidadas. Cuando por fin lo logró, la luz entró con prisa mostrándoles una
amplia habitación, donde los muebles, cuadros y lámparas, estaban cubiertos de
sábanas y telarañas tan tupidas como un tejido. Con mucho cuidado, Ana cedió a
la tentación de ver alguno de los muebles pero, a pesar de todo el sigilo que puso,
el polvo le hizo toser y llorar; aunque no le impidió quedar maravillada al
comprobar la belleza y calidad del aparador, así como la de los candelabros,
todavía dorados a pesar de no haberlos limpiado en tantos años, y la de figuras

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que iba descubriendo y pensaba: “-Son auténticos tesoros, ¿Cómo ha podido
estar todo esto tan abandonado?-“

− Este es el comedor, como han podido comprobar. Los muebles, estos y


los de toda la casa, han sido codiciados por los anticuarios que me han ofrecido
autenticas fortunas por ellos; pero la Sra. no ha querido nunca ni oír hablar de
venderlos. Ya los verán cuando estén limpios y brillen con toda su hermosura.

La siguiente puerta era un pasillo donde encontraron cuatro puertas más. La


primera era un cuarto pequeño donde se guardaba el servicio del comedor en el
que había una puerta que se comunicaba con el, allí había unas estanterías que
contenían una gran cantidad de objetos: Las mantelerías, los cubiertos, la
cristalería, la porcelana...etc. Cubierto por una espesa capa de polvo y telarañas.
Le seguía un cuarto de aseo, que no les despertó mayor interés. Al final del
pasillo encontraron una puerta de dimensiones más grandes que las otras. Ante
ella se detuvo el Sr. González y con evidente orgullo les dijo:
− Aquí está la mayor joya que posee la familia Enciso: La biblioteca.- Con
movimientos casi ceremoniosos, el anciano Sr. abrió las pesadas puertas. Dentro,
todo estaba en tinieblas apenas rotas por la claridad que llegaba desde las
ventanas que ya se habían abierto en las otras habitaciones por las que habían
pasado. Miguel se adelantó y comenzó a abrir las ventanas. Un torrente de luz
inundó la habitación que, como las demás, tenía los muebles cubiertos, pero había
algo en esta estancia, que era imposible cubrir: Las imponentes cristaleras que
guardaban la cantidad más increíble de libros imaginada. Desde el suelo, hasta el
techo, las paredes estaban cubiertas de estanterías.
− Esta es la biblioteca.- Volvió a decir el Sr. González. Mirando en derredor
suyo y admirándola, como si fuera la primera vez que la veía.- La idea de
acristalarla la tuvo el abuelo de la Sra. Él fue el que más contribuyó en la colección
de libros únicos. Era un gran bibliófilo; dedicó su vida y buena parte de su inmensa
fortuna, a su pasión por buscar ediciones raras ó de las que solo quedaban
algunos pocos ejemplares; primeras ediciones de un siglo determinado, los
incunables, que, como ya saben, son los libros que fueron editados desde que se
inventó la imprenta, hasta el año 1500...etc. Si Uds. son aficionados a la lectura,
ya irán descubriendo muchas más cosas que les sorprenderán, porque, como
pueden apreciar, aquí está representado todo el saber de que dispone el hombre
por escrito.
− Sí, sí, somos muy aficionados a la lectura, pero creo que llegar a tener
tantos conocimientos, como se encierran aquí, nos puede llevar más de una vida.
– Contestó Ana, con los brazos extendidos, queriendo abarcar todas las
estanterías.

Dejaron la biblioteca con desgana, porque se hubieran quedado en ella


durante mucho tiempo ¡Había tanto que descubrir entre los increíbles ejemplares
que allí se guardaban!
La puerta siguiente, era un despacho que perteneció al último de los Srs.
Enciso; tampoco se entretuvieron demasiado en el. Como en todas las demás

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habitaciones todo esta tapado y prefirieron esperar al momento de la limpieza y los
arreglos para verlo con detenimiento.

Salieron al vestíbulo de nuevo y al lado de la puerta que acababan de dejar,


encontraron un reloj de pie de madera de Palo Santo; sus largos péndulos estaban
inmóviles, la esfera era de esmalte blanco, ya casi amarillento y los números
romanos, estaban bellamente incrustados de oro en un fondo negro. Sus
campanas, en otro tiempo, seguramente llenarían con el eco de sus tañidos toda
la casa.
A su lado, había otra puerta de cristal muy labrado con flores y dibujos
complicados; al abrirla se encontraron con un ascensor. Ana se sorprendió mucho
al verlo, era la primera vez que tenía la oportunidad de estar dentro de un
ascensor privado. Era muy bonito, tenía un sillón de terciopelo rojo y un espejo
que cubría toda la pared del fondo, dándole más amplitud al reducido espacio; las
otras paredes, estaban cubiertas por un acolchado de raso blanco. El espejo tenía
un marco dorado compuesto por racimos de uvas y hojas de parra, todo muy
elaborado. Este detalle le gustó mucho.
− La abuela de la Sra. Padecía una clase de artritis deformante que le
impedía moverse con facilidad, por ese motivo, se instaló este ascensor, para que
pudiera subir hasta el solarium, que tanto le gustaba.- Le informó el anciano señor,
con expresión nostálgica.

Continuando el recorrido, se encontraron con un saloncito muy coqueto y


acogedor. Esta habitación les pareció pequeña, después de ver las demás, pero
solo ella, era más grande que la mitad de su casa, esto hizo imaginar a Ana, que
era ideal para los momentos más íntimos y hogareños en una casa tan grande.
A la derecha de la escalera, había una puerta que les llevó hasta otro pasillo.
Esta parte era completamente distinta a todo lo que habían visto hasta ese
momento. Les pareció haber entrado en otra época, en otro mundo donde la
oscuridad y la tristeza predominaban sobre las ilusiones y las alegrías de las
gentes que los habitaban. Todo tenía un aspecto horrible. Los muebles no estaban
tapados como los otros.
Ana y Miguel, se miraron sin dar crédito a lo que tenían delante. No podían
entender lo que pasaba. Acababan de salir de un paraíso de lujo y riqueza, para
entrar en un mundo oscuro y tétrico.
− Estas son las dependencias del servicio. – Les informó el Sr. González. –
Esta puerta más grande es la cocina, las otras son dormitorios, un cuarto de baño,
otro cuarto de estar, la despensa y la del fondo es la entrada de servicio; esta otra
es la escalera del sótano y la que está allí, es la de los lavaderos.
El Sr. González, no parecía dispuesto a pasar de la entrada del pasillo, pero
Ana y Miguel, se mostraron muy interesados por ver con detalle toda aquella parte
que parecía ser vergonzosa para él.
La pareja siguió el recorrido atónita. Todo lo que les rodeaba, parecía sacado
de las películas de esclavos negros que vivían en condiciones infrahumanas y que
eran tratados peor que los animales. Con pena vieron que no hacía falta irse tan
lejos para encontrar algo bastante parecido. En las mentes de ellos, surgieron

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muchas preguntas que nadie les sabría contestar: ¿Cómo podía una familia que
se creía civilizada y que gozaba de la mejor educación, tener en su casa tales
diferencias? ¿Qué clase de conciencia les permitía vivir en la abundancia,
mientras los que le servían estaban con tanta miseria?
Al parecer, el Sr. González, pudo leer en sus caras la impresión que los
jóvenes inexpertos en estos temas, habían recibido al comprobar la desproporción
entre unas habitaciones y otras. Apresuradamente les dijo:
− Espero que recuerden una de las cláusulas del contrato donde se
especifica que todos serán tratados como iguales en esta casa. La Sra. no quiere
que esto se vuelva a repetir; nunca estuvo de acuerdo con estas diferencias y eso
le causó muchos disgustos con sus padres, sobre todo con su madre que era muy
reacia a los cambios. Esta parte, según su deseo explícito, habrá que rehacerla
por completo.
Volvieron por el pasillo sucio y oscuro para salir de nuevo al vestíbulo. Algo
más adelante y cerca de la puerta de entrada, se detuvieron ante la puerta más
grande y extraordinaria que habían visto nunca.
− Este es el salón. No me es posible describirles las maravillas que contiene,
hay cosas que solo se pueden apreciar viéndolas. – Les dijo el anciano, sin
disimular el orgullo que sentía por todo lo hermoso que contenía la casa y que
formaba parte de su vida, tanto como si le hubiera pertenecido por completo a él.

Mirando el inmenso salón donde solo se podía apreciar el decorado del techo
con extraordinarios rosetones y molduras de escayola dorados y policromados en
un estilo exquisito, creación de alguien preocupado sólo por lo bello y original. Las
paredes estaban cubiertas de seda azul pastel que, aunque sucia, todavía se
podía apreciar.
En medio de la pared que daba al jardín, les atrajo la atención de una forma
especial, los ventanales de la torre y la gran puerta de cristal tallado que tenía
acceso al estanque. Podían apreciar que, solo con los metros de aquel salón, se
podría edificar una casa y no pequeña.

− No piensen que por ser tan grande es menos acogedor. Aquí se han vivido
momentos de mucha felicidad, como cuando nació la Sra. su padre estaba como
loco con ella, era su muñequita de porcelana... También, recuerdo como si fuera
ayer, cuando en las tardes de verano, era muy hermoso sentarse en uno de los
sillones con los ventanales abiertos, escuchar el rumor del agua en el estanque...-
Sus ojos tenían un brillo soñador, como si volviera a ser como antes; luego, la
realidad se impuso y les dijo: - ¿Quieren seguir con la visita?
La pareja se miró y sin necesidad de palabras, entendieron que sería muy
cansado para el Sr. González continuar, así que decidieron terminar al día
siguiente; de todas formas, ya se estaba haciendo de noche y apenas se podían
ver con claridad.

Cuando llegaron a su casa, Ana y Miguel comentaron que había varias cosas
que les preocupaban especialmente. Ana, pensando en los niños; creía que habría

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que hacer algo para que estuvieran bien cuidados mientras ella se dedicaba a su
nuevo trabajo, sabiendo que, en los próximos meses tendría que pasar mucho
tiempo sin poder atenderles como era su costumbre.
Esta idea le iba dando vueltas en la cabeza, todo el tiempo mientras atendía
a sus hijos y, hasta que se sentaron en el saloncito, después de que los hubiera
acostado, no habló del tema con su marido.
− Estoy pensando que es un abuso por mi parte dejar a los niños en casa de
Yolanda. Ella es muy amable estos días, pero no creo que deba seguir dejándolos
allí. Ya se que ellos están encantados, porque se pasan el tiempo jugando con su
hijo. De todas maneras, creo que tendría que buscar a alguien que se ocupe de
ellos...- Tras un momento de reflexión, dijo: - ¿Sabes en quien estoy pensando?
− Pues...no tengo ni idea. Vas demasiado deprisa para mi. - Miguel, como
muchas veces, se había perdido intentando seguir los pensamientos de ella.
− Estoy pensando en Amparo, la hija de María; ya sabes a quien me refiero.
− Sí, creo que sí; es la señora que vive en el primero.
− Eso es. Amparo es una chica muy formal y cariñosa; además, creo que les
vendría muy bien el dinero. Hace unos meses María ha conseguido separarse del
marido, ¡Por fin! Siempre me he preguntado cómo ha podido aguantar tantos años
de borracheras y de malos tratos; ya sabes los escándalos que formaba de vez en
cuando.- Ana lo sabía muy bien, porque, en más de una ocasión, fue el paño de
lágrimas de María, cuando ésta estaba aterrada por las constantes palizas que
recibía, tanto ella, como sus hijos, sin importarle la edad que tenían.- Ella y sus
hijos han estado siempre amenazados de muerte y lo mismo le pegaba a ella,
como a los niños. Ahora ya no está en la casa, pero les ha dejado en la miseria y
es María la que tiene que trabajar para mantener a su familia, con lo grande que
es, y poder salir adelante; pero ahí no queda todo el problema; por si fuera poco
toda una vida de sufrimientos, le ha jurado que, en cuanto la vea sola por la calle,
la matará. La pobre tiene mucho miedo porque está segura de que es capaz de
cumplirlo. Cuando va a trabajar, siempre le acompaña Mario, el hijo mayor, luego
va a buscarla. Así no se puede vivir. Lo ha denunciado, ya no se cuantas veces; el
juez le dio una orden de alejamiento, pero no la cumple y por más que lo
comunique a las autoridades, no hacen nada y el peligro lo tiene pegado a la
espalda a todas horas.- La impotencia ante un caso tan triste, se le notó a Ana
claramente en la pena que reflejaba su mirada, mientras se lo contaba a Miguel.
Luego, tras ocurrírsele una buena idea, ésta se le iluminó.- Pensándolo bien,
podríamos darle trabajo a Mario también. Es un chico serio y maduro para su
edad; su madre dice que sirve para todo. Les haríamos mucho bien dándoles
trabajo a los dos; así ella, podría ocuparse de los más pequeños, que todavía le
quedan cinco, y no viviría con el constante miedo a que la maten. ¿Qué opinas?
− Que tendrían que darte el Nóbel de la Paz.- Dijo él, sonriendo pero, muy
orgulloso.- Siempre te preocupas por los demás. Me parece muy bien, si tú les
conoces y estás segura de que se puede confiar en ellos, por mí no hay
inconveniente; de todas maneras tenemos que buscar a muchos más.

Eran las ocho de la mañana y la familia al completo, ya estaba preparada


para salir. Los niños se iban al colegio y los padres habían quedado en recoger al

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Sr. González para terminar de ver la casa, cuando, al sonar el timbre del teléfono,
les cogió por sorpresa..
− Cariño, atiéndelo tú, mientras yo voy a llevar a los niños, luego vendré a
buscarte. – Le dijo Miguel, que sostenía en una mano las dos carteras y en la otra
dos manecitas impacientes.
− ¿Diga? - Contestó Ana, pensando que era una hora inoportuna para llamar.
− ¡Hola! ¡Buenos días! Soy Laura. – Al escuchar la voz del otro lado del
teléfono, Ana volvió a sorprenderse; esa voz parecía la de una mujer joven, nadie
podría pensar que se trataba de una señora que ya había pasado bien de los
sesenta años.
− ¡Buenos días! Aunque para Ud. serán buenas noches, ¿no es así?
− Así es. ¿Cómo están? Y los niños ¿Están bien?
− Sí, sí, todos estamos perfectamente, gracias.
− He hablado con Eduardo y me ha dicho que todo marcha estupendamente
y que no ha habido ningún problema con los trámites legales. También me ha
dicho que estuvieron en la casa. ¿Qué les ha parecido? Él no ha podido decirme
mucho, tenía prisa y no insistí, más que nada porque prefiero que me lo contéis
vosotros.
− Sí, fuimos allí, pero no la vimos entera, solo el jardín y la planta baja. Nos
pareció que sería mejor dejarlo para terminar de verla hoy; el Sr. González, se
fatiga mucho.
− ¡Claro! El pobrecito ya está muy mayor. Bueno, pero ¿qué os ha parecido?
Perdóname si te parezco muy exigente, pero estoy deseando saber en qué
condiciones se encuentra.
− Sí, si, lo comprendo.- Entonces Ana empezó a contarle todo cuanto habían
visto.- El jardín está bastante mal; es natural, dado que lleva mucho tiempo sin
que nadie lo cuide. Todas las plantas se han muerto y las malas hierbas se han
apoderado como una plaga; los únicos que han resistido, han sido los árboles más
grandes. Todo lo demás, está muy estropeado, sucio y feo. Muchas de las
estatuas y adornos, habrá que restaurarlas, otras están tan rotas que será
necesario buscar las más parecidas. Nos ha gustado mucho el estanque, por lo
menos está nuevo, aunque necesita mucho trabajo para que recupere su aspecto
limpio y cuidado. También la piscina está, aparentemente, nueva, pero necesita
mucha limpieza y pintura.- Por el silencio del otro lado del hilo telefónico, Ana
pensó que estaba haciendo una descripción demasiado negra, por eso continuó
diciendo:- Estamos seguros de que a los niños les va a hacer mucha ilusión
cuando la vean. El interior de la casa, está mejor de lo que se podía esperar,
aunque todo tiene que ser revisado y hacerle algunos arreglos; pero en general,
se ha conservado muy bien. Hay muchas cosas que nos han impresionado, pero
lo que más, ha sido la biblioteca, es extraordinaria. También nos ha causado
mucha impresión, la parte que está destinada al servicio, es un cambio muy
brusco después de haber visto tantas maravillas y riquezas; sinceramente, nos ha
parecido horrible.
− Pues, cámbialo todo.- Ese fue el sencillo mensaje de la Sra. Enciso, que
Ana no esperaba en absoluto.- Tienes total libertad para hacer lo que quieras. Pon
todo lo que te guste; lo único que te pido, es que la cocina sea completamente

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distinta a la que hay; no la quiero volver a ver tal como la recuerdo. También
quiero que la casa disponga de todas las comodidades modernas: Teléfono en
todas las habitaciones, televisión, aire acondicionado, calefacción, agua
caliente...Absolutamente todo, no importa las obras que haya que hacer. Espero
que captes la idea; quiero que mi antigua casa, esté como la de siempre, pero con
todas las comodidades a las que estoy acostumbrada...Ah, y con ordenadores en
los despachos y línea para Internet.
− Sí, le he entendido perfectamente y haremos lo posible para que sea como
Ud. desea.
− Estoy pensando que, para que todo os sea más fácil, le diré a Eduardo, que
os ponga una cuenta a vuestro nombre y así no tendréis que depender de él para
los gastos que originen los arreglos; de esta manera ganaremos tiempo y vosotros
tendréis más libertad...- Después de decir esto último, se hizo un silencio que Ana
no supo cómo llenar, poco después, la Sra. Enciso volvió a hablar:- ¡Por favor,
perdóneme! He estado tuteándola sin darme cuenta; estoy tan entusiasmada con
la conversación, que se me han olvidado los buenos modales. ¡Lo siento!
− No, no, de ninguna manera permitiré que Ud. se disculpe conmigo.- Le
respondió Ana, muy desconcertada por semejante confesión.- La culpa ha sido
mía por no pedirle que lo hiciera desde el principio.
− La culpa no es de nadie, para que no tengamos que andar con estos
problemas, lo mejor es que nos tuteemos todos, al fin y al cabo, vamos a vivir
juntos.- Dijo Laura, alegremente, como siempre hablaba.- Me gusta que haya
confianza entre nosotros; incluso, quisiera que los niños me llamaran tía Laura.
¿Te parece bien?
− Sí, muy bien; además a ellos les va a encantar, porque no tienen tíos por
parte de ninguno de los dos.
− Estupendo, estoy deseando escuchar sus voces llamándome tía Laura.
Pensarás que es una tontería, pero me hace mucha ilusión; yo tampoco tengo
sobrinos, no sé si Eduardo os ha dicho que era hija única.
− Bueno, el Sr. González, nos ha dicho muy pocas cosas y menos aún los
pequeños detalles.- dijo con algo parecido al rencor.- Laura, estoy pensando en la
confianza que has puesto en nosotros y te lo agradezco de verdad. Quiero que
sepas que haremos lo mejor posible por administrar bien el dinero y que después
de los trabajos, te daremos un informe detallado de todos los gastos.
− Que administres bien el dinero, me parece estupendo, pero lo que no quiero
es que economices. Gasta todo lo que creas necesario; compra siempre lo mejor y
más bonito sin mirar el precio. El dinero no significa nada para mí; solo sirve para
disfrutar de la vida y hacerla más cómoda el tiempo que estemos en este mundo.
Pienso que guardar el dinero es una equivocación, si con él puedes ayudar a los
demás a tener una vida mejor y al mismo tiempo, gozar lo más que puedas; luego,
todo se quedará aquí y no servirá de nada haberse preocupado tanto por el
dinero. He visto a muchas personas en su lado más negativo por conseguir el
poder y la riqueza. Cuando llega el final, no sirve para nada lo que tengas en el
banco. No, el dinero no significa nada para mí.

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Al otro lado del teléfono, Ana se sonreía. Pensaba que eso solo lo puede
decir alguien a quien nunca le ha faltado nada, que tiene más de lo que pueda
gastar en varias vidas; pero hay personas, que han tenido que luchar mucho para
conseguir lo poco que tienen y a otros, no les llega ni para mantener a su familia;
no era tan sencillo como le parecía a Laura. Prefirió no decir lo que pensaba, al fin
y al cabo, no se conocían y puede que la reacción de laura, no fuera del todo
positiva.
− Haré lo que pueda para que, cuando vengas, estés satisfecha con lo que
veas.
− Estoy segura de eso. Aunque por teléfono, empiezo a conocerte y se que
me gustará lo que hagas. No quiero entretenerte más, se que allí es la hora del
trabajo y de la escuela. ¡Hasta pronto! Dale muchos besos a los niños de parte de
su tía Laura y para vosotros, un abrazo.

Se dirigieron a la Gran Vía, donde vivía el Sr. González. Durante el camino


Ana le contaba a Miguel la larga conversación mantenida con Laura esa mañana.
A él le sorprendió la confianza que esta señora había depositado en ellos y...¿Por
qué no? Le agradaba mucho. ¿A qué se debía esa confianza?¿Sería por los
comentarios que le había hecho el Sr. González? ¿O por lo que José le contara
sobre ellos? ¿En tan alta la estima les tenían? Fuera lo que fuera, se sentía muy
bien sabiendo que le apreciaban hasta ese punto.

De nuevo en la casa, subieron directamente al primer piso. Era una pena que
no hubiera electricidad, de ser así, el Sr. González, habría podido subir en el
ascensor, de esa manera no se fatigaría tanto, pues le costaba un gran esfuerzo
subir las escaleras y debía pararse de vez en cuando para tomar aliento y secarse
el sudor con un pañuelo blanquísimo que llevaba en el bolsillo de su chaqueta.
Lentamente llegaron al ala derecha y allí encontraron cuatro dormitorios, una
sala de estar y un cuarto de aseo.
El dormitorio principal era muy lujoso, estaba decorado en blanco y azul; los
muebles estaban lacados en un blanco inmaculado y las alfombras, las cortinas y
todos los demás complementos, eran azul pastel.
Dentro de la misma habitación, estaba el vestidor, era muy grande y bien
equipado de armarios y estantes donde todavía, se podían ver algunas cajas con
zapatos y sombreros. Olía a cerrado pero no estaba tan sucio como el piso de
bajo.
Otra puerta en el dormitorio, les condujo hasta un cuarto de baño; éste era
de un diseño muy original, con las piezas en colores pastel rosa y azul, la grifería
era dorada igual que los imponentes espejos decorados con hermosas figuras que
representaban los baños romanos y que reflejan el maravilloso suelo de mármol
Rosado. Todo tenía el esplendor y la riqueza de lo antiguo. Estaba en perfectas
condiciones, como si acabaran de salir las personas que lo disfrutaban.
En la amplia habitación, lo que más impresión les causó, fueron los
ventanales de la torre que hacían una rotonda acristalada del techo al suelo,
desde la que se apreciaba una vista muy completa del jardín donde se encontraba
el estanque de los delfines.

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Cada una de las estancias que visitaban, era grande, lujosa y bien
conservada, a pesar de toda la limpieza que estaban necesitando; con los grandes
ventanales que predominaban en todas, se apreciaba el amor a la luz que tuvo
quien la construyó.
La sala de estar, era igualmente grande y de una gran riqueza en todo su
mobiliario. En la pared que estaba frente a la puerta, había una hermosa chimenea
de mármol blanco muy trabajado con bajo relieves y torneados, encima se
encontraba una espada de empuñadura con placas de nácar separadas por filetes
de bronce dorado, material que componía toda la guarnición; la hoja era triangular
con fuertes vaciados, sobre los cuales presentaba magnificas decoraciones
artísticas; dorado al mercurio y la hoja estaba bruñida al espejo.
Miguel, muy interesado se acercó para poder admirarla mejor; era una pieza
de anticuario. En una placa estaba el nombre de los grabadores: Bailhache y
Chardon – París. Segundo imperio 1852-1870, Francia. En la hoja había una
leyenda: A Tomás Enciso membre de l´intitut, ses amis. 27- Juin 1904.
− Este es un regalo que le hicieron los compañeros de estudios al Sr. Enciso
cuando volvió de París.- Le informó el Sr. González, al darse cuenta del interés
con que la miraba.- Él sabía apreciar que era una pieza única, le gustaba estar en
esta habitación admirándola y recordando esos años que para él eran tan
especiales. Muchas veces me contaba sus aventuras juveniles en parís.
− Parece que Uds. eran buenos amigos. – Comentó desafortunadamente
Miguel.
− Solo algunas veces.- Contestó el anciano con algo de amargura en la voz.-
El Sr. sabía guardar las distancias con los de clase inferior a la suya.

La habitación, estaba rodeada de balcones a los que se salía por unas


puerta ventanas que había a ambos lados de la estancia. Era elegante y
acogedora al mismo tiempo.
Cerca de uno de los ventanales, había un escritorio de madera oscura tallado
con escenas de caza; además de los útiles de escribir, perfectamente colocados,
aunque cubiertos de polvo. Había un busto en bronce de un guerrero con casco
alado en una de sus esquinas; las sillas que lo rodeaban, eran de la misma
madera tallada, pero el asiento lo tenían de un grueso cuero oscuro en el que
también se podían ver grabados con escenas de cacerías.

En el ala izquierda, continuando con su visita de reconocimiento, la


distribución era la misma que en la de la derecha, la única diferencia era que, en el
dormitorio principal, en lugar de los hermosos ventanales de la torre, tenía
ventanas dobles, igualmente extraordinarias.

Subieron hasta el ático y, al llegar a una gran puerta de cristales, el Sr.


González, se detuvo y mirando a Ana, le dijo:
− Creo que si le he empezado a conocer, lo que se encuentra tras esta puerta
va a ser de su agrado. –Al abrir las puertas correderas, se escuchó un chirrido por

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falta de engrase. En la semi oscuridad, se dieron cuenta de que las paredes eran
enormes cristaleras protegidas por persianas de aspecto pesado.

Miguel, que ya se había convertido en un experto subiendo persianas que


llevaban un cuarto de siglo sin moverse, se adelantó para abrir algunas de tantas
como se encontraban en la habitación.
Conforme se iba haciendo la luz, descubrían un solarium de enormes
dimensiones, amueblado con mimbres y forjas.
− Como ya han podido suponer, este es el solarium. Lo construyó el abuelo
de la Sra. para su esposa. Debía tomar el sol sin pasar frío, según le recomendó
su médico para aliviarle el dolor de la artritis que sufría, como les dije ayer. Ella lo
tenía todo cubierto de plantas y enormes jaulas con toda clase de pájaros a los
que mimaba como si de niños se tratara. Aquí, pasaba muchas horas leyendo y
haciendo labores. Cuando yo era joven, me pedía que la subiera en el ascensor y
me contaba lo feliz que se sentía en su “selva” rodeada de los pájaros y las
plantas. – Se quedó un momento pensativo y luego continuó: - Siempre me ayudó
cuando lo necesité. ¡Era una gran señora!

Miguel se secó el sudor que perlaba su frente y el labio superior, después del
esfuerzo de subir las pesadas persianas.
− ¡Menos mal que no se hace con frecuencia! Solo se bajaban en ocasiones
muy especiales, como cuando hacía un vendaval demasiado fuerte; ya saben Uds.
Como es el cierzo en invierno, si no, hubiera sido necesario, poner un hombre
exclusivamente para ese trabajo. – Les aclaró el Sr. González.
− Esperemos que eso no ocurra en mucho tiempo.- Dijo Miguel, metiéndose
el pañuelo en el bolsillo de su pantalón
− Tiene Ud. razón al decir que este lugar será uno de mis preferidos; también
a mí me gustan mucho las plantas y los pájaros y, si la Sra. Enciso lo autoriza,
volverá a ser como antes y, en muchas ocasiones vendré a leer, si mis
obligaciones lo permiten; tengo una gran impaciencia por mirar detenidamente los
libros de la biblioteca.

En esa planta, había cinco dormitorios más, todos ellos con las mismas
características que los del piso de abajo; aunque las vistas eran muchos más
hermosas. Desde allí parecía que el parque Primo de Rivera, formaba uno con el
propio jardín de la mansión.
Entre los árboles se podía ver claramente la imponente estatua del
Batallador Don Alfonso I sujetando con sus dos manos, su enorme espada y el
león a los pies vigilante, aunque aparentemente tranquilo.

− Estas puertas son el ascensor y el desván.- Les dijo el Sr. González, con
evidentes muestras de cansancio en su cara.- Si Uds. quieren podríamos ver
primero el sótano; aquí solo hay cachivaches llenos de telarañas y polvo de mucho
más tiempo que el de toda la casa.

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− Como Ud. quiera, nosotros le seguiremos, pero si se encuentra demasiado
cansado para continuar, no se preocupe por eso, siempre podremos terminar de
verlo todo.
− Haremos un esfuerzo; tengo interés en mostrarles algo muy curioso, que,
en este caso, creo que va a interesarle más a Ud. Miguel.

El Sr. González, respiraba entrecortadamente mientras bajaba las escaleras,


por eso, los dos jóvenes iban despacio, para darle tiempo de tomar aire, de
cuando en cuando, se detenían.
Al llegar al sótano, para Miguel fue lo mismo que para Ana el solarium o la
biblioteca. Estaba encantado al descubrir los tres coches que se encontraban bajo
las fundas llenas de polvo. Sin pensarlo dos veces, destapó el que le pareció más
interesante.
Estaba entusiasmado ante el descubrimiento que acababa de hacer: Era un
Mercedes modelo 540 K de 1936, cabriolé, rojo cereza. Los ojos le brillaban de
entusiasmo. Con, casi reverencia, le pasó la mano ligeramente para no rallarlo y,
bajo la capa de polvo, descubrió con sorpresa y alegría, que estaba reluciente.

−Parece que la carrocería y la pintura están perfectamente conservados. ¡El


tapizado es de piel! Y los espejos son preciosos. Es un autentico capricho.
¿Funciona? – Preguntó con el brillo en los ojos de un niño descubriendo su regalo
de cumpleaños. Lo miraba por todos los costados, intentando parecer más
tranquilo de lo que estaba porque en su interior, la excitación a penas le dejaba
respirar; nunca había visto un coche tan caro en toda su vida.
−La última vez que lo vi, funcionaba de maravilla, pero lleva muchos años
parado;- Mientras le contestaba, al Sr. González, no se le escapaba lo que Miguel
estaba sintiendo, él era perro viejo y la reacción del otro hombre, era tan
transparente como la de un chaval. Por no molestarle, no dejó que la sonrisa
saliera al exterior, pero sí, sonreía para sus adentros.- yo no entiendo de
mecánica, aunque cualquiera puede suponer que, después de tanto tiempo, la
maquinaria no responda.
−Tiene razón, he hecho una pregunta tonta.- Dijo Miguel que, en absoluto se
sintió avergonzado.- Cuando tenga un poco de tiempo libre lo miraré; la mecánica
es uno de mis entretenimientos preferidos.

Los otros vehículos, despertaron menos interés en él; no eran tan


espectaculares como el Mercedes, ni estaban en tan buenas condiciones. Uno de
ellos, un Ford, era un coche familiar bastante grande y antiguo que, en nada se
parecía al suyo a pesar de ser de la misma marca, como es de suponer. El otro,
se trataba de una furgoneta muy fea y con muchos kilómetros de trabajos
pesados, que había servido para transportar todo lo necesario para la casa y el
jardín, cuando vivía mucha más gente en la mansión, según les dijo el Sr.
González.
− Aunque no son de capricho como el Mercedes, también me gustaría
tenerlos en buen estado; son autenticas reliquias y eso es muy valioso para los

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enamorados de los coches, como yo. Siempre claro, que a la Sra. le parezca
bien.-Le dijo Miguel al Sr. González.
− ¡Por supuesto que le parecerá bien! No se preocupe por eso. Laura es la
persona más comprensiva y amable que he conocido en mi ya larga vida.

Allí abajo había de todo, pero lo que más abundaba era la suciedad. Cada
paso que daban, levantaba una nube irrespirable.
Allí todo era oscuro y mal oliente. Por las estrechas ventanas que daban al
exterior, no se filtraba casi nada de luz; tenían los cristales demasiado sucios y no
se habían abierto en tantos años, que la respiración se hacía muy pesada.
Encontraron muchas cosas que irían directamente a la chatarra, como una
caldera vieja y oxidada, una estufa de carbón y un sin fin de cacharros viejos e
inservibles que se amontonaban sin orden ni concierto, junto a las paredes que
necesitaban ser pintadas, como poco..

Ana, estaba deseando salir de allí cuanto antes; el ambiente le desagradaba


y estaba cansada de vagar por tanta basura, por eso, cuando dijeron de ver todas
las habitaciones en que estaba dividido el sótano, tan lúgubre y abandonado, ella
les recordó que estaba haciéndose muy tarde y, con la poca luz que allí entraba,
no tardando mucho, creerían que estaba llegando la noche, aunque fuera pleno
mediodía.
Este comentario, sirvió para que los hombres se dieran cuenta y acordaron
dejarlo para otra ocasión en que hubiera luz eléctrica para poder precisar,
también, los arreglos que hacían falta en aquellas dependencias, como en todas
las demás.

De vuelta a casa, Miguel solo tenía un tema de conversación: el Mercedes.


Con entusiasmo, le contó a Ana todas las maravillas de que disponía ese coche, a
pesar de lo antiguo que era. Ana, le escuchaba con una sonrisa, pero su mente
estaba ocupada en otras muchas cosas referentes a la casa, que creía mucho
más importantes. Pensaba en la forma de arreglar, este sitio o el otro. Cuanta
gente se necesitaba y donde la buscaría...etc.

Encontraron a sus hijos entusiasmados con los juguetes de su amigo Javi,


cuando pasaron por casa de Yolanda a recogerlos de camino a la suya.
Después de cenar, pasaban algún tiempo con ellos, porque les echaban
mucho de menos durante todo el día en el que habían estado tan ocupados. Los
niños les contaron mil y una aventuras que habían pasado en el colegio, muchas
de ellas, los padres ya lo sabían, eran el fruto de la increíble imaginación que tenía
Ángel; para él, todo eran extraterrestres que bajaban de naves brillantes y
ruidosas, que venían con sus armas láser a invadir la tierra y, gracias a su
intervención y la de sus colaboradores, la habían salvado. A Ángel, cualquier cosa
le servía para entretenerse, hablaba solo con sus personajes inventados y apenas
miraba la televisión, no le interesaban los tebeos, solo si eran sobre aventuras, ni
los cuentos clásicos, porque se aburría.
Su hermano Miky, era completamente distinto. A él no le atraían los juegos
de niños pequeños, como él llamaba a las imaginaciones de su hermano. Miky era

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un chico estudioso y formal al que le gustaba saber de todo y siempre estaba
preguntando a sus padres o a sus profesores el porqué de muchas cosas. Leía
sus libros de historias, escuchaba en silencio las conversaciones de los mayores y
le encantaba ver la televisión.

Ana aprovechó esa noche, para contarles que pronto iban a vivir en una casa
muy grande con un jardín que parecía un parque, donde había una piscina
grandísima para ellos solos donde podrían bañarse todo lo que quisieran con los
amigos que ellos invitaran.
− Esta hermosa casa es de vuestra tía Laura, que vive en un país muy lejano,
pero que pronto vendrá. La tía Laura, quiere que vivamos con ella para hacerle
compañía, está muy sola porque no tiene niños, por eso necesita que estéis con
ella.
− ¿Una tía Laura? – Preguntó Ángel muy extrañado.
− Mamá, ¿De quien es hermana, de papá o tuya?.- Dijo Miky, que sabía
perfectamente, de qué parentesco se trataba.
− Mira cariño, la tía Laura no es hermana de ninguno de nosotros, pero ese
nombre se le da a algunas personas que, aunque no sean de la familia, se les
quiere como si lo fueran ¿Lo comprendes? Ella me ha dicho que le encantaría que
la llamaseis así y como vamos a vivir con ella en su casa, pues...le haremos ese
capricho. ¿Vale?
− Mami, ¿todo eso es verdad, o es un cuento para dormirnos? – Preguntó
Miky, no muy convencido de las explicaciones que acababan de darle,
sorprendiendo de esa manera a sus padres.
− No, no es un cuento, todo es cierto cariño, ya lo verás; debes recordar que
mamá nunca miente. – Le dijo Ana, abrazando al niño con ternura.- De momento
tenemos que arreglar algunas cosas que se han estropeado en la casa y por eso,
vamos a estar muy ocupados papá y yo. Así que, para que no estéis solos y
aburridos, vendrá una chica muy maja que se llama Amparo, ella os cuidará muy
bien. Es la hija de la Sra. María, la del primero.
− Pero yo lo que quiero es estar contigo. – Dijo Ángel, un poco enfadado y
haciendo pucheros porque para él, su mamá era lo más importante del mundo.
− Ya lo sé mi amor, yo también quiero estar con vosotros, pero cuando
conozcas a Amparo te gustará tanto que la querrás, casi como a mí, o ¿quien
sabe? ¡Mucho más!

Ángel no se quedó del todo convencido, pero el sueño pudo más que sus
protestas y en pocos minutos, estaban los dos tranquilamente dormidos en sus
camas. La casa recobró la calma y el silencio. Los padres se sentaron, como era
su costumbre, en el sofá del cuarto de estar, mucho más relajados.
El día había sido cansado y lleno de emociones, pero ellos tenían mucho en
qué pensar.
− De momento – Explicó Miguel, cogiendo la mano a Ana. – No voy a poder
hacerme cargo de buscar al personal y organizarlo todo para empezar con las
obras, así que he pensado que lo más práctico es darle el trabajo a una empresa
que se encargue de hacer los arreglos. Naturalmente, yo seré el responsable de la

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parte económica y de supervisar como marchan las cosas. Ten en cuenta que,
todavía me quedan dos semanas o más, porque he quedado en que, si no
encuentran a nadie competente, me quedaré el tiempo que sea necesario
trabajando en mi empresa. Por otro lado, el Sr. González me ha dicho que, cuanto
antes empiecen los arreglos en la casa, mejor.
− Cariño, yo creo que aunque sea más complicado para ti, deberíamos darle
el trabajo a la gente que conocemos y que sabemos que lo necesita. Las
empresas están saturadas de encargos y tardarán una eternidad en hacer las
cosas como tú quieres y tendrías que estar siempre pendiente de ellos. No creo
que te ahorraras muchas complicaciones.
− Pero no es lo mismo controlar una obra, que llevarla a cabo.- Dijo él, poco
convencido.
− Ya me lo imagino. De todas formas, sería conveniente que lo pienses. Si
tienes un aparejador y obreros de confianza, podrás hacer y deshacer según veas
necesario en cada momento, pero si das el trabajo a una empresa, tendrás que
adaptarte a sus reglas y si quisieras cambiar alguna cosa, no sería tan fácil.
− ¿Sabes? Creo que tienes razón una vez más, no había pensado en eso.-
Miguel la atrajo, rodeándola con sus brazos y, poniendo su cabeza apoyada sobre
la de ella, continuó hablando.- Habiendo personas que sabemos la necesidad que
tienen de trabajar, no vamos a estar luchando con una empresa que está
sobrecargada de trabajo para que cumplan con las fechas previstas. Aunque me
resulte un poco más pesado, yo mismo buscaré a la gente. Te voy a hacer caso.
Por algo dicen que dos ven más que uno.

Ana y Miguel eran dos almas gemelas que habían tenido la suerte de
encontrarse en esta vida y ellos lo sabían. Se conocían desde hacía tanto tiempo
que no era necesario discutir por nada; siempre estaban de acuerdo. Desde niños
parecían saberlo y, cuando tuvieron edad suficiente, a nadie le sorprendió que se
hicieran novios.
La familia de Ana, puso muchos inconvenientes; pero nada los pudo separar
y al final la recompensa había sido muy grande: este matrimonio tan feliz y sus
dos hermosos hijos. Parece que la suerte había querido recompensarles por tanto
como habían sufrido a pesar de su juventud, y les había puesto en el camino de
aquella señora desconocida que les brindaba la ocasión de entrar a formar parte
de su familia y disfrutar de una vida muy distinta a la que siempre habían
conocido.

− Lo que podemos hacer, es repartirnos el trabajo.- Le dijo Ana acariciándole


la mano.- Tú te ocupas del personal del exterior de la casa, los albañiles y los
jardineros y yo del interior, electricistas, fontaneros y pintores, además de las
mujeres que harán la limpieza. ¿te parece bien?
− Sí, por mí está bien; lo único es que tú vas a llevar la mayor parte del
trabajo, por lo menos hasta que yo salga de la empresa definitivamente.
− También tendré más tiempo que tú y si Amparo se entiende bien con los
niños, mejor para que pueda estar completamente tranquila en ese aspecto.

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− Entonces todo va a ir bien, aunque esté trabajando en lo otro.- Se quedó
unos instantes callado, para después seguir hablando:- Ya estoy pensando en
varias personas que podrían trabajar con nosotros. Mañana mismo procuraré
hablar con ellos.

Durante todo ese mes, Miguel no podía dedicarse de lleno a su nuevo


trabajo. Iba arañando momentos de su tiempo para buscar al personal. Ya había
contactado con varias personas conocidas que le agradecieron de una forma
exagerada, el que Miguel se hubiera acordado de ellos. Unos le llevaron a otros y
pronto se encontró con un buen grupo de trabajadores dispuestos a hacer todo lo
que él les dijera.

Por su parte Ana, había estado hablando con Conchi y Marta. Eran dos
antiguas compañeras de colegio. Se sentía muy contenta de volver a verlas
después de muchos años sin saber nada de ellas.
Encontró a Conchi de casualidad en El Corte Inglés una tarde. Esta le contó
que no se había casado. Desde que se vieron por última vez, su vida no había
cambiado mucho; su madre estuvo enferma durante muchos años, hasta que
hacía solo uno que había muerto. Conchi se había dedicado por completo a
cuidarla y ahora, se encontraba muy sola.
Después de llorar un poco con el recuerdo de aquellos años tan difíciles,
tanto para ella como para su madre, que había sufrido mucho, Conchi le contó que
había estado buscando trabajo, pero lo único que había encontrado, eran
contratos temporales que no le habían renovado, estando siempre de un lado para
otro; eso sí, tenía experiencia en una gran cantidad de profesiones: desde
limpiadora, pasando por cocinera, dependienta, canguro, telefonista...etc. hasta
terminar en una cinta de montaje en una empresa de componentes eléctricos.

− Conchi, no se si te parecerá bien lo que te voy a proponer. Nosotros, Miguel


y yo, vamos a trabajar como encargados y administradores de una mansión que
necesita unos arreglos bueno, la verdead es que está bastante estropeada, por
eso estamos buscando personal para que nos ayude.- Ana se decidió a
proponerle el trabajo al ver la necesidad de su amiga, no sólo de trabajo, también
de contacto humano y ellas siempre se habían querido mucho. Cuando la vio no lo
había pensado, pero ahora que las circunstancias le habían puesto en su camino,
le pareció una buena idea. Conocía bien a Conchi y sabía que era de total
confianza, precisamente lo que estaba buscando.- El trabajo consiste en reformar
y limpiar, para modernizar la casa que es muy antigua y lleva muchos años
cerrada; es una autentica maravilla. La dueña está en el extranjero y quiere
venirse a vivir aquí. Será un trabajo duro, te lo digo para que lo pienses. ¿Te
gustaría trabajar con nosotros?
− ¡Qué dices! Naturalmente que me gustaría, no solo eso, me entusiasma y
no me importa que el trabajo sea duro. Te aseguro que no te arrepentirás de
habérmelo dicho. ¡Chica, como es la vida! Cuando menos te lo esperas y cuando
más desanimada te encuentras, aparece la solución como por arte de magia- Le
abrazó con entusiasmo, pero después de este impulso, se quedó algo más

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tranquila y pensativa. Con inseguridad y una sonrisa tímida, le dijo a Ana:- Si
necesitas a más gente, hay alguien a quien le vendría muy bien: Marta. La pobre
lo está pasando muy mal. ¿Sabes que se ha separado de su marido?
− No, no lo sabía. Hace casi tanto tiempo que no la he visto como a ti.
¡Cuánto lo siento! ¡Ella es tan maja! La verdad es que ese chico con el que se
casó, nunca me resultó simpático.
− Sinceramente, a mi tampoco. Ha sido terrible para Marta. Se enteró de que
él la engañaba desde hacía mucho tiempo y, sin pensarlo dos veces, se ha
separado de él. Luego él la ha buscado pidiéndole perdón y diciendo que estaba
arrepentido; pero ella dice que, por mucho que le haga sufrir, ya sabe la clase de
persona que es y no le interesa continuar siempre pensando si habrá vuelto a las
andadas. Lo peor es que, aunque está convencida de que ha hecho lo mejor
dejándolo, todavía le quiere, así que se pasa la vida llorando. Estoy segura de que
si la llamas, se alegrará mucho de volver a verte y de que cuentes con ella para
trabajar. Le vendrá muy bien pensar en otras cosas; así se irá animando. Ya
sabes lo cariñosa y lo activa que es.
− De acuerdo, dame su teléfono y mañana mismo la llamaré. Te agradezco
que me lo hayas dicho. Hay que ayudarle en todo lo que podamos.
Después de casi dos meses, desde que Miguel informó en su empresa que
se marchaba, por fin habían encontrado un sustituto y se había quedado libre y
deseoso de dedicar todo su tiempo a sus responsabilidades en la casa Enciso.

En unos días de entrega total, el trabajo estaba tan bien organizado, que la
actividad que se desarrollaba, tanto en el exterior como en el interior, era frenética.
En pocas semanas se había levantado todo el jardín y se habían traído
camiones de tierra y abono. Los jardineros habían extendido toda la tierra nueva a
mano, para que no se apelmazara. Miguel les propuso que lo hiciera un tractor,
pero ellos dijeron que no era conveniente que se quedara el suelo muy duro, así
las raíces no tendría tantos impedimentos y agarrarían mucho antes.
Los albañiles, repasaron toda la fachada y limpiaron la piedra que la
recubría. Ya se habían cambiado las rejas y otro equipo, estaba reparando la
piedra vista de todo el muro que rodeaba la finca.

Dentro de la casa, la actividad no era menor. Los electricistas y los


fontaneros, estaban cambiando cables y tuberías; haciendo nuevas instalaciones.
Los albañiles, se dedicaban a la parte del servicio y la cocina.
Habían quitado muebles, losas y suelos; picaron las paredes y agrandaron
todas las ventanas. Ana estaba pendiente de todos estos trabajos, con un interés
mayor que en ningún otro sitio de la casa. Aún así, ella se multiplica por diez.
Todos le consultaban y pedían su opinión. Era muy exigente hasta en los más
pequeños detalles. Su responsabilidad era grande. Había muchas cosas que
arreglar en una casa inmensa como le parecía ahora; mucho más que cuando la
vio por primera vez. No podía imaginar cuantos rincones necesitaban un repaso;
otros, había que rehacerlos de nuevo. Cambiar armarios que estaban comidos por
la carcoma, así como toda clase de muebles que, aunque estaban bastante bien,

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necesitaban un buen tratamiento contra la carcoma. Su mayor preocupación, era
que todo quedara perfecto, no podía ser menos.

En cada habitación por donde ya habían pasado los especialistas y las obras
estaban terminadas, las mujeres se encargaban de destapar todos los muebles,
lámparas y cuadros. Era un trabajo desagradable; las pobres habían tragado
mucho polvo, llorando y estornudando. A pesar de todo, lo hacían con bastante
ánimo; les gustaba descubrir lo que se escondía debajo de las sábanas y del
polvo. Estaban maravilladas ante el lujo y la calidad de aquellas cosas, ninguna de
ellas, había visto en su vida muebles, cuadros, un sin fin de figuras y adornos, de
tanta clase.
Los muebles eran muy delicados y había que tratarlos con mucho cuidado:
Limpiarlos y encerarlos con esmero.
Los cuadros eran cosas aparte. Las exclamaciones de admiración, se
sucedían por todas las habitaciones en donde iban descubriendo las pinturas.
Había muchos retratos de la familia, al menos eso les parecía, pero también una
gran cantidad de hermosos cuadros de pintores holandeses, italianos,
españoles...etc.

− Ana, hay una señora en la entrada que pregunta por el encargado.- Le vino
a decir Marta, con expresión de extrañeza.- Se nota que no sabe que eres una
mujer. ¿Le digo que pase?
− Si, ahora voy para allá. Gracias Marta.- Ana dejó encima de una mesa las
figurillas que llevaba en sus brazos y, alisándose un poco el pelo, se dirigió hasta
el vestíbulo donde le esperaba la desconocida.
− Hola, soy Ana, la encargada de todo esto.¿En qué puedo servirle?
− Encantada.- Le dijo la mujer, estrechándole la mano que Ana le ofrecía. Se
le veía tímida y nerviosa; tendría unos cincuenta años; era bajita, delgada y con el
pelo largo que recogía en un moño que le hacía parecer mucho mayor.- Me llamo
Angelita. Hace muchos años, trabajé en esta casa, cuando yo era muy joven fui la
doncella de la señorita Enciso. – Hizo un paréntesis para tragar saliva y después,
continuó:- El otro día me dijeron que estaban arreglando la casa porque iba a venir
la señora a vivir de nuevo aquí. Me he llevado una sorpresa tremenda, porque
siempre había creído que la señorita Laura estaba muerta.
− No, no, la señora Laura Enciso, vive en Australia desde hace muchos
años.- Le aclaró Ana; le daba apuro ver que aquella mujer de apariencia tan frágil,
estuviera equivocada porque al parecer, había sufrido mucho al pensar que su
señorita estaba muerta.- La señora se encuentra muy bien de salud y está
impaciente por volver a su casa.
− Ya veo que tienen mucho trabajo y...me preguntaba si necesitarían a
alguien más.- Para Angelita, era muy difícil pedir ayuda y de eso se dio cuenta
Ana.- Sería maravilloso para mi, volver a ver a la señorita Laura y poder servirle
como antes. ¡La quería tanto! Ella siempre fue muy buena conmigo.
Ana, se quedó unos momentos en silencio; pensaba que ya estaban
suficientes personas para terminar el trabajo, aunque no pasaba nada porque
hubiera una más. El problema era que no sabía si a Laura le gustaría encontrarse

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con aquella mujer de su pasado. Había dicho que siempre quiso a la señorita
Laura, pero lo que Ana no sabía, era si Laura la quería a ella. No podía darle una
respuesta sin antes consultarlo con Laura.
− Ahora no puedo decirle ni que sí, ni que no; yo debo consultarlo y si quiere
mañana pasarse por aquí, le daré una respuesta. No puedo asegurarle que se
quede porque tenemos ya todo cubierto. De todas formas, mañana se lo diré con
seguridad.
− Muchas gracias. Sea como sea, le estoy agradecida porque ha sido Ud.
muy amable conmigo. Mañana vendré sobre esta hora. ¿Le parece bien?
− Sí, por supuesto. Entonces le espero mañana. Adiós, buenos días.
Ana pensó que no debía olvidarse de esta señora cuando esa noche, hablara
con Laura. Volvió a su trabajo y no pensó más en ella, tenía demasiadas cosas en
la cabeza.

Como siempre, a las diez de la noche, Laura les llamó. Después de los
saludos y de darle un concienzudo informe de cómo se desarrollaban los arreglos,
Miguel le pasó el teléfono a Ana.
− Buenos días Laura, por lo que he oído a Miguel, se que te encuentras bien.
− Sí, muy bien y contenta de que vosotros lo estéis también.
− Laura, no quería que se me olvidara comentarte que esta mañana ha
venido a la casa una señora diciendo que te conoce.
− ¿Te ha dicho su nombre?- Le preguntó Laura con mucho interés.
− Se llama Angelita y dice que fue tu doncella hace muchos años.
− ¿Qué dices? ¿Cómo es posible? ¡Angelita! Esto es increíble, siempre
pensé que había muerto.- La emoción se notaba en la voz de Laura que tembló al
preguntarle a Ana: ¿Cómo está? ¿Qué tal le ha ido por la vida?
− Está bien; tendrá unos cincuenta años, pero no me ha contado nada de su
vida, solo me ha dicho que quería volver a trabajar para ti, si era posible. Yo no he
querido decirle que sí, porque no sabía si tú estabas de acuerdo. Lo más curioso
de este asunto, es que ella también pensaba que tú habías muerto.
− Bueno, esa es una larga historia que ya te contaré en su momento, pero
respecto a si puede quedarse, dile que sí, por supuesto que sí. Ya estoy
impaciente por verla y hablar con ella. Tenemos que contarnos muchas cosas.

Después de acabada la conversación con Laura, Ana se sentía muy


contenta. No sabía exactamente por qué, pero el hecho de poder decirle a
Angelita por la mañana, que Laura se había alegrado mucho de saber que estaba
bien y contaba con ella para que formara parte de los empleados de la casa, la
llenaba de satisfacción.
El aspecto pobre de la mujer y la expresión de desamparo y tristeza que
tenía, habían hecho huella en los sentimientos tan vulnerables de Ana. Al no poder
aceptarla en el primer momento y, ante la posibilidad de que Laura no quisiera
saber nada de ella, no se había quedado tranquila, ahora era diferente y así se lo
contó a Miguel que compartió con ella el deseo de ayudarle en lo que estuviera en
su mano.

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− ¿Sabes si ha venido la señora de ayer? – Preguntó Ana a Marta, al día
siguiente, en la primera oportunidad que tuvo después de atender al carpintero
que le pedía opinión sobre el armario que estaba colocando en uno de los
dormitorios del ala izquierda.
− Si, está esperando abajo, pero no te encontraba, por eso no te lo había
dicho.
− Vale, gracias Marta, voy a hablar con ella, se quedará a trabajar con
nosotros.
− Pues me alegro, parece una buena persona y creo que le vendrá muy bien
tener un sueldo fijo.- Dijo Marta volviendo a su tarea.

Angelita esperaba pacientemente sentada en una silla del vestíbulo. Parecía


desamparada con su falda negra, ya gastada y un jersey oscuro en el que también
se notaba el paso del tiempo y las muchas lavadas que había sufrido. Tenía bien
cogido su bolso con las dos manos encima de su falda, y miraba al suelo con la
mente completamente ausente de donde realmente se encontraba.
Ana, la miró desde lo alto de la escalera y comprendió por qué Marta había
dicho que necesitaba un sueldo fijo. El día anterior, ella no se había dado cuenta
de esos detalles, pero ahora veía que aquella mujer estaba muy necesitada, no
solo de dinero, sino también de afecto, esto se podía leer en la tristeza de sus ojos
con facilidad.
− ¡Buenos días! – Le dijo con una sonrisa, cuando llegó hasta donde ella
estaba.- ¿Cómo se encuentra?
− ¡Buenos días! Muy bien ¿y usted?.- Fue la contestación de Angelita. No
podía disimular la ansiedad que sentía, pero hizo lo posible porque Ana no la
notara.
− Tengo buenas noticias para Ud.- La cara de la mujer se iluminó, aunque no
dijo nada, esperando que Ana continuara.- Anoche hablé con la Sra. Enciso, la
recordaba a Ud. perfectamente y me dijo que estaba muy contenta de saber que
se encontraba bien. Me ha encargado que le diga que está deseando de verla
porque tienen mucho de qué hablar. También quiere que se quede a trabajar con
nosotros; así que, cuando a Ud. le parezca oportuno, puede venir a ayudarnos, ya
ve cuanto trabajo tenemos.
− ¡Gracias! ¡Muchas gracias! – Ya no pudo reprimir la lágrimas que había
estado controlando a duras penas.- Estoy muy contenta porque la
señorita...perdón, la Sra. Enciso se acuerda de mi y porque puedo volver a
trabajar en esta casa que fue como mi hogar cuando yo solo era una adolescente.
Parecía que nunca iba a tener suerte en la vida, pero uno no se puede quejar
hasta que llague el final.- Después de secarse los ojos y sonarse, ya más calmada
le preguntó a Ana: -¿Puedo quedarme hoy mismo a trabajar?
− Naturalmente. Venga, como ya conoce la casa, se puede ir al cuarto de
estar de la primera planta, el de la derecha, allí están otras dos chicas limpiando y
colocando los muebles. Hoy han terminado los electricistas de instalar el teléfono y
el aire acondicionado. Encontrará una bata en el armario del comedor.
− Por favor, me encantaría que me llamara solo Angelita, no me diga de
usted.

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− De acuerdo, Angelita pero tú has de hacer lo mismo conmigo, aquí somos
como una gran familia.

Seguían sacado todas las ropas de los armarios y Ana había hecho una
selección de las que se debían guardarse y las que había que llevar a la tintorería;
como la ropa de cama y mesa.
Los trajes estaban pasados de moda, pero había verdaderas maravillas entre
los de mujer. Trajes de fiesta que valían una fortuna en pedrería y lentejuelas.
Sedas, gasas, crepés y un precioso vestido de tisú dorado, que había llamado la
atención inmediatamente de todas las mujeres que estaban allí cuando lo sacó
Ana de la bolsa de tela que lo contenía, en el armario de la habitación de la torre.
Hermosos abrigos de piel de visón, martas y astracán. Estolas de zorro plateado y
de plumas de marabú, guantes, sombreros...etc.
Entre los de caballero, no había cosas tan fantásticas, pero la calidad era
extraordinaria. Ana decidió que todos se guardasen en las mejores condiciones y
se llevaran al armario de uno de los dormitorios de la segunda planta que no
serían ocupados por nadie.

Se habían cambiado los colchones y las almohadas por otros más modernos
y cómodos.
La vajilla de uso diario, también fue renovada, junto con las mantelerías y
cubertería; así como los utensilios de la cocina. Se compraron pequeños
electrodomésticos que eran imprescindibles y muchas cosas que, por su
insignificancia, parecían que no se echaban de menos pero, a la hora de
necesitarlos, se notaba su ausencia.

Poco a poco, los arreglos del interior se iban terminando. Las nuevas
instalaciones, se habían hecho con sumo cuidado de no estropear los decorados
del techo y se habían respetado al máximo, los suelos de mármol, cuyas piezas
eran irremplazables.
Los pintores habían terminado también y los suelos estaban recién pulidos y
abrillantados, recuperando su aspecto de nuevos. En algunas habitaciones,
formaban dibujos y combinaciones que parecían alfombras de distintos colores.
La seda que cubría las paredes del salón, fue limpiada con sumo cuidado y
renació de nuevo su color dándole al salón un esplendor incomparable.

Cuando los diferentes operarios salían de una habitación, inmediatamente


después, entraban las mujeres y limpiaban desde el techo, pasando por las
ventanas, puertas, paredes y suelos. Puliendo y abrillantando los muebles y
dejando el cristal más transparente de lo que parecía posible. Luego todo se
colocaba, exactamente, en el mismo sitio donde estaba la primera vez que se
entró en cada habitación. De esta manera, volvía a tener el mismo aspecto que
cuando estaban sus antiguos dueños.

Cuando todo quedaba terminado y colocado, incluso las cortinas y figuras,


Ana se detenía en la puerta y miraba desde allí, sintiéndose completamente
satisfecha del resultado final.

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Cuando Ana y Miguel llegaban por la noche a su casa, estaban totalmente
agotados. Su único deseo era caer en la cama y dormir hasta que el despertador
implacable, volviera a sonar a las siete de la mañana siguiente y la actividad
empezaba un día más.
Estaban contentos y tranquilos de cómo se desarrollaba el trabajo y porque
los niños estaban bien atendidos por Amparo. Ella era una chica muy cariñosa y
tenía mucha experiencia con los niños, puesto que, en su familia, eran siete
hermanos y ella, por ser la hija mayor, había tenido que ayudar a su madre a criar
a sus hermanos más pequeños.

− Mami, ¿cuánto tiempo se va a quedar Amparo con nosotros? – Le preguntó


Miky muy seriamente, como si tuviera tres o cuatro años más.
− Eso depende de si os gusta mucho y si ella quiere. Si es así, le pediremos
que se quede mucho, mucho tiempo.
− Sí que quiere, además me ha prometido que se casará conmigo cuando
sea mayor. – Le dijo Ángel, completamente convencido.
− ¿Así que tienes novia y no me lo habías dicho? Bueno, pues enhorabuena.-
El niño, se puso colorado y sonreía con los ojos bajos. Ana y Miguel, se miraron
reprimiendo una sonrisa.- Ahora hay que irse a dormir. Buenas noches, cariñitos. –
Les apretó con un fuerte abrazo y les besó con ternura.
− ¡Buenas noches, hombre enamorado!- Miguel, siguiéndole el juego, le dio la
mano y a Miky, le besó. Esto hizo que Ángel se sintiera como si hubiera crecido a
la altura de su padre. Miró a su hermano y le hizo un gesto con las cejas. Miky, no
se lo tomó en cuenta.

En todos los trabajos de la casa, solo había un deseo expreso de Laura: la


cocina. Le había dicho a Ana que no quería volver a verla de la misma forma en
que la recordaba. Ana estaba en total acuerdo con ella. Toda aquella fealdad
había que eliminarla.
Era una habitación grande, por eso las ventanas resultaban demasiado
pequeñas; por lo tanto, resultaba muy oscura y lóbrega. Los armarios y la mesa,
eran de madera de caoba, casi negra por el tiempo. Los fogones de carbón y de
gas; pero estaban oxidados y ruinosos. Los suelos hacían cuadros de baldosas
grises alternadas con negras, que estaban gastadas y muchas de ellas, rotas y
levantadas. Este conjunto hacía que el lugar fuera, además de horroroso, muy
triste.

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Los albañiles se emplearon a fondo y sin misericordia, lo tiraron todo;
quitaron el suelo y los azulejos de la pared. Las ventanas las hicieron grandes y
los marcos los pusieron de aluminio blanco.
A los pocos días, ya se podían ver las paredes cubiertas de azulejos color
crema y el suelo era de gres crema en dos tonos, uno más claro que otro.
Los carpinteros habían tomado medidas de los nuevos muebles que serían
de madera natural.
Lo único que se podía salvar de tanta destrucción, era la gran mesa que
ocupaba el centro de la cocina. Estaba bastante nueva y era muy fuerte, daba
pena deshacerse de ella. Los pintores más adelante, habían hecho un buen
trabajo con ella; la habían lijado y limpiado con disolventes hasta conseguir dejarla
en la madera original y le habían dado varias manos de barniz, luego le colocaron
una piedra de granito verde, haciendo juego con la encimera de los otros muebles;
se había quedado irreconocible, pero preciosa.

La cocina había adquirido una luminosidad inesperada; daba la sensación de


que estaba la luz encendida a todas horas.
Como la habitación era tan grande, Ana había pensado que se podía poner
un comedor de diario en uno de los rincones.
Buscó muebles de líneas modernas, sencillas y muy cómodos; en colores
muy claros: Blanco y amarillo. La mesa era ovalada y la rodeaban ocho sillas.
Haciendo rinconera, había un mueble estantería con puertas abajo donde colocó
la vajilla y la cristalería de diario y todo lo demás para el servicio del comedor;
también había una gran cantidad de adornos y pequeños detalles de exquisita
belleza y buen gusto, al igual que los cuadros y el centro que adornaba la mesa.
Una lámpara baja de cristal blanco y amarillo, terminaba de darle el toque de buen
gusto al pequeño comedor.
Ana estaba llevando a cabo todas las instrucciones que le había dado Laura;
cada una de las cosas, grandes o pequeñas, que había comprado para la casa,
era de lo mejor y no se había preocupado por el precio. Mirando el resultado del
rincón de la cocina, se quedó entusiasmada, este era uno de los lugares que más
le había gustado al verlo terminado.

Las habitaciones del servicio, también eran un reto para ella; pero lo había
conseguido; quedando irreconocibles, completamente distintas a lo que eran:
oscuras, frías, con grietas en la pintura y muebles derrengados. Ahora se podía
decir que eran una preciosidad. También se habían agrandado las ventanas, se
cambiaron los suelos y se pusieron de gres blanco con tacos marrones, las
paredes estaban pintadas de blanco y los muebles que había, se cambiaron por
otros modernos, buenos y de tonos claros, las puertas de los armarios, eran de
espejo y las cortinas de alegres colores haciendo juego con los edredones de las
dos camas que tenía cada una de las habitaciones. Todo parece más grande,
limpio y luminoso.
El cuarto de estar del servicio, también fue renovado por completo, así como
el cuarto de baño que era muy grande, lo dividieron haciendo dos para dar más
oportunidades a quien los usara, porque uno solo, les hacía estar siempre
esperando y podía ocasionar más de un conflicto.

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Ana ya estaba pensando en quien ocuparía cada una de las habitaciones,
siempre que estuvieran de acuerdo, naturalmente.
Amparo y Clarita, en la misma habitación. La primera era una chica juiciosa y
tranquila, algo seria pero con muy buen carácter, sin embargo Clarita, era un
torbellino, vivaracha y alegre, le gustaba hablar de todo y le sacaba punta a las
cosas más difíciles, pero siempre con buen humor. Tenía dieciocho años y era la
mayor de cuatro hermanos. Ella quería estudiar periodismo, pero la economía de
su familia, no se lo podía permitir. Por eso, cuando se lo contó a Ana, ésta estuvo
hablando con Miguel y decidieron que intentarían ayudarle en todo lo que pudieran
para que lo hiciera, pues tenía una inteligencia muy grande y facilidad para la
comunicación. También habían pensado decírselo a Laura cuando tuvieran una
ocasión; estaban seguros de que ella le podría ayudar; por lo menos a ellos les
había tratado muy bien, ¿Por qué no lo iba a hacer con otra de sus empleadas?
Estaban convencidos de que Laura era buena por naturaleza. De momento,
decidieron que trabajara solo por la mañana, para que pudiera dedicar la tarde a
estudiar. Respetarían el sueldo como si lo hiciera a jornada completa, para que
siguiera entregando la misma cantidad al mes que necesitaba su familia, porque
era lo que más le importa a la chica.

En otra habitación, pensó Ana, estarían muy bien Conchi y Marta. Ana sabía
lo mucho que se querían y que estarían contentas de poder hablar de sus cosas y
así animarse mutuamente, sobre todo Marta que lo necesitaba con urgencia.
Cuando las contrató, fue con el acuerdo de que solo era hasta que se
terminaran los arreglos, pero necesitaban que algunas personas se quedasen
como servicio fijo en la casa; Ana estaba segura a quienes dejaría como fijas por
eso, cuando les propuso que se quedasen, las dos se emocionaron y le dieron las
gracias.
− Ana, no sabes cuanto te agradecemos que nos permitas trabajar y vivir
contigo.- Dijo Conchi, reflejando el sentimiento de las dos.- Nos hace mucha
ilusión. Ninguna de las dos, tenemos parientes cercanos como para que nos
echen de menos y aquí hemos encontrado lo más parecido a una familia, no solo
por las demás compañeras, sino por ti y por tu marido que es un encanto. Ya
verás como no te arrepientes nunca de habernos llamado.
− De eso estoy segura, pero no quiero que me deis más coba.- Les reprendió
sonriendo.- ¡Venga, a trabajar!

También había contratado a María, la cocinera. Tenía cincuenta y dos años y


había estado sirviendo toda su vida con una familia muy conocida por su
categoría, pero al morir los señores, sus herederos habían despedido a todo el
servicio; esto la desanimó porque ya no era tan joven, por eso cuando la llamó
Ana, se sintió de nuevo útil y necesaria.
Era una mujer fuerte y simpática, algo metida en carnes, como casi todas las
cocineras. No se casó nunca, según le dijo en la primera entrevista, donde le
contó a Ana toda su vida sin tapujos.
− Mire Ud. señora, yo tenía un novio en mi pueblo, el Luis que en paz
descanse.- Dijo santiguándose con rapidez.- y estábamos los dos muy

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enamoraos, hasta pensábamos en casarnos cuando él viniera del servicio militar.
En una vendimia, ya le he dicho a Ud. que soy de Cariñena, estaba el Luis
cargando unos capachos de uva en un camión y el chofer no lo vio y dio marcha
atrás, lo atropelló y murió en el acto, el pobrecico, la suerte, si es que se puede
llamar así, fue que no sufrió nada, pero ahí me quedé yo, solica. Pá mí no ha
habido otro hombre en el mundo, de tanto que lo quería. – Se reía con timidez y
diciendo: - No crea que no he tenido pretendientes, que los he tenido y a puñaos,
pero los he despachao a todos. Pá mí solo nació uno y me lo quitaron. No me he
arrepentido nunca de no casarme, porque vive una mejor sola, sabe Ud. Entras,
sales y no tienes que dar cuentas a nadie, de donde has estao, con quien y lo que
has gastao. Siempre me ha dao mucho miedo que me tocara uno como el de mi
amiga Rosa. Una no aguanta tanto como ella. ¡No señor! Esta no aguanta. Así que
pá sufrir con un hombre, es mejor estar sola y sin poblemas.¿No le parece a Ud.?
− Maria, no piense que todos son así, alguno habrá que sea bueno.- Le dijo
Ana.- Lo que pasa es que Ud. no se ha vuelto a enamorar y por eso no le ha visto
las virtudes a ningún otro.
− Pues mire Ud. en eso tiene razón; no mantrao por el ojo nadie más en toda
mi vida. Será por eso.

Con el día a día, Miguel y Ana, llegaron a conocer mejor a Mario, el hermano
mayor de Amparo, resultó ser una persona estupenda. Tenía veintidós años y,
aunque era un chico callado y serio, no resultaba antipático. Había sufrido mucho
con su padre y vivía protegiendo a su madre. Él había visto muchas veces como la
golpeaba y no pudo hacer nada. Aunque resultaba muy difícil que hablara sobre
algo de su vida, a Ana le dijo que, en una ocasión que intentó defender a su
madre, el padre le pegó de tal manera, que le partió la pierna y el brazo, estuvo
dos meses en el hospital después de operarle varias veces; así que su madre le
dijo que no se metiera nunca más entre ellos. Ahora estaba dispuesto a trabajar
todo lo que pudiera para que su madre no necesitara salir tanto a la calle; todos
temían que el padre cumpliera la amenaza de matarla.
Durante el tiempo que había estado trabajando para ellos, había conseguido
ser imprescindible. Mario era de esas personas que sabían hacerlo todo y
además, lo hacía bien y sin alardes de listo. Estaba siempre dispuesto para lo que
se le necesitara con buena voluntad, tomándose el trabajo como suyo; así había
llegado a ser una persona de confianza para Ana.
Cuando le propusieron que se quedara fijo en la casa, él estuvo encantado
pero les pidió el favor de irse a dormir a casa de su madre, no quería dejarla sola
de noche con los pequeños sin nadie que la defendiera, podía pasar cualquier
cosa. Él vendría temprano todos los días y no se notaría su ausencia.
Mario era un hombre guapo y atractivo, que traería de cabeza a más de una
chica; sobre todo por ese aire de misterio que tenía en la mirada. Sus ojos eran
muy negros, rodeados de largas pestañas, que miraban como si todo lo que veía,
le interesara de forma especial; cuando una de esas miradas caía sobre una
chica, esta podía pensar que le gustaba; luego ya tendría tiempo para darse
cuenta de que siempre miraba así.

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Para Ana, el trabajo era tan excitante que lo abarcaba todo con una
eficiencia impresionante. Estaba en todas partes a la vez y atendía a todos con
amabilidad. Le consultaban, le preguntaban, querían que lo viera todo y que diera
su visto bueno a cada cosa terminada. Ella era el alma de la casa, y todos lo
sabían.

Miguel, se ocupaba de la administración. Lo llevaba todo perfectamente


organizado. Era un hombre meticuloso y ordenado, al que no le gustaba dejar
ningún cabo suelto. La gente que había trabajado con él, siempre había estado
muy contenta, porque sabía cómo sacar lo mejor de las personas, estimulándoles
a superarse cada día un poco más.

Los jardineros ya habían plantado el césped y los setos que rodeaban todo el
muro, ya estaban verdes y recortados. Habían plantado rosales y flores de
temporada en parterres bien distribuidos por todo el terreno; pronto se verían,
como alfombras de multitud de colores, cuando tantas flores abrieran sus pétalos.
El jardín había recuperado su esplendor y era un verdadero placer para los
sentidos pasear por él. La fuente y el estanque, lucían con toda su hermosura. Por
capricho de Ana, se habían traído peces de colores y era muy relajante verles
nadar; contemplándolos, se podían ir las horas sin apenas darse cuenta.
Los demás adornos del jardín, también se habían recuperado en su mayoría,
restaurándolos; otros fue imposible arreglarlos, faltaban piezas y lo poco que
quedaba, estaba en muy malas condiciones; la única solución había sido comprar
otros lo más parecidos posible. El mayor interés, era que todo estuviera igual que
en sus mejores tiempos.
Estatuas, figuras y maceteros, llenaban de vida con sus formas de duendes y
sirenas, de gnomos y cupidos, además de una gran cantidad de animalitos
graciosos sacados como por arte de magia, del mundo de la fantasía. Estaban
distribuidos por el jardín y rompían el verde de las plantas, con sus colores
alegres.

La parte más alejada de la casa, era un jardín natural, con pinos y chopos;
allí no se había quitado la maleza, porque no debía parecer obra de los hombres.
Su belleza era tal cual surge de la tierra. Allí se escuchaban los pájaros que vivían
libremente y hacían sus nidos en las copas más altas de los árboles que crecían a
su aire. Había un pequeño riachuelo que se filtraba entre las piedras; parecía un
manantial, pero en realidad, era parte del agua del Canal Imperial de Aragón, que
pasaba a pocos metros de allí. Esta filtración hacía muchos años que se había
producido, pensaron en su momento, que debía ser reparada, pero comprobaron
que, de forma espontánea, el agua volvía al canal después de hacer su recorrido
por el terreno, dejando a su paso, el maravilloso espectáculo de un manantial que
corría entre las piedras serpenteando y formando diminutas cascadas que
llenaban de belleza y de música el rincón más alejado, íntimo y acogedor del
jardín.

La piscina, había sido una de las cosas que más trabajo costó conseguir que
recuperara su aspecto de nueva. La habían limpiado, reparado las fisuras, y en

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lugar de pintarla, como era originalmente, se enlosó haciendo dibujos de colores
como estrellas de mar, delfines y conchas y llenado de agua; ahora estaba
cristalina y maravillosa. Había sido instalada en ella, una depuradora capaz de
mantener el agua limpia y desinfectada todo el año. Estaba rodeada de verde
césped, que contrastaba con el azul del agua. Ana y Miguel, estaban deseando
ver las caras de sus hijos cuando la vieran, seguramente, ellos no se la
imaginaban tan grande, aunque se la hubieran descrito todas las veces que los
niños había preguntado cómo era.
En toda esa zona, colocaron aparatos y juegos para que los niños disfrutaran
y se divirtieran sin necesidad de salir a la calle. Hicieron un pequeño circuito para
las bicicletas, con señales de tráfico que debían ser respetadas. El lugar resultaba
tan bonito y entretenido que, hasta los mayores se sentían atraídos por el.

El arreglo de la gran casa y del jardín, había costado una fortuna. Lo más
positivo de todo era que, gracias a la restauración, habían podido tener trabajo
aunque fuera temporal, muchas personas de las que algunas, se habían quedado
fijas dándoles una seguridad a sus vidas, que antes no tenían.

Cuando todo estaba terminado, había llegado el esperado momento de que


la familia Vidal, hiciera el cambio de domicilio.
Los niños estaban muy contentos y excitados; no solo porque ese día no
iban al colegio, sino porque por fin, verían la casa de la que tanto habían oído
hablar a sus padres en los últimos tiempos y por la que les echaban tanto de
menos; ahora estarían siempre juntos que, al fin y al cabo, era lo que todos
deseaban con todas sus fuerzas.
Se habían despedido del colegio y de los compañeros de clase; los amigos
más queridos, habían recibido la invitación a visitarles cuando quisieran.
Para todos, grandes y pequeños, había sido un momento emocionante y
triste, cuando habían cerrado la puerta de su casa en la que habían pasado varios
años y que era la única que los pequeños habían conocido en su corta vida. Ana y
Miguel, se miraron y por lo bajo murmuraron: - “Que sea para bien”- .

Subieron en su Ford Fiesta color Burdeos y todos juntos se dirigieron hasta


su nueva casa. Iban contentos y muy ilusionados por el futuro que se habría ante
ellos y que podía ser maravilloso o, por lo menos, eso querían creer.
Cuando llegaron a la puerta del jardín, la excitación de los niños aumentó
pero luego, al ver el interior, sus caras se llenaron de sorpresa y admiración.
− Papi, ¡Que grande es! ¡Parece igual que el parque! ¿De verdad vamos a
vivir aquí? – Miky no salía de su asombro. Estaban parados en medio de la
entrada, frente a la puerta de la casa y sus ojos incrédulos, recorrían el jardín.
− ¡Claro que sí! Espero que seáis muy felices entre tantas cosas bonitas.
− Yo quiero subirme en los delfines. Mira ese niño como juega con ellos. – La
cabecita de Ángel, solo pensaba en lo más peligroso.
− Ni se te ocurra intentarlo siquiera. –Le dijo su padre, seriamente. – Podrías
resbalarte y hacerte mucho daño. Ese niño que tú dices, es de piedra. Prométeme
que no lo intentarás. Si no me obedeces, tendremos que volver a nuestra casa y

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ya nunca podríamos vivir aquí. – Miguel sabía que el niño era muy pequeño para
ver el peligro, por eso debía asustarle de alguna manera para que lo pensara
mejor antes de hacer lo que su padre le había prohibido.
− Vale, te lo prometo...pero...sería fenómeno.¿A que sí? – Le dijo por lo bajo
y con cara de pillo, a su hermano.
− ¿Os gustaría ver vuestros dormitorios? Tenéis uno para cada uno, con tele
y unos muebles preciosos. – Ana, sabía que el niño era un poco difícil de
convencer y, para que las cosas no se complicaran más, distrajo su atención con
la idea de ver muchas más cosas.

Los niños subieron las escaleras del porche corriendo alegremente. Su padre
les abrió la puerta pero inmediatamente, los pequeños se quedaron parados. Sus
ojos recorrieron el inmenso vestíbulo y se abrieron impresionados.
− ¿Qué os pasa? ¿Por qué os paráis? – Preguntó Ana sonriendo,
entendiendo a la perfección el motivo por el que se había quedado perplejos.
− ¡Es tan grande que parece un palacio! – Dijo de nuevo Miky, cuando el
primer impacto se le fue pasando.- ¡Que bonito es todo!
− ¿Crees que te gustará vivir aquí todos los días? – Le preguntó su padre,
esperando con interés la respuesta de su hijo.
− Sí, creo que sí.- Dijo el niño después de pensarlo unos instantes.- Me
gustará mucho.
− ¡Miky, mira que escalera tan chula! Tiene una barandilla más ancha que la
del colegio y como aquí no hay profes y es nuestra, nadie nos dirá nada. ¿Nos
deslizamos por ella? – Como siempre, Ángel había encontrado lo peor y más
peligroso; ya se le había olvidado lo de antes, pero en ese momento se acordó y
miró a su padre con cara de disculpa.
− Aunque sea vuestra y no haya profes, - Señaló con un dedo acusatorio a
Ángel.- como tú dices, está vuestro padre que puede ser peor, así que, de
momento no lo haréis, cuando tengáis veinte años, lo podréis hacer todo cuanto
queráis. Ahora os repito lo que os he dicho con los delfines y no creáis que lo dije
en broma, esto va muy en serio y pienso enfadarme mucho; repito: ¡Nos vamos!

Los niños bajaron la cabeza en silencio. Ana les hizo una señal para que la
siguieran por la escalera, hasta llegar a sus habitaciones en el ala izquierda del
primer piso.
Allí, los dos tuvieron otra gran sorpresa y sus exclamaciones, llenaron de
vida la antigua mansión. Con entusiasmo, los pequeños, recorrieron todo el pasillo
tan ancho como el dormitorio que compartían en la otra casa. Se detuvieron ante
la puerta que estaba abriendo su madre y entraron despacio, descubriendo que
era la habitación de Miky. Allí estaban sus libros en un mueble que ocupaba toda
la pared y que incluía un hermoso escritorio.
Ana abrió después el armario y vieron que, toda la ropa y sus zapatos,
estaban perfectamente colocados y aún quedaba un montón de sitio.

− ¿Te gusta tu nuevo dormitorio?.- Dijo Miguel a su hijo mayor. Él asintió con
la cabeza, parecía incapaz de decir algo.- Mira lo que hay aquí. ¿Qué te parece?

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− ¡Es una tele!- Exclamó con la cara iluminada por la ilusión.- ¿Es solo para
mi?
− Sí, solo para ti.
− Y yo qué, ¿no tengo de nada?- Dijo Ángel con cara de pocos amigos.- Todo
es para Miky, como siempre.
− Nada de eso. ¡Ven conmigo! – Su madre le cogió de la mano y se lo llevó a
la habitación contigua a la de su hermano.

Allí estaban todos sus juguetes haciendo que pareciera un jardín, de tanto
colorido como tenían. El niño miró a su alrededor y descubrió el pequeño televisor
que había en una esquina del escritorio, igual que en la otra habitación; se fue
corriendo hasta allí y, pasándole la mano, como acariciando la pantalla, le dijo a su
madre, completamente satisfecho: - Yo también tengo una tele.- Ninguno de los
dos sabía que solo la podía poner uno de sus padres y eso sería cuando lo vieran
conveniente, nada más.

Ana y Miguel, habían escogido para fuera su dormitorio, pues el Sr. González
les dijo que, por deseo de la Sra. no vivirían en las dependencias del servicio, una
habitación del ala izquierda, que estaba cerca de las de los niños. Era muy grande
y sus muebles de un lujo excesivo para ellos; las grandes ventanas les permitían
contemplar una hermosa vista del parque. Estaban muy satisfechos. Como en las
otras, ya tenían sus cosas colocadas en los armarios; uno para cada uno. Estaban
convencidos de que era demasiado, pero la señora había dicho que debía ser así,
y le obedecían.

Después del traslado, y cuando ya tenían todo ordenado; decidieron invitar al


Sr. González para que pudiera ver el resultado de su trabajo y diera su visto
bueno, ya que él era la única persona a la que podían recurrir, porque había
conocido la casa en sus mejores tiempos. Le pedirían que se quedara a comer
con ellos; su compañía les agradaba, porque llegaron a apreciarle mucho,
después de todo el tiempo que habían pasado hablando de muchos temas, unos
referentes a la casa y sus obras y otros más de todo lo que acontecía por el
mundo, les gustaba escuchar sus opiniones y se dejaban influir por ellas, porque
sabían que eran acertadas y tenían la base de una gran experiencia.

La reacción del anciano Sr. cuando entró en el vestíbulo, fue de admiración y


emoción. Sus ojos se llenaron de lágrimas y parecía que sus manos tiemblan más
de lo acostumbrado. Siguieron enseñándole todo lo demás, pero esta vez, no le
resultó tan fatigoso, porque el ascensor funcionaba de maravilla. Por la expresión
de su cara, sabían que le gustaba el resultado de tanto trabajo y eso les hacía
sentirse muy satisfechos.
− Parece que no ha pasado el tiempo. Se puede decir que está más bonita e
impresionante que cuando la vi por primera vez; yo tenía quince años y me asustó
la grandeza de esta mansión. Hoy me ha pasado lo mismo. ¡Os felicito!
− ¡Gracias de verdad! Pero, Ud. que conoce a la Sra. Enciso ¿Cree que le
gustará? ¿Es esto lo que ella quería que hiciéramos?- Parecía una pregunta fuera

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de lugar, después de su reacción, pero Miguel necesitaba saber la respuesta del
Sr. González.
− Decir que le gustará, sería decir muy poco; estoy seguro de que se
emocionará más que yo. La distancia y el tiempo, hacen que todo se recuerde con
más belleza de la que tenía en realidad, pero estoy seguro de que sus recuerdos y
añoranzas, no llegaran a ser tan hermosos.
− Nos tranquiliza mucho saber esto.
− Uds. tenían muchas dudas, pero yo no tenía ninguna; al recomendarles,
sabía que no me equivocaba. Ya soy muy viejo y he aprendido a conocer a la
gente; en cuanto les vi, supe que había encontrado a quien buscaba. – La sonrisa
del Sr. González, era casi imperceptible; solo en sus ojos se adivinaba una luz de
misterio que los jóvenes, no se habían percatado de ella.- Sí, no me equivoqué.

Después de comer, ya sentados en el salón, comentaron, una vez más, los


múltiples detalles que habían tenido que pasar por las manos de muchas personas
que habían intervenido en los arreglos y las nuevas instalaciones.
Después de media hora de hablar con sosiego y disfrutar del letargo propio
que produce una buena comida, Miguel, que era impaciente en esos temas, se
levantó y cogió una carpeta bastante abultada y volvió a su sitio, junto al Sr.
González.
− Aquí están todos los documentos que justifican los gastos de los proyectos
del aparejador, los materiales, los sueldos, las adquisiciones de muebles,
ordenadores, aparatos de aire acondicionado....es una larga lista de muchas
pequeñas cosas que Ud. podrá estudiar tranquilamente; si lo encuentra todo en
orden, se lo presentaremos a la Sra.
− Miguel, no pienso mirarlo siquiera, así que no los abra. ¿Es que no sabe
que Ud. es el administrador? Yo ya no tengo nada que ver en eso, por suerte me
han relevado del cargo y creo que me merezco estar tranquilo y disfrutando de
esta vuelta al pasado que me trae muy buenos recuerdos.- Dijo el Sr. González
con voz pastosa y con los ojos medio cerrados por el amodorramiento y la
satisfacción.
− De acuerdo, le pido disculpas por lo inoportuno que he sido.- Ana le miraba
y él sonriendo terminó:- Creo que tiene razón, es mejor disfrutar de todo lo bueno.

Continuaron sentados sin apenas hablar y, cuando el Sr. González, se


disponía a marcharse, decidieron que había llegado el momento de informar a
Laura Enciso de que su casa estaba preparada para recibirla.

54
LAURA

CAPITULO III

55
En el aeropuerto, Ana y Miguel acompañados por los niños, miraban de un lado
para otro, con cierta preocupación. Habían llegado con suficiente tiempo, porque
preferían esperar ellos y no tener que ir deprisa y corriendo entre la gran cantidad
de gente que venía en el vuelo de Madrid.
Quedaron en verse con el Sr. González allí mismo. Miguel había insistido en
ir a recogerle a su casa, pero él no había querido porque, decía que a ellos les
venía muy mal la combinación y él siempre podía coger un taxi.
− Yo tenía que haber ido a buscarle a su casa. No sé porqué le he hecho
caso. Es tan mayor que puede haberle ocurrido cualquier cosa.– Miguel no dejaba
de recriminarse. Pensaba que el pobre Sr. podía haber tropezado o quien sabe
qué. Se sentía culpable por no haber insistido más en ir a por él.- Estoy por ir a ver
si le encuentro.
En esos momentos, por fin le vieron a lo lejos por el brillante pasillo central,
sorteando a las personas que circulaban con pasos apresurados. Él también
caminaba con prisa, pero sus piernas no daban para más y se leía en su rostro la
desesperación que esto le causaba.
− ¿Cuánto falta? ¿Sabéis si trae retraso? – Preguntó con la respiración
entrecortada al llegar hasta su altura.- Siento no haber venido con más tiempo;
simplemente, es que no encontraba un taxi.
− Siéntese Sr. González y descanse. Está a punto de llegar. Nos han dicho
que no viene con retraso.- Le dijo Ana, abanicándole con unos folletos que los
niños habían cogido en las mesas de distintas agencias de viajes que ofrecían
información de sus ofertas.
− Gracias hija mía, no sabes lo bien que me viene este aire; ya no me
quedaba nada en los pulmones después de la carrera que he hecho.- Luego,
mirando a Miguel, le dijo: - Miguel, te pido disculpas por el mal rato que te he
dado, reconozco que debía haber aceptado tu ofrecimiento de venir a buscarme a
casa. A pesar de los años que ya tengo, también cometo tonterías y esta ha sido
una de ellas.
− No se preocupe, lo importante es que está aquí y en buenas condiciones.

Todos esperaban la llegada de Laura, bastante nerviosos. El Sr. González,


porque hacía mucho tiempo que no veía Laura y estaba deseando saber cual era
su reacción y su opinión sobre todo lo que había conseguido. Se sentía feliz por
ella, porque la quería como a una hija, porque era una recompensa a cuanto había
sufrido en su vida y sabía el tiempo que llevaba deseado éste momento.
Los demás, porque no sabían con quien se iban a encontrar. Todas las
personas a las que solo se conocen por la voz, nunca son en realidad, como se
las imagina y casi siempre, se sufre una pequeña decepción.

56
− ¡Ya está aquí! ¡Ese es el avión!. – Gritó Miky, que fue quien primero lo
había visto, con toda la espontaneidad de un niño ilusionado.
− Papi, ¿por qué el avión hace tanto ruido? – Preguntó Ángel, al que su padre
tenía bien cogido de la mano para evitar problemas. Después del mal rato que
habían pasado esperando al Sr. González, solo les faltaba que se les perdiera uno
de sus hijos. Con él nunca se sabía y todas las precauciones eran pocas. El niño,
lo quería ver todo y de forma especial, le interesaban mucho las naves espaciales.
− Hace tanto ruido, porque los motores son muy grandes; tiene que llevar a
mucha gente dentro y eso pesa mucho.- _Fue la explicación que dio su padre, con
una paciencia que no sentía como suya.
− Quiero que seas muy formal. – Dijo Ana al niño, agachada delante de él. –
La tía Laura, ha hecho un largo viaje y estará muy cansada. ¿De acuerdo?
− Sí, Mami, de acuerdo.- Diciendo esto, los ojos del niño, se detenían en todo
cuanto veía y Ana no estaba segura de que le hubiera entendido, pero prefirió no
insistir.

Los minutos de espera se les hacían interminables, tanto a los niños, como a
los mayores. Miraban a cada señora que se encontraba entre la multitud de
personas que pasaban por su lado. Por fin vieron al Sr. González que se dirigía a
una mujer alta, esbelta, con el pelo muy largo, de color trigo; lo llevaba recogido en
una elegante trenza; se notaba que estaba hecha por las expertas manos de un
buen peluquero. Era joven, no tendría más de cuarenta años.- “Esta no puede ser,
será alguien a quien conoce” – Fue lo que pensaron, igual Ana que Miguel.
La señora y el ancianos, se abrazaron calurosamente y se miraban con
auténtico cariño. La sonrisa de la mujer, era encantadora, de esas que al mirarlas,
se sonríe uno también; pero lo que más les llamaba la atención, a parte de su
juventud, era la bondad que había reflejada en su rostro. Se dirigieron hasta ellos,
mientras el Sr. González le iba diciendo:
− ¡Laura, querida mía! ¡Qué felicidad es para mí, mirarte de nuevo después
de tantos años! – Estaba radiante de felicidad y emocionado, por eso, no podía
reprimir las lágrimas que salían de sus ojos en abundancia; pero, para
disimularlas, dijo rápidamente y lleno de orgullo: - Déjame que te presente: Aquí
están Ana, Miguel, Miky y Ángel. Esta es Laura Enciso. – Nadie más que ellos
dos, podía saber hasta qué punto había sido una maravilla llegar hasta ese
encuentro que, por otra parte, les parecía imposible de conseguir unos meses
antes.
− ¡Cuánto he ansiado este momento! Estoy encantada de saludaros al fin. –
Les besó con calor a cada uno, como si les conociera de siempre. A los niños les
dijo en voz baja:- En mi equipaje, tengo algo para vosotros; me lo recordáis luego,
¿de acuerdo? – Enseguida se había hecho cómplice de ellos y, de esa manera
había conseguido romper la timidez de los pequeños.
− Sí, tía Laura, te lo recordaremos.- Contestaron los dos al unísono y con una
gran sonrisa.

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A pesar de hacer todo lo posible para que el momento de intercambiar
saludos y frases convencionales, pareciera lo esperado en un caso así, sin
embargo, resultaba demasiado tenso; cada uno por su parte, se hacía multitud de
preguntas; se sentían en su fuero interno, impactados por la impresión recibida.
Los jóvenes no entendían que, aquella mujer tan joven y atractiva, fuera la
misma señora que ellos habían estado imaginando como la Sra. Enciso, una
anciana que deseaba pasar sus últimos años en la casa de su infancia; que
tendría un rizado pelo blanco, la cara llena de arrugas y que iría vestida de
llamativos colores, como muchas extranjeras que miraban los monumentos y las
catedrales del Pilar y la Seo.
Siempre que hablaban por teléfono, su voz les había parecido muy juvenil y
alegre, pero eso no les extrañó, pues había muchas personas a las que no se les
adivinaba la edad por la voz; pero esto era algo que no esperaban, les costaba
asumir que la hermosa mujer que tenían delante, fuera Laura.
Intentaban fingir que todo era natural, pero no era posible que alguien les
creyera y la primera era Laura, que comprendía perfectamente el caos que se
había generado en sus mentes al conocerla. Sabía sin tener que preguntarles, la
sorpresa tan grande que se habían llevado; ella era consciente de que su aspecto
les iba a confundir totalmente. Así que pensó:- “Las explicaciones, vendrán en su
momento. Tened paciencia”.

A pesar de este convencimiento, por su parte Laura estaba como si hubiera


recibido un fuerte golpe en el pecho; le costaba mucho disimular sus sentimientos.
La impresión al ver a Ana, había sido demasiado grande. Eduardo se la había
descrito, pero nunca podía imaginar que el parecido fuera tan exacto; Ana era una
copia perfecta de la otra persona a la que siempre llevaba en su corazón. A su
mente acudieron recuerdos demasiado queridos y dolorosos, pero no había
llegado el momento todavía de que Ana los conociera, como había dicho antes:
Las explicaciones vendrían más adelante.
Hizo un gran esfuerzo para dejar estos sentimientos a un lado; nadie debía
notar nada, su dominio tenía que ser total para detener el impulso de abrazarla y
contarle todo en ese mismo instante. “- Todo a su tiempo, todo a su tiempo –“ Se
dijo de nuevo en lo más profundo de su corazón.
− Tía Laura, nos gusta mucho tu casa y queremos darte las gracias por
dejarnos vivir en ella.- El silencio tenso de los pensamientos de cada uno, se vio
roto por la voz del niño al que se le notaba lo muy ensayada que tenía la frase.
− ¡Y por la piscina! – Le apuntó Ángel, mirando con censura a los ojos de su
hermano mayor, por olvidarse de lo mejor. Laura, les sonrió y, acercándose a
ellos, los estrechó en un fuerte abrazo y les llenó la cara de besos. Tenía los ojos
llenos de lágrimas, pero logró dominarlas de nuevo, con la esperanza de que los
demás no las hubieran visto.
− Gracias a vosotros por querer vivir conmigo. ¿Qué haría yo sin unos
muchachos tan estupendos? Seguiría tan sola como hasta ahora.

¿Por qué había dicho eso? Apenas hacía unos minutos que les conocía.
¿Por qué esas lágrimas en sus ojos? ¿Por qué esas muestra de cariño? No era la

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forma habitual de comportarse una persona que había contratado a unos
administradores, aunque fueran a vivir juntos. No, no podían comprender nada de
lo que estaban viendo; sin embargo para el Sr. González, todo parecía tan normal;
les miraba con satisfacción y tenía un brillo diferente en sus astutos ojos.
Ana y Miguel, se cruzaron las miradas y, sin mediar una sola palabra, se
entendieron perfectamente; sus pensamientos iban por el mismo camino; no
estaban seguros si todo lo que veían les gustaba. ¡Cuantas cosas raras estaban
pasando en tan poco tiempo!

El coche de Miguel, resultaba demasiado pequeño para tanta gente, pero


Laura insistió en ir todos juntos, aunque fueran algo apretados; ella había
dispuesto que su abundante equipaje, lo llevaran a casa en un taxi; así que, juntos
recorrieron los nueve kilómetros que separaban Garrapinillos, donde estaba el
aeropuerto, hasta la ciudad.

Durante el trayecto aprovecharon ese tiempo para comentar algunos de los


momentos más curiosos del arreglo de la casa.
− Tía Laura, tenemos una niñera que es muy guapa, se llama Amparo y la
queremos mucho. – Le contó Miky, que parecía haber perdido la timidez de los
primeros momentos, sentado en la falda de ella. Laura había insistido en sentarse
con el niño en la parte de atrás del coche.
− Yo la quiero más – Dijo Ángel, que estaba con su madre en el asiento de al
lado y se sentía algo celoso por el lugar privilegiado que ocupaba su hermano. –
porque se va a casar conmigo cuando sea mayor. –

Todos se rieron ante las ocurrencias del niño, como cualquier familia que se
encontrara después de mucho tiempo. Parecía olvidada la primera impresión,
aunque todavía estaba latente en las mentes de los padres. Presentían que detrás
de todo aquel asunto, había algo oculto e importante y que no sabían porqué
motivo, les habían metido a ellos en él. Esperaban a que, tarde o temprano, todo
se aclarase. Entre ellos, aunque existiera un misterio, había un entendimiento y
una magia que hacía que todo aquel sin sentido, pareciera natural.
Por su parte Laura, estaba satisfecha. Después de tantos años de
sufrimiento y de búsqueda, lo había conseguido: Tenía una familia; la que ella
había deseado desde hacía tanto tiempo. Se encontraba sentada en el pequeño
coche de Miguel, con el niño en sus rodillas, un niño que podía ser perfectamente
su nieto y se sentía como si estuviera viviendo un sueño; un maravilloso sueño
que, por desgracia, no era posible compartir con la persona que más había amado
en su vida.

Al entrar en el jardín, sus ojos se iluminaron. Lo recorrió todo con la mirada y,


mientras los demás observaban con interés su reacción, ella parecía haber vuelto
a encontrar la vida que había perdido.

− ¡Es maravilloso! ¡Qué bonito está todo! ¡Cuantos recuerdos! En este jardín,
he pasado tantas horas, unas alegres y otras muchas tristes, porque ha habido de

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todo. Tú lo sabes ¿Verdad Eduardo? – Se dirigió hasta la pérgola y se sentó en
uno de los bancos de piedra. – Aquí, prácticamente, he hecho la carrera; no me
importaba que hiciera frío, me abrigaba bien y me traía los apuntes para estudiar.
Se me pasaban las horas sin sentir. Luego, durante los veranos, me dedicaba a
leer muchos de los libros de la biblioteca que tanto os ha gustado; incluso muchos
de ellos, me han servido para la carrera; no sé si sabéis que estudié farmacia.
También, cuando descansaba de estudiar, hacía labores. La mitad de mi vida está
escrita en este jardín.

Seguía paseando y recordando. El estanque le gustaba mucho y admiró los


peces en su constante nadar y felicitó a Ana por la buena idea que había tenido de
ponerlos allí. Continuaba el recorrido por la parte “salvaje” donde no había ni
bancos, ni estatuas, solo arbustos y grandes pinos, eucaliptos y chopos. Este
rincón, parecía entristecerla más; no dio ninguna explicación, pero sin decir nada,
dio la vuelta y se fue hacia los escalones del porche. Todos se quedaron en
silencio esperando la reacción de la dueña de la casa, cuando viera el interior. De
momento, lo que había visto pareció que era de su agrado, pero lo importante,
estaba por llegar.
Al entrar en el vestíbulo, se quedó parada mirando a su alrededor. La
expresión de su cara se iluminó y la sombra que se había adueñado de ella,
cuando había visitado la parte del jardín que no estaba cultivada, dejó paso a una
radiante sonrisa satisfecha. Todos los que esperaban su aprobación, respiraron
aliviados.
− ¡Esto es extraordinario! ¡Me gusta más que antes! Tiene un aspecto que
parece intimidar menos que cuando yo vivía aquí. Es como si todo fuera más
acogedor, más fresco y nuevo.– Sus ojos brillaban de alegría. Se dirigió a Ana y la
abrazó, luego, cogiendo las manos de Miguel, les dijo: - Habéis hecho un trabajo
maravilloso, todo lo que he visto hasta ahora, me ha gustado de verdad, se nota
que está hecho con buena voluntad; habéis conseguido que la casa no me
devuelva los malos recuerdos que había dejado en mí cuando salí de ella.
¡Vamos, quiero ver el resto!
Les cogió a cada uno del brazo y fue de habitación en habitación; cada una
la recorría como si fuera la primera vez que la veía. Se fijaba en cada detalle, por
pequeño que fuera, no pasaba desapercibido para sus ojos que escudriñaban
hasta los rincones. Se le veía realmente emocionada. En medio de la habitación,
daba vueltas mirando el entorno y apreciando el conjunto.
Continuando con el recorrido, llegaron hasta los dormitorios del primer piso.
Se detuvieron en la habitación que era igual que la del otro lado, donde estaba la
torre.

− Esta era mi habitación. Está como si no hubiera pasado el tiempo; casi me


da la sensación que puedo verme tumbada en la cama igual que cuando era una
adolescente, llena de contradicciones y de sentimientos de todas clases que
apenas entendía. – La expresión de sus ojos, se había vuelto apesadumbrada con
una tristeza infinita, al recordar aquella época de su vida. Ana, sufría al verla así y
por eso, en un intento de distraerla de sus recuerdos tristes, le salió al paso.

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− Ahora hemos preparado la habitación de la torre, pensando que la
preferirías, ¡Es tan hermosa!
− Sí, habéis hecho bien. Parece que me has leído el pensamiento. Cuando
venía en el avión, pensaba instalarme en ella. ¡Vamos a verla! – Dijo, volviéndola
a coger del brazo, con una confianza que a Ana le agradó, le gustaba tenerla
cerca; el encanto de Laura era irresistible y la persona en la que ella se
interesaba, se sentía tremendamente honrada por ese interés.- Esta era la
habitación de mis padres; mejor dicho, la de mi madre. Mi padre prefería dormir en
la de enfrente, decía que así no la molestaba con sus ronquidos; aunque todos
sabíamos que era ella la que deseaba estar sola, siempre fue muy... digamos...
algo egoísta. – Eduardo y ella se miraron, entendiéndose a la perfección.

Continuaron viendo el resto de la casa. Ante cada habitación, Laura daba su


visto bueno y para los que habían trabajado tan duramente en ellas, era una
satisfacción, a la vez que una recompensa a su esfuerzo.

Al llegar al pasillo de las dependencias del servicio; Laura lo miraba todo en


un silencio total que extrañó a sus acompañantes, dadas las muestras de alegría
que había dado en todo lo anterior. Aquí no había expresiones emocionadas, ni
felicitaciones por el buen trabajo realizado, como en las anteriores estancias. Ana
contenía el aliento, temiendo que le pareciera a Laura, que se había tomado
demasiadas libertades en hacer de aquella parte de la casa, algo más parecido al
resto eliminando así, aquel tremendo abismo que había encontrado en su primera
visita a la casa.
Laura abría todas las puertas, miraba dentro de los armarios, se detenía ante
los suelos que brillan como un espejo, tocaba las cortinas y pasaba la mano por
los muebles...Seguía en silencio y los demás también; incluso los niños están
callados, como a la expectativa mirando a los mayores sin entender lo que estaba
sucediendo.
Siguieron por el ancho pasillo que también tenía los suelos brillantes y las
paredes blancas, adornadas con hermosos cuadros y apliques de luces salpicados
por toda su longitud.
Entraron en la cocina, pero nadie sabía todavía, que estaba pasando por la
mente de Laura. Seguía observándolo todo detenidamente, igual que en las otras
habitaciones. Entonces, mirando en torno suyo una vez más, se dirigió a Ana, muy
seria; ésta casi temblaba de expectación ante lo que tuviera que decirle, después
de aquel silencio.
− Ana, me parecen muy poco adecuadas las palabras que se me vienen a la
mente, para expresar la sorpresa que me ha causado ver esta parte de la casa.
Solo puedo decirte que has hecho un trabajo impresionante. Tienes un gusto
exquisito para los colores, los muebles, las cortinas, los adornos...etc.- Tenía las
manos de Ana entre las suyas y a cada palabra de elogio, le daba un leve apretón.
Ana, sonreía algo desorientada pero agradecida por el alivio que estas
expresiones significaban para ella.- Absolutamente para todo. Cuanto he visto,
sobre pasa lo que yo misma hubiera hecho. Has sabido entender a la perfección,
el deseo que tenía de cambiar esta parte de la casa que para mí, siempre fue

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vergonzoso, pero las veces que le dije a mi madre que no me gustaba la forma
que tenía de vivir el servicio, siempre me decía que era una Enciso y que tenía
que respetar las diferencias de clase; que mis ideas eran muy modernas y que,
estaba segura, no traerían nada bueno a la sociedad si seguían queriendo poner a
todo el mundo a la misma altura. En fin, nunca conseguí hacerle entender que
todos somos iguales, por muchas discusiones que tuvimos.- Luego, pareció
recordar el momento actual y le dijo:- Ana, gracias por todo.
− ¡Por favor! No tienes que darme las gracias y menos a mi, que he sido una
más de tantas personas que han trabajado con entusiasmo porque todo estuviera
a la altura de tus deseos. Solo hemos cumplido con nuestra obligación y nos
alegramos mucho de que estés satisfecha con el resultado. Ha sido muy fácil,
teniendo en cuenta los medios que has puesto a nuestro alcance, que han sido
muchos.

La tensión que había estado presente en los minutos anteriores, se había


desvanecido y todos suspiraban con alivio.
Volvieron al vestíbulo, donde ya se había reunido todo el personal de servicio
para presentarse a la Señora. Ana, a su lado, iba presentando a cada una de las
personas que estaban frente a ellas, diciéndole el nombre de cada una y la misión
que desempeñaba en la casa.

− María Esteban, es la cocinera; es una mujer muy experta en su trabajo, ya


lo comprobarás a la hora de la cena. Amparo Soriano, se ocupa de los niños y
también, ayuda en las tareas de la casa. Clara Ramos, ayuda en la casa y estudia
periodismo, es una chica muy activa y con mucho talento. Concha Martínez y
Marta García, son las responsables de las ropas y de que la casa esté ordenada y
limpia. Mario, es hermano de Amparo y una de las personas imprescindibles en la
casa, él se ocupa de todo y entiende de todo, es el responsable del
mantenimiento, es el chofer y es a quien recurrimos siempre que estamos
apurados, sin él estaríamos perdidos. Joaquín Menéndez, es el jardinero que,
como has podido ver, es un autentico artista.- Dicho esto, Ana se detuvo frente a
Angelita.- ¿Te acuerdas de Angelita? Ella fue tu doncella.
− ¡Por supuesto! ¿Cómo no iba a recordarle?- Se acercó hasta ella y,
después de mirarse una a la otra durante unos segundos, como llamando a la
memoria para reconocer los rasgos que el tiempo había cambiado, se abrazaron
en silencio, luego se escuchaban los sollozos de las dos mujeres que continuaban
abrazadas.- Angelita, querida Angelita ¡Cuantas veces he pensado en ti y me he
sentido culpable de que hubieras muerto, porque estaba convencida de que no te
habías salvado!
− ¿La señorita Laura, es Ud.? no es posible. –Angelita, tenía los ojos
clavados en el rostro de Laura y los abría incrédulos. Estaba totalmente
confundida. Aquella mujer, no era su señorita, la que ella recordaba de toda su
vida.- Ella era mayor que yo y tenía....
Laura, le hizo un gesto que pasó desapercibido para los demás, no quería
que Angelita continuara hablando de su aspecto tan cambiado, ni del viaje que

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habían emprendido juntas, ni el porqué del mismo; no era todavía el momento
oportuno de contarlo.
− Querida Angelita, cuando tengamos algo más de sosiego e intimidad,
debemos hablar de muchas cosas. Quiero saber todos los detalles de tu vida, a
partir del momento en que nos separamos.
− También pensaba que había muerto en aquel terrible viaje.- La mujer,
continuaba atónita, pero comprendió que debía dejar que llegaran las
explicaciones prometidas.- Estoy deseando de que podamos hablar de todo lo que
ha pasado durante tantos años.
Laura le miró satisfecha, al comprobar que Angelita era una mujer inteligente;
con un afectuoso apretón de manos, le sonrió y volvió su atención a los demás.
Saludó a todos dándoles la mano con amabilidad y una palabra de
bienvenida a su casa que recibieron con satisfacción y muestras de simpatía.
− Quiero felicitarles por el excelente trabajo que han realizado, como ha dicho
muy acertadamente Ana; es mi mayor deseo que todos se encuentren cómodos
en nuestra compañía. Gracias.

Después de acabar el recorrido por la casa y las presentaciones del


personal, Laura, con amabilidad, pero con un gesto que no admitía demoras, les
pidió a Ana y Miguel, que se reunieran con ella en el salón. Los dos la siguieron en
silencio sin saber exactamente que era lo que les iba a decir.
Se sentaron cómodamente cada uno en un sillón, esperando que los demás
hubieran ya vuelto a sus ocupaciones. El Sr. González estaba con ellos, pero esto
no pareció molestar a Laura, aunque la conversación que iban a tener parecía ser
privada.
− Me ha gustado, como ya sabéis, todo lo que he visto, pero hay algo que no
acabo de entender y quisiera que me lo expliquéis: ¿Por qué razón vuestro
dormitorio no es el principal del ala izquierda? El que era mío, cuando yo era
joven– Ana y Miguel, que no esperaban semejante pregunta, se miraron
extrañados, continuando en silencio expectantes sin saber a qué se refería Laura.
− Es algo que no hemos pensado ni por un momento. Ese es el mejor
dormitorio y se supone que estaba reservado para las visitas más importantes;
nosotros, al fin y al cabo, somos tus empleados y no es correcto que nos
apropiemos de lo mejor; ya nos parece demasiado bueno el hecho de que nos
trates como lo haces, y el dormitorio que hemos elegido, es demasiado lujoso para
nosotros; incluso nos sentimos abrumados porque no quieras que vivamos en la
parte del servicio como nos corresponde... – Las explicaciones de Ana, eran
recibidas por parte de Laura, con movimientos de cabeza negativos y, sin que Ana
terminara de hablar, ella le interrumpió:
− Pues os habéis equivocado. Vosotros sois mi familia y os lo he dicho en
más de una ocasión; por eso, no consiento que mi familia, esté en inferioridad de
condiciones que yo. Espero que mañana mismo hagáis el cambio. Si tengo
invitados, como tú misma has dicho, las otras habitaciones, son lo bastante
buenas para ellos. ¿De acuerdo?- Dijo esto, sin esperar que se discutieran sus
razones.

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− Por supuesto, se hará como quieras y te quedamos muy agradecidos.- Dijo
Miguel, que no acababa de entender lo que estaba pasando. Ana, se quedó
callada, no sabía tampoco qué podía decir, ni lo que aquello significaba.

Para mitigar un poco la tirantez del momento, y despejar en algo la confusión


que se había vuelto a producir en las mentes de la pareja, Laura les dijo:
− ¿Sabéis lo que más me ha gustado de todo lo que he visto? La cocina. Ha
quedado alegre y acogedora, no se parece en nada a la de antes, que es,
precisamente lo que yo más deseaba, como ya sabes, Ana. El comedor es una
preciosidad, creo que comeremos siempre allí, cuando no tengamos invitados.
Ese riconcito es muy hogareño y me encanta. ¿Qué te parece Ana si lo hacemos
así?
− Por mí no hay inconveniente y creo que para los niños es mejor; el comedor
grande les impone demasiado, yo creo que, hasta les asusta tanto, que no serían
capaces de tragar ni un bocado. – Puso cara de susto y todos se rieron, dejando a
un lado la tensión de los momentos anteriores.- Ellos están acostumbrados a
comer en la cocina; en nuestra casa, no teníamos la costumbre de comer en el
comedor; sólo lo usábamos cuando había alguna visita que no era de mucha
confianza.

Los días siguientes, sirvieron para que, cada uno de los habitantes de la gran
casa, se adaptara a su nueva situación. Empezaba a unirles un lazo de simpatía,
aunque hiciera tan poco tiempo que se habían visto por primera vez. Todos, cada
uno por un motivo diferente, estaban satisfechos y se sentían agradecidos a la
suerte, por haberles dado la oportunidad de formar parte de aquella casa.

Siempre que Laura miraba a Ana, le recorría un escalofrío por todo el cuerpo
y, parecía que una gran mano le estuviera atenazando el estómago. Su pelo, sus
ojos, su sonrisa. Una y otra vez se hacía la misma pregunta:- ¿Cómo puede haber
dos personas que sean tan iguales?- No solo era su físico, también era el carácter;
tenía la misma dulzura y el mismo brillo en los ojos, que denotaba la gran
inteligencia que poseían, al igual que su bondad.
Laura observaba la forma en que Ana trataba a sus hijos; siempre con
delicadeza y amor; aunque eso no quitaba que fuera firme cuando la ocasión lo
requería; así mismo se comportaba con los empleados de la casa. Les indicaba
cómo debían hacer su trabajo y ellos le escuchaban con una actitud positiva y
obedecían sin discutir ninguna de sus órdenes.
También puso atención en la relación que tenía con Miguel. ¡Que hermosa
era! Su corazón se encogía de, algo así como la envidia sana, cuando veía sus
miradas de complicidad, cuando se cogían de las manos, cuando se daban un
beso robado en un instante en el que creían que nadie les observaba.
Su tristeza crecía por la nostalgia que, esas muestras de amor y confianza,
producían en su dolorida alma. ¡Cuánto le echaba de menos! ¿Es que nunca se
iba a acostumbrar a vivir sin él? Conocía bien la respuesta: No.

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Ana, por su parte, pensaba en lo diferente que era a como se la había
imaginado. Volvía a decirse en su fuero interno, que no era normal que una mujer
de sesenta y dos años, tuviera el aspecto de una de cuarenta, como mucho. Había
visto la cara de sorpresa y de incredulidad, que había puesto Angelita al verla de
frente. Ella no pudo escuchar la breve conversación que, entre susurros, habían
mantenido el día de la presentación, pero sabía que algo tenía que aclararse entre
las dos y que Angelita no estaba muy conforme. Ana era un mar de dudas lo que
tenía a todas horas, desde que había oído por primera vez hablar de la Sra.
Enciso y de su antigua mansión.

− Parece que nos estamos examinando la una a la otra. Seamos sinceras y


digamos lo que nos ha impresionado más. ¿Me dejas que sea la primera?
Se habían quedado solas en el salón. Los niños se los había llevado Amparo
a merendar y a preparar sus deberes del colegio para la mañana siguiente; las
vacaciones se acercaban y el buen tiempo les tenía desorientados. Muchas veces,
cuando les llamaban por la mañana, para que se prepararan y desayunaran, se
creían que ya no tenían que ir al colegio y se desmadraban corriendo por la casa y
el jardín.
− ¡Claro que sí! Empieza cuando quieras, aunque no creo que haya mucho
que decir de mí.- Esta era una de tantas cosas de las que hacía Laura, que Ana
no podía entender, pero le siguió el juego por respeto y por no parecer antipática.
− Eres demasiado modesta. La impresión que me has causado, es esta:
Cuando Eduardo me habló de ti, pensé que exageraba, en cambio ahora me he
dado cuenta que no, que en realidad, se había quedado corto. Eres encantadora,
inteligente y mucho más hermosa de lo que él dijo; la expresión de tu cara es
siempre bondadosa y limpia, eso es lo que más gusta de las personas, porque
indica que es así por dentro. Se dice que “La cara es el espejo del Alma” y yo creo
que es verdad...Solo he conocido a otra persona con esas características...le
quise mucho...estoy segura que a ti te querré de igual modo. – Aunque la
expresión de Laura, seguía siendo serena, en su voz se adivinaba un pequeño
temblor que, por suerte para ella, pasó desapercibido a Ana.
− Me emociona saber que piensas que soy así, pero el peligro de hacerse
una idea tan elevada de alguien a quien no se conoce demasiado, es que después
la decepción es mucho mayor y me dolería en el alma que eso ocurriera. Lo que
yo pienso de ti, salta a la vista. ¿Qué podría decirte que no lo hayan hecho otras
personas en tu vida, miles de veces antes que yo? Eres hermosa, elegante,
atractiva, inteligente, simpática...buena. Todo lo que has hecho por nosotros, que
todavía no acabo de entender el porqué, te lo digo sinceramente y el trato que has
tenido con los demás, no lo hace una persona que es rica como tú. Solo puedo
decirte que, lo que más me ha sorprendido al verte, es que fueras tan joven.
Nosotros creíamos lo que nos dijo el Sr. González: que eras una señora de más
sesenta años que viene a pasar su vejez en la casa de sus padres. En cambio,
nos encontramos con una mujer joven que no representa más de cuarenta años,
activa y dinámica a la que no se le puede decir que venga a pasar su
“vejez”.cuando está en lo mejor de la vida. - En unos momentos de sinceridad
como los que estaban teniendo, Ana se aventuró a decir:- Desde el primer

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momento, todo lo referente a ti y a tu casa me ha parecido, como poco, un
misterio.
− Lo sé y a mi me hubiera ocurrido lo mismo. De verdad. Lo que dices de mi
aspecto, me halaga mucho. A todas las mujeres nos gusta que nos encuentren
más jóvenes de lo que somos. Algún día te contaré mi secreto, pero tengo sesenta
y dos años, te lo aseguro.
− ¿Te has operado muchas veces? Perdona si es una indiscreción, pero no
se me ocurre ninguna otra explicación para justificar tu juventud.
− ¡Oh no! No me he operado y es natural que lo preguntes; ya sabes que
quiero que tengas confianza conmigo. Deseo, con mucho interés, contarte la
historia de mi vida, para que puedas entender todo lo que ahora te parece un
“Misterio” Ya encontraremos el mejor momento para hacerlo. Me importa mucho el
que tú la conozcas; ya sabrás por qué a su debido tiempo.

Después de esta conversación, Ana estaba todavía más intrigada, porque


Laura le había confirmado que existía un misterio en todo lo que estaba pasando.
Una de las cosas que más le sorprendían, era la forma en que Laura hablaba
sobre el interés que tenía en que ella conociese su vida y sus razones para tantas
cosas que, todavía no podía entender ¿Cuándo se decidiría a empezar con las
explicaciones? Después de unas semanas, parecía que se le había olvidado su
promesa y Ana estaba realmente impaciente por saber de qué se trataba.

Los días transcurrían felices, adaptándose la familia a su nueva situación.


Por las mañanas, desayunaban juntos en el rinconcito de la cocina, como lo
llamaba Laura. Luego, cada uno se marchaba a sus obligaciones. Los niños
todavía, al colegio, que los llevaba Mario en el coche que habían comprado para el
uso de la casa, y al que acompañaba Amparo. Ana, se dedicaba a organizar el
trabajo de limpieza, lavado de ropas y todo lo referente al mantenimiento, que no
era poco. Ella era también, quien decidía lo que se iba a cocinar en el día; siempre
teniendo en cuenta los gustos de cada uno y procurando que el menú fuera
equilibrado; a esto le dedicaba una gran parte de su interés. Algunas veces, le
había costado un enfrentamiento con María, la cocinera, que era muy dada a
poner mantequillas y grasas en sus platos. Las carnes que compraba, eran
siempre libres de grasas y el cerdo ocupaba un lugar secundario en la dieta; se
consumía en momentos muy puntuales.
Ana era una devoradora de libros y, entre los que más le gustaban, estaban
todos los que enseñaban a tener una vida sana, una alimentación adecuada y los
de medicina natural, entre otras muchas teorías para la autoestima, la meditación
y el conocimiento del propio yo. Por estos motivos, le daba una importancia
crucial, a la buena alimentación.
Una vez por semana, iba al mercado, casi siempre acompañada por María. A
Ana le gusta tener la despensa y la cámara frigorífica, siempre llenas de lo mejor.

Los días de Laura, transcurrían bastante tranquilos. No le gustaba salir


demasiado y tampoco le agradaba la gente de la alta sociedad a la que
“pertenecía”. Les encontraba demasiado hipócritas y superficiales; sin valores

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humanos. A ella le traía sin cuidado el dinero o la influencia que pudiera tener este
o el otro. Tampoco le importaba con quien se casaría la hija de tal o cual persona
importante, ni los problemas financieros de fulano o mengano...Ni los devaneos
amorosos del marido de una con la esposa del otro.
Por muchas e importantes razones, prefería pasar desapercibida en ese
mundo del cuchicheo. De las personas que había conocido en su juventud,
apenas quedaba nadie que se acordara de ella; prácticamente todos sus
conocidos, creían que estaba muerta y eso le venía muy bien porque así, no tenía
que dar explicaciones muy difíciles de entender y que eran inevitables para
comprender cual era su presente. Prefería seguir siendo ignorada por la alta
sociedad.

− Angelita, por favor, - Laura estaba sentada ante el tocador de su dormitorio,


mientras y la otra mujer hacía la cama y recogía la ropa. - no te marches, quiero
hablar contigo y darte las explicaciones que te mereces. - Diciendo esto, Laura se
levantó y volvió a sentarse en el sofá que estaba junto a las ventanas de la torre. -
Ven, siéntate tranquila, tenemos que aclarar muchas cosas.
− Señorita, tengo mucho interés en escucharle.- Dijo sentándose junto a
Laura, en el sitio que esta le señalaba a su lado.- Yo no quisiera que piense que
dudo de Ud. pero, no es la misma que yo recordaba.

Laura habló durante dos largas horas, mientras Angelita, asentía con la
cabeza y abría desmesuradamente los ojos.

− Ahora comprendes porqué no quiero que los demás lo sepan, sería darles
demasiadas explicaciones que, por otro lado, no les interesan, la única que me
conocía eras tú, por eso te lo he contado.
− No se preocupe, yo no diré nada. ¡Que magia debían tener allí! En Australia
¿Hay muchos brujos de esos?
− Antes sí, pero ahora cada vez hay menos; ya sabes que todo se moderniza
y estas cosas son demasiado antiguas.
− Me alegro mucho que tuviera la suerte de llegar sana y salva hasta su
familia ¡Cuánto tiene que agradecerle a su tía que la llamara! Me acuerdo que Ud.
no tenía ninguna confianza en que el médico que decía, llegara a curarla.
− ¿Has visto lo que una se puede equivocar? La vida nos enseña a no
desdeñar las cosas por desconocidas, primero es saber de qué se trata y después
decidir si nos interesan o no.

Pasaban las semanas y, casi sin darse cuenta, había llegado el verano y con
él las vacaciones. La rutina de la casa se vio de pronto alterada por el constante ir
y venir de los niños que con sus voces, lo llenaban todo.
Estaban locos de contentos con el perrito que les había regalado la tía Laura.
De nombre le habían puesto “Rico”, como uno de los protagonistas de los relatos
que les contaba su tía y que tanto les gustaban. Relatos donde siempre eran
protagonistas los animales de especies muy raras, pero simpáticos que podían
convivir con las personas sin asustarse, que se alimentaban de frutas exóticas y

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desconocidas para los que vivían en Zaragoza, como ellos, porque esos cuentos,
se desarrollaban en un lugar maravilloso, parecido al paraíso y que sólo conocía la
tía Laura, que había viajado por todo el mundo.
Pasaban casi todo el día en la piscina, bajo la atenta mirada de Amparo que
no les perdía de vista ni un momento.
Por ese lado, Ana estaba muy tranquila, sabía que se podía confiar en
Amparo, no solo porque era una chica excelente, sino porque quería a los niños
como si fueran sus propios hermanos pequeños. Algunas veces, comentaban lo
mucho que les divertía jugar en la piscina, aunque, entre risas y bromas, decían
que se podían encoger de tanto estar en el agua. Después, se alegraba de ver el
buen apetito con que comían los dos, sobre todo Ángel, que siempre le había
tenido que empujar para que se acabara su comida.

A pesar del trabajo, siempre había un momento de tranquilidad y Ana los


aprovechaba sentándose algunas veces, en uno de los sillones del salón y
escuchaba el rumor del agua de la fuente, tan sereno y relajante; entonces, le
venían a la memoria las palabras del Sr. González, cuando dijo que le gustaba
sentarse allí en las tardes de verano y comprendía la nostalgia que el anciano
sentía por aquellos momentos.
La mayoría de las veces, prefería ir a su lugar favorito: el solarium. Por las
tardes, cuando llegaba la hora de la siesta, la casa se quedaba en silencio. Los
niños dormían y algunos mayores también. Eran las horas en las que el calor se
hacía más intenso y, aunque tenían aire acondicionado, el cuerpo respondía a la
costumbre de toda la vida y se amodorraba. Entonces Ana se iba a la biblioteca,
elegía un libro; unas veces se trataba de una novela amena y graciosa, para
distraerse sin más pretensiones, otras, era un libro serio y profundo con el que
aprendía mucho más. Cuando llegaba arriba, se acomodaba en una de las
hamacas y se pasaba las mejores horas del día. Otras veces simplemente,
pensaba. Se encontraba muy bien consigo misma y le gustaba hacer ejercicios de
relajación y meditación. En esos momentos era cuando se le ocurrían las mejores
ideas; era cuando intentaba comprender a los que le rodeaban y el
comportamiento que se esperaba de ella. En definitiva, era un refugio para
adentrarse en su mundo más íntimo, donde no tenía cabida nada, ni nadie más

Una de aquellas tardes, cuando se disponía a subir, se encontró con Laura


en la escalera. Le extrañó verla, porque pensaba que estaría en su habitación,
como todas las tardes. Parecía un poco indecisa, como si quisiera decirle algo que
le costaba un esfuerzo. Ana le sonrió y esperó a que ella hablara.
− Ana, se que por las tardes te gusta leer en el solarium; si no te molesto, me
gustaría acompañarte, quisiera hablar contigo tranquilamente, sin que nos
interrumpa nadie. ¿Me permites?
− ¡Por supuesto! Laura, tienes unas cosas increíbles. ¿Cómo puedes pensar
que me molestas? Eres tú la que siempre me dices que quieres que haya
confianza entre nosotras, en cambio ahora tú no la tienes conmigo.- Ana estaba
muy contenta, aquella podía ser la ocasión que tanto había estado esperando, por
fin Laura le iba a contar su historia y se aclararían todas las dudas y misterios que

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no sabía cómo resolver.-¡Vamos, me encanta que me cuentes cosas, como a los
niños!

Se acomodaron en las hamacas y por un momento, se hizo un silencio entre


las dos. Sólo se escuchaban los trinos y ruidos que hacían los pájaros que
saltaban en sus enormes jaulas puestas entre las plantas que crecían en los
macetones que llenaban parte del solarium y una cantidad de adornos preciosos
que recordaban el África y las islas más lejanas. Recorrieron con la mirada el
entorno que parecía un jardín dentro de la casa.
La luz entraba a raudales por las cristaleras y a lo lejos, se veían las copas
de los árboles del parque vecino y las fuentes que refulgían bajo los rayos aquel
sol implacable que solo se encontraba en los veranos de Zaragoza.

− Ana, como ya te prometí, me gustaría contarte mi historia de la que solo


tiene conocimiento otra persona: Eduardo. Estoy segura de que puedo confiar en
tu discreción, porque espero y confío, que sabrás entenderla y guardar el secreto
mientras yo te lo pida. A veces, hay cosas que es necesario compartirlas con
alguien y tú eres una persona que inspira confianza; estoy segura de que no es la
primera vez que alguien te cuenta algún secreto muy íntimo.
− Eso es cierto y me ha pasado muchas veces. En este caso, es un honor
para mí que seas tú quien lo haga. Puedes estar segura de que guardaré tu
secreto el tiempo que quieras, si con eso te alivias de un peso, escucharé en
cantada.
− Como ya te he dicho antes, es la historia de mi vida. En ocasiones, te
parecerá un poco fantástica pero, desde el principio, quiero que sepas que todo es
cierto, aunque te parezca imposible de creer. Ese es el motivo por el que debo ser
muy cautelosa con las personas a las que decido confiar esta historia.

Laura empezó su relato con voz tranquila y despacio, dando la impresión de


que deseaba que Ana no se perdiera ni una sola palabra de lo que quería decir.
Ésta le escuchaba con algo muy parecido a la devoción porque realmente,
admiraba a Laura con todas sus fuerzas; su voz era melodiosa y ese acento tan
peculiar y gracioso que, a pesar de pronunciar perfectamente el español, le daba
un sonido diferente que le encantaba.

***************

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“ Los primeros recuerdos que tengo nítidos, son de cuando tenía cinco años
y, como todos los niños de esa edad, era una preciosidad. Mi padre estaba loco
conmigo, siempre me llamaba su muñequita y no había juguete ni capricho, por
caro que fuera, que no lo tuviera yo.
Me vestían con las mejores sedas y bordados; me sacaban a pasear y se
enorgullecían cuando me decían piropos los conocidos de la familia.
Todos en la casa me mimaban. Era una niña alegre y graciosa que siempre
estaba jugando.
El servicio me adoraba, hasta Lucas, el chofer de mi padre, que era siempre
un hombre muy seco y poco amigo de sonreír, me dejaba jugar dentro del coche
mientras él lo abrillantaba; siempre lo tenía como un espejo. Era una persona a la
que, nada ni nadie, le hacía gracia pero, conmigo se reía procurando que no le
vieran los demás que componían el servicio.
El jardinero, un hombre bastante mayor, pero simpático y cariñoso, decía que
era la flor más bonita que había en aquel jardín, y nunca faltaban ramos de
pensamientos en mi habitación, porque él sabía que me gustaban, siempre que
los veía les llamaba mariposas y eso a él, le hacía mucha gracia.
A quien yo quería más que a todos, por más simpáticos que se esforzaran en
ser, era a Lucía, la cocinera. Ella era una mujer grande y tosca, de la que nadie se
podía esperar que fuera tan tierna; siempre me besaba y me apretaba contra su
enorme pecho, que a mi me parecía muy blandito y acogedor, como nadie del
servicio se atrevía a hacer y eso era lo que más me gustaba a mí.
Todos los días me guardaba unos bollitos de pan de leche calientes que ella
hacía por las mañanas para el desayuno, los untaba con mantequilla, que también
hacía ella, y me los comía con deleite, como si tuviera hambre. Desde entonces,
no he vuelto a probar una mantequilla como aquella, en toda mi vida y mira que he
viajado a Holanda, Francia, Suiza; todos son países que tienen fama de buenos
quesos y mantequillas.
− Señorita Laura – Me decía la pobre nana que no sabía cómo retenerme; era
muy mayor para ocuparse de una niña con tanta vitalidad como yo. – no está bien
que vaya Ud. a la cocina, ese no es sitio para una señorita como Ud. Su madre no
quiere que coma esos bollitos en la cocina, como las criadas, Ud. debe tomar su
desayuno en el comedor con los señores, porque ese es su sitio.
Cuando me perdía mucho rato de vista, ya sabía donde tenía que buscarme:
debajo de las faldas de Lucía, que eran amplias y calientitas. Nos reíamos mucho
cuando no me encontraba.

Se llamaba Pili y hacía poco tiempo que estaba de sirvienta en la cocina. Era
una niña algo retrasada para su edad, se calculaba que serían quince años los
que podía tener, pero no era subnormal, sólo un poco simple. La habían traído del
hospicio, porque ya era muy mayor para seguir allí. A Lucía le daba pena, porque
había conocido a su abuela, que era de su pueblo, con la que la niña vivió hasta
su muerte, que fue cuando la metieron en el hospicio. Ella sabía la historia de sus

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padres y lo desgraciada que era tan inocente estando sola en el mundo. Lucía
tenía un corazón demasiado grande y, después de mucho luchar, convenció a mi
madre para que la admitiera en casa a cambio de un techo por sus servicios y,
aunque mi madre no era partidaria de las obras benéficas, lo aceptó por no
quedarse sin Lucía.

Una mañana, cuando fui a la cocina a por los bollitos con mantequilla que
tanto me gustaban, me encontré con mucho ajetreo. Era día de colada y flotaba en
el aire de la cocina una nube de vapor que subía de los fogones donde se estaba
calentando el agua y cociendo el jabón.
Todas las criadas iban y venían del lavadero, cargadas con las sábanas y
ropa blanca. Vi a Pili que llevaba una gran olla de jabón humeante, cogida por las
asas con unos trapos.
No sé cómo pasó, no sé si tropezó o resbaló; solo sentí algo que me
abrasaba y empecé a gritar; al instante, Lucía me metió bajo el agua helada del
grifo del fregadero, pero ya no recuerdo nada más porque perdí el conocimiento.

Cuando desperté, me encontraba en un sitio desconocido. La cabeza me


daba vueltas y entre un sopor, parecido al sueño, sentía un dolor que era muy
fuerte y no podía moverme. Estaba cubierta de vendas, desde la cabeza a los
pies. Al dolor se sumaba el terrible miedo que me causaban una mujeres
extrañamente vestidas con ropas negras y blancas que rodeaban la cama en la
que me encontraba.
Aquel sitio no me gustó desde la primera vez que supe que estaba allí. Casi
siempre estaba sola, porque las visitas de mi familia, tenían que ser siempre a la
misma hora, de cinco a seis de la tarde. Luego, toda la noche, estaba sola
aterrada de miedo.
Las mujeres del traje raro, eran muy serias y me trataban con mucha
brusquedad cuando no estaba mi familia. Cuando me daban la comida, le
empujaban a la cuchara de mala manera, para que terminara cuanto antes, debían
de estar muy ocupadas; no se daban cuenta de que no podía mover los labios, ni
abrir la boca apenas. ¡Me dolía tanto! Después de algún tiempo, supe que se
llamaban monjas. Una de ellas, era la peor y más temida por todos que la
llamaban con un temeroso respeto: la hermana Eliodora; solo su nombre me
estremece ahora, después de tantos años, igual que entonces.
Por las noches, sola en aquella gran sala del hospital de la facultad de
medicina, escuchaba sus pasos y se me helaba la sangre. Vigilaba que ningún
familiar se quedara con los enfermos, ni siquiera a mí, me dejaban una compañía,
ni por lo pequeña que era, ni por el dinero de mi padre. Cuando descubría que
alguien se había escondido para no ser vista por ella, se volvía loca y le obligaba a
marcharse, aunque fuera una hora avanzada de la noche.
Allí me encontraba muy mal y mi único deseo era volver a casa. Pasaba
noches enteras llorando, al principio en voz alta, pero después, cuando la
hermana Eliodora me dijo que si no me callaba me encerraría en un cuarto donde
las ratas se comían poco a poco a los niños llorones, lo hacía en silencio. Me
sentía muy desgraciada y echaba de menos a mi padre, más que a mi madre, que

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nunca fue cariñosa, ni siquiera en aquellos momentos tan graves que pasé. Sólo
pensaba en volver a casa.

Los médicos, hicieron todo lo humanamente posible por salvarme la vida


pero, ni ellos, ni todo el dinero de mi padre, pudieron quitarme las terribles
cicatrices que aquel accidente me dejó.
Todo el lado derecho de mi cuerpo, era una masa informe de piel arrugada y
rojiza. Los tendones se habían encogido y me impedían estirar el brazo y la pierna
derechos, por lo tanto, mi forma de andar se vio afectada y ya nunca podría correr,
ni saltar y tendría siempre problemas para mover el brazo. Con todo, eso no era lo
peor. La parte derecha de mi cara, también era una horrorosa cicatriz. La tierna
piel se había derretido como la cera y no quedaba nada de las mejillas sonrosadas
y suaves donde Lucía me daba aquellos besos que tanto me gustaban. Me había
convertido en un monstruo, de la noche a la mañana.

Después de cinco largos meses en el hospital, donde cada noche soñaba


que las monjas venían a por mí y me llevaban al cuarto de las ratas, la pasaba con
las mantas por encima de la cabeza y sin atreverme a mover ni un músculo, se me
hicieron eternos, pero por fin me llevaron a casa.
Todos me recibieron con cariño, pero a pesar de lo pequeña que era, me
daba cuenta de que, en la expresión de sus caras, se veía algo raro, como
repugnancia y aprensión.

La niñita alegre, se convirtió en otra triste y melancólica que se despertaba


por las noches bañada en sudor y gritando que no la llevaran con las ratas. En el
silencio de mi habitación, creía escuchar los pasos de la hermana Eliodora y el
terror se apoderaba de todo mi cuerpo; este miedo me duró muchos años, pero mi
madre nunca me hizo caso y decía que era mejor que nadie me consolara, así me
haría más fuerte y se me iría quitando solo.
Ya no podía correr por el jardín, ni jugar como antes. Me tenían entre
algodones; siempre había alguien pendiente de mí. Yo estaba harta de tanto mimo
y de tanta lástima de todos. Cuando venía alguien a casa, mi madre le contaba,
con todos los detalles, lo que me había pasado y la opinión de los médicos y,
siempre decía que la culpa había sido mía por ir tanto a la cocina, cuando lo tenía
prohibido. Esto se me quedó grabado en la mente y, cada vez que me llevaban a
algún médico para ver si hacía un milagro en mí, yo creía que era mejor dejarme
como estaba, porque así pagaría por el pecado que había cometido al
desobedecerle.

Yo iba creciendo y me daba cuenta de todo. Los que me miraban, intentaban


disimular la impresión que les causaba mi cara, que era lo único que no podían
taparme y, con el mayor descaro, le decían a mis padres que era una niña
preciosa; entonces, cuando se acercaban a mí para decirme alguna tontería, les
daba la espalda y me subía a mi habitación.
Al principio venían los hijos de las amigas de mi madre para que jugaran
conmigo; pero se pasaban el tiempo hablando entre ellos y mirándome como a un
bicho raro. Yo no quería que vinieran, pero mis padres creían que era lo mejor

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para que no me sintiera sola, como si a mi eso me importara. Era mucho peor
verles reírse a escondidas.
Me volví solitaria y antipática; no quería ni oír hablar de que me trajeran a
más niños para jugar; y si de todas formas venían, yo me encerraba en mi cuarto y
no aparecía en toda la tarde, aunque me suplicaran que bajase y me prometieran
de todo.
− Esta niña cada vez es más inconformista, no sabe apreciar lo que se hace
por ella; acabará hecha una salvaje; claro, como no quiere ver a nadie, estoy
quedando fatal con mis amigas que me hacen el favor de traer a sus hijos para
que luego ella se porte tan mal.- Mi madre, siempre se lo decía a mi padre
haciéndose la víctima, como si el problema solo fuera de ella.

Mi madre nunca me entendió, jamás se puso en mi lugar para saber lo que


sentía; jamás vi en sus ojos el amor de una madre para su hija tan necesitada de
comprensión y cariño en unas circunstancias tan dolorosas. Siempre hacía ver
que la desgracia era suya que tenía a su hija en semejante estado. Se hacía la
mártir delante de sus amigas para que se compadecieran de ella y dijeran que era
una buena madre entregada a su hija, como si el sufrimiento fuera un galardón del
que se podía enorgullecer. En cambio, la única forma que siempre hablaba de mí
con todos, era para decir que me había vuelto muy rara.

Decidieron que no debía ir al colegio y contrataron a una señorita para que


me enseñara en casa. Aquello fue lo más maravilloso que me había pasado en mi
corta vida. Me entusiasmé por aprender. Todo me interesaba, no había materia
que yo dijera que era aburrida.
La señorita Evans, que era inglesa, decía que no había visto en su vida a
nadie con tantas ganas de aprender.
La recuerdo con mucho cariño porque, el tiempo que estuvo conmigo, se
dedicó en cuerpo y alma a enseñarme todo lo que sabía, incluso llegué a hablar y
escribir ingles con bastante soltura. Gracias a ella, pude leer las novelas de las
hermanas Brontë, que tanto me apasionaban, en su lengua original, de las que
teníamos en la biblioteca varios ejemplares que eran de la época en que ellas las
escribieron. – Las puedes ver, si te interesan, todavía están allí. - Le dijo a Ana
con una sonrisa.
También me enseñó francés, ella lo hablaba correctamente y que, por aquel
entonces, era la lengua que se exigía en el bachillerato.
También a ella le debo el placer que me causa la buena música; fue quien
hizo que aprendiera a amarla. Era una extraordinaria interprete de piano y, cuando
tocaba, llegaba hasta la fibra más sensible de mi alma. Esta fue una de las pocas
cosas que no me fue posible aprender de ella, pues mi mano derecha no estaba
en condiciones de hacer aquel ejercicio; lo que me produjo una pena añadida a las
demás. Tampoco me pudo enseñar a bailar, como toda chica de mi posición debía
aprender, para no quedar mal en las fiestas de la alta sociedad. Esto a mi no me
importaba, porque yo no tuve puesta de largo, ni presentación oficial en una gran
fiesta, como era la costumbre; cosa que fastidió mucho a mi madre, porque le
quitaba la ocasión de lucirse y tirar la casa por la ventana para demostrar lo ricos

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que éramos. Sí me daba pena, por el simple hecho de no poder bailar, pero no por
las fiestas.

Así fue pasando el tiempo lentamente y me convertí en una adolescente de


quince años. Era buena estudiante y llegó el momento de ir al instituto, porque ya
no podía continuar mis estudios en casa. Me daba verdadero pánico el pensar en
salir y tratarme con los demás jóvenes. Yo no tenía convivencia con personas de
mi edad y era una ignorante total de la vida. Además, me sentía como un
monstruo y no quería que nadie me viera. Era introvertida y tímida, pero la pasión
por estudiar, me empujaba a vencer todas las dificultades.
− Señorita Laura, - Me decía miss Evans, con todo el cariño.- Se que
es muy difícil para Ud. Dejar la protección de su soledad en esta casa, pero todo
en la vida tiene un precio y debemos pensar en si merece la pena pagarlo o no, a
cambio de lo que deseamos obtener. Ud. Está ávida de conocimientos, sólo de
esta manera los puede conseguir. ¿Le parece muy caro el precio a pagar?
− Creo que no, creo que debo pagarlo. – Le dije después de pensarlo
un momento.- ¡Gracias! Siempre me ayuda con su forma tan diferente de ver las
cosas; nunca he conocido a nadie como Ud y jamás podré olvidarla, por mucho
tiempo que viva.

Ante mí tenía todo el verano para ir haciéndome a la idea de convivir con


otras personas y seguir mis estudios. Quería demostrar que no importaba el
aspecto que tuviera ni las limitaciones físicas, para ser una persona preparada
para vivir independientemente, que era lo que yo, secretamente, ambicionaba.
La carrera que me gustaba era farmacia. Siempre quise saber, desde muy
pequeña, qué era lo que tenían los medicamentos para curar a la gente.
Mi madre, como era de esperar en ella, no estaba de acuerdo en que yo
estudiara, decía que no necesitaba pasar por eso cuando tenía la vida resuelta
con todo lo que me dejarían en herencia. Como siempre no entendía mi necesidad
de saber desenvolverme por mí misma.

Llegaron las vacaciones de verano mientras yo me debatía con estos


problemas.
No me gustaba salir con nadie y menos con mi madre. Ella y sus amigas,
me trataban como si fuera subnormal, pero muchas veces tenía que ceder, porque
me obligaba.

Pasaba los días en casa y la mayoría de las horas estaba en el jardín. Me


gustaba pasear por la parte más alejada y allí me llevaba algún libro, me sentaba
en un tronco que había cerca del riachuelo y pasaba la mayor parte del tiempo sin
ver a nadie. Como ya he dicho varias veces, yo era muy solitaria y lo único que
hacía era estar así. En otras ocasiones, cuando sabía que se habían ido mis
padres, me sentaba en la pérgola y allí me dedicaba a hacer labores, cuanto más
complicadas mejor. No se las enseñaba a nadie cuando las terminaba, tengo que
reconocer que eran verdaderas obras de arte en punto de cruz o algún otro
bordado, las guardaba en un baúl del desván y me olvidaba de ellas.

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Los días se me hacían muy largos y tediosos cuando no estudiaba. Había
momentos que ni los libros ni las labores me llenaban; sabía que necesitaba
comunicarme con alguien, hablar de mis sentimientos y de mis más íntimos
deseos; necesitaba alguien en quien confiar pero la triste realidad, es que estaba
sola y sin esperanzas de que esta situación pudiera cambiar.

En alguna ocasión, no podía rehuir el compromiso de salir con alguna de las


hijas de las amigas de mi madre, en esas ocasiones, ella siempre me daba el
mismo consejo:
− Procura llevar el pelo de forma que no se te vea ese lado de la cara y ponte
siempre mangas largas y pantalones. Disimula todo lo que puedas, ya sabes lo
desagradable que es verte las cicatrices.
− Sí mamá, ya lo se me lo dices siempre. – Le contestaba, procurando que no
se diera cuenta de la desesperación que esto me causaba. Yo esperaba que mi
madre dijera que no importaba el aspecto exterior, que lo realmente importante era
lo que había dentro de la persona; pero estoy segura de que eso jamás pasó por
su cabeza.
− No se si lo has pensado bien antes de salir con ellas. Ya sabes que una de
las chicas tiene que separarse del grupo para ir a tu paso. ¡No van a dejarte sola
detrás de ellas! Eso es muy egoísta por tu parte, yo de ti, me lo pensaría antes de
ser un estorbo para los demás.
− Entonces ¿En qué quedamos? Yo no te entiendo, Mamá. Me obligas,
prácticamente, a que salga con ellas y después me dices que soy una egoísta. ¡No
lo entiendo, de verdad!
− Es que debes relacionarte con la gente, siempre con la inteligencia
necesaria como para que no les resulte incómodo a demás. – Lo decía convencida
de que tenía toda la razón.
Yo, por mi parte ¡Claro que lo pensaba! Me hubiera quedado en casa
tranquilamente. Pero había veces que no era posible por la insistencia que tenían
algunas, pensando que hacían la buena obra del día, invitándome a salir. En
muchas otras ocasiones, después de escuchar a mi madre, les daba una excusa y
me quedaba sin salir; pero mi complejo se iba haciendo cada vez más grande.

A veces, cuando veía que pasaba mucho tiempo sin que viera la calle para
nada, debía darle pena, aunque me resulta muy difícil pensar en pudiera sentir
nada parecido, y se empeñaba en que fuera con ella a casa de alguna de sus
amigas. A mi no me gustaba, porque siempre hablaba de mí, como si yo no
estuviera, o como si no pudiera contestar por mí misma cuando me hacían alguna
pregunta.
− Deja a los niños con Laurita. – Esa era otra cosa más que me sacaba de
quicio: que me llamara Laurita. – ella es muy infantil; ya verás lo bien que se
entienden.
No, yo no era infantil, ni tampoco una niña; era lo suficientemente mayor
como para no dejar que nadie tuviera ese concepto de mí; pero siempre me
callaba y le seguía el juego; tenía miedo de su mirada que parecía que me iba a
fulminar y luego en casa, me decía un sermón intragable.

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Una tarde, teníamos de visita a unas cuantas de sus amigas, que habían
venido a tomar el té. En un momento que mi madre había salido del saloncito
donde se habían sentado ante la mesa, yo me acercaba para entrar en ese
momento, pero me detuve para sujetarme una horquilla que se me había
resbalado del pelo, entonces escuché cómo una de ellas decía a las otras en voz
baja:
− Es increíble que Laurita, siendo como está la pobre, tenga siempre la
sonrisa en la cara.¿Os habéis fijado?
− Claro que nos hemos fijado, por lo menos yo sí y os digo que, para mí. –
contestó una de ellas, bastante repipi. – sería insoportable que la gente me mirara;
me escondería bajo tierra para que nadie viera esas horribles cicatrices. La pobre
se cree que tapándolas con el palo las disimula. ¡Es patética!
− El caso es que la parte que tiene sin quemaduras es bastante mona. ¡Qué
lástima!- Dijo otra, haciéndose la compasiva. – Según me ha dicho su madre,
también las tiene por todo el cuerpo; estando así ¿Quién se casará con ella?
− Pues nadie. Eso tiene que ser repugnante. – Volvió a hablar la primera. – Si
fuera hija mía, la metería en un convento, allí seguro que es donde debería estar,
en oración por el mundo.
− ¿Sabes que has tenido una idea muy buena?

Ya no entré, me fui a mi habitación y no bajé hasta el día siguiente. No


hubiera podido mirarles a la cara sabiendo lo que pensaban de mí: ¡Es patética!
¡Qué lástima! Debería ser monja...

Ese verano, mi padre dijo que vendrían a pasar todo el mes de agosto, los
Espinosa con su hijo. Les conocíamos de hacía mucho tiempo, pero no les
habíamos visto en los últimos cuatro años.
El anuncio de esta visita, ni me alegró, ni me disgustó; al fin y al cabo, yo
apenas salía de mi cuarto; así que me daba igual quien estuviera en la casa.

Cuando llegaron, mi padre me llamó para que les saludara. Fueron muy
amables y dijeron que me había hecho una mujer.
El Sr. Espinosa, era un hombre grueso y calvo, con poca preparación, pero
sí, con una astucias que le ayudaba a llevar su empresa de construcción con la
que mi padre trabajaba fuera de Zaragoza. Ellos vivían en Castellón.
La Sra. Espinosa, era tan frívola como mi madre; le gustaban los
comentarios que hablaban de los demás y siempre estaba enterada de todo.
También era bajita y gorda y mi madre la tenía como en inferioridad, puesto que
su fortuna era reciente. Aceptaba que mi padre les hubiera invitado, porque le
interesaba para sus negocios. De otra manera, jamás se hubiera relacionado con
gente tan baja, según un comentario que hizo al saber que vendrían.
El hijo, Fernando, era un chico alto y delgado, todo lo contrario de sus padres
que siempre comentaban que no sabían de donde habría salido. Era inteligente y
estudioso. Tenía tres años más que yo y estaba haciendo la carrera de Derecho.
No era muy guapo, pero sí tenía su atractivo.

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Cuando nos saludamos, los padres no supieron disimular el efecto que les
causaba ver mi cara, pero a Fernando no le noté reacción alguna; parecía que no
se había dado cuenta y me miró a la cara francamente y sin reparos; esta forma
de tratarme, era completamente nueva para mí, nunca nadie lo había hecho y,
debo confesar que me gustó.
Mi padre y el Sr. Espinosa, se iban con regularidad a Salou a pescar con el
barco que mi padre tenía en aquel puerto todo el año; o por lo menos, eso era lo
que decían pero, aunque ellas supieran que en realidad, lo que buscaban era
divertirse y tener alguna aventura pasajera, no les importaba.
Las mujeres se iban de tiendas y hablaban de moda, cuando no criticaban a
alguna de las amigas que tenían en común. Se llevaban bien. Todos los días,
tenían sus compromisos. Cuando no era a merendar con unas, era con otras.
También les gustaba jugar al tenis; aunque la pobre Sra. Espinosa solo se limitaba
a mirar a las demás; sus kilos no le permitían correr y menos pegarle a la pelota
con la raqueta. Mi madre sí jugaba y era bastante buena.
Nunca estaban en casa; almorzaban con unas en tal restaurante, luego
merendaban en una cafetería de moda, o en casa de alguna amiga. Jamás pude
entender que esa vida les gustara. Las veía volver cansadísimas de estar todo el
día arregladas y con los zapatos puestos, andando de un sitio para el otro. No les
importaba y al día siguiente, volvían a hacer lo mismo.
Me invitaron varias veces a ir con ellas, pero a mí ese ambiente no me
gustaba. ¿Cómo iba a salir con señoras que como mínimo, podían ser mi madre,
cuando no, mi abuela?
− No te preocupes por Laurita, ella es así de solitaria. – Decía mi madre,
como si se tuviera que disculpar en mi nombre, como siempre, parecía que
disfrutaba anulándome.

Fernando, algunas veces se iba con los hombres a “pescar”, pero la mayoría
del tiempo, se quedaba en casa nadando en la piscina. Era un buen nadador y
disfrutaba mucho haciendo un largo tras otro.
Lo que más admiraba de él, era cómo tocaba el piano. Yo siempre tuve la
ilusión de hacerlo, pero me era imposible; tal vez por eso, me apasionaba la
música de este instrumento. Miraba durante horas el maravilloso piano de cola del
salón, pero me estaba negado, como tantas otras cosas.
Fernando era un virtuoso y me encantaba escucharle. Siempre que tocaba,
yo me iba a una habitación contigua, para escucharle sin que me viera y así podía
disfrutar de la música que él sabía sacarle al piano. Expresaba muy bien los
sentimientos y no era como otros que, eran buenos, pero abusaban de la técnica;
así la música no tenía el don de emocionar.

Nos veíamos muy poco, solo en las escasas ocasiones en que las dos
familias se reunían para comer o cenar, pero apenas hablábamos.

Una tarde, creyendo que se habían marchado todos, me senté en el jardín,


bajo la pérgola para leer un nuevo libro que me interesaba mucho. No le oí llegar y
me sobresalté cuando me habló.

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− ¡Hola! Qué sola estás. ¿Por qué no bajas nunca? Siempre aislada en tu
habitación. Estamos en la misma casa, pero es muy difícil encontrarte ¿Es que no
te gusta nuestra compañía? Puedes hablar con toda confianza, no me molestará si
dices que no te caemos bien.
− ¡Hola! Por favor, no pienses eso, os aprecio de verdad; lo que pasa es que
me gusta estar sola.
− Es un gusto bastante extraño para una chica tan joven ¿no te parece?-
“¿Qué le contesto? ¿Cómo le digo la verdad?: No quiero que nadie me tenga
compasión y que sepa cuanto me afecta lo que piensen de mí.” Haciendo a un
lado estos pensamientos, conseguí contestarle con una evasiva.
− Mi madre dice que soy un poco extraña; cuando ella lo cree así, será
verdad.

A pesar de lo tímida y evasiva que me porté, no se marchó y acabamos


hablando de muchas cosas y, por extraño que pareciera, coincidíamos en la
mayoría. Cuando me fui a mi cuarto, estaba muy contenta de haberme quedado a
hablar con él; era más simpático de lo que pensaba y yo; como he dicho antes,
tenía una urgente necesidad de comunicarme con alguien de mi edad.

Cuando los mayores se marchaban, Fernando mandaba a una doncella a


buscarme para que bajara al jardín con él.
Yo sabía que era un peligro para mí verle con tanta frecuencia. Estaba tan
necesitada de cariño que, aunque no me lo propuse, me enamoré de él en cuanto
me demostró algo de simpatía y comprensión. Bueno...además es que estaba en
la edad.
Me trataba como si no tuviera nada. Cuando me miraba, nunca noté en sus
ojos ni rastro de compasión o rechazo.
Muchas veces, como sabía que me gustaba la música, se sentaba al piano y
cantaba canciones de amor, mirándome a los ojos. En esos momentos, yo me
sentía derretir por dentro y hacía lo posible para que no se diera cuenta. Vivía
disimulando, para que nunca supiera lo que sentía por él. Me hubiera muerto de
vergüenza si él sospechara algo de mis sentimientos.

Aquel primer amor, fue una mezcla de alegría y sufrimiento. No sé si será así
para todos, para mí lo fue; pero no me importaba, me sentía viva y empezaba a
ver todas las cosas que me rodeaban, de un color distinto y mejor.

− Laura, me he dado cuenta de que miras con muy buenos ojos a Fernando.
– Me dijo mi madre, en la primera ocasión que tuvo, uno de los pocos días que
estaba en casa. Me dio mucha rabia por no haber sido más cuidadosa. A parte de
Fernando, ella era la última persona que yo hubiera querido que se enterara. Me
preocupó pensar que, si ella se había dado cuenta, tal vez Fernando también lo
hubiera notado.- No quiero que te hagas ilusiones.- Continuó diciendo, con ese
tono malévolo que yo tan bien conocía.- Un chico como él, que tiene dinero y éxito
con las mujeres, no se va a enamorar de una chica como tú. Él, seguramente,
elegirá a una muchacha hermosa y más presentable, de la que no se tenga que

78
avergonzar cuando la vean sus amigos. Si te hablara alguna vez de amor, será
por el dinero de tu padre; creo que al suyo las cosas no le van demasiado bien. –
Le escuché en silencio. ¿Qué podía decirle? Ella continuaba hablando, sin darse
cuenta del dolor que me causaban aquellas palabras.– Si esperas lo que no puede
ser, lo único que conseguirás, será hacer el ridículo. De una tontería así, solo
puede salir, que se aproveche de tu posición y que se ría de ti con sus amigos;
entonces, no solo te pondrías en ridículo tú, sino que a nosotros también, por
permitirlo.

Tenía un nudo en la garganta; dentro de mi alma se estaba cerrando una


puerta que era la que me había abierto la ilusión de mi primer amor; me sentía
destrozada, por eso, no pude decir nada, tampoco hubiera servido ningún
argumento que pudiera exponer; apenas veía por las lágrimas que se habían
agolpado en mis ojos y que no quería que se resbalaran, para que no las viera
ella. Con aquellas palabras había derrumbado la poca confianza en mí misma que
me quedaba.
Yo me había sentido guapa cuando él me miraba, parecía que tenía más
valor, que era una persona realmente importante a la que se puede apreciar. ¡Qué
tonta! Tenía que agradecerle a mi madre que me hubiera puesto en mi sitio; el que
me correspondía por ser como era. Debía abrir bien los ojos para ver una realidad
que no me gustaba pero, que estaba allí y no era posible ignorar. Procuraría que
no se me volviera a olvidar en el futuro.

Los días siguientes, cuando él me mandaba llamar, siempre tenía una buena
excusa para no bajar. Había decidido no ponerme más en ridículo, como me dijo
me madre.

Una tarde, cuando estaba leyendo en mi habitación, como siempre, aunque


ya la lectura no tenía el mismo sentido; muchas veces no me daba cuenta de lo
que estaba leyendo y tenía que volver a empezar el mismo párrafo una y otra vez;
pero seguía intentándolo pues mi vida estaba tan vacía que tenía que llenarla de
alguna manera. Llamaron a la puerta y, pensando que sería una doncella, dije que
pasara. En lugar de la chica que yo esperaba, allí estaba Fernando.
− Dicen que si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma. Como
tú no quieres bajar nunca, tengo que subir yo a por ti. Ahora, hablando en serio,
quiero saber qué te pasa estos días; siempre que mando a buscarte, me dicen una
excusa u otra, pero siempre es la misma: que no bajas a hablar conmigo como
antes. Pensé que éramos amigos y que lo pasábamos bien juntos. ¿Por qué has
cambiado de esa manera?
− No pasa nada, de verdad. Yo soy una chica extraña, ya te lo dije.
− Pues no me lo creo. Me parece que te conozco un poco y tú no eres nada
extraña. Tendrás que darme otra explicación más convincente.

No podía permitir que estuviera en mi habitación, si alguien del servicio lo


comentaba y llegaba a oídos de mi madre, las consecuencias me llenaban de un
pavor casi irracional, así que decidí bajar con él al jardín.

79
La tarde era clara y calurosa, con olor a verano, ese olor a hojas verdes, a
tierra caliente y al agua que cantaba en el estanque saliendo de las bocas de los
delfines.
Nos sentamos en la pérgola, allí se podía disfrutar de sombra y, aunque no
era muy fresca, porque el aire estaba muy caliente, se podía aguantar; además
aquel era uno de los sitios que más nos gustaba. Los dos creíamos que se habían
marchado todos, como casi siempre, así que teníamos la sensación de libertad y
soledad que necesitábamos para nuestras conversaciones.
De pronto él, dejó de hablar sobre las cosas que no entendía de mi
comportamiento, se produjo un silencio tan tenso, que el corazón empezó a
latirme con tanta fuerza, que pensé que se me iba a romper. Vi que se había
puesto muy serio y, casi en un susurro me dijo:
− ¿Has estado enamorada alguna vez? – Su pregunta me cogió por sorpresa
y apenas supe qué contestar; nunca había estado en una situación semejante y
me sentía perdida.
− La verdad, no lo sé. –Fue lo primero que se me ocurrió para salir del paso.
Aunque estaba pensando que sí, que estaba loca por él.
− Esa no es una respuesta a algo tan importante; parece que hoy no estás
dispuesta a contestar ninguna de mis preguntas por muy seria que esta sea.-
Hablaba mirándome a los ojos fijamente, sin darme la oportunidad de salir de
aquel momento tan imprevisto para mi, desviando la mirada y dejando que pasara
el tiempo.- Cuando se está enamorado de verdad, se sabe y esa sensación llena
nuestra vida por entero. ¡Vaya que si se sabe!
− Tú...¿lo sabes por experiencia? – Le dije tímidamente.
− Sí, lo sé por experiencia y muy reciente.
− Cuéntamelo- Le dije, siguiendo un impulso desconocido en mi, mientras él
me miraba sonriente. – somos amigos ¿no?
− Hace poco he conocido a una chica que me tiene loco. Es inteligente como
pocas que yo haya encontrado en mi vida, educada, tierna y bonita...Creo que es
la primera vez que siento algo así; estoy enamorado de verdad.
Me miraba a los ojos y no me di cuenta cuando cogió mi mano, pero notaba
su calor y me sentí temblar por dentro de una forma incontrolable. No sabía qué
hacer; el momento era tan intenso y maravilloso, que parecía envolvernos a los
dos en una nube que nos aislaba del mundo entero. Yo no tenía experiencia en
demostrar mis sentimientos, por eso, permanecí callada, con los ojos fijos en los
suyos, pensando que no era necesario que dijera ninguna palabra, ellos hablaban
por mí. Desvié la mirada como para tomar aliento y... la vi. Mi madre me hacía
señas desde la puerta del salón, para que fuera con ella; me apremiaba como si
tuviera que darme mucha prisa. Casi en un susurro, sabiendo lo que me esperaba
y que me paralizaba de temor, le dije:
− Perdona, Fernando, mi madre me llama.
− Te espero aquí ¿Vendrás luego?- Me suplicó, intuyendo que eso sería muy
difícil.

80
− Pues... no sé. Será mejor que no me esperes, puede que tarde un poco.-
Hacía esfuerzos sobrehumanos para que no me temblara la voz, que parecía
haber perdido toda su capacidad para oírse.

Aterrada la seguí hasta el saloncito. Sabía lo que me esperaba. Cerró la


puerta y me dijo que me sentara.

− Te advertí y no me has hecho caso. Sé lo que estabais hablando en el


jardín y por eso te he llamado. – Estaba tan enfadada que me daba miedo. Sus
ojos y su cara, estaban color púrpura y le costaba trabajo dominar su voz, llena de
la rabia contenida.
− Mamá, no era como tú creías; él me quiere de verdad, me lo estaba
diciendo. - ¡Qué inocente era! Pensaba que eso la iba a convencer, pero ella era
de piedra. Jamás había sentido amor por nadie que no fuera ella misma; no
conocía lo que significaba comprensión, ni condescendencia, ni piedad. Por eso,
no tenía compasión de mis sentimientos de adolescente muy desgraciada.
− Eso son solo palabras. Tú, como eres tan tonta, te las has creído pero ¿qué
crees que diría si te viera desnuda? No te volvería a mirar en tu vida. Se quedaría
con el dinero de tu padre, y tú serías una ruina abandonada y escondida para que
no te vieran sus amigos.- Hablaba con los dientes tan apretados, que parecía que
le iban a estallar en la boca; los ojos le centelleaban y sus mejillas pasaban por
todos los colores.- Para evitar que hagas el ridículo de esa manera, te vendría
muy bien llevar siempre un espejo a mano, eso serviría para recordarte que no
tienes nada que hacer con los hombres; para que no se te olvide nunca que eres
un...digamos algo menos fuerte: que eres muy desagradable; así no te engañarán
ni tendrás que luchar contra esas ilusiones tontas. – Poniéndose de pie, con un
movimiento rápido, llegó hasta la puerta y se marchó; pero al instante, la volvió a
abrir y con toda la autoridad que tenía en aquella casa, me dijo: - Cuando
vayamos a cenar, dentro de una hora, espero que no se te note nada; no me gusta
la cara de mártir que pones cuando algo no va como tú quieres, no creas que me
vas a dar pena.

Cuando me quedé sola, mi único deseo era morirme. En ese momento, todo
era negro y horrible para mí; no me veía con fuerzas suficientes para
sobreponerme a aquella pena que me ahogaba como una mano que me apretaba
la garganta hasta que dejara de respirar.¿Cómo podría aparecer ante los demás
con esta angustia que llenaba cada milímetro de mi alma?
Tardé unos minutos en entrar en el comedor; pero, cuando lo hice, nadie
podía imaginar lo que sentía. Me puse la máscara de la sonrisa. ¡Qué bien sabía
engañar a todos! Hasta podían pensar que era feliz.
Cuando terminamos de cenar y todos se levantaron para ir al salón donde se
serviría el café y el coñac, Fernando se acercó a mí, sonriente y contento.

− ¿Damos un paseo por el jardín de atrás? Hace una noche maravillosa y


tengo que terminar de decirte lo que antes se quedó a medias y... muchas cosas
más.

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¿Por qué todo era tan complicado? ¿Qué podía pasar si le dejaba que me hablara
de amor, aunque no lo sintiera de verdad? ¿Y si era sincero y no se reía de mí?
Alguna vez tendría que desobedecer a mi madre. Estaba tan rabiosa contra ella...
pero obedecí.
− Lo siento mucho, de verdad, pero tendrá que ser en otra ocasión. Mi madre
me ha hecho un encargo para mañana y mira la hora que es...tendré que estar
casi toda la noche sin dormir.
Fui muy convincente y se lo creyó sin sospechar que era la ultima vez que
hablaríamos a solas. Di las buenas noches a todos amablemente, como era mi
costumbre y subí a mi habitación.

Durante aquella noche, que se me hizo eterna, perdí la poca autoestima que
podía tener; me culpaba de todo sin reservas, seguía repitiéndome hasta el
agotamiento, que era una tonta sin sentido de la realidad, que se había dejado
llevar por unas miradas y unas palabras a medias que no querían decir nada
comprometedor.

Lloré toda la noche. ¡Cuánto lloré! Me decía una y otra vez: “Eres una tonta,
se te ha olvidado el aspecto que tienes y tu madre disfruta recordándotelo. Lo peor
es que tiene razón. Tendrías que llevar el espejo y mirarte de vez en cuando, cada
vez que te hagas ilusiones. ¿Cómo se te ha podido ocurrir que alguien te mire si
no es para comentar que eres un monstruo? ¡Qué pronto se te olvidan las cosas!
Tú misma lo has oído decir a las cotorras que vinieron a casa. Esto no puede
volver a pasar ¡Jamás! ”
Hasta la madrugada, mi desesperación era tan grande, que no sabía cómo
terminaría. Desee tener la suficiente valentía como para acabar con mi vida, pero
no fui capaz. Mi voluntad acababa de recibir un golpe mortal y era imposible
rehacerla en unos pocos minutos por mucho que lo estuviera deseando. Solo tenía
quince años.
Después de varias horas, acabé agotada, ya no me quedaban lágrimas y
estaba invadida por una apatía que me ayudó a no sentir, a no pensar. Ya no me
importaba nada. Me habría quedado dormida sin despertar nunca más, pero esos
deseos jamás se hacen realidad cuando más los necesitas.

Pensé, que por la mañana tendría los ojos hinchados, no quería que mi
madre notara que se había salido con la suya; a pesar de todo, seguía teniendo mi
orgullo y decidí que mi apariencia debía ser de total normalidad. También me
evitaría contestar a muchas preguntas sobre cómo me encontraba que,
seguramente, me habrían hecho de seguir llorando; así que me fui al cuarto de
baño y allí estuve lavándome la cara, no sé cuanto tiempo. Luego, me acosté,
pero no pude dormir. Esa noche, creo que me volví mala, o por lo menos, dejé de
ser tan inocente.
Esta decisión: “Jamás volveré a pasar por algo así,” que tanto sufrimiento me
costó tomar, la respeté desde entonces. No necesité el espejo para saber cómo
tendría que comportarme en el futuro. -

82
− Por favor Ana, - Dijo Laura, interrumpiendo momentáneamente su relato.-
¿podrías traerme un vaso de agua? Tengo sed después de hablar tanto.
− Como no, ahora mismo.- Ana se dispuso a satisfacer el deseo de Laura, no
sin pena porque estaba muy metida en la historia que le parecía extremadamente
interesante.
Laura, bebió despacio sin perder la expresión de lejanía que reflejaban sus
ojos, en los que Ana podía leer el sufrimiento que le causaban aquellos recuerdos.

"No creas que para mí fue un suplicio ver a Fernando todos lo días; mi
voluntad, después de aquella terrible experiencia, se volvió de hierro y asumí
perfectamente cual era mi posición y, aunque nos encontrábamos en la casa a
todas horas, no le di la oportunidad de volver a hablarme a solas. Él me pedía
explicaciones con la mirada, pero yo siempre hacía como que no le había visto, o
no le entendía.

Los días que le quedaban al mes de Agosto, se me hicieron largos y


pesados. Ya no sabía cómo evitarle; me daba cuenta de que le estaba haciendo
daño, porque sus ojos habían perdido la alegría y cuando tocaba el piano, solo
escogía piezas tristes de Chopin. Cuando le escuchaba, mi corazón se
estremecía, sabía que él no entendía nada de lo que estaba ocurriendo y me dolía
saber cuanto sufría, pero ¿Qué podía hacer? Todo lo que intentara, serviría para
empeorar la situación; estábamos en un callejón sin salida donde no se veía una
luz al final. La oportunidad estaba ya perdida y no se podía recuperar.

Una tarde lluviosa de aquellas que son tan típicas en los veranos de
Zaragoza, el ambiente de la casa era denso y tan cargado de humedad que
resultaba asfixiante.
Todo estaba en silencio; bajé la escalera y no encontré a nadie. Salí al jardín
y me refugié bajo la pérgola. El aire estaba perfumado con el olor a tierra mojada
que tanto me gustaba y con todos los aromas que desprendían las flores y plantas
que el agua movía sin cesar con su repiqueteo. Cuanto me rodeaba, bajo la luz
escasa de la tarde, me llenaba de nostalgia y hacía que el cielo pareciera muy
pesado y tan cercano, que la presión podría conseguir que estallara todo cuanto
cubría.
Allí, protegida de la lluvia, respiré profundamente aquel aire caliente y lleno
de humedad, mientras escuchaba las gotas caer sobre las piedras , los charcos y
el agua del estanque. En ese momento, como salido de lo más hondo de mi ser,
comenzó a sonar el piano, era “Lluvia en el jardín” de Debussy. La música parecía
formar parte de la lluvia; las gotas de agua, se mezclaban con las notas que
desgranaban las expertas manos de Fernando que parecían volar sobre el
teclado, sabiamente, le arrancaban al piano los sonidos más hermosos; perecían
una sola melodía interpretada por dos instrumentos distintos, pero afinados. El
jardín se llenó de magia y el aire parecía llevar las notas a cada rincón
invadiéndolo todo; la música también entró en mi corazón, reconfortando mi alma

83
como un bálsamo que hacía que todas mis heridas, tan profundas, se fueran
diluyendo. Sentía que me fundía con ella, que toda la amargura de mi vida sin
alegría, se alejaba con el agua, envuelta y arrastrada en aquel mar de sonidos que
inundaba la tarde
.
Cuando acabó de llover, la música cesó, pero todo había cambiado para mí,
la lluvia había alejado la tristeza y mi alma se vio abrazada por un arco iris de
brillantes colores. Tenía una fuerza renovada y ánimo suficiente para afrontar la
nueva vida que me esperaba al terminar el verano.
En silencio, le di las gracias a Fernando por todo lo que me había enseñado
con su música. También porque, aunque había sido a costa de muchas lágrimas y
sufrimiento, su visita me había ayudado a ser fuerte y a saber lo que podía esperar
de los que, a partir de entonces, me rodearían.

Los años pasaban y terminé la carrera. Conducía mi propio coche; en aquella


época no era corriente ver a una mujer al volante; pero yo era diferente a la
mayoría, no sólo por el aspecto físico, también por el concepto que tenía sobre la
libertad y los derechos de las mujeres, en igualdad con los hombres. En España,
por aquellos años, aunque teníamos derecho al voto, las mujeres dependían por
completo de los hombres, bien de su padre, de algún hermano o de su marido, de
hecho y, aunque te parezca un poco exagerado, querida Ana, las mujeres no
podían viajar si no tenían el permiso de alguno de los hombre que he citado, ni
tampoco abrir una cuenta en un banco, ni si heredaban eran dueñas de lo suyo,
porque su marido era el propietario de todo. Eran unos tiempos muy diferentes a
los nuestros.
Jamás se me vio salir con un chico; no tenía amigas, porque no estaba bien
visto que una chica tuviera ideas feministas; por eso era una persona muy
solitaria. Había aprendido muy bien la lección.
No me importaban los rumores que corrían por la facultad. Decían que era
poco femenina, por no decirlo con una palabra mucho más escandalosa. Pero a mi
solo me importaban mis notas, que eran las más brillantes del curso y cuando
terminé la carrera, lo hice con matrícula de honor.

− ¿Sabes quien se casa el mes que viene? – Me dijo mi madre con un sobre
en la mano y cara de satisfacción. – Fernando Espinosa. Sus padres están muy
contentos porque ha tardado mucho en decidirse; ya tiene casi treinta años. Se
casa con la hija del abogado de su padre. Es una chica preciosa y elegantísima.
Su madre me ha dicho que están muy enamorados. Ella también es abogada;
hacen una pareja estupenda. – Hablaba con más emoción que si hubiera sido ella
la novia. – Quieren que vayamos a la boda, dicen que sin nosotros no sería lo
mismo.
− Pues vais papá y tú, yo no tengo ningún interés en ir.- Le dije sin levantar la
vista del libro que tenía entre las manos.
− No será por aquello ¿Verdad? ¡Hace tanto tiempo! Erais unos niños. Ya
sabes que te lo dije; al final yo tenía razón. Si él te hubiera querido de verdad, no
se habría olvidado tan pronto de ti. ¡Es que ni siquiera te ha escrito una carta! – No

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quise contestarle, era inútil, ella no comprendía nada más que lo que le
interesaba. Últimamente, no hablábamos dos palabras sin discutir y, en ese
momento, no hubiera podido soportarlo.
− Bueno, si no quieres venir, no voy a obligarte; ya sabes que no me gusta
imponer mi criterio a nadie.
¡Será posible! ¿Se lo creería ella misma? En la casa todos hacían lo que ella
quería. Mi padre era un juguete en sus manos, un títere. Su vida era un camino de
humillaciones y sufrimientos, siempre supeditado a sus caprichos y a sus órdenes.
A pesar de lo que me quería, porque eso jamás lo he dudado, nunca se enfrentó a
ella para defenderme de sus injusticias, aunque las viera claramente. Al mirarle
con la lejanía de los años, debo reconocer que mi padre era un cobarde y un
pobre de espíritu, a pesar de todos los millones que había acumulado en su vida.

Después de todo esto y de muchos otros pequeños detalles que me hacían


la vida insoportable, yo no podía seguir en aquella casa por culpa de ella. Como
tenía mi carrera terminada, pensé en poner mi propio negocio y vivir en un
apartamento independiente de mi familia. Ya había cumplido los veinticinco años
y, puesto que era mayor de edad y no me casaría, había llegado el momento de
ser la dueña de mi propia vida.
Lo tenía todo decidido y me hacía mucha ilusión llevar a cabo aquello para lo
que me había preparado con tanto esfuerzo, pasando por encima de las enormes
dificultades que surgían a mi paso siempre que pretendía hacer algo que no
estaba en los cánones de aquella sociedad anclada en los convencionalismos.
Decidí hablar con mi padre para que me diera el dinero que me correspondía
por mi edad y le conté los planes que tenía para el futuro. Le hablé con
entusiasmo de que ya había visto un local bastante amplio y en muy buenas
condiciones, era nuevo y había que hacer pocas reformas; estaba en un sitio ideal
para poner una farmacia, porque era céntrico y por aquellos alrededores no había
ninguna. También le dije que estaba esperando la contestación de la inmobiliaria
que me estaba buscando un apartamento o un estudio cerca del local. Me
escuchó atentamente, pero no fue capaz de darme una contestación, sólo
recuerdo que tenía una triste expresión en sus ojos al verme tan ilusionada con el
futuro. Otra vez pequé de inocente, porque él se lo dijo a mi madre y ella lo
manipuló como siempre; le hizo ver todo desde su retorcido egoísmo y lo
convenció de lo equivocada que estaba.
− Laura, nosotros no vemos correcto que una señorita de tu categoría
social, tenga que vivir de su trabajo; - Me dijo con los ojos fijos en la superficie
brillante, de la mesa de escritorio que tenía frente a él, mientras sus manos se
movían nerviosas sobre sus rodillas.- además, sería escandaloso que estuvieras
sola en un piso; así solo lo hacen...ya sabes qué clase de mujeres. Eso sería
intolerable para nosotros. ¡Qué vergüenza!
− Por favor papá, solo con verme ¿quién pensaría que yo puedo
dedicarme a eso? Es mucho más sencillo, sólo quiero ser independiente y
demostrarme a mí misma, que soy capaz de vivir por mis propios medios. Ya no

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tengo edad de depender de vosotros. Si no ves conveniente darme el dinero, solo
te pido que me lo prestes y, cuando empiece a ganar, te lo devolveré.
− Te repito, hija mía, que no hay necesidad de que sepas vivir por ti
misma, como dices, ya estamos nosotros para protegerte y nuestro dinero es
suficiente para que vivas toda tu vida sin problemas. Te empeñas en poner las
cosas difíciles, cuando no lo son.
Tampoco este argumento les convenció. Aún así, yo no me rendía; estuve
dándole vueltas y vueltas para encontrar un medio de hacerlo sin mis padres.
Hablé con Eduardo y le expuse todos mis planes de futuro y cómo me habían
contestado mis padres. La única solución que veía era solicitar un crédito a
cualquier banco; le pedí que fuera él, quien gestionara el préstamo en el que viera
conveniente. Estaba segura de que Eduardo no me fallaría, siempre estaba de mi
lado y entendía perfectamente cuales eran mis sentimientos, hasta los compartía
de manera disimulada, porque su cargo no se lo permitía, pero estaba de acuerdo
con cada una de mis ideas, por muy alarmantes que éstas les parecieran a mis
padres. Por todos los medios, yo quería tener mi farmacia y mi vida.

Todos estos planes, se vieron interrumpidos por la llegada de una carta de


mi tía Emi, que vivía en Sydney, Australia. En ella me hablaba de que había
conocido a un médico especialista en quemados que había conseguido
verdaderos milagros con bastante gente. Me animaba a que lo intentara y, ya que
hacía un viaje tan largo, me invitaba a pasar una larga temporada con ellos; decía
que tenía muchas ganas de verme.
La tía Emi, era la hermana pequeña de mi padre y siempre fue muy cariñosa
conmigo. Pensé que sería una buena solución pasar un tiempo fuera. Hacía más
de quince años que no nos veíamos y, aunque no quería hacerme ilusiones con el
médico del que hablaba, sí tenía ganas de verles a ella y a su familia. También le
daría tiempo a Eduardo a hacer las gestiones que habíamos acordado, sin
levantar sospechas de lo que se traía entre manos. Así que me decidí a ir, hasta
empecé a ilusionarme con conocer otras tierras y gentes, yo que siempre me
negaba a viajar con mis padres .
Cuando pensé hacer este viaje, no podía imaginar que cambiaría mi vida de
tal manera.”

Laura, se quedó un momento pensativa. Ana, se daba cuenta de que su


mente se encontraba muy lejos en el tiempo, reviviendo los acontecimientos que,
todavía, ella desconocía.

− ¡Qué barbaridad! ¿te has dado cuenta de la hora que es?- Dijo Laura,
volviendo de su estado de ensimismamiento.- Casi estarán sirviendo la cena y
nosotras aquí hablando sin parar.

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− La verdad es que se me ha pasado el tiempo sin darme cuenta. – Ana, en
su interior, tenía más de mil preguntas por hacer, pero le había prometido a Laura
no hacerlas y se las calló a duras penas.
− Mañana seguiremos; ya sé lo extrañada que estás, pero no te preocupes,
todo se aclarará en cuanto conozcas toda la historia, sólo es cuestión de tiempo y
paciencia. –Le dijo Laura, dándole una palmada en el hombro y sonriéndole como
si hubiera leído su pensamiento.

Estaba conmovida ante la lucha que aquella joven inexperta libraba contra los
convencionalismos de quienes la rodeaban. ¿Por qué sus padres se habían
opuesto a que viviera su propia vida sin depender de ellos? Ella había demostrado
con creces que era muy capaz de valerse por sí misma y que podía superar sus
dificultades físicas con una buena dosis de inteligencia, de la que tenía a rebosar.
Durante la cena, aquella noche, Ana no tenía otra cosa en la cabeza. No
sabía si creer el relato tan triste que Laura le había descrito como su vida. ¡Era
todo tan raro! Empezaba a pensar que no podía ser real. Esa historia no era la
suya; puede que fuera la de alguien que hubiera conocido en Australia donde
había pasado más de la mitad de su vida; pero no podía ser la de ella. ¿Dónde
estaban las cicatrices tan horribles de las que hablaba? ¿Tan bueno era ese
doctor australiano, que no le había dejado ni rastro de ellas? Era imposible que le
hubiera dejado una piel tan maravillosa, igual que si fuera de porcelana y le hacía
parecer que no tenía la edad que decía ¿Y su manera de andar? ¿También se la
había curado aquel médico milagroso? No, todo eso no era más que un cuento.

Durante toda la noche, no paraba de darle vueltas a esta idea que


confirmaba todas las dudas que habían tenido, tanto Miguel como ella, desde el
principio, sabiendo que las cosas que les estaban pasando, no eran de lo más
corriente. ¡Todo resultaba demasiado extraño! Laura misma era un misterio de la
cabeza a los pies.
Se preguntó un vez más: - ¿Dónde nos hemos metido?- Seguramente, esta
historia se la estaría inventado para escribir una novela y quería ver si era creíble.
Puede ser, entonces ¿Por qué se emocionaba tanto al recordar su niñez y su
adolescencia? Eso era real; no se pueden fingir unos sentimientos tan profundos y
tan sinceros. Si no era cierto ¿por qué le obligó a hacerle la promesa de guardar el
secreto hasta que ella le permitiera revelarlo?
Ana, no dejaba de dar vueltas en la cama, el sueño no venía y en ninguna
postura encontraba la relajación necesaria; ponía la almohada de una forma, al
momento siguiente, la cambiaba, se tapaba, se destapaba, así hasta que despertó
a Miguel.
− Cariño ¿Es que no te encuentras bien? Me he dado cuenta de que no
puedes dormir y estás muy inquieta.- Su voz sonaba somnolienta y quejumbrosa.-
Dime qué te pasa, me estás preocupando.
− No es nada, puedes dormir tranquilo porque estoy bien; solo es que no
tengo sueño, me tomé un café esta tarde y ahora lo estoy pagando.- Mintió ella.-
Intentaré no moverme tanto para que tú descanses.

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El sueño impidió a Miguel recordar que Ana jamás tomaba café porque sabía
lo perjudicial que era para el hígado y los nervios y a ella le importaban mucho los
temas de salud. Para que no se desvelara sin motivo, Ana le besó con ternura y se
dio la vuelta para seguir con sus pensamientos.
El sueño no llegaba y ya se sentía agotada. Seguía dándole vueltas a la
misma cosa una y otra vez. Por fin, casi de madrugada, se le ocurrió una idea que
le pareció magnífica; la pondría en práctica en cuanto sus obligaciones se lo
permitieran a la mañana siguiente. Después de tomar aquella decisión, empezó a
relajarse y, sin saber cuando, se quedó profundamente dormida.

El día siguiente transcurrió con toda normalidad, pero Ana esperaba con
impaciencia el momento de llevar a cabo la idea de la noche anterior. Al principio,
había pensado en preguntarle a Angelita; estaba segura de que ella sabría
perfectamente cómo era su señorita antes de marcharse a Australia, pero luego lo
pensó mejor. No podía revelarle a nadie lo que le estaba contando, se lo había
prometido y, lo más seguro era que Angelita, se lo contara en cuanto ella volviera
la espalda. Esa no podía ser la solución...pero había otra posibilidad y esa no
implicaba a ninguna persona, nada más que a ella.

Para las once de la mañana, ya tenía el trabajo de las chicas organizado y se


encontraban en las habitaciones haciendo las camas y limpiando.
Había hablado con María sobre lo que se iba a cocinar ese día y la mujer ya
se había puesto a trabajar en ello.
Los niños estaban con Amparo en el saloncito y les contaba algo que a ellos
les hacía mucha gracia, porque se escuchaban las risas desde la cocina.
Laura, estaba ocupada atendiendo a Miguel y a José que hablaban sobre la
administración de la casa y tantos otros negocios que todavía llevaban el nombre
Enciso. Sabía que estos temas le traían sin cuidado pero, no debía pasar de ellos.

Ana decidió que ese era el momento apropiado para hacer lo que había
estado pensando. Sin más, se decidió a subir al desván. Estaba segura de
encontrar allí lo que buscaba. ¿Dónde si no podrían estar? La misma Laura le
había contado que las labores que hacía las guardaba en el desván y que luego
las olvidaba.

Subió las escaleras con mucho sigilo; no quería que las chicas que estaban
en el piso de abajo se dieran cuenta. No deseaba que nadie supiera que había
subido al desván, porque podría llegarle a Laura y, por nada del mundo, quería
molestarla y dudar de su palabra era como decirle claramente que desconfiaba de
ella. Esa era la verdad, pero no quería que Laura lo supiera porque, en lo más
hondo de su alma, deseaba que no le estuviera engañando. ¡La admiraba tanto!

Entre la gran cantidad de llaves que llevaba, le había sido fácil encontrar la
del desván; todas tenían una etiqueta con el lugar al que pertenecían.
Introdujo la llave en la cerradura y con mucho cuidado, abrió la puerta que
chirriaba de forma muy alarmante. Sus manos temblaban y la respiración se le
hizo más rápida.

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En el primer momento, creyó que todo era oscuridad; pero cuando miró al
interior, se sintió sobrecogida por el espectáculo sobrenatural que tenía ante sus
ojos. Por las rendijas que dejaba el mal ajuste de las contraventanas, entraban
unos pequeños rayos de luz pero, tan intensos, que parecían herir la oscuridad
como espadas candentes.
El ambiente era fantasmagórico y le produjo un escalofrío que subía por su
columna vertebral haciendo que el vello de la nuca se le pusiera de punta. Todo
parecía moverse en aquel silencio ensordecedor. Ana estaba sobrecogida y
paralizada. Después de unos segundos, reaccionó y se puso a buscar el
interruptor de la luz; palpaba con la mano por la pared junto a la puerta, pero no
lograba encontrarlo; era tanto lo que le temblaban las manos, que se creía incapaz
de distinguir lo que tocaba. Su corazón se había desbocado y parecía propuesto a
ahogarla con sus latidos; mientras, esperaba con un estremecimiento, que sus
dedos ciegos se encontrasen con una cucaracha o algo mucho peor, porque allí
se podía esperar toda clase de bichos repugnantes.
¡Por fin!- Dijo en un susurro,- ya había encontrado el interruptor y se sentía
mucho más aliviada pero, ése no era de los modernos y no encontraba la manera
de que funcionase; las manos le seguían temblando demasiado para poder
conseguirlo. –“¿Qué me está pasando? No hay razón para que esté tan nerviosa.
¡Ana, tienes que serenarte! ¡No pasa nada!” – Al cabo de unos segundos, el botón
que se resistía, por fin giraba y se encendió la luz.
Con un suspiro, Ana recorrió la estancia con la mirada. ¡Qué deprimente era
todo aquello! Por allí todavía no había pasado el equipo de la limpieza y era un
verdadero caos. La verdad es que se sintió responsable de aquel abandono,
porque era ella la que debía encargarse de organizar la limpieza y se le había
olvidado por completo la del desván.
Se encontraba en medio de un mundo de deshechos de épocas distintas;
restos de vidas pasadas, porque los objetos, para quién los sabe escuchar,
pueden hablar con claridad meridiana de quienes los poseyeron. Había
amontonados y en diferentes estados de conservación, muebles de todos los tipos
y épocas; unos estaban tapados, otros no. Algunos, hasta se podrían aprovechar
para amueblar más de una casa. Otros, estaban en unas condiciones que mejor
sería deshacerse de ellos para dejar más espacio.
Cuadros llenos de telarañas, espejos redondos, cuadrados, ovalados,
alargados, apaisados; bultos de todos los tamaños y formas, perchas que
levantaban sus esqueléticos brazos hasta el cielo en una súplica inútil, baúles
amontonados unos en cima de otros cubiertos de polvo. Luego, en la pared de la
izquierda, apoyadas haciendo una montaña, había muchas cajas de cartón. Ana
avanzó hasta ellas, con el continuo miedo de que apareciera un ratón, una
lagartija o cualquier otro bicho. Iba con los cinco sentidos en alerta, para poder
contener un grito si pisaba algo desconocido; porque entonces la escucharían y
sabrían que estaba allí.

− Bueno, he llegado hasta aquí, ahora, ¿por donde empiezo? Lo más


probable es que estén en las cajas, pero ¿en cual? ¿Y si están en algún baúl?
Todo lo cubre el polvo y está ennegrecido por el tiempo.- Con desánimo, miraba a

89
su alrededor.- No sé si me he metido en un empeño imposible de lograr para mi
sola.

Haciendo un esfuerzo, Ana empezó a bajar las cajas una por una. Se formó
una gran nube de polvo que se le metía por la nariz y por los ojos, el asqueroso
olor a rancio le desagradaba mucho pero, haciendo un esfuerzo, aguantó la
repugnancia; entre tanta desorientación, se dio cuenta de que cada caja llevaba
una etiqueta con el contenido. La letra era del Sr. González, tan inconfundible, de
rasgos inclinados a la derecha y estilizados como bailarinas de ballet con los
brazos hacia arriba; no podía ser de otra manera, era tan meticuloso, ordenado y
metódico...
Empezó a leerlas: “Figuras, regalo de bodas”, “Cartas personales Sr.
Enciso”, “Patrones”, “Flores y cintas”, “Postales”, “Colección de sellos”, “Cartas
personales Sra. Enciso”, “Recetas de cocina”, esa pesaba mucho y le costó
trabajo moverla, pero justo de tras de ella, encontró la que buscaba: “Fotografías
familiares” - ¡Esta es! - Dijo Ana en voz alta.
Tenía cinco cajas encima de ella, pero no importaba. Con paciencia y mucho
esfuerzo, consiguió sacarla. Estaba nerviosa e impaciente por ver el contenido
pero, antes de abrirla, se detuvo un momento para escuchar si había algún ruido;
no, no se oía nada. La abrió y empezó a sacar las primeras fotos. Todas eran de
personas desconocidas para ella y con ropas muy antiguas; las caras, también lo
eran. Tenían manchas de humedad y eran de color sepia, mirándolas, se acordó
las películas del cine mudo. Las mujeres que salían en ellas, iban maquilladas
igual que en esas películas, con los labios oscuros en forma de corazón y muy
pequeños; el pelo con hondas y muy pegado a la cara. Se sonrió.
Seguía buscando con prisa, porque no tenía mucho tiempo para entretenerse
en curiosear otros temas, tenía que centrarse en lo que había ido a buscar, nada
mas.
Encontró a una pareja que no le resultaba desconocida por completo. Siguió
buscando y encontró a la misma pareja en otras muchas fotografías, entonces se
dio cuenta de quienes eran: ¡Los padres de Laura! Los mismos que estaban en el
gran retrato que había en el salón.
− Voy por buen camino; si he encontrado a los padres, pronto encontraré a la
hija.- Con este pensamiento, se animó y siguió buscando con otra esperanza.
Por fin se encontró con la misma pareja; ella estaba sentada en un sillón del
salón y él estaba de pie justo detrás, los dos sonrían felices mirando a la cámara,
y daba la sensación de que querían mostrarle al mundo una hermosa niña que ella
tenía en los brazos, todavía un bebé de pocos meses.
Continuaba mirando unas detrás de otras y luego con otras más, hasta
encontrar a una niña de unos tres años. No cabía ninguna duda: se trataba de
Laura; podía reconocerse a pesar de los años porque su parecido era evidente.
Luego se encontró con otras muchas de los padres en diferentes sitos de la
casa y el jardín. Otras en la montaña, con trajes de esquiar con sus gorros,
guantes y esquíes. En el barco, en la playa, frente al Pilar y la Seo sonrientes con
amigos o solos; pero nunca con su hija.

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Ana ya se empezaba a impacientar, habían pasado tres cuartos de hora y no
encontraba nada que pudiera probar su teoría. No podía estar mucho más tiempo
allí, porque se notaría su ausencia.
Por suerte, en el fondo de una de las cajas que ya daba por inútil, encontró
un sobre en el que había fotos de Laura, como si alguien las hubiera querido
separar de las demás, con la intención de que nadie las viera; en ellas se la
encontró ya adolescente. Unas veces estaba sola, otras con más personas. Era
alta, delgada y tenía el pelo tan largo y hermoso como ahora, pero siempre le
hacían la fotografía del lado izquierdo y se adivinaba que el pelo le cubría la parte
derecha de la cara que quedaba en sombras.
Siempre se le veía con pantalones o con faldas largas y camisas de manga
también larga. En algunas, los demás llevaban pantalones cortos y camisa de
tirantes; parecían vestidos de verano todos, menos ella.
Ana se quedó pensativa, con la mirada fija en algún punto indeterminado de
una de las fotos que tenía en la mano. Cuando volvió a la realidad, dejó todo
dentro de la caja y su atención se centró en un pequeño baúl con cierres de forja
negros. Estaba pintado con un fondo azul, en el que se veían pájaros y flores en la
tapa, luego tenía pintados en los laterales, paisajes marinos. ¿Por qué le había
llamado la atención, precisamente este? Había otros mucho parecidos. Algo le
llevaba a abrirlo y, para sorpresa suya, encontró que no estaba cerrado con llave.
En su interior, había una gran cantidad de paños, tapetes y bastantes más labores
bordadas con diferentes puntos; algunas eran realmente maravillosas, pensó al
tenerlas en sus manos, que en ellas se habían invertido muchas horas de trabajo y
dedicación.
− Todo coincide. No he visto su cara, ni sus manos, pero sé que es verdad lo
que me ha contado... entonces - Se preguntó, abriendo paso a otras muchas
dudas de las que no podía imaginar la existencia. - ¿Por qué no se le nota nada
ahora? ¿Qué médico ha podido hacer semejante milagro? No sé si alguna vez
podremos saber la verdad de todo lo que nos está pasando desde que conocimos
a estas personas. ¿Qué misterio es el que ocultan?¿Por qué nos ha buscado a
nosotros? ¿Por qué me lo está contando a mi?

Ana miró el reloj y se dio cuenta de que se había hecho muy tarde y tenía
que bajar enseguida; aunque le hubiera gustado seguir mirando todo aquello, no le
era posible.
Con precipitación y mucho más trabajo que antes, volvió a poner todo como
estaba, preocupándose de mantener el mismo orden para que, si alguien lo viera,
lo que no era muy probable, no sospechara de que se había tocado, confiaba en
que el polvo se volviera a asentar, dejándolo todo cubierto de nuevo.
Su ropa estaba llena de manchas y el rostro lo tenía también muy sucio, con
grandes surcos marcados por las lágrimas que había derramado por el escozor
que le causó el polvo. –“ ¡Menos mal que me he dado cuenta!”- Pensó, al mirarse
en un espejo de pie que estaba muy estropeado en un rincón, mientras se
sacudía lo mejor posible, para no llamar la atención si se encontraba con alguien
por el pasillo hasta llegar a su cuarto, donde se cambiaría de ropa y se lavaría la
cara y las manos.

91
El día transcurrió con toda normalidad para los demás habitantes de la casa;
en cambio Ana, sentía una gran curiosidad por saber cómo había llegado Laura a
tener el aspecto tan perfecto que mostraba ahora; este hecho la obsesionaba
después de comprobar la veracidad de su relato.
Las horas parecían no pasar, el tiempo se había detenido de forma
asombrosa; tanta era la ansiedad que sentía Ana por escuchar más información
que sólo podía esperar que saliera de la boca de Laura.

Por fin llegó la hora de la siesta y se dirigieron a la escalera para subir hasta
el solarium. Después de acomodarse en sus respectivas hamacas, fue Laura la
que rompió el silencio y empezó a hablar tranquila y sosegada, como era su
costumbre.
− ¿Qué te parece si continuamos la historia donde la dejamos ayer?-
Preguntó a Ana, como si no supiera lo impaciente que estaba por escucharle.
− Estoy deseando que empieces. Has conseguido tenerme esperando que
llegue el momento de saber qué sigue; esto se está pareciendo a “Las mil y una
noches”. – No quería que se le notase demasiado el enorme interés que sentía,
pero tampoco lo podía negar. Hacía lo posible para que Laura no sospechase que
había subido al desván a curiosear en lo que no era suyo. Se sentía realmente
avergonzada, primero, por haber dudado de la palabra de Laura y segundo, por
ser una fisgona a la altura de cualquier cotilla.
Laura la miró sonriente, como siempre lo estaba, pero esta vez, le pareció a
Ana, que su sonrisa ocultaba algo más; no hizo ningún comentario y dejó que
comenzara su relato.

“ No sé si estaba ilusionada con aquel viaje. Tenía muchas dudas, pero,


sobretodo, sentía miedo de sufrir un nuevo desengaño. De ninguna manera
quería hacerme una ilusión con el tratamiento de éste médico del que me hablaba
tía Emi. También me causaba temor, comenzar una nueva experiencia en un país
tan lejano del que todo me resultaría diferente y desconocido. Siempre cargada
con mis complejos, todo lo miraba por el lado más oscuro y negativo.

Los preparativos del viaje fueron largos y pesados. Como iba a estar mucho
tiempo fuera, según mi madre, tenía que llevar ropa adecuada para cada momento
y ocasión. Por mí, sobraban la mitad de los vestidos y los complementos; sólo
hubiera llevado lo justo, porque mi intención era llevar la misma vida que en mi
casa, es decir, quedarme sin salir a ningún sitio. También llevaba muchos regalos
para toda la familia, en eso estaba de acuerdo, sabía que los regalos hacían
siempre mucha ilusión, en especial para los niños de mi tía, que eran cinco y entre
ellos había representación de casi todas las edades y los sexos. También a ella le
emocionaría recibir regalos de España, después de tanto tiempo lejos de aquí.

Mientras los criados, siguiendo las ordenes de mi exigente madre,


terminaban de preparar mi equipaje, yo tenía otra preocupación: Me daba miedo

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pasar el camino. No era que temiera al avión, ni al barco, porque tendría que
hacer parte del viaje en uno y luego cambiar al otro; pero sí me preocupaba tener
que pasar tantas horas en compañía de personas extrañas; estaba segura de que
me preguntarían sobre el motivo de mi viaje o el accidente que me había dejado
así. No quería dar explicaciones a nadie, solo deseaba que los demás asumieran
que yo era diferente sin más; pero la gente se interesa mucho por las desgracias y
le gusta escuchar los relatos, cuanto más terribles, mejor para sentir piedad y así
parecer más buenos ante quienes les escucharan contar todo de lo que se habían
enterado en el viaje.
Mi intención, para evitar todo esto, era la de siempre: No hablar con nadie y
dedicarme a leer y a mirar por la ventanilla, poniendo así una barrera para quienes
quisieran entablar una conversación.

Mi madre se empeñó en que llevara a una doncella porque, según decía


llena de razones, no estaba bien visto que una señorita de mi posición social,
viajara sola por medio mundo.
− Además, ¿qué pensará tu tía Emi, si te mandamos sin una doncella que te
atienda?- Decía escandalizada de verdad.- Creerá que no estamos bien de dinero
y eso, no puedo consentirlo.
Como era lógico en ella, se interesaba más en lo que pensaran los demás,
que de la seguridad de su propia hija porque, entre sus argumentos, no entraba la
preocupación de lo que pudiera sucederme si estaba sola, si me iba a encontrar
mal durante el viaje o si podía necesitar un médico. La travesía duraría casi tres
meses y, en todo ese tiempo, podía suceder de todo.
Así fue cómo me asignaron a Angelita de acompañante y para que me
atendiera en todas mis necesidades.
Para la pobre chica, no fue una buena noticia, porque le tenía verdadero
pánico al avión pero, sobre todo, al barco. Desde que supo que vendría conmigo,
se pasaba todo el día rezando, tenía los ojos hinchados de llorar y andaba como
alma en pena por toda la casa.
− Señorita Laura, no piense que no estoy contenta de ir con Ud. Que sí que lo
estoy, lo que me pasa es que me da mucho miedo viajar en las dos cosas: el avión
y el barco. - Me dijo cuando le pregunté por qué se encontraba tan nerviosa.-. No
me he subido nunca en ninguno de los dos y no sé si voy a poder resistirlo; si no
fuera por eso, estaría contenta y muy feliz, porque Ud. es a quien más quiero de
toda la casa.
− No te apures tanto; los aviones son muy seguros y los barcos más todavía,
es muy raro que tengan accidentes, puedes estar tranquila porque no va a pasar
nada. Es una oportunidad única para que conozcas un sitio distinto al que estás
acostumbrada; eso es en lo único que debes pensar y olvídate de miedos sin
fundamento. Allí conocerás a gentes de todas clases y serás más libre que aquí,
yo no soy tan estricta como mi madre. Hasta puede que encuentres el amor...
¡Quien sabe! Se cuentan muchas historias de romances maravillosos en los
barcos durante las travesías largas, puede que, en esta, conozcas a tu “Príncipe
Azul”.

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− Si Ud. lo dice...- Contestó con la cara completamente roja y poco
convencida. Angelita era una buena chica, muy tímida, pero modosa y amable.
Bueno, tú misma lo puedes comprobar, casi está igual que antes; es una de esas
personas que no cambia a pesar de los años.

Llegó el temido y a la vez deseado momento de partir. Yo quería que


acabasen tantos preparativos; ser libre de verdad, para tomar mis decisiones y
perder a mis padres de vista una buena temporada.
Toda la familia y los amigos más íntimos, vinieron al aeropuerto a
despedirme. Después de dar y recibir todos los besos, abrazos y
recomendaciones de prudencia, por parte de mi padre, y los saludos a toda la
familia, por fin embarcamos y nos acomodamos en el interior que me pareció
demasiado estrecho para las muchas horas que tendría que permanecer en el.
Media hora después, los motores se pusieron a rugir terriblemente; aunque le
había dicho a Angelita que todo era muy seguro, yo también tenía miedo, porque
para mi, también era la primera vez que subía a un avión.
Salimos rumbo a Madrid, donde cogeríamos otro vuelo que nos llevaría hasta
Roma y de allí, a Atenas, Damasco, Duha en Qatar, donde cogeríamos el barco
que nos llevaría por el estrecho de Ormuz al Mar Arábigo que formaba parte del
Océano Índico hasta Australia. El tiempo que nos llevaría el viaje por avión, no lo
sabía con seguridad, pero en el barco estaríamos dos meses.
Nuestros asientos quedaban casi en el centro del avión. Yo estaba sentada
junto a la ventanilla, Angelita a mi lado y un señor joven, al de ella, junto al pasillo.

Cuando empezamos a ascender, Angelita y yo nos manteníamos en silencio,


como expectantes. La cara de la chica, se fue poniendo completamente blanca;
me di cuenta de que tenía las manos enlazadas tan fuertemente, que se le veían
los nudillos tan blancos como su cara. Como el trayecto no era muy largo, resistió
con náuseas, que se acentuaron de una forma alarmante cuando el avión empezó
a descender, pero no llegó a marearse del todo.
− No te preocupes, en cuanto te acostumbres un poco, se te pasará y podrás
disfrutar del viaje – Le dije, intentando tranquilizarla..
− Si Ud. lo dice...pero yo me encuentro muy mal.
Llegamos al aeropuerto de Barajas en Madrid, sin más inconvenientes y,
seguidamente cogimos el otro avión que nos llevaría hasta Roma, ya estaba
calentando motores y media hora después, inició el vuelo.
Me sentía más tranquila porque ya me había quitado la incertidumbre de la
primera vez. Con Angelita no fue así y su cara se volvió a poner blanca y los ojos
demasiado abiertos. Nos sentamos en el mismo orden y esto me ayudó a pensar
cómo sería el largo viaje. Estaba contenta porque el hombre que se sentaba al
lado de Angelita, no parecía interesado en entablar una conversación; se limitaba
a leer los periódicos que nos había dado la azafata, o leía un gran libro que
llevaba en su maletín. Por mi parte, yo tenía la intención de hacer lo mismo con
“Lo que el viento se llevó.” Me habían dicho que estaba muy bien y, como era
grande, pensé que tendría suficiente para gran parte del viaje.

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Muchas veces, las cosas no salen como una las planea y así pasó. La pobre
Angelita, no se adaptaba y a los poco minutos de remontar el vuelo que nos
llevaba a Roma, se puso a vomitar empapada en sudor frío. No sabía qué hacer;
llamé a la azafata y nos trajo unas toallas y un paño húmedo para la frente, pero
seguía sin mejorar. Delante de nuestros asientos, estaban dos libres y la azafata
le rogó al pasajero que se sentaba en el que hacía el tercero, que se cambiara a
otro asiento y la puso allí con las piernas en alto. Esto pareció calmar las náuseas
de Angelita y se adormeció.

− Como vamos a ser compañeros de viaje durante mucho tiempo, he


escuchado a la azafata decir que Uds. van a Australia, yo también tengo el mismo
destino, permítame que me presente - Me dijo el hombre que estaba en el asiento
de al lado, a los pocos minutos de haberse tranquilizado mi doncella. – Pablo
Castro, soy profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. Estoy a su
disposición para lo que pueda necesitar, ya que su acompañante no está en
condiciones de ayudarle en caso de necesitarlo.
− Mucho gusto en conocerle, Sr. Castro. Permítame que también me
presente, soy Laura Enciso y le agradezco sinceramente su ofrecimiento y su
amabilidad; ya ve que hemos empezado con algún que otro inconveniente.
¡Esperemos que sea el único!
− ¿Enciso? Es Ud. familia de Tomás Enciso?
− Sí, soy su única hija. ¿Le conoce?
− Naturalmente ¿Quién no conoce en Zaragoza a los Enciso por su posición y
por sus empresas? Lo que no sabía era que tuviese una hija. Parece que no le
gusta a Ud. hacer vida social.
− En eso tiene razón, no me gusta en absoluto.- ¡Que amable era! Tenía una
sonrisa que me causaba un efecto de bienestar desconocido. Me sentía tranquila
con aquel hombre, al fin y al cabo, todo un extraño, con el que no había querido
entablar una conversación, en cambio ahora, me resultaba agradable.

Después de tres horas, llegamos al aeropuerto Leonardo da Vinci en Roma.


Allí haríamos una escala de dos horas y nos dijeron que podíamos pasear por el
aeropuerto y comer tranquilamente.
Cuando Angelita intentó ponerse de pie, se volvió a marear; estaba
desorientada y pálida, así que decidí quedarme con ella.
− Si le parece bien – Me dijo una de las azafatas.- Yo puedo cuidar de la
señorita para que Ud. baje y camine un poco, le vendrá bien. Mi compañera irá a
una farmacia y le traerá unas pastillas para el mareo.
− Se lo agradezco mucho, pero no es necesario que se quede con ella; yo
puedo hacerlo.
− Perdone que le interrumpa, pero quisiera ofrecerme a acompañarla, si es
que no quiere bajar Ud. sola. –Dijo el Sr. Castro, con una de sus hermosas
sonrisas.
− Muy amable de su parte, pero prefiero quedarme aquí. – Le dije algo
nerviosa.
− Señorita Laura, baje Ud. yo estoy bien. No quiero ser una molestia.

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− Baje tranquila que yo la cuidaré. – Volvió a decir la azafata.
Ante la insistencia de todos, que parecían haberse puesto de acuerdo, no
pude negarme de nuevo, así que nos fuimos a visitar el aeropuerto y luego nos
sentamos en un restaurante pequeño, para comer el Sr. Castro y yo, dejando a
Angelita acostada en los asientos, con la azafata a su lado.

Pensé que la situación sería incómoda; jamás había ido a comer fuera y
menos aún, con un hombre extraño en una ciudad extraña también. Me sentía
fuera de lugar, porque nunca había salido con un hombre y no estaba segura de
cómo tenía que comportarme.
Él era serio y callado, por esto me agradaba su compañía y porque no me
había hecho ninguna pregunta sobre mi aspecto; pero tenía algo que me
desconcertaba: era muy guapo. No entendía cómo un hombre así, me había
invitado a comer con él, siendo yo tan poco atractiva y habiendo otras chicas en el
mismo vuelo que sí lo eran.

El tiempo que pasamos en Roma, fue un suspiro de tan corto como se me


hizo. Disfruté de la comida y de la compañía del Sr. Castro. Conforme hablamos,
se me fue quitando la timidez de los primeros minutos y me sentí relajada y
contenta. Me habló de la Universidad y de los libros que le gustaban.
− Necesitaba dar un giro a mi vida y elegí Australia por dos razones: la
primera, porque es un país lejano y desconocido para mucha gente; la segunda,
por el idioma, allí se habla el inglés, siempre me gustó más que otros y lo he
estudiado con mucho interés; puedo decir que me defiendo con bastante soltura.
− Mis razones son más sencillas.- Le confesé sin darle más importancia,
espontáneamente.- Voy a visitar a mis tíos, hace mucho tiempo que no les veo. Yo
también he estudiado inglés. Tenía una profesora inglesa que me dio clases
cuando era pequeña y ella me enseñó; no era difícil porque, como a Ud. me
gustaba mucho más que el francés, aunque también lo estudié en el bachillerato.
Llegamos a dar las clases en inglés y por eso lo hablo y leo con seguridad. Espero
que, cuando lo practique más, será mucho mejor.

Cuando volvimos al avión, Angelita ya había tomado la pastilla y se estaba


despejando, de lo que me alegré mucho.
− Señorita Laura ¡Cuánto siento haber sido tan torpe! No he podido atenderle
como era mi obligación, además ha tenido que molestarse por mí. Lo que me
preocupa es que la Sra. se entere y me despida.
− No te apures; lo que ha pasado no es culpa tuya, ni es por que seas torpe,
eso le pasa a mucha gente cuando no está acostumbrada como tú. Puedes estar
segura de que no te va a despedir nadie, porque la Sra. no se enterará de nada.
Ahora lo único que debe preocuparte, es reponerte y comer un poco de lo que te
he traído.
− Gracias, señorita por lo buena que es conmigo, aunque sigo teniendo
mucho miedo.
− Pues tienes que ir quitándotelo, ya has visto lo cómodo que es viajar así, y
lo amables que son las azafatas.

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− Eso es verdad, me han tratado como si fuera alguien importante.
− Todas las personas son importantes, no solo las que tienen dinero y poder.

El viaje continuó y Angelita se quedó en los asientos delante de los nuestros.


Las conversaciones del Sr. Castro y yo, seguían siendo habituales, por mucho que
yo me hubiera hecho el propósito de no hablar con nadie durante el viaje. Así
empezó una amistad inesperada para mí.
Llegamos a Atenas, al Helénico, así se llamaba su aeropuerto. Allí no nos
permitieron bajar porque no había que cambiar de avión, la escala era solamente
para repostar combustible. Lo sentimos mucho mi compañero de viaje y yo; nos
hubiera gustado ver algo de allí, por poco que fuera y probar su comida. Después
de una hora esperando, el avión volvió a subir destino a Damasco en Siria.

Al Sr. Castro y a mí, nos gustaban los mismos temas y hablamos durante las
cinco horas que tardamos en llegar a Damasco. Solo había una cosa de la que,
ninguno de los dos hablaba: de nuestras vidas privadas. Las razones que él podía
tener, no las sabía, pero las mías estaban muy claras; yo no quería que supiera
nada de mis complejos y mis desengaños; por nada en el mundo deseaba que
sintiera por mí la compasión que inspiraba en muchas otras personas. Me estaba
demostrando que no se fijaba en el físico y que lo único que apreciaba era a la
persona que estaba en el interior.
Tampoco él hablaba de sus problemas y sus desgracias; me parecía adivinar
que en su vida había algo que le hacía muy desgraciado; tenía una expresión muy
triste en los ojos, tal vez por eso no comentaba nada.

El tiempo pasaba sin darnos cuenta. Por fin llegamos a Damasco; sabíamos
que pasaríamos la noche allí, porque para ir hasta Qatar, donde cogeríamos el
barco en el puerto de Duha, el avión salía a las nueve de la mañana. La idea de
poder dormir en una cama, nos causó una alegría difícil de describir; estábamos
realmente agotados después de quince horas de viaje. Las piernas se nos habían
dormido y resultó bastante desagradable el hormigueo que sentimos cuando nos
pusimos de pie

Salimos los tres juntos, el Sr. Castro, Angelita y yo hasta las puertas del
aeropuerto y esperamos un taxi. Apareció un viejo coche que más bien podía ser
uno sacado de la chatarra que, para nuestra sorpresa era un taxi, no llevaba
ningún distintivo, ni luces verdes, ni letreros. Subimos al asiento trasero las dos
mujeres y el Sr. Castro se sentó junto al conductor. Este había colocado las bolsas
que llevábamos con lo imprescindible para una noche, en el maletero que no
cerraba bien hasta que le dio un buen golpe con el pie. Todo nuestro equipaje, se
había quedado en la consigna del aeropuerto.
Nos llevó por una carretera llena de baches hasta la cuidad donde parecía
que nos perdíamos en un laberinto de calles retorcidas y estrechas hasta
desembocar en una algo más ancha y completamente recta en la que nos informó,
con su irreconocible inglés, que en ella había vivido Saulo de Tarso, es decir, San
Pablo; la verdad es que nos pareció bastante falso, que era un cuento para

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impresionar a los turistas; allí paró frente a la puerta de un edificio moderno que
era el mejor hotel de la ciudad.
Mientras viajábamos en el taxi, a Angelita y a mí, nos llamó mucho la
atención ver que las casas no tenían ventanas, las fachadas eran muros lisos y
nos preguntamos cómo se las arreglarían para tener luz. Pensé en preguntarle al
chofer, pero luego me dije que sería una tarea imposible de llevar a cabo el
comprender su respuesta, así que lo dejé pasar con la esperanza de poder hablar
con alguien a quien pudiera entender mejor.
La agencia de viajes que había organizado el nuestro, nos tenía reservada
una habitación doble. Recogimos la llave y nos despedimos allí mismo del Sr.
Castro hasta la mañana siguiente. Él nos había propuesto invitarnos a cenar, pero
le dijimos que pediríamos que nos llevaran algo a la habitación y aprovecharíamos
al máximo el tiempo para descansar. Dijo que le parecía buena idea y que él haría
lo mismo, así lo hicimos. El Sr. Castro, siguió en el taxi, porque no se alojaba en
nuestro hotel.
Dormimos como troncos y, cuando vino un botones a despertarnos a las
siete de la mañana, pensamos que era de noche todavía, de rápido que nos había
pasado el tiempo. No es que la cama fuera muy cómoda, en realidad el hotel
dejaba mucho que desear. No había mucha limpieza, el baño sólo era una ducha
sin bañera que, al final agradecimos porque jamás nos hubiéramos metido en ella.
Sin apenas tocar nada, nos vestimos y bajamos al hall donde nos encontramos
con el Sr. Castro que ya nos esperaba con el taxi en la puerta.
Descansados y con nuevo ánimo, embarcamos en un avión de hélice casi
tan vetusto como el taxi, que nos dio un poco de aprensión, pero nuestra única
idea era llegar cuanto antes al barco en el que pensábamos que habrían más
comodidades, por lo menos tendríamos espacio para movernos, y una cama
donde dormir, rumbo a la última etapa de aquel largo viaje.
Estuvimos esperando dos horas hasta que emprendimos el vuelo, allí todo
funcionaba mal; parecía que nadie tenía prisa por cumplir decentemente con su
trabajo
Después de siete horas de vuelo, teníamos las piernas dormidas y la espalda
dolorida; los asientos eran incómodos y duros. Angelita había tomado las pastillas
contra el mareo y, aunque no estaba muy espabilada porque le producían una
somnolencia a la que no era capaz de sobreponerse, por lo menos no se había
mareado.
El Sr. Castro se había sentado a mi lado y nos pasamos el viaje hablando,
como el día anterior. Parecía que había muchas cosas qué decir, como si
hubiéramos estado media vida callados y esa fuera la única oportunidad de
expresar todo lo que pensábamos.
Solo en una ocasión comentó algo de su vida; me dijo que había perdido a
su mujer recientemente y que tenía una hijita muy pequeña que cuidaba una
hermana de su difunta esposa. No quise preguntarle nada porque me parecía una
indiscreción entrometerme en sus problemas. No podía permitirme que pasara de
ser un compañero de viaje al que, cuando llegáramos a nuestro destino, no
volvería a ver, cosa que sentiría de verdad; aquel hombre era el único de su
especie al que yo hubiera tenido como amigo, pero las circunstancias nos habían

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reunido por poco tiempo y había que aceptarlas, por lo menos eso me dije a mi
misma.

Llegamos a las cuatro de la tarde a Duha, la capital de Qatar. Al bajar del


avión, las piernas no nos obedecían, las teníamos entumecidas y la pobre Angelita
estaba tan desorienta que el Sr. Castro, la tuvo que coger por el brazo para que
pudiera bajar la escalerilla.
Allí debíamos recoger nuestro equipaje y llevarlo hasta el barco que zarpaba
a las diez de la noche. Aquello fue una auténtica odisea. Lo primero fue buscar un
taxi, pero los problemas vinieron cuando llegó el equipaje y nos dimos cuenta de
que faltaban dos baúles de los míos. Preguntamos a los empleados, pero no
entendían ni el inglés, ni el francés, así que tuvimos que esperar que viniera otro
que supiera alguno de estos idiomas. Por fin llegó un hombre con turbante pero
vestido a la europea, era bajito y muy moreno con bigote y pobladas cejas.
Después de dos horas, se pudieron reunir todos los bultos y los cargaron en dos
taxis. Eran las seis y media de la tarde.
Al principio pensamos que habría tiempo de sobra para llegar al puerto, pero
viendo como se desarrollaban las cosas, temíamos perder el barco, lo cual habría
sido una catástrofe, porque el siguiente, tardaría en zarpar para Australia un mes.

Notamos bastante diferencia en la ciudad por la que solo pasamos, era más
limpia y se veía que había más prosperidad. El taxi era un coche moderno que
avanzaba con una seguridad muy distinta al que habíamos cogido en Damasco.
Dos horas después, llegábamos al puerto con el tiempo justo de embarcar el
equipaje. Estábamos desesperados y con el corazón en la garganta de ansiedad.
Después, cuando nos acomodamos en nuestros camarotes, suspiramos de alivio,
dispuestas a emprender el viaje por el estrecho de Ormuz que nos llevaría al mar
Arábigo y éste al Océano Índico.

La tensión que habíamos vivido durante el largo viaje en avión, fue sustituida
por la tranquila travesía que emprendimos a bordo de aquel barco grande que nos
brindaba el espacio del que carecía el avión. Dormí bien, mecida por un suave
vaivén que parecía acunarme. Angelita no se encontraba tan a gusto y tuvo que
tomarse otra pastilla para el mareo a media noche pero, esta no le produjo el alivio
que esperaba y se la pasó yendo y viniendo al diminuto cuarto de baño que tenía
nuestro camarote, para mojarse los pulsos y la frente.
− Señorita Laura, yo pensaba que en el barco se me pasaría esta sensación
tan angustiosa, pero creo que es peor, no sé si voy a poder soportarlo tanto
tiempo.- La pobre chica sollozaba sin poder reprimir los espasmos que le venían
del estómago.- ¿Cree Ud. que acabaré acostumbrándome?
− Pues claro que sí. Cuando vayamos a desayunar, preguntaremos por el
médico que hay a bordo, estoy segura de que él sabrá algún medio para que te
encuentres bien.- Estaba terminando de vestirme y miraba el rostro amarillento de
mi doncella sintiéndome culpable por lo mal que lo estaba pasando.
Nuestro camarote estaba en la cubierta superior. Cuando llegamos por la
noche, no me fijé bien, por eso, esa mañana, me sentía perdida en medio de aquel

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largo y estrecho pasillo que parecía no tener fin. Angelita había preferido quedarse
en la cama y yo llevaba en mente encontrar alguna solución que le permitiera
hacer un viaje en mejores condiciones.
Pregunte a una camarera donde estaba el comedor y ella me guió mientras
me esforzaba en memorizar el trayecto. Se encontraba en la cubierta inferior y era
enorme. Había más de cien mesas repartidas por todo el espacio; eran redondas
vestidas con faldas rojas y manteles blancos inmaculados y en el centro todas
tenían un pequeño florero con una rosa fresca, me pregunté si eso sería posible
mantenerlo durante el largo periodo en el que no tocaríamos tierra.
Miraba a mi alrededor, cuando se me acercó un camarero y me preguntó el
número de mi camarote; me condujo hasta una de las mesas que se hallaba en un
extremo del comedor junto a una ventana que daba a la cubierta por donde
entraba la luz de aquella mañana que era espléndida. Mientras nos acercábamos,
vi al Sr. Castro sentado solo y que se puso en pie al verme, pensé que sería tan
amable de darme los buenos días, pero mi sorpresa fue cuando el camarero me
dijo que esa era también mi mesa.
Nos saludamos y él se interesó por el estado de Angelita; quedamos para
después de desayunar, en buscar al médico.

Por fin el médico de abordo, había dado a mi doncella una bebida de la que
no conocía la composición, pero que fue muy efectiva y le dio la oportunidad de
disfrutar del viaje. Yo le daba poco trabajo y mucha libertad; se hizo de un grupo
de amigas de entre las doncellas de otras pasajeras y se divertía de verdad. Me
sentía muy feliz por ella, la pobrecita había sufrido demasiado y se merecía una
temporada de pasarlo bien. Ella me contaba lo que hacían y en sus ojos brillaba
una chispa especial cuando me hablaba de un muchacho francés al que no
entendía cuando hablaba, pero se las arreglaban de maravilla para comunicarse
de alguna manera.
Yo no sabía cómo pasar desapercibida entre tanta gente. Observé que,
cuando llegaba al comedor, todos me miraban, unos con más disimulo que otros,
pero yo tenía un sexto sentido y lo detectaba al instante. Esa situación me
molestaba sobre manera y decidí salir lo menos posible de mi camarote. Tomé la
costumbre de pasear por la cubierta buscando siempre los espacios con menos
luz y al anochecer, cuando me podían cobijar las sombras de las miradas curiosas
de la gente. Me gustaba contemplar las estrellas en aquel cielo limpio de un azul
oscuro que no era negro; allí parecían brillar mucho más y había miles y miles; se
distinguían las constelaciones con una nitidez extraordinaria y el aire era
refrescante con olor a mar que entraba hasta los pulmones limpiándolos de toda
una vida en la ciudad del interior. Aquellos momentos los disfrutaba como nunca
antes lo había hecho y me sentía formar parte de un universo infinito y
maravilloso.
Encontré un rincón en la cubierta superior que era muy discreto en el que
nunca había nadie y ese fue mi destino de cada mañana; allí me sentaba en una
de las hamacas y pasaba horas y horas leyendo o pensando mientras
contemplaba el mar por el que avanzaba nuestro barco aparentemente quieto.

100
En cada visita que hacíamos al comedor, nos encontrábamos el Sr. Castro y
yo en la mesa que compartíamos; no se cual era la razón de que estuviéramos
solos en ella y no hubiera más pasajeros con nosotros, porque en las demás
mesas se sentaban cinco personas.
Angelita, en su calidad de doncella, iba al comedor destinado al servicio; a
ella le encantaba porque allí se reunía con sus nuevas amistades
El Sr. Castro y yo, nos limitábamos a ser amables y correctos pero cuando
nos levantábamos, cada uno seguía su camino y no nos volvíamos a encontrar
hasta la cena o el desayuno siguiente. Debo confesar que echaba de menos
aquellas conversaciones que habíamos mantenido en los diferentes aviones, pero
me dije que tenía que aceptar las cosas como eran y que él se habría hecho de
otras amistades entre tantas personas como viajaban en el barco, donde podía
escoger entre muchas mujeres más agradables a la vista que yo.

Llevábamos como tres semanas de travesía, cuando una tarde, mientras


contemplaba la puesta de sol; me encontraba completamente absorta viendo
cómo el disco amarillo, casi naranja, parecía sumergirse en las aguas que
tomaban su mismo color y pensaba que era especialmente hermosa; noté una
presencia de tras de mi, me di la vuelta asustada y me encontré con lo ojos del Sr.
Castro fijos en mí.
− Parece que la he asustado, le pido perdón.- Dijo con aquella sonrisa que
tanto me gustaba. - Desde que estamos aquí, no había logrado encontrarla hasta
que se me ha ocurrido subir a esta cubierta. ¿Es que se esconde Ud. de algo o de
alguien?
− ¿Por qué habría de esconderme? – Le repliqué casi molesta porque había
adivinado a la perfección que me escondía de todo y de todos, pero no podía darle
la razón.- La única respuesta que tengo a su pregunta es que me gusta este
rincón donde puedo leer y, como ahora, ver el mar sin que me interrumpan.
− Entonces, le vuelvo a pedir perdón por la interrupción que a Ud. le molesta
tanto.- Diciendo esto, hizo ademán de marcharse, yo no podía consentir que se
fuera por las palabras tan desafortunadas que le había dicho, así que me quedé
mirándole sin saber exactamente qué podía hacer.- ¿Por qué me mira así?
− Discúlpeme, por favor.- Le fui sincera, tragándome las lágrimas que me
acudían a los ojos tan inoportunas.- He sido muy grosera dándole a entender que
es Ud. quien me molesta; nada más lejos de la verdad, pero sí debo confesarle
que me siento observada por las demás personas y por eso prefiero este lugar tan
tranquilo y alejado.
− ¿Está segura de que no es mi presencia la que sobra?- Noté un deje de
resentimiento y de tristeza en su voz, que me alarmó.
− Por completo; para mí su compañía es muy valiosa, jamás he encontrado a
nadie con quien pueda comunicarme tan fácilmente como con Ud..- Luego,
haciéndole un sitio junto a mi, le indiqué una hamaca y le dije:- Siéntese, esta
tarde el mar se está tiñendo con el dorado del sol y está realmente bello.

A partir de aquel encuentro, nos veíamos con regularidad. Algunas veces


hablábamos durante horas de filosofía que me interesaba mucho, puesto que mi

101
carrera no eran las letras, pero también me gustaban. Él era un hombre muy culto
con quien se podía aprender cualquiera que fuese el tema del que se hablara.
Estaba segura de que era un buen profesor, porque tenía una forma de
expresarse serena y paciente, asumiendo que no todos con los que hablaba,
tenían que saber lo que él decía, por lo tanto sabía cómo hacerlo sin que se
sintiera mal la persona que le escuchaba. Sus argumentos era sencillos a la altura
de cualquiera y a mí me resultaba un auténtico placer entender muchas cosas que
no podía por mí misma. Así seguíamos hasta que oscurecía y teníamos que ir
directamente al comedor para la cena; otras veces, nos limitábamos a leer cada
uno el libro que había escogido en la gran biblioteca del barco y pasábamos el
tiempo sin cruzar una sola palabra. Esos silencios acompañados, eran tan
valiosos como las largas conversaciones y tanto él como yo, los apreciábamos y
los buscábamos con frecuencia
.
La amistad fue creciendo entre nosotros y en algunas ocasiones, tanto él
como yo, descubríamos algo de nuestras vidas que guardábamos como un tesoro,
temiendo que se vieran los aspectos más dolorosos y vulnerables de nuestras
almas.
Querida Ana, seguramente estás pensando que todo iba a acabar en un
romance, pero no fue así. Ni él ni yo, estábamos en el mejor momento para iniciar
una aventura que tendría el final muy a corto plazo: en cuanto llegáramos a
Australia; allí cada uno seguiría su destino que no sería el mismo, por supuesto.
Además, en sus ojos no podía leer otro sentimiento que no fuera amistad y
compañerismo y lo mismo le ocurriría a él en los míos, puesto que yo no me había
enamorado.

Llevábamos un mes en el barco y la última semana el cielo estaba cubierto


de nubes; todos los comentarios que se escuchaban por boca de la gente que,
parecía tener más experiencia en viajes de aquella clase, decían que habría una
tormenta. Si esto hubiera sucedido al principio, tanto Angelita como yo, nos
habríamos asustado mucho, pero ya estábamos acostumbradas al barco y no
teníamos ningún miedo; aceptamos que era posible que lloviera y que hubiera
truenos, pero no le dimos más importancia; seguramente sería como las terribles
tormentas de verano que tan bien conocíamos en Zaragoza.

Hacía cuatro horas que estábamos durmiendo, cuando nos despertó un


movimiento tan brusco, que nos tiró de la cama. Estábamos desorientadas sin
saber qué había sido aquello, cuando nos vimos lanzadas hasta la pared contraria
y recibimos un gran golpe que nos hizo entender bien la situación en la que nos
encontrábamos: El barco se estaba bamboleando como un simple cascarón. El
ruido encima de nuestras cabezas, era de gente corriendo desesperados por la
cubierta; se escuchaban gritos y voces pidiendo auxilio en medio de los truenos
que perecían explosiones. Sujetándonos a todo cuanto encontramos, nos
vestimos y salimos al pasillo llenas de contusiones y heridas; allí todo era
confusión; la gente corría despavorida cayéndose y levantándose, otros eran
arrastrados y pisoteados por los demás que no miraban por donde iban ni sabían

102
a donde dirigirse; los que estaban en el suelo y que podían levantarse no lo hacían
porque, cuando lo intentaban, habían otras sacudidas.
El barco entero era una gran confusión y los oficiales y los marineros,
repetían a voces que nos pusiéramos los chalecos salvavidas, pero nadie los
escuchaba, ni sabíamos donde encontrarlos; la angustia que se había apoderado
de nuestros cerebros donde el caos era tan grande como en todo lo que nos
rodeaba, nos hacía olvidarlo todo; ellos no daban a vasto para atender las
necesidades del barco y de los pasajeros que estorbaban con sus cuerpos y sus
demandas de información. Había gente herida por los golpes y se quejaban
lamentablemente; llantos de niños aterrados que llamaban a sus padres, pero allí
no era posible escuchar nada, ni siquiera mantenerse en pie por más de unos
instantes.

Sujetándonos de todo cuanto era posible y sorteando los cuerpos y objetos


de todas clases que se amontonaban por los pasillos, conseguimos llegar hasta la
cubierta; allí el espectáculo era como una pesadilla iluminado por los relámpagos
que no cesaban de abrir el cielo como un cuchillo de fuego. El agua entraba por la
borda como si el barco fuera de juguete y todo cuanto el día anterior formaba parte
del mobiliario, había desaparecido barrido por las enormes olas de más de
cuarenta metros que se tragaban el barco y lo volvían a escupir. En una de
aquellas olas, Angelita desapareció de mi lado; la llamé con desesperación
buscándola con los ojos ardiendo por el agua salada que, a la vez, se me metía
por la nariz y por la garganta ahogándome y escociéndome en todas las heridas
que tenía. No sé cómo ni donde, encontré una barra, me agarré a ella con todas
las fuerzas que me quedaban pero, con la firme decisión de que nada ni nadie
podría hacer que la soltara, aunque me hundiera con el barco. No sé cuanto
tiempo estuve así, pero notaba los músculos de los brazos hasta el hombro,
acalambrados, doloridos y tan tensos que parecían que iban a explotar de un
momento a otro.

Cerré los ojos y esperé a que sucediera lo peor. En aquellos momentos tan
dramáticos, se me vino a la mente cada una de las experiencias que habían
formado mi vida, buenas y malas y tantas veces como había deseado la muerte;
ahora en cambio, cuando la tenía al alcance de la mano, no quería irme con ella;
sabía que tenía todo un futuro por delante y que sería capaz de vivirlo a mi
manera, que podía conseguir todo lo que me propusiera. Me hice una promesa a
mí misma en medio del agua que me ahogaba y quería arrastrarme con ella hasta
las entrañas de aquel mar que tan hermoso me había parecido. “Si me salvo hoy,
jamás, por terrible que sea mi vida, volveré a desear la muerte y dejaré de vivir
atormentada por mi aspecto físico; asumiré cómo soy aunque los demás no lo
acepten.” Por incongruente que pareciera, en aquellos instantes de locura y
desespero, me encontraba llena de fuerza y voluntad; por eso me aferraba a la
barra como si ésta formase parte de mis brazos.

Lo que vino después, no puedo contártelo, porque se hizo todo negro a mi


alrededor y perdí el conocimiento".

103
Laura dejó de hablar, se quedó contemplando el parque a lo lejos, sin fijar la
vista en un punto concreto. Parecía que le costaba trabajo volver a la realidad
dejando sus recuerdos hasta la próxima ocasión en que los llamara de nuevo. En
su rostro, todavía se podía ver la expresión del terrible sufrimiento y del terror que
había pasado durante la tormenta. La trayectoria de su penosa vida, en lugar de
acobardarla, se había transformado en fuerza y determinación, fruto de un alma
decidida a no dejarse vencer por nada ni nadie.
Ella era una gran narradora que atrapaba la atención de quien la escuchaba;
lo había hecho con los niños, a los que parecía hipnotizar con sus cuentos y,
ahora era Ana la que estaba embelesada escuchándola y reviviendo con ella
aquel interesante viaje del que ignoraba el destino final.
Ana la miraba expectante, deseando que continuara con el relato para saber
cómo se pudo salvar, cuando parecía imposible que eso sucediera.
Había llegado la hora de volver a retomar las riendas de la casa y la familia
que, por los ruidos que subían hasta el solarium, estaban reclamando la presencia
de las dos mujeres.

Miguel estaba en el despacho que fuera del Sr. Enciso, en la planta baja,
terminando de repasar los contratos que Laura debía firmar esa misma tarde. José
del Valle, se los acababa de mandar por medio de un muchacho que esperaba
para devolvérselos ya firmados.
− ¿Por qué se han hecho nuevos?- Preguntó Laura a Miguel, mientras los
hojeaba.- Estas personas han estado viviendo en los mismos pisos durante toda
su vida. Le dije a José que no quería que se les subiera el alquiler; son muy
mayores y solo cuentan con una pequeña pensión. ¿Cómo voy a sacar provecho
de esa miseria?
− Si te fijas, la subida es mínima, pero la ley nos obliga a que se haga así.- Le
explicó Miguel, como sintiéndose culpable.
− De todas formas, no me parece justo. No se lo comuniquéis por carta, sería
un disgusto para los pobres ancianos, ves tú mismo y les explicas que, aunque la
ley nos obligue a subir los alquileres, eso sólo será en el papel, porque ellos
seguirán pagando lo mismo.
− ¿Por qué lo haces, Laura?- Le preguntó Miguel, mirándola fijamente
− ¿Por qué? Esos pisos los construyó mi abuelo hace casi cien años; muchos
de los que viven en ellos, han nacido allí. Si fuera un negocio para mí, ya los
habría derribado para hacer una urbanización que me diera buenos beneficios,
pero yo no los necesito y menos a costa de destrozarles la vida a estas gentes sin
recursos. Cuando era pequeña, los visitaba acompañando a Eduardo cuando iba a
cobrarles cada mes, les conozco a casi todos. Él siempre se ha preocupado de
que se mantengan en buen estado, porque los inquilinos no tiene recursos, como
te he dicho. No, no les voy a hacer una jugarreta así. Podrán vivir en ellos hasta

104
que mueran de viejos. Más adelante, los restauraré para que sigan teniendo el
sabor y la belleza de lo antiguo. ¿Tu los has visto?
− No, nunca me he perdido por esas calles tan estrechas que, con razón
llaman “El Tubo”.
− Deberías ir, las casa tienen el estilo que le da solera al casco antiguo de
Zaragoza; las fachadas son muy hermosas; entonces, cuando se construyeron, se
esmeraban en que fueran bonitas, no como ahora que el único interés que tienen
los constructores, es aprovechar al máximo el espacio para ganar más dinero, por
eso la ciudad se está convirtiendo en una colección de cajones con ventanas, ya
no se aprecia la estética y la armonía apenas.

Cada vez que Ana hablaba o miraba a Angelita, se le pasaban unas ganas
terribles de preguntarle por el viaje que Laura le había contado. Quería saber qué
le había pasado cuando desapareció de su lado en medio de la tormenta. Cómo
había sobrevivido y de qué manera pudo llegar a Zaragoza de nuevo. Le daba
vueltas a ese asunto, pero no se atrevía a hacerlo por temor a molestar a Laura.
Sabía que debía tener paciencia, pero le resultaba difícil teniendo a sus
protagonistas en la misma casa. Lo que no acababa de entender, era por qué,
cuando Laura le contaba su vida, no estaba Angelita también presente, puesto que
ella era parte importante en lo sucedido.
Todas estas cavilaciones, eran las culpables de que Ana estuviera siempre
ausente, con el pensamiento en otra parte y que Miguel, que la observaba con
detenimiento, tuviera que llamarle la atención en repetidas ocasiones para
devolverla a la realidad; esto le preocupaba seriamente y estaba planteándose el
llevarla a un psicólogo; su comportamiento era excesivamente anormal en ella.

LA ISLA

CAPITULO IV

105
Desperté, aturdida y desorientada; creía que estaba muerta y, entre la niebla de
mis pensamientos, que todavía no eran muy coherentes, pensé que no parecía tan
malo como siempre había creído...Aunque, pensándolo bien, no debía estar
muerta porque me sentía cansada y me escocían mucho las heridas que llevaba
por todas parte; respiraba con dificultad a causa del dolor que sentía en todo el
cuerpo y, según creía, los muertos no sienten el cuerpo.
Después de, no sé cuanto tiempo, lentamente mis sentidos se fueron
despejando. Me parecía escuchar las olas rítmicamente tranquilas, los pájaros y la
brisa entre las hojas de los árboles. Notaba olor a mar, pero también a vegetación
y a flores.
El calor del sol, me fue despertando y con mucha dificultad, empecé a abrir
los ojos, pero era como en las pesadillas, cuando quieres hacer un esfuerzo y no
logras conseguirlo, me sentía tan angustiada como en esos sueños y parecía que
los párpados me pesaban como si fueran de piedra.
La luz era tan intensa que, cuando conseguí apenas abrir los ojos, no vi
absolutamente nada. Con un esfuerzo mayor, porque me encontraba rígida,
conseguí mover un brazo y con la mano, me hice sombra, protegiendo los ojos del
brillante sol.
− ¡Es verdad, estoy muerta! – dije en voz alta, olvidando los dolores que me
habían hecho despertar.- ¡Esto es el paraíso!

El paisaje que me rodeaba, era como el paraíso que nos enseñaban en los
libros de religión pero en este caso, no estaban las figuras de Adán y Eva
protegiendo su desnudez entre la vegetación; también me recordaba los que
imaginamos en los sueños.
La arena de la playa, brillaba al sol, blanca con pequeños puntos brillantes
que parecían estrellas mucho más cegadores. El agua estaba serena y cristalina;
las olas, que venían hasta la orilla para terminar en un ribete de encaje
intensamente blanco, apenas movían aquel mar de colores verde-azules, igual
que las piedras preciosas.
El cielo, que se reflejaba en las serenas aguas, era tan límpido y de un azul
tan intenso, que me maravilló como nunca. Los árboles llegaban hasta la misma
orilla del agua, inclinándose, como queriendo tocarla con sus ramas.

Miré tierra adentro y la vegetación que se extendía ante mis ojos, me hizo
contener el aliento. Nunca había visto nada tan hermoso. Los árboles y las
plantas, reunían todos los tonos de verde y, pasaban desde el marrón y el granate
hasta el amarillo más brillante. Eran especies tan raras, que no reconocí ninguna;
jamás las había visto.

106
Las flores eran infinitas, de colores inimaginables. Había plantas trepadoras
que cubrían los troncos de unos árboles tan altos, que parecían tocar el cielo con
sus copas.
Si las flores me habían impresionado, los pájaros me impresionaron mucho
más. No tenían nada que envidiarles en colorido, ni belleza; pero a todo esto, se
sumaba el maravilloso canto de mil notas distintas que sin embargo, armonizaban
perfectamente entre sí.

Estaba tan ensimismada contemplando todo aquel esplendor, que tardé


mucho tiempo en darme cuenta de que no estaba sola, había alguien a mi lado
que parecía estar inconsciente.
Ni por un momento, se me ocurrió pensar en que podía haber más gente en
el paraíso que me rodeaba.
Fijándome bien en aquella persona que estaba tumbada en la arena, no muy
lejos de mí, descubrí con alivio que no era un desconocido, era Pablo Castro, mi
compañero de viaje.
− Entonces, no estoy muerta. Si este hombre está aquí y con esas ropas tan
destrozadas, quiere decir que esto no es el paraíso. – Pensé tristemente y con la
mayor lógica posible. Miré mis ropas y vi que estaban en el mismo estado que las
suyas: rotas y tiesas por el salitre del mar. Volví la mirada a él y me vino a la
imaginación algo terrible:- ¡Oh no! ¿Y si no respira? ¿Y si está muerto, qué hago?
Con miedo y mucha precaución al principio, y con más fuerza después,
empecé a moverlo y zarandearlo. Le tiré de los brazos, luego le cogí por los
hombros. Parecía que era de trapo, pero tan pesado que no conseguí moverlo del
sitio. ¡Cuánto miedo tenía de que no despertara! Volví a darle fuertes palmadas en
la cara y ¡qué alivio sentí cuando empezó a moverse!
Al principio, estaba tan desorientado y aturdido como yo. Intentó levantarse,
pero no pudo. Entreabrió los ojos, aunque como yo unos momentos antes, no
veía nada. Cayó de nuevo en la inconsciencia.
− ¡Pablo! ¡Pablo! Soy Laura. ¡Despierta por favor! ¿Te encuentras bien?
¿Estás herido? ¡Pablo! ¡Pablo! – Después de unos minutos, que se me antojaron
horas, volvió a despertar.
− ¿Qué ha pasado?.- Decía como un niño que despierta en medio de una
pesadilla.- ¿Ha terminado la tormenta? ¿Dónde estamos? – Torpemente, sus ojos
se abrieron y, bajo la luz cegadora, me reconoció. - ¡Laura! ¿Cómo estás? ¿Te
encuentras bien? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
− No puedo contestarte porque no sé nada. Esperaba que tú me lo dijeras;
pero ahora lo importante es saber si tú estás bien o si estás herido.
− Creo que no, por lo menos, ahora no soy capaz de saber si me duele algo,
estoy como rígido, pero insensible. Lo que necesito es beber agua, estoy sediento.
¿Habrá por aquí agua que se pueda beber?- Mirando a su alrededor, pareció
pensar en voz alta: - Si hay tanta vegetación, lo más probable es que el agua
dulce, esté muy cerca. ¡Vamos a buscarla!
− Es una buena idea, siempre que nos podamos poner de pie.- Le dije
pensando en la pesadez que embargaba todo mi cuerpo.

107
Lo intentamos cogidos de la mano, pero nos caímos los dos, sentados en la
arena. La cabeza nos daba vueltas y sentimos un terrible mareo, pero aún así, nos
reímos al vernos como dos tontos llenos de arena hasta la cabeza.
Pasados unos minutos, lo volvimos a intentar; lo conseguimos y,
tambaleantes, llegamos hasta los árboles que estaban en tierra. Bajo su sombra
nos sentamos a descansar, estábamos agotados por el esfuerzo.
Cuando la cabeza dejó de darnos vueltas, volvimos a ponernos de pie y
seguimos buscando entre las plantas y los arbustos, hasta que llegamos a un
claro, donde había un pequeño lago de agua cristalina, que se alimentaba de un
brillante arroyo que corría entre las piedras, al pie de una colina en la que se veían
algunos berruecos que sobresalían de entre las plantas, tan hermosos como ellas.
Todo aquello era tan hermoso que nos miramos en silencio. Los dos
sentimos la misma emoción y la certeza de que éramos los únicos seres humanos
que tenían el privilegio de haber visto aquella maravilla.
Nos inclinamos y bebimos con las manos. El agua estaba fresca y dulce
como jamás habíamos probado otra en nuestra vida.
− ¿Por qué no nos bañamos?- Dijo Pablo, mirando la superficie serena que el
sol hacía refulgir como un espejo.- La sal me pica y el cuerpo parece que arde.
Creo que este agua tan fresca y limpia, nos vendrá muy bien para terminar de
despejarnos y a la vez, estaremos más cómodos.
− Hazlo tú; yo me lavaré los brazos y la cara. Parece demasiado fría. – No
quería hacerlo porque me daba vergüenza de que me viera, aunque fuera con la
ropa interior; seguían importándome las cicatrices y lo que él pensara de ellas.
Pablo se metió y empezó a nadar y a dar vueltas como un niño jugando en el
agua después de hacer “novillos” en la escuela. Desde el centro del lago me gritó
haciendo gestos con los brazos: - ¡Vamos, anímate! Está fresca, pero te sientes
revivir. ¡No lo pienses más! ¡Vamos! ¡Vamos!

Recordé los propósitos de cambio que me había hecho cuando desee tener
otra oportunidad, mientras la tormenta amenazaba con tragarnos. Me dije que
había llegado el momento de hacer realidad ese cambio en mi manera de aceptar
mis defectos y, por increíble que pareciera, me quité la ropa y con solo la interior,
me metí en el agua. Mientras lo hacía, Pablo se dio la vuelta disimuladamente,
haciendo ver que estaba entretenido nadando, pero creo que lo hizo para que yo
no me sintiera tan mal.
Nadamos un buen rato en aquellas aguas que parecieron darnos de nuevo la
vida. Cuando salimos, ya se había borrado por completo la sensación de mareo y
todo el malestar. Nuestras heridas y abrasiones, ya no nos escocían y, hasta
parecían haber mejorado. Era como si hubiéramos recibido una inyección de
vitalidad y optimismo.

Nos tumbamos en la fértil hierba, bajo los rayos del sol, para secarnos y
calentarnos, pues el agua estaba muy fría.
Llevábamos unos minutos plácidamente, cuando me vino a la memoria la
imagen de mi querida y atemorizada Angelita.

108
− ¿Te acuerdas de mi doncella? ¿Sabes algo de ella? No sé por qué, es la
primera persona que se me ha venido a la memoria; será por el miedo tan grande
que sentía a navegar.
− No tengo ni idea. Estoy como tú.
− Me siento culpable de que le haya pasado lo que tanto temía. Por mi,
emprendió este viaje que la tuvo muchos días sin dormir, desde que mi madre le
dijo que sería ella la que me acompañara. ¡Pobre Angelita! Espero que no haya
sufrido mucho. ¡Nunca la olvidaré! Era cariñosa, buena y dócil y, aunque no tenía
cultura, era una chica inteligente y despierta.
− No te preocupes por eso; tal vez se haya salvado, había mucha gente que
subía a los botes salvavidas cuando el mar se fue calmando, igual que nosotros y
si no ha sido así, es inútil que te estés culpando, tú no eres la responsable de lo
que ha pasado.
− ¿Dices como nosotros? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? – Le pregunté,
pensando que él tendría todas las respuestas.- ¿Por qué no hay nadie más?
− Tampoco yo lo sé. Lo único que recuerdo es que, cuando todo hubo
pasado, la gente que quedábamos en el barco, empezamos a subir en los botes;
todo el mundo se atropellaba por ser los primeros, pero había muchos cadáveres
en el agua flotando. Cuando estaba a punto de subir al último que quedaba y que
era muy pequeño, yo estaba solo y busqué entre la gente que se alejaba y entre
los que flotaban a mi alrededor, por si te reconocía, pero no estabas o al menos,
no te veía. El barco se hundía muy deprisa, pero volví a buscarte. Te encontré en
la proa, agarrada a una barra, pero sin conocimiento. Intenté despertarte, pero no
respondías, yo no sabía si estabas viva o muerta pero, a la fuerza, te desprendí
los dedos que tenías rígidos alrededor de la barra y, como pude, te dejé caer
dentro del bote. Tenía prisa por alejarme del barco, sabía que el remolino que
haría al descender hasta las profundidades, sería mortal para un bote tan
pequeño. Remé y remé sin darme una tregua para respirar, no podía perder ese
tiempo que significaría nuestra vida. Perdí el conocimiento cuando estábamos
lejos de lo que quedaba de nuestro barco. Después, he despertado aquí; no sé
nada más. Ahora que lo dices...puede ser que los demás pasajeros también estén
aquí y no nos los hemos encontrado todavía. Sería conveniente andar por la
costa, a ver si hay alguien más.
Ninguno de los dos sabíamos el tiempo que llevábamos en el mar, o en la
arena, hasta que nos despertamos. No había ni rastro de los chalecos salvavidas
ni del bote.
− Pablo, cuando descubran que el barco se ha hundido en el océano, ¿tú
crees que vendrán a buscarnos? ¿Y si no nos encuentran? ¿Qué vamos ha
hacer?
− Me imagino que ya sabrán lo que ha pasado y que estarán buscando.
¡Claro que nos encontrarán! Pero... si no fuera así, tendremos que sobrevivir y
tomar todo lo que nos venga con tranquilidad y de la forma más positiva que
podamos. No quisiera que vuelvas a sentirte culpable por nada, puesto que no
somos los responsables de la tormenta, no te tienes que desanimar. Estamos en
un sitio precioso y vamos a disfrutarlo el tiempo que nos toque vivir aquí. Quien
sabe si nos encontraremos con Angelita y con otros muchos de los pasajeros.

109
− Tienes razón, pero hay que ser realistas; estamos en un paraíso, eso es
cierto, pero no sabemos los peligros que puede esconder.
− Por eso, lo más prudente es que demos un vistazo. Después de saber
donde estamos, nos haremos una idea más completa de cómo seguir adelante.
− Lo mejor es que vayas tú solo, yo sería un estorbo más que nada.
− No me parece bien que hables así, comprendo que no puedas hacer
algunas cosas, pero tú no eres un estorbo para nadie y menos para mí. – Me miró
muy serio, se puso de pie y se fue perdiéndose entre los arbustos, hasta que dejé
de verle.

Al quedarme sola, pensé que me pondría a llorar. No tendría que


reprochármelo, porque era la reacción natural en cualquiera que hubiera pasado
por aquel terrible accidente, sin embargo, la enorme voluntad de superación que
siempre había tenido en mi vida, volvió a ponerse en marcha sin que tuviera que
hacer un esfuerzo; decidí empezar por el principio y estudiar la enorme cantidad
de plantas que tenía a mi alrededor. Necesitábamos algo para comer y pensé que,
entre tantas frutas que se veían maduras como invitándonos a probarlas, además
de las vayas y otras plantas con buen aspecto que nos podrían servir, seguro que
encontraríamos algo bueno.

Observé a los pájaros posados en un árbol no muy grande, del que colgaban
unos frutos amarillos, como peras alargadas y grandes; ellos las picaban con
avaricia y revoloteaban a su alrededor; esto me hizo pensar en que, si los pájaros
los comían, no podían ser venenosos. Me acerqué con cautela, esperando que
salieran todos volando en desbandada, pero me equivoqué y para sorpresa mía,
no solo no se fueron, si no que se acercaron y al momento, me vi rodeada de
muchos de ellos, a cual más hermoso y llamativo en sus colores. Revoloteaban a
mi alrededor y se me subían a los hombros y a la cabeza. Estaba encantada y,
hasta me atreví a tocarlos. No se asustaron y los pude acariciar todo lo que quise.

Cogí una de aquellas frutas y la mordí; tenía la piel fina y brillante y me


recordó a las ciruelas, pero su carne era como crema muy dulce y áspera a la vez.
Me resultó deliciosa y comprendí por qué los pájaros la comían con tanto placer.
− ¡Vamos, bonitos, enseñadme más frutas tan ricas como esta!
Cuando les hablaba, me escuchaban con atención, parecía que entendían lo
que les decía y revoloteaban piando alegremente. Sonreí pensando en que, si
esto lo contaba alguna vez, pensarían que me trastornó el accidente, que me
habría dado un golpe en la cabeza que me hacía ver visiones.

Seguí buscando, siempre acompañada por mis nuevos amigos y encontré un


arbusto de hojas grandes y de un verde brillante. Cuando me acerqué, me vi
sorprendida por unos monitos muy pequeños, casi como ardillas, que se
encaramaban de las ramas del arbusto y devoraban sus hojas con verdadero
deleite. Eran vivarachos y sus movimientos, rápidos y graciosos. Su pelo largo,
tenía reflejos azules y rayas amarillas delimitaban el contorno de los ojos que eran

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muy negros y brillantes. Sus colas eran largas y ágiles y las orejas, muy pequeñas
y puntiagudas. No había visto nada parecido en toda mi vida; eran tan simpáticos,
que parecían sonreír con sus dientecillos intensamente blancos y parejos.
− ¡Hola! ¿Me permitís que pruebe vuestras hojas?- Les dije, dando por hecho
que podían entenderme. – Parece que están muy buenas.
No me gustaron mucho. Eran jugosas y gruesas, pero su sabor era
desconocido por completo, no lo podía comparar con nada, no me recordaba a
ninguno; pensé que acabaría acostumbrándome, si las probaba más veces.
Pensé que era una irresponsable; empezaba a gustarme vivir allí, ya no me
importaba si Pablo volvía diciendo que no había encontrado a nadie y tampoco
que nos buscaran o no. Seguramente, sería más feliz aquí, que en el mundo que
conocía.

Al pensar en esto, recordé que hacía mucho tiempo que Pablo se había
marchado; tardaba y empecé a preocuparme. Podría haberle atacado algún
animal, o también podría resbalar y haberse hecho mucho daño. Tal vez hubiera
gente mala que lo habrían cogido prisionero. No llevaba nada para defenderse;
puede que no todos los animales fueran tan mansos como los que estaban
conmigo.
También podría ser que aquella playa, formase parte de una gran ciudad y
que se esfumara el paraíso que nosotros creíamos que no había pisado ningún
humano antes.

Me senté bajo la sombra de uno de los árboles mirando el camino que había
tomado por si le veía regresar, me quedé dormida. No sé cuanto tiempo estuve
así. Fue Pablo quien me despertó, casi al atardecer.
Me incorporé inmediatamente sobresaltada, mirando a un lado y a otro sin
recordar donde estaba ni lo que había pasado; cuando empecé a reconocer el sitio
donde nos encontrábamos y a aquel hombre que me había despertado, le
pregunté ávidamente, por qué había tardado tanto y qué había descubierto.

− No sé, si las noticias que traigo son buenas o malas para ti.- Dijo
sentándose a mi lado.- Estamos en una isla muy pequeña donde parece que no
ha estado nadie antes que nosotros. Todo es igual que lo que ves a tu alrededor.
No he encontrado animales grandes, solo como los que hay aquí contigo; por ese
lado no hay peligro porque son muy sociables y hasta simpáticos. He encontrado
un manantial que brota de una pequeña elevación del terreno, al otro lado y es el
que alimenta el arroyo que llega hasta el lago donde nos hemos bañado. Parece
que el agua es una filtración del mar, pero es casi imposible que en tan poco
recorrido, se vuelva dulce. No sé qué explicación puede tener; tampoco soy un
experto en ese tema. Hay una gran cantidad de frutas muy buenas y raras; he
probado algunas y me han gustado. Después de recorrer toda la costa, no he
encontrado ni rastro de los botes salvavidas, ni de otros pasajeros. Tampoco he
visto ningún movimiento que haga creer que nos están buscando; aquí todo lo que
se oye, son los pájaros y la brisa. La isla es muy pequeña, poco más que una
roca, pero toda está cubierta por esta vegetación tan fértil y exuberante. – Se

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quedó pensativo unos instantes. –Nos guste o no, tendremos que quedarnos aquí
hasta que algún barco nos recoja, o hasta que nos muramos de viejos.
− ¿Tú qué piensas? – Le pregunté, deseando que su respuesta fuera
parecida a lo que yo deseaba.
− He estado dándole vueltas durante todo el día a nuestra situación. No sé si
te parecerá una tontería, pero no estoy preocupado ni desesperado ante la idea de
pasar el resto de mi vida en este lugar, todo lo contrario, me siento muy contento
de que todo haya terminado así. ¿Qué te parece a ti?
− Estoy de acuerdo contigo. Me gusta todo lo que nos rodea y me siento
contenta de quedarme aquí. La verdad es que no me dejo atrás nada que
realmente me importe y me retenga. Vivir en un lugar como este es maravilloso
aunque luego surjan problemas pero, por supuesto, no serán los mismos que ya
conozco. Estoy dispuesta a afrontar todo lo que venga en esta nueva etapa de la
vida con entusiasmo y con ilusión. Si solo estamos tú y yo, por mucho que nos
lleguemos a odiar, que sería lo peor y que procuraremos que no ocurra, nunca
será como todo lo que he pasado ya en mi vida.
− Tal como he visto las cosas, tendremos que trabajar mucho si queremos
tener un refugio con un mínimo de comodidades. Por toda la vegetación que he
visto y la poca agua que brota de la tierra, he deducido que en este lugar, habrá
una temporada de lluvias que será bastante larga.
− ¿Cómo conseguiremos hacernos un refugio si no tenemos herramientas, ni
nada que se le parezca?
− Ahí es donde entra en juego el papel de la imaginación y la habilidad de
nuestras manos. Nos las tendremos que ingeniar para encontrar la forma de
hacerlo todo.
− Estoy dispuesta para lo que pueda hacer, dadas las pocas condiciones
físicas de las que dispongo.
− Eso es lo que tú dices, pero apostaría que serán muchas más de las que
crees. Empezamos una nueva vida de retos y superación que nos va a ayudar a
saber hasta donde podemos llegar y lo que somos capaces de hacer sin recursos,
esto me estimula y me ilusiona, hace demasiado tiempo que no me sentía así.

Su mente ya estaba calculando todo lo que había que hacer y donde tendría
que ir a buscarlo, puesto que él conocía la isla, pero la mía también se empezó a
mover.
Pensaba en la posibilidad de contraer algunas enfermedades, o de sufrir
heridas y roturas. El terreno era desconocido por completo y era probable que nos
encontráramos con alguna trampa natural donde se quedara atascada una pierna
por ejemplo, ya que el peligro de los animales estaba casi descartado. Yo no
había estudiado medicina, pero la farmacia me dio algunos conocimientos para
usar las hierbas, no muy extensos, pero sí los suficientes para los casos más
habituales. Lo que me preocupaba era que, hasta ese momento, no había
reconocido ninguna de las que había visto; incluso los árboles, no se parecían a
los que conocía. Todo esto era muy extraño; podía entender que estábamos en
una isla del Océano Indico, muy lejos de Europa y que allí habría especies de
animales y plantas diferentes a las nuestras, pero no todas, como estaba

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comprobando. Este hecho, era motivo de preocupación y mi mente no paraba de
pensar para ver si recordaba alguna de ellas y para lo que estaba indicada.

Oscurecía a una velocidad a la que no estábamos acostumbrados; casi en


unos pocos minutos, había pasado de una tarde luminosa, a ponerse el cielo
rosáceo y empezar a bajar el sol para esconderse entre las aguas del horizonte.
− Tenemos que buscar un sitio para pasar la noche y resguardarnos de la
humedad que ya se nota en el ambiente. Mira cómo las hojas empiezan a brillar,
parece que les hubieran echado agua.- Me dijo Pablo, poniéndose de pie y
dándome la mano para que yo hiciera lo mismo.
− Si hay que buscar algo, tendremos que darnos prisa, cada vez es más
oscuro y para cuando terminemos de acomodarnos, será noche cerrada.

Nos dirigimos a una elevación del terreno y encontramos un agujero en la


roca. Era lo bastante grande para los dos; así que cubrimos el suelo con hojas
secas y la entrada con ramas. No es que fuera muy confortable, pero nos dio la
sensación de estar protegidos.
Era completamente de noche cuando terminamos de acondicionar nuestro
improvisado “refugio.”
− ¿Tienes miedo? – Me preguntó Pablo, después de unos minutos de
silencio.
− No, no tengo miedo y no sé por qué. En cualquier otra ocasión menos
extraña que esta, me habría sentido asustada, pero, todo lo que nos está pasando
aquí, me resulta totalmente desconocido. ¿Te puedes creer que en lo único que
pensaba es en que tengo hambre?
− Ahora que lo dices, yo estoy igual; me comería lo que se me pusiera
delante sin remilgos.
− ¿Desde cuando no hemos comido? Yo he probado algunas frutas mientras
te esperaba, pero de eso hace una eternidad
− Yo también he probado las que he encontrado más apetitosas, pero eso se
digiere rápidamente. Por eso tenemos tanta hambre.

En el silencio de aquel lugar desconocido y remoto, sonaron nuestras risas,


pero ningún animal se asustó al escucharlas. Tal vez mi imaginación fuera
demasiado grande y fantástica, pero me pareció como si nos estuvieran
esperando desde hacía mucho tiempo y por eso, nada de lo que hacíamos, les
sorprendía.

− Pablo, siento despertarte, si es que ya te habías dormido.- Le dije después


de un buen rato en el que permanecimos en silencio.- Tengo que darte las gracias
por haberme salvado, si no hubiera sido por ti, estaría ahogada en el fondo del
océano. Arriesgaste tu vida y he sido tan despreocupada que no te lo he
agradecido lo suficiente en todo el día.
− No tienes nada que decirme y menos, echártelo en cara.- Dijo después de
unos instantes.- ¿Es que tú, en la misma situación no habrías hecho igual?

113
Después de esta breve conversación, nos quedamos en silencio y ya no se
volvió a escuchar nuestras voces en lo que quedaba de noche.

No sé si la expresión es correcta, pero puedo decir que dormimos con


avaricia, como piedras, como troncos...No nos molestó lo duro del suelo, ni las
ramitas que se nos clavaban a cada movimiento.

El amanecer llegó y nos despertó el maravilloso canto de los pájaros.


Parecían decirnos que estaban felices de tenernos allí.
El aire era fresco y limpio; todo estaba cubierto por una capa de brillante
rocío que hacía desprender el aroma de la tierra, de las flores y las plantas, todos
estos perfumes, se mezclaban con el salobre del mar y resultaba vivificante y
fresco.
El sol se filtraba por entre las ramas de los árboles, dándole al paisaje una
apariencia de irrealidad; como si todo estuviera envuelto en velos de tul igual que
en los sueños, esos que no queremos abandonar y que, cuando nos despertamos,
cerramos los ojos con fuerza para retomarlos justo en el mejor momento.

Despertaba la naturaleza y con ella empezábamos nosotros una nueva vida.


Nuestros corazones se sentían libres y felices, deseando disfrutar de aquel aire y
de toda aquella belleza, sabiendo que todo lo que nos rodeaba era nuestro. Sí,
solo nuestro.
− Lo primero es buscar algo para desayunar; todavía tengo más hambre que
anoche.-Me dijo Pablo con una sonrisa que no le reconocí.- Voy a buscar alguna
fruta de las que descubrí ayer y que me encantaron. No tardaré mucho.

Pablo se fue y yo me quedé mirando a mi alrededor. Entre los muchos


árboles que había, me fijé en uno que tenía unos grandes plumeros, eran largos y
amarillos. En la base de cada uno, había unos frutos como castañas que debían
ser las semillas. Me acerqué y conseguí tocarlos porque, aunque el árbol era muy
alto, los plumeros llegaban hasta casi rozar el suelo. Eran fibrosos y flexibles;
entonces pensé que nos podían servir para hacer cuerdas que nos vendrían muy
bien para un millón de cosas; además, si conseguía hacerlas más finas, hasta
servirían para hacernos ropa. No era un clima frío pero si, como decía Pablo,
había una estación de lluvias, tendríamos que abrigarnos un poco. De todas
formas, hiciera frío o no, era una necesidad urgente, puesto que las nuestras
estaban en muy malas condiciones.

Al cabo de un rato, Pablo volvió con una gran cantidad de frutas que traía en
una hoja muy grande, parecida a las de plátano.
Nos sentamos a la sombra de los altos árboles, sobre la hierba fresca y, con
deleite, nos dispusimos a probar cada una de aquellas frutas diferentes y
desconocidas.
No es posible describir el sabor que tenía ninguna de ellas, porque no
podíamos relacionarlos con los sabores de las demás. Unas eran dulces y
jugosas, otras un poco ácidas y ásperas, más cremosas las unas, casi duras las
otras, grandes, pequeñas, redondas, alargadas, rojas, amarillas, moradas,

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verdes...etc. Pero, lo que sí puedo decir, es que nos gustaron todas. ¡Cuantas
veces he echado de menos esos sabores!”

La vida de Laura y Ana, transcurría esperando el momento de subir al


solarium, cada tarde. Allí nadie les interrumpía y podían seguir con aquel relato
apasionante y extraño al que Ana, a pesar de encontrarlo muy interesante, todavía
no terminaba de verle la relación que podía haber con ella y la razón por la que
debía guardarlo en secreto. Laura estaba siempre impaciente porque “Recordar es
volver a vivir” Para ella, sentirse de nuevo en la isla donde fue tan feliz rodeada de
sus animales y de sus árboles y flores, respirar el perfume diferente y maravilloso
de aquel aire, la frescura del agua y la sensación de libertad, los momentos tan
hermosos ya perdidos, la felicidad de aquellos días irrepetibles y mágicos, era
como un bálsamo para las otras experiencias no tan felices, ni tan hermosas que
le tocaron vivir en los años siguientes.
Para Ana, que todavía dudaba de la veracidad de la historia que cada vez
era más fantástica, con esos detalles inverosímiles que le contaba Laura; no
acababa de entender el interés que despertaba en ella. Había llegado a
convertirse en una auténtica necesidad. Se trasladaba a aquellas isla paradisíaca
y le parecía ver a Pablo cargado de frutas y a Laura sentada en la hierba hablando
con los animales.
Durante las horas que precedían a la siesta, la mente de Ana no se alejaba
de la historia; no entendía el por qué de esta obsesión. Era como si algo en el
relato, la implicara a ella de alguna manera. Pero claro, ella sabía perfectamente
que no tenía nada que ver con su vida. Estaba segura de que era fruto de la
imaginación, por otro lado extraordinaria, de Laura, puesto que no existía
semejante isla, aunque esté en el Océano Índico y eso suene a demasiado lejos y
remoto. Podría ser que fuera verdad lo del naufragio, puesto que Angelita estaba
allí, pero todo lo demás ya era demasiado para que fuera cierto.
No importaban los razonamientos; lo único que le interesaba, era que llegara
el momento en el que una hablaba y la otra escuchaba en silencio, con todos los
sentidos alerta esperando una frase o un detalle que le ayudaran a comprender.

“ Pablo era amable y correcto; se desvivía por ayudarme en todo. Aunque


siempre estaba de buen humor, yo veía que en sus ojos había una tristeza muy
profunda que me impresionaba y me intrigaba a la vez.
Muchas veces, su expresión era lejana y me hacía sentir que estaba
completamente fuera de su mundo como un intrusa a la que ignoraba. Me hubiera
gustado poder ayudarle, aunque solo hubiera sido escuchando sus problemas,
pero era inaccesible para mí. Nunca hablaba de su vida; nuestras conversaciones
se limitaban a lo más cercano de cada día; de cómo iban los preparativos para

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hacer una choza en la que estuviéramos a cubierto, donde la pondría por este o
aquel motivo; pero nada más. Tampoco puedo culparle por ser tan introvertido,
tampoco yo le contaba a él de mi vida pasada. Como él, yo me reservaba mis
problemas y mis sentimientos. Tal vez, él pensaba lo mismo de mí, pero aunque
estábamos solos y sin esperanzas de que aquella situación cambiara, los dos
éramos demasiado reservados para comunicarnos y apoyarnos, seguíamos
siendo extraños a pesar de todo lo que habíamos vivido juntos.

Según Pablo, teníamos que encontrar el sitio más apropiado donde hacernos
la cabaña, debía ser en un punto más alto y que no estuviera en el paso de las
aguas que bajarían de la pequeña montaña que dominaba la isla, todo esto,
pensando en las posibles lluvias, pero resultaba muy difícil, porque todos los sitios
que nos parecían buenos, estaban en la falda de la montaña, en realidad es que
todo la rodeaba. Descubrió un grupo de árboles de troncos gruesos y fuertes, que
formaban un cuadro casi perfecto, en un espacio bastante llano.
− Mira, Laura, aquí podemos aprovechar los árboles como pilares. Uniremos
los cuatro con cuerdas y si puedo cortar algunos troncos, podríamos hacer un
suelo algo elevado para evitar que nos inunde el agua cuando empiece a llover, tal
como está el terreno, no veo otra solución.
− La idea es muy buena, pero el problema es que no tenemos ni un simple
cuchillo. ¿Con qué vas a cortar nada y menos un tronco?- Le dije sin ánimo de
fastidiarlo cuando estaba tan ilusionado, pero es que era la pura verdad.
− Tienes razón, pero no nos vamos a rendir tan pronto;- Me dijo mientras
seguía estudiando el cuadrado formado por los árboles.- Habrá que ingeniárselas
para conseguir lo que queremos.

Su ánimo era contagioso y me hacía ver las cosas menos difíciles, aunque el
problema seguía presente.
Se marchaba por las mañanas a buscar frutas para nuestra comida y,
cuando volvía, siempre tenía algo estupendo que contarme.
Llevábamos tres días allí cuando en la mañana del cuarto, él se había
marchado a buscar fruta para el desayuno y le vi a lo lejos corriendo, venía muy
contento, parecía que había encontrado un tesoro. Gritaba con algo en las
manos. Al oír sus gritos, no podía entender qué era lo que decía, entonces pensé
que, tal vez había visto algún barco a lo lejos o que se había hecho daño, pero,
fijándome bien y al ir acercándose, vi que traía algo muy pesado en los brazos.
− ¡Laura! ¡Laura! Mira lo que me he encontrado. -Lo levantaba en peso,
jadeando, para que yo pudiera verlo bien.- Esto nos va a ser muy útil. En realidad,
es la solución a todos nuestros problemas.
− Pero...¡Si solo es una piedra!- Le dije cuando estuvo lo suficientemente
cerca para poder distinguir aquello que traía.
− Sí, pero esta piedra, vale más que si fuera un diamante a pesar del
tamaño.- La dejó caer cuando estuvo frente a mí.- ¡Es sílex! ¿No has leído nada
sobre ella? Podremos hacernos herramientas.
− Sí, claro que sé para lo que la usaban los primitivos.- Me sentía algo
molesta porque me había tomado por muy ignorante, pero ¿Cómo iba yo a

116
reconocer una piedra que jamás había visto de cerca?- ¡Bueno! Gracias a ella
tenemos por delante mucho trabajo.

Así fue. Pablo la rompió en muchos pedazos y con ellos nos hicimos
cuchillos, hachas y otros muchos utensilios.

Él se encargaba de los trabajos más duros y yo me dedicaba a hacer


cuerdas con los plumeros que encontré el primer día. No fue tarea fácil conseguir
sacarle las fibras, me desesperaba porque sabía que era la solución para muchos
problemas, al igual que lo había sido la piedra de sílex, pero no había manera de
hacerlo, hasta que se me ocurrió que la solución podía estar en mojarlos. Los
tenía en el agua toda la noche y al día siguiente, la corteza que los cubría, se
había ablandado de forma que me era posible sacar los hilos casi enteros. Eran
fuertes y no se rompían con facilidad, esa era otra de las ventajas que tenían.
Cada día hacía muchos metros de cuerda que trenzaba, porque no sabía
cómo se hacía de otra manera, hasta que me sangraban los dedos; pero no me
importaba porque sabía que era una parte esencial del trabajo que teníamos por
delante.
Pablo, con un hacha muy primitivo, consiguió cortar algunos troncos de los
más finos y siempre buscaba los árboles de madera blanda, si no, hubiera sido
imposible cortarlos. Esto le costaba un gran esfuerzo y terminaba agotado.
Después tenía que pelarlos y con la cuerda, los unía a los árboles que nos servían
de pilares.
Las cañas que encontró, sirvieron para hacer las paredes y el suelo. Eran
rectas, gordas y fuertes. Las uníamos con las cuerdas, muy juntas y apenas se
filtraba la luz por entre las rendijas que quedaban.
El trabajo era duro y lento, Pablo sudaba a chorros y se puso muy moreno;
sus músculos brillaban contraídos por el esfuerzo, pero los días eran largos y no
tardamos mucho en ver como nuestra cabaña iba para arriba. No era muy grande,
tenía unos dos metros de ancho, por tres de largo, aunque estas medidas eran
solo un cálculo, porque no teníamos nada para medir. Un lado era más largo que
otro, pues los árboles no estaban perfectamente colocados.
El suelo estaba hecho con cañas entretejidas y para darle más consistencia,
Pablo lo cubrió con las hojas que parecían de plátano y encima, le puso una capa
de tierra. Como estaba a medio metro del suelo, ese espacio lo rellenó de grandes
piedras, de forma que estuviera firme y a la vez que pudiera circular el agua,
siempre pensando en la lluvia. También con grandes piedras, hizo unos escalones
para entrar en la choza.
El trabajo peor, fue montar el techo. Habíamos hecho un entramado de
cañas, igual que el del suelo y, apoyándolo en unos troncos que habíamos
colocado en los extremos de la choza, quedaba haciendo dos vertientes. Una vez
que estuvo bien sujeto arriba, Pablo lo cubrió con las mismas hojas de platanero.
Había que verlo trepar por los tronco para poder llegar al techo, parecía uno de los
monos que nos seguían a todas partes llenos de curiosidad. Entonces pensó en
que sería mejor echarle barro mezclado con hierba seca para que no hubiera
goteras. Ese fue el trabajo más agotador, porque no teníamos ningún recipiente
para subir el barro que pesaba mucho. Lo solucionamos después de darle muchas

117
vueltas, tejiendo unas bolsas de la misma fibra con la que hacíamos las cuerdas y
las forramos con hojas. Eso nos retrasó unos días, pero sirvieron, que era lo
importante. Después de mucho esfuerzo, quedó todo cubierto de barro. Lo
dejamos secar durante unos días más y luego, Pablo volvió a colocar más hojas,
bien sujetas con una fina red de cuerda. Él quedó muy contento, porque estaba
seguro de que aguantaría un vendaval, de lo firme que parecía.

¡Que bien se estaba bajo techo! Sabíamos que no había ningún peligro, pero
era muy confortable cerrar la puerta y dormir tranquilos. De momento, lo hacíamos
en el suelo en el que habíamos echado una capa de hojas secas en uno de los
rincones. Seguía siendo un colchón muy duro, pero nos permitía estirarnos mejor
que la cueva que habíamos usado desde el primer día.

La comida, como ya he contado, era esencialmente fruta, pero algunas veces


Pablo traía pescado que asábamos. Lo más complicado era hacer el fuego. Nos
llevaba horas las primeras veces, después, cogimos algo de práctica y lo
hacíamos en menos tiempo. En realidad no era difícil, solo era cuestión de
paciencia y un poco de habilidad.
Parecíamos cavernícolas frotando los palillos y soplando una y otra vez
hasta que empezaba a salir un hilillo de humo, otra vez soplar y se encendía una
pequeña llama que prendía la hierba seca que poníamos lo más cerca posible.
Para no estar siempre con el trabajo de encender el fuego, pensamos en
hacer dentro de la cabaña, un hogar donde tener leña preparada para mantener el
fuego siempre encendido. Pablo se las ingenió muy bien con piedras y barro; lo
hizo en un rincón y se quedó bastante bonito, allí podíamos asar el pescado sin
pasar calor bajo el sol y tener el fuego siempre en ascuas, listas para prender en
el momento que lo necesitáramos.
Estábamos muy contentos y orgullosos de todo lo que íbamos consiguiendo
a base de esfuerzo y trabajo. Como no teníamos nada, cualquier cosa nos hacía
mucha ilusión.
Muchas veces, cuando subía de la playa, miraba nuestra cabaña entre los
árboles, rodeada de plantas y flores, junto al riachuelo que desembocaba en el
pequeño lago donde nos bañábamos para quitarnos la sal y lavábamos la ropa, y
me parecía que no podía haber nada en el mundo que me gustara más que
aquello y que, aunque nos vinieran a buscar, yo no cambiaría la vida que conocía
por aquella forma sencilla y natural de pasar los días.

Poco a poco y entre los dos, conseguimos tener una cama, una mesa y unos
bancos. Él se ocupaba de cortar los troncos y unirlos con las cuerdas que yo
seguía haciendo. Por mi parte, además de las cuerdas, me inventé un ganchillo
con una ramita en la que, a fuerza de rasparla con una piedra, conseguí darle la
forma adecuada. Con aquella herramienta, empecé a tejer. Hice un colchón para
la cama tan rudimentaria que teníamos, y lo rellené de la parte más esponjosa que
tenían los plumeros, parecida a algodón, en la parte principal de sus flores.
Resultó ser bastante cómodo.
Después de este trabajo, todavía me quedaba mucho por tejer. Faltaba hacer
ropa para los dos y una manta con la que taparnos en caso de que hiciera frío. Así

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que me pasaba todo el día preparando la fibra, metiéndola en el agua, dejándola
limpia de cortezas, secándola y por último haciendo ovillos con los que tejía
sentada casi todo el día, en la arena, apoyando la espalda en el tronco del árbol
que me daba sombra.

Pablo siempre estaba ocupado en hacer toda clase de utensilios que


mejoraran nuestras vidas. Muchas veces, cuando le miraba hacer cosas que le
costaban tanto esfuerzo sin herramientas adecuadas, pensaba que, seguramente
en su vida anterior, nunca había hecho nada parecido; él era profesor en la
universidad.
Me gustaba comprobar que el ser humano tiene tantos recursos para
sobrevivir y además, buscar la forma de que esa vida sea cómoda y fácil. Hasta de
sentirse feliz sin nada más que lo que pueda conseguir por sí mismo. Pensaba
que allí no cabía el egoísmo de tener más que otros. Era como si el mundo se
hubiera dado cuenta de que se necesitaba muy poco para sentirse bien pero,
estábamos solos sin poder compartir estos descubrimientos con aquellos que solo
buscaban riquezas y poder.

Acabé de tejer unos pantalones y una camiseta para cada uno. No eran una
preciosidad, pero servirían. Justo cuando terminé de hacerlos, empezó a hacer
frío; no era muy intenso, pero sí lo suficiente para que fuera necesario tener el
fuego encendido con llamas que caldeaban la cabaña y ponerse ropa algo más
caliente que los jirones que nos quedaban de la nuestra.

Una mañana, estaba como siempre tejiendo, cuando algo se enredó con el
hilo; tiraba, pero no conseguía soltarlo, entonces fue cuando lo vi: Era un
animalito; no puedo decir cual, porque jamás había visto uno como aquel. Me
recordaba a esos peluches que, por más que los mires, no sabes decir qué es, un
perro, un oso o un gato. Tenía los ojos vivarachos, grandes, redondos y color miel;
estaban ribeteados por una línea negra, igual que si se hubiera maquillado. Era
algo más grande que un gato. El pelo lo tenía muy largo y la capa de arriba era
color gris claro, todo lo demás, era blanco. Lo más gracioso es que parecía que
llevaba un antifaz y su hocico, tan chato de grandes bigotes, daba la sensación de
que siempre sonreía.
Intenté tocarlo, porque ya estaba acostumbrada a que no se asustaran, y
este tampoco lo hizo, todo lo contrario, en cuanto lo toqué, le encantó y se puso
boca arriba para que le acariciara la barriga. Era muy suave y mimoso como un
juguete blandito y cariñoso. Me enamoré de él y pensé en quedármelo;
seguramente él pensó lo mismo, porque desde ese momento no se separó de mí.
Era como un perrito y me daba la sensación de que yo le pertenecía a él, no al
contrario.
A Pablo también le gustó mucho; aunque creo que eso le pasaría a todos los
que lo vieran, porque era una preciosidad. Le pusimos de nombre Rico, Pablo
decía que le venía muy bien porque daban ganas de comérselo.
Siempre iba con nosotros a todas partes corriendo delante. Le gustaba
mucho bañarse y jugar constantemente. Le mimábamos y le consentíamos todo
porque le queríamos mucho.

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¡Qué feliz me sentía! Incluso se me olvidaron mis complejos. Lo que podía
hacer, lo hacía contenta y lo que no, lo aceptaba y me lo tomaba con naturalidad,
sin sentirme desgraciada como antes. Tampoco me daba vergüenza que Pablo
viera mis cicatrices; había vivido siempre ocultándolas a los ojos del mundo y, a
pesar de todo, me habían discriminado, pero ahora ya no me importaban; eran
parte de mí y como tal tendría que aceptarlas, así de simple me parecía el tema
después de valorar lo realmente importante.

Dormíamos juntos, pero entre nosotros no había nada más que amistad y
compañerismo. Ni él pensaba en el amor, ni yo tampoco. Por mi parte, hacía
mucho tiempo que había renunciado a tener una relación de ese tipo con ningún
hombre; como nunca lo había conocido, tampoco lo echaba de menos, o eso creía
porque mi subconsciente podía jugarme una mala pasada cuando menos lo
esperara.
El por su parte, había sufrido mucho al perder a su esposa y todavía era muy
reciente. Nunca me había contado más de lo poco que sabía, pero la intuición me
decía que había estado muy enamorado y que no era tan fácil olvidarlo en tan
poco tiempo. Así que vivíamos como dos buenos hermanos. Nos entendíamos
bien, no discutíamos nunca y, hasta llegué a pensar que era mucho más cómodo
para los dos, no comprometerse de ninguna manera; porque sería una
complicación añadida.

No sé cuanto tiempo llevábamos allí. Los días pasaban sin darnos cuenta, no
los contábamos y tampoco nos importaba. Todo era perfecto. Nos acostumbramos
a la lucha diaria por encontrar comida y trabajar para tener algunas comodidades.
Nuestra imaginación nos llevaba a inventar un sin fin utensilios y vasijas de arcilla
que dejábamos secar al sol y luego pintábamos con mezclas que hacíamos con
las plantas de las que salían colores muy bonitos, aunque algunos nos duraban
apenas unos días; pero era muy divertido y nos ayudaba a pasar las horas.
Teníamos una extensa colección de collares, pulseras y adornos para el pelo
y de muchas otras utilidades, hechos con conchas y piedras ensartadas en hilos
trenzados finamente.

Después de un largo aprendizaje, Pablo consiguió dominar el arte de la


pesca con arpón. Con un pequeño trozo de sílex, atado a una rama, se había
hecho uno muy primitivo. Al principio no daba una y nos reíamos mucho; luego fue
haciéndolo mejor hasta que consiguió pescar unos grandes peces desconocidos,
pero muy sabrosos, de carne blanca y dura. Debo reconocer que yo no sabía
limpiarlos y que me daba reparo hacerlo. Por eso, cuando venía Pablo de la playa,
ya los traía limpios y bien lavados; no sé si le habré dicho alguna vez, cuanto le
agradecía esos detalles.

Una mañana notamos como si el amanecer se retrasara; había menos luz y


nos levantamos más tarde. Aunque no teníamos reloj, nuestro organismo estaba
acostumbrado a despertar con la primera luz del alba; nos sentíamos extraños y,
al salir fuera de la cabaña, comprendimos a qué se debía: miramos al cielo y

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vimos unos nubarrones negros que avanzaban a gran velocidad cubriéndonos
como un manto de lana gris oscuro, entonces supimos que las lluvias habían
llegado. No sabíamos cuanto tiempo durarían, así que nos empezamos a mover
sin perder un segundo.
Hicimos provisión de frutas, pescado y leña y nos preparamos para hacer
frente a lo que viniera. No sabíamos hasta qué punto la cabaña aguantaría si las
tormentas eran muy fuertes, pero teníamos la sensación de que no habría
problemas y que aguantaría bien.

Esa noche empezó a llover; lo hizo tan fuerte que nos parecía el diluvio.
Intentamos dormir, pero era imposible. El agua golpeaba las paredes y el techo
como si la lanzaran a cubos. Por debajo del suelo, escuchábamos correr como un
río cada vez más violento. Todo iba acompañado por un fuerte viento y truenos
horribles, precedidos por relámpagos que iluminaban la noche como si fuera de
día.
Yo estaba muy asustada, pero no quería que Pablo lo notara; así que fingí
estar durmiendo, pero no le engañé.
− ¿Qué te pasa? ¡Estás temblando! Si tienes miedo, es mejor que no intentes
disimularlo, yo también estoy asustado.
− Sí, es verdad, tengo mucho miedo. Me da la sensación de que seguimos en
el barco y que de un momento a otro, se va a hundir con todos dentro. Es como si
lo que hemos vivido en la isla, fuera solo fruto de nuestra imaginación para huir del
miedo a ahogarnos.- Le dije con la voz entrecortada aferrándome al tronco que
servía de marco a nuestra cama.- Aunque intento convencerme de que no es lo
mismo, no puedo evitarlo. ¿Crees que el agua nos arrastrará hasta el mar?
− No te preocupes, eso no puede pasar aquí. Estamos en una pendiente, el
agua pasa por debajo y no se queda estancada además, fíjate el trabajo tan bueno
que hemos hecho, creo que si no ha entrado ya el agua por el techo, ni por el
suelo con la que está cayendo, puedes estar segura de que no nos mojaremos.
A pesar del ánimo que me daba, no podía evitar el miedo que me oprimía el
estómago y hacía que la respiración fuera más rápida.
Él se dio cuenta de que no era suficiente lo que me había dicho para
calmarme, así que, sin darle más importancia, como si fuera una historia que no le
afectaba, empezó a hablarme de su vida como nunca lo había hecho hasta
entonces.”

En ese momento, Laura se quedó callada y, volviendo la mirada le dijo a


Ana:- Discúlpame un minuto, enseguida vuelvo .- Se levantó y, despacio, salió de
la habitación.
Mientras tanto, Ana seguía en la isla esperando conocer lo que Pablo quería
contarle a aquella Laura tan desconocida, sin apenas darse cuenta de que estaba
sola.
Al momento volvió Laura con una cajita llena de bombones que puso sobre la
mesa, a la mano de las dos.

121
− Disculpa que te haya dejado así de pronto, pero es que me he
acordado que tenía estos bombones en mi habitación y he pensado que era un
buen momento para probarlos. ¡Me encanta el chocolate! ¿Y a ti?
− A mi también, aunque procuro no abusar, tienen demasiadas
calorías.
− Es verdad, pero esta tarde nos vamos a olvidar de ellas y
disfrutaremos de esto tan bueno. – Dijo llevándose uno a la boca con deleite.

“...La oscuridad era total, solo se veía el débil reflejo de la llama que había en
el hogar, a veces interrumpido por la luz de los relámpagos que se filtraba a través
de las rendijas de las paredes. El sonido de la lluvia y del viento, que a ráfagas
parecía derribarlo todo, invitaban a las confidencias en voz baja, como para que
no las escucharan los duendes que hacían que los elementos de la naturaleza se
desataran con tanta violencia. Los truenos estallaban encima de nuestras cabezas
haciendo que me estremeciera violentamente. Tenía un nudo en la garganta y
temblaba como un niño asustado; apenas podía reprimir los sollozos que se
agolpaban en mi pecho, pero lo hice esperando ansiosa lo que él quería decirme.

“- Laura, nunca te he hablado de mis problemas ni de mis tristezas, porque


pienso que tú tienes los tuyos y que yo no debo cargarte, ni tengo ningún derecho
a que también sufras con los míos. Sin embargo esta noche, siento la necesidad
de compartir contigo lo que todavía me duele como una herida recién abierta.
Puede que lo haga por egoísmo pero, aunque jamás lo he contado a nadie,
contigo me siento diferente y confiado; algo me dice que eres de fiar y que me
escucharás y comprenderás por todo lo que he pasado sin juzgarme.

Debo confesar, aunque pueda parecerte un cobarde, que la única razón que
tuve para emprender este viaje, era conseguir olvidar la tragedia de mi vida. No
podía quedarme en un sitio donde cada rincón me traía tan tristes recuerdos; ya
no tenía fuerza para enfrentarme cada día con la responsabilidad de mi puesto en
la universidad. Me habían golpeado en mi punto más vulnerable y habían vencido,
estaba acabado. Aunque ya todo está lejano en el tiempo y el espacio, no hay un
solo día, ni un solo momento, en que no recuerde y sufra por todo lo que pasó.- Le
escuchaba en silencio. No le contesté ni quise interrumpirle porque me daba la
sensación de que hablaba más para sí mismo que para contármelo a mi; así que
dejé que continuara con sus recuerdos, sabiendo que este hecho, le haría mucho
bien.-

Cuando la conocí, me pareció la chica más hermosa que habían visto mis
ojos en toda mi vida. Fue un flechazo, podríamos decir sin miedo a equivocarnos.
Me enamoré de ella nada más mirarla. Era alta, esbelta, tenía el pelo rubio y muy
largo. Sus ojos eran castaños, con reflejos verdes, según les daba la luz. Tenía
unos dientes perfectos y su sonrisa era abierta y franca, de manera que le
iluminaba la cara cuando sonreía. Su expresión era de inocencia y un poco

122
insegura. Era de esas personas que parecían necesitar a alguien fuerte a su lado
para apoyarse en él y, estaba seguro de que ese alguien era yo. Todo en ella me
gustaba.

Nos encontramos por primera vez en la Universidad. Los dos fuimos a


matricularnos de la misma carrera: Filosofía y Letras. Teníamos los impresos
preparados para entregarlos y ella me dio la vez ante la ventanilla de la secretaría.
La espera se hizo muy larga y nos dio tiempo de hablar. Se llamaba Elena.
¡Qué nombre tan bonito! Pensé cuando me lo dijo. Luego me contó que le hacía
mucha ilusión estudiar porque no tenía padres y quería prepararse bien para el
futuro pero, como no gozaba de una buena economía, estaba dispuesta a hacer
todo lo que estuviera a su alcance para no tener que repetir ningún curso.
Yo la escuchaba embelesado, admirando la disposición que tenía ante el
trabajo; apenas recuerdo nada más de la conversación. Después, fui tan tonto
que, distraído con el papeleo, la dejé ir sin pedirle su número de teléfono o su
dirección para tener la oportunidad de verla de nuevo. Me di cuenta cuando ya era
demasiado tarde y me marché a mi casa de mal humor y recriminándome por no
haberlo hecho; había perdido la mejor oportunidad; algo me decía muy adentro,
que aquella chica era la mujer de mi vida. Yo no estaba obsesionado con las
chicas, como muchos de mis amigos. Había salido con algunas, pero nunca me
llegué a comprometer seriamente con nadie; pero Elena era diferente, fue como si
se despertara algo en mí desconocido, o dormido, que me abrió los ojos
mostrándome lo maravillosa que era.

El destino fue el que vino en mi ayuda arregló mi descuido por el que me


había reprochado muchas veces. ¡Coincidimos en la misma clase! Eso era de
verdad una suerte porque, entre tantos matriculados en filosofía, había una
posibilidad de encontrarnos entre un millón. Cuando nos vimos, ella se puso un
poco colorada, pero yo no sabía como contener la alegría y la sorpresa; luego
comentamos que nos hizo mucha gracia encontrarnos así. Para mí, repito, fue un
milagro, porque había perdido la esperanza de volver a verla.

Poco a poco, nos fuimos haciendo amigos. Ella se sentaba tres bancos
delante de mí y, cuando los otros se movían, yo podía observarla. La buscaba a la
salida y hablábamos un rato entre clase y clase. A mediados de curso,
empezamos a salir. A los dos nos gustaba el baloncesto y los Sábados por la
tarde, íbamos al estadio Salduba, en el Parque Primo de Rivera, y allí nos
quedábamos roncos de gritar a nuestro equipo que iba muy bien clasificado. No
nos perdíamos un partido de los que jugaban en casa; a los estudiantes nos
hacían un precio casi simbólico, ese era el único gasto que nos podíamos permitir,
porque ni ella ni yo teníamos un duro.
Quedábamos para estudiar en la biblioteca de la universidad; siempre con
alguna excusa, pero los dos sabíamos que lo único que queríamos era estar
juntos, pero en aquellos tiempos, no teníamos la libertad para hacerlo
abiertamente como ahora.

123
Elena me contó en uno de nuestros encuentros, que estaba triste porque no
hacía mucho tiempo, solo unos meses, sus padres habían muerto en un accidente
de coche. Esto había sido un duro golpe que, todavía no había logrado superar.
Ahora vivía con su hermana y su cuñado unos años mayores que ella, no tenían
hijos. Me contaba que no estaba contenta porque no se llevaba bien con ellos;
mejor dicho, no le gustaba la forma de ser de ninguno de los dos, pero sabía que
no tenía otra alternativa hasta que fuera mayor de edad ya que tenían su custodia
legal.
La tenían completamente controlada y la dominaban de tal manera, que se
veía incapaz de soportarlo por mucho tiempo. Elena era mucho más fuerte de lo
que parecía, pero aún así, se encontraba esclavizada con una disciplina sin
sentido que ejercían en total ignorancia, porque eran casi analfabetos.
Su hermana era una mujer amargada, con mal genio y carácter muy fuerte,
aunque se las daba de “santa”. Decía que la virgen se le había aparecido en su
casa y que entre dos habitaciones, siempre olía a rosas, eso quería decir que la
virgen estaba con ella. Sin embargo, sus sentimientos dejaban mucho que desear.
A quién no podía dominar, no le importaba dejarle tirado por los suelos con críticas
sin piedad y sin fundamento; no conocía lo que eran escrúpulos y, por supuesto,
no tenía sentimientos. Su cuñado era otra de las personas que siempre hacían lo
que ella decía, lo dominaba en todo, por otra parte él se lo merecía, porque era un
hombre renegón, intransigente y fastidioso que no tenía ni idea de nada, pero
cuando hablaba parecía un catedrático, no por lo acertado que fuera, sino por que
lo decía con total convencimiento sin darle oportunidad a su interlocutor de refutar
lo que él había dicho; muchas veces, este hablar sin sentido, lo veíamos tan
ridículo que nos hacía mucha gracia y nos mirábamos conteniendo la risa.

Al principio de salir juntos, no se atrevía a decírselo, ella les conocía bien.


Pero, sin saber cómo, porque siempre hay quien se mete donde no le llaman, se
enteraron de que éramos novios. No les gustó que Elena saliera conmigo; decían
que era muy joven para pensar en otra cosa que no fueran los estudios y que lo
único que debía preocuparle era prepararse para el futuro. En eso llevaban razón,
aunque estábamos seguros de que esas ideas no eran de ninguno de los dos,
porque eran incapaces de llegar hasta esa conclusión, lo más seguro es que lo
hubieran escuchado en algún sitio y lo habían adoptado como suyo, pero la forma
que tenían de imponerse, no era la más acertada.
Le hacían la vida imposible, y le prohibieron salir, solo le dejaban ir a clase.
Le controlaban al segundo el tiempo que necesitaba para ir y volver de la
universidad. Para mi pobre Elena y para mi, se terminaron los preciosos paseos
que dábamos los Sábados y los Domingos y que tanto disfrutábamos. También se
nos acabaron los partidos de baloncesto y las horas de conversación cogidos de la
mano y mirándonos a los ojos, porque no había ningún otro contacto; yo era muy
respetuoso porque sabía que para ella la moral era muy importante y, como la
quería de verdad, no me costaba un gran sacrificio aguantarme las ganas que
tenía de besarla y abrazarla.

Una mañana, me llamaron al despacho del rector de la Universidad. Me


invitó a sentarme con mucho protocolo; aquello era extraño para mi y empecé a

124
sospechar que estaba pasando algo grave, pero nunca imaginé lo que se me
venía encima. Entonces, con voz autoritaria, me informó de que había una
denuncia contra mí. La había puesto la familia de una de las alumnas: Elena
Paredes. Pedían que me expulsaran por abusar de una menor. Decían que era un
sinvergüenza que la había seducido.
De la noche a la mañana yo, que era un chico formal y estudioso, me vi
envuelto en un asunto muy sucio y la situación se presentaba muy complicada,
sobre todo, si se piensa en la época en que esto estaba pasando. Tuve que sufrir
una comparecencia ante el tribunal disciplinario de la Universidad y declarar bajo
juramento que los hechos por los que había sido acusado, no eran ciertos; a pesar
de todo, tuve mucha suerte porque, tanto mis profesores, como mis compañeros,
declararon a mi favor y se hizo justicia. Mi reputación quedó limpia de toda
sospecha y no consiguieron su propósito. Pero lo que sí lograron fue que mi
nombre se viera relacionado con un escándalo sin precedentes; esto costaría
mucho tiempo para que la gente se olvidara. Habría mal pensados quienes dijeran
“Cuando el río suena.....”
Aproveché una oportunidad para hablar con ellos, les dije cuales eran mis
sentimientos y que deseaba formalizar mi relación con Elena. Su respuesta fue un
no rotundo y sin razones lógicas; nos encontramos sin saber a qué atenernos.
Ellos sabían que nos queríamos de verdad y no se fiaban de que siguiéramos en
la misma clase, así que se sirvieron de otros alumnos a los que pagaban, para que
les informaban si Elena y yo hablábamos. Si les decían que nos habían visto en el
pasillo, o en cualquier otro sitio, nada más que cruzando dos palabras, ese día la
castigaban, incluso le pegaban.
Era una tras otra; hasta que llegó un momento en el que ya habían
conseguido que nos estuviéramos desanimando y nos planteamos dejarlo por un
tiempo; pero el amor de verdad es más fuerte que todos los impedimentos y lo
superamos a fuerza de paciencia con la esperanza de que el tiempo corría a
nuestro favor y, cuando Elena cumpliera la mayoría de edad, nada ni nadie podría
impedirnos que estuviéramos juntos.
Todavía no sé por qué no me querían; jamás me dijeron cual era la razón
para aquella persecución sin tregua de que fuimos víctimas. Con el tiempo, les
demostramos que estaban equivocados y que nuestros sentimientos eran tan
puros como sinceros; pero no sirvió de nada.

Cuando Elena cumplió los veintiún años, ya no aguantó más. Habló con ellos
y dejó las cosas bien claras. No estaba dispuesta a que siguieran con la represión
a la que estaban sometiéndola. Les dijo que nos queríamos y que estaba
dispuesta a irse de su casa. Ya no le importaba nada, solo su vida.
Esperaba que le formaran un escándalo, como otras muchas veces pero, por
extraño que parezca, no se opusieron a que siguiéramos juntos y aceptaron todo
lo que Elena había dicho sin discutir más.
Nosotros éramos felices, por fin habíamos conseguido poder continuar
nuestro noviazgo sin el miedo a los castigos de que Elena era víctima. Salíamos
con toda naturalidad y sin problemas como cualquier pareja de nuestra edad.
Queríamos casarnos lo antes posible, pero preferíamos no contar con ellos
para que nos ayudaran a preparar la boda; queríamos costeárnosla nosotros y no

125
tener que escuchar los mismo argumentos de siempre cuando echaban en cara a
Elena que la habían criado, narrando con todo lujo de detalles, lo que habían
hecho por ella y el gasto que eso les había acarreado.
No podíamos contar con mis padres, eran muy mayores y no estaban en
condiciones económicas de ayudarnos. Así que nos pusimos a trabajar dando
clases particulares en las horas que teníamos libres.
Eso fue un gran sacrificio, porque nos faltaba tiempo para estudiar y apenas
nos podíamos ver. Aún así, estábamos contentos porque ganábamos bastante
dinero que ahorrábamos como hormigas. Aguantábamos con la misma ropa un
año y otro, no íbamos al cine y, lo poco que podíamos estar solos, lo pasábamos
paseando o estudiando, pero ya no estaba prohibido y, aunque el tiempo que
pasábamos juntos era mínimo, nos bastaba para ser felices.

El primer día que me invitaron a su casa; la impresión que me causaron fue


muy mala. Yo sabía qué clase de personas eran, pero con todo eso, me
sorprendió lo que pude ver aquel día. Su hermana era una mujer muy fea, gorda,
de pecho enorme y de gesto adusto. Cuando creía que no la miraban, la expresión
de su cara daba miedo, parecía que estaba muy enfadada pero, cuando hablaba
con alguien, lo disimulaba y era amable y cariñosa hasta el punto de aburrir.
Siempre me pregunté: ¿Cómo es posible que sean hermanas cuando Elena
es tan hermosa y la otra es tan horrorosa?
Ante la gente se desvivía por ser toda amabilidad y buenos sentimientos.
Solo sabía presumir de lo buena que era ella y de lo que ella ayudaba a los
demás. Contaba una y otra vez que, cuando se enteraba de que alguna vecina o
conocida, tenía problemas económicos, allí estaba ella llevándole bolsas de
comida para que sus hijos pudieran alimentarse. Le prestaba dinero a todo el que
lo necesitaba y luego no quería cobrárselo, por lo menos esa era su versión
Sabía de todo y entendía cómo nadie, sobre todo lo referente a la salud, a la
educación de los hijos y hasta se atrevía a aconsejar a las parejas para su buena
convivencia; además era entendida en todos los temas de los que se pudiera
hablar.
La persona algo inteligente que la escuchaba, no tenía por menos que reírse
interiormente de ella, porque al igual que su marido, era una inculta total. Decía
palabras de las que no tenía ni idea del significado y las metía en la conversación
de forma ridícula, cuando no las decía mal, que era peor todavía.
En su conversación abundaban los: Yo soy una persona que...Yo creo... Yo
he hecho...A mí me gusta....etc. Lo peor de todo, es que siempre contaba las
mismas cosas y se creía que era graciosa y te obligaba a reírle las ocurrencias
cada vez que volvía a contar lo que le pasó cuando era pequeña y todos le decían
que era muy atrevida.

El marido era, lo que normalmente en Zaragoza se llama “un canelo”, sin


criterio ni personalidad, dominado completamente por ella. Además de ser tonto,
era un pesado. Te contaba las mismas cosas una y otra vez y no acababas de
entender a qué se refería. Siempre se las daba de ser el que tenía la razón y de
que estaba dispuesto a “crucificar” al uno o al otro si le hacían esto o aquello; pero
luego, en el momento de actuar, era un cobarde. Lo que tenían en común, además

126
de la forma de presumir por todo y de saber exactamente lo que había que hacer
en todos los casos, era la hipocresía y la maldad.
Desde el primer momento, no los pude soportar y comprendía por qué Elena,
estaba deseando irse de su casa. La animadversión fue recíproca y notaba que no
les caía en gracia.
Yo iba lo menos posible a visitarles, cosa que no me perdonaron nunca,
porque era gente muy posesiva y el que no estaba con ellos, estaba contra ellos;
no había término medio. Su lengua era temible y, para las personas a las que les
importaban los comentarios de la gente, la única manera de no estar en boca de
todos , era seguirles el juego o alejarse de su camino lo más posible.

Cuando terminamos la carrera, yo continué con las clases y estudiando para


sacarme el doctorado; mi mayor deseo era presentarme a las oposiciones para ser
profesor en la Universidad. Elena consiguió trabajar como maestra de párvulos en
un colegio cerca de su casa y, además, seguía con sus clases particulares por las
tardes; con los dos trabajos, que suponían el mayor ingreso del que disponíamos,
puesto que yo no podía aportar lo mismo por falta de tiempo; pero a pesar de
todos estos inconvenientes, decidimos casarnos; no nos importaba vivir con lo
justo, estábamos acostumbrados a arreglárnoslas siempre sin un céntimo, pero
preferíamos pasar los apuros juntos.
Fijamos la fecha de la boda y esto nos dio una luz de esperanza. Lo poco
que podíamos lo ahorrábamos con la ilusión puesta en esa fecha, era nuestra
meta y sabíamos que lo conseguiríamos.

Una tarde, cuando nos encontramos, vi que Elena estaba muy disgustada.
Me contó que había recibido la llamada de un abogado diciéndole que él era quien
llevaba todo el asunto de su herencia.

− No sé de qué herencia me está hablando. – Le contestó ella. – Los únicos


familiares que han muerto, han sido mis padres, pero de eso hace ya cuatro años.
− Precisamente de eso se trata. En su testamento, sus padres dejaron
estipulado que, cuando Ud. tuviera la mayoría de edad, es decir 21 años, recibiera
su parte de la herencia, ese es el motivo por el que la llamo. ¿Cómo se
encuentra?
− Me encuentro perfectamente. ¿Por qué?
− Por nada en especial. Me alegro mucho de que así sea. Puede decirme qué
estudios tiene.
− He terminado Filosofía y Letras ¿Por qué lo pregunta? No entiendo nada de
lo que me habla. ¿Es que mis padres tenían algo? Mi hermana siempre me ha
dicho que no habían dejado nada. Que la casa estaba embargada y que, como
ellos no podían pagar el embargo, el banco se había quedado con ella.

− Quizá su hermana no quiso decirle nada porque era muy joven y, como
emocionalmente no se encontraba muy bien, por eso habrá esperado el momento
de que tenga la edad de recibirla.- El abogado hablaba como si estuviera
desorientado y no se fiara de lo que él mismo tenía que decir, pero continuó:- Ella

127
sí recibió su parte, que consistía en las tierras que poseían sus padres en
Alfajarín, además de los 5.000.000 pts en metálico
− ¡Cinco millones! ¡Eso es una fortuna!- Dijo Elena, sin que su cerebro
pudiera todavía asimilar semejante noticia.- ¡Mis padres eran ricos y nunca lo
supimos!
− Así es; sus padres habían ahorrado durante toda su vida; Ud. también
recibirá la misma cantidad, más la casa de la C/ Conde de Aranda Nº 23. Para
hacer que todo esto pase a su poder, debe presentarse en la notaría, mañana a
las once con el D.N.I. Su hermana, aunque tiene el poder que Ud. le firmó, ya no
será necesario que esté presente y sea ella quién firme, puesto que he hablado
directamente con Ud. que es la interesada y compruebo que su estado mental es
completamente sano.
− ¿De qué poder me está hablando? ¿Qué dice de mi estado mental?
− Su hermana estaba muy preocupada por el terrible shock que Ud. había
recibido tras el lamentable accidente de sus padres y temía por su salud mental.
Puesto que sus padres le habían nombrado su tutora; ella quería tener la
autorización para que, en caso de continuar con su poco estable salud mental, ella
sería la administradora de su parte de la herencia. Le repito que, habiendo
comprobado que Ud. se encuentra bien, no es necesario que su hermana haga
valer dicho documento.

Cuando me lo contaba, estaba muy afectada. El testamento decía que debía


recibir la herencia a los 21 años, pero su hermana tenía un poder firmado por ella,
que le daba derecho a administrarla, es decir, conociéndola, se estaba preparando
para quedarse con todo. Por más que hacía memoria, no recordaba haberle
firmado nada y desde luego, nunca un poder notarial, no tenía ni idea de cómo lo
habría conseguido.

− Pablo, ¿Sabes lo que he hecho? No le he dicho que ha llamado el abogado,


ni que ya he ido a firmar para recibir la herencia. ¡Ojalá no sea lo que estoy
pensando!
− ¿Tu crees que sería capaz?
− Sí, creo que sí. Ya ves que no me ha dicho nada de que ella ya tenía su
parte. Me ha tenido siempre asustada por los gastos, siempre diciendo: “Es que no
puede ser, nosotros somos pobres y con lo poco que gana tu cuñado...” y sin
embargo, tenía los cinco millones de mis padres y las tierras que, según he
averiguado, las tiene en producción a medias con una familia que las trabaja. ¡Y
yo siempre me he sentido culpable por ser una carga para ellos!
− Y si es lo que piensas ¿Qué harás?
− En un principio pensé pagarles todos los gastos que han tenido conmigo
estos cuatro años que llevo viviendo con ellos, pero luego recapacito y digo: ¿Por
qué tengo que pagar a mi propia hermana? Yo no le cobraría a ella si hubiera sido
al contrario. Si es lo que me temo, no pienso darle ni un céntimo. Ha querido
quedarse con lo que es mío y no se ha mirado en que soy su hermana, sabiendo
todo lo que estoy trabajando para poder casarnos.

128
Habían pasado unos meses desde que Elena cumpliera los 21 años. El
ambiente de la casa de su hermana era cada vez más tenso. Les oía hablar a
medias palabras y cuando sonaba el teléfono, siempre lo cogían uno de los dos,
sin permitir que Elena se acercara antes que ellos. Eso fue lo que hizo a Elena
pensar un plan para estar segura de la verdad.

Una de las pocas veces que le permitieron quedarse sola en la casa,


aprovechó para darles un recado cuando volvieron.
− Ha llamado un tal Sr. Medina que preguntaba por ti; al decirle que no
estabas, me ha dado el recado de que te diga que el asunto que estabais
esperando, ya está solucionado, que le llames cuanto antes.
− ¿No te ha dicho nada más? – Le preguntó su hermana, nerviosa.
− No, nada, solo eso, que le llames. – Notó el suspiro de alivio de los dos que
no fueron capaces de disimular convenientemente.

Elena, ya había previsto lo que harían y se marchó a su dormitorio, o por lo


menos, les hizo creer que así lo hacía, pero se quedó en una parte del pasillo
desde donde podía oír perfectamente lo que hablaban.
En cuanto ella salió de la habitación, su hermana descolgó el teléfono.
− ¿Qué vas a hacer? ¿Y si te oye? – Le preguntó el marido en voz baja.
− No te preocupes, ha cerrado la puerta de su cuarto, además, no tiene ni
idea de lo que se trata. – Al otro lado del teléfono, le estaba hablando el Sr.
Medina...
− ¿Cómo que ya la ha recibido? ¿De qué está Ud. hablando? Yo no he dado
mi consentimiento para que haya hecho nada de lo que me dice. – Elena
escuchaba desde su escondite y no quería dar crédito a lo evidente.
− ¿Por qué no me ha avisado como habíamos quedado? Le dije que yo me
haría cargo de todo, que ella no está en condiciones...Sí, si, no está bien...Ya sé
que parece normal, pero no es ... Claro, claro...Ha hablado
personalmente...Estando ella, para qué iba a firmar yo... Sí, sí. ¿Me dice que le ha
enseñado el titulo que certifica que ha terminado la carrera?... Ya sabe como
somos las madres, nunca creemos que nuestros pequeños están preparados para
enfrentarse con la vida. Puede que la haya sobreprotegido; es como si fuera mi
hija...Sí, claro, tenemos que aceptarlo...tiene razón. Encantada de saludarle,
adiós, buenas tardes.
Elena la observaba sin ser vista. La expresión de su cara le dio miedo. Su
reacción violenta, fue como si estuviera loca. Se puso roja y parecía que los ojos
se la iban a salir de las órbitas; apretaba los puños hasta dejarlos blancos,
después de unos minutos, se fue calmando y llamó a Elena. Esta hizo como que
salía de su cuarto, completamente ajena a lo ocurrido.

− Elena, querida mía ¿Por qué no me has dicho que ya recibiste la herencia
de los papás? – Hablaba con una sonrisa de buena persona, toda bondad y
comprensión.
− Lo mismo te pregunto a ti. ¿Por qué no me lo dijiste tú a mí?

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− ¡Mi niña! Eras tan joven y te impresionó tanto ¿Cómo iba a preocuparte en
esos momentos tan difíciles para todos? Después ha ido pasando el tiempo y no
me he acordado, hasta que me has dado el recado del abogado; tú ya sabes que
a mí el dinero no me importa. Mi única preocupación, has sido siempre tú y tu
bienestar. Eres la hija que no he tenido, eso lo sabes de sobra.

Lo dejó pasar, porque ella era así; no le gustaban los enfados ni las
discusiones, pero todo esto le afectó más de lo que pensamos en un principio; tal
vez si se hubiera enfadado dando rienda suelta a sus sentimientos, puede que
todo hubiera marchado mejor; pero se aguantó y el resultado fue que siempre
estaba triste y deprimida; la ilusión que teníamos por la boda, se relegó a un
rincón de su mente y apenas hablaba de ella, ni se preocupaba por los
preparativos. En sus conversaciones, sólo había un tema, siempre el mismo.
− “No es porque se quería quedar con lo mío, es la decepción tan
grande. ¿Cómo podía pensar que pudiera hacer eso? ¡Estaba dispuesta a robarle
a su propia hermana! ” - Me decía, entre sollozos sin consuelo.

Nos casamos, pero el día de la boda no fue feliz para Elena. Parecía normal,
pero yo la conocía y sabía que ella estaba sufriendo. Desde el conocimiento del
engaño de su hermana, empezó a estar más deprimida de lo normal. Quise
llevarla al médico, pero a ella no le gustaba y no pude convencerla.
Cuando nos despedimos para emprender el viaje de novios, su hermana le
dio unas cápsulas y le obligó a prometerle que se las tomaría todos los días una
antes de cada comida, eran un reconstituyente natural muy rico en Vitaminas y le
ayudarían a ponerse fuerte y alegre.

Durante nuestra luna de miel fuimos muy felices porque estábamos juntos
por fin, sin ningún impedimento de los que habíamos sufrido antes, pero Elena no
se encontraba bien y estaba cada día más pálida, le dolía el estómago y vomitaba
algunas veces. Seguía tomando las cápsulas que le había dado su hermana, con
la esperanza de que la reanimaran un poco.
− ¿Tu crees que esas cápsulas te hacen algo?- Le comenté una tarde
en que estaba muy decaída.- Yo veo que estás más desanimada cada día.
− Lo que pasa es que los remedios naturales son más lentos que las
medicinas de la farmacia. – Me dijo muy convencida.- Lo que yo prefiero es que,
aunque tarde un poco más, no acabe envenenada por la química.

Pasados tres meses de matrimonio, recibimos la maravillosa noticia de que


estaba embarazada. Lo deseábamos tanto que se animó bastante; como parecía
encontrarse mejor, pensamos que era efecto las cápsulas, así que dejó de
tomarlas porque decía que estaba cansada de estar endiente de ellas.
¡Estábamos locos de felicidad! Nos lo podíamos permitir puesto que nuestra
economía era bastante buena; habíamos invertido en bolsa parte del dinero de su
herencia y estaba dando beneficios.
En el sexto mes del embarazo, Elena empezó a sentirse mal. Siempre le
dolía la cabeza y las piernas parecían no poder sostenerla, en su rostro se

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empezaban a ver las ojeras demasiado oscuras y se demacraba por momentos.
Ella nunca me lo decía y, cuando le preguntaba, me contestaba que estaba bien;
disimulaba para que yo no me preocupara porque acababa de ocupar mi puesto
de profesor en la universidad.
Me decía que estaba muy orgullosa de tener un marido tan inteligente que
había sacado las oposiciones con el número uno.
Después, descubrí que vomitaba sin ninguna razón, puesto que no lo había
hecho durante los primeros meses que era lo más corriente. Por fin, después de
muchos argumentos, conseguí convencerla de que fuéramos al médico.
Como siempre, su hermana se metió por medio y le reprendió muy
duramente por no haber continuado tomando las cápsulas que tan bien le habían
ido. Nos recomendó al Dr. Lucas al que conocía de toda la vida y era de la mayor
confianza.

Cuando llegamos a la clínica “ Nuestra Señora del Pilar “ que estaba en el Pº


Ruiseñores; Elena tenía mucho miedo. Intenté argumentar que era sólo una
consulta rutinaria, que lo más seguro es que le recetaran unas pastillas y nada
más.
Le hicieron innumerables pruebas y análisis y fue atendida con la máxima
amabilidad por parte del personal de la clínica, todos sabían que estaba
recomendada por el Dr. Lucas, que era el director.
Pasados unos días, nos llamaron porque ya estaban los resultados.

− Querida Elena, no tienes por qué preocuparte, tu hijo se encuentra en


buenas condiciones y tú, si dejas que nosotros te cuidemos, también. Hemos
descubierto que tienes una anemia persistente, esta clase de anemia, es algo más
difícil de tratar que otra más corriente y en tu estado la cosa es un poco más
complicada; mi consejo es que te quedes con nosotros hasta que des a luz, de
esta manera vigilaremos mejor la evolución del embarazo y tu familia estará más
tranquila.
− ¡Por favor, no me dejéis aquí! – Dijo Elena con lágrimas en los ojos que no
pudo retener.
− Cariño, ya has oído al Dr. Es lo mejor para ti y para el niño. – Le dije,
sabiendo la fobia que le tenía a los hospitales.
− No será mucho tiempo, todo lo más que puedes estar aquí serían tres
meses, que son los que te faltan para cumplir, incluso si lo vemos conveniente, se
te puede adelantar y solo tendrás que estar con nosotros un mes. – Le dijo el Dr.
Lucas, con esa sonrisa que tanto me desagradaba. Este hombre nunca me gustó,
pero mucha gente decía que era uno de los mejores y yo quería que a Elena le
atendieran bien.
Cuando salíamos del despacho, el Dr. Me hizo un gesto de que quería hablar
conmigo a solas. Esto me dejó muy inquieto.
Acompañé a Elena a su habitación y con la excusa de ir a casa a por sus
cosas, volví a ver al Dr. Lucas. Amablemente me hizo sentar delante de su mesa y
con una actitud bonachona, pero que yo veía muy hipócrita, me contó la verdad.

131
− Amigo mío, la enfermedad de su esposa es algo más grave de lo que le he
dicho a ella. En cierto modo es una anemia, pero es la peor: Leucemia. Creemos
que está complicada con otras causas que todavía no conocemos, en las pruebas
que se le han practicado, no hemos encontrado nada que nos aclare estas
anomalías que no son propias de la Leucemia. – Fue como si me hubiera dado un
golpe en el pecho. Mi corazón dejó de latir por unos instantes mientras el cerebro
no podía asimilar esta información. Me sentía tan aturdido que no supe cómo
reaccionar.
− ¿Qué estoy oyendo, que mi esposa se va a morir? – Le grité al médico
perdiendo el control por completo.
− Por favor, cálmese. Tiene que ser fuerte para que ella no sospeche nada;
debe estar en buenas condiciones emocionales para que pueda tener al bebé,
como mínimo, un mes más, luego le provocaremos el parto; no creo que pueda
terminar los tres meses de gestación, sería demasiado para ella.
− No, no, ella no debe saberlo. ¿Cuánto tiempo le queda? – Le pregunté
llorando sin control.
− Como le he dicho antes, dentro de un mes, es decir, cuando cumpla el
séptimo de embarazo, le haremos una cesárea, no creo que pueda resistir un
parto. Después... ya veremos.
− Y el niño...¿Se salvará?
− Haremos todo lo que podamos. No le aseguro nada. En estos casos, la
medicina no puede garantizar el éxito; como tampoco le aseguro que vaya a salir
mal. Esperaremos su evolución y cuando tenga el niño, pensaremos en ponerle un
tratamiento con quimioterapia y radioterapia. Anímese, es muy joven y siempre ha
estado muy sana, esperemos que lo llegue a superar.

Mi mente no podía asimilar todo aquello. Estaba desesperado. ¿Por qué le


estaba pasando esto a ella? Elena era muy fuerte sí; desde que la conocía no le
había visto ni siquiera resfriada. Llegué a sentirme culpable por su embarazo... Tal
vez si hubiera esperado a que se recuperara de aquella depresión. ¡La veía tan
decaída! Pero luego estaba muy feliz y tan ilusionada con la llegada de nuestro
hijo...¿Por qué? ¡Era demasiado joven y llena de proyectos con toda la vida por
delante! ¡Qué injusticia! Me prometí a mí mismo que ella nunca se enteraría y que
el tiempo que le quedara, sería feliz.
Ella se sentía cada vez más molesta; decía que el olor característico de los
hospitales la ponía peor, incluso le costaba trabajo respirar. El problema más
grande era que no había forma de que comiera. No encontraba en el mundo algo
que le apeteciera.
− Cariño, esfuérzate un poco, pruébalo estoy seguro de que te va a gustar,
hazlo por el niño.- Le enseñaba un pastel que tenía un aspecto apetitoso, casi
irresistible, pero a ella no le parecía así.- Es cuestión de que tengas algo más de
paciencia, el tiempo pasa muy rápido y, dentro de un mes, como mucho, tendrás a
tu hijo en los brazos tranquilamente en casa y se te olvidarán estos días.
Ella se lo creía todo con la ingenuidad de una niña pequeña, ni se le pasó
por la cabeza que pudiera tener algo tan grave.

132
Los problemas nunca vienen solos y uno de los peores era mi cuñada.
Ningún argumento me sirvió para convencerla de que quería estar cerca de Elena
el máximo tiempo posible.
− Yo me quedaré con mi hermana todo el tiempo que esté en la clínica y no
admito que me digas lo contrario, estás perdiendo el tiempo insistiendo en que te
deje a ti. Igual que cuando mis padres me la dejaron al morir, así la cuidaré como
si fuera mi hija, y lo haré hasta el último minuto. Esto es cosa de mujeres y tú no
tienes nada que hacer aquí.
− Lo único que quiero es estar con ella todo el tiempo que sea posible ¿Es
que no lo entiendes?
− El que no entiende nada eres tú. Por mucho que digas no me convencerás,
así que ahórrate el trabajo; tú sigue con tus obligaciones, que yo cumpliré con las
mías.
Ya he dicho que esa mujer era muy dominante. ¡Cuantas veces me he
preguntado por qué no lo hice a la fuerza! Entonces, lo que me impedía imponer
mi derecho, era el miedo a que mi cuñada montara un escándalo, porque era muy
capaz de hacerlo, también quería evitar que Elena notara mi necesidad de
permanecer siempre a su lado, de no separarme de ella ni un minuto, porque cada
uno de ellos, era precioso para mí.
Cuando comprobé de verdad y sin lugar a dudas lo dominante que era su
hermana, fue el tercer día de estancia en la clínica; cuando llegué por la tarde, le
pregunté a la enfermera si podía hablar con el Dr. Lucas para informarme de cómo
iba evolucionando mi esposa. Fue en el pasillo, cerca de la puerta de la habitación
de Elena. Mi cuñada lo escuchó y salió como un basilisco y me espetó en la cara y
a gritos:
− Tú no tienes que dejarme en ridículo delante de todo el mundo; quien tiene
que hablar con el médico soy yo. ¿Que pensará si cada uno va por su cuenta a
que le diga la misma cosa? Yo soy como su madre y es a mí a quien corresponde
hacer lo que sea por ella; así que tú no te metas.

Aguanté sin decirle lo que debía, para que dejara de gritar en el pasillo
donde las voces se multiplicaban con el eco; por nada en el mundo quería que
Elena se diera cuenta de que estábamos discutiendo; además, me sentía
avergonzado ante las personas que salieron de las habitaciones para ver qué
pasaba. Esto le sirvió a mi cuñada para que en varios días, no hiciera nada por ver
al médico.

Me declaró la guerra. Cuando llegaba a la clínica, apenas me hablaba,


incluso a veces, ni me saludaba. Nunca nos dejaba a solas. Si le traía alguna cosa
de comer que yo sabía que le gustaba, era su hermana la que decidía cuando
había que dárselo. Nos tenía dominados y cada vez más me sentía como un idiota
en manos de una hipócrita que no sabía ni donde estaba de pie, sin poder hacer
nada contra aquella mujer. Todo porque Elena no sufriera.

Una tarde, como siempre, estábamos los tres en silencio, no se podía hablar
de nada pero, en cuanto vio que su hermana salía un momento, me dijo que

133
estaba harta de su dominio porque aprovechaba cuando estaban solas para
decirle que, por tener que quedarse con ella todos los días y las noches, tenía a su
marido abandonado, que estaba gastando mucho dinero que nos tendría que
cobrar cuando saliera de la clínica, que ella era muy mayor para estar tanto tiempo
sin descansar en una cama...y muchas cosas más que Elena no pudo decirme.
Por último, me suplicó que me quedara alguna noche para poder descansar de su
hermana.
Armándome de valor, le dije que saliera al pasillo porque quería hablarle.
Con el mayor tacto posible, para que no se enfadara ni sospechara que Elena me
había dicho algo, le dije que quería quedarme alguna noche para que ella pudiera
descansar; que me parecía un abuso por mi parte, permitir que ella cargara con
todo.
− ¡Lo que hay que oír! Eres un desgraciado desagradecido, encima que te
quito a ti el fastidio de estar siempre metido aquí entre enfermedades, quieres
separarme de mi hermana en los últimos días de vida que le quedan. A mí no
vuelvas a dirigirme la palabra.- Hablaba muy fuerte y con un desprecio que hacía
avergonzarse a cualquiera; intenté calmarle pero fue inútil.- Eres un sin vergüenza
egoísta, ¡Vaya suerte que ha tenido mi hermana!

Una tarde encontré a Elena muy triste; en cambio su hermana estaba casi
amable conmigo. Me pareció muy raro porque, en toda la semana no me había
saludado, ni me contestó todas las veces que le pregunté lo que había dicho el
médico. No pude saber qué pasaba, porque no nos dejó ni un segundo a solas, ni
se separó de la cama en todo el tiempo que estuve allí.
Desde entonces, veía a Elena cada vez más débil y pálida; pasaba las horas
con los ojos cerrados y, aunque le hablara, no parecía escucharme, solo suspiraba
como si estuviera sufriendo mucho..
Estaba tan preocupado que salí al pasillo y hablé con una enfermera
preguntándole cuando podría ver al Dr. Lucas; en ese momento salió mi cuñada
de la habitación con los ojos desorbitados, colorada y descompuesta.
− No hace falta que le diga nada, señorita; mi cuñado no sabe que ya he
hablado yo con el médico. – Dijo intentando disimular su enfado ante la enfermera.
A mí me dirigió una mirada que me dejó paralizado.- Parece que eres más tonto
de lo que creía; ya no sé cómo decirte que tú no tienes nada que hacer aquí.
− Elena es mi esposa y tengo derecho a saber de boca de su médico en qué
situación se encuentra y no me vengas con tonterías tú. ¿Es que no te das cuenta
de que empeora por momentos?.- Le hablé con los dientes apretados conteniendo
la ira que estaba amenazando con explotar.
− No hay nadie que sepa mejor que yo, cómo está Elena.- Diciendo esto, se
dio la vuelta y entró de nuevo en la habitación.

Al día siguiente, aunque su estado era el mismo, en un momento en que su


hermana salió a por una botella de agua, Elena me contó que hacía unos días,
había venido un señor con su hermana y que le había hecho firmar unos
documentos, diciéndole que eran unos permisos necesarios para hacerle la
cesárea, que debía firmarlos con tiempo para no hacerlo en el momento menos

134
oportuno. Cuando ella insistió en leerlos, no se lo permitieron, dijeron que el Sr.
tenía prisa y que no era necesario perder el tiempo mientras leía lo que ya le
habían dicho. No pudimos hablar más; con un gesto me insinuó que no dijera
nada. Los dos temíamos el mal genio de su hermana y el escándalo que armaba
por cualquier cosa, parecía estar empeñada en que todo el mundo supiera lo mal
que nos llevábamos.

Los días pasaban y Elena estaba cada vez más pálida y con menos energía,
parecía estarse apagando ante nuestros ojos, sin poder hacer nada para evitarlo.
Me desesperaba por la impotencia que esto representaba pero, sobre todo, lo que
me hacía estar peor, era no haber podido cuidarla y hacerle compañía, deseaba
estar a su lado en los momentos de más debilidad, de dolor, si es que lo tenía,
porque nunca me lo dijeron. Aquella mujer sin corazón, nos estaba separando a su
antojo y jugaba con nosotros como si fuéramos niños a los que no hay que tener
en cuenta.”-

Pablo se quedó callado unos momentos y esto hizo que volviera a ser
consciente de la terrible tormenta que seguía afuera. Él suspiró y, aunque no
podía ver su cara, imaginé cuanto sufrimiento se reflejaba en ella. Por el momento
en que se había detenido, deduje que estaba reviviendo los últimos días de la vida
de su esposa. Así que seguí en silencio, dándole el espacio necesario para que se
sintiera libre de expresar sus sentimientos.

-“Me llamaron cuando estaba en clase; no me extrañó que fuera de la clínica,


porque lo estaba esperando. Mis días eran una constante alarma, siempre que
sonaba el teléfono, creía que era del hospital, igual que cuando estaba en
cualquier actividad de la Universidad y me daban un recado; ese día fue para el
que estaba prevenido. Dejé las clases y, como un demente, atravesé la ciudad.

Llegué justo a tiempo de verla entrar en el quirófano; estaba rodeada de


personal sanitario vestidos de verde y con las mascarillas puestas, que la llevaban
en una camilla con mucha urgencia, casi corriendo. No me permitieron hablar con
ella, dijeron que no se podía perder ni un segundo. Les vi desaparecer por una
puerta doble que se cerró detrás de ellos y de mi querida Elena. Allí, de pie sin
saber qué hacer, pensé que podría ser la última vez que la viera; sin darme
cuenta, empecé a llorar. Una enfermera, que no se de donde salió, me cogió por el
brazo y entre susurros de consuelo, me acompañó hasta una sala de espera que
había a unos pocos metros de la puerta que yo estaba mirando como hipnotizado.

Las hora que pasé allí, se me hicieron eternas. Estaba loco de ansiedad.
Dentro de mí tenía la esperanza de que todo saliera bien y, no importaba si Elena
se quedaba muy débil y delicada de salud, lo que deseaba con todas mis fuerzas,
era que viviera por más tiempo; yo me ocuparía de cuidarla con todo el esmero.
No podía admitir que fuera tan pronto, que no pudiera disfrutar de su hijito y no lo
viera crecer.
Estaba tan dentro de mí mismo que se me pasó inadvertida la presencia de
mi cuñada que estaba sentada en uno de los asientos que rodeaban la estancia.

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Ella no me saludó, ni hizo notar que estaba allí, tampoco me importó. Pasaban los
minutos y no se movía nada, solo se escuchaban los sonidos lejanos del ir y venir
de la gente por los largos pasillos. Eran las once de la mañana, jamás se me
olvidará.

La actitud de mi cuñada, me dejó sorprendido. Yo creía que la conocía, que


sabía que era una arpía y lo que se podía esperar de una persona así, pero allí vi
que estaba equivocado. La expresión de su cara era como si fuera de hielo,
estaba tan tranquila, incluso se le veía fastidiada y con prisa porque todo aquello
terminara de una vez. Ni por un momento, me dirigió la palabra; solo me miraba
con un desprecio total y en sus ojos veía algo inexplicable que me hacía sentir
escalofríos, entonces se confirmó lo que siempre había creído y supe con certeza
que aquella mujer no tenía corazón.
En el momento que alguien pasaba por el pasillo y miraba dentro de la sala
donde esperábamos, ella se deshacía en llanto y suspiros de sufrimiento, todos le
miraban con simpatía y se unían a su dolor. Cuando no había nadie con quien
fingir, volvía a su verdadera personalidad de hielo; estaba completamente
admirado de la cara tan dura que tenía, no se cortaba pensando que le veía hacer
su doble juego

Por fin salió del quirófano el Dr. Lucas, quitándose la mascarilla y el gorro.
Dijo que, dentro de lo que se podía esperar, todo había salido bien. Nos felicitó
porque teníamos una niña, dijo que era pequeñita y que tendría que estar en la
incubadora unos días, pero estaba sana y fuerte. Luego siguió diciendo que mi
esposa se encontraba muy débil y que la habían llevado a cuidados intensivos.
Me dijeron que podía entrar a verla unos momentos. Sin pensar en mi
cuñada, me dirigí hasta la sala con la esperanza de ver a Elena despierta.
Estaba blanca de una manera alarmante, parecía que se le había escapado
toda la sangre. Le cogí la mano y entreabrió los ojos, entonces al verme, con un
hilo de voz apenas audible, me dijo: -“Es muy mala...no dejes que se quede con la
niña...ella me ha matado...ten mucho cuidado..La enfermera del Dr...sabe....”
− ¿Qué dices? ¡Elena, por favor, dime qué te ha hecho!- No respondía y yo
seguía preguntando una y otra vez sin darme cuenta de que ya no podía decir
nada más, había muerto.

Estaba como loco. Seguía allí, echado encima de ella hablándole y llorando
desconsoladamente hasta que, no se quien vino y me acompañó de nuevo a la
sala de espera. Estaba vacía. En ese momento no pensé en lo que eso
significaba, solo tenía en el pensamiento que debía hablar con el médico.
Fui por toda la clínica buscando al Dr. Lucas que parecía que se estaba
escondiendo de mí. Cuando por fin le encontré, le conté precipitadamente, lo que
me había dicho Elena. Él hacía como que estaba escuchando, pero aún en el
estado en que me encontraba, noté que no ponía el menor interés en lo que le
decía.
Le pedí que le hiciera la autopsia para confirmar las últimas palabras de
Elena.

136
− Sr. Castro, siento mucho la muerte de su esposa, no solo como médico, si
no también como amigo de la familia.- Dijo en un tono que me pareció muy
gastado, como si fuera parte de su trabajo, sin sentimiento, rutinario.- Lo que me
pide no es posible; la muerte ha sido una evolución natural del estado de la
enferma, por lo tanto, al no haber dudas, me es imposible autorizar una autopsia.
El certificado de defunción está firmado y es irreversible.
− Entonces, ¿Lo que dice un moribundo no tiene importancia?- Pregunté con
desesperación ante aquella desidia que demostraba.- Siempre ha sido muy
importante lo que se dice en el lecho de muerte y se ha tenido en cuenta sin
discusión.
− Las alucinaciones, son algo natural en enfermos muy débiles que se han
sometido a anestesia, no se puede creer todo lo que dicen.- Sin más, recogiendo
unos papeles que estaban sobre la mesa, se puso de pie y dijo:- Buenos días.
Así terminó la explicación en la que tanta esperanza había puesto y me
despidió. No supe decirle nada más, me había dejado anonadado y sin
argumentos.
Salí al pasillo y di más de mil vueltas completamente desesperado y perdido
en aquel laberinto. No reconocía ningún pasillo por donde pasaba; cuando logré
orientarme, me encontré en la sala de espera; allí no había nadie de la familia y
me dirigí al mostrador de la enfermera jefe y le pregunté por ellos. La respuesta
que me dieron, fue lo que acabó de rematar aquel día desgraciado.
− Su familia se ha marchado cuando llegó la ambulancia que se llevaba a la
niña en una incubadora.
− ¿A la niña? ¿Qué niña?- Le pregunté sin saber de qué hablaba; parecía
que todos se habían vuelto locos, o ¿Era yo?
− Como Ud. ya sabe, se llevaban a su hija a una clínica pediátrica.- Como ya
sabía yo, pero si no tenía ni idea de lo que decía aquella chica de la cofia blanca.
− ¿Qué se han llevado a mi hija? ¿Con qué derecho?- Grité sin miramientos.-
¿A quien le han pedido permiso para hacer eso?
− Son los tutores legales de la niña, nos han enseñado los documentos que lo
certifican y están en regla.
− Tiene que ser un error, un malentendido ¡ Yo soy el padre y tengo todos los
derechos! ¿ De qué documentos me está hablando?

Todo lo que vino después, fue como vivir una pesadilla, la prolongación de la
que había empezado aquella mañana. Sí, cuando me informé, supe que era
verdad que tenían la custodia legal de la niña.
Debía pedirles una explicación, saber cómo lo habían conseguido a mis
espaldas o a las de Elena. No pude comunicarme con mis cuñados de ninguna
manera. Fui a su casa no sé cuantas veces, pero no quisieron abrir la puerta y me
amenazaron con llamar a la policía para que me detuvieran por escándalo público.
Cuando les llamaba por teléfono, colgaban al reconocer mi voz.

El entierro de mi querida Elena, fue muy triste, tal vez más de lo normal,
porque ni siquiera asistió nadie de su familia, solo yo y algunos amigos. Era como

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si nadie supiera que había pasado aquella terrible desgracia. ¿Cómo lo habían
hecho? A Elena la conocía media Zaragoza y la querían todos ¡No era posible que
pasara desapercibida su muerte! Pero por más que divagaba sobre ese misterio,
no encontré la respuesta, todavía hoy, después de que ha pasado más de un año,
no lo sé.”-

Pablo dejó de hablar, mientras se limpiaba las lágrimas, que adiviné en la


oscuridad, debían correr abundantemente por sus mejillas. Yo hice otro tanto,
aunque no conociera a las personas de las que estaba hablando, solo el hecho de
escuchar una historia tan triste, me emocionaba.

-“ Cuando el dolor dejó paso a la razón, comprendí que debía hacer algo por
recuperar a mi hija, era lo único que me quedaba de Elena, la única razón para
que mi vida tuviera algún sentido.
Decidí ponerles una demanda. Llamé a mi abogado y le hice un relato
detallado de todo lo que había pasado desde que nos conocimos Elena y yo.
Mientras le contaba todos los detalles, se hizo la luz en mi cerebro y comprendí
muchas cosas que me habían pasado inadvertidas en el momento de vivirlas.
Recordé las palabras de Elena la tarde que la encontré tan pálida y triste: “- Me
han hecho firmar unos documentos de autorización...-” Luego, cuando estaba
muriéndose, también me dijo: “- Es muy mala.... No dejes que se quede con la
niña...La enfermera-” Todo empezaba a tener sentido. Por eso aquella tarde mi
cuñada estaba tan contenta, casi fue simpática conmigo. Por eso aquella mirada
de hielo cuando estábamos esperando frente al quirófano. Todo estaba bien
planeado, pero estaba dispuesto a hacer lo posible y lo imposible, para que no se
salieran con la suya; mi hijita debía criarse conmigo. Por ella llegaría donde tuviera
que llegar.
Después de escuchar la historia, mi abogado dijo que el caso le parecía muy
difícil, que había cosas que no estaban claras y que habría que hacer una
investigación sobre los acontecimientos.
Cuando el juez nos llamó para una vista previa, el abogado de mis cuñados,
presentó un documento firmado por Elena; el juez lo leyó en voz alta.

“ Esta es mi última voluntad y quiero que sea leída ante toda mi familia para
que no quede ninguna duda de lo que deseo.

Primero:- Deseo que mi hija sea adoptada por mi querida y única hermana,
para que la cuide, la proteja y la eduque igual que ha hecho conmigo desde
siempre, especialmente, después de la muerte de mis padres.

Segundo:- Deseo que todos mis bienes sean para mi hija. Nombro a mi
hermana como albacea para que ella administre todas mis posesiones hasta que
mi hija cumpla la mayoría de edad. En caso de que mi hija muriese, todo pasará a
ser de mi hermana.

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Tercero:- Deseo que Pablo Castro sea apartado de mi hija. No quiero que se
le permita conocerla, ni que esté en contacto con ella. Quiero que mi hija crea que
mi querida hermana y su marido son sus verdaderos padres.
Las razones que me llevan a esta decisión, son las siguientes: Pablo Castro
es un hombre cruel, vicioso y sucio. Está lleno de maldad, aunque las apariencias
no lo demuestren. Desde que le conocí me ha estado maltratando física y
psíquicamente; me obligó a casarme con él por medio de amenazas. Le hago
responsable de mi enfermedad puesto que nunca me permitió alimentarme bien, él
guardaba la comida bajo llave y solo me daba lo necesario para sobrevivir. Jamás
me permitió ir al médico y sólo cuando mi estado fue tan grave que no pudo ser
ocultado a mi familia, permitió que mi hermana se ocupara de mi salud, siendo ya
muy tarde. Nunca se ha interesado en saber cómo evolucionaba, porque nunca
habló con el médico sobre eso y si no hubiera sido por el cuidado de mi hermana,
la estancia en el hospital la habría pasado sola.
Por mi amarga experiencia, deseo evitarle a mi hija los sufrimientos que yo
he padecido. Mi deseo es que nunca se encuentre a solas con él; temo que sea
violada por su padre, al igual que hizo tantas veces conmigo.

Confío en que todo esto será cumplido.

Elena Paredes

Cuando terminó la lectura, la sala quedó en un frío silencio. Miré a mis


cuñado y me asustó el brillo de triunfo que vi en sus ojos. El juez estaba muy serio
y pensativo. Después de unos minutos de reflexión, dijo con voz firme que el caso
era muy claro y que no había necesidad de perder tiempo y dinero en un juicio. La
custodia de mi hija era para mis cuñados tal como era el deseo claramente
expresado por mi esposa; así como todos sus bienes.
Mi abogado me aconsejó dejar las cosas como estaban, pero yo insistí en ir a
hablar con la enfermera por si ella podía ayudarnos a desenmascarar a los
sinvergüenzas que habían conseguido apartarme de lo que más quería.
Estuve preguntando cual era su nombre completo, pero nadie en la clínica
me quiso facilitar su apellido, ni su número de teléfono, ni su dirección; según me
dijeron, las normas no lo permitían; así que decidí esperarla en la puerta de la
clínica y después de mucho tiempo, salió. Era una mujer alta y delgada que
aparentaba algo más de treinta años. Llevaba un traje de chaqueta gris y una
camisa blanca inmaculada; el pelo empezaba a llenársele de canas y lo llevaba
recogido en un moño; andaba de prisa con una cartera en la mano. Me dio la
impresión de que era muy eficiente y solitaria.
− Por favor, señorita Pilar, ¿podría hablar con Ud. unos minutos?
− Perdone, no sé quien es.- Me dijo con la mirada fría y distante.

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− Soy Pablo Castro, el marido de Elena Paredes.- Al decirle el nombre de mi
esposa, pareció reaccionar, pero enseguida cambió su mirada y volvió a ser
inexpresiva.
− Bien, ¿en que puedo ayudarle?
− Antes de morir, ella me dijo que hablara con Ud. no sé a qué se refería, por
eso estoy aquí. Tal vez pueda decirme algo que me ayude a entender por qué le
han dado la custodia de mi hija a mis cuñados. Estoy perdido y desorientado.
− Pues lo siento mucho, yo no sé nada.
− Entonces ¿Por qué Elena me dijo que hablara con Ud.?
− Le repito que lo siento, yo no puedo decirle nada de ningún paciente.
− Pero, era mi esposa. Ella no conseguía casi respirar y le costó mucho poder
decirme que la buscara, ¿Cree que alguien que se está muriendo y dice algo con
mucho esfuerzo, no significa nada?
− Ahora no puede ser; le pido que me deje en paz.- La mujer estaba muy
nerviosa, con los ojos fijos en el suelo, deseando marcharse.
− Entonces ¿Cuándo?.- Le apremié subiendo más el tono de mi voz.- Estoy
desesperado, me han quitado a mi hija y no sé con seguridad de qué ha muerto mi
esposa; el juez dice que no hay necesidad de un juicio porque todo está claro.
¡Ud. es mi única esperanza!
− Yo no soy su única esperanza, no sé nada ¡Déjeme!
Se fue corriendo sin darme la oportunidad de seguir preguntándole. La vi
alejarse por la calle, y supe que había perdido la ocasión y que aquella mujer no
querría verme nunca más.

Mi mundo había cambiado radicalmente; ya no tenía a mi esposa, no conocía


mi hija y tampoco tenía casa, puesto que ahora pertenecía a mis cuñados . Debía
sacar mis cosas cuanto antes y, según dijo el juez, en presencia de mis cuñados
para asegurarse de que no me llevaba nada que no me perteneciera.
No cogí ningún mueble, ¿Para qué los quería si no tenía donde ponerlos? Me
llevé mi ropa, los libros, algunos discos que me llenaban de nostalgia porque
hacían volver muchos recuerdos hermosos y todos los papeles excepto la
escritura de la casa que estaba a nombre de Elena. Mientras rebuscaba en los
cajones, encontré el frasco de cápsulas que Elena siempre tomaba, le quedaban
unas pocas y no fui capaz de tirarlo, lo guardé con todo lo demás en unas cajas
que dejé en casa de mis padres.
Cuando deposité las cajas en el armario que había sido mío de soltero, me
quedé mirando y pensé que sólo eso eran los restos de toda una juventud llena de
amor, ilusiones y esperanzas. ¿Tendría yo la culpa? No lo podía saber y menos en
el estado mental en el que me encontraba; cerré las puertas del armario y fue
como si también las hubiera cerrado a mi vida pasada, debía empezar otra vez,
aunque no supiera por donde. No quería quedarme con mis padres; sería una
carga para la delicada salud de mi madre que tenía su vida bien organizada. Ellos
estaban solos y cada uno hacía sus tareas según sus posibilidades y llevaban una
vida cómoda que se hubiera visto trastornada con mi presencia. ¿Qué iba a
hacer?

140
Perdí el interés por el trabajo que había significado tanto para mí y al que
dediqué los mejores años de mi juventud. Reuní lo poco que necesitaba y decidí
hacer este viaje para estar lo más lejos posible de todo cuanto me recordaba
cuanto había perdido. Lo demás, ya lo conoces. Ahora comprenderás por qué,
cuando supe que no había salida posible, no me importó quedarme en esta isla el
resto de mi vida. –”

Tanto Laura, como Ana, sacaron un pañuelo para secarse las lágrimas a su
vez. A pesar de los años transcurridos desde aquel momento en que Pablo le
habló de su vida; a Laura seguía conmocionándole el sufrimiento de aquel hombre
tan querido para ella.
También Ana se emocionaba ante una historia tan terriblemente injusta, fuera
cierta o no, pero ella era muy sensible y le dolía en lo más profundo.
Una vez que bebió agua y se sintió más serena, Laura decidió continuar su
relato.

“ - La lluvia continuaba, pero ya no me daba cuenta. Había otras cosas más


importantes en qué pensar, además de mi miedo.
Ahora entendía la tristeza que siempre había en su mirada tan lejana, sus
silencios y su resignación a perder toda una vida y la oportunidad de empezar de
nuevo en un país lejano, porque era demasiado joven. En cambio, aquí estaba,
con años y años por delante junto a una mujer desfigurada y llena de amargura.
¡Qué injusta es la vida! Dije en voz alta.
− Eso lo he pensado muchas veces, pero desde que estoy aquí, creo que
también tiene sus compensaciones.- Dijo Pablo, sin que yo lo esperara, puesto
que no me había dado cuenta de que me escuchaba.
− ¿Lo dices de verdad? ¿Crees que estar aquí aislados de todo y sin
esperanza de salir, es una compensación? – No daba crédito a lo que me decía
¿Cómo podía ver las cosas de esa manera?
− ¡Claro que sí! En el estado en que me encontraba cuando tomé el avión,
lleno de rabia y resentimiento contra todo y contra todos, no era el mejor estado de
ánimo para emprender una nueva lucha por vivir.
− Pues no sé; me imagino que todo el que empieza de nuevo, se encuentra
con muchos inconvenientes; no por eso va a buscar una isla desierta para
solucionarlos.
− ¡Caramba, claro que no! Pero aquí he encontrado la serenidad, he
aprendido a reflexionar, a apreciar los pequeños detalles y a valorar las cosas más
sencillas, pero sobretodo, tu compañía me ha devuelto la confianza que había
perdido. – Me apretó la mano y nos quedamos en silencio, como si ninguna de las
palabras que se venían a la mente, pudiera expresar lo que sentíamos.

Yo estaba muy emocionada; deseaba con todo mi corazón ser realmente


quien le devolviera la confianza y la felicidad; quería ayudarle, pero ¿qué podía
hacer? Intentaría que el tiempo que pasara conmigo, hasta que algún barco nos
recogiera, si es que había que tener esa esperanza, fuera lo más agradable

141
posible. Tampoco podía ofrecerle nada de mí que mereciera la pena, porque yo no
era ni bonita, ni graciosa, pero tendría toda mi comprensión y mi apoyo.

Después de varios minutos de silencio y reflexión, él volvió a hablar, casi con


timidez:
− No sé nada de tu vida, aunque imagino que no ha sido un camino de rosas;
te ha dejado cicatrices que se ven más que las mías, pero te admiro por eso y
porque no has sido, en ningún momento, una mujer asustadiza ni caprichosa; te
has adaptado perfectamente a las circunstancias y has aprendido demasiado
pronto a vivir sin nada, porque no tenemos nada, siendo que perteneces a una de
las familias más ricas, que te han criado con todo lo que deseabas y mucho más.
Los animales te quieren y todo lo que tocas es para bien.
− Cualquier noche de lluvia te contaré mi vida. – Le dije para que no notara lo
hondo que me había llegado el concepto que se había formado de mi.
Nos reímos y el ambiente pareció cambiar; desapareció la tensión que
habían traído los recuerdos tristes que todavía dolían como heridas abiertas y que,
seguramente, tardarían mucho tiempo en cicatrizar, aunque nunca se borrarían
por completo, ni para él, ni para mi. ¡Ya no!

La lluvia cesó y nos dejó una noche fresca y perfumada a tierra mojada y a
flores; no podíamos pedir nada mejor para suavizar las espinas de nuestros
corazones, como un bálsamo calmante; nos relajamos y dormimos plácidamente.
Por la mañana, Pablo comprobó que nuestra cabaña no había sufrido daño
alguno y nos sentimos satisfechos por el buen trabajo realizado en ella y tranquilos
ante otras lluvias y vientos.
Todo el paisaje parecía renovado; la hierba estaba limpia y su verde era
mucho más brillante, lo mismo les pasaba a los árboles que lucían sus hojas
resplandecientes al sol y había un millón de nuevas flores. Solo quedaba como
recuerdo de la noche de tormenta, un surco en la arena por donde había corrido el
agua a raudales, camino del mar.

El tiempo pasaba, pero nosotros no lo contábamos de ninguna manera; nos


traía sin cuidado saber qué día era ni qué año. Nos guiábamos por el sol para
calcular las horas, que tampoco nos parecían importantes; no teníamos que
cumplir un horario, ni llegar a tiempo a ninguna cita. Comíamos cuando teníamos
hambre, dormíamos cuando se ponía el sol. La naturaleza era la que marcaba
nuestras costumbres, como debe ser.

Trabajábamos mucho para tener el máximo de comodidades, dentro de lo


posible dadas las circunstancias, pero también pasábamos mucho tiempo jugando
con los animales; nos tumbábamos al sol y nos bañábamos en el mar, luego nos
metíamos en el lago para quitarnos la sal y salíamos con la piel colorada porque
estaba mucho más fría el agua allí que en el mar, pero eso era pura salud y nos
encantaba.

142
Nuestra alimentación era vegetariana; nos daba pena matar animales porque
eran nuestros amigos; ninguno de los dos se lo había planteado, habría sido
impensable. La fruta era nuestro principal alimento, junto con el pescado, con el
que hacíamos una excepción, porque pensábamos que era necesario tomar
algunas proteínas de vez en cuando; pero se podía decir que éramos
vegetarianos.
El pequeño Rico, también se alimentaba de lo nuestro; siempre estaba con
nosotros y era el único que dormía dentro de la cabaña; era muy posesivo y no se
fiaba de dejarnos a nuestro aire. Se acurrucaba a mis pies y me gustaba mucho
saber que estaba allí, siempre cariñoso y suave, se quedaba quieto y no
molestaba en toda la noche.
Pablo y yo nos compenetrábamos muy bien, cada uno sabía cual era su
trabajo y nunca tuvimos ningún problema; no discutíamos, no nos gritábamos y,
cuando había una oportunidad, nos reíamos de cualquier cosa, sobre todo de los
fallos que tenía alguno de los dos. Este buen convivir podría ser porque no
estábamos ansiosos de volver al mundo civilizado; aprendimos a valorar la suerte
de conocer una naturaleza virgen y sin contaminación, un mundo perfecto que nos
daba lo necesario sin pedir nada a cambio, puesto que ni siquiera teníamos que
cultivar lo que nos servía de alimento. Cada día era un regalo que aceptábamos
con gusto. Además, debo decir que, ninguno de los dos, éramos ni violentos ni,
irascibles; nuestras vidas así lo atestiguaban, de ahí todos nuestros sufrimientos
porque, es bueno ser comprensivos y pacíficos, pero también es conveniente
saber cuando hay que guardar el territorio y vedar a quienes quieren irrumpir en el
sin pedir permiso, en definitiva: Aprender a decir NO, cuando es necesario.

Sin darme cuenta, mis sentimientos por Pablo, estaban cambiando; antes lo
veía como un compañero, un amigo e intentaba comprenderle; pero esto que
sentía ahora, no era igual. Me daba miedo confesarme a mí misma que lo que
sentía era amor; por otra parte, era lo que había temido desde que tuvimos la
certeza de que nuestra estancia en la isla podía ser para siempre. Me daba miedo
tener que volver a sentir lo mismo que hacía ya tantos años; volver a ocultar mis
sentimientos y saber que eran inútiles, porque no tendría esperanzas, como en
aquellos tiempo de mi adolescencia; porque, aunque yo fuera muy distinta de
cómo era entonces, mi corazón estaba expuesto y vulnerable como si el tiempo no
me hubiera enseñado nada. Al igual que cuando tenía quince años, mis
sentimientos oscilaban entre la felicidad, la inseguridad y el sufrimiento.
Me sentía feliz porque nuestro mundo era el mismo, porque nos veíamos
todos los días, porque él me sonreía..... por tantas cosas que compartíamos.
Sufría, porque no dejaba de recordar los antiguos consejos de mi madre;
pensaba que si él llegaba a conocer mis sentimientos, puede que se sintiera
atraído porque estábamos solos, él era un hombre joven, lleno de fuerza y no
había donde elegir, así que no sería porque me quisiera libremente; estaba
convencida de que, si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, jamás se
habría fijado en mí, como me había pasado en los 25 años que llevaba en el
mundo. De todas formas, él no me demostraba un interés especial. Era amable y
siempre estaba de buen humor, pero yo seguía pensando que todo lo que
hacíamos juntos, sería muy distinto si hubiera alguien más allí. Estaba convencida

143
de que mi presencia le estaba impuesta y que él se comportaba de forma correcta,
era un caballero, pero nada más. Por todo esto, decidí que jamás debía saber
cuales eran mis sentimientos.

Mi vida cambió por completo desde que reconocí que me había enamorado
de Pablo; ahora ponía el máximo cuidado en no rozarle ni una mano. Cuando
llegaba la noche, yo me entretenía hasta que él se había dormido, entonces me
acostaba lo más lejos posible en aquella única cama que no era muy grande.
Procuraba no mirarle a los ojos; temía que él leyera mis sentimientos en los
míos ¡Me gustaban tanto sus ojos! Eran extraordinarios. A penas le hablaba,
siempre con el miedo a que se me notara la emoción que sentía con tenerle frente
a mí.
Dejé de bañarme con él; siempre tenía alguna excusa para no hacerlo. Me
daba vergüenza de que viera mis defectos, porque volvieron todos mis complejos
que creía haber superado. ¡Cuánto deseaba estar bien! No pedía ser una belleza
despampanante, solo quería haber sido como todo el mundo, agradable a la vista;
lo deseaba más que nunca en toda mi vida.

− Laura ¿Qué te pasa últimamente? Estas muy rara, parece como si


estuvieras enfadada conmigo. – Me sorprendió con esta pregunta y me dio mucha
rabia por no haber sido más discreta y haber sabido disimular mejor. No había
tenido en cuenta que él era un hombre muy inteligente.
− ¿Qué te hace pensar eso? ¿Cómo me voy a enfadar contigo? No pasa
nada, tú no has hecho nada. Ya sabes que las mujeres a veces pasamos por
temporadas con algo de depresión, pero se me pasará pronto.
¡Vaya argumento más falso! No se lo creyó y me observaba a todas horas;
estaba preocupado de verdad. Siempre me preguntaba si me encontraba bien,
creía que me estaba poniendo enferma y se esforzaba por darme lo mejor de la
fruta. Me sentía culpable por la expresión desolada que veía en sus ojos, así que
decidí volver a ser como antes, no me quedaba otro remedio que seguir con las
costumbres de siempre, pero aunque me esforzaba ya no era igual y él lo notaba.

Una noche, soñaba con una voz cálida y emocionada que me decía: “- Te
quiero, no sabes hasta qué punto te has metido en mi corazón pero ¿Por qué te
estas alejando de mí? Cada día te encuentro más distante. ¡Por favor, no me
hagas esto no sería capaz de soportarlo, si te pierdo a ti también, prefiero morir! –”
A la mañana siguiente, me sentía distinta, no podía dejar de pensar en aquella voz
suave y cariñosa que me susurraba al oído todo lo que yo quería escuchar. Con
gusto me habría vuelto a dormir para seguir aquel sueño maravilloso; pero tuve
que esperar hasta la noche.
Por fin llegó el momento de irse a dormir, no hablé con Pablo apenas nada,
mi único deseo era volver al sueño de la noche anterior. Me quedé dormida, pero
el sueño no volvió, como siempre que se desea algo hermoso que se nos escapa
de las manos dejándonos con el ansia de seguir. Todo el día siguiente lo pasé
frustrada y de mal humor. No entendía lo que me estaba pasando; intentaba
convencerme a mí misma de que solo era un sueño y que no debía afectarme

144
tanto, pero era lo que más deseaba escuchar de verdad y me conformaba con
soñar, ya sabía que en la realidad, sería imposible.
Unas noches después, cuando ya no esperaba encontrarme de nuevo aquel
sueño que tanto me había gustado, volvió. La voz aterciopelada y susurrante de
Pablo me decía: “- Laura, amor mío, yo mismo me avergüenzo de hablarte cuando
sé que no me escuchas; soy un cobarde, pero temo que pienses que te quiero
porque eres la única mujer que hay aquí, no es cierto. Me enamoré de ti en el
avión. Jamás olvidaré el momento en que te vi por primera vez, justo entonces
supe que había encontrado a la persona que era mi destino. Creí que estaba
traicionando el recuerdo de Elena, pero ahora estoy seguro de que ella lo
entendería y me animaría a vivir de nuevo sin estar atado a un pasado que, como
todos, nunca volverá.
Jamás en mi vida me había sentido loco de amor como ahora, nunca
imaginé que por callarlo, me llegara a doler la garganta y el corazón de una forma
física.

145
No me atrevo a decirte lo que siento por miedo a que te creas obligada a ser
cariñosa conmigo por lástima, ya que he tenido la debilidad de contarte mis
problemas. En cambio tú vives en tu mundo y no quieres que entre en él. Sé que
tienes mucho que contar y que te haría bien hacerlo, pero no tienes confianza en
mí. Quizá pienses que me importan tus cicatrices, pero te conozco y sé lo
extraordinaria que eres. ¿Qué importa lo externo, cuando el interior es tan
especial? –”

Aquello no podía ser un sueño; sentía su aliento cálido en mi cuello y cada


vez me encontraba más despierta. Mi corazón se volvió loco al darme cuenta de
que todo era realidad. Pablo me hablaba y decía que me quería, entonces, mi más
anhelado sueño se había hecho realidad. Me quedé quieta y procuré dominar mi
respiración para que el ritmo fuera igual que cuando estaba dormida, pero lo que
me era imposible dominar, era mi corazón, latía tan fuerte y tan deprisa que pensé
que Pablo podría oírlo; no fue así y él continuaba hablando: “- Te quise en Roma
mientras paseamos y durante el desayuno en la terraza de aquella cafetería tan
pequeña. Me gustó tu forma de comportarte y sentí una ternura infinita al ver tu
inseguridad; en cambio tu inteligencia y tu amplia cultura, me asombraron. Creo
que nunca había hablado con alguien que tuviera una mente tan brillante y a la
vez fuera tan sencilla y tan tímida. Luego, en las dificultades que encontramos en
el aeropuerto y en los hoteles, siempre serena y juiciosa, me ayudaste a no perder
la calma y más te quería.-”

Él seguía hablando emocionado. Se acercó un poco más y me rozó el


hombro, fue una caricia tan suave que parecía hecha con una pluma. Yo seguía
fingiendo estar completamente dormida; le engañé bien y me avergoncé al pensar
en lo que estaba haciendo, era como espiar a alguien en su intimidad pero, al
mismo tiempo, quería seguir escuchando sus palabras de amor; palabras que
nadie me había dirigido nunca en mi vida y que ansiaba escuchar tanto como el
agua cuando se está sediento.
Por la mañana, parecía que no había pasado nada; él seguía como siempre,
un poco distraído, callado y con los ojos perdidos en la lejanía que tantas veces
me hacían sentir ternura por su tristeza e impotencia por no saber cual era la
forma de borrar aquella expresión de su cara; me pregunté cuantas veces lo
habría hecho sin que yo me diera cuenta.

Pasé muchas noches fingiendo dormir y sabiendo que no debía hacerlo. Él


me abría su alma y así aprendí a conocerle cada día más. También empecé a
quitarme los complejos él, inconscientemente, me convenció de que lo más bueno
de una persona no es su aspecto, cuando siempre había sido lo más importante
en mi vida, puesto que me entristecía ver la reacción en las caras de quienes me
miraban, por eso tal vez, nunca le había dado importancia a mi alma. Por todo
esto, siempre he dicho que él era un ser diferente y sensible; jamás encontré a
nadie igual.

146
Muchas veces he pensado que si pudiéramos escuchar a la gente así, sin
que ellos lo supieran, tal vez llegáramos a encontrar que todos son mejor de lo
que creemos. Estoy segura de que la persona que pensamos como la peor y más
mala, también tiene su lado bueno y que, aunque esté equivocada, cree que tiene
razones que justifican su comportamiento. A pesar de los años que he vivido y de
haber conocido a gente de todas clases y razas, pienso que el ser humano es
bueno en su interior, aunque haya muchos que se olvidan o no quieren escuchar a
esa voz que está en lo profundo de nuestra alma y que nos dice lo que está bien y
lo que no.
Nuestra cultura nos ha enseñado a ocultar los sentimientos para protegernos
de los demás; puede que este concepto no sea el más acertado y que si
escucháramos a la gente tal como piensa y siente, cambiaríamos nuestro punto de
vista.

No sabía el tiempo que tardaría en hablarme abiertamente de su amor; yo


tenía que esperar a que él se decidiera, ¿Cómo iba a decirle que le escuchaba
cada noche? De día, él fingía y yo también.

Me admiraba comprobar como es el ser humano. ¡Tan complicado!


Estábamos allí solos, como si no hubiera más gente en el mundo y no éramos
sinceros el uno con el otro. Por miedo a ser rechazado, él seguía disimulando. Por
miedo a que descubriera mi falso dormir y la forma en que le estaba espiando, yo
callaba y me desesperaba por decirle que también le quería.

Aunque él me trataba como siempre, empecé a notar que me miraba mucho


cuando creía que no me daba cuenta. Buscaba la mejor fruta para mí, pero
siempre había una buena excusa: “- Me ha gustado el sabor que tienen y pensé
que a ti también te gustarían...He encontrado estas flores y las traigo para que las
veas...Mira estas uvas, o lo que sean porque no las había visto nunca, he pensado
en traértelas. Están allá arriba, en lo más alto de la isla; son muy dulces...-”
Sí, eran muy diferentes a todas las frutas que conocía. Su color era fucsia
brillante y llamaba mucho la atención. Los racimos eran grandes, largos y muy
pesados, como si los frutos estuvieran muy llenos de jugo. Parecían uvas, pero
eran completamente redondas, pequeñas y muy juntas unas con otras. Cuando
probé una, lo hice con precaución, su piel me resultó dura, pero al morderla,
explotó en la boca y se me llenó de jugo fresco, dulce y delicioso; comí una tras
otra y parecía que no podría parar; eran exquisitas. Desde aquel día, fueron
nuestra fruta preferida. A pesar de que estaban en un sitio bastante inaccesible,
Pablo se marchaba temprano para tenerlas en el desayuno, así lo hacía todas las
mañanas. Intentamos guardarlas de un día para otro, pero se estropeaban a las
pocas horas.

De vez en cuando, no sé el tiempo que pasaba de una vez a otra,


recogíamos la sal que se formaba en unas pequeñas salinas que nos habíamos
hecho; Pablo decía que la sal era muy importante en la alimentación. La verdad es
que, cuando asábamos el pescado y no teníamos sal, me parecía insípido.
También asábamos unos tubérculos parecidos a las patatas, pero eran más

147
dulces y menos harinosos. Era de la única manera que la usábamos porque no
cocinábamos nada más.

Aprendí por intuición a cocinar el pescado a la sal. Nosotros teníamos


nuestra propia receta. Hacíamos un montón de brasas y cuando estaban casi
apagadas, poníamos el pescado encima de unas hojas y lo cubríamos de sal, lo
envolvíamos y lo dejábamos entre las brasas; al poco rato estaba en su punto y
buenísimo. Lo había probado antes, pero no tenía ni idea de cómo se hacía.
Teniendo en cuenta que desde que nací habíamos tenido cocinera y, que las
pocas veces que entré en la cocina, fue cuando era muy pequeña y después del
accidente, no volví a verla más; así que no sabía absolutamente nada. Nunca
había limpiado el pescado y me daba repulsión hacerlo, entonces Pablo, como ya
te dije, lo traía limpio cuando venía de la playa, se lo agradecía mucho, porque,
estoy segura de que si hubiera dependido de mí, no habríamos comido pescado.

Perdimos la noción del tiempo, sólo veíamos que nuestro pelo crecía de una
forma increíble; teníamos una larga melena, sobre todo yo, porque ya tenía el pelo
largo cuando llegamos a la isla, pero ahora me llegaba mucho más abajo de la
cintura. Tenía un montón de adornos para recogérmelo; me hacía trenzas de
todos los tamaños y parecía que iba de fiesta siempre. Cualquiera que nos hubiera
visto, habría pensado que éramos salvajes. Pablo tenía una barba muy larga que,
de vez en cuando, se la recortaba con el cuchillo de sílex, pero esta forma de
afeitarse no le gustaba porque le hacía daño, así que prefería dejarla crecer.
Lo que nos parecía extraño era que, aunque pasábamos todo el día al sol y
nos bañábamos en el mar, nuestra piel era suave y no parecía quemada, ni
reseca; el pelo era brillante y mucho más hermoso que antes. Pablo lo tenía
negro, casi azulado y el mío estaba más rubio que nunca, tenía el color del trigo.
Miraba a Pablo y me parecía que estaba más joven y guapo que cuando llegamos
a la isla. No sé si te he dicho que era el hombre más hermoso y atractivo que he
visto en mi vida. Tenía los ojos claros y brillantes, siempre me parecieron los más
maravillosos del mundo, al igual que su sonrisa.

Al ver los cambios que se estaban produciendo en nuestros cuerpos,


pensamos que sería por la alimentación que llevábamos; nos sentíamos llenos de
energía y fuerza. Hasta a mí me costaba menos moverme y tenía una agilidad
desconocida; ya no me cansaba de andar por la arena y podía acompañar a Pablo
cuando paseaba por la isla; era un paisaje tan espectacular, que merecía hacer un
esfuerzo por verlo. Aquella inmensidad del mar azul y sereno, la pureza del aire y
la extraordinaria vegetación digna del Edén, que se podía ver con todo su
esplendor desde una roca saliente en lo más alto de la isla. Luego, cuando
descendíamos, caminábamos entre árboles altos y rectos que parecían perder sus
copas en el cielo tan azul y límpido como el mar, rodeados de plantas , arbustos y
flores; nuestros pies pisaban una esponjosa alfombra de hierba y no
necesitábamos ir calzados.

Una mañana, Pablo trajo bastantes uvas y nos pusimos a desayunar con
verdadero deleite. Sin saber cómo, una de las uvas se me rompió en la mano;

148
cuando el jugo se extendió por la piel, sentí un cosquilleo algo raro pero
agradable, era una sensación muy refrescante y, al caer en una de las cicatrices,
vi que, ante mis propios ojos, se iba borrando lentamente. A los pocos minutos, la
que antes era una marca profunda, ahora casi no se apreciaba. Pablo no se había
dado cuenta de mi silencio, absorta como estaba mirando mi mano y se sobresaltó
cuando empecé a gritar.

− ¡Esto es maravilloso! ¡Es magia pura! ¿Te has dado cuenta?- Le decía
enseñándole la mano llena de jugo pegajoso y rojizo.
− Pues no, no se de qué estas hablando ¿Qué te pasa?- Dijo alarmado y
acercándose a mi.
− Mira, es que no puedo creerlo. Se me ha roto una uva en la mano y se ha
derramado todo el jugo, ya ves el efecto que tiene ¡Se ha borrado la cicatriz! ¿Es o
no, mágico? – Le dije con el pulso acelerado y lágrimas corriendo por las mejillas.
− ¿Estás segura de que ha sido por eso?- Me preguntó teniendo mi mano
entre las suyas.
− ¡Claro que lo estoy! ¡Vamos a probar con otra a ver qué pasa!

Lo hice de nuevo con una marca de las más profundas; ante nuestros
incrédulos ojos, la cicatriz se fue haciendo cada vez menos visible, hasta que se
quedó tan pequeña que costaba trabajo saber donde había estado, dejando la piel
suave y limpia como si nunca hubiera tenido marca ninguna.
− ¿Lo has visto? ¡Ves como tenía que gritar! Desde hoy, si tú me traes las
uvas necesarias, me untaré todas las cicatrices aunque tenga que bañarme
entera; si hacen el mismo efecto que en las manos, dentro de poco tiempo, no vas
a conocerme. – Dije llena de entusiasmo y esperanza; más feliz que nunca en mi
vida.
− Puedes estar segura de que te traeré las que necesites pero, por mí no es
necesario que estés pendiente de untarte todos los días. Yo te quiero de todas
formas, estés como estés. ¿Qué importancia tiene que lleves más o menos
marcas? Simplemente, te quiero a ti, así como te he conocido.

Las sorpresas me dejaron sin poder reaccionar. Primero habían sido las uvas
mágicas, que iluminaban de esperanza el terrible complejo que tenía desde la
infancia. Después, Pablo me había dicho con la mayor naturalidad y sencillez, que
me quería. ¡Con tanto como lo había esperado! En ese momento era incapaz de
pensar, ni de hablar.
− ¿Has oído lo que te he dicho?- Me preguntó al ver que yo seguía sin
reaccionar, acercándose a mi, con la mirada fija en mis ojos y una expresión que,
en el estado en el que me encontraba, fui incapaz de descifrar.
− Sí, sí te he oído, pero no lo esperaba.- Le miraba a los ojos queriendo
decirle cuanto le había esperado y que yo también le quería, pero las palabras no
salían de mi boca, me era imposible pronunciar una sola más.
− Ya sé que no lo esperabas. Me he dado cuenta de que no tienes ningún
interés por mí, pero yo no puedo dejar de sentir lo que siento.- Empezó a decir
mirando a otro lado, como resentido y triste.- Te lo he dicho porque estoy cansado

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de disimular, aunque de ninguna manera quiero que te sientas obligada a nada, ni
que pienses que necesito una mujer. Mentiría si te digo que no te deseo, porque sí
y mucho, pero ese no es el motivo por el que te lo he dicho. Quiero que lo sepas y
nada más. También deseaba decirte que tu aspecto no me importa en absoluto y
que te quede completamente claro, que no te deseo sólo porque estemos solos en
esta isla, sino porque me enamoré de ti en el mismo momento que te sentaste a
mi lado en el avión. Espero que esta confesión, no te obligue a ser diferente
conmigo y que no afecte a nuestra convivencia en nada.

Cuando terminó de hablar, se marchó sin darme tiempo a reaccionar y la


oportunidad de contestarle, se perdió para mi. Me dolió mucho que no me dejara
decirle que yo también le quería. Dio por hecho que no sentía lo mismo por él. Me
cerró las puertas antes de entrar; por eso me reafirmé en mi propósito de que
nunca supiera cuales eran mis sentimientos hacia él, por mucho que me doliera no
poder compartir aquel amor que sentíamos y que nos hubiera hecho la vida
maravillosa.”

− ¡Oh, Laura, que triste! – Dijo Ana, interrumpiendo por primera vez el
relato y secándose las lágrimas que se desbordaban de sus ojos. - ¿Por qué no
corriste detrás de él y se lo dijiste? ¿Por qué no le gritaste que le querías?
− Ahora parece más fácil, incluso para mi, pero entonces estaba
demasiado sorprendida, herida y paralizada por los acontecimientos y no fui capaz
de reaccionar a tiempo. - Su expresión era muy triste y hablaba en voz más baja
que de costumbre. - Esos son los errores que a veces nos cuestan tan caros.
− Supongo que tienes razón, pero nunca he vivido una situación tan
desconcertante como esta. ¡Perdona la interrupción! Sigue, por favor.

“ - Me alejé lo más que pude y, donde creí que no me escuchaba, lloré


mucho, lloré como hacía años que no lo había hecho. Me ahogaba la angustia y
parecía que no había consuelo para mí.
Cuando logré dominar los sollozos, mi corazón me dijo que nunca debía
demostrarle el daño que me había hecho el que no me diera la oportunidad de
quererle. Así empezaron de nuevo los disimulos y la hipocresía.

Todos los días él, siempre atento a mis deseos, me traía las uvas fucsia y yo
me frotaba con su jugo todo el cuerpo y cada día la mejoría se iba notando. Los
tendones del brazo y de la rodilla, empezaron a distenderse y se volvieron más
flexibles, de manera que podía mover los miembros de forma fácil y natural. Todo
mi cuerpo empezó a cambiar y lo que alcanzaba a ver, me resultaba desconocido
y maravilloso. Mis piernas y brazos, tenían una piel sedosa y tersa, estaban llenos
de fuerza y agilidad, me daba la sensación de que me los habían vuelto a hacer".

Laura suspiró volviendo a sentir aquellas sensaciones pero, mirando a Ana,


se dio cuenta de que ésta estaba esperando con ansiedad que continuara y así lo
hizo.

150
"Una tarde, estábamos sentados en la puerta de la cabaña y me dijo:
− Laura, quiero pedirte algo, pero sin que te sientas obligada a nada que tú
no quieras.
− Primero dime de que se trata y luego veremos si puede ser o no.
− Me preocupa verte tan triste. Crees que no me doy cuenta, pero sé que
lloras cuando estás sola. ¿Por qué no quieres compartir conmigo lo que te hace
sentir tanta pena? Pensé que, al ver cómo iban mejorando tus cicatrices, estaría
más contenta, pero tu reacción ha sido la contraria. - Su preocupación era sincera
y me admiraba de que, a pesar de ser tan inteligente y tener tanta cultura, fuera
tan increíblemente tonto para no percibir las señales que le mandaba mi amor.-
Jamás me has contado nada de ti; nunca hablas de tu vida anterior a esta, nunca
compartes conmigo tus problemas, tus sufrimientos, ni siquiera en todo el tiempo
que llevamos juntos, me has dicho como fue el accidente en el que te quemaste.
Eso me duele porque demuestras que no tienes confianza conmigo, o tal vez lo
que tú deseas es que no nos una, absolutamente nada. Si no conozco el camino
a tu corazón, nunca podré llegar hasta él. Puede que esto sea lo que tú quieres
¿No es así?
− No, no es así. Lo que pasa es que durante toda mi vida he intentado
ocultar mis defectos y mis sentimientos. Siempre he temido que los demás no
entiendan como soy y lo que me hace sufrir. Es muy difícil olvidar todo eso en tan
poco tiempo. No he querido nunca ser vulnerable, porque lo soy y mucho. Siempre
he temido que se burlaran de mi, como cuando era pequeña, como lo hicieron
muchas veces. Estas cosas, aunque todo haya cambiado y por absurdo que te
parezca, todavía me hacen daño.- Le hablé con sinceridad y con cariño, pero me
era imposible confesarle mis sentimientos.- Jamás he pensado en ocultártelo y te
prometo que, en cualquier momento, cuando me encuentre preparada, te contaré
absolutamente todo. Quiero que sepas que tú eres la única persona que me
conoce y a la que le he hablado más de dos frases seguidas. Especialmente
siendo un hombre.
− Espero que no pienses, ni por un instante, que yo me iba a burlar de ti.
− No, no, ya sé que tú no lo harías nunca, pero llevo demasiado tiempo con
ese miedo y me he acostumbrado a no hablar de mis cosas con nadie. Dame un
poco de tiempo, hasta que me haga a la idea.
− Solo quería saber el por qué de tu tristeza y de la poca confianza que tenías
conmigo; tómate el tiempo que necesites y hazlo cuando creas que debes. Te
vendrá muy bien descargarte de todo.- Diciendo esto, me cogió la mano y la
retuvo más de lo esperado. Yo temblaba por dentro y temía que él lo notara, pero
no dijo nada.
Había oscurecido completamente; nos metimos en el interior de la cabaña; él
se acostó y yo me quedé sentada delante del fuego un buen rato pensando. En mi
interior se estaba librando una terrible batalla. Por una parte estaba mi corazón, él
quería decirle todo lo que sentía, declararle mi amor sin reservas, sin importarle
nada más. Por el otro estaba mi cerebro bien amaestrado por los años de
convivencia con mi madre, él me decía que no fuera tonta al rendirme tan pronto,

151
en cuanto el hombre había movido un dedo; que las mujeres debían ser discretas
y esperar a que ellos tomaran la iniciativa, que su único interés sería el puramente
físico y que después se cansaría y no me haría ni caso.

Los días pasaban, pero no me decidía a hablar. Me costaba trabajo contarle


a otra persona, mejor dicho, a la persona que más quería y que más me
importaba, todo lo que había sufrido por la incomprensión de mis padres y de
todos lo que me rodeaban. Mis complejos, mis fracasos, mis penas...era abrir la
puerta de mi corazón, como él había dicho. Quería hacerlo pero una voz interior
me lo impedía. “ Si abres tu corazón, no solo puede entrar el amor, también le das
el poder de herirte en lo más sensible de tu ser, a la persona que dejes entrar.” Sí,
y tenía mucha razón. Era dejar el alma desnuda.
Por otro lado pensaba, que si te habían dado algo, tú debías responder con
algo tuyo. Él me había dado su confianza y me había ayudado cuando me
encontraba en un mal momento, no se preocupó de la forma en que yo podía usar
lo que me había contado, aprovechándome de sus debilidades. Él fue más
generoso que yo. ¿Por qué? ¿Es que me había vuelto dura? Yo le quería más que
a mí misma, me derretía cuando él estaba cerca de mí. No, no podía ser dura;
solo estaba amargada por tantos años de sufrimiento. Ya no era una niña, tenía
más de 25 años y ninguna experiencia en el amor. Puede que todos mis
razonamientos se resumieran en una sola palabra: Miedo.

El tratamiento con el jugo de las uvas, iba dando excelentes resultados; todo
el cuerpo se podía decir que estaba totalmente normal; pero en lugar de volverme
loca de alegría por conseguir lo que era imposible, la lucha que se debatía en mi
corazón, eclipsaba todo lo demás.
¿Por qué no buscaba a Pablo y le decía que yo también le quería? ¡Era tan
fácil hacerlo! ¿A qué esperaba? Tenía que vencer esas tontas ideas y esos
prejuicios que nos habíamos traído del pasado.
Estábamos viviendo un maravilloso sueño. Disfrutábamos de un paraíso,
éramos jóvenes, llenos de amor y energía, solo nos impedían llegar a la felicidad,
los miedos y las frustraciones de un mundo que quedaba a años luz de nuestro
presente.
Estaba decidida a romper con todo y decirle a Pablo lo que debía. En ese
momento llegó él y en silencio, me cogió de la mano, me llevó adentrándonos en
el pequeño bosque donde nacía el arroyo que alimentaba el lago de agua dulce.
− Ven Laura, quiero enseñarte una cosa que te va a gustar mucho.- En sus
ojos brillaba una luz que me intrigó enseguida, se le veía distendido y sonriente
como hacía demasiado tiempo que no lo estaba.
En un recodo del arroyo, había un remanso donde el fondo estaba cubierto
de piedras negras que reflejaban la luz haciendo el efecto de un espejo, era tan
nítido que se podían apreciar todos los detalles por pequeños que fueran.
− ¿Qué es esto? Pero... ¿Cómo es posible?- Dije cuando Pablo me indicó
que mirara dentro. El rostro que se reflejaba, no era el mío.- Esta no soy yo ¿Qué
me ha pasado? ¿Por qué no me lo dijiste antes?

152
− Porque ni yo mismo lo creía. ¡Es una maravilla! Toda tu piel se ha
regenerado y ha quedado tan joven y hermosa como la de un niño; fina,
transparente y de un color saludable.- Me miraba con aquella expresión
enigmática que había tenido en los últimos días. Ahora comprendía el por qué.-
¿Dónde están tus problemas? Porque, aunque no me lo hayas dicho, esta era la
raíz de todas tus penas. Sin embargo, ahora eres la criatura más perfecta y
hermosa que he visto en mi vida. ¿No crees que ha llegado la hora de que seas
feliz?

Le escuchaba, pero toda mi atención estaba concentrada contemplando


aquella imagen desconocida y a la vez tan familiar. Era yo, pero no podía creerlo.
Como me había dicho Pablo, la piel de todo el rostro era perfecta; parecía que mis
ojos tenían otro brillo, su color era de miel, pero más transparente. El pelo
abundante, sedoso y larguísimo, se movía con la brisa; todo parecía salido de un
sueño. Era una mujer nueva y muy hermosa. Era la Laura que hubiera sido de no
haber tenido aquel desgraciado accidente tan pequeñita.

No podía pedir nada más al destino. Estaba con el hombre que amaba, mis
defectos se habían convertido, como por arte de magia, en belleza; estábamos
solos en el paraíso sin que nadie, ni nada se interpusiera entre él y yo. ¡Todo era
perfecto!
Algunas veces había escuchado a alguien decir que las recompensas y los
castigos, se podían tener en la tierra y que no era necesario morir y esperar hasta
el juicio final, si tal cosa fuera cierta. Ahora, mirándome en aquel remanso de
aguas cristalinas, pensé que tenían razón, que la transformación que se había
producido en mí, era la recompensa a tantos sufrimientos por los que había
pasado desde que podía recordar.
Me volví para mirar los ojos de Pablo; ya no tenía por qué retrasar lo que
tanto tiempo había callado, le hablaría de mi amor por él, le contaría toda mi vida
porque el dolor ya no era el mismo; lo único que guardaría para mí, como secreto,
era que le había escuchado por las noches cuando me hablaba ¡Jamás se lo diría!
En sus ojos vi un gran amor y la esperanza de que el muro que habíamos
levantado entre los dos, se derrumbara; sentía tanta emoción, que atenazaba mi
garganta y no me dejaba hablar. Me abracé a su cuello y él me estrechó
fuertemente entre sus brazos y lloramos los dos como niños. Cuando me besó,
sentí nacer dentro de mí una nueva y desconocida emoción ¡Cuánto lo había
deseado! Todo era nuevo, pero en mi corazón sabía que lo había estado
esperando desde el principio de los tiempos; aquel juntarse nuestras almas y
nuestros cuerpos, era como recordar otra vida perdida en el espacio. Como
cuando se juntan las piezas de un puzzle que han costado mucho tiempo
encontrar, pero al final encajan perfectamente, así eran su cuerpo y el mío.
Me dio un poco de vergüenza al pensar si notaría que era la primera vez que
me besaba un hombre ¡A mi edad! Nos miramos y sonriendo me dijo: “- Ahora sí
que estamos en el paraíso.-” Volvió a besarme y no sé cuanto tiempo pasó.

Algunas noches, cuando solo se escuchaba el suave rumor del mar y el


pacífico ritmo de la respiración de Pablo, acostada junto a él pensaba que, si

153
alguna vez salíamos de la isla y le contaba todo lo que nos había sucedido allí a
alguien, no me creería. Era demasiado fantástico y maravilloso y, parece ser que,
si lo que se cuenta son horrores, sí te cree todo el mundo. Era un cuento de
Hadas que no podía convertirse en realidad. ¿Por qué las cosas que son buenas,
resultan más difíciles de creer? Cuando alguien cuenta alguna desgracia, por
terrible que sea, nadie duda de su veracidad.

Pablo tenía razón al decir que vivir allí era una compensación; ahora lo
entendía y me daba rabia haber perdido tanto tiempo en remilgos, pudiendo haber
sido felices desde el primer día, pero la carga de penas y convencionalismos que
llevábamos a la espalda, necesitaba un tiempo para poder dejarla caer.
Se podía decir que esta compensación era justa, porque los dos habíamos
tenido experiencias muy dolorosas en nuestra vida. Pero ¿Por qué a nosotros,
cuando había personas que lo necesitaban mucho más? Esto me hacía pensar en
quien es el que lo decide. ¿Cómo saber si unos lo merecen más que otros? como
cuando se dice que Dios ha hecho un milagro por cualquier tontería y no
pensamos en que hay verdaderas necesidades y para ellas no existen los
milagros, vengan de donde vengan. ¡Cuantas vueltas le he dado a estos temas,
sin encontrar nunca una respuesta!

Nuestra vida cambió de forma radical; todo era igual, pero lo veíamos bajo
otra perspectiva. Ahora ya no había nada que ocultar, nada por lo que
avergonzarse; no había que disimular los sentimientos, todo era felicidad y amor.
Nos amábamos en cualquier sitio y a cualquier hora; no nos cansábamos el uno
del otro.
Él era cariñoso y tierno, con una paciencia infinita al principio, porque sabía
que yo no tenía ninguna experiencia; jamás se lo tomó a broma, ni me hizo sentir
torpe.
Nuestras penas quedaron atrás y, poco a poco, la expresión triste de sus
ojos se fue perdiendo. Cuando le miraba me sentía satisfecha, porque la felicidad
que ahora brillaba en su mirada, era cosa mía.

Como siempre, había noches que me quedaba mirando el débil resplandor


del fuego que ardía constantemente en el hogar y pensaba en cosas que, sabía no
tendrían contestación, pero seguía dándoles vueltas. Si el aspecto físico no tiene
importancia ¿Por qué cuando mis cicatrices se perdieron, todo cambió y fue más
fácil? Puede que fuera por la influencia que tenían en mi mente, pero eso tira por
tierra todas las teorías, claro que importa el físico, aunque, después de conocer a
la persona que no es agradable a los ojos, uno piensa que el exterior es lo de
menos; pero hasta llegar allí, es necesario encontrar un atractivo, si no es así, la
oportunidad de conocer sus valores internos, se pierde casi siempre. También he
notado que quien le da más importancia al interior, es siempre la persona poco
agraciada por fuera; de alguna manera tiene que ingeniárselas para hacer que los
demás puedan verle como realmente es.

Los días pasaban deprisa y, como te he dicho antes, no nos molestábamos


en contarlos. Tal vez, para alguien que nos viera desde lejos, supondría que la

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vida que llevábamos era monótona; pero a nosotros nos gustaba que todos los
días fueran iguales porque no podíamos pedir más. Disfrutábamos de la
naturaleza y de los animales que nos ensañaban cómo se podía vivir sin temores,
ni envidias. Porque allí nadie nos podía envidiar, lo que nos llenaba de
tranquilidad; en nuestra vida anterior, habíamos aprendido que la felicidad de
algunos, podía ser la peor ofensa para otros, que no la perdonaban hasta que
conseguían que se acabara, entonces se mostraban satisfechos; en ocasiones era
mejor que no se supiera que eras feliz.

Pasábamos el día jugando, nadando y nos reíamos mucho, sobretodo


cuando Pablo intentaba pescar y se le escapaban los peces, le daba tanta rabia
que yo me moría de risa. Se empeñaba en que lo intentase, pero no lo consiguió,
me veía incapaz de pescar nada, lo mío era tejer; me había convertido en toda
una experta en hacer ropa, algo rudimentaria, pero bastante útil.
Otra cosa que nos gustaba a los dos, era hacer vasijas de arcilla;
conseguimos tener una buena colección de todas las formas y tamaños; las
decorábamos haciendo dibujos con un palillo cuando todavía estaba el barro
fresco, luego las dejábamos secar al sol.
También le ayudé a construir un porche para la cabaña. Cuando estuvo
terminado, dormíamos algunas veces bajo él; allí se estaba más fresco que dentro
y podíamos escuchar los sonidos de la noche: el canto de las aves nocturnas, el
rumor de la brisa entre las hojas y, lo mejor de todo: el mar ¡Qué relajante y
hermoso era escuchar el constante ir y venir de las olas que morían en la playa!
¡Qué extraordinario era hacerlo abrazada a la persona que más amabas!
Mirábamos en silencio el azul oscuro del cielo iluminado por una grande y
redonda luna, que parecía invitarnos a adentrarnos con ella en el agua, siguiendo
el camino de plata que ella había pintado en la superficie del mar, festoneado con
miles de luces.
En silencio, sin necesidad de palabras nos comunicábamos las sensaciones
que nos producían las pequeñas cosas que nos rodeaban; por ejemplo: Rico tenía
una novia; no sabíamos de donde había venido. Era una preciosidad; más
pequeña que él y algo más clara de color, tenía la naricilla respingona y los ojillos
brillantes y pícaros. No le costó ningún trabajo hacerse amiga nuestra y al cabo de
un tiempo, nos sorprendieron con cuatro cochorritos a cual más bonito y gracioso.
Los adoptamos y hablábamos de nuestros nietos como si lo fueran de verdad.
Aquella fue una de las alegrías más grandes de las que disfrutamos allí.

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EL REGRESO

CAPITULO V

Una mañana, cuando el sol empezaba a poner el cielo color rosa, nos despertó el
sonido de unas voces. Nos miramos extrañados porque los dos habíamos
pensado que se trataba de un sueño. ¿Cuánto tiempo hacía que no
escuchábamos hablar a otras personas que no fuéramos nosotros?
Precipitadamente nos levantamos y vimos que en la bahía, había anclado un
barco grande y viejo; no se sabía si tenía algún otro color que no fuera marrón
oscuro con correones de óxido por todo el casco. En esos momentos, unos
marineros de aspecto desaliñado y sucio, varaban un bote en la playa. Sus voces
se oían con bastante claridad con palabras que no entendíamos y que se gritaban
unos a otros aunque estuvieran cerca.
Nuestra primera reacción, fue la de escondernos. Estábamos realmente
asustados, pues hacía mucho tiempo que no veíamos a nadie y, contemplando el

156
aspecto de los visitantes, no estábamos muy seguros de querer que nos vieran,
pero ya era demasiado tarde; además, nuestra cabaña se podía ver desde la
playa y otras muchas cosas delataban nuestra presencia. Parados sin saber qué
hacer, nos encontraron los marineros que, a grandes zancadas, se dirigieron hasta
nosotros.

Sin mostrar sorpresa alguna por nuestra presencia en aquella isla,


empezaron a hablarnos, pero no entendimos nada; tenían un idioma muy raro al
que no se parecía ninguno de los que nosotros conocíamos.

Hablaron entre ellos unos instantes y rápidamente, dos de ellos, se volvieron


a la playa, cogieron el bote y volvieron al barco. Al cabo de unos minutos, vimos
que el bote volvía llevando un marinero más. Cuando estuvieron cerca,
comprobamos que el otro que les acompañaba, era bastante más mayor, pero su
aspecto era igual que el de los otros, sin afeitar, andrajoso y con el pelo, ya gris,
enmarañado, su cara, como de cuero viejo y agrietado, estaba surcada de arrugas
en las que se podía apreciar que hacía mucho tiempo que no la había tocado el
agua y el jabón.

Se acercó a nosotros y empezó a hablarnos en un inglés con mucho acento,


que nos costó algo entender, pero que por lo menos, nos ayudaba a
comunicarnos. Estábamos impacientes por saber quienes eran y qué estaban
haciendo allí.
Nos contó que eran balleneros, pero que su barco había tenido una avería y
que necesitaban un sitio tranquilo para repararlo; habían visto el humo de nuestra
chimenea desde lejos y eligieron este lugar por no estar desabitado, porque
necesitaban aprovisionarse de agua dulce y alimentos.

Después de escuchar las razones que les habían llevado hasta allí, la única
pregunta que se le ocurrió a Pablo fue: ¿En que año estamos?
El hombre nos miró sin comprender por qué le preguntaba semejante cosa.
Después de tomarse su tiempo para responder, lo que dijo nos sorprendió mucho:
estábamos en 1960, es decir, llevábamos en la isla cinco años. No nos habíamos
dado cuenta del paso de los meses; tan ocupados al principio por instalarnos con
alguna comodidad y tan felices y tranquilos después, que no fuimos conscientes
del correr de los años.
Otra de nuestras dudas que más nos intrigaba, era saber si podía decirnos
dónde estábamos y como se llamaba la isla; a lo que nos contestó que él no lo
sabía, que para eso tendríamos que hablar con el capitán.

Nos condujeron hasta el barco y allí nos recibió el capitán, que también
hablaba un difícil inglés.
Era un hombre alto y robusto de hombros cuadrados, que tenía la cara
curtida por el viento, el sol y los años de duro trabajo; su gesto era adusto y de
pocos amigos. Nos saludó dándonos la mano, esta era tan grande que pensé que
la mía se había perdido desintegrada por el terrible apretón que me dio. Cuando
habló, su voz era igual que los trueno en una noche de tormenta. Los dos nos

157
sentimos intimidados y algo acobardados por aquel hombre tan terrible. A ninguno
de nosotros le hubiera gustado estar en la piel de un pobre marinero cuando el
capitán le llamara la atención.

Le contamos cómo fue nuestro accidente y que no sabíamos nada de los


demás pasajeros, ni dónde estábamos. Él nos dijo que tampoco conocía aquella
isla, porque no la había encontrado en ningún mapa, explicó que navegaban hacía
la isla de tasmania y se habían encontrado con que a lo lejos se divisaba un
pequeño islote en el que se veía salir humo, por curiosidad se habían acercado y
descubrieron la isla que estaba habitada a pesar de su tamaño y vieron la
oportunidad de hacer las reparaciones que necesitaba, así como acopio de agua y
víveres.
Nos ofreció la oportunidad de marcharnos con ellos hasta el primer puerto al
que llegaran. Dentro de lo poco agradable que parecía, nos trató con algo que
podía llamarse amabilidad. En el momento no le contestamos, sólo le agradecimos
su ofrecimiento y nos acompañaron de regreso a nuestra cabaña.

Los siguientes días, fueron de reflexión, hasta que tomamos una decisión:
Nos quedaríamos allí para siempre. ¿Dónde íbamos a vivir mejor? Volvimos a
imaginar cómo era la vida en el mundo que ya teníamos olvidado, sus
inconvenientes y sus ventajas; sopesamos las dos posibilidades y al final
decidimos seguir allí. ¡No había otro lugar como este en ninguna parte! Además,
éramos las únicas personas que nos queríamos sin condiciones el uno al otro en
el mundo.

Conforme iban pasando los días, veíamos el cambio que estaba sufriendo
nuestro paraíso. Esto no lo podíamos esperar y nos producía una terrible
depresión, palabra que habíamos conseguido olvidar y que con la llegada de
aquellos hombres, regresó a nuestro vocabulario.
Los marineros del barco ballenero, mataban a los animales, a nuestros
amigos, lo hacían sin piedad, los pelaban para luego asarlos en grandes hogueras
que hacían en la playa, con los troncos de aquellos preciosos árboles que siempre
habíamos respetado nosotros, o los almacenaban como alimentos frescos para su
viaje. Rompían sin miramiento las ramas de los frutales que tanto nos gustaban
cuando recogían la fruta que después desperdiciaban diciendo que no les
gustaba. La playa se convirtió en pocos días en un basurero y siempre que
terminaban de comer, los restos se fermentaban al sol y los olores desagradables
empezaron a formar parte del aire que respirábamos.
En poco tiempo, el hermoso paisaje, se estaba convirtiendo en un vertedero.
Comprendimos sin que nadie lo tuviera que explicar, lo que el hombre le podía
hacer a la naturaleza y nos sentimos impotentes para evitarlo. Los animales que
nunca nos habían temido, ahora se escondían, o corrían despavoridos, asustados
hasta de nosotros. El maravilloso canto de los pájaros, también cesó, sustituido
por el de los vozarrones de los marineros borrachos que se pasaban el tiempo
tumbados y con la botella en la mano hasta que se les terminaba y tenían que
volver al barco a por más.

158
A todas horas el silencio se veía roto por los disparos y las carreras en busca
de las aves más grandes o de los otros animales que se refugiaban donde podían.
Ante aquella desolación y aquel desastre, pensamos que no debíamos
permitir que eso continuara, así que acabamos por decidir que teníamos que irnos.

− Creo que lo mejor que podemos hacer es irnos con ellos. – Dijo Pablo al
contemplar, desde la puerta de nuestra cabaña, la playa llena de desperdicios y
restos de plumas y vísceras de los animales que habían matado. - Si saben que
no hay nadie aquí, tal vez no vuelvan. Así evitaremos que lleguen otros. Esa es la
única solución que encuentro para que no se desintegre todo esto.
− Sí, pienso lo mismo que tú. Por mucho que nos duela, es lo mejor que
podemos hacer; si siguen así, me moriré de angustia.

Esta fue la razón que nos obligó a decidir volver a la llamada civilización. No
sentíamos ningún deseo de emprender una nueva vida; de empezar la lucha por la
posición social, por el dinero y tantas otras cosas a las que te arrastra la sociedad
y la convivencia en las ciudades, tienes que respetar sus leyes y sus costumbres
establecidas.

Después de un mes, el barco estaba a punto para emprender de nuevo su


viaje por el Océano Indico hasta Tasmania, como había dicho el capitán.
Nosotros pronto estuvimos preparados porque no teníamos nada que
llevarnos, solo cogimos un cuenco de barro que nos servía de frutero y algunos
adornos trenzados con las fibras que tanto nos habían ayudado y que me ponía
para recogerme el pelo. También nos llevamos bastante fruta de la que se podía
conservar algún tiempo, no como las uvas fucsia que no duraban más de unas
horas, lo que nos dio verdadera pena, porque sabíamos que ya no podríamos
saborearlas nunca más con tanto que nos gustaban. No sabíamos con qué nos
íbamos a alimentar en el barco, ya que la sola idea de comer la carne de nuestros
queridos animales y, para colmo, que la cocinaran los marineros, nos revolvía el
estómago.

Nos despedimos de nuestro querido Rico, de su linda novia Lana y de


nuestros queridos “nietos” que ya eran grandes y hermosos; nos costó mucho
poder encontrarlos, pues como he dicho antes, los animales se escondían de los
hombres y tenían miedo hasta de nosotros. Nos dio mucha pena separarnos de
ellos. Era como dejar a la familia para siempre.
En principio, pensamos en llevarlos con nosotros, pero nuestro futuro era
muy incierto y no podíamos responsabilizarnos de unos animalitos; por otro lado ,
preferíamos que continuaran en su ambiente, porque no sabíamos si se
adaptarían a vivir en una ciudad con lo temerosos que se habían vuelto.

La impresión que recibimos al ver más detenidamente el barco, fue de


desolación. Era horrible; estaba muy sucio, pero lo peor no era eso, era el terrible
olor asqueroso y penetrante a pescado podrido, a grasa rancia de años y años,
que hacía escocer la nariz y quemaba cuando entraba hasta los pulmones.

159
Pensamos que no podríamos aguantarlo por mucho tiempo y nos arrepentimos de
estar allí.
− ¿Es que no os gusta el maravilloso perfume del que disfrutamos?¡Ja! ¡ja!
¡ja,! ¡Eso se cura con el tiempo! Cuando llevéis unos días, ya no lo notaréis. La
nariz se acostumbra y no os volveréis a acordar de él. – Se burlaba de nosotros el
viejo Vladimir, nuestro intérprete que, al fin y al cabo, resultó ser un buen hombre.
Nada más subir al barco, nos condujeron hasta un rincón del camarote que
compartía la tripulación. Este rincón parecía algo más íntimo; allí nos asignaron un
jergón. Estaba muy sucio y olía a humedad y a sudor de muchos años. La tela que
lo cubría era de rayas de un color indeterminado, era tosca y estaba tiesa por la
suciedad y el salitre. Los trapos que lo cubrían, a modo de sábanas, tampoco se
podía apreciar de qué color eran; después de pedir permiso al capitán por medio
de Vladimir, me permitieron lavarlos, pero el jergón era más difícil y tuvimos que
conformarnos con él, tal como estaba.

Al cabo de un tiempo de haber zarpado, se acercó a nosotros un muchacho


flacucho y con cara de asustado, nos dio unas ropas que debíamos ponernos por
orden del capitán, según nos dijo Vladimir, porque las nuestras, no eran
apropiadas para estar entre los hombres del barco y, más adelante, se nos daría
un jersey para que no pasáramos frío, esa fue su explicación.
Sobre las ropas tenían razón, puesto que lo único que llevábamos era lo más
indispensable para cubrir solo las partes más delicadas y comprendimos que la
tripulación no debía sentirse cómoda con la vista de mis atributos; sin decir nada,
nos vestimos con unos pantalones demasiado grandes para mí, que tuve que atar
con una cuerda a modo de cinturón, porque se me caían, y una camisa arrugada y
medio descosida.
Nos comunicaron que el capitán había ordenado que no estorbáramos a la
tripulación en su trabajo y que hiciéramos lo posible para que no se notara nuestra
presencia en el barco; porque bastante habían hecho con permitirnos viajar con
ellos sin pagar nada.
Esto nos incomodó mucho, puesto que había sido el capitán el que tanto
había insistido en que nos marcháramos con ellos y ahora nos estaba haciendo
ver que era un favor, más bien, una obra de caridad, el permitirnos estar en su
asqueroso y maloliente barco.
Nuestros días pasaban despacio y aburridos. Siempre tenía la sensación de
mareo y el estómago se me revolvía solo con pensar en la comida. Solo después
de caer el sol, se nos permitía salir a cubierta. Teníamos los pulmones enrarecidos
con el aire malsano de las bodegas y nos sentíamos sucios, aburridos y algo
desesperados. Al salir a cubierta, respirábamos varias veces para limpiarnos de
todos aquellos olores.
Allí no había libros para poder pasar el tiempo algo más entretenidos. Con lo
único que contábamos, era con una vieja baraja de cartas con dibujos extraños
que no entendíamos, pero la utilizábamos para jugar los juegos que conocíamos.
Las horas pasaban con una lentitud agobiante, siempre mecidos por el constante
vaivén del barco que nos tenía el cerebro atontado.

160
Siempre estábamos juntos; no me separaba ni un instante de Pablo. Las
miradas lascivas y los gestos obscenos que me dirigían los marineros, me tenían
aterrorizada. Se notaban los efectos de la convivencia con seres extraños.
Nuestros sentimientos tan limpios y sinceros, se veían manchado por los de temor
y desconfianza ante todo lo que nos rodeaba. Aprendimos a no confiar en nadie,
porque algunos de los marineros, nos miraban con ojos codiciosos, como si
envidiaran algo nuestro.

Un día, mientras paseábamos por la cubierta, aprovechando nuestros


minutos de respirar el aire fresco que tanta falta nos hacía, uno de los marineros,
fue sorprendido por el capitán mientras me decía algo en su extraño idioma y
sonreía con los dientes negros y estropeados, guiñándome un ojo. El capitán le
llamó y, en su idioma, le dijo algunas palabras que sonaron muy duras; el hombre
bajó la cabeza y se marchó. Desde aquel momento, no volví a ver ninguna otra de
aquellas miradas, ni se dirigieron a mí para nada. Cuando algunos se cruzaba
conmigo, bajaban los ojos. Gracias a esto, me fui sintiendo más tranquila pero
sabía que el peligro seguía latiendo a mi alrededor.

Solo llevábamos unos días viajando, pero el único deseo que teníamos era
llegar a cualquier parte, no importaba a donde.

Una de las cosas que más nos amargaban la vida, era la imposibilidad de
bañarnos. Nos sentíamos sucios y nos parecía que nos picaban todos los bichos
del barco. Estábamos acostumbrados a bañarnos varias veces al día; pero allí,
solo nos dejaban hacerlo una vez por semana y con muy poca agua. Esta
costumbre les parecía una tontería y un despilfarro de la apreciada y escasa agua
dulce.
Para colmo de males, llegó el momento en que nos quedamos sin la fruta
que habíamos llevado con nosotros y no nos quedó otro remedio que probar la
comida que preparaba uno de los marineros al que llamaban cocinero, pero que
no lo era.
En cuanto nos llevamos una cucharada a la boca, sentimos ganas de
vomitar, era horrible y asquerosa, además sabíamos la poca higiene que había en
todo el barco, así que no queríamos ni imaginar cómo estarían las cocinas.
Si continuábamos así, nos moriríamos de hambre. Dándole vueltas a la
cabeza en busca de una solución, llegamos a una decisión que nos pareció la más
acertada. Le pedimos a Vladimir que nos hiciera el favor de decirle al capitán que
deseábamos hablar con él.
Al poco rato vino a buscarnos y nos condujo hasta su camarote. A diferencia
del barco, allí todo era lujo y limpieza; las paredes estaban recubiertas de maderas
nobles y el mobiliario brillaba de cera bien pulida, las alfombras eran mullidas y
hermosas. Pablo y yo, nos miramos sin dar crédito a nuestros ojos. Después de
todo, el capitán no era tan bruto como parecía.
Nos invitó a pasar con una cortesía que desconocíamos en él. Nos sentamos
en unos preciosos sillones tapizados de suave piel verde oscuro y nos dijo que
estaba dispuesto a escuchar lo que tuviéramos que decirle.

161
− Señor, estamos muy agradecidos por la amabilidad que ha tenido con
nosotros al invitarnos a viajar en su barco sin cobrarnos nada, por eso hemos
pensado que teníamos que corresponderle de alguna manera ofreciéndole
nuestros servicios. Nosotros, como puede ver, no sabemos nada de barcos y en lo
único que podemos ser útiles sería en la cocina; de esta manera Ud. ganaría un
hombre más para trabajar de marinero, mientras nosotros nos ocupamos de
cocinar. - Conforme Pablo iba hablando, la expresión del capitán que, al principio
era de escepticismo, fue cambiando hasta que pareció gustarle nuestra propuesta.
− Estoy de acuerdo en que piensen pagar de alguna manera su pasaje. Les
daré la oportunidad de probar en la cocina, pero si a mis hombres no les gusta su
forma de cocinar, tendrán que dedicarse a la limpieza que, como ven, es bastante
necesaria.
No queríamos ni pensar en ocuparnos de limpiar el barco, aunque
imaginábamos que la cocina sería horrorosa, el barco era bastante más grande y,
por mucho tiempo que estuviéramos allí, nunca lograríamos ver el resultado de
tanto trabajo.
Sin una palabra más, hizo un gesto de despedida y Vladimir nos llevó de
nuevo a cubierta. Buscó al cocinero y nos acompañó hasta la cocina; allí nos
tradujo el menú de la semana que estaba escrito en un trozo de papel bastante
amarillento y grasiento y nos dejaron solos.

Cuando nuestros ojos recorrieron la cocina, empezamos a dudar de si la idea


que habíamos tenido era buena. Aquello parecía un basurero, no se le podía dar
otro nombre y, aunque habíamos imaginado que estaría muy mal, enseguida
supimos que nos quedamos cortos.
Todo parecía de color marrón oscuro, el menaje era negro y chorreaba
grasa; en el suelo la basura se amontonaba y, pisar en él, era un peligro constante
de romperse una pierna, de tantos desperdicios y grasa que había esparcidos por
todas partes.
− ¡Donde nos hemos metido! ¿y tenemos que hacer la comida para dentro de
cuatro horas? ¡Eso es imposible! – Dijo Pablo, tapándose la nariz y asustado ante
aquel espectáculo.
− Si nos entretenemos en quejarnos, no nos va a dar tiempo de nada. Lo
primero es limpiar los recipientes que vamos a usar ahora, después tendremos
tiempo de ir limpiando todo lo demás. Voy a ver lo que hay en la despensa, como
no conocemos ninguno de los platos que están en el menú, nos los inventaremos.
Lo que importa es que no nos muramos de hambre y de asco. – Le dije con más
ánimo del que tenía en realidad.

La despensa estaba bien provista de conservas de todas clases, de harina,


azúcar y legumbres. En la cámara frigorífica, todavía quedaban algunas verduras
y bastante carne de ternera, pollo, cerdo, además de todos los animales y aves
que habían matado en la isla, los cuales, apartamos para no cocinarlos a menos
que fuera imprescindible; encontramos también algunas docenas de huevos,
aunque dudamos de su frescura, antes de cocinarlos, tendríamos que ver si
estaban en buenas condiciones. Por lo demás, había pescado en abundancia.

162
Viendo todo esto me pregunté ¿por qué habían llegado a la isla matando animales
y cogiendo fruta si tenían bastantes reservas como para muchos meses? No me
paré a reflexionar más sobre ese asunto, teníamos demasiado trabajo y poco
tiempo que perder en preguntas sin respuesta.
Haciendo de tripas corazón, nos pusimos manos a la obra y en dos horas de
intenso trabajo, lo más imprescindible estaba limpio; por lo menos comeríamos sin
repugnancia.
Cocinamos un guiso improvisado de ternera con verduras y arroz que
condimentamos con hierbas aromáticas que encontramos en unos frascos
cubiertos de polvo que vimos en la despensa, resultaron darle un toque de sabor
que a nosotros nos pareció bastante bueno.
Cuando servimos la comida. Al principio había que ver las caras que ponían
los marineros cuando se sentaron ante sus platos; primero, porque estaban tan
limpios que no los reconocieron, y segundo, porque lo que había en ellos les
resultaba desconocido. Poco después, cuando empezaron a comer, se escuchaba
algún que otro gruñido de satisfacción.

El capitán nos dijo que le había parecido la comida muy extraña, pero que no
le desagradaba y que nos permitía seguir de cocineros. Esto fue un alivio para
nosotros; solo de pensar en limpiar todo el barco, nos daba escalofríos; con limpiar
la cocina teníamos más que suficiente.

Emprendimos el trabajo con entusiasmo, porque era la única manera de


pasar los días sin aquel aburrimiento que habíamos sufrido al principio.
Estábamos convencidos de que la cocina no se había limpiado nunca desde que
se construyó el barco y calculamos que tendría muchos años. Era muy grande y,
conforme la limpiábamos, iban resurgiendo unos materiales bastante buenos. Los
armarios era de madera de calidad y agradecían los cuidados devolviéndonos un
aspecto agradable; para los fogones no había solución, así que nos limitamos a
quitarle lo mejor que pudimos la grasa para que funcionaran bien. Con los
utensilios de cocina y del comedor, ahí sí que nos esmeramos. Frotábamos sin
descanso hasta conseguir que brillaran y al final, lo conseguimos; al suelo le
hicimos el mismo tratamiento y al fin también brilló.
Encontramos servilletas y paños de cocina en uno de los cajones que no se
podía abrir a causa de la grasa que tenía pegada en todo el frente, pero al
quitársela, descubrimos lo que contenía. Los lavé bien y sirvieron a la perfección.

Cuando terminaba el día estábamos agotados; nos dolían los brazos y las
manos, las rodillas también estaban doloridas de fregar el suelo, por eso las
noches se nos hacían cortas y ya no notábamos lo duro del jergón ni los insectos
que nos picaban. A la mañana siguiente, había que volver a empezar, pero
nuestro cuerpo se fue acostumbrando a madrugar más que ninguno y a llevar el
duro trabajo diario. La recompensa, a parte de poder comer nosotros, que ya de
por sí era una cosa de la mayor importancia, era ver las caras de satisfacción,
tanto del capitán, como de toda la tripulación, que aprendió a comer
ordenadamente y con vasos para el vino, no como estaban acostumbrados a

163
beber en la botella y servilletas para limpiarse la boca, no como antes que lo
hacían con las mangas de las camisas, así las tenían de manchas.

Llevábamos navegando cerca de tres meses, cuando vimos que nos


acercábamos a un puerto. Había llegado la hora de despedirse y de ver lo que nos
esperaba en tierra. Estábamos preparados para desembarcar, cuando el capitán
nos mandó llamar.
− Estamos llegando al puerto de Hobart, en la isla de Tasmania. Cuando les
recogí, quedamos en que se bajarían en el primer puerto que atracáramos, pero
les he llamado para hacerles una proposición. Nosotros navegaremos por el Mar
de Tasmania, hasta el puerto de Bahía de Bateman, desde allí, hasta la capital de
Australia que es Canberra, no se tarda demasiado en tren, porque no hay muchos
kilómetros y esta es una gran cuidad donde tendrán más posibilidades de
prosperar que en Hobart o en Bahía de Bateman, así que pueden continuar con
nosotros de cocineros. Debo confesarles que, en el tiempo que llevo navegando,
nunca he comido tan bien, por eso, les ofrezco un sueldo acorde con el trabajo
que realizan; creo que ya han pagado con creces su pasaje y les vendrá muy bien
algo de dinero cuando se encuentren en una ciudad desconocida. Piénsenlo,
tienen media hora que es lo que tardaremos en llegar al puerto.
− El capitán tiene razón – Me dijo Pablo al quedarnos solos. – en el mundo al
que volvemos, el dinero es imprescindible, sin él no se puede vivir. ¿Te parece
buena idea seguir con ellos? Al decirnos que en Canberra hay más posibilidades,
tiene toda la razón.
− Sí, por mí no hay problema, estoy de acuerdo en que el dinero nos vendrá
bien; además, ya me he acostumbrado al barco, un poco más no importa.
Así que continuamos con ellos y con la cocina, pero ya la teníamos dominada
y no suponía ningún sacrificio volver a ella. Aunque seguíamos sin entendernos,
llegamos a apreciar a aquella gente tosca y dura que todavía nos parecía muy
rara, pero que, como todos, tenían su lado positivo y el tiempo que pasamos con
ellos, nos ayudó a verlo.

El viaje se nos hizo bastante más corto que el primer tramo. Al cabo de unas
semanas, llegamos hasta Bahía de Bateman, en Nueva Gales del Sur.
Antes de desembarcar, el capitán nos volvió a llamar para decirnos que, si
queríamos continuar viaje, podíamos integrarnos en su tripulación. La petición nos
halagó bastante, puesto que eso quería decir que nos apreciaban; pero nuestra
idea no era vivir en el mar para siempre y menos en aquel barco tan viejo y
cochambroso.
Antes de despedirnos, le rogamos al capitán que nos diera un mapa con la
situación de la isla.
− El cálculo que he hecho es correcto y, cuando queráis volver, no os costará
encontrarla, pero si pretendéis que la isla sea vuestro refugio, no se lo enseñéis a
nadie. Cuando un sitio tan hermoso no figura en ningún mapa, siempre es por
alguna razón.- La mirada que tenía al decirnos esto, nos pareció enigmática y
misteriosa, pero nosotros no reparamos mucho en ella, teníamos prisa por ver lo
que nos aguardaba en tierra.

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− Le damos nuestra palabra de que se quedará solo para nosotros.- Le dijo
Pablo y estaba convencido de eso. ¡Jamás permitiríamos que nadie hiciera lo
mismo que sus hombres!- Estamos muy agradecidos por este nuevo favor que nos
ha hecho, pero sobretodo por la amabilidad con que nos ha traído hasta aquí.
También nos despedimos de la tripulación a la que, como he dicho antes, le
habíamos tomado bastante afecto; porque, después de los primeros días en los
que habíamos pasado mucho miedo, la convivencia nos permitió conocerles mejor
y vimos que eran buenas gentes.

− Laura, mi amor, ya estamos en tierra, ahora hay que pensar en lo que


vamos a hacer. – Me dijo Pablo, mientras estábamos sentados en el muro del
puerto, cogidos de la mano mirando cómo se alejaba el barco que nos había traído
hasta allí. Solo teníamos el dinero que nos había dado el capitán por nuestro
trabajo, pero no sabíamos donde estábamos ni a donde ir.
− ¿Tu crees que con este aspecto nos van a admitir en algún sitio? Más bien
creo que vamos a asustar a quien nos encuentre.– Le dije mirando la ropa que nos
habían dado en el barco.
− Tendremos que buscar algo; aunque pienso que este dinero no nos llegará
para comprar ropa. Tendremos que pagar una pensión y costearnos el viaje hasta
Canberra.
− Puede que sí, pero el mayor problema no es ese. ¿De donde vamos a
sacar nuestra documentación? ¿Tu crees que sin ella nos darán una habitación en
algún sitio?- Este era un problema en el que no habíamos reparado hasta ese
momento y no era pequeño.- Lo único que podemos hacer es ponernos en
contacto con mi padre, creo que me acuerdo del número de teléfono; ¡Espero que
no lo hayan cambiado en todo este tiempo!
− Esa es una buena idea; siempre podemos intentarlo y si no sale bien,
pensaremos en otra cosa.- Dijo Pablo mientras me daba la mano para bajar del
muro.
Empezamos a andar muy desorientados, porque hacía mucho tiempo que no
veíamos una ciudad y menos tan enorme y desconocida.
Allí todo era muy moderno; los coches tenían una línea muy diferente a los
que recordábamos y había muchos. Los edificios también eran distintos, altos y de
líneas rectas, como del futuro; hasta las ropas de la gente nos sorprendieron.
¡Cuánto había cambiado todo en solo cinco años!
Encontramos una cabina telefónica y desde allí, llamé a la oficina de mi
padre. Me contestó una mujer y me dijo que el Sr. Enciso no estaba; cuando le dije
que era muy importante que hablara con él, me contestó que podía llamar a su
teléfono particular; le di las gracias y lo volví a intentar. Llamé a mi casa y me
pusieron con mi padre.
− ¿Quién dice que es?- Preguntó sin haber entendido lo que le estaba
diciendo. Su voz sonaba envejecida y esto me causó una ternura infinita.
− Soy Laura papá – En ese momento no podía decirle más; se me había
hecho un nudo en la garganta que me impedía hablar.
− Laura ¿Qué Laura?...¡Oh! ¡Pero no es posible! ¡Mi querida hija! ¿Dónde
estas? ¿Cómo te encuentras? ¡Hija mía! ¿Qué te ha pasado en todos estos años?

165
Creíamos que habías muerto. – Mi pobre padre estaba tan sorprendido como
emocionado. Al otro lado del hilo telefónico, se escuchaban los sollozos que no
podía controlar. Me preocupó causarle una impresión tan fuerte y que su salud se
resintiera.
− Papá, sí soy yo. Pero tranquilízate, estoy muy bien, de verdad ¿Cómo os
encontráis mamá y tú?
− Estamos bien, dentro de lo que cabe a nuestra edad; pero lo que importa es
que me digas algo sobre ti.
− No puedo contarte todo porque no tengo suficientes monedas; solo te diré
que sobrevivimos al accidente y hemos estado en una isla hasta que un barco nos
recogió y acabamos de llegar a un pueblo de Australia que se llama Bahía de
Bateman. Nos encontramos sin documentación y sin dinero. Te he llamado para
decirte que estoy bien y para pedirte que nos ayudes mandándonos lo antes
posible nuestra documentación.
− ¿Por qué hablas en plural? ¿Quién está contigo? ¿Es Angelita?
− No, no es Angelita; de ella no he sabido nada, pobrecita. Estoy con otro
pasajero que se salvó conmigo. No puedo seguir hablando porque se me acaban
las monedas.
− Querida dame el nombre de la persona que está contigo y dentro de dos
horas, vuelves a llamarme, procuraré tenerlo todo resuelto.
− Se llama Pablo Castro. Papá, te llamaré, Te quiero.- Acabando de decir
esas palabras, se cortó la comunicación, pero ya estaba en marcha la solución de
parte de nuestros problemas.

Después de colgar, mi corazón seguía latiendo descompasado; la emoción


atenazaba mi garganta y tuve que esperar unos minutos antes de poder hablar
¡Qué extraña me sentía! En los cinco años que habíamos estado sin contacto
alguno, apenas me había acordado de mi padre; en cambio ahora que había
escuchado su voz de nuevo, se agolparon en mi memoria todos los momentos de
cariño vividos con él y me inundó la nostalgia de verle de nuevo. Al contrario de mi
madre, con él siempre había tenido una relación cariñosa y de entendimiento. En
sus ojos veía el amor que me faltaba cuando miraba los de mi madre, pero era un
sentimiento que nunca sirvió para nada porque ella lo dominaba todo y le impedía
hacer por mí lo que ella no hacía.
Haciendo un esfuerzo por reaccionar, sacudí la cabeza como si de ese modo,
los recuerdos siguieran en un compás de espera. Ahora no era el momento
oportuno de volver la memoria a atrás. Los acontecimientos presentes reclamaban
mi atención con más urgencia, así que dejé de pensar en ellos.
Convencidos de que debíamos hacer algo por mejorar nuestro aspecto;
porque, tal como estábamos, nos sería imposible encontrar alojamiento y menos,
sin documentos. Decidimos gastar lo justo de dinero en ropa y luego probar suerte
en alguna pensión.
Encontramos unos grandes almacenes, donde había una multitud de gente
que no parecieron repara en nuestros harapos. Elegimos unas prendas baratas,
pero que hicieron el milagro de cambiar por completo nuestro aspecto. Salimos de

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los probadores ya vestidos. Luego fuimos a los servicios y nos lavamos lo mejor
que pudimos sin llamar la atención de los otros clientes que entraban en ellos.
Más decentes y limpios, empezamos a buscar alojamiento. En cuatro sitios
nos dijeron que no; pero siempre hay buenas personas en todas partes y
encontramos a un hombre bajito y redondo de aspecto bonachón, que creyó lo
que le dijimos y con solo nuestra palabra y las huellas dactilares, nos dio una
pequeña habitación pobremente amueblada, que nos pareció de un lujo
extraordinario; hasta tenía un diminuto cuarto de baño con agua caliente
abundante y una pequeña ducha que daba la sensación de que no cabía una
persona dentro.
Nos duchamos en primer lugar y disfrutamos como hacía mucho que no lo
hacíamos, gastando agua limpia sin restricciones. También gastamos mucho más
jabón del que necesitábamos; nos pareció que era perfumado y maravilloso.
Después de todo el tiempo que llevábamos sin tener estas comodidades, las
encontrábamos estupendas y gozamos de ellas sin freno.
Pablo se había recortado la barba en el barco, pero allí se afeitó del todo.
Cuando le vi me resultó un poco extraño; acostumbrada como estaba a verle con
ella, pero me recordó a como era cuando le vi por primera vez en el avión. ¡Era tan
guapo! Que todo mi cuerpo se estremeció de emoción. Nos miramos y acabamos
por estrenar la cama que había en la habitación. También la encontramos
diferente, pero eso fue mucho después...
Habían pasado las dos horas que dijo mi padre y calculamos que en España,
eran las diez de la mañana; así que le volví a llamar desde el teléfono que había
en la recepción del hotel en el que estábamos, ya sin preocuparnos por las
monedas, puesto que la llamada iría a nuestra cuenta. Hablamos sin prisa y pude
contarle algo de lo sucedido. Todo le parecía un milagro y respondía con sollozos
contenidos. Me dijo que no tenía que preocuparme por nada, que todo estaba
preparado y solo quedaba pendiente que le diera una dirección a donde mandarlo.
Le di la del hotel y prometió que los recibiríamos lo antes posible, que haría lo
indecible porque así fuera; le di las gracias, sabía que podía confiar en que lo
haría tal como lo había dicho.

Dos días después, recibimos un giro con una cantidad de dinero que nos
pereció una fortuna. Los documentos sabíamos que tardarían más; pero gracias a
este dinero, ya podíamos vivir sin problemas hasta poder viajar a Canberra y allí
encontrar un trabajo.
Compramos ropas mejores y tuvimos la oportunidad de conocer mejor aquel
pueblo que ya nos pareció muy grande. Era un lugar muy hermoso, tanto que nos
recordó nuestra isla; estaba lleno de vegetación y de hermosos paisajes llenos de
animales y pájaros de bonitos colores. A lo lejos se veían unas enormes montañas
que daban la sensación de hacernos muy pequeños.
Nos llamó mucho la atención, en uno de nuestros paseos, una gran obra que
estaban terminando, yo nunca había visto nada igual; era un puente gigantesco
que cruzaba el río Clyde y que se abría dando paso a los barcos por debajo de
el. Allí pasamos horas viendo como terminaban los últimos detalles. La gente nos
dijo que se pondría en servicio el próximo año.

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Habían pasado más de dos meses desde la conversación que mantuve con
mi padre cuando, al poco de levantarnos una mañana, llamaron a la puerta de
nuestra habitación. Pablo abrió y, tras hablar con alguien, me llamó diciéndome
que preguntaban por mí. Yo estaba acabando de ducharme y me sequé
rápidamente, intrigada porque no tenía ni idea de quien podía ser; no conocíamos
a nadie allí.
− ¿Que preguntan por mí? ¿Quién puede ser? Eso es imposible, aquí yo no
conozco a nadie.- Era lo más extraño que me había pasado nunca.
− Tu eres Laura Enciso ¿No? – Dijo Pablo, tan extrañado como yo,
haciéndome ver lo obvio.- Pues entonces preguntan por ti.

Perpleja y llena de curiosidad, fui hasta la puerta de la habitación. Allí había


un hombre esperando a que le recibiera. Cuando le vi, mi mente no era capaz de
traerme a la memoria todo lo que sabía de aquel hombre, estaba bloqueada y
quieta como si me hubiera vuelto una estatua de piedra. Al fin, cuando pude
dominar aquella sorpresa que me dominaba, casi grité abalanzándome a su
cuello. Era mi querido Eduardo; la persona que más me alegraba ver de todo el
mundo.
Él aguantó mi abrazo unos momentos, aunque se quedó un poco frío y pensé
que estaría tan nervioso como yo, pero, apartándome de sí con suavidad, aunque
firmemente, me miró de arriba a bajo con algo así como escepticismo, que me
extrañó de verdad.
− Perdone señorita, pero Ud. no es Laura Enciso.- Habló con una frialdad
que me heló la sangre y que nunca pensé que él pudiera hacer. Le miré perpleja y
sin reaccionar.- Se parece Ud. mucho, pero no es ella. Tal vez a otra persona la
hubiera engañado, pero a mí no.
− ¡Querido, querido Eduardo, claro que soy yo! ¿Cómo es posible que no
me reconozcas? – Le dije casi suplicando, pero luego, acabando de pronunciar
estas palabras, me di cuenta de que él tenía razón. Yo no era la misma que él
recordaba. ¿Cómo no había pensado en eso?
− Eduardo, comprendo que ahora no me reconozcas; sé que estoy muy
cambiada y por eso tenemos que hablar con tranquilidad. Nos han pasado muchas
cosas increíbles; tengo mucho que contarte y eso no debe esperar. ¿Qué os
parece si vamos a desayunar al café de abajo? Es un sitio muy limpio y tiene una
mesa en un rincón, donde podremos hablar sin que nadie nos moleste.- Dentro de
la confusión que reinaba en la ordenada mente de Eduardo, comprendió que
debía escuchar nuestros argumentos y accedió a acompañarnos y valorar lo que
teníamos que decirle

Pablo y yo, nos miramos y con esa mirada fue suficiente para ponernos de
acuerdo en contarle a Eduardo, cual era el motivo por el que se había producido
en mí, aquel extraordinario cambio. Hacíamos una excepción con Eduardo, porque
yo sabía que se podía confiar plenamente en su discreción, aunque nos juramos
que jamás lo contaríamos a nadie. La responsabilidad de preservar aquel
maravilloso lugar era nuestra, pues así lo habíamos prometido al capitán del barco
ballenero. Debíamos evitar que el mundo de la cosmética y la farmacia, llegaran a

168
saber lo que habíamos descubierto; todo estaría perdido si el mundo de los
negocios y los intereses, entraban en el paraíso.
Eduardo estuvo de acuerdo en escuchar mis razones y, después de terminar
de vestirnos, bajamos a la cafetería. Tuvimos la suerte de que la mesa que
buscábamos, estuviera libre. Nos sentamos y después de pedir el desayuno,
empezamos a contarle toda la historia.
El largo viaje en avión, el naufragio de nuestro barco que, por supuesto lo
conocía; la llegada a la isla, le pareció algo más difícil de creer, pues les habían
informado de que no se sabía cual era el número de supervivientes, pero lo tomó
como posible. Le describimos cómo era el paisaje y lo desconocido de las plantas
y árboles y que nos gustó mucho tener que quedarnos allí para siempre. Empezó
a dudar seriamente, cuando le dijimos que los animales, también de razas
desconocidas para nosotros, eran nuestros amigos y que no teníamos miedo de
ellos, ni ellos de nosotros; pero lo que no podía creer era en las uvas fucsia y sus
efectos curativos. Al hablarle de ellas, su cara tomó una expresión de
desconfianza visible para cualquiera, aunque fuera muy despistado.

− Querido Eduardo ¿Cómo podré convencerte de que realmente soy yo?


¿Cómo explicas que te haya reconocido?- Le dije como buen argumento para
demostrarle que no estaba mintiendo.- ¿De donde iba a sacar el número del
teléfono de mi padre?
− Eso no supone una dificultad. Hay fotografías por las que se puede
reconocer a alguien que no se ha visto nunca. Cuando se quiere hacer pasar a
una persona por otra, se estudia su vida concienzudamente y se saben todos los
detalles de las personas que la rodean.- Hablaba sosegadamente, como siempre
que tenía que defender una idea importante ¡Cuánto le conocía!.- Os voy a decir,
en pocas palabras, lo que seguramente habéis planeado: No dudo ni por un
instante, que Ud. Pablo, conociera a Laura y hasta que ésta se salvara con Ud. Y
estuvieran juntos en la isla. Hasta este punto me parece verosímil la historia que
me están contando. Después de varios años viviendo con ella, llegó a conocerla
muy bien; tanto a ella, como a su familia y amigos. Sabía que era la única
heredera de una fortuna considerable; entonces pensó en sacarle todo lo que
tenía. ¿Cómo pensaba hacerlo? no lo sé, pero lo más seguro es que Laura
muriera; no estoy acusándole de asesinato; pudo haber sido por una enfermedad
o por el ataque de algún animal; aunque Uds. han inventado que eran pacíficos,
porque les convenía así. Entonces, después de ser rescatado por un barco. Ud.
No se conformó con haber tenido semejante fortuna al alcance de su mano y
haberla perdido. Hizo un plan bastante perfecto. Buscó a una mujer que tuviera un
gran parecido con Laura y se inventaron el milagro de las uvas fucsia, para poder
justificar la desaparición de las cicatrices que ella tenía. Luego buscar un número
de teléfono y preparar una buena historia, fue mucho más sencillo.¿Me equivoco?
¡Qué imaginación tenía! Jamás lo habría pensado de él, hasta podría
dedicarse a escribir novelas. No debía dejar de reconocer que, viéndolo desde esa
perspectiva, podía ser verdad.
− Eduardo, estoy impresionada y sorprendida por tu talento y reconozco la
agudeza mental que has demostrado; pero lo que piensas no es la verdad.- Le

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hablé con apasionamiento, tenía la urgente necesidad de que me reconociera y
me diera la comprensión que siempre había encontrado en él; era muy importante
para mí.- Yo soy Laura realmente y todo lo que te hemos contado es cierto hasta
el último detalle. Para que te convenzas y disipes cualquier duda, estoy dispuesta
a que me preguntes lo que quieras sobre mi casa, mi familia, mi vida y la tuya. Es
la única manera de demostrarte que estás equivocado.
Fue un largo examen al que me sometió. Le contesté a cosas íntimas de mi
familia y, más aún, le dije algunos detalles que él mismo había olvidado.
− Eduardo, una vez me contó mi abuela, cuando era muy jovencita, que
habías estado enamorado en secreto de mi tía Emi, que sólo ella, mi abuela, lo
sabía porque tú se lo habías confiado. ¿Es cierto o no? También es cierto que mi
abuelo te hizo chantaje para que te olvidaras de ella, con la salud de tu padre y la
subida de sueldo y categoría que te daba la seguridad de un buen tratamiento
para su enfermedad. ¿Lo recuerdas? Estoy segura de que sí. – Eso terminó de
convencerle, porque era un tema tabú en la casa, y él mismo había hecho lo
posible por olvidar; nadie hacía comentarios sobre ese asunto, solo a mi me lo
contó mi abuela, sabiendo que era discreta y por el gran cariño que le tenía a
Eduardo.
− Laura, querida mía. ¡Perdóname por dudar tanto de ti! Es difícil aceptar un
gran cambio como este, porque ya no estamos acostumbrados a creer en lo
mágico, como lo hacían en la antigüedad. Te miro y es una alegría inmensa la que
siento al verte tan hermosa. Para mí siempre lo fuiste, porque no veía tus
quemaduras, pero sé cuanto has sufrido por ellas. Me siento doblemente feliz,
porque has conseguido ser como merecías: Una belleza por dentro y por fuera,
no solo porque te he recuperado, después de llorar tanto tu muerte; fue un duro
golpe para todos pero para mí, lo fue tanto como si de tu padre se tratara; tú lo
sabes ¿Verdad? – Ahora sí nos abrazamos con fuerza y sin dudas por medio.
Lloramos los tres y, aunque parezca una incongruencia, nos sentimos muy felices.
− No he escuchado nunca una historia tan tierna y emocionante como la
vuestra. Lo que más me ha costado creer, era lo de la curación. Emprendiste este
viaje con la esperanza de mejorar y lo has conseguido, no de la forma que todos
esperábamos, sino que ha sido una cura total. ¡Que hermosa estas y cuanto te
quiero! Bueno, eso ya lo sabes; siempre te he querido como si fueras mi hija. –
Volvió a decir y de nuevo lloraba. Eduardo siempre ha sido de lágrima fácil, como
seguramente habrás comprobado. – Entonces, ¿Os vendréis conmigo a casa?
− No lo hemos pensado todavía, algo así se debe meditar con tiempo
suficiente, pero creo que por ahora, no deseo volver. – Pablo y yo no habíamos
decidido nada sobre el futuro. De lo único que estábamos seguros, era que no
queríamos separarnos. Tal vez de haber sabido que vendría Eduardo, lo
habríamos hablado.
− ¿Cómo que no vas a venir conmigo? En tu casa todos esperan con
ansiedad que lleguemos juntos. Esa es la razón de que yo esté aquí, para
acompañarte de regreso.
− No, creo que todos no. He hablado con mi padre muchas veces, pero en
ningún momento, mi madre se ha dignado a ponerse para hablar conmigo, ni
siquiera para decirme que se alegra de que esté viva.- La angustia me atenazaba

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la garganta, al decir en voz alta lo que tanto me había dolido, nublando, como
siempre, los momentos más felices.- Puede que se hiciera a la idea de que estaba
muerta y ahora le resulte un trabajo demasiado grande el esfuerzo de cambiar. Ya
sabes que nunca me ha querido. Yo siempre he sido una hija muy problemática
para ella. – Pablo apretó mi mano y en su cálido roce, supe que me comprendía.
También sabía que Eduardo lo entendería porque él había sido testigo de toda mi
vida.
− ¿Estas segura de que no quieres volver? ¿Crees que el comportamiento de
tu madre merece la pena de que no veas a los que quieres? Piénsalo el tiempo
que necesites. Yo te esperaré aquí. – Me dijo Pablo, mirándome a los ojos y en los
suyos vi comprensión y un gran cariño.
− Sí, estoy muy segura y no necesito pensarlo más; pero eres libre, si tú
quieres ir para intentar encontrar a tu hija, lo comprendo y te digo lo mismo: Yo te
esperaré aquí.
− Si supiera que podría encontrarla, tal como estaban las cosas, iría; pero me
temo que no ha cambiado nada, todo lo contrario, el tiempo juega en contra mía y,
si en su momento no fue posible recuperarla, ahora sería mucho más difícil. Tal
vez, cuando sea mayor y pueda contarle la verdad, ella entienda lo que pasó,
entonces podría volver para conocerla.
− Si es por dinero, ya sabes que no tienes que preocuparte.- Pronto había
recuperado el sentido de la riqueza que respaldaba mi vida; creía que lo había
dejado atrás, pero no era así.
− Cariño, de ti me gusta todo, pero no quiero oír hablar de tu dinero. Lo
entiendes ¿ Verdad?
− Sí y te admiro por eso.- Le dije dándole un beso apasionado, sin darle
importancia a la presencia de Eduardo, sabía que él podría entenderlo.
− No os puedo obligar a nada.- Dijo interrumpiéndonos con un carraspeo de
su garganta.- Solo quiero que sepáis que estoy a vuestra entera disposición, si
alguna vez necesitáis algo de mí, sólo tenéis que decirlo.
− Gracias Eduardo, no sabes hasta qué punto te agradecemos el que no te
importara hacer tantos kilómetros para venir a ayudarnos.- También él necesitaba
mi cariño y se lo demostré con un sonoro beso en la mejilla. Se puso colorado y
volvió a toser nervioso.
− Todo tiene su precio, el mío es que me prometas que, pase lo que pase, no
te volveré a perder. Mi corazón no podría soportar un dolor tan grande otra vez;
así que no voy a seguirte la pista, estés donde estés.

Una vez que tuvimos nuestra documentación, decidimos hacer el viaje a


Canberra y nos acompañó Eduardo, parecía justo que conociera algo de aquel
inmenso país, antes de marcharse y que se llevara la tranquilidad de dejarnos
instalados para emprender una nueva aventura en otra ciudad desconocida.
Al despedirnos del dueño del hotelito donde habíamos estado desde el
principio, le dimos nuestras más sinceras gracias por la confianza que había
depositado en nosotros al hospedarnos sin identificación. Él era un hombre
sencillo y agradable, cuando le dejamos más del doble del precio de la habitación,
se sonrojó y nos dijo algo muy extraño.

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− Ha sido un honor servirles. Les deseo lo mejor, sus vidas ya están
marcadas por la magia y todo les sonreirá.
− ¿Qué ha querido decir con eso? No le entiendo. – Le pregunté
alarmada. Él sonriendo me contestó:
− Lo sabrá en su momento. Buen viaje y...muchas gracias
− Gracias a Ud. – Le di un beso. Pablo y Eduardo le estrecharon la
mano.

Decidimos hacer el viaje hasta Canberra, en tren. Fue largo y pesado porque
estaba más lejos de lo que creíamos. Llegamos de noche y lo primero que hicimos
fue buscar un buen alojamiento. Aquella primera noche, descansamos del viaje y
de las emociones que habíamos vivido, para enfrentarnos lúcidos y descansados
al nuevo reto que teníamos frente a nosotros.
Los días siguientes nos dedicamos a conocer la ciudad. Si Bahía de Bateman
nos había parecido enorme y moderna, Canberra era mucho más, era otro mundo.
Todo nos sorprendía y encontrábamos las costumbres de sus habitantes, muy
distintas a las nuestras; parecíamos pueblerinos que nunca habían salido más allá
de sus campos.

Llegó el momentos en que Eduardo debía marcharse, después de aquellos


días que habíamos pasado juntos, nos parecía que nos quedábamos mucho más
solos. Cuando nos despedimos de él, me daba pena que se fuera con el triste
mensaje para mi padre, que su única hija, no quería volver a su casa. Le
acompañamos al aeropuerto; ahora ya se podía hacer el viaje por avión y se
ahorraba la larga travesía en barco. Nos abrazamos largamente, como si no nos
pudiéramos separar. No quería dejarle marchar, pero comprendía que su vida
estaba junto a mi padre y eso me reconfortaba al pensar en que estaba
envejeciendo y que para él sería una gran ayuda.

Teníamos un gran reto por delante. Debíamos empezar una nueva vida, pero
queríamos ser nosotros los que hiciéramos el esfuerzo, por eso rechazamos el
ofrecimiento de mi padre; quería mandarnos una cantidad cada mes. En principio
aceptamos algún dinero mientras encontrábamos trabajo, pero nada más. Pablo
había dejado muy claro que no quería mi dinero y yo estaba dispuesta a no
disponer del de mis padres más de lo estrictamente necesario.
Comprábamos los periódicos y leíamos todos lo anuncios. Después de varios
días, teníamos los pies deshechos de tanto andar de una entrevista a otra.
Nuestra esperanza la fundábamos en que teníamos una carrera universitaria y,
aunque allí no se nos reconocía, siempre era una ventaja. La gente era algo
desconfiada con los extranjeros y nos pedían el visado en todas las empresas,
pero todavía no lo teníamos y eso nos retrasó mucho.
Confiamos en que Eduardo se movería deprisa para conseguírnoslo, pero
mientras tanto, debíamos hacer todo lo que estuviera de nuestra parte.
Administrábamos el dinero que nos quedaba con mucho cuidado. Con eso
teníamos que vivir hasta poder ganar algo. Un mes tardaron los visados y el

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permiso de residencia que tanto necesitábamos. Con eso fue suficiente para que
Pablo pudiera mandar una solicitud para un puesto de profesor de Filosofía, en un
colegio privado que parecía tener mucho prestigio .

Por fin le llamaron, después de una tensa y larga espera, de éste colegio.
Estábamos tan felices que no sabíamos que hacer. Él tendría que adaptar sus
conocimientos a las normas que regían la enseñanza allí, pero estaba dispuesto a
todo por tener seguridad e independencia. El sueldo era muy bueno; así que nos
permitimos el lujo de alquilar un pequeño apartamento. Era algo antiguo, pero muy
acogedor. Tenía unas hermosas vistas desde donde podíamos ver las montañas
muy lejanas, y mucha luz. Los muebles eran viejos y no muy bonitos, pero a
nosotros todo nos parecía maravilloso.
Los primeros días me dediqué a limpiar, pintar y barnizar; puse cortinas
nuevas y muchas plantas. En poco tiempo, parecía distinto.
¡Quien podía imaginar que la Señorita Enciso, tan rica que lo tenía todo a la
mano nada más desearlo, iba a convertirse en una buena ama de casa, limpia y
ordenada, con experiencia en la cocina! Vuelvo a decirte, querida Ana que me
admiraba la condición humana de adaptación a todas las circunstancias. Por todo
eso y por el amor que compartíamos Pablo y yo, me sentía realmente satisfecha
con la evolución de mi vida. Debo reconocer, que siempre me había parecido
vacía e inútil, puesto que no se me permitía vivir por mis propios medios. Me
preguntaba muchas veces, cuando estaba sentada en el jardín viendo el agua
manar de la boca de los delfines: ¿Qué hago aquí, cual es mi misión en la vida?
¿Envejecer sin haber movido nunca un dedo? ¿Pasar por el mundo sin haber
aportado nada útil? Jamás me conformé con ser un parásito. No sé por qué, muy
en lo profundo de mi alma, sabía que no terminaría así, que el destino me tenía
preparadas unas experiencias únicas y mi intuición no me engañó.

Mientras Pablo estaba trabajando, me quedaba en casa y me sobraba


tiempo; no sabía cómo utilizarlo después que terminé de arreglarla. Leí muchos
libros, para aprender algo más de la cultura de aquellas personas que me
parecían tan distintas a nosotros, salí a pasear y a conocer la ciudad; cuando él
estaba libre los fines de semana, lo disfrutábamos de verdad. Algunas veces
salíamos al cine o al teatro, que era una de las cosas que más nos gustaban; pero
muchas otras, nos quedábamos en casa sin hacer nada, solo estar juntos nos
bastaba. ¡Fuimos muy felices en aquel pisito!
El tiempo pasaba deprisa y cuando, más o menos, llevábamos un año
viviendo allí; leímos en el periódico que ese fin de semana se presentaba la
famosa María Moncada, cantante de ópera española, con una compañía muy
importante, para representar Tosca.
− ¿Quieres ir a la ópera el viernes? – Me dijo Pablo; él sabía cuanto me
gustaba y, como siempre, buscaba todo lo que me hiciera feliz.
− Claro que me encantaría, ¡Hace demasiado tiempo que no escucho una
buena soprano! Desde siempre, para mi ella es la mejor. Seguramente en mi casa,
todavía estarán sus discos. He pasado horas escuchándolos. ¡Gracias amor, por
invitarme!

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Durante lo que quedaba de semana, esperamos con entusiasmo que llegara
el viernes. Nos preparamos como es debido; compramos ropa adecuada para una
noche de ópera. Él llevaba un elegante traje oscuro con corbata en tonos azules
que le sentaba de maravilla. Mi traje era espectacular por lo terriblemente sencillo;
largo, con tirantes, que se adaptaba como un guante a mi esbelta figura, era color
turquesa y lo acompañaba un chal azul marino de vaporosa gasa.
La representación fue un gran éxito; el público aplaudía con fervor al final de
cada acto poniéndose en pie. Cuando terminó la obra, la ovación duró quince
minutos; el teatro estaba a rebosar de gente que pedía sin cesar que saliera María
Moncada a saludar una y otra vez, llenos de entusiasmo. El espectáculo fue
extraordinario; todos los cantantes nos gustaron mucho, eran lo más selecto de la
época, pero ella, como siempre, estuvo maravillosa.

− ¡Vamos a saludarla, seguramente le gustará ver a unos compatriotas entre


tantos extraños. Además, esta es la oportunidad de conocerla que siempre he
deseado, pero como en Zaragoza, nunca iba a la opera, no lo pude hacer.- Le dije
a Pablo tirando de su mano.- Creo que se alegrará porque su marido también es
aragonés.
− ¿Nos dejaran pasar a verla?- Pablo era tímido para esas cosas.
− No creo que haya ningún problema, nos presentaremos y lo más seguro es
que conozca mi apellido ¡Verás como nos recibe!

Fue así de fácil. Nos acogió como a viejos amigos. María Moncada era
extraordinariamente sencilla, simpática y cariñosa; en pocos minutos de
conversación, parecía que nos conocíamos desde hacía años . Dijo que se
encontraba siempre sola entre tanta gente desconocida, cuando no la podía
acompañar su marido, como era esta ocasión; dijo que a veces se cansaba de
viajar; que había sido para ella un alivio encontrarnos en aquel país tan lejano. Era
una sorpresa para mi tenerla así, hablando amistosamente, no parecía la diva que
todos creían que era, con sus rarezas y caprichos. Insistió en que le
acompañáramos a una fiesta que daban en su honor en el hotel Rydges Capital
Hill, uno de los más importantes de la ciudad. Estaba en la Canberra Ave. muy
cerca del Lake Burley Griffin. Nos dijo que preguntásemos por ella, que nos
llevarían a su habitación y tomaríamos algo antes de la fiesta. Todo esto nos
parecía un sueño, sobre todo a mi.

Al llegar al salón donde se daba la fiesta, todo refulgía de luces, se


escuchaba una suave música de fondo y lujo se respiraba por todas partes.
Estaba lleno de gente a cual más sofisticado y elegante. Cuando ella hizo su
aparición, todos se apartaron para dejarle pasar y le volvieron a ovacionar
entusiasmados. Íbamos a su lado y todas las miradas se fijaban también en
nosotros. Nos trataron con mucha amabilidad y fuimos presentados a las personas
más importantes e influyentes, todas famosas, por un motivo u otro eran
conocidas en gran parte del país. Entre tantas que nos fueran presentadas,

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resultaba difícil recordar todos los nombres y todos los rostros, por eso cuando
me habló, yo no sabía de quien se trataba. Era un hombre alto, muy atractivo, de
unos cuarenta años. Se dirigió a mí, como si le conociera, pero me cogió por
sorpresa y lo notó en seguida, entonces con unos modales exquisitos, se acercó a
mí y dijo:

− Señorita Enciso. – Se inclinó sonriendo y estrechándome la mano con


energía. Parecía muy acostumbrado a esas fiestas. – Nos han presentado hace
unos minutos pero, seguramente Ud. no recordará mi nombre; he observado que
ha conocido hoy, a demasiada gente para que los recuerde a todos. Soy Víctor
Garden. Llevo toda la noche mirándola y... seguramente Ud. lo habrá notado. Por
favor, no quisiera ser descortés con Ud. El motivo por el que no he podido apartar
los ojos de su rostro, mi interés es puramente profesional, aunque con esto no
quiero que piense que, a nivel personal creo lo contrario; soy dueño de una
importante agencia de modelos y me he estado preguntando si a Ud. le interesaría
dedicarse a la moda.
− No Sr. Garden, es algo que no me he planteado nunca. – Le contesté con
un deje de ironía en la voz. ¿Cómo iba él a imaginar que hacía tan solo unos
pocos años, yo era un monstruo?- Pero le agradezco su interés.
− Le ruego que me permita hacerle unas pruebas fotográficas.– Insistió con
los ojos fijos en mí. Me sentía un poco fuera de lugar porque no estaba
acostumbrada a que un desconocido me hablara así.- La experiencia que tengo,
me dice que Ud. ha nacido para que la fotografíen, para que el mundo la vea y
disfrute de la belleza más pura.
− ¿Por qué no lo intentas?- Me preguntó Pablo, convencido de que era algo
bueno para mí.- Puede que te guste.
− Lo pensaré, porque es una nueva situación que debo meditar pero, si me
decido, quisiera que me asegure que no me comprometo a nada, solo será probar,
es decir, un capricho.
− Por supuesto que no se compromete a nada. Es Ud. libre de decir basta,
cuando quiera.- Se le veía entusiasmado y radiante.- Llevo muchos años en esta
profesión y no puedo pasar sin decirle que, a pesar de que he conocido
verdaderas bellezas; mujeres que han tenido el mundo a sus pies, jamás he visto
a una mujer tan hermosa como Ud.
− Gracias, es Ud. muy amable. Tengo curiosidad por ver cómo es un estudio
fotográfico. Siempre he pensado que sería interesante. – Dije algo nerviosa, nunca
me habían dicho nada semejante y menos un hombre que se dedicaba a trabajar
con modelos y que, en teoría, era el más entendido.

Aquel fue el principio de una profesión que habría parecido una locura a
quien me hubiera conocido mientras vivía en Zaragoza, incluyendo a mi familia,
pero fue a mí: Laura Enciso, a quien más sorprendió. Pensaba que eran
demasiadas experiencias para solo una vida y que me esperarían muchas más
desconocidas y, por qué no, extraordinarias.
Fui al estudio el día en que habíamos quedado; estaba nerviosa y
expectante; iba sola porque Pablo no podía dejar su trabajo. Cogí un taxi que me

175
dejó frente a un edificio moderno que tenía un gran portal en el que se podía leer
un rótulo con el nombre del estudio. Allí me estaban esperando el Sr. Garden y un
fotógrafo que según dijo al presentármelo, era el mejor del momento. Se llamaba
Dany Goodman. Recordé que ese era el nombre que había visto en el rótulo de la
entrada. Me pareció muy joven para ser tan bueno en su profesión. Era alto y
delgado y vestía de forma muy extravagante. Llevaba el pelo muy corto en la parte
de atrás de la cabeza y rizado en la superior, teñido de rubio; sus modales me
parecieron muy delicados, casi femeninos.
Debo confesar que nunca había conocido a un hombre homosexual; en
España estaban muy mal vistos y se procuraba que nadie supiera que lo eran,
incluso eran perseguidos y metidos en la cárcel, por eso me quedé un tanto
indecisa y como esponjada cuando se me acercó, muy decidido y me dio dos
sonoros besos en las mejillas. Olía muy bien y se notaba que era muy meticuloso
con su persona.
− Cariño – Me dijo sin más preámbulos, cogiéndome de las dos manos –
Colócate aquí y mira al objetivo de la cámara, piensa que es tu amiga y le dijeras
con tus ojos, que le quisieres mucho. – Empezó a disparar con una máquina
colocada sobre un trípode. Tenía alrededor como pantallas de tela y paraguas
abiertos y un sin fin de focos que me cegaban. Creía que no acabaría nunca. Se le
veía entusiasmado y nervioso, como si temiera que algo se le escapara de las
manos. - Ahora ponte de frente y haz como si me fulminaras con la mirada.
¡Preciosa! Muy bien; ahora de perfil, deja que el viento mueva tu cabello.
¡Perfecto!....- Así continuó durante dos horas interminables. Hizo que me cambiara
de ropa varias veces y me maquillaban y recogían el pelo de diferentes formas.
Estaba cansada de seguir sus fantasías. Parecía que no se conformaba con nada,
a pesar de que sus exclamaciones eran de admiración.
− Víctor, tengo que felicitarte porque me has traído la mejor modelo de tu
vida. – Dijo, entusiasmado al terminar aquel suplicio para mi.- La cámara le adora
y ella sabe cómo mimarla; es una auténtica maravilla, ¡Un amor! Estoy deseando
ver cómo ha quedado en el papel, pero me atrevo a decirte que será lo mejor de lo
mejor.
− Dany, no quiero que te entusiasmes demasiado; esto solo ha sido una
prueba. La señorita no es profesional; es una amiga que ha accedido por hacerme
el capricho.
− ¿Qué no es profesional? ¡Pero si es la belleza más grande que he
fotografiado en mi vida! Además, se mueve y se expresa tan extraordinariamente
bien, que pensé que la habías contratado. - Luego, pareció olvidarse de Víctor y
se dirigió a mi.- Querida, sería un autentico crimen contra el arte, que no te
dediques a esta profesión; has nacido para que te vea el mundo, no lo prives de
algo tan bello. Si no quieres dedicarte al mundo de la alta costura, vente conmigo
y serás la mejor modelo fotográfica de la historia; de eso me encargaré yo. Te lo
puedo asegurar.
− Gracias por el ofrecimiento, pero tengo que pensarlo, ahora no puedo tomar
una decisión.- Le dije sintiendo mucho defraudarlo cuando se le veía tan
ilusionado.

176
Le conté lo sucedido a Pablo y él me animó diciendo que Dany tenía razón,
que era una buena idea dedicarme a esta profesión en la que podía conocer gente
y viajar; mucho mejor que quedarme en casa, porque acabaría aburriéndome de
esperarle todos los días. Si mi profesión de farmacéutica no la podía ejercer, más
interesante era ésta, que no hacer nada. Dudé durante algunas semanas, pero
pensaba que tenía que buscar un trabajo, de todas formas. Como decía Pablo,
había estado planteándome la posibilidad de poner una farmacia para aprovechar
mis estudios. No era tan fácil; cuando hice algunas consultas, me quitaron toda
esperanza, la titulación que tenía no estaba admitida en el país, si quería hacerlo,
debía volver a la facultad y sacar un nuevo título, lo que representaba unos cinco
años más, suponiendo que no perdiera ningún curso. Sinceramente, no estaba
dispuesta a pasar por eso otra vez; no tenía ganas de coger de nuevo los libros y
en un idioma que, aunque dominaba, no sería fácil para los términos científicos y
médicos que se usaban. Así que la decisión de probar con la agencia, después de
darle muchas vueltas, me pareció buena.

Llamé a Víctor y le dije que sí, que me había decidido por lo menos, a probar
durante algún tiempo. Se alegró tanto que me preparó el mejor contrato que una
modelo hubiera firmado hasta entonces. Todo estaba cubierto, sólo tenía que
posar y desfilar. Claro, eso implicaban viajes y sesiones largas y tediosas, pero la
compensación económica era muy grande.-”

En ese momento, un doble y terrible grito interrumpió el relato de Laura. Las


dos mujeres se incorporaron en sus hamacas y se miraron por unos segundos.
− ¿Qué ha sido eso? – Dijo Ana con los ojos muy abiertos.- Una de
esas es la voz de Ángel, estoy segura.- Se levantó con un solo movimiento y
corriendo, se dirigió a la puerta.- Este niño no es de fiar, seguro que se habrá
caído.
− Ten calma no vayas a caerte tú también. Vas demasiado ciega
por la preocupación. – Laura hablaba sola, mientras se levantaba a su vez, porque
ya Ana había empezado a bajar las escaleras como un torbellino.
Abajo, en el vestíbulo, encontró un gran revuelo, todos salían al jardín donde,
al parecer, había ocurrido el desastre. Ana parecía ir a cámara lenta, sus piernas
no avanzaban y temía, con desesperación, no llegar jamás.
Cuando vio lo ocurrido, se paró y cerró los ojos para serenar su agitado
corazón. Justo, en ese instante, Miguel sacaba de la fuente de los delfines, a su
hijo pequeño, asustado y chorreando agua, pero sano y salvo. Todo era confusión,
Amparo lloraba y explicaba lo que había sucedido, Miky también estaba diciendo
algo atropelladamente y Miguel, con cara de enfado y preocupación, hablaba
como para sus adentros.
Cuando todo se hubo calmado y vieron que Ángel estaba completamente
bien, aunque con un buen chichón que se le abultaba cada vez más, se pudieron
escuchar las explicaciones de Amparo.
− Estábamos en la pérgola jugando al Parchís y, como Ángel había
perdido, le dijimos que tenía que pagar una prenda; él dijo que tenía una idea
estupenda de pagarla, porque nadie se atrevería a hacer lo mismo. No me dio

177
tiempo a detenerle. – Sollozó de nuevo la pobre chica.- Salió corriendo y sin
imaginar lo que iba a hacer, le vimos subir al borde de la fuente y, no se como,
porque me puse a correr para detenerle, se subió en uno de los delfines y
entonces fue cuando se cayó y gritamos los dos.
− Papá, yo también estaba corriendo y le decía que tú no se lo
permitías, pero no me escuchaba.- Todo el cuerpo de Miky temblaba del susto que
había pasado, pero hablaba como un chico maduro y sensato, como siempre.
− Bueno, será mejor que todos nos calmemos. No ha pasado nada
que no tenga solución. - Dijo Miguel, todavía con la ropa mojada y la mirada
extremadamente dura, cuando se dirigió a su hijo pequeño: - Ángel, cuando
llegamos aquí, te dije que si intentabas hacer esto que acabas de hacer ahora,
nos marcharíamos de esta casa; no nos vamos a ir, porque estamos trabajando
aquí Mamá y yo y el trabajo no se puede abandonar cuando uno quiera, pero lo
que sí voy a hacer, es que tú no disfrutes de lo que más te gusta de ella; hasta
que me convenzas de que has entendido que las ordenes que te doy hay que
cumplirlas. – Mientras el padre hablaba, el niño miraba fijamente el suelo. – Desde
ahora y hasta que yo lo vea conveniente, no podrás volver a la piscina, ni jugarás
en el jardín, me pedirás permiso para salir de tu habitación y harás todos los
deberes que te ponga Amparo, sin protestar. ¿Lo has entendido bien?
− Si, Papá. – Dijo Ángel con un hilillo de voz.
− Ahora ves a cambiarte de ropa, te quedas en tu habitación y no
bajes hasta que se te llame para la cena.
− Sí, Papá.- Volvió a decir el niño y se dispuso a subir la escalera.
Ana hizo un leve movimiento para acercarse a su hijo, pero la mirada de
Miguel, la dejó como pegada al suelo. Sabía que no debía consolarlo, sería como
quitarle autoridad al padre y eso nunca le había parecido lo más apropiado, pero
quería ver si podía aliviarle el dolor del golpe con un poco de miel, eso era un
remedio casero muy eficaz, de los que ella era tan aficionada.
Después del incidente, ya no volvieron a subir al solarium; continuaría el
relato de la vida de Laura, la tarde siguiente cuando todo se hubo calmado.

“Así empezó para mí un mundo desconocido y apasionante. – Laura retomó


la historia en el mismo sitio en el que la dejara el día anterior. Se habían
asegurado de que Ángel estuviera durmiendo en su habitación, con Amparo
pendiente del más mínimo ruido, para poder estar tranquilas.- Me sentía mimada
y querida por todos, hasta por la prensa que enseguida, se interesó por seguirme
los pasos en mi largo camino de presentación de las creaciones de diferentes
modistos, pasarelas, largas sesiones con mi querido Dany y de viajes por todo el
mundo.
Mi imagen se veía en las portadas de todas las revistas de moda; en
televisión y hasta en vallas publicitarias. Se especulaba sobre mi origen, mi vida
privada y todo lo que rodeaba mi figura.
Me propusieron montajes millonarios para aparecer en un idilio con alguien
del mundo del cine y luego decir que se había roto; esto generaba unos ingresos
sustanciosos a la revista en cuestión; me negué sin discusión. Siempre decía que
no, jamás accedía a una entrevista que no fueran las de paso al salir de un desfile

178
o de un hotel. Conseguí que no se conociera nada sobre mi intimidad, lo cual era
muy difícil, pero lo pude conseguir con mucho esfuerzo a cambio de tener fama de
antipática con la prensa.
Nunca llevaba la misma ropa; me vestían los más grandes modistos y las
empresas de complementos se disputaban mi imagen para sus productos.
Siempre iba adornada con las joyas de los más importantes diseñadores del
mundo y de los nuevos talentos. Era la imagen del perfume más caro del mercado
y un larguísimo etc.

Mi pelo cambiaba de color y de peinado, pero nunca le permití a Jóse que me


lo cortara.
Jóse era mi peluquero andaluz; un joven con mucho talento que se convirtió
en mi estilista y siempre viajaba conmigo desde que, en uno de los viajes que hice
a Madrid, le conocí; allí me hizo un peinado que iba tan bien con mi forma de ser y
tan acertado con mi estilo, que le rogué a Víctor que le contratara para mí y así lo
hizo. Él estaba como loco de entusiasmo porque jamás habría ni soñado subir tan
alto en su profesión. Nos entendíamos muy bien; él sabía leer en mi actitud nada
más echarme un vistazo, el peinado que debía llevar ese día o en la ocasión en la
que estaba.
− Tienes una cara que, cualquier corte te quedaría precioso; debes cambiar
de imagen.- Insistía una y otra vez. Él tenía razón, pero cortarme el pelo
significaba para mí, dejar atrás el tiempo maravilloso que pasamos en la isla; debo
confesar que no sé por qué, pero para mi era un asunto sagrado.
− No, Jóse, ya te he dicho miles de veces que puedes hacerme lo que
quieras, menos cortarme el pelo.- Terminaba conformándose; ya he dicho que era
una de las mejores personas con las que me he cruzado a lo largo de mi vida. Se
quedó en Australia y puso una academia de peluquería que se ha convertido en la
más prestigiosa del país, a pesar de ser tan grande. Todo el que desea ser un
buen profesional, tiene que ir a Canberra a la academia de José.

Hablaba por teléfono con mi padre y Eduardo regularmente; en cambio con


mi madre, las cosas no marchaban bien. Le había ofendido mucho, según decía
ella, que no quisiera volver a casa. No había cambiado nada. Los años la habían
convertido en más egoísta y manipuladora que antes. Cuando hablaba conmigo,
se le notaba una nota de desprecio en la voz y no se cortaba al decirme que si no
quería ir a Zaragoza, mejor para ella, porque estaría más tranquila sin tener que
discutir por todo, como siempre; porque seguía siendo “tozuda” como buena
aragonesa. Me hizo mucha gracia volver a escuchar aquella palabra: Tozuda,
porque era una expresión muy corriente, que quería decir: difícil de convencer,
que a mi madre le había parecido siempre vulgar, en boca de gente de la alta
sociedad, como nosotros.
Como ya le dije a Eduardo, seguía creyendo que no era conveniente
revelarles nada del cambio que había experimentado, ni tampoco de mi profesión.
Para sus mentes antiguas, no sería fácil, si es que llegaban a entender, asumir lo
que me había pasado, por otro lado, no confiaba en la discreción de mi madre, tan
dispuesta como estaba siempre a presumir. Acabarían pensando en su círculo de

179
amistades, que se le había ido la cabeza con los años. Seguramente, ella habría
visto mis fotos muchas veces; siempre había sido muy aficionada a las revistas de
moda y recibía en casa todas las más destacadas en el tema. Puede que, hasta
hubiera comentado con alguna de sus amigas: “ Esta chica, tiene un parecido con
mi hija, que vive en Australia” Siempre que éstas no recordaran el aspecto que
tenía cuando me fui de allí.
Nunca se lo habría dicho por teléfono, ni quise tampoco que lo hiciera
Eduardo. Pensaba hacerlo en alguna ocasión aprovechando un viaje a España.
Estaba convencida de que la mejor forma de decírselo, era cara a cara. Pero
había algo dentro de mí que me impedía afrontar ese momento; iba dejándolo
para más adelante y así pasaban los años sin que terminara de decidirme.
Mi vida era un torbellino de trabajo y apenas tenía tiempo para vivir en mi
casa. Echaba mucho de menos a Pablo y cada vez se me hacía más difícil
despedirme de él, después de haber estado tanto tiempo sin separarnos ni un
instante, ahora que la novedad de mi profesión ya no era tal, se me hacía más
largo el tiempo que pasaba sin él.
Una noche, acababa de llegar de un viaje largo y agotador y lo único que
deseaba era estar con Pablo, hablar de nuestras cosas, cenar algo ligero y poco
sofisticado y dormir plácidamente en mi cama. Me había terminado de duchar,
cuando sonó el teléfono. Le pedí a Pablo que lo cogiera él y que si preguntaban
por mí, dijera que no estaba, fuese quien fuese, no me importaba.
− Es Eduardo.- Dijo alargándome el auricular con cara muy seria.- Parece
que es muy urgente que hable contigo; está muy alterado.
− ¡Querido Eduardo! ¿Cómo estás?- Dije con voz alegre, porque siempre me
sentía feliz de hablar con él. Pero como no entendía nada de lo que decía, me
preocupó.- ¿Qué te pasa? Tranquilízate y dime algo, me estas asustando. – Al
otro lado de la línea, se escuchaba la respiración entrecortada de alguien que
hace esfuerzos por controlar el llanto.
− Laura ¿Has visto las noticias? – Qué pregunta tan extraña, sobretodo a las
doce de la noche y con la voz temblorosa por el llanto.
− Eduardo, por favor, dime ya lo que sea; ya sabes que aquí no suelen contar
nada de lo que sucede en España. ¿Ha pasado algo grave?- No quería darle la
impresión de que estaba perdiendo la paciencia, pero necesitaba que me aclarara
lo que estaba intentando decir.
− ¡Cuánto siento tener que darte esta noticia! Laura, hija mía, tus padres
habían emprendido un viaje sorpresa para verte, pero...¡Que desgracia! - Volvió a
llorar sin control, mientras esperaba que terminase de darme aquella noticia que,
ya estaba segura, no era buena.- Su avión se ha estrellado cuando despegaba. A
los pocos minutos de empezar la maniobra, cuando ya se dirigía a la pista de
despegue y todas las personas que estábamos allí, nos acercábamos a la salida
del aeropuerto, escuchamos una terrible explosión. Todos hemos vuelto a las
pistas para ver qué había sucedido. No sé cómo describirte lo que nos
encontramos, fue terrible. El espectáculo era dantesco; nos horrorizó ver el avión
envuelto en llamas y todos los servicios contra incendios como locos acudían y
llenaban de espuma los restos del fuselaje, porque solo era eso lo que quedaba
del avión . No ha habido supervivientes. Laura, querida mía, ¡Cuanto lo siento!

180
Mientras escuchaba las palabras de Eduardo, no llegaba a entender lo que
me decía; era como si yo fuera una simple espectadora de un acontecimiento que
nada tenía que ver conmigo. Recibí aquella noticia como un golpe que me dejó sin
saber que decir, ni qué hacer. En esos instantes, la única idea que me vino fue
que tenía que consolar a Eduardo. Él era de la familia tanto como yo y estaba
deshecho en llanto.
− Eduardo, cálmate, si nos ponemos los dos así, ¿cómo vamos a saber qué
hay que hacer?- Estaba asombrada de aquella calma que se apoderó de mí.- Ya
no tiene solución por mucho que lloremos. Mañana cogeré el primer avión y pronto
nos veremos, nos ocuparemos de todos los pasos que haya que dar y nos
consolaremos el uno al otro.
− No, no, ¡Por favor, no vengas! ¿Cómo voy a permitir que tú también te
subas en un avión con lo que acaba de pasar? No podría soportar la espera.- Ante
la posibilidad de un nuevo desastre, se sobrepuso a la tristeza y habló con más
serenidad.- No te preocupes por mí, ni por nada; yo me encargaré de todos los
detalles; haré todo lo que sea necesario y después de los funerales te llamaré y
hablaremos de los asuntos legales y de los negocios. Perdóname por asustarte a
estas horas, pero no quería que te enteraras por nadie que no fuera yo. Te repito,
querida mía, no vengas en avión, hazlo por mi, ya que por ellos, no es posible ya
nada.

Los días siguientes, los recuerdo entre neblinas. Pablo se desvivía por
consolarme, pero yo, además de estar triste por su pérdida, me sentía culpable
porque debía haberles ido a ver en los primeros meses, después de volver de la
isla; tenía que haberles hablado del cambio que había experimentado; pero lo fui
posponiendo por cobardía y ahora ya era demasiado tarde. Estaba segura de que
a mi madre le hubiera gustado saber que su hija ya no era una chica amargada
que vivía escondiendo sus defectos. Sé que se hubiera sentido orgullosa de tener
en su familia una mujer tan “bella y elegante” como ella solía decir de las hijas de
sus amigas, cuando las comparaba conmigo. Le hubiera encantado presumir de
ser la madre de la modelo más famosa del momento y presentarme a sus amigas
para que sintieran envidia; ella era así y yo, con mi miedo e inseguridad, le había
robado esa alegría.
Mi padre ¡Cuánto se hubiera alegrado! Siempre supe el amor que me tenía y
también a él le privé de una felicidad que habría hecho más tranquila su vejez.
Todo lo había estropeado con una decisión equivocada y ahora lo estaba
pagando.
− ¿Por qué no lo hice cuando todavía no era demasiado tarde?- Le decía
entre sollozos a Pablo, que ya no sabía cómo argumentar lo contrario..
− Cariño, no te responsabilices de lo que ha pasado; te desesperas con esas
ideas; tú nunca pensaste en hacerles daño; todo lo contrario, siempre creías que
el choque sería demasiado para ellos. – Pablo era razonable en sus argumentos,
pero no sabía si éstos me llegaban así como estaba emocionalmente.- Las cosas,
muchas veces suceden sin que nosotros podamos hacer que sean diferentes.
Vienen y, como no sabemos la forma en que acabarán, nuestra manera de

181
afrontarlas tiene que ser la más conveniente en ese momento, con honestidad,
pensando que eso es lo mejor. Lo importante es la intención con la que actuamos,
luego el resultado no depende de nosotros, si no de las circunstancias a las que
no podemos dominar.
Él veía que, a pesar de entender y compartir todo lo que me decía, me iba
deprimiendo cada día más. Entonces me propuso unas vacaciones. Yo no estaba
capacitada para decidir nada y fue él quien se ocupó de hablar con Víctor; este fue
muy comprensivo y amable cuando le explicó la situación en que me encontraba.
− No te preocupes por nada. Descansa y relájate; tómate el tiempo que
quieras. Lo único importante eres tú y que te encuentres bien.- Me hablaba como
un padre a un niño pequeño, con los ojos llenos de cariño.- Cuando vuelvas,
sabes que te recibiremos con los brazos abiertos. ¡Cuídate mucho cariño!

Pablo había tenido una brillante idea, tal vez la única que podía sacarme de
aquella apatía que se apoderaba de mi sin darme cuenta, como la marea que va
subiendo sin que se aprecie, hasta que ya nos moja los pies.
− ¿Qué te parece si alquilamos un barco y nos vamos unos días a nuestra
isla? – Me propuso de pronto y consiguió lo que pensaba: Me hizo reaccionar.
− ¡Oh sí! Sería estupendo. ¡Qué idea tan maravillosa has tenido! ¡Tú eres
maravilloso! – Y sin más, me eché a llorar, como siempre hacía por cualquier
motivo sin importancia; tan depresiva estaba.
− Necesitas pasar una temporada con tus animalitos, pasear por la mejor
playa del mundo, bañarte en aquel agua fresca y vivificante del laguito tan
nuestro... respirar aire puro de verdad.
− Y las uvas, no te olvides de ellas. Estoy segura de que me devolverán la
estabilidad emocional que he perdido junto con mis padres.- Confiaba en sus
efectos más que en cualquier medicina de las que conocía.- No sé si te parecerá
bien, pero estoy pensando que nos podríamos llevar un equipo y yo misma las
analizaría. Quiero saber cuales son las sustancias de que están compuestas y
que las convierten en algo tan fantástico. Sería un secreto bien guardado, eso ya
lo sabes.
− ¿Por qué no? Sabiendo cuales son sus principios activos, siempre se
podrían hacer en el laboratorio y, de esta manera, llegaríamos a ayudar a mucha
gente sin poner en peligro la naturaleza.- Pablo siempre veía donde yo no llegaba.
Tenía toda la razón.- Parece muy egoísta por nuestra parte, saber algo tan bueno
y no compartirlo con los demás. Siempre y cuando no se desate la noticia de sus
efectos y lo arruinen todo, claro está.
Estando los dos de acuerdo, empezamos a hacer los preparativos. Había
recuperado la ilusión y ya no lloraba con tanta frecuencia. Busqué el mejor equipo
de microscopio y de laboratorio para hacer mis análisis. También compramos un
generador de electricidad para trabajar. Pablo se encargó de alquilar un buen
barco con una tripulación de hombres muy experimentados.
El viaje nos costaba una pequeña fortuna, pero teníamos el dinero y no
éramos, ninguno de los dos, amigos de guardarlo; pensábamos que la vida había
que disfrutarla. Por otro lado, teníamos el proyecto de las uvas y estábamos
convencidos de que sería un gran avance en la medicina y la cosmética, pudiendo

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así conseguir la curación de muchas personas que hubieran perdido la esperanza
de seguir viviendo; por este motivo, nos dolía menos el dinero que nos costaba
todo el equipo.
Con estos propósitos y manteniendo un estricto secreto; llegó el momento de
zarpar. Estaba todavía oscuro al dejar el puerto; la cuidad, aparecía iluminada con
miles de luces de diversos colores, poco a poco, se perdía entre la neblina del
amanecer, conforme nos alejábamos. En la cubierta, cogidos de la mano, la vimos
desaparecer, seguía dormida. El mar estaba en calma y nuestro barco se
deslizaba por su superficie como una bailarina en una pista de hielo, sin casi hacer
un ruido.

Este viaje, no se parecía en nada al que habíamos hecho en el barco


ballenero, donde fuimos cocineros y que ya nos parecía muy lejano. Aquí todo era
limpio y confortable. Teníamos un dormitorio que más bien era una habitación de
un gran hotel y no un camarote. Un cuarto de baño completo, un salón y otras
dependencias como armarios y la cocina, además de la parte que ocupaba la
tripulación.
Como hacía buen tiempo, por las mañanas salíamos a la cubierta de proa y
tomábamos el sol en las tumbonas. A veces, nos servían el desayuno allí mismo.
Teníamos un verdadero cocinero que era extraordinario; pero aún así, cuando
recordábamos la otra travesía, sentíamos algo de nostalgia. Siempre que nos
vienen los recuerdos, aunque no sean de momentos buenos, los acogemos con
benevolencia, casi añorándolos. ¿No te pasa a ti también? – Le preguntó a Ana.
− La verdad es que sí, tienes toda la razón. Aunque dicen que no
es conveniente mirar mucho al pasado, no por que el pasado sea malo,
simplemente es que está muerto.
− Me parece muy sensato este razonamiento pero, en algunas
ocasiones, es beneficioso para saber cómo hemos de comportarnos ante
situaciones parecidas a las ya vividas. Ahora, volver al pasado, nos va a ayudar a
entender cosas que han estado ocultas y que es muy importante sacar a la luz; lo
comprobarás cuando acabe contarte esta historia. – Después, continuó con su
viaje.
Pablo había estudiado la ruta que debíamos seguir y hasta un punto
determinado, no le dio el mapa de la situación de la isla al capitán. Cuando lo tuvo
en sus manos, le extrañó mucho y moviendo la cabeza negativamente, dijo que
nunca había visto, ni oído, que por aquellos mares hubiera ninguna isla. Le
respondimos que nos esperábamos que así fuera, porque su tamaño era muy
pequeño, poco más que una roca y no figuraba en ningún mapa. Él no estaba muy
conforme con aquel viaje, porque, según nos dijo con expresión bastante molesta,
no le gustaba ir sin conocer la ruta, que había hecho una excepción con nosotros,
pero que ahora las cosas se habían puesto de un color que le desagradaba
mucho.
¡Claro que había hecho una excepción con nosotros! Sobre todo al ver a
cuanto ascendía el importe de su trabajo y el de su tripulación. Con eso se podían
hacer muchas excepciones. Aunque lo pensábamos, no se lo dijimos, por miedo a
que se negase a continuar el viaje.

183
A pesar de las dudas de nuestro capitán, la travesía fue muy buena. Sin
tormentas, ni vendavales y disfrutamos mucho de ella. No compartíamos en
absoluto las dudas que le asaltaban a él y estábamos seguros de que cuando
viera la isla, cambiaría de opinión.

− Me siento tan bien que, aunque nos quedemos menos tiempo en la isla, no
necesito más. – Le dije a Pablo, en uno de los hermosos atardeceres en alta mar.-
Sólo que estoy impaciente por analizar las uvas.
− Por lo que me ha dicho el capitán, estamos llegando a nuestro destino; lo
más seguro es que, mañana por la mañana, ya podamos divisarla.
− ¡Que ilusión me hace! Además, se me ha hecho muy corto el viaje; claro, el
otro barco era viejo y pesado, no se puede comparar.
Llegó el amanecer del día siguiente, pero no encontramos, nada aunque el
horizonte estaba despejado y la vista alcanzaba mucha distancia. Esperamos al
otro día y luego al otro, pero seguíamos sin ver la isla.
− La posición que está en el mapa, es esta pero, me resulta muy extraño no
haberla encontrado ya.- El capitán que era tan escéptico, parecía que acabaría
saliéndose con la suya.- Puede que haya un error de cálculo. Seguiremos dando
un vistazo haciendo un círculo de varias millas y, espero que no haya más
problemas.
Después de esta explicación, empezamos a perder la esperanza de
encontrarla. Pasamos una semana dando vueltas en un círculo cada vez mayor,
sin ningún resultado. No podíamos creer que nuestra isla hubiera desaparecido
como por arte de magia.
− Puede que el capitán tenga razón y haya un error al hacer el cálculo; si no,
¿Cuál es la explicación para que no la encontremos?- Decía Pablo con la
desilusión reflejada en el rostro.
− No es posible, esto no nos puede estar pasando.- Dije con lágrimas en los
ojos.- Tenía tanto interés por las uvas y por volver a ver a Rico, Lana y los
pequeños, bueno, que ya no lo serán.
− No creo que sea un error.- Seguía repasando Pablo en su memoria cada
palabra que se había hablado aquel día, aunque hiciera ya varios años, lo
recordaba todo con extraordinaria exactitud.- Después de que el otro capitán nos
diera el mapa, Vladimir me explicó, todos lo puntos y las coordenadas que había
que seguir; estoy seguro de que no hay error posible; aunque no sea un experto
en mapas de navegación, esto lo tenía muy claro.
A pesar de la seguridad de Pablo, tuvimos que darnos por vencidos y volver
a nuestra casa con las manos vacías. Habíamos hecho un gasto enorme para
nada, solo para volver con la desilusión de no encontrarla. Todavía no lo
habíamos asimilado, simplemente, no podía ser.
Lo único que tuvo de bueno aquel viaje, es que cumplió el objetivo de
quitarme la depresión, pero ésta fue sustituida por la preocupación de no saber
dónde estaba la isla y perder la posibilidad de volver a ella, en otras ocasiones,
por necesidad, como era el caso, o por simple placer.
Pablo estaba convencido de que la desaparición de la isla, tenía algo de
extraño y misterioso; no admitía que pudiera ser un error del capitán del ballenero.

184
− Esto no es algo que hayamos soñado; estuvimos allí cinco años, eso no es
una alucinación; entonces ¿Qué ha podido pasar? Una isla no desaparece de la
noche a la mañana, sin que ocurra un gran terremoto o alguna otra catástrofe, de
la que hubiéramos tenido noticia. No era grande, pero tampoco se la podía llevar
el viento.- Pablo siempre estaba dándole vueltas a lo mismo. Así que tomó la
decisión de encontrar la explicación a aquel misterio.
Para salir de dudas, se puso a estudiar los mapas de navegación de todos
los tiempos. Se hizo un auténtico experto en el tema. Compraba libros, revistas y
toda clase de artículos que hablaran de geografía. El Océano Índico no tenía un
rincón que él no conociera como la palma de su mano.
En los viajes que hacíamos, la primera visita siempre era a una biblioteca, ó a
un museo. Buscaba leyendas y cuadros que hablaran de islas desconocidas y de
cuentos fantásticos referentes al mar. No conforme con los mapas actuales, se
dedicó a estudiar los antiguos y pasaba las horas encerrado en su despacho, con
una lupa mirando todos y cada uno de los detalles.
Nuestro viaje fallido, no solo sirvió para curarme la depresión, también me
ayudó a comprender que la vida que llevaba, tenía que cambiar. Empezaba a
valorar la tranquilidad del hogar; el estrés de las pasarelas, el estudio fotográfico y
los constantes viajes, me estaban agotando. También se me hizo agobiante la
falta de libertad. Por donde fuera, la prensa me perseguía; no había ocasión en
que ellos no estuvieran presentes, ya era muy difícil preservar mi vida privada, lo
que no sabían, lo inventaba. No podía seguir así, estaba convencida.
La relación con Pablo se estaba enfriando, no porque nuestro amor ya se
hubiera acabado, sino porque apenas nos veíamos. Él seguía de profesor en la
academia y tenía su horario fijo; pero yo no, además, la idea de vivir cada uno por
su lado, no me gustaba nada.
Pasábamos meses separados y le añoraba constantemente. Por eso, pensé
que no merecía la pena seguir con ese ritmo de vida y se lo dije a Víctor. Él intentó
convencerme de todas las formas posibles para que continuara, pero yo no estaba
dispuesta a ceder, la decisión estaba tomada y era irrevocable.
Víctor no estaba resignado a perderme, así que me propuso entrar a formar
parte de su negocio como socia. Esta idea no me disgustó y, después de pensarlo
detenidamente, le dije que sí. Este era un trabajo que me permitía estar más
tiempo en casa y que no tenía nada que ver con los medios de comunicación a los
que estaba deseando perder de vista. Aunque ese no era el motivo, también tenía
en cuenta que los años pasaban y que ya no era tan joven, a pesar de no
notárseme la edad, pasaba en mucho de los treinta años. La idea de enseñar a las
jóvenes promesas el oficio, me agradaba bastante y lo tomé con mucha ilusión.
La agencia, creció con mi aportación y dependían varias familias de nuestro
negocio. No sólo nos dedicábamos a promocionar a nuevas modelos, sino que las
formábamos desde cero, incluyendo una educación básica; muchas de ellas y de
ellos, porque había también muchachos, no tenían estudios y sabíamos que en
esta profesión se tendrían que relacionar con gente de la alta sociedad y debían
estar preparados y aprender un comportamiento, no sólo al relacionarse con los
demás, también en detalles como las reglas del protocolo y las de la mesa, por
ejemplo, para no resultar fuera de lugar.

185
A Pablo le entusiasmó la idea de volver a estar juntos. Otra vez teníamos
tiempo para pasear y para conversar durante horas. Hasta empecé a interesarme
por los mapas; al igual que Pablo, estaba convencida de que todo este asunto
estaba envuelto en algo misterioso y quería descubrirlo. Él me había contagiado
su entusiasmo y sus sospechas.
Después de una intensa búsqueda, encontramos en un libro de leyendas
muy antiguo, que nos costó mucho trabajo descifrar, porque el lenguaje era
diferente al que hablábamos, una que más o menos decía así: “ La isla solo puede
verse cada cien años, que es cuando emerge del fondo del mar. Permanece en la
superficie cinco años y luego, vuelve a sumergirse. En este lugar los animales son
pacíficos e inteligentes, puesto que son aquellas personas que no abandonaron la
isla a tiempo, cuando se sumergía.
Los náufragos, se ven atraídos por su magnetismo y nada pueden hacer por
resistirse a él. Los que la conocen no saben explicar como llegaron hasta ella. Su poder
es tan grande que puede curar todos los males del cuerpo y del espíritu, por medio de las
frutas que en ella crecen y que son desconocidas en todos los demás rincones del
mundo...”
Mientras leía lo que tanto trabajo nos había costado entender, me temblaba
la voz y las manos que sostenían el papel, eran como autónomas, no obedecían.
− ¡Creo que la hemos encontrado! – Dijo Pablo con un brillo de triunfo en los
ojos. Para llegar hasta este libro había tenido que leer muchos, durante meses.
Era una buena recompensa.
− La verdad es que resulta muy fantástico leerlo así; pero solo nosotros
podemos testificar que es totalmente cierto, aunque nadie nos creería si
decidiéramos contarlo alguna vez- Luego, parándome a pensar, le dije:- Debemos
buscar a algún aborigen; entre ellos sé que algunos viven más de cien años y es
probable que sepan algo que nos ayude. Van contando su historia de forma verbal
y así la conocen generación tras generación.
− Tienes razón, si alguien sabe algo, serán los aborígenes. Lo que me cuesta
creer es que se sumerja a los cinco años de estar en la superficie. Toda aquella
maravillosa vegetación, no es posible que surja del agua salada. ¿Y los animales
se mueren durante un siglo? Puede que el capitán no hiciera bien sus cálculos y
que la leyenda haya sido deformada a fuerza de pasar de unos a otros durante
muchos años.- Siguió especulando Pablo.- Estoy hecho un lío, ya no sé qué creer
y qué no. Jamás, en el tiempo que estuvimos allí, vimos pasar un barco, ni
siquiera de lejos y justo cuando se cumplían los cinco años de nuestra llegada,
aparece un barco tan siniestro como aquel y hace que se cumpla la leyenda. ¿Y si
no nos hubiera importado lo que hacían los marineros con los animales y los
árboles y nos hubiéramos quedado allí? ¿Ahora formaríamos parte de la fauna
amistosa que daría la bienvenida a los nuevos náufragos del siglo que viene...? No
sé si creerlo.
− Si lo miras por ese lado, puede que tengas razón. La forma en que
llegamos, es la misma que dice el libro. ¡Era demasiado hermosa para ser real! La
primera vez que abrí los ojos, pensé que estaba muerta y que me encontraba en
el paraíso. La magia es así, incomprensible para los humanos, por eso no
entendemos que toda aquella maravilla, se sumerja durante cien años; porque es
mágico.

186
− No se, no se... – Pablo era más realista que yo y, eso de creer en la magia,
le costaba mucho trabajo.
Todavía lleno de dudas, Pablo no se daba por satisfecho y continuó su búsqueda de
información sobre la misteriosa historia de la “Isla de los cien años” según la llamaban en
la leyenda. La ventaja era que, por lo menos, ya sabía lo que buscaba.
En la academia donde trabajaba Pablo, había un conserje aborigen que se
llamaba Camoola. En una ocasión, casi con timidez, se le ocurrió preguntarle si
conocía la leyenda de la “Isla de los cien años” Este hombre se quedó muy
sorprendido de que Pablo le hablara de aquella historia tan propia de su pueblo, a
la que ningún europeo había dado crédito.
− Por casualidad ha caído en mis manos un viejo libro que hablaba de ella;
me ha resultado muy interesante. ¿La conoce?- Le preguntó aparentando no tener
más interés que la curiosidad.
− Sr. Castro, solo le hablaré a Ud. de ese tema porque le aprecio y confío en
su seriedad. – Dejando esto muy claro, Camoola dijo: - Sí, claro que la conozco,
es una leyenda muy antigua y que siempre se ha llevado con mucho secreto.- Le
explicó, hablando en voz baja.- Dicen que los que han estado allí, viven más y
mejor; que nunca están enfermos. Se cuenta que hay personas que vieron la isla
dos veces en su vida, porque, los que han estado en ella, pasan de los ciento
veinte años. Por eso han podido contar las maravillas que hay allí. Mucha gente
no se lo cree, pero nosotros sabemos que es verdad, auque muchos tienen miedo
y no quieren hablar de ella.
− ¿Ud. Sí me contará algo que me ayude a creer?
− Yo solo soy un hombre humilde y sin estudios. Algunas veces lo creo, otras,
dudo de que sea verdad.- No quería comprometerse, pero tampoco le gustaba
pasar por tan ignorante, por eso continuó diciendo:- Mi abuelo que era Namatjira
de nuestra tribu, fue quien me la contó; sí, él estaba seguro de que era verdad.
Todos los viejos dicen que es cierto, pero los jóvenes que están más preparados,
lo dudan.
− ¿Por qué dice Ud. Que siempre se ha llevado en secreto?
− No lo sé. Puede que sea porque los que han estado allí, no quieren que
nadie más lo sepa; dicen que allí se encuentra la fuente de la juventud, tan
buscada por el ser humano durante toda la historia; por eso nadie la quiere
compartir.
Le pidió a Camoola el favor de llevarle a la aldea donde vivía su abuelo, pero
éste se negó diciendo que eran todavía muy primitivos y que no aceptaban la
presencia de los extranjeros y menos aún de los blancos. Por ese lado no se
podía esperar más, pero era suficiente para reafirmarnos en la idea de que la
leyenda tenía un fundamento que era verdadero.

Nos habíamos hecho una hermosa casa en una zona residencial, cerca del
río Molonglo; estaba rodeada de un amplio jardín; en ella, Pablo había dedicado la
biblioteca, casi exclusivamente, a guardar toda clase de información sobre mapas
y libros que se referían a la navegación y al Océano Índico. Conocía la historia y la
geografía de todas y cada una de las cientos de islas que lo poblaban. Allí
pasábamos gran parte del tiempo que teníamos libre.

187
En una de las publicaciones que recibía Pablo con asiduidad, encontró el
anuncio de una exposición de los restos más antiguos encontrados de las
civilizaciones que poblaron las islas de los Océanos Índico y Pacífico; se
celebraría en Sydney, en el Museo Australiano, el cual poseía una importante
colección de historia natural y antropología.
Siempre buscando más información, Pablo quería que fuéramos a visitar
dicha exposición; pero yo no podía en esos días dejar mi trabajo. Decidimos que
fuera él; no podía perder la oportunidad de encontrar a algún estudioso que le
ayudara en su investigación. Luego me contaría todo lo que había visto y oído
para estudiar juntos los documentos que viera de mayor interés.
Con menos entusiasmo del que tenía al principio, pues no le gustaba viajar
sin mí, Pablo preparó una pequeña maleta con las cosas más imprescindibles,
porque solo serían dos días, como mucho, los que iba a pasar en Sydney.
Nos despedimos en casa, porque no podía acompañarle al aeropuerto. Me
abrazó con una intensidad que me alarmó, fue como si esta separación fuese por
mucho tiempo. También para mí resultó una despedida más triste que las
normales, como cuando yo viajaba tanto. Pensé que ya habíamos perdido la
costumbre o que nos volvíamos más sensibles con los años; pensé en no darle
más importancia de la que tenía.
− Cariño, solo vas a estar fuera dos días, pero parece que es para siempre
por la forma que tienes de decirme adiós.- Le dije sonriendo.
− Ya sabes que te extraño mucho y si no fuera por la necesidad tan grande
que tenemos de conocer más sobre nuestra isla, no me separaría de ti ni por un
minuto.
− ¡Qué exagerado eres! Cuídate mucho y llámame cuando llegues, estaré
esperando que lo hagas y ya me cuentas el ambiente que hay en el museo.
− Tú también debes cuidarte. En cuanto tenga oportunidad te llamaré, seguro.
Te quiero.- Volvió a besarme apasionado.
− Y yo a ti.- Le respondí llena de ansiedad.- Venga, vas a perder el avión
como sigas con tantas tonterías.
Se marchó por la tarde, pero esa noche no me llamó; me extrañó que no lo
hiciera porque él era muy puntual y sabía que estaba esperando impaciente.
La noche se me hizo muy larga a la espera de su llamada, solo dormía a
ratos, despertando sobresaltada. Soñaba con situaciones disparatadas e
incomprensibles; por fin decidí levantarme mucho más temprano de lo que
necesitaba, pero la ansiedad no me permitía seguir en la cama. Me duché y me
vestí despacio, dando tiempo a que el teléfono sonara; pero no lo hizo y llegó el
momento de irme a la oficina. Me esforcé por comprender que habría surgido
cualquier cosa que le había impedido llamarme. No tenía por qué haber pasado
nada, cuando me llamara, se aclararía todo y vería que no merecía la pena estar
tan preocupada".

La angustia que había sentido en aquellos momentos, volvió a reflejarse en


su rostro y Ana lo percibió con el mismo sentimiento. Se imaginaba que los

188
acontecimientos que quedaban por conocer, no serían buenos, pero esperó a que
Laura continuase, sin apremiarla.

"A las diez de la mañana, mi secretaria me anunció que tenía una visita; dos
señores querían hablar conmigo, era un anuncio al que estaba acostumbrada en
mi trabajo. Le dije que les hiciera pasar; pero, cuando les vi, me causaron tal
impresión, que supe por qué habían venido, era como una premonición, un flash
que no dejaba lugar a dudas: Me traían malas noticias de Pablo. Me puse pálida,
pero conseguí dominarme .
− ¿Laura Enciso? – Preguntó uno de ellos.
− Sí, soy yo.- Le invité a sentarse delante de mi mesa, pero al ver la
expresión de sus caras, pregunté sin más preámbulos:- ¿Qué sucede?
− Permítame que le presente al agente Walter y yo soy el agente Dyer de la
policía de Canberra. Venimos a comunicarle que su marido, el Sr. Pablo Castro ha
tenido un accidente y se encuentra en el hospital.- Soltó de una sola vez, sin
detenerse a coger aire.
− ¿Qué le ha pasado? ¡Por favor! Dígame si está muerto.- Aquella intuición
me decía que era peor de lo que ellos querían que creyera.
− Tranquilícese señora, no ha muerto, pero se encuentra en estado muy
grave.- Contestó el otro hombre.
− ¡Vamos! Dígame lo que le ha pasado realmente y no me dejen así, con esta
incertidumbre. – Les grité con desesperación, dejando que el control que me
esforzaba en ejercer, se fuera haciendo más débil conforme iba entendiendo la
situación.
− Fue anoche en el aeropuerto, cuando se disponía a salir por la puerta de
embarque, un individuo intentó robarle la cartera y, al resistirse, este le apuñaló.
− ¡Anoche! No es posible. ¿Y me lo dicen ahora? ¿Por qué han tardado tanto
en venir? – Volví a gritarles perdiendo el control por completo y poniéndome de
pie.
− Señora, hemos estado toda la noche en el hospital mientras le operaban;
queríamos decirle que todo estaba bajo control. Se ha detenido al agresor. Ahora,
si Ud. Nos lo permite, le acompañaremos hasta el hospital.
− ¡Y qué me importa a mi que le hayan cogido! Lo importante de verdad era
estar a su lado en todo momento. ¿Es que no lo entienden?- Lloraba sin pudor, ya
no podía demostrar que era fuerte.- Ha tenido que pasar la noche solo en un
hospital sin mi consuelo. Ha sido operado y yo no estaba allí para esperarle y verle
despertar...
Les dije sin respeto alguno, que los policías eran unos inútiles y un montón
de incompetentes que no habían pensado que los teléfonos servían para avisar a
los familiares de un herido. No sé cuantas cosas más salieron de mi boca. Ellos
comprendieron que estaba desesperada de angustia y dejaron que me
desahogara.

Llegué al hospital como en una de las pesadillas de la noche anterior.


Parecían una premonición, volví a pensar; algo me decía que había pasado una
desgracia .

189
El médico que le había operado aquella noche, me dijo que las heridas eran
muy graves y que no se podía hacer nada más que esperar a ver cómo
evolucionaba en las próximas horas. Me permitieron entrar a verle a cuidados
intensivos.
Allí estaba conectado a un monitor y con tubos que le introducían medicación
por las venas del brazo derecho. Su rostro, tan hermoso, parecía de cera blanca;
estaba tan quieto que me subió un escalofrío por la columna que me costó un gran
esfuerzo controlar. Me acerqué y le cogí la mano con todo el amor que sentía por
él, convencida que toda la energía que le mandaba, le ayudaría a recuperar las
fuerzas.
− Pablo, mi vida, ¿Puedes oírme? Soy Laura.- Al ver que no hacía ningún
signo de haberme escuchado, continué:- Dime algo. ¿Cómo te encuentras?-
esperé un largo minuto y después pareció darse cuenta de mi presencia.
− Laura, Laura, ¡Cuánto siento el sufrimiento que estoy causándote! – Me dijo
en un susurro tan bajo, que apenas podía escucharle. Hablaba jadeante y con
gran esfuerzo como si el aire no le entrara a los pulmones. – Creo que me voy;
pero antes quiero que sepas que te estoy muy agradecido y que me voy contento
porque he tenido la suerte de haberte amado.- Descansó un poco y apretó
ligeramente la mano que tenía cogiendo la suya.- No quiero que te entristezcas, ni
que pierdas tu hermosa sonrisa por mi. Piensa que la vida es bella y que te queda
mucha para disfrutarla... Recuérdame con alegría y no me llores mucho... Acepta
que me tengo que ir antes que tú y puede que nos volvamos a encontrar... ¡Quien
sabe!¡ A lo mejor es verdad! – Le escuchaba llorando en silencio. Todo me parecía
irreal; mi mente no asimilaba que era la despedida; el fin de nuestra vida en
común.
− Pablo, vida mía, no te despidas de mí todavía, aún queda la esperanza de
que te recuperes.- El nudo que tenía en la garganta, apenas me dejaba hablarle,
pero quería darle un poco de ánimo.
− Yo sé que me voy, por eso, mientras puedo hablar, quiero pedirte una cosa
muy importante para mí y que solo tú puedes hacer en mi lugar.- Dejó unos
instantes de hablar, recuperando así algunas energías de las pocas que le
quedaban. – Tú ya sabes la forma en que perdí a mi hija. Mientras estaba
inconsciente, he visto las cosas más claras que nunca. ¿Recuerdas cuando te dije
que había una enfermera que sabía algo?.Se llama Pilar Bermúdez.¡Por fin he
recordado su apellido! Te ruego que la busques y que consigas saber algo de lo
que pasó. Busca a mi hija y, cuando la encuentres, dile la verdad y también que
nunca dejé de pensar en ella; quiérela por los dos...En casa de mis padres, están
todas mis cosas, cuenta con ellas para lo que necesites...- Pablo se fatigaba y le
faltaba el aire, pero continuó. – La misión que te encomiendo, es difícil pero te
conozco y sé que la harás bien...Dile a mi hija que quise a su madre y que la
quiero a ella...aunque no la conozca...que nunca la he olvidado...Laura..ya no
puedo...te quiero...te esperaré...- Su voz se fue extinguiendo, poco a poco hasta
que dejé de escucharle.
Cerró los ojos y al hacerlo, para mí se apagó el sol. Es muy difícil expresar lo
que se siente en una situación así. No sé cuanto tiempo estuve abrazada a él.
Alguien intentaba apartarme, pero yo me resistía; solo quería estar junto a él todo

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el tiempo que fuera posible; incluso quería que me enterraran también a mi.¡Para
qué seguir viviendo! Cuando, por fin consiguieron apartarme se lo llevaron; salí al
pasillo y me encontré completamente sola; sola como nunca, sola desde dentro
que es la mayor soledad. En mi pecho había un gran vacío, como si una mano
invisible me hubiera arrancado el corazón con un solo movimiento. No sé cómo
llegué a mi casa. Tampoco recuerdo cómo lo supieron los amigos y los medios de
comunicación; apenas tengo una visión del día del entierro. Sé que fue un
acontecimiento, porque éramos muy conocidos y a él todos sus compañeros y
alumnos le querían. ¿Cuántas personas me dieron las condolencias? No lo sé, ni
me fijé en sus caras, ni en sus nombres. No pude llorar. Simplemente no era
persona, yo no estaba allí. Mi alma se encontraba completamente ausente, solo le
veía a él; cuando mis ojos estaban abiertos y cuando estaban cerrados, solo veía
su imagen. Me aferraba a ella para que nunca se me borrara de la memoria.
Recordaba haber oído que, con el tiempo, no se pueden ver los rasgos de las
personas ausentes, por mucho que se los quisiera recordar. ¡No, a mí no me
pasaría así! ¡Jamás los olvidaría! Era imposible dejar de ver sus ojos, su sonrisa,
sentir sus manos cálidas y amorosas, escuchar su voz grave y amable...¡No, a mi
no me pasaría jamás!

Me encerré en mi casa. No quería ver a nadie, ni saber nada del mundo. El


único deseo que sentía, era el de estar sola y no pensar si no era en él. Pasaban
los días sin que me levantara de la cama. No comía, no dormía, ni tenía interés
por nada. El teléfono sonaba a todas horas, pero no me molestaba en descolgarlo
y cuando me cansé de oírlo, di un tirón del cable y dejó de sonar. ¡Qué más daba
quien llamara! No había nada ni nadie que me importara, ni siquiera me importaba
yo. Solo deseaba que me dejaran tranquila para poder recordar una y otra vez,
cada uno de los minutos que estuvimos juntos desde que le vi por primera vez en
el avión que nos llevaba de Zaragoza a Madrid, al iniciar aquel largo viaje que nos
llevó hasta donde estaba ahora, sola y sin ilusión ni, deseos de vivir. Me
recriminaba el tiempo que había estado trabajando de modelo y que fue la causa
de que estuviéramos muchos meses separados; ahora veía claro que había
desaprovechado tantas preciosas ocasiones de estar junto a él. Tenía que haberle
acompañado en su viaje a Sydney; tal vez si hubiera estado acompañado, el que
le asaltó no se hubiera acercado, pero al verle solo, se atrevió a hacerlo. Volvía a
pensar que fui egoísta al poner mi trabajo por encima de compartir con él cada
instante de nuestra vida.
Volvía a estar en la isla y él me abrazaba, me besaba; podía oír su voz y le
veía en mil momentos distintos de nuestra estancia allí; siempre alegre y cariñoso.
Recordaba cada centímetro de su piel; el tacto de sus manos; pasaba las mías por
su pelo tan suave; miraba sus maravillosos ojos y parecía que me perdía en sus
aguas azules y me hundía en ellas para siempre....
No sé qué día era, ni qué hora, lo único que sabía era que hacía mucho
tiempo que no dejaban de dar golpes en la puerta de mi casa. No hice caso, como
siempre; pero esta vez, no se cansaron de dar aquellos golpes y de llamar una y
otra vez, insistentemente al timbre, que me desquiciaba los nervios porque me
alejaban de mis sueños. Estaba tan desesperada de escuchar aquel continuo

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aporreo que, con mucha dificultad, porque estaba muy débil, decidí levantarme
para ver quien era y que me dejaran en paz de una vez.
Cuando abrí y encontré a quien llamaba con tanta insistencia; mi aturdida
mente no lograba identificarle. Sabía que le conocía, pero era como si la memoria
no respondiera a la llamada que le estaba haciendo. Poco a poco, la neblina que
llenaba mi mente y la debilidad de mis ojos, fueron abriendo paso a la lucidez y
por fin pude reconocerle ¡Qué sorpresa tan grande! Allí, como por arte de magia,
estaba Eduardo, la única persona que podía soportar en el estado en que me
encontraba.
Me abracé a él como a una tabla de salvación. Prácticamente me colgué de
su cuello porque tenía el cuerpo flácido y desmadejado. Él me sostuvo con un
esfuerzo, pero aguantó bien. Sin una sola palabra; sabía que con él no hacían
falta porque entendería perfectamente lo que sentía, siempre fue así, lloré sobre
su cuello, todo lo que no había podido llorar desde la muerte de Pablo. Noté a
pesar de todo mi aturdimiento, que él también lloraba conmigo; esperó
pacientemente, sin prisa, consolándome como a una niña, dándome pequeños
golpes en la espalda y acariciándome el pelo, hasta que se me acabaron las
lágrimas. ¡Estaba agotada!

− Mi querida niña, ya está aquí Eduardo y todo va a ir bien. No podía dejarte


pasar por esta pena a ti sola. He venido a cuidarte y ha ocuparme de que te
sientas mejor. Laura, mi pequeña Laura, estoy aquí.- Sus brazos me rodeaban y el
calor que trasmitía, me daba una energía que hacía reaccionar a todo mi ser.

Creo que nunca le habré dicho bastantes veces, cuanto me ayudó tener su
consuelo en aquella ocasión, como en muchas otras a lo largo de mi vida; siempre
podía contar con su cariño y comprensión. El refugio que encontré en él, me hacía
sentir acogida y tranquila. Con su ayuda conseguí salir del oscuro agujero en el
que estaba metida sin encontrar el final.
La amistad que nos unía, era de las que solo se encuentran una vez en la
vida, si se tiene esa suerte, porque no todos pueden decir lo mismo por mucho
tiempo que estén en este mundo. Era sincera y desinteresada, que sabía respetar
la libertad del la otra persona y no la obligaba a depender del otro. No hacía falta
estar siempre demostrando lo que sentíamos. Podíamos estar uno a un lado del
mundo y el otro en el opuesto; podían pasar días, meses sin comunicarnos; pero
sabíamos que, en el momento preciso de necesitar ayuda, no tenía ni que pedirla,
allí estaba.
Cuando me separé de sus brazos, resbalaban las lágrimas por las mejillas y
tenía los ojos colorados. Eduardo me miró y en la expresión de su cara vi reflejada
una pena infinita que no pudo disimular.
− ¡Cuánto has adelgazado! Estás pálida y ojerosa.- Parecía que la pena
había dejado su sitio a la severidad y me miró de una forma que no dejaba
posibilidad de engañarle.- ¿Desde cuando no has comido en condiciones?
− ¡Por favor, no me hagas comer!- Le supliqué limpiándome la cara que
todavía estaba mojada por el llanto.- Me es imposible tragar nada.

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− Lo que no puedo hacer es dejarte en el estado en que te encuentras. ¿Es
que no te has mirado al espejo? ¡Pareces un fantasma! Así no puedes continuar.
Tendré que tomarme tu alimentación muy en serio.
− ¡Déjame! ¿Para qué quiero seguir aquí, si no está él? Lo único que deseo
de verdad, te lo digo muy en serio, es acabar lo más pronto posible, lo último que
dijo fue que estaría esperándome; lo demás no me importa. Prácticamente, ya no
estoy aquí.
− ¡Claro que te irás con él! Pero no ahora. Solo cuando llegue el momento
que te haya marcado el destino, o como quieras llamarlo; mientras tanto, hay que
vivir lo mejor posible y con esas pocas energías que te quedan, no vas a hacer
gran cosa. No seas una irresponsable, porque nunca lo has sido; tienes a mucha
gente que depende de ti para mantener a sus familias. Si no te ocupas de tu
trabajo, lo perderás todo y ellos contigo. ¿Es que quieres tener eso en tu
conciencia?
− No seas tan desconsiderado conmigo.- Le dije pareciendo la víctima de sus
intenciones.- ¿No ves lo mal que estoy?
− Lo único que veo es lo desconsiderada que eres tú con tus empleados. Ya
sé que estás muy mal y si no reaccionas, vas a estar mucho peor.- Señalándome
con un dedo, dijo en voz más baja.- Acabaré ingresándote en un hospital para que
te alimenten, aunque sea por medio de una sonda.

Le odié en esos días, como nunca había odiado a nadie en toda mi vida. Me
llevó al hospital para hacerme un reconocimiento general, en contra de mi
voluntad. Allí me pusieron un tratamiento y el médico le hizo responsable de que lo
siguiera al pie de la letra. Se lo tomó tan en serio, que me perseguía para ver lo
que había comido. No fallaba ni una sola vez, a la hora de darme las vitaminas y el
hierro. Se volvió peor que la nana que tuve cuando era pequeña. A ella, por lo
menos, podía engañarla y escaparme, pero con Eduardo era imposible; iba
siempre por delante de mis pensamientos.
Digo que le odié, pero, cuando el dolor fue dejando paso a la sensatez, y
pude darme cuenta de todo lo que estaba haciendo para que me recuperase, le
quise más que nunca. Siempre fue comprensivo, podía confiar en él, más que en
mi propio padre, del que no puedo decir que no me quisiera, porque estoy segura
de que sí, pero siempre dependía de cómo veía mi madre las cosas y se dejaba
llevar por ella aunque, al hacerlo me perjudicara; pero, como ya te dicho en alguna
ocasión, era muy débil de carácter. En cambio Eduardo, siempre sabía lo que era
conveniente y tenía una intuición muy grande para conocer a las personas y juzgar
las situaciones en su justa medida; por eso te dije una vez, que si a él le
parecisteis perfectos, a mí me bastaba con eso.
Estuvo conmigo hasta que me encontré completamente recuperada. Fui
volviendo a la rutina de la vida, aunque ya nada sería como antes; porque es
imposible ser la misma persona feliz y satisfecha. Me falta medio corazón, porque
Pablo era la mitad de mi ser; desde entonces, me siento incompleta y tengo una
parte importante de mi alma tristemente vacía.
La cuestión es que empecé a comer bien y sin que me obligara. También
recuperé el trabajo que había abandonado. Sus palabras me llegaron hasta muy

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adentro y comprendí que estaba siendo muy egoísta al no pensar en las personas
que dependían de mí. También, debo confesar, que estar absorta en el trabajo me
ayudaba a no pensar constantemente en cómo había vivido tantos hermosos años
junto a Pablo.
Un día, Eduardo me dijo que tenía que volver. Había pasado demasiado
tiempo sin ocuparse de sus responsabilidades en las empresas de mi padre.
Estaba tranquilo porque había dejado en manos de sus colaboradores que eran
buenos profesionales en los que se podía confiar, pero ya que la razón por la que
había venido, no existía, puesto que estaba recuperada y trabajando; su deber era
regresar.
Mi padre había hecho un testamento nuevo, cuando supo que yo vivía
todavía. Me dejaba todos sus negocios y a Eduardo como director general, hasta
que yo pudiera ocuparme de ellos.
Hablamos mucho sobre este tema, aprovechando que lo podíamos hacer
personalmente, pero yo no tenía intención de hacerme cargo de las empresas de
mi padre. No quería complicarme la vida estando tan lejos y, ni por un instante, me
plantee la posibilidad de volver a Zaragoza. No tenía intención de vivir en la casa
que tan malos recuerdos me traía; nunca fui feliz en ella ¿Cómo iba a acabar en
una casa que me repelía?

− He pensado que lo mejor para las empresas y para mi, será venderlas. – Le
dije a Eduardo. – El primero en tener la oportunidad de comprarlas serás tú, si te
interesan y por un precio simbólico, por supuesto; son más tuyas que mías. Si
prefieres quedarte con alguna en especial, pues para ti y las otras se venden. Lo
que tú decidas estará bien. Ya sabes que confío plenamente en tu capacidad de
tomar decisiones.
− No, no quiero negocios. Los he mantenido porque tu padre lo quiso así,
para darte tiempo a que tú te hicieras cargo de ellos. Yo no tengo por quien
trabajar; si hubiera tenido hijos, sería distinto; me obligaría el deber de dejarles
una herencia; pero no es el caso, por suerte o por desgracia. Para vivir
cómodamente el resto de mis días, he ahorrado una cantidad más que de sobra.
Los años que he trabajado para tu familia, me han proporcionado una estabilidad
importante. Así que si tú quieres venderlo todo, se vende y solucionado. Hay algo
más: La casa. ¿La vendo también? – Noté en su forma de decirlo que la casa le
daba más pena deshacerse de ella, que de los negocios. No quise herirle con la
opinión que me merecía, por eso preferí dejar que decidiera por mí.
− No, la casa déjala. Ha sido de la familia demasiado tiempo. Si te gusta,
puedes vivir en ella, es tuya.
− No, no, yo tengo mi propia casa. ¿Qué haría solo en semejante mansión?
Me moriría de nostalgia acosado por todos los recuerdos que allí se encierran. Me
perseguirían los fantasmas de otros tiempos y acabaría loco perdido. Pero...
venderla.
− Pues entonces, ciérrala y que se caiga a pedazos, no me importa en
absoluto. De ella tengo recuerdos muy poco felices. Más adelante pensaremos
qué hacer. ....- Estaba hablando, cuando recordé la promesa que le había hecho a
Pablo; se me había olvidado por completo y en ese momento sentí una

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culpabilidad enorme. Me dije, una vez más, que era una egoísta por pensar solo
en mis problemas, dejando a un lado el compromiso tan importante que había
adquirido con él. Tal vez tendría que plantearme con más detenimiento, la
posibilidad de volver o no, a Zaragoza.
− Ahora tengo que darte un encargo muy importante para mí. Es un trabajo
muy delicado en el que tengo un interés especial. No importa lo que tengas que
gastar; no hay suficiente dinero en el mundo que compense el resultado de este
encargo. Te prepararé un informe completo con todos los detalles; no te precipites
en conseguirlo, no te pido que lo hagas en un tiempo determinado, lo que sí te
pido, es que te rodees de la gente más cualificada; un buen abogado y el mejor
detective... Quiero que me tengas informada constantemente de los progresos
que vayáis haciendo y cuando sepas algo concreto, me llamas. Según sean las
noticias que me des, así iré planeando mi futuro, porque dependerá enteramente
del resultado obtenido. Es un encargo difícil, pero ya sabes que confío en ti
ciegamente.
− No sé de lo que me hablas, pero tienes razón en creer que puedes estar
tranquila, porque se hará tal como tú quieras.

Por supuesto. Él era meticuloso en su trabajo y si alguien podía encontrar a


la hija de Pablo, era él, mi querido Eduardo. Sabía que pondría al servicio de este
encargo toda su dedicación y su esfuerzo; no pararía hasta solucionar el más
insignificante de los problemas. El principal inconveniente, era que no sabíamos
cómo se llamaba, ni si había superado sus primeros días de vida. Sólo teníamos el
nombre de su madre, aunque ignorábamos si la habrían inscrito con otro, pero
nada más.

Llegado el momento, nos despedimos con mucha pena. Me había


acostumbrado a tenerle a mi lado y al volver del aeropuerto, me sentía de nuevo
abrumada por la soledad. Entré en mi casa tan grande y vacía; miré a mi alrededor
y parecía que se me caía encima. No encendí la luz y me senté en uno de los
sillones del salón. ¿Qué podía hacer? Volví a llorar, aunque pensaba que no tenía
lágrimas, después de tantas como había derramado.
¡No puedes seguir compadeciéndote! Me dije en voz alta; ahora debía tener
como meta encontrar a la hija de Pablo y cumplir con la promesa de contarle la
verdad y de quererla como a una hija por los dos, lo cual, estaba segura, no sería
difícil para mi, sabiendo que era parte de él. Decidí buscar una chica para las
labores de la casa y que pudiera vivir conmigo; la que tenía en esos momentos,
sólo venía por la mañana y cuando yo volvía por la tarde, no encontraba a nadie
que me saludara siquiera.
Ninguna de las personas que me rodeaban podían sustituir a mi querido
amigo Eduardo; nadie me daría su comprensión y su cariño, de eso estaba
segura. Muchos se llaman a sí mismos amigos, pero en realidad, no tienen nada
que ver con la auténtica amistad; son solo parásitos que rodean a los famosos y a
la gente que creen importante, o de fortuna, como perros que esperan comer
alguna de las migajas que caen de su mesa. Muchas de estas personas me
rodeaban y en ninguna de ellas podía confiar. Les conocía en cuanto les veía venir

195
y me repelían con su servilismo y su constante atención, por si podían sacar
alguna ventaja de sus lisonjas y adulaciones. Para esas no tenía consideración y
si había que beneficiar a alguien lo hacía con aquellas personas que tenían
dignidad y sabían mantenerse en su sitio.
Cumplía con mi trabajo limitándome a hacer lo justo; me sentía tan cansada
de todo, que lo habría dejado con gusto, pero mi responsabilidad no me lo
permitía. Solo tenía ilusión por las noticias que Eduardo me iba dando. Tardaron
en venir mucho tiempo, pero lo que importaba es que eran muy alentadoras, para
terminar con todo lo que me retenía allí, porque ya estaba decidida a volver a mi
país; ilusionada con los planes que me venían a la mente.
Aunque no quería pensar en ello, también tenía que contar con la posibilidad
de que la niña que estaba en la incubadora, no hubiera sobrevivido; algo bastante
probable puesto que, para un prematuro, siempre es necesaria su madre y esta
niñita, según me había contado Pablo, era muy pequeña y frágil. Todo podía
ser...Aunque....Algo dentro de mí me decía que la encontraríamos y que todo
saldría bien. Mi corazón ansiaba encontrar a la mujer en que se habría convertido
y darle todo el cariño de su padre y también el mío, como si fuera la hija que
nunca tuvimos a pesar de amarnos tanto. Quería conocerla y compartir con ella,
las cualidades tan extraordinarias de su padre. Hablarle de su calidad como
persona y, tal vez, ayudarle a mitigar el daño que le hubieran estado haciendo.
Con regularidad recibía información de Eduardo. Sabía que había contratado
un abogado joven y brillante; tu amigo José del Valle y, al mejor detective, Félix
Martos, al que no conocemos, porque después de acabar su informe, no hemos
tenido contacto con él. Cada uno en su cometido, estaba progresando, pero el
tiempo pasaba y eso me desesperaba.

Después de un año, de intensa búsqueda, con la esperanza un poco


debilitada por el fracaso que creía inminente; recibí la ansiada noticia: ¡La habían
encontrado! También a la enfermera del Dr. Lucas que Pablo me dijo poco antes
de morir y, aunque había costado mucho convencerla, decidió hablar de todo lo
que sabía. También fueron a la casa de los padres de Pablo y, aunque hacía
tiempo que habían muerto, una tía lejana les dio las pertenencias que él había
dejado antes de emprender el viaje en el que nos encontramos. Allí había muchas
cosas que podían servir para aclara los hechos, a pesar de los años que habían
transcurrido.
Eduardo estaba entusiasmado. Me contó que había hablado con ella, que
era una persona encantadora, inteligente y hermosa. Mi corazón saltaba en el
pecho al decirme lo parecida que era a Pablo. Él no tenía permiso para decirle
nada del porqué la habíamos buscado; eso era cosa mía. –”

Laura se detuvo en su relato. Quería observar la reacción de Ana ante lo que


acababa de conocer. Había llegado el momento de decirle la verdad. Tenía que hacerlo
pero, de ninguna manera deseaba causarle sobresalto ni inquietud; sabía que, a pesar de
su cuidado en cómo exponerle la verdad, sería algo inesperado para ella. El cariño que se

196
había desarrollado entre las dos era tan grande y hermoso que, por nada en el mundo
deseaba que le produjera ninguna pena conocer cual era la relación que les unía.
− ¿Por qué te detienes?- Le dijo intrigada y ajena por completo a lo que venía
después.- No me dejes con la duda; dime cómo reaccionó la chica al conocer la
historia de su padre. Pero si quieres que te diga lo que pienso, es que no tengo ni
idea de cuando has hablado con ella; desde que llegaste al aeropuerto,
prácticamente no nos hemos separado y tampoco has salido. Ya me dirás.
− Sí, te lo diré, pero antes quiero que me acompañes a mi habitación, tengo
que enseñarte algo muy importante que te va a quitar todas las duda; sé que son
muchas y creo que ha llegado la hora de que conozcas todas las respuestas.
A Ana, estas últimas palabra de Laura, le resultaron muy extrañas y se
quedó algo desorientada, pero no dijo nada. Cuando se dirigían a las escaleras,
como un gesto de confianza habitual en ellas, iban cogidas del brazo. Para Laura,
ese contacto espontáneo de Ana, significaba mucho; en realidad, sintetizaba casi
la razón por la que había cambiado su vida, tan convencida como estaba de no
volver a ver aquella casa a la que, ahora y gracias a Ana y su familia, había
tomado el cariño que nunca le tuvo.
Mientras bajaban, Laura continuó diciendo: - Como ya te he dicho antes, la
hija de Pablo se parece mucho a él, tanto que cuando la vi, me quedé sin aliento;
yo esperaba este parecido porque ya me lo había dicho Eduardo, pero nunca
pensé que llegaría a ser tan grande; te confieso que fue una agradable sorpresa
para mí.
Acababan de entrar en el magnífico dormitorio de Laura; esta invitó a la joven
a sentarse en el cómodo y delicado sofá de suave piel blanca. Ella, se dirigió al
armario y de el sacó una preciosa caja de madera labrada con los cantos dorados;
era grande y pesada, pero no le pidió ayuda para llevarla hasta la mesita delante
del sofá. Con aparente tranquilidad, se sentó a su vez cerca de Ana. Llevaba
colgada de su cuello una pequeña y artística llave y con ella abrió la caja; de su
interior y con sumo cuidado, casi con reverencia, sacó unos objetos que tendió a
Ana para que los viera.
− ¡Es el cuenco que os servía de frutero! ¿Verdad? ¡Y las fibras trenzadas
con las que te sujetabas el pelo!- Exclamó la joven que los miraba con aquel brillo
en los ojos que tanto conocía Laura.- ¡Qué adornos tan bonitos! Ya se ve que
pasaste mucho tiempo haciéndolos, son muy complicados. Me alegro de que me
los enseñes; me encantan y te agradezco que confíes tanto en mí.
− Son una prueba más de que estuvimos en la isla. Las mandé analizar hace
muchos años y el resultado está en estos certificados. - Dijo mostrando unos
papeles que le tendió con manos temblorosas a pesar de todo el control que
ejercía su enorme fuerza de voluntad.- En ellos dice que la tierra de la que está
formado el cuenco, no es igual a ninguna conocida en nuestro planeta. Las fibras,
tampoco son de ningún árbol conocido. Pero, a pesar de ser interesante que lo
compruebes tú misma, esto no es lo más importante, en lo que más interés tengo
es en mostrarte esta fotografía.
Laura contuvo el aliento mientras observando el rostro de Ana, con ansiedad,
le tendió el sobre que la contenía como un tesoro.

197
En ella, Ana contemplaba la imagen de un hombre guapo y muy atractivo;
tenía el pelo largo y muy negro, con reflejos azulados, tal como lo había descrito
Laura tantas veces; su rostro era sereno y sus facciones armoniosas; se detuvo
para mirar su sonrisa, era franca y abierta, de las que, cuando se le mira, entran
ganas de sonreír a su vez; los dientes brillaban blancos y magníficos, pero lo más
destacado en este hombre, eran sus ojos azules que contrastaban con su tez
morena y el pelo negro. Su color era transparente, con un brillo violeta que
ayudaba a deshacer el frío de hielo de los ojos tan claros; unos ojos inconfundibles
y difíciles de encontrar. Ella los conocía muy bien; estaba familiarizada con ese
color tan especial porque los había estado viendo durante toda su vida
Ana se quedó pálida y sin aparente reacción. No era consciente de la
presencia de Laura; su mirada seguía fija en la cara de aquel hombre que era una
copia exacta de la suya. Durante unos minutos que parecían interminables, guardó
silencio; su mente empezaba a asimilar y a comprender el significado del mensaje
que le enviaba la imagen de la fotografía que sostenía entre sus manos; cuando
volvió en sí, la presencia de Laura le sorprendió, no sabía que ella seguía
esperando una palabra suya. Le costó trabajo hacer que su garganta emitiera
algún sonido; la emoción y el desconcierto, la tenían cogida como unas tenazas
que se ajustaban a ella cada vez con más fuerza.

− ¡Es él! ¿Verdad? Es Pablo, mi padre. – Dos grandes lágrimas resbalaban


por sus mejillas, sin que las notara. Tenía todavía la mirada fija en el rostro que
parecía sonreír sólo para ella. Laura, con mano temblorosa por la emoción, se las
limpió.- Por eso no te he visto hablar con su hija y es que soy yo. Ahora empiezo a
entender todo lo que me ha estado intrigando desde que vi a Eduardo por primera
vez.
− Ana, querida mía, sí, él es Pablo Castro, tu padre. El mejor hombre que ha
existido; el más noble y bondadoso, el más tierno y ¡tan cariñoso!... con el que he
pasado los años más felices de mi vida. Como puedes comprender, no podía
decirte todo esto sin una preparación, no te lo hubieras creído jamás.
− Tengo muchas preguntas que hacerte, pero esta vez, quiero que no me
ocultes nada.- Le dijo seriamente; parecía más mayor y en su mirada había una
nota de tristeza.- Me lo dirás todo sin dejar absolutamente nada, por doloroso que
sea; ahora que has empezado, necesito saber cual es la verdad sin tapujos para
que pueda entender mi vida; porque no sé quien soy.
− Te lo prometo. Los secretos, ya no tienen sentido. Como ya te he dicho, he
creído necesario que conocieras toda la historia antes de revelarte cual es tu
origen; si no lo hubiera hecho así, tal vez, como te he dicho, no me habrías creído;
mi intención era que primero conocieras a tu padre y la relación que me unía a
vosotros por medio de él. También deseaba que no recibieras una impresión
demasiado fuerte; a toda costa quería evitar en lo posible, que éste conocimiento
te causara algún daño.
− Tú nunca podrías hacérmelo.- Le cogió una de sus manos y la acarició con
ternura.- Cuanto has debido de sufrir mientras me contabas tu relato de tristeza,
amor, felicidad y de nuevo la tristeza. Me has ayudado a conocer y entender a mi
padre, por eso te doy las gracias.

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− No las merece, pero hay una cosa en la que te equivocas; es al decir en
último lugar que tenía la tristeza de nuevo en mi vida; no, no es así. El encontrarte
ha sido uno de los acontecimientos más hermosos de tantos como he vivido. Tu
persona ha sido para mí, el complemento que faltaba. Eres una parte de Pablo, su
hija, la que no tuvimos juntos y como tal, muy valiosa para mi; pero no creas que
es solo por eso, también por lo mucho que vales como persona; ya te lo he dicho
otras veces y sabes el alto concepto que tengo de ti. Además de todo eso, has
aportado algo que tiene un valor extraordinario: Tus hijos y tu marido. No necesito
decirte el amor que siento por ellos, porque ya lo sabes, y el gran aprecio que me
inspira Miguel, un hombre honesto y que te quiere. No se puede pedir más.
Se abrazaron emocionadas. Para cada una de ellas, la prueba había sido
dura, pero se sentían contentas. Las dos tenían lo que siempre habían ansiado y
que ya no esperaban encontrar.
Laura había tenido que dejar sus sentimientos al descubierto; al contar toda
su vida, sus penosos años de adolescente, su complejo de joven estudiante en la
facultad, tratada por todos como un bicho raro, la relación con sus padres, en
especial la incomprensión de su madre; algo que siempre le había costado mucho
esfuerzo confesar y que solo había hecho ante muy pocas personas: Pablo y
Eduardo. Había revelado el secreto de las uvas fucsia ante alguien que, aunque
hubiera llegado a amar como a una hija, era una desconocida y no sabía cómo
reaccionaría al escucha una historia tan inverosímil como aquella. Pero todo salió
cómo esperaba; lo entendía y lo aceptaba confiando plenamente en su palabra.
Para Ana, el resultado de todo aquel cúmulo de acontecimientos que por
extraños, le habían inquietado durante los últimos meses quitándole el sueño más
de una noche, habían dado como respuesta a tantas incógnitas, el encuentro con
un padre desconocido del que no sabía ni su existencia y por lo tanto, nunca había
echado de menos. Haberse relacionado con aquella mujer extraordinaria a la que,
sin ningún reparo, estaba dispuesta a llamar madre, la felicidad y la estabilidad de
su familia y la respuesta a muchas dudas que había tenido desde que era muy
joven; todo esto la llenaba de satisfacción; sentía que era otra persona y que sus
tristes años de niñez, podían ser recompensados con un amor inesperado de su
padre y, cómo no decirlo, de su “madre”.
− Ana, quiero enseñarte el informe que nos ha dado mi abogado, José. Él ha
sido una pieza clave para encontrarte. Cuando Eduardo le contrató, lo hizo por su
prestigio, sin saber que nos llevaría a ti directamente.- Laura, ya más tranquila
después de ver la buena acogida que Ana había dado a sus revelaciones, decidió
continuar explicándole todo lo que también tenía derecho a conocer.- Al leer el
informe que le había enviado por medio de Eduardo y valorar el trabajo que le
pedíamos, él, al igual que Félix, dijo que era muy difícil encontrar a una persona
que no se sabía si vivía o no. De la que desconocíamos el nombre, porque lo más
probable era que no le hubieran puesto el apellido de su padre. El tiempo jugaba
en contra nuestra; habían pasado treinta y cinco años y podían haber cambiado de
domicilio y de ciudad. Todo lo veían negro en los primeros días. La sorpresa fue
que, al estudiar con más detenimiento, todos los datos que había conseguido
encontrar Félix, después de volverse casi loco buscando algo que fuera un
principio a seguir, José empezó a reconocerte y fue ese el camino que recorrió

199
Félix y que ha llegado donde esperábamos: A ti. Cuando ya sabíamos quien eras
y conocíamos tu vida, surgió el problema de cómo acercarnos a ti. Eras totalmente
ajena a tu historia; dábamos por segura la desconfianza que te causaría que unos
desconocidos llegaran hasta tu casa diciéndote que tú no eras quien creías ser,
que tus padres tampoco lo eran, que tenías otro nombre...etc. Ante este problema
que nos llevaba a un callejón sin salida, surgió una solución inesperada y
maravillosa; la idea partió de Eduardo y fue la de contrataros con el pretexto de la
restauración de la casa; nos pareció al principio bastante rara, pero, conforme se
iba planificando, nos pareció que era la mejor forma de llegar hasta vosotros y que
nos conociéramos sin tener nada que se interpusiera.
Creo que ha dado muy buen resultado; gracias a esta, nos hemos hecho
amigas, he llegado a apreciar a Miguel enormemente y estoy loca por tus hijos;
para que todo sea perfecto, he recuperado mi casa de una manera sorprendente,
de lo que me alegro como no creía que llegara a hacer nunca, por todos lo
momentos tristes que ya conoces. Aunque lo mejor y más importante para mí, sois
vosotros. Cuando estoy contigo y con los niños, veo tantos gestos que me
recuerdan a mi querido Pablo que, dentro de mí, la emoción es tan grande como si
él no se hubiera ido, porque está en vosotros.
− Laura ¿Puedo contarle a Miguel parte de la historia? Solo lo que tú veas
conveniente.
− Por supuesto; él tiene todo el derecho de participar en nuestro secreto
porque forma parte de ti.
− Estos días estaba muy extrañado de que pasáramos tantas horas en el
solarium. Me ha preguntado muchas veces qué era lo que me contabas y siempre
le he dado respuestas muy vagas.
− Ahora quiero que le ayudes a entender que si no le he hecho partícipe de
todo desde el principio, no ha sido por desconfianza, pero he creído que tú debías
saberlo antes que nadie, al fin y al cabo, se trataba de tu historia, aunque no la
conocieras. Él es, para mí, una persona extraordinaria a la que aprecio más de lo
que puedas pensar. Sé que te ha ayudado mucho en tu vida, que te ha dado el
amor que siempre te ha faltado; por eso le quiero también.
Ana esperó impaciente hasta que llagara la noche, entonces le pidió a
Miguel que subiera a su habitación antes de la hora acostumbrada. Dejó a los
niños a cargo de Amparo para que los acostara; siempre le gustaba hacerlo a ella,
daba las buenas noches y les arropaba con un beso; pero ésta era una ocasión
especial. Ana necesitaba compartir con su marido, este descubrimiento recién
encontrado en su vida. Se sentía tan extrañada como feliz.
Llegado el momento, cuando se encontraban a solas en su habitación, se
dio cuenta de que no sabía cómo empezar; quería hacerlo de forma que él lo
comprendiera y llegara a sentir la misma emoción y el mismo interés que ella
había sentido mientras escuchaba el relato de labios de Laura, pero no era tan
fácil como había pensado.
− Cariño, muchas veces me has preguntado por lo que Laura me contaba
cuando subíamos al solarium.- Empezó a decirle con timidez, estudiando el rostro
de Miguel.- Lo primero que me dijo es que no me permitía decírselo a nadie hasta
que hubiese terminado su relato. Estaba tan intrigada que le prometí no hacerlo

200
hasta que ella me lo dijera. Sinceramente, yo creía que era una novela que estaba
escribiendo, porque aquello no podía ser verdad. Ella me había dicho que era la
historia de su vida, pero resultaba tan fantástica que no la creí al principio, pero
después ha sido algo inesperado conocer que todo es cierto. Lo que ha sucedido,
nos afecta a también a nosotros. Ahora que sé cual es la verdad, puedo contártelo
todo, así tú también podrás entender muchas cosas que, hasta ahora, no habían
tenido explicación.
− ¿Sabes? Me tienes en ascuas con tantos preparativos. ¡Empieza de una
vez! – Como todos los hombres, pensaba que ella usaba demasiadas palabras,
para él, era más sencillo resumir el relato quitándole las florituras a las que tan
aficionadas son las mujeres.
− Como la historia es larga, es mejor que nos pongamos lo más cómodos
posible.
Ana empezó a hablar con tranquilidad; intentaba lo más concisa posible,
sabía que en una sola noche, sería muy difícil concentrar la historia que había
tomado a Laura, varias semanas para hacerlo, por eso, ponía mucho cuidado en
que no se le olvidase ningún detalle importante.
Conforme iba avanzando en su relato, observaba los cambios de expresión
que se realizaban en el rostro de Miguel. Como ella al principio, se compadeció de
la desgracia de la niña cuando se quemó, pero tampoco creía que se trataba de
Laura; sus razonamientos eran los mismos que había hecho Ana al llegar a ese
punto preciso de la historia. Ella le habló de su visita al desván y el hallazgo de las
fotos que confirmaban que era cierto lo que le había dicho.
Siguió contándole todo lo que sucedió en el viaje por media Europa hasta
llegar al Océano Índico donde sobrevino el naufragio; el tiempo en la isla y el
descubrimiento de las uvas fucsia. A él toda la historia le parecía una fantasía
total, imposible de creer. Se mostraba muy escéptico ante el milagro que le había
borrado las secuelas de la quemadura.- Eso es una tontería como una casa
¡Menuda imaginación tiene esta mujer! ¿De verdad te lo has creído? - Ana hacía
lo posible para convencerle, pero solo lo consiguió, al demostrarle que su padre
era realmente Pablo Castro; ante la fotografía la comparaba una y otra vez y
entonces, fue cuando empezó a pensar que había algo de cierto en aquel cúmulo
de fantásticas aventuras.
Luego Ana le enseñó las pruebas del laboratorio que certificaban que el
origen de las muestras era desconocido. Más adelante, Miguel también leyó el
informe hecho por José el abogado y por el detective; en él, estaban todas las
pruebas que reunieron y que demostraban la intriga bien planeada de los tíos de
Ana, para robarle la hija a Pablo. No le sorprendió saber hasta donde eran
capaces de llegar, a eso y a mucho más. Él también les conocía y tenía un juicio
formado bastante acertado de ellos a pesar de haberles tenido siempre como los
padres de Ana.
Al conocer los acontecimientos que le llevaron a ser la hija de aquellas
personas, les aclararon muchas cosas que, en su día, les parecieron
incomprensibles. Ahora entendían perfectamente porqué Ana no recibió nunca
ninguna muestra de cariño por parte de la mujer que decía ser su madre. Ana no

201
sabía lo que era sentirse querida y acariciada cuando era una niña, así creció
hasta que conoció el amor de Miguel.
Ella siempre fue una niña incomprendida y solitaria. Tenía complejo de
inferioridad, siempre iba mal vestida; nadie se preocupaba de que fuera al colegio
lavada y peinada. Sus compañeros se burlaban de ella y la tenían siempre
marginada.
Los profesores habían citado en muchas ocasiones a sus “padres” para
llamarles la atención por el aspecto descuidado de la niña. No se dignaron
aparecer por el colegio nunca. Para ellos no era nada de importancia; eran
tonterías de los profesores que no sabían en que gastar el tiempo.
La pequeña Ana, no conocía lo que era un dulce, un helado, un regalo de
cumpleaños o de Navidad. Le habían enseñado que los juguetes eran una cosa
innecesaria que no le hacía falta a una niña lista como ella. Nunca tuvo nada de lo
que disfrutaban los otros niños de su edad.
− Tú qué te has creído ¿Qué nadamos en la abundancia? Aquí no se tira el
dinero en esas tonterías de modas, ni chucherías.- Luego con un dedo
amenazador, le señalaba directamente a los ojos.- Procura que no me vuelvan a
llamar diciendo que tienes que vestir de una o de otra forma. En mi casa mando yo
y a mi hija la visto como puedo. Qué se creen ¿que somos millonarios?
Aunque decía que no eran millonarios, la supuesta madre, siempre vestía
ropa cara de los mejores modistos, aunque en ella resultaba muy ridículo cualquier
cosa que se pusiera, porque era gorda y fea; siempre parecía elegir la ropa más
ajustada y se le marcaban las carnes como si llevara una esponja pegada al
cuerpo. Cuando fue algo más mayor, se dio cuenta de que su madre tenía dinero
para todo; tampoco le faltaba para ir a la peluquería todas las semanas, ni para
salir de noche con su marido y volvía a las tantas con una copa de más.
En su casa había toda clase de comodidades; estaba llena de caprichos y
detalles costosos pero de mal gusto; lo único bonito que tenía, eran las figuras de
Lladró; conociendo a aquella mujer tan inculta, no se miraba de donde le venía el
conocimiento y el dinero para comprarlas. Llegó a tener un mueble vitrina solo
para su colección.
Después de ver la casa, el contraste con la habitación de Ana, era
exagerado. Solo estaba compuesto con lo imprescindible: la cama, un pequeño
armario y una silla. Sin cuadros, ni adornos. No tenía muñecas, ni juguetes;
aquella habitación más parecía de su abuela que de una niña pequeña. Según
decía su “madre” no era bueno que las chicas se criaran con toda esa clase de
caprichos porque lo único importante eran la disciplina y los estudios.
El tiempo pasaba y la pequeña Ana fue haciéndose mayor, estos detalles que
le habían pasado inadvertidos, empezaban a llamarle la atención. Cuando iba a
casa de alguna de sus amigas, envidiaba los peluches y las muñecas que
decoraban las paredes y la cama. También se daba cuenta de que sus vestidos no
eran iguales que los de las demás chicas de su barrio y se hacía muchas
preguntas, hasta que, en una ocasión que vio a su madre de buen humor, se lo
preguntó:
− Mamá ¿Por qué siempre dices que no somos ricos pero tú tienes cosas
bonitas y ropa nueva? En cambio para mí no hay nada de eso; tengo que llevar los

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vestidos varios años y siempre me están pequeños y cuando los dejo, están
completamente rotos. Me da vergüenza salir de casa con ellos.
− ¡Ahora resulta que tengo que darte a ti explicaciones de mis cosas!- El buen
humor se esfumó como por arte de magia y apareció aquel gesto tan feo que
siempre estaba en su cara.- Yo tengo que vestir bien porque soy una persona
mayor, además, para eso trabajo sin descanso como una esclava, siempre
ocupándome de que no te falte de nada y encima, te estás quejando en lugar de
estarme agradecida por todo lo que hago por ti.
− Pero, mamá, si tú no trabajas.- Le dijo inocentemente, pensando que se
había equivocado sin querer.
− ¿Cómo que no trabajo? ¿Quién crees que atiende la casa, hace la comida y
lava la ropa? Vivo como si fuera tu criada y me echas en cara que tengo algunos
caprichos.- Le espetó en plena cara, haciendo que la niña se asustara y prefiriera
callar antes de que terminara castigándola como muchas otras veces sin ningún
motivo.
Ana, era muy joven y no conocía otra cosa; terminaba dándole la razón y
sintiéndose culpable por haberla disgustado, con todo lo que se sacrificaba por
ella.
Pero el tiempo no se detenía y Ana fue creciendo. Había conocido a Miguel
en el colegio y era el único chico que nunca le dio de lado. Cuando fueron
adolescentes, supieron que se querían y ella se refugió en el cariño de Miguel.
Entonces empezó a darse cuenta de lo poco que le habían querido sus padres;
nunca le demostraron el más mínimo detalle de amor por ella.
Decidió esforzarse en estudiar, para acabar cuanto antes y salir de la
custodia de sus padres y poder llevar una existencia más acorde con los demás,
estaba cansada de sentirse la marginada de la clase y del barrio. No quería seguir
con la clase de vida que la obligaban a llevar.

Igual que había hecho con su hermana Elena, esta mujer ejercía un dominio
total en todo lo referente a Ana; ésta tenía que obedecer sin rechistar sus ordenes
por injustas que fueran; pero los tiempos no eran los mismos y llegó un momento
en que no pudo seguir dominándola como de costumbre.
Ana se costeó la carrera de Magisterio con su trabajo. Aprovechaba cualquier
oportunidad de empleo en lo que fuera, no le importaba limpiar oficinas, escaleras,
casas, cuidar niños o darle clase a alguno. Se compraba su ropa con los ahorros
que le costaban un gran sacrifico; siempre buscaba la más barata, pero cuando se
la ponía en su joven cuerpo esbelto y elegante, nadie lo notaba.
Consiguió con esfuerzo terminar su carrera a la par que Miguel la suya en
Ingeniería Informática. En muy poco tiempo, le surgió una buena oportunidad de
trabajo en una de las empresas más importantes como programador; tenía un
buen sueldo; así que decidieron casarse lo más pronto posible.
Los “padres” de Ana recibieron la noticia contentos porque no tenían que
hacer ningún gasto en la boda; todo lo pagarían los novios y los padres de él. Lo
consiguieron haciendo las cuentas de su pobreza ante Miguel y sus futuros
consuegros que decidieron que, ya que no les podían ayudar económicamente,
les quitarían el gasto de la boda. Eso sí, los padres de Ana tuvieron el detalle de

203
alquilarles la casa que habían heredado de los abuelos, por un precio muy bajo
por ser para los recién casados y dejó su “madre” bien claro, que estaba
perdiendo dinero, pero que estaba dispuesta a hacer un sacrificio más por su hija.
Allí pasaron los tres primeros años de matrimonio pagando el alquiler sin
retrasos y agradecidos además, hasta que tuvieron la oportunidad de comprarse
una casa, la que ahora poseían y que habían terminado de pagar con el
extraordinario sueldo que les daba Laura.
− Ana, no paro de darle vueltas a la cabeza, ¿De verdad te crees la fantástica
historia de la isla? – Miguel no acababa de convencerse.
− Después de ver que todo es cierto, en lo que se refiere a mis padres y a mis
tíos, me parece que debemos creer todo lo demás. Yo también me hacía muchas
preguntas y estaba llena de dudas sobre la veracidad de las quemaduras y del
milagro de la curación; pensé que debía haber algo que demostrara que no era un
invento. Hasta que, como ya te he contado, subí al desván y encontré las fotos de
Laura. Comprobé que todo coincidía y empecé a creer en lo demás. ¿Por qué no?
− ¿Podrías enseñarme las fotos?- Preguntó Miguel en voz baja, como si
temiera que alguien estuviera escuchando detrás de la puerta.
− ¿Es que piensas que te miento?- Le contestó ella en el mismo tono.
− No, por favor, ¿Cómo voy a dudar de ti? Es por simple curiosidad, un poco
de “morbo”, nada más.
− Y nada menos. Tú puedes hacer lo que quieras, sube al desván y mira las
fotos, pero yo no creo de ninguna manera, que Laura nos esté engañando. ¿Qué
sacaría con eso? Es fácil comprobar que fue una de las modelos más importantes.
También se puede averiguar si realmente cogió aquel barco que naufragó en el
Océano Índico y que en él también viajaba Pablo Castro. Si tuvieras todas esas
pruebas, tal vez la creerías.
− Tú la conoces mejor que yo, y si no tienes dudas...- Dijo conciliadoramente,
quitándole importancia a los recelos que todavía le quedaban.- Si confías en ella,
yo también lo haré y además, tengo que reconocer que con nosotros ha sido
maravillosa. Gracias a ella vivimos con unas comodidades que nuca podríamos
haber soñado y nuestros hijos tienen un porvenir que, con nuestro esfuerzo, jamás
les podríamos proporcionar, eso ya lo hemos comentado muchas veces. Puede
que no tenga mayor importancia si es cierto o no, lo de las quemaduras y el
milagro de las uvas fucsia, lo único que sí podemos asegurar, es que como
persona no hay otra igual que ella: buena, sencilla, cariñosa con todos, en
especial con nuestros hijos y, por qué no decirlo, bastante justa para ser tan rica.
Esas cualidades no se dan tan fácilmente en gente de su clase.
− Una de las cosas que más me ha impresionado, es saber que los que he
creído toda la vida que eran mis padres, resulta que son mis tíos.
− Eso explica muchas cosas, ¿No crees?
− Sí, ahora se ve mucho más claro el trato que me dieron siempre.- Con un
deje de tristeza, Ana siguió diciendo:- Nunca me quisieron y yo lo notaba desde
muy pequeña, pero era tan inocente que pensaba que las cosas eran así. Luego
me fui dando cuenta de que a las demás chicas que conocía, sus madres les
deban besos y abrazos que para mí eran extraños.

204
Continuaron hablando todo lo que quedaba de noche. La gran cantidad de
dudas y preguntas que tenían desde el principio, cuando recibieron aquella
propuesta tan extraña por parte de Eduardo con toda la trama del nuevo empleo,
el silencio de José, lo sorprendente del aspecto de Laura, el cariño que demostró
siempre por todos asegurándoles que para ella eran como su familia; iban
quedando resueltas conforme sus ideas se aclaraban contrastando los hechos que
Ana recordaba del extenso relato que Laura le había estado contando.
Casi al amanecer, agotados, se quedaron dormidos. El día siguiente les
traería nuevos descubrimientos que ellos no podían ni imaginar...

También la noche había sido larga para Laura. Una noche llena de
preocupación y desasosiego. Estaba satisfecha por la forma en que Ana pareció
tomarse las revelaciones de aquella tarde; lo hizo con bastante calma y, aunque al
principio no se había creído la historia, después Laura se daba cuenta que la iba
asimilando hasta estar completamente convencida de su veracidad; pero ¿Cómo
habría reaccionado Miguel? De él dependía que Ana siguiera con la seguridad de
que todo era cierto. Si Miguel pensaba que era un cuento y parecía muy probable
que así lo creyera, porque los hombres solo piensan con la frialdad de la cabeza;
las mujeres, sin embargo, piensan y sienten; es una mezcla de sentimientos y
racionalidad; eso lo cambiaría todo. Lo más probable era que Ana se dejase
influenciar por el criterio de él. Solo quedaba la esperanza de que, cuando leyeran
los informes del detective que terminaran de dejar las cosas claras, en el
despacho de José, ya sus dudas quedarían resueltas. Lo deseaba para que, entre
ellos, la relación fuera limpia, sin sospechas por medio. Se había metido en un
asunto demasiado escabroso, pero estaba decidida a que la verdad fuera la única
que reinara de aquí en adelante.

También Laura conocería a fondo cual había sido la vida de Ana, tenía un
gran interés por saber cómo la habían tratado aquella mujer y su marido, que
fueron capaces de quitársela a su padre por medio de engaños y mentiras.
Por todo lo que sabía y le habían contado de la mujer que Ana siempre creyó
que era su madre, estaba segura de que era dura y sin sentimientos, hasta el
punto de hacer lo que hizo con su hermana pequeña. Estaba preocupada por la
reacción que tendría Ana, ante las nuevas revelaciones que le esperaban al día
siguiente. ¡Cuánto daño podían hacerle! Hasta ahora, sólo tenían la sospecha de
que su tía había intervenido de alguna manera en la muerte de Elena, pero
cuando estuviera bien probado ¿Cuál será su decisión?
De madrugada, también Laura fue vencida por el sueño; los fantasmas de las
vidas que removerían al día siguiente, tal vez encontrarían el descanso eterno,
cuando se les hiciera justicia a pesar de que habían transcurrido tantos años; todo
estaba por ver.

A las diez de la mañana, se encontraron con José en su despacho. Estaban


todos presentes: Laura, Ana, Miguel y Eduardo; cada uno de ellos dispuestos a
escuchar el informe que les revelaría toda la verdad sobre el caso que se dejó
pendiente treinta y cinco años atrás.

205
Después de los saludos pertinentes, se sentaron alrededor de la gran mesa
ovalada y de superficie brillante como un espejo, que se encontraba en el centro
de la habitación. Se hizo un silencio cuando José se preparaba para dar comienzo
a la lectura que esperaban con ansiedad. En las caras de todo había una seriedad
acorde con las circunstancias. Especialmente en la de Ana, se refleja la
expectación unida a la inseguridad que sentía por dentro.
La voz de José, parecía tener un eco que vibraba en el silencio. Hablaba
despacio y pronunciando con claridad cada una de las palabras para que se
entendieran a la perfección.

“- Esta información nos fue facilitada por la enfermera que, en ese tiempo
estaba al servicio del Dr. Lucas. Esta mujer fue muy difícil de encontrar, pero
cuando lo conseguimos, nos sorprendió que ella recordara con tanta claridad todo
lo que pasó en este caso en concreto, a pesar de su avanzada edad. Nos confesó
que, cuando Pablo fue a hablar con ella para saber algo más sobre la muerte de
su esposa, estaba tan asustada que no se atrevió a decirle nada, pero después
de un tiempo, la conciencia no la dejaba dormir tranquila y fue ella quien lo buscó,
encontrándose con que se había marchado muy lejos.
Todas las pruebas que se le hicieron a Elena Paredes, dieron como resultado
una gran anemia que, pensó el Dr. Lucas, acabaría en una leucemia; aunque no
estaba muy seguro de saber con exactitud cual era la causa de los dolores de
estómago, los vómitos y el deterioro de los pulmones que le hacían la respiración
difícil y fatigosa. Se lo comentó a su hermana y ésta le dijo que, como Elena era
tan reacia a ponerse en tratamiento, lo mejor era asustar a su marido y que
pensara que era leucemia, para conseguir que Elena obedeciera y pudieran
curarla.
Elena no respondía a ningún tratamiento, cada día empeoraba y los médicos
no sabían que hacer por ella.
Urgentemente, decidieron practicarle la cesárea, porque temían por la vida
de su hijo.
Pilar Bermúdez, nos contó que, en una de las ocasiones en que se disponía
a entrar en la habitación de Elena, escuchó cómo su hermana le hablaba y se
quedó un momento a escuchar sin ser vista, porque las palabras que ésta decía, y
el tono siniestro con que lo hacía, le alarmaron terriblemente. La cama estaba
frente a la puerta de la habitación, de manera que la hermana de Elena, quedaba
de espaldas, así que no la vio.
− ...Por fin ha llegado el momento de librarme de ti para siempre. La
paciencia tiene sus recompensas, aunque haya que esperar. Solo has sido guapa,
porque tonta, lo eres mucho y tu lindo marido, más todavía; no os habéis dado
cuenta de que estaba acabando contigo poco a poco, lo mismo que haré con él,
porque le voy a hundir para el resto de su vida y le quitaré a su hijo también.
Habría sido mucho antes si hubieras seguido tomándote las cápsulas, pero de
eso ya me he encargado yo en estos últimos días.
Le pareció oír un gemido de angustia, seguido de una risa contenida,
mientras la hermana se inclinaba sobre la cama, hasta quedar a unos pocos
centímetros del rostro de la enferma. Por miedo a ser descubierta, con mucho
sigilo, se alejó de la puerta, pero no se dio cuenta de que Elena la había visto,

206
porque parecía tener los ojos cerrados. Era consciente de que la muerte de
aquella pobre chica, era inminente y que, aunque ella dijera al Dr. Lo que había
escuchado, ya no había remedio para ella, así que decidió no contar lo ocurrido a
nadie. Sólo la idea de que aquella mujer supiera que ella había oído lo que le dijo
a su hermana moribunda, le ponía los pelos de punta y le ahogaba el miedo.”

José hizo un alto en su lectura; los demás, guardaban un tenso silencio.


Ninguna de las personas que estaban en la habitación, hizo comentario alguno
sobre lo que acababan de escuchar, era demasiado terrible para poderlo asimilar
inmediatamente; una cosa son las sospechas y otra muy distinta es la
confirmación de éstas. José, mirando a su alrededor, muy serio, tomó un sorbo de
agua y continuó diciendo:
− “ Respecto a tus tíos, - Dijo posando su mirada en Ana. - hemos
averiguado que, hace dos años, tu tío murió después de una larga y dolorosa
enfermedad; ahora ella vive sola. No ha querido abrirnos la puerta, las veces que
hemos intentado hablar con ella, pero según nos han dicho los vecinos, no sale
nunca de la casa; lo que necesita se lo lleva una de las vecinas más cercanas,
pero nos han estado comentando, que no permite a nadie entrar en su casa, y que
desde la puerta se puede apreciar que la basura lo invade todo y un olor
nauseabundo, sale cada vez que la abre. Se pusieron todos de acuerdo en
denunciarla a la policía, pero, en el último momento, se arrepintieron, porque les
dio pena. Al fin y al cabo, es una anciana que no tiene bien sus facultades
mentales.
Tenemos todas las pruebas que nos han proporcionado las pertenencias de
Pablo, en las que, por suerte, se encontraba un frasco conteniendo unas pocas
cápsulas; las hemos mandado analizar y el resultado ha sido revelador, contenían
pequeñas dosis de Arsénico que, tomadas regularmente, producían todos los
síntomas que tenía tu madre y que desconcertaron al Dr. Lucas.”

− Querida Ana, por desgracia hemos llegado demasiado tarde, - Le


dijo Eduardo, consternado por la expresión de infinita tristeza que mostraba el
rostro de ella.- Tenemos todas las pruebas, como el testimonio de Pilar Bermúdez,
las cápsulas, e incluso, podríamos conseguir exhumar el cadáver o lo que quede
de el, de tu madre y hacer las pruebas pertinentes que demostrarían que fue
envenenada con Arsénico, pero como te he dicho, por desgracia, el delito ha
prescrito y no podemos hacer nada.
− Qué importa ya.- Contestó Ana. – Como ha dicho, es demasiado
tarde para cambiar todo el sufrimiento, el llanto y tanto dolor como han causado a
muchas personas inocentes. ¿Una venganza sería suficiente para borrarlo todo?
No, no merece la pena ni siquiera pensarlo. Pero...lo que sí quisiera, es poder
verla.

Cuando regresaban a casa, ninguno quiso hacer comentario alguno;


pensaron que no debían interrumpir los pensamientos de Ana; ésta, al entrar en
el vestíbulo, se disculpó y subió las escaleras, directamente a su habitación.

207
Miguel no la siguió y se fue, acompañado por Eduardo, al despacho de la planta
baja.
Esa tarde, la familia estaba silenciosa y, hasta los niños habían dejado de
hacer ruido y se entretenían con la televisión en su cuarto.

Ya sola, Ana se sentó en uno de los sillones que estaban junto a la ventana
desde donde se podía contemplar gran parte del parque que estaba fuera de la
tapia del jardín. Miraba a lo lejos, pero no detenía su mirada en ningún punto
concreto; su mente se hallaba a años luz de distancia. Recordaba, desde que
tenía uso de razón, cada uno de los detalles de su vida, mientras estuvo en la
casa de los que, hasta ahora, creía sus padres.
Era muy difícil para ella, asumir que toda su vida estaba basada en engaños.
Se sentía dolida y defraudada; no porque les tuviera ningún cariño; sino porque
había aprendido que no se podía confiar en nadie, aunque uno piense que se
conoce a las personas que nos rodean. Esta convicción a la que acababa de
llegar, le hizo mucho daño; ella siempre había sido de las personas que pensaba
que todos tenían su misma buena voluntad; que los demás eran tan incapaces de
hacer daño gratuitamente, como ella; pero no era así y este descubrimiento la deja
sumida en la pena. Se sentía defraudada por la vida.
Conociendo como conocía a su madre, ahora su tía, no le había sorprendido
demasiado saber hasta qué punto era capaz de mentir y estafar; sabía que era
una persona sin escrúpulos, a la que solo le importaba el dinero y aparentar que
valía más de lo que era en realidad. Ella le había escuchado hablar de la gente;
sabía que su lengua podía hacer mucho más daño que un cuchillo. Si alguien no
le gustaba porque no había hecho lo que ella quería, lo tiraba por los suelos ante
todo el mundo, diciendo mentiras descaradamente; sabía muy bien darle en el
punto más sensible; para eso tenía mucha intuición. Conseguía que todos odiaran
a esa persona y, hasta Ana, miraba con malos ojos a quien su tía criticaba,
aunque a ella no le hubiera hecho ningún daño. Después, cuando fue haciéndose
mayor, se dio cuenta de que no podía mirar a la gente según la opinión que tenía
su tía; que no todos eran lo que ella quería hacer ver y comprendió que eran
víctimas de su envidia.

Pensó en Elena, su auténtica madre. Nunca había oído hablar de ella hasta
que Laura le contó la historia de Pablo. Sentía simpatía y pena por ella, pero, a la
vez, el sentimiento de culpabilidad se iba abriendo camino en su mente: no era
capaz de querer a aquella mujer que fue su madre. Se identificaba con su
sufrimiento, porque lo había padecido ella también a manos de la misma persona;
pero acababa de saber que tenían un vínculo y, por estrecho que éste fuera, no
podía sentir nada porque el roce es muy importante. Le dijeron, que no habían
podido encontrar ninguna fotografía de Elena Paredes, así que tampoco podía
hacerse una idea de cómo era. Pensó también en Pablo, su padre; por él sentía
más cercanía, tal vez porque Laura le había hecho conocerle más; sus constantes
alabanzas y todas las cosas que vivieron juntos; podía ser también su gran
parecido, pero le era mucho más familiar.
Hacía mucho tiempo que había dejado de ver a sus tíos. En realidad, desde
que supieron que iba a tener su primer hijo, no se había comunicado con ellos.

208
Cuando Miky nació, pareció como si les molestara la venida del pequeño; no se
dieron por enterados, y menos aún, cuando nació Ángel.
Ella misma se convenció de que no le importaba, que le daba igual;
seguramente sería mejor para todos que no aparecieran; pero el nacimiento de
sus hijos eran acontecimientos demasiado importantes en su vida, para que la
dejaran sola los que creía que eran sus padres; eso no tenía excusa de ninguna
clase. No sabía cómo justificar su ausencia, ante la familia de Miguel y ante sus
amigos. Esa era una espina dolorosa que tenía en su corazón, pero que nunca
había confesado, ni siquiera a Miguel. ¿Para qué?

Intentaba hacerse a la idea de lo que podría haber sido su vida si hubiera


tenido la oportunidad de vivirla con sus verdaderos padres y no con los que ahora
sabía que eran sus tíos. Según el relato de Laura, eran buenos, cariñosos y la
recibieron con mucho amor y entusiasmo. Estaba segura de que hubieran sido
una familia feliz, o por lo menos, normal. No habría pasado tanta vergüenza en el
colegio por su aspecto descuidado; no le habrían tenido marginada los demás
compañeros. En su habitación, también ella habría podido poner sus muñecas y
guardar unas ropas bonitas en el armario, sus zapatos...
A pesar de todas las amarguras causadas por la envidia, los celos y el mal
carácter de su tía; a la que culpaba de todo, porque su tío, era tan tonto, que solo
había sido un simple títere en sus manos. Su corazón, a pesar de conocer lo que
les hicieron a sus padres y a ella misma, no le dejaba en libertad de guardarles
rencor el resto de sus días.
Dicen que en el pecado está la penitencia; eso era verdad. Durante los años
que había convivido con sus tíos, siempre los había visto intranquilos; hablaban en
voz baja sobre algún tema que ella desconocía; nunca disfrutaron de nada, porque
los pocos despilfarros que habían tenido, los ocultaban a la gente. Ahora que
sabía cual era la verdad, se daba cuenta de lo mucho que aquel dinero,
conseguido de forma tan horrible, les había pesado.
Consiguieron quedarse con todo lo que Elena poseía; pero sus vidas habían
seguido siendo mediocres, sin saber nunca lo que significaba ser feliz, ni un solo
minuto. No porque tuvieran remordimientos de conciencia, porque nunca habían
sabido cual era su significado pero, puede ser que lo que se consigue de una
forma tan baja, no se disfruta con tranquilidad.
Ana creía que ya habían sufrido bastante castigo con no poder presumir de
ricos a la luz del día. También pensaba que eran demasiado viejos; aunque
pudiera llevarles a juicio, no lo habría hecho. Prefería dejar que les juzgara la vida
que, al fin y al cabo, es la que de verdad hace justicia, aunque tengamos que
esperar a veces, más de lo que deseamos, no es necesario que llegue el tan
temido juicio final.
Sus sentimientos estaban más claros de lo que pensaba en un principio.
Quería ir a verla, aunque ella no le abriera la puerta, por lo menos la tendría que
escuchar. Le bastaba con que supiera que conocía toda la verdad y el concepto
que podía tener de quien siempre habían vivido de cara al escaparate, para su tía,
que la opinión de los demás, era lo más importante. Eso sí, estaba decidida a
sacarse la espina de su infancia sin amor, de los sufrimientos que pasaron Miguel

209
y ella cuando eran novios, de la falta de ilusión y de los pequeños caprichos que
hacían de la vida una lugar feliz...de tantos y tantos detalles y penas.

Ahora se preguntaba: ¿Para qué lucharon tanto por arrebatársela a su


padre? ¿Por el dinero? No, estaba segura que el dinero lo habría dado su padre
gustoso por quedarse con su hija. Por medio del relato de Laura, había conocido
el carácter de su padre y sabía que el dinero no le importaba, entonces ¿Por qué?
¿Para tenerla poco menos que a una pordiosera?

Ahora, todavía le quedaba algo muy doloroso que hacer; necesitaba hablar
con Laura; quería que le aclarase algunas dudas que quedaban en el aire pero, no
deseaba causarle un disgusto, aunque sabía a ciencia cierta que le iba a molestar
su desconfianza.
Después de dos horas de lucha interior, se decidió a bajar para hablar con
ella. Se encontraba sentada en el salón, en el sillón que acostumbraba a usar.
Estaba en penumbra; había ido oscureciendo y ella no había encendido la luz.
− Laura, quisiera hablar contigo sobre algunas cosas ¿Te interrumpo?
− No, estaba esperándote.- Le contestó en voz muy baja. Ana se preguntó
por qué había dicho que le esperaba, pero no quiso decírselo. - Siéntate a mi lado
y hablaremos, como siempre.
− Es muy difícil para mí, pedirte que sigas aclarándome dudas- Empezó
hablando en el mismo tono.- pero no estoy tranquila y es mejor así. No quiero que,
por callar, nos vayamos distanciando, ya sabes cuanto te quiero y eso me mataría
de pena, cuando es tan sencillo hablar y encontrar la solución.- Dejó pasar unos
instante para reunir fuerzas, antes de decir lo que pensaba.- ¿Por qué has venido?
¿Por qué no has dejado las cosas pasar? ¿Por la promesa que le hiciste a Pablo?
Podías haber pensado que estaba divagando en sus últimos momentos de vida.
Admito que te sintieras obligada a cumplir tu promesa, pero ¿Por qué has tenido
que sacar a la luz los trapos sucios de la familia obligándome a cambiar la idea de
todo cuanto creía que era mi historia, de quienes eran mis raíces, que me ha
costado mucho sufrimiento llegar hasta ella? Saber lo que pasó con mis padres,
no me ha quitado la pena de mi infancia, ni de mi juventud; todo lo contrario, se
me ha multiplicado. Ahora sufro por todo lo que ellos pasaron y por ti también.
¿Por qué lo has hecho? Si querías cumplir la promesa hecha a Pablo, con
haberme encontrado y ayudarnos a mi y a mi familia, como lo has hecho, puede
que hubiera sido suficiente, sin necesidad de ahondar en nada más.
En su voz se agolparon los sentimientos, haciéndole un nudo en la garganta.
No quería llorar, pero las lágrimas le escocían en los ojos, todavía secos. Miraba
ansiosa la cara de Laura, temiendo haberle herido demasiado; ahora dudaba si
había hecho bien en hablar.
Laura estaba muy callada. Su mirada se perdía en un punto lejano, en la casi
total oscuridad del salón, donde solo entraba la luz del jardín por las cristaleras de
la torre que iluminaban de lleno la cara de Laura, dándole un reflejo irreal. Jamás
había visto Ana, una expresión de infinita tristeza como la que adivinaba en el
rostro de aquella mujer.

210
Inmediatamente se arrepintió de haberle dicho todo aquello, pero ya era
demasiado tarde para rectificar.
Laura empezó a hablar, por sorpresa, mientras ella estaba sumida en estos
pensamientos.
− Puede que tengas razón.– Lo hizo como unos momentos antes: apenas en
un susurro.- ¡Perdóname! Nunca desee causarte más dolor del que ya tenías. Las
razones por las que te he buscado, ya las conoces; cumplía el deseo de Pablo y,
aunque fue en el momento de morir, no dudé jamás de que estuviera
completamente lúcido. Para mí, cada palabra de Pablo valía más que todo en mi
vida, por eso no vacilé ni un instante en poner en marcha esta aventura. La
investigación de lo ocurrido con la muerte de tu madre, creí que era un acto de
justicia para Elena, para Pablo y para ti. Lo que sólo eran sospechas, fueron
convirtiéndose en realidades conforme se avanzaba en la investigación. He vivido
desde que él se fue, como ya sabes, porque ese era el único motivo que tuve
para salir de aquella apatía que sentía, con el único fin de llegar a encontrarte a ti
y a la verdad. Además, hay una razón que, en este momento no debo revelarte,
pero lo haré, de eso puedes estar segura, pero a su debido tiempo, que me
obligaba a hacerte partícipe de toda esta increíble historia y para eso debías saber
toda la verdad, no dejarla a medias. Se lo debía a él; aunque reconozco, después
de oír tus razones, que puedo haberme equivocado; tal vez tenía que haber
respetado tu derecho a seguir ignorando la parte más escabrosa del pasado, por
eso vuelvo a rogarte que me perdones, no quería herirte, por supuesto, eso no es
necesario que te lo diga; también sabes que te quiero.
Laura había hablado con mucha calma, pero Ana la conocía bien y sabía que
estaba sufriendo terriblemente, por ese motivo, no pudo contener los sollozos que
salían con prisa de su atormentado pecho.
Quería a Laura como si fuera su auténtica madre; por ninguna razón tenía
que haberle hecho sentirse culpable, cuando ella sabía perfectamente, que lo
hacía cumpliendo una promesa como la última voluntad de su padre. Se
recriminaba el no haberlo pensado mejor antes de hablar con ella y estropear
aquello tan hermoso que habían tenido ¿Cómo iba Laura a confiar de nuevo en
ella, sabiendo que le cuestionaba hasta lo que hacía con la mejor intención? ¡Qué
ingrata era! ¿Es que se le había olvidado lo que Laura estaba haciendo por ella y
los suyos?
− ¡Laura, por favor, perdóname tú a mí! Si me hubiera tomado más tiempo
para reflexionar, no habría cometido el error de hablarte de estos pensamientos
que me han asaltado sin poder controlarlos.- Lloraba mientras hablaba, hipando y
retorciéndose las manos de ansiedad.- Te agradezco que me ayudaras a conocer
a mi padre; te agradezco tanto amor como le diste, haciéndole feliz hasta el último
momento. También debo agradecerte todo lo que haces por mis hijos, por Miguel y
el por amor que me has dado a mí. Sé que me has entendido siempre porque tú
también has sido una niña marginada y solitaria, por distintas razones, pero la
pena era la misma. ¡Por favor! querida Laura, olvida lo que te he dicho; puede que
el hablarte así, sea por el estado de nervios en que me ha puesto todo cuanto he
conocido en tan poco tiempo. Estás demasiado triste, como nunca te había visto.

211
Por favor, vuelve a tener la sonrisa que tanto le gustaba a mi padre. Ya sabes que
te pidió que no la perdieras jamás.
Se quedaron un momento en silencio, Ana estaba aguantándose los sollozos,
a la expectativa ante la reacción de Laura ésta, sonriéndole, le tendió los brazos
que ella recibió sin pensarlo, refugiándose en ellos. Laura la acunaba y
consolaba, diciéndole que todo estaba bien.
− ¡Cuánto te quiero! ¡Ana, hija mía! ¡Qué hermoso regalo me hizo Pablo al
encargarme que te buscara! Hasta en eso, fue bueno conmigo. No me hables más
de agradecimiento porque, quien tiene que estar agradecida soy yo. Me ha
impresionad la forma en que has reaccionado ante las revelaciones de esta tarde;
en esas mismas circunstancias, creo que tu padre habría hecho lo mismo.
Siempre he pensado que erais iguales. Cálmate y olvida esta conversación para
que no te preocupes más por ella.

− ¡Mami, mami! – Les sorprendió el grito de Ángel que venía llorando y que
entró como un rayo en el salón, para refugiarse en las faldas de su madre.
− ¿Qué te pasa? ¿Por qué vienes con esos gritos?– Limpiándose las
lágrimas y disimulando la situación en la que estaban, le preguntó Ana alarmada,
mirándole por todas partes para ver si tenía algún golpe o alguna herida. – Ya
creía que estabais durmiendo. Vamos, dime que pasa.
− Mami, he estado jugando con Miky y ¡mira lo que me ha hecho! – Le
enseñó el brazo, pero no se le distinguía nada. Ana, como le conocía bien y sabía
que le gustaba mucho hacer teatro. Le besó en la “herida” preguntándole muy
seria:- ¿Crees que debemos ir al médico? – El niño, abriendo los ojos muy
asustado, negaba con la cabeza.
− Ya no me duele tanto.- Dijo moviendo el brazo para convencer a su madre y
así evitar que le llevara al médico que tanto miedo le daba.
− Lo siento mucho señora.– Dijo Amparo, entrando después, seguida de
Miky. La chica se veía muy apurada y no sabía cómo justificar aquella
intromisión.– He intentado consolarle pero no me ha dejado ni siquiera mirar lo
que tenía.
− No te preocupes Amparo; hay cosas que solo las puede curar el beso de
mamá.– Le guiño un ojo y luego, Laura y ella se miraron sonriendo.
− Querida mía,- Le dijo Laura, cuando se volvieron a quedar a solas.–
Después de conocer el motivo por el que os contraté, creo que ya no tiene sentido
que continuéis trabajando para mí. Buscaremos a alguien que se ocupe de
vuestros deberes; vosotros sois mi familia, dueños de todo lo que poseo, incluida
esta casa y no tenéis por qué hacer este trabajo, ni ninguno. Por otra parte, quiero
que seáis libres de elegir donde queréis vivir; porque, por ningún motivo, deseo
que os sintáis en la obligación de hacerme compañía. Si te sirve de algo, te diré
que mi mayor deseo es que os quedéis conmigo y compartamos juntos los buenos
y los malos momentos que nos depare la vida; pero, te vuelvo a repetir, que os
dejo la libertad de escoger. Háblalo con Miguel y aceptaré lo que decidáis, sin que
eso cambie para nada el amor que siento por vosotros y la confianza que
tenemos.

212
− No tengo nada que consultar con Miguel; yo quiero seguir contigo. Estoy
segura de que para los niños sería un disgusto separarlos de ti, lo mismo digo de
Miguel y, referente al trabajo, lo más seguro es que él quiera seguir como está; no
querrá que nadie haga su trabajo, se aburriría mucho si no tuviera nada que hacer
en todo el día. Por mi parte, te digo lo mismo, no es necesario que venga nadie a
hacer mis cosas; esto no es un trabajo para mí, me gusta organizar la casa.

Unos día después de tomada la decisión de ir a visitar a su tía, al encontrarse


frente a la casa donde había pasado su infancia, sentía de nuevo que todos los
recuerdos se agolpan en su memoria. Estos, en lugar de abatirla, le infundieron
ánimo y la fuerza que necesitaba para enfrentarse con su tía, que no era poco. Iba
preparada para aguantar un escándalo, la conocía demasiado bien para saber lo
que les esperaba a quienes no estuvieran de acuerdo con sus reglas y, más aún,
cuando sabía que no tenía razón; pensaba que, gritando más que nadie, sin dejar
hablar al otro, se podían justificar sus errores y sus mentiras se volvían,
automáticamente, en verdades.
Con ella había ido Miguel que le apoyaba en todos los momentos difíciles de
su vida. Después de llamar a la puerta, escucharon el sonido de los pasos al
acercarse. Eran pies de viejo que se arrastraban por el suelo, como si no tuvieran
suficiente fuerza para levantarlos.
La puerta se entreabrió y dejó ver parte de la persona que estaba detrás de
ella. La cara que se asomó era la de su tía; estaba muy arrugada y reseca; a
pesar de todos los años que había estado sin verla, la reconoció enseguida. En
principio fue como si no supiera quienes eran. Les miraba detenidamente
entornando los ojos para ver mejor, después de un largo momento en que los tres
se observaban, pareció recordar y su expresión se endureció y la boca se le curvó
en un gesto de disgusto que Ana también reconoció.
− ¿Qué hacéis aquí? ¿Es que pasa algo? – Esta fue la forma cariñosa con
que les daba la bienvenida, después de tantos años.
− Abre la puerta, tenemos mucho de qué hablar; así que será mejor que
entremos y nos sentemos. – Ana le habló con una seguridad, que ni ella misma
esperaba tener. Estaba nerviosa y, aunque no quería reconocerlo, todavía
quedaba en su interior, rastros del miedo que siempre le había provocado. Ante
estas palabras, su tía se quedó tan sorprendida que, haciéndose a un lado, les
dejó sitio para que pasasen.
Estaba muy cambiada; seguía siendo gorda, pero la piel le colgaba del cuello
y los brazos, los pechos tan grandes y abultados de otros tiempos, eran como
bolsas vacías que se apoyaban en su estómago. Toda la carne se le había bajado
hasta la parte inferior el cuerpo, haciendo que las piernas tuvieran un tamaño
descomunal, de un color oscuro, casi morado; ya no se le notaban las rodillas ni
los tobillos, Ana recordó una enfermedad que se llamaba “Elefantiasis”, tal vez por
eso, andaba con mucha dificultad.
La siguieron por el pasillo; éste estaba lleno de bolsas de las que no se sabía
cual era su contenido, pero que cerraban prácticamente el paso. Lo poco de suelo
que quedaba, estaba cubierto de papeles, restos de comida y latas vacías. El olor
era insoportable; parecía que estaban dentro de un vertedero. Llegaron hasta el

213
cuarto de estar. La habitación, se encontraba en las mismas condiciones que el
pasillo. Los muebles no se veían entre la gran cantidad de cajas, trapos, papeles y
bolsas que los sepultaban. Sin duda tenía el síndrome de Diógenes. Con un gesto,
la mujer les indicó que se hicieran un sito en el sofá para que pudieran sentarse.
Los jóvenes aguantaron la repugnancia y se sentaron, ella lo hizo en una butaca
medio derrengada que tenía enfrente de ellos.
− Voy a ir directamente al tema - Dijo Ana, mirándola directamente a los ojos.-
por el que hemos venido; así que te llamaré tía y no madre. – Ante estas palabras,
el rostro de la mujer, cambió de color y sus facciones se endurecieron más. – Sé
que no eres mi madre y también sé como conseguiste mi custodia. He conocido a
mi padre y él me ha dado todas las pruebas que te acusan de la muerte de mi
madre, tu hermana pequeña. También las que demuestran que robaste la
herencia de mi madre y también la mía.
− ¿Quién te ha metido esas tonterías en la cabeza? ¿O es que te has vuelto
loca?- Gritó de súbito con los ojos llameantes de ira.
− Tu sabes que, ni son tonterías, ni estoy loca. He traído los informes del
abogado, donde se describen todas tus maquinaciones, tenemos testigos que
presenciaron y escucharon muchas cosas, aunque tú no te diste cuenta. Te lo
dejaré aquí, para que recuerdes bien y no se te pase ningún detalle.
− Nada de lo que digan esos papeles, es verdad. No sé por qué has venido,
ni me importa. Te puedes ir ahora mismo y te llevas todo lo que has traído. – Hizo
ademán de levantarse, pero Ana la detuvo al decirle:
− Creo que te convendría tenerlos para cuando se te lleve a juicio por
asesinato y que sepas por donde van las cosas., aunque creo que no tienes
defensa alguna, porque hemos analizado las cápsulas que le diste a mi madre y
sabemos que contienen Arsénico de los pesticidas que se usan en el campo. Los
tiempos han cambiado mucho y ahora no saldrías impune, como en aquel
entonces.
No esperaba que, aquella chica tan obediente y llena de inocencia que ella
había criado, fuera tan lejos y, viéndose atrapada, su tono cambió como solía
hacer cuando le convenía que la situación no se salieran de su control. En la
mente de la mujer se iba abriendo un camino que la llevaba a entender lo que se
le avecinaba. Nunca había visto a Ana hablar con tanta seguridad; le asustaba y
empezó a creer que era verdad lo de las pruebas.
− Ana, hija mía, tu sabes muy bien que he sido tu madre; te he cuidado y te
he dado los mejores años de mi vida.- Dijo con una voz melosa y bien controlada.
En esos momentos, estaba completamente lúcida, nadie diría que tenía episodios
de demencia senil. - ¿Por qué me pagas esa dedicación de esta manera que no
entiendo?
− No me sigas mintiendo; recuerda que te conozco de toda la vida. Sabes
muy bien que tú no me has dado nada, ni siquiera lo que era mío por derecho. Me
robaste igual que lo hiciste con mi madre.
No quiero entrar en detalles, porque nos llevaría muchas horas recordar todo
lo que me no me has dado y lo que me has hecho.
− Bueno, reconozco que no soy tu madre; es verdad que eres la hija de mi
hermana Elena y de ese Pablo que se fue huyendo sin reparar que se dejaba aquí

214
a su hija recién nacida. Parece que sigue siendo un cobarde, cuando no se ha
atrevido a dar la cara y te manda a ti por delante. Siempre supe que no valía
nada, pero tu madre estaba ciega con él.
− Quien tiene que dar la cara soy yo, a quien tú has estado engañando toda
la vida. – Ana, hablaba con tranquilidad; sin levantar la voz y eso hacía un efecto
contrario en la otra mujer que empezaba a desquiciarse.
− No sirve de nada sacar a relucir esa vieja historia; han pasado muchos
años. Es verdad que le quité a Pablo tu custodia, pero fue pensando que era lo
más bueno para ti. Una niña pequeña, está mejor con una mujer que sabe
manejarla y entenderla. Lo de la herencia, no era para tanto, algún dinero y la
casa de mis padres que, ahí la tienes si la quieres.
− Ahora me dices que puedo disponer de ella, sin embargo, cuando nos
casamos, teníamos que pagarte un alquiler y estar agradecidos por el favor que
nos hacías, cuando legalmente me pertenecía. No quiero seguir hablando de esto;
lo que quiero es que me digas por qué lo hiciste. ¿Por qué planeaste la muerte de
mi madre? No lo niegues porque ya te he dicho antes que sé muy bien que lo
hiciste.
Se borró la expresión de amabilidad de la cara de la mujer y fue sustituida
por otra de odio infinito. Llena de rabia contenida y apretando los puños hasta que
se le quedaron blancos, empezó a hablar apasionadamente.
− ¿Quieres saber por qué? Pues te lo voy a decir. Yo era la primera hija de
mis padres, por lo tanto, no había en la familia más niña que yo. Todos me
mimaban y estaban locos conmigo, tenía el cariño de la familia y todos los
caprichos eran para mí.
Pero aquello cambió cuando mi madre anunció que iba a tener un hermano.
Intentaba convencerme de que le querría mucho, de que sería como un muñeco
para mí; pero yo no pensaba lo mismo y le odié por eso a ella y al nuevo hermano
que me traía. Yo tenía doce años cuando nació, pero no fue un niño que, tal vez
hubiera llegado a querer; fue una niña que, según todo el que la veía, era una
preciosidad. Esto me dolió mucho más, porque yo no era guapa y lo sabía.
Desde entonces, todo el cariño y los mimos eran para la pequeña, la niña
más bonita del mundo, como le decía mi madre, que se pasaba el día diciendo lo
bonitos que eran sus ojitos, sus manitas, su naricilla y muchas más tonterías por el
estilo. La fea de la casa, es decir, yo, se convirtió en la criada; era la que tenía que
cuidarla y siempre estar atenta a las necesidades de la nena y de todo lo que
deseara. En cambio para mí, se acabaron las contemplaciones y los mimos; era la
mayor y tenía que ayudarle a mi madre en todos los quehaceres de la casa, ir a
comprar...
Por eso, cuando mis padres murieron, vi la oportunidad de vengarme de ella
haciéndole la vida imposible y le quité la herencia; tenía que enseñarle lo que era
sufrir y desear lo que no tienes. Más tarde, no le pude quitar el marido; también en
eso tuvo más suerte que yo; era el hombre más guapo que he visto en mi vida.
Ningún hombre así se hubiera enamorado de mí, sólo lo hizo el tonto de mi
marido; me casé con él, porque no quería ser, además de fea, solterona.

215
Noté desde el primer momento la mala impresión que le causé. Él intentaba
ser amable y educado, pero, a pesar de sus estudios, era rematadamente tonto y
no logró engañarme, después, lo pagó bien caro.
Me decidí a poner en marcha el plan para eliminarla, cuando supe que se
casaban. En el viaje de novios, me propuse amargárselo, le “receté” a mi linda
hermana, las cápsulas que le quitarían la depresión. ¡Vaya si se la quitaron! ¡Ja, ja
ja. Además fue para siempre – Dijo riéndose a carcajadas.- Por si fuera poco,
unos meses más tarde, me dijeron que estaban esperando su primer hijo.
También en eso, era más afortunada que yo la muy perra. Ella tendría su hijo y yo
nunca lo conseguiría.
Lo planee bien y, aunque dejó de tomarse el “tratamiento” durante algún
tiempo, lo recuperé y conseguí librarme de ella. Se creyó muy lista cuando me
engañó al cobrar la herencia, pero no sabía que estaba sentenciada a muerte y
que de todas formas su dinero y todo lo que tenía, pasaría a ser mío de nuevo. –
la satisfacción le iluminó el rostro y los ojos brillaron de forma horrorosa. - Me
quedé con todo lo suyo, hasta con su hija y me libré del marido que huyó como un
cobarde cuando vio que le había ganado la partida; yo, una pobre mujer
analfabeta. Si se hubiera quedado a luchar por su hija, puede que hubiera
encontrado las misma pruebas que tú, pero se fue llorando como un perro con el
rabo entre las patas. La que ellos creían que era tonta e inculta, les había vencido
con lo modernos que se creían.
− ¡Qué pena me das! Lo tenías todo, pero no te sirvió de nada. Los recuerdos
que tengo de esta casa, eran miserias y gastos disimulados. Lo hacías todo a
escondidas, siempre con miedo. ¿En qué te ha compensado el mal que hiciste?
Mírate ahora: Sola, entre basura y despreciada por todos, hasta los vecinos
quieren denunciarte a la policía y eso que no saben que eres una asesina.
Ni Ana, ni Miguel, podían imaginar la reacción de aquella mujer. Se volvió
completamente loca. Su cara pasaba del rojo al blanco; los ojos se le salían de las
órbitas, las manos estaban tan crispadas que parecía que se las iba a romper.
Comenzó a gritar y a recorrer la habitación de un lado a otro sin descanso,
tropezando con toda la basura que había por el suelo, se caía y con dificultad,
volvía a ponerse de pie, se daba golpes contra las paredes y su boca empezó a
babear como si estuviera poseída por un demonio.
Después de aquella conversación, sabían que no estaba loca, aunque
aquella reacción no era del todo normal.
Ante semejante espectáculo, los jóvenes intentaron calmarla. Miguel
consiguió con un gran esfuerzo, que se quedara quieta; la tenía cogida por los
brazos y, aunque forcejeaba como un animal acosado, fue suficiente para que Ana
pudiera hablar con ella.

− ¡Vamos, cálmate! ¿Tu crees que esta es forma de reaccionar? ¿Dónde está
tu sentido común? Será mejor que te sientes y escuches lo que voy a decirte. – La
voz segura de Ana y la expresión de fuerza que ésta le imprimía a su rostro,
hicieron el milagro de que entendiera y se sentara.
− Quiero que escuches con mucha atención; vamos a llevarte a un centro
especializado, en lugar de que vayas a la cárcel, ya lo hemos hablado con el juez

216
y está de acuerdo, si no obedeces, entonces te condenará y pasarás el resto de tu
vida encerrada como lo que eres, una asesina y lo peor de todo, es que la historia
saldrá a la luz y todo lo malo que has hecho en tu vida, lo sabrán los vecinos y
todo el mundo, porque se verá hasta en la televisión. ¡Qué vergüenza! ¿Lo has
entendido?
Con una sumisión inesperada, dijo que sí, que cumpliría su parte del trato,
pero que, por favor no la denunciara. No sabían si su miedo era a la cárcel, o a
perder la fama que se había estado fabricando durante toda la vida y a costa de
muchas mentiras, de que era buena, casi santa.

Cuando Ana y Miguel, salieron de la casa, estaban completamente agotados;


inspiraron varias veces, llenándose los pulmones con aire puro, para desechar
aquel enrarecido que habían tenido que respirar durante el tiempo que
permanecieron en la casa que más parecía una cloaca. Tenían los nervios tensos,
no solo por el esfuerzo físico que habían hecho, si no por la tensión emocional de
que soportaron durante su estancia en ella.
El primer paso que dieron, fue para habla con José; le dieron el encargo de
que buscara una institución especializada en enfermos mentales. Le pidieron que
fuera lo antes posible porque el caso era urgente; realmente no debían dejar pasar
ni un día más dada la situación en que se encontraba aquella mujer y su casa.
Podía ser imprevisible en cualquier momento, aquellas cantidades de basura y
cartones, se podrían incendiar y, ya no solo era peligroso para el de ella, sino que
todos los demás pisos podrían arder; antes, ellos no eran responsables, pero
ahora que conocían cual era el peligro, serían los culpables de lo que pudiera
pasar.
Unos días después, José les llamó diciendo que lo tenía todo preparado y
que les esperaban a la mañana siguiente en el hospital psiquiátrico que se
encontraba a las afueras de Zaragoza.
No tuvieron ningún problema cuando fueron a buscar a su tía, bien temprano.
Ana le ayudó a bañarse en lo que podría llamarse su cuarto de baño. Se vistió con
lo mejor que tenía y se encaminaron al hospital. Este era una edificio antiguo pero
que había sido restaurado y modernizado. Estaba rodeado de un extenso y bien
cuidado jardín, por donde los internos podían pasear libremente. Dentro, sus
largos pasillos, brillaban, las salas eran alegres y con mucha luz.

Fueron recibidos por el médico que le cayó muy bien a su tía; era un hombre
joven, simpático y cariñoso. Después de la entrevista con él, les invitó a ver las
instalaciones. Les acompañó explicándoles que tenían los tratamientos y los
métodos más modernos para esta clase de enfermedades. Luego les llevó a ver
los dormitorios; normalmente, eran compartidos por dos personas, aunque había
otros individuales, según el estado en el que se encontraban, pero él, siempre que
no fuera un caso especialmente agresivo, aconsejaba que fuera compartido.
Cuando salieron, Ana y Miguel, estaban muy satisfechos. Su tía se había
quedado de buen grado y, hasta se podía decir que estaba contenta. Le gustó
mucho su habitación y, cuando ellos se marcharon, ella estaba hablando con
varias de las internas en un saloncito en el que había sofás y mesitas rodeadas de

217
sillas, por si querían jugar a alguno de los abundantes juegos de mesa que
llenaban los estantes del mueble que cubría por completo una de las paredes.
Unos días después, volvieron al hospital; les habían llamado porque ya
tenían los resultados de las pruebas a las que habían sometido a su tía.
− La enfermedad mental que padece la señora- Les empezó a el mismo
médico que habían conocido len su primera visita.- es esquizofrenia en un grado
bastante alto, aunque pasa bastante tiempo entre una crisis y otra; confiamos que,
estando bien controlada, estas se vayan espaciando cada vez más. El resultado
de los análisis, nos dan una terrible desnutrición, tiene varias infeccionen en la piel
y esa inflamación tan descomunal de sus piernas, es, como ya se temía Ud.
Elefantiasis. Ya le hemos puesto un tratamiento con antibióticos y
antiinflamatorios, aunque no se puede curar, por lo menos estará más cómoda.
− Seguramente le parecerá inaudito que esté en esas condiciones de
abandono.- Explicó Miguel, como si estuviera obligado a justificar de alguna
manera el estado de aquella mujer.- Hacía mucho tiempo que no quería hablarnos
y nosotros ignorábamos que estuviera enferma; la última vez que la fuimos a
visitar, nos encontramos con el desagradable espectáculo de una casa llena de
basuras y malos olores, y a ella ya ve como la trajimos.
− No hace falta que me diga cómo tenía la casa; ese es uno de los
comportamientos más significativos de la enfermedad que ella padece.- Les
explicó el médico.- Seguramente, cuando limpien en ella, encontrarán dinero
escondido, mientras carecía de lo más imprescindible, hasta para alimentarse.
Una vez abandonado el hospital, Ana y Miguel, suspiraron tranquilos; habían
cumplido con una penosa obligación y podían continuar su camino sin
preocuparse más por ella. Especialmente Ana, estaba satisfecha de haber tomado
la decisión de atenderla, más por la necesidad de que su conciencia estuviera
tranquila, que por cariño, porque no sentía nada. Para los demás había sido
equivocada, pensaban que, visto todo cuanto aquella mujer había hecho con ella,
no se merecía que la tratasen con tanto miramiento. Ana ya no quería pensar más
en esto, había sido suficiente para lo joven que era.
Miguel se encargó de que limpiasen el piso y lo desinfectasen por el bien de
los vecinos, no encontraron dinero, como había dicho el médico, pero tampoco les
importó. Fue cerrado y no volvieron a verlo.

Los días transcurrían con una placidez diferente y se podía ver en toda la
familia, lo bueno que era tener una rutina tranquila y sin que nada la interrumpiera.
Un año después, recibieron una llamada del hospital psiquiátrico,
preguntando por Ana. Le dijeron que su tía había muerto esa misma noche
mientras dormía; la había encontrado una de las enfermeras cuando hacía su
ronda de la mañana. La compañera de habitación, no se dio cuenta de que estaba
muerta desde primeras horas de la noche. Se encargaron del funeral y del
entierro; con ella también enterraron su recuerdo y el dolor que les había causado
durante muchos años de su vida. La carga que habían llevado Ana, se le cayó en
el momento en que el enterrador cerró el nicho y se sintió ligera como nunca
antes.

218
Ahora tenía por delante su propia vida sin ningún recuerdo que pudiera
enturbiar la felicidad de la que gozaba junto a su querida familia. Sintió que su
deber era superar el reto de seguir educando a sus hijos lo mejor que supiera en
el respeto a los demás. No podía pedir nada más, pensó mirando de reojo a su
marido, al que tanto quería.

EL LEGADO

CAPITULO VI

219
Después de rogarle mucho, habían logrado convencer a Eduardo para que se
fuera a vivir con ellos. Era demasiado mayor para estar siempre solo. Él tenía
quien lo atendiera correctamente, pero a su edad, lo que realmente necesitaba era
el calor de un hogar y la distracción de los niños. Lo peor que le podía pasar a un
anciano, era encerrarse en sus recuerdos que, por regla general, siempre eran los
más negativos y los felices, parecían haber desaparecido de su memoria.
Ahora estaba rodeado de la que era como su propia familia y pasaba los días
dormitando sentado en uno de los sillones del salón, cuando no se iba a la
habitación de los niños y, como a ellos, le gustaba ver los dibujos animados en la
televisión; también jugaba con la videoconsola; los pequeños se divertían mucho
con él, porque siempre le ganaban, pero no se enfadaba nunca, se lo tomaba con
tranquilidad, como lo hizo todo en su larga vida.
Decía, en cada ocasión, cuando se reunían para las comidas, que se
encontraba muy feliz, más que nunca y en sus ojillos brillantes y pícaros, se
reflejaba la alegría. Siempre sonriente y bonachón, se convirtió en el abuelo que
los niños no tenían. Les ayudaba con los deberes del colegio, porque, a pesar de
su edad, la cabeza seguía teniéndola muy lúcida y ágil. Les contaba largas y
complicadas historias y cuentos que se inventaba sobre la marcha; ellos lo
adoraban.
Una tarde, después de dormir una pequeña siesta, como acostumbraba, dijo
que no se encontraba bien, Ana le acompañó hasta su dormitorio y le ayudó a
acostarse. No dio tiempo para llamar a un médico, cerró los ojos y se fue para
siempre. Lo hizo de la misma manera que vivó: Prudentemente, sin molestar a
nadie, en silencio. Había estado con ellos, sólo dos años, pero lo importante es
que habían sido buenos para él.
Toda la familia lloró desconsolada su pérdida, como si de uno más de ellos
se tratara. Laura estaba especialmente afectada, había significado mucho para
ella. También los niños sufrieron; era la primera vez que perdían a un ser tan
querido.
La noche en que se velaba el cadáver de su querido amigo, Laura les contó
una breve historia de la vida de Eduardo.

“ Eduardo estuvo muy cerca de pertenecer a nuestra familia con lazos de


matrimonio; aunque no pudo ser.
Mi abuelo le contrató como ayudante del viejo administrador que tenía su
padre, es decir, mi bisabuelo. Era un joven de veinte años; según me contaba mi

220
abuela, era un muchacho alto guapo y simpático que se hacía muy pronto de
querer; era el hijo pequeño de una familia bastante pobre, pero que pronto destacó
mucho por su inteligencia. El párroco de su barrio, le tomó cariño y le empezó a
dar clases; como el chico avanzaba satisfactoriamente, consiguió una beca para él
y pudo ingresar como interno en un colegio de frailes, allí terminó el bachiller y
luego pasó a la universidad donde estudió economía, siempre tuvo buenas notas
y, por ese motivo le fue recomendado a mi abuelo. Sabía estar en su sitio, además
de ser muy cortés y educado, tenía unos modales exquisitos y era muy eficiente
en su trabajo. Mi abuela lo adoraba y se entendían muy bien.
Muy pronto empezó a tener más responsabilidades y mi abuelo se felicitaba
por haberle encontrado.
En esa época, mi tía Emi, también era una joven hermosa y atractiva; cinco
años menor que él. Fue un flechazo el amor que sintieron el uno por el otro. Los
dos se enamoraron a un tiempo, nada más conocerse.
Él era tímido, con conciencia de su clase, muy respetuoso con los señores;
sabía que no le estaba permitido mirar a la señorita Emi; en cambio, ella era más
atrevida e impetuosa; le buscaba por la casa con cualquier excusa, no disimulaba
el interés que tenía por él.
− Señorita Emi, no está bien que me persiga hasta el despacho; si la viera su
padre, me despediría y a Ud. la castigaría severamente, ya sabe que su padre
puede ser muy duro; yo no quiero que eso ocurra porque entonces, no podría vela
nunca más.– Decía él, colorado como una amapola y nervioso ante el peligro que
ambos corrían.
− ¿Por qué te preocupas tanto? ¡No pasa nada! Eres demasiado miedoso ¿O
es que ya no te gusto?- Emi sabía cómo manejarlo y se mostraba mimosa a la vez
que atrevida.
− ¡Oh sí! Claro que me gustas y mucho, pero debemos tener cuidado; sabes
que tu padre nunca permitiría nuestra relación.
− Ya lo sé, entonces ¿qué podemos hacer? ¿Estaremos siempre condenados
a vernos a escondidas? Este no es el futuro que yo he imaginado contigo.
− Dejaremos que pase algún tiempo. Cuando me conozcan mejor, hablaré
con tu abuelo; parece que es más compresivo que tu padre y le pediré que me
ayude. Tal vez, si él le prepara, no reaccione muy mal cuando le pida tu mano.
¡Pobre Eduardo! Él no sabía que la boda de Emi, ya estaba concertada. Su
padre la había prometido con el hijo de un importante magistrado que estaba en el
gobierno. Esta alianza le interesaba mucho, porque le abría las puertas que ahora
tenía cerradas al extranjero.
Como hombre astuto que era, se había dado cuenta del amor que su hija
sentía por el joven Eduardo y que él le correspondía; aunque le apreciaba en todo
lo que valía, no era el partido adecuado para su hija; al fin y al cabo, no pasaba de
ser el hijo de un pobre obrero, por brillante que fuera su inteligencia. Así que
decidió que aquel romance sin futuro, tenía que terminar.
− Eduardo, por favor, venga a mi despacho, tengo que hablarle de un asunto
muy importante. – El joven le siguió y al entrar en el magnífico despacho de mi
abuelo, este le hizo que se sentara en uno de los sillones que había delante de
una mesita donde el joven, nunca había osado sentarse antes; siempre que

221
hablaban, el se mantenía de pie frente al gran escritorio. Este detalle le extrañó
porque conocía cuanto respetaba el señor la diferencia de clases.
− Eduardo, sé que es Ud. un joven con mucho sentido común, por eso le
quiero comunicar que el negocio del extranjero que tanto me preocupaba, ya lo
tengo resuelto a nuestro favor.
− Cuanto me alegro, señor.- Contestó él, ignorante de lo que seguía. Todavía
era muy joven para saber leer detrás de la amabilidad de un hombre que juzgaba
a los demás según su posición social. Más tarde aprendería, pero ya habría
perdido la oportunidad de ser feliz.
− Gracias, muchacho. He tenido la oportunidad de conocer al embajador de
España en Australia y, para suerte mía, ha resultado ser el hijo de un íntimo
amigo, compañero del colegio. Es un joven brillante y muy ambicioso del que
espero una cooperación sin trabas. Me he asegurado esa ayuda concertando el
matrimonio de mi hija Emilia con él. Mi hija no lo sabe todavía, pero estoy seguro
de que ella aceptará mi decisión, porque es una chica muy obediente y sabrá
acatar las órdenes de su padre, como debe ser una mujer. Felicíteme, porque este
será el mayor negocio que he podido hacer en mi vida. Se lo comunico a Ud. el
primero, porque sé que se alegrará de poder trabajar con una mayor seguridad. –
Eduardo, permanecía en silencio con el rostro impasible, pero escuchaba lo que
mi abuelo estaba diciendo, como si un juez dictara su sentencia de muerte. – He
estado pensando en que el Sr. Marquina, es ya bastante anciano para llevar el
peso de este trabajo que nos va a desbordar próximamente. Por eso le nombro a
Ud. mi nuevo administrador; aunque también tendrá otras responsabilidades, la
principal será esa. Al Sr. Marquina, le da Ud. la jubilación con un buen detalle por
todos los años que nos ha servido y le dice que estamos muy satisfechos con su
labor, tanto mi padre, como yo, pero quíteselo pronto de encima; me he dado
cuenta que, a su edad, estorba más que ayuda, recuerde los errores que cometió
el mes pasado y cuanto le costó a Ud. arreglarlos. Después, concéntrese en su
trabajo porque de aquí en adelante, no tendrá tiempo para otra cosa que no sean
mis asuntos y los quiero siempre a la perfección, ya lo sabe; si las cosas no se
hacen bien, no sirven para nada, en todo caso, para traer problemas.
¿Entendido?. Quiero verle dedicado en cuerpo y alma.- Luego, para mitigar un
poco el miedo que veía en los ojos del joven Eduardo, le dijo suavemente y con
una media sonrisa.- Naturalmente, el sueldo se lo doblaré; sé que le viene muy
bien, porque conozco la enfermedad de su padre y los gastos que eso conlleva; de
hoy en adelante, ya podrá llevarle a los mejores médicos y comprarle tantos
medicamentos como le sean necesarios.
Mi querido Eduardo no pudo decir nada; aunque había estado tentado de
renunciar, pero cuando mi abuelo siguió hablando, le tocó en lo más sensible al
recordarle la salud de su padre; esta era una de sus mayores preocupaciones;
pensó en lo bien que le vendría un poco más de dinero para mantener su
tratamiento que era muy costoso y en el que había gastado casi todo su sueldo
desde que estaba trabajando, incluso podría llevarle a Madrid, donde le dijeron
que había esperanzas de que se mejorase y que hasta ahora, no entraba en sus
posibilidades económicas. Nunca había sido egoísta y, tratándose de la salud de

222
un miembro tan importante de su familia, no podía pensar en sí mismo, hasta le
parecería egoísmo, si lo hubiera hecho.
Por la actitud de mi abuelo y lo que ya había empezado a conocerle, supo
que no sería posible un entendimiento, que no debía ni mencionar el asunto y, con
todo el dolor de su corazón de joven enamorado, se encerró en su despacho y de
allí a penas salía; siempre rodeado de papeles bajo la luz de un fléxo. Su vida era
el trabajo y éste le ayudaba a tener la mente ocupada, no le estaba permitido el
lujo de pensar en su amada Emi.
Ella se casó con el embajador, no mucho tiempo después. La boda fue todo
un acontecimiento para la alta sociedad de Zaragoza. Se celebró en el Pilar y para
más desesperación de Eduardo, tuvo que asistir a ella. Su corazón pareció
morirse cuando la vio tan hermosa con su traje blanco y adornada como una ninfa
de los bosques cubierta de encajes y tules. No quiso mirarle a los ojos, tenía
miedo de leer en ellos, la confesión de que todavía Emi le quería, porque si
hubiera sido así, tal vez podría haberlo estropeado todo, pues no se sentía con
fuerzas de verla resignada a un destino que no le agradaba. Por otro lado, si veía
en los ojos de ella, que él ya no le importaba, también se hubiera desesperado al
comprender que el interés económico era más importante para ella que el amor
verdadero. Después comprendió que no le quedaba otra salida a la hija de un
hombre poderoso, nada más que, como había dicho su padre, debía ser una chica
obediente y saber cómo comportarse; aunque me consta que su carácter rebelde,
fue la causa de más de un buen disgusto a mi abuelo, hasta que logró convencerla
de que no había otra solución nada más que obedecer. Se marcharon a vivir a
Sydney y parece ser que se adaptó muy bien a su nueva vida; tuvo cuatro hijos y
no sé si fue feliz, porque ella nunca dijo nada y ni hablaba de ese tema en sus
cartas; después tampoco tuve ocasión de verla personalmente, mientras viví en
aquel país.
En aquella época, la mujer no tenía nada que hacer frente a las decisiones
de sus padres o sus maridos.-”
Eduardo fue fiel a su primer amor y no se casó nunca; él sí que estaba
realmente enamorado de ella y no pudo amar a otra. Entregó por completo su vida
a nuestra familia y estuvo siempre dispuesto a ayudar en todo a cada uno de sus
miembros.- Después de un silencio emocionado, Laura dijo en voz baja:- Jamás te
olvidaremos, querido amigo.- ”
Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas, aunque a ella no le gustaba llorar
por los muertos, decía que no era conveniente retenerles más tiempo en la tierra,
porque mientras lloráramos por ellos, no se podían ir. Esa era una teoría que se
había traído de Australia y que los demás respetaban, aunque no se la creyeran
del todo.
En la casa, todos le añoraban y hablaban con frecuencia de él. Para Miguel
había sido de una gran ayuda, porque fue él quien le puso al corriente de cómo
funcionaba su administración. Hacía muchos años que se vendieron las empresas
inmobiliarias y constructoras, pero aún quedaban muchas fincas por mantener y
vigilar las rentas. Los niños, que le llamaban tío Eduardo, parecía que ahora les
faltaba su mejor compañero de juegos y echaban de menos las historias
emocionantes a las que él les había acostumbrado, con su tranquilo y sereno
hablar. Hasta había conseguido que perdieran interés en la televisión; preferían

223
pasar la tarde haciendo la tarea del colegio con su ayuda para después, conversar
con él hasta la hora de la cena.

Los años seguían pasando, puesto que el tiempo no se puede detener por
ningún motivo, aunque nos parezca muy importante y, sin apenas darse cuenta,
los niños se estaban convertido en jóvenes robustos y hermosos. Eran estudiantes
con muchas ilusiones y expectativas para el futuro. Tenían mucho éxito entre las
chicas que les llamaban por teléfono sin cesar y a todas horas; pero ellos parecían
no tener interés por ninguna en especial y se dejaban querer sin compromisos.
Miky había elegido la carrera de medicina; era un estudiante brillante y
trabajador como pocos. En la última convocatoria de exámenes, había aprobado el
último curso con muy buenas notas. Se sentía orgulloso con su título de doctor en
medicina que tanto había ansiado. Ahora estaba preparándose para hacer la
especialidad en medicina general. Era una persona preocupada por la gente
sencilla y había decidido que la mejor forma de estar en contacto más directo con
ella, era siendo médico de cabecera. Si hubiera elegido ser cirujano, por ejemplo,
estaba seguro de que se desenvolvería en otras esferas y esta perspectiva no le
atraía.
Era un joven simpático y agradable; muy formal y serio cuando se trataba de
sus estudios; como siempre había sido, aún desde muy pequeño, pero encantador
en su trato diario. Tenía un gran parecido con su padre, pero era mucho más alto
que él. Hablar con Miky, era todo un placer; sabía de todos cuantos temas salieran
en una conversación, pero jamás presumía de culto o de saber más que nadie; era
sencillo en su forma de exponer sus conocimientos que hacía casi, con humildad.
Nunca levantaba la voz para imponerse sobre los demás y su mirada limpia y
franca, tenía un fondo profundo de sabiduría.
Ángel, como siempre, era todo lo contrario a su hermano. Su carácter era
alegre y ruidoso; de espíritu muy vivo, captaba todo a la primera; tenía mucha
intuición y era el alma de todas las reuniones. Cantaba con su guitarra cualquier
canción de moda; tenía una hermosa voz que encantaba a todos; sabía los últimos
chistes y los contaba con una gracia inigualable. No se podían contar sus amigos
de numerosos que eran. Un poco más alto que su hermano, su cuerpo era atlético
y delgado, con agilidad felina. Tenía el pelo liso y negro y los ojos gris oscuro que
se le aclaraban bajo la luz del sol hasta quedarse casi transparentes. Hacía
deporte con regularidad; baloncesto, balonmano, pero nunca le llamó la atención
el fútbol. Su punto débil lo tenía en las chicas, le gustaban más que nada en el
mundo. Él había elegido estudiar periodismo, aunque iba sacando los cursos
como podía; se limitaba a escuchar con atención durante las clases, pero eso no
era suficiente para poder sacar los cursos en condiciones. Parecía que tenía
alergia a los libros; tanto que hasta se estaba planteando la posibilidad de no
terminar la carrera. Todas sus energías e ilusiones, las ponía en su empeño por
viajar y vivir las aventuras que imaginó cuando era niño. Su habitación estaba
cubierta de fotografías de países lejanos y exóticos; de viajes en globo, en barco y
un sin fin de paisajes diferentes. Era como un pájaro deseoso de emprender el
vuelo que le llevara hasta el último rincón del mundo.

224
Ana y Miguel, como todos los padres, solo querían que el futuro de sus hijos
fuera el mejor y para eso necesitaban una buena preparación. Deseaban que
Ángel fuese tan buen estudiante como su hermano Miky, pero no era así y ellos
tenían que respetar a cada uno con sus gustos o su vocación; sabían que era lo
mejor. Nunca se había sacado nada bueno cuando los padres se oponían a la
inclinación natural de los hijos; imponer su criterio solo serviría para hacer
desgraciados a los jóvenes, convirtiéndolos en hombres amargados por no haber
podido ser otra cosa. También corrían el riesgo de que decidieran marcharse de
casa antes de estar realmente preparados para enfrentarse a la vida, que no era
poco. Cuando se tiene una pasión, nada ni nadie puede hacer que se olvide. Ellos
querrían que Ángel tuviera un futuro menos arriesgado, pero aceptarían sus
deseos por el amor que sentían hacia él.

Clara y Mario, estaban decididos a casarse ese mismo año. Su romance


había sido precioso y tormentoso; él por ser tímido y sereno con lo pies en la
tierra, todo lo que hacía estaba bien pensado y sopesado, jamás dejaba nada a la
improvisación. Ella en cambio, era muy decidida y rápida, de ideas claras como su
nombre. Estaban los dos enamorados desde hacía mucho tiempo, pero habían
necesitado algunos años para ir adaptando sus respectivos caracteres; de tan
diferentes que eran, formaban la pareja ideal.
Clara terminó sus estudios de periodismo y escribía para El Heraldo de
Aragón, la crónica de sociedad. Era un trabajo que le gustaba mucho. Se movía
por las altas esferas y conocía a todo el mundo con sus virtudes y sus debilidades.
Era muy guapa y atractiva y sabía vestir con elegancia. Aunque sus artículos
eran un poco ácidos, les ponía siempre un toque de humor y sabía cómo debían
ser tratadas las vidas de la gente importante.
Mario, seguía trabajando en la casa. Él era el encargado de todo; se podía
decir que la casa funcionaba por él, sin su presencia, todo se paralizaría.
Simplemente, era imprescindible.
Habían decidido aceptar la oferta de Laura; vivirían en la casa que se
construyó en el jardín; hacía ya algunos años, con el propósito de convencer a
Eduardo, pero que nunca la ocupó, porque, una vez allí, se le preparó una de las
habitaciones de la casa grande. Estaban muy contentos y agradecidos. Siempre
les gustó vivir con la familia de Laura y, les daba mucha pena dejarles después de
la boda.
Fue en primavera, como es natural. Laura y Ana les prepararon un gran
convite al que asistieron sus numerosas familias y amigos. El jardín se llenó de
alegría y de música. Todos se fueron contentos al terminar, bastante avanzada la
madrugada; habían comido, bebido, bailado y cantado hasta no poder más.
También Amparo se casaría muy pronto. Había conocido a un hombre muy
bueno que la adoraba. Ella nunca había querido ni oír hablar de matrimonio; la
experiencia de sus padres le había marcado, hasta el punto de estar convencida
de que nunca comprometería su vida con un hombre; decía que todos eran
iguales, porque en el fondo pensaban que las mujeres eran inferiores y que ellos
tenían el derecho a maltratarlas y a hacer lo que quisieran con ellas. Desde muy
joven había tenido muchas oportunidades, porque es una chica estupenda, pero
siempre las había rechazado. Ahora, cuando era más madura y estaba tranquila

225
pensando que la dejarían en paz, los que siempre la acosaban con sus peticiones
de compromiso, le había llegado el verdadero amor.
La noticia del compromiso de Amparo, no le gustó a Ángel. Ya no pensaba
casarse con ella, porque eso eran cosas de niño pero, él siempre había pensado
que Amparo era suya. Le entristecía saber que su corazón pertenecería a otro y
sufría con la idea de que se fuera de la casa y se perdiera, poco a poco, la
comunicación que existía entre ellos. Amparo le entendía y él le confiaba no sólo
sus alegrías y planes para el futuro, también sus temores, desilusiones y fracasos,
como no hacía con nadie más.
Esta desilusión, quedó relegada a un segundo plano, porque había conocido
a Bárbara; este acontecimiento cambió todo su mundo. Estaba completamente
loco por ella, pero al parecer, era una de esas chicas que hoy te agradaban y
mañana te ignoraban; estaba jugando al gato y al ratón con él, por eso nunca
estaba seguro de lo que sentía. Unas veces la quería con una pasión arrolladora,
otras decía que no la aguantaba más, que se podía ir donde quisiera que no le
importa nada.
Bárbara, era la hija pequeña y la única entre cuatro chicos más, de un
conocido médico. Estaba muy mimada por su familia que le llamaba “La Nena”;
era caprichosa y exigente; siempre vestía a la moda y de marca. Nadie sabía lo
que estudiaba, pero ella siempre estaba de exámenes y, según sus propias
palabras: “A tope de trabajo”. Era alta, de figura escultural, lleva el pelo largo y
siempre se lo estaba quitando de la cara con un movimiento muy característico de
las chicas más modernas; se sabía bonita y creía que era irresistible para los
chicos, por eso se permitía el lujo de jugar con sus sentimientos.
Ángel, como era tan abierto de carácter, ya había dicho en casa que le
gustaba Bárbara, aunque no estaba completamente seguro. Sus padres
esperaban que se decidiera de una vez por todas, aunque esa chica no era lo que
deseaban para su hijo; tampoco estaban muy preocupados al ver que Ángel no
era muy estable en sus compromisos; de todas formas, tanto Ana , como Laura,
preferían no demostrarle que les desagradaba porque, conociéndole, se podía dar
el caso de que, aunque fuera por llevarles la contraria, acabaría casándose con
ella.

Laura se limitaba a ser espectadora feliz de todos los acontecimientos que se


desarrollaban a su alrededor. Sus días seguían siendo tranquilos y disfrutando de
todo lo que había conseguido y de su amor por todos los que componían la
familia, en la que se incluían también, los que trabajaban en la casa.
Tenía una buena relación con Angelita; ésta estaba muy delicada de salud y
hacía bastante tiempo que Laura no le permitía trabajar. Algunas tardes, se
marchaban juntas al centro y paseaban por las arcadas del paseo de La
Independencia; se paraban delante de los escaparates y acababan tomando una
merienda en alguna cafetería. Al verlas, cualquiera podría pensar que eran, por
ejemplo, tía y sobrina, porque Angelita era un señora mayor y Laura, seguía
pareciendo mucho más joven.
También les gustaba el teatro y, cuando una obra les parecía interesante,
Mario las llevaba en el coche y luego las iba a recoger. Se empeñaban en que les

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acompañase Ana, pero ella pensaba que era mejor para ellas, estar juntas, por
tanto como tenían en común.
Laura, muchas mañanas, sola en su habitación, pasaba largas horas
hablando con Pablo; no es que estuviera perdiendo el juicio; lo hacía para sentirse
más cerca de él. Con los años y viendo a sus nietos, lo tenía mucho más presente,
pero ya no sentía aquel dolor intenso como al principio, ahora se limitaba a
contarle sus pensamientos, a la espera de reunirse con él, que le parecía ya más
corta. Había mandado pintar un gran retrato de Pablo al extraordinario pintor
zaragozano Almenara Marqués y lo habían colocado en la chimenea del salón; allí
presidía la casa y todos los que la ocupaban, le conocían y aceptaban como a un
ser querido.
En las tardes de últimos de verano, cuando el sol se estaba poniendo, la luz
era menos brillante y las sombras avanzaban con lentitud; el jardín adquiría un
tono dorado y ocre, que invitaba al recogimiento. El aire llevaba el penetrante olor
a todas las fragancias de las últimas flores que lo adornaban. En esas horas
mágicas, era cuando a Laura y Ana, les gustaba pasear. Se enlazaban sus brazos
en un gesto ya familiar, como era costumbre en ellas; caminaban despacio,
disfrutando de cada momento y de cada rincón del hermoso jardín.
− Laura, nunca me has contado si te casaste con mi padre.- No sabía por qué
se le vino esa idea a la cabeza, pero se la dijo espontáneamente.- Sé que no tiene
importancia, pero es por simple curiosidad; me gustaría saberlo.
− Hija mía, es natural que tengas curiosidad y me extraña que hayas
esperado tantos años para preguntármelo. Sí, nos casamos. Fue un tramite legal,
nada más, como puedes comprender. Nosotros, como todos los que se aman de
verdad, no necesitábamos un documento que nos uniera para siempre, porque ya
éramos una sola persona.
− En eso tienes mucha razón. Si no te lo he preguntado antes es porque
quería que descansaras un tiempo de mis preguntas.- Le dijo en broma; sabía
perfectamente que a Laura no le molestaban en absoluto y, como a todas las
personas mayores, aunque no se le diera su edad, le gustaba recordar el pasado,
una y otra vez.
− Has hecho bien dándome un respiro, creí no poder resistirlo más. – Se
rieron y continuaron paseando por entre los árboles que rodeaban el pequeño
arroyo del canal.- Hay algo que me está rondando por la cabeza desde hace unos
meses.– Dijo Laura, ya en serio.- Quisiera que la historia que te conté hace
tiempo, quedara por escrito para que nunca cambie, ya sabes que las historias
que pasan de uno a otro, se acaban por distorsionar, hasta que no se parecen
apenas a la original. Mi mayor ilusión es que la escribieras tú.
− ¿Crees que sería capaz de hacerlo?- Le preguntó Ana con timidez.- Nunca
he escrito nada.
− No importa, te ayudaré en todo lo que pueda, aunque estoy segura de que
lo harás muy bien.
− Tú siempre te has empeñado en sacar de mí lo que no sabía que tuviera.
Es una buena idea. Una historia tan maravillosa, no se puede dejar solo en la
memoria, aunque yo se la cuente a mis hijos y ellos a los suyos, dentro de dos
generaciones, ya no parecería la misma; los acontecimientos escritos, siempre

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son más fiables. Como te he dicho, no lo he hecho nunca, pero aún así, me
atrevería; eso sí, con la esperanza de que nadie ajeno a la familia la pudiera leer.
− Eso espero, incluso tendría que hacerse un juramento para asegurarnos
que nunca llegara a manos de alguien que no pertenezca a nuestra familia; ya
sabes que lo hicimos Pablo y yo y lo respetamos, porque no se lo he contando a
nadie, excepto a Eduardo; ni siquiera Angelita, con tanto que la quiero, no sabe
nada. De esta manera nuestros descendientes, podrán conocerla y formará parte
de los tesoros que guarda nuestra familia.

Así fue como Ana empezó a escribir todo lo que sabía de la vida de Laura y
Pablo, su padre. Mientras recordaba cada una de las palabras que Laura le había
dicho durante aquellas tardes en el solarium, volvía a revivir las mismas
sensaciones que cuando las escuchó por primera vez. Los momentos felices, así
como los tristes, le emocionaron como si le pertenecieran solo a ella; lloraba y
reía; deteniéndose a secarse la lágrimas para poder continuar. Llegó a disfrutar
del tiempo que estuvieron en la isla, igual que si lo hubiera vivido junto a ellos.
Estaba poniendo el mismo entusiasmo como si se tratara de una vivencia
personal. Se metía en sus mentes y hacía suyos todos sus sentimientos y hasta
sus pensamientos.
Pasaba horas y horas en la biblioteca, que era el lugar que había elegido
para estar lo más concentrada posible, en aquella casa tan llena de vida; allí era
donde escribía una página tras otra, en una vieja máquina de escribir que
perteneció a alguno de los Enciso. Sus hijos sabían que escribía algo y le
propusieron enseñarle cómo hacerlo en un ordenador, porque, le decían, era
mucho más fácil y cómodo que una vieja máquina de escribir, pero ella nunca
quiso, creía que no era capaz de aprender a manejar aquello que era tan
moderno. Cuando salía, su expresión estaba transformada. Luego, al pasar los
minutos, reaccionaba y volvía a ser ella misma.
De esta manera, pasaban los días y los meses. Ana no tenía experiencia y
en muchas ocasiones, al releer lo escrito, recodaba algo que se le había pasado,
entonces lo escribía de nuevo y tiraba el papel con el trabajo de varias horas.
Miguel, al igual que sus hijos, le aconsejaba que lo hiciera en el ordenador, porque
cuando tuviera que corregir o añadir cualquier olvido, no tendría que rescribirlo
todo, pero ella estaba acostumbrada a su máquina y prefería el papel. No tenía
ninguna prisa por terminar de contar aquella historia; sentía que cuando acabase,
sería como una dolorosa despedida, esa era la razón por la que no le importaba ir
más despacio.
El libro estaba terminado al cabo de seis meses, entonces se lo dio a Laura
para que lo leyera y dijera lo que debía ser modificado. Seguramente ella, que lo
había vivido, tendría muchos detalles que corregir, o que añadir, porque en su
momento no los recordó o porque Ana, no lo hubiera contado con exactitud. Ana
estaba dispuesta a rehacer lo que fuera necesario y no escatimaría ningún
esfuerzo.
− Hija mía, no puedo decirte que cambies nada; todo está perfectamente
redactado y creo que deberías dedicarte a escribir porque eres una magnífica
narradora.- Laura le hablaba con una gran emoción, después de tomarse varios

228
días para leerlo.- Me has hecho vivir de nuevo cada uno de los momentos de mi
vida. Unos con alegría y otros con dolor, igual que cuando sucedieron. Estoy muy
satisfecha con el relato que has hecho, porque has sabido transmitir los
sentimientos reales y le has puesto emoción a las muchas circunstancias que lo
requerían. Ahora, creo que es el momento de darte el mapa que indica la posición
en que estaba nuestra isla, para que lo pongas al final del libro. Lo
encuadernaremos y quedará terminado.
− Gracias, Laura por tus palabras, me alegra saber que, de verdad está a tu
gusto y no lo haces para conformarme.- Le dijo Ana, con serias dudas de que ella
fuera una escritora, como decía Laura.- Cuando esté encuadernado, creo que el
mejor sitio para guardarlo, sería la caja fuerte, detrás del retrato de mi padre en el
salón. ¿Qué te parece la idea?
− Estoy de acuerdo contigo, allí estará bien guardado. Solo quiero pedirte
algo muy importante para mí. Prométeme que no se lo enseñarás a tus hijos, bajo
ningún concepto, hasta que ellos sean padres. Entonces, cuando lo lean, les
aclaras las dudas que ellos tenga, mientras tanto, sería conveniente que no se
comentara la existencia de estas memorias.
− Te lo prometo.- Dijo Ana seriamente, sin dejar ni una sombra de duda en
sus ojos.- Sabes que siempre has podido confiar en mí, ahora no será distinto.

Solo había pasado una semana desde que Ana había mantenido esta
conversación con Laura. Esa mañana sin embargo, al ver que no se levantaba a
la hora acostumbrada para reunirse con la familia a desayunar, todos supieron que
aquel sería un día negro para la familia; un día que ninguno de ellos habría
deseado llegar a ver.
Ana, ya muy preocupada, subió a su habitación; llamó a la puerta varias
veces; primero con suavidad, por si estaba dormida, no quería sobresaltarla,
luego, al ver que no había respuesta, lo hizo con más energía, pero no se
escuchaba nada dentro del cuarto. Ana abrió la puerta con el corazón palpitando
demasiado de prisa. La encontró; Laura estaba inmóvil en su cama; su rostro muy
pálido, seguía siendo hermoso y pareciendo mucho más joven. Tenía una leve
sonrisa en sus labios. Su actitud era serena, irradiando belleza y felicidad. Ana
sabía el por qué: Al fin se había marchado al encuentro de su amado Pablo.
¡Quien sabe si es verdad que se pueden encontrar más allá de la muerte! En esos
momentos, Ana deseaba con todo su corazón que así fuera. No quería llorar, pero
sin proponérselo, unas lagrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
Bajó hasta el comedor de la cocina, donde todos los demás, estaban
desayunando. No le preguntaron nada, por la expresión de su cara y sus lágrimas,
supieron que Laura ya nunca más se reunirían con ellos en aquel “rinconcito”
como ella llamaba al comedor de la cocina y que tanto le gustaba.

Miky la examinó, pero no pudo decir cual había sido la causa de su muerte.
Él era quien la había cuidado siempre, desde que terminó la carrera y sabía que
su organismo estaba en perfectas condiciones; nunca había visto una persona de
setenta y ocho años, con una salud como la de ella. Ese fue el motivo por el que
les pidió a sus padres que le concedieran el permiso para practicarle una autopsia.

229
Siempre le había resultado extremadamente raro que el físico de Laura, estuviera
tan fresco y joven; sabía perfectamente su edad y nunca se había encontrado con
nadie en esas condiciones; no sólo por fuera, sino por dentro. Sus órganos
estaban como los de una mujer de veinte años; todos los análisis que le había
hecho, daban como resultado una composición perfecta de su sangre así como de
su orina. Él no era forense, pero tenía un buen amigo que podía darle un informe
detallado sobre aquel caso tan diferente a todos lo que conocía.
En las caras de sus padres, vio que no era una proposición muy acertada y
menos en aquellos momentos. Se disculpó y bajó la cabeza.
En la mesita de noche, escrito con la hermosa letra de Laura, había un sobre
dirigido a toda la familia. Con respeto, Ana cogió el sobre y, mientras todos
permanecían sentados, allí en el mismo dormitorio y en presencia del cuerpo de
Laura, Ana empezó a leer con voz temblorosa:

“ Querida familia: Creo que ha llegado el momento de marcharme. He


cumplido con el deber que me retenía en esta vida; por lo tanto seguir aquí no
tiene sentido.

Me voy contenta y muy feliz, porque he tenido la gran suerte de encontrar lo


que siempre desee, lo que más quiero: A vosotros.
Os dejo todas mis posesiones, pero me llevo los brazos llenos de algo que
vale más que el dinero: vuestro amor. Voy maravillosamente acompañada por él y
pienso compartirlo con Pablo a partes iguales. Sé que es el mejor regalo que
puedo hacerle.

Quiero que sepáis que os estoy muy agradecida por hacerme la vida tan feliz;
he disfrutado de cada instante que he pasado junto a vosotros, con cada una de
vuestras palabras, de vuestras sonrisas de todos los días.
Cuando creí que ya no había nada en la vida que me importara, fuisteis mi
salvación y me sacasteis de una pena insuperable para mí. Gracias a que os
encontré, a su vez le encontré a él en cada uno de vuestros gestos y del amor que
me habéis dado.
Me voy con él y soy muy feliz. No lloréis por mi para que podamos reunirnos
lo antes posible. Tengo prisa por verle y contarle absolutamente todo.

Miky, mi querido médico. Te conozco y sé que vas a buscar el motivo clínico


de mi muerte, ¡No lo hagas! No ha sido por enfermedad, eso lo sabes, tampoco
me he quitado la vida. Solo ha sido una consecuencia lógica. Ya no me quedaba
nada que hacer y he dejado mi cuerpo allí. No busques más razones; pero si
necesitas alguna, más adelante, cuando tu mismo tengas tu familia, habla con
Ana, tu madre, ella te pondrá en las manos todas las soluciones, mientras tanto,
confía en lo que te digo y espera.

Para terminar, quiero que sepáis cual es mi último deseo:


Hay un libro en esta casa, que es muy valioso para mí. Ana sabe cual es y
donde se encuentra, pero si alguno de vosotros lo viera, antes de que llegue el

230
momento oportuno para leerlo, os pido que lo protejáis para que no llegue a
manos de desconocidos ¡Es muy importante! Como he indicado anteriormente a
Miky, también se lo digo a Ángel, en el momento en que uno de mis nietos, tenga
un hijo, Ana le permitirá leer el libro que relata la historia de mi vida; siempre bajo
la condición de que, llegado el momento que se describe en el libro, ese hijo viaje
hasta donde indica el mapa y pueda comprobar que es cierto todo lo que se
describe en él. Quiero que se comprometa, bajo juramento, a guardar el secreto
de todo lo que vea y que sea respetado todo cuanto encuentre en ese viaje.
Para este fin, he dedicado una parte de mi fortuna que servirá para sufragar
los gastos que este viaje origine.

Os doy de nuevo las gracias y os aseguro que os amaré toda la eternidad, si


existe...”

Laura

Nadie, excepto Ana y Miguel, sabía de qué hablaba Laura en su carta de


despedida. En los rostros de todos los demás, había una expresión de extrañeza
y curiosidad, pero estaban decididos a respetar el secreto que había estado
guardado durante muchos años; ese era el deseo de Laura y sería sagrado para
ellos.

− Miky, después de escuchar la carta de Laura, creo que no hay discusión


sobre tu propuesta de hace unos minutos; dejémosla tan hermosa como siempre y
respetemos su voluntad.- Dijo Miguel a su hijo mayor, poniéndole una mano sobre
el hombro.- Firma el certificado de defunción como muerte natural.
− De acuerdo papá, así lo haré.- Miky contestó, todavía emocionado por la
carta y triste al perder a su querida tía Laura, la que siempre le había entendido y
con quien podía hablar de los temas que le interesaban; a ella no le parecían
aburridos, como a muchos de sus amigos. ¿Con quien hablaría ahora? Salió de la
habitación llorando en silencio.

Miky no tenía un carácter fuerte y dependía muchas veces del ánimo que le
brindaban personas como su madre o Laura. Había aprendido a no confiar en sus
amigos que muchas veces le tomaban como a un bicho raro por su gran interés en
la ayuda a gente sin recursos. Le llamaban a escondidas, “El misionero” lo supo
porque uno de ellos se fue de la lengua. No es que le molestara esa forma de
hablar de él, era por el tono de desprecio con que pronunciaron esas palabras.
Nunca había pensado en irse a alguno de los países que necesitaban ayuda,
porque siempre había creído que cerca de su casa, también existía la pobreza y la

231
enfermedad, pero después de enterarse de aquel “mote”, se lo empezó a plantear
de una forma seria. Todavía no quería que nadie supiera lo que le rondaba por la
cabeza, pero cada vez, le parecía que aquella decisión estaba más clara.

Los funerales y el entierro de Laura habían desbordado a la familia; no


podían imaginar que fuera tan famosa y querida por tanta gente. En cuanto se
hizo eco la prensa, el número de amigos que se desplazaron desde todos los
puntos del mundo, era incalculable. Allí estaba Víctor Garden, su antiguo socio y
amigo. Viajó desde Australia, a pesar de sus bien cumplidos ochenta años, pero
no quería dejar ir a su más querida amiga, sin despedirse de ella. También le
acompañaba Jóse, su antiguo peluquero y estilista, que se deshizo en lágrimas
ante su féretro. Por ese motivo, prepararon el cuerpo de Laura hasta que una
semana después, pudiera ser enterrado en el pabellón que poseían los Enciso en
el cementerio de Torrero.
Los periodistas y la televisión, hacían guardia frente a la casa esperando que
saliera alguien de la familia para acosarles a preguntas.

Ana se había visto tan comprometida, que había tenido que acceder a que le
hicieran una entrevista para la televisión. Le preguntaron sobre la personalidad de
Laura. Ana miraba el objetivo de la cámara y se hacía la idea de que eran los ojos
de alguien que le escuchaba con atención, entonces dijo: “Laura Enciso ha sido
una mujer sencilla y cariñosa con todos. Jamás ha tenido una muestra de vanidad;
para ella todos eran iguales y nunca hizo de menos a nadie que se acercara a ella,
por su condición de raza o de posición social. Solo se le puede definir de una
manera: ¡Era una gran mujer! ” No quería decir nada más y entró en la casa llena
de emoción.

Se esforzaba por no llorar, respetando el deseo de Laura, aunque le


resultaba muy difícil; su ausencia se notaba más a cada instante que pasaba;
sabía que a Laura no le hubiera gustado verla tan triste. Como dijo en su carta,
estaba convencida de que el llanto de los seres queridos, retrasa el viaje de las
almas al más allá. Ella quería reunirse con Pablo cuanto antes. Ana no sabía qué
creer, pero por si acaso era cierto, procuraba mantenerse serena.
Su dolor era muy grande ¡Qué sola y vacía estaba la casa sin ella! En todos
se notaba una tristeza callada. Cada uno de los que la conocieron, tenía el
recuerdo de la ayuda que les prestó en un momento de apuro, de un buen
consejo, de una palabra amable, siempre dispuesta a hacer cumplir el sueño de
alguno de los jóvenes; muchos la habían considerado como a una madre. Estas
cosas eran las que más admiraba Ana en ella, que siempre fue tan discreta.
A la semana siguiente, cuando los ánimos estaban un poco menos
afectados, se reunieron en la biblioteca, toda la familia y el servicio para escuchar
la lectura del testamento de Laura. Ninguno de ellos estaba interesado en lo que
se encerraba en aquellos papeles. José fue el encargado de hacerlo por expreso
deseo de ella. Se le veía muy emocionado y con los ojos extremadamente tristes.
Todos sabían que él había estado muchos años a su servicio y que le unían unos
lazos de amistad y cariño muy fuertes. Como para todos, la pérdida de quien
siempre fue una mujer ejemplar, le dolía intensamente.

232
La lectura fue una larga lista de sus muchas posesiones en puntos diversos
del mundo de la que sólo tenían conocimiento Miguel y el mismo José. Todos
escuchaban con respeto y en silencio, pero deseaban que aquello terminara lo
antes posible. ¿Qué les podía interesar lo que tuviera en aquellos sitios lejanos y
desconocidos para la mayoría?
El reparto fue equitativo. No se había olvidado de nadie. A los trabajadores
de la casa, les había dejado una pequeña fortuna para cada uno. Esta noticia,
produjo un movimiento de nerviosismo entre los mencionados, pero ninguno hizo
exclamaciones fuera de lugar, a pesar de darse cuenta de que tenían la vida,
prácticamente resuelta.
El apartado más importante es el que estaba destinado al viaje que uno de
ellos haría en el año 2055. Estaba depositado en un banco a la espera de que
llegase el momento de iniciar ese viaje. Tanto José, como las demás personas
que eran ajenas a la familia, se quedaron algo extrañados ante la cantidad
desorbitarte destinada a un hipotético viaje que se realizaría en un muy lejano
futuro. Nadie dijo nada, confiando en que, cuando Laura lo había dispuesto así,
tendría unas razones más que importantes.
Al terminar la lectura del testamento, cada uno se sentía satisfecho;
especialmente los empleados que no esperaban que Laura les dejaría una
cantidad tan grande; la alegría y el agradecimiento fue la tónica de las
conversaciones al salir de la biblioteca donde el abogado, había leído el
documento.

− Señor Vidal, en nombre de todos, quería decirle que, a pesar de que la Sra.
nos haya dejado tanto dinero, nosotros queremos quedarnos y seguir trabajando
para Uds. como siempre. Esta es nuestra casa, o por lo menos, así lo sentimos. –
Le dijo Mario a Miguel cuando el abogado se hubo marchado, mientras todos los
demás asentían con la cabeza, demostrando que estaban unidos en esta
demanda.
− Esa es una buena noticia para nosotros; pensar en buscar a otras personas
desconocidas para que ocupasen vuestro lugar, nos causaba mucha
preocupación, porque estamos muy a gusto con todos vosotros, como decía la
Sra. Enciso, somos una familia y sería una pena perderos;- Les dijo Miguel,
evidentemente emocionado por el detalle.- de esta manera no se romperá la gran
familia de Laura; a ella le hubiera gustado mucho conocer vuestra decisión.

En la mente de Ángel, se había empezado a formar una idea que cada vez le
parecía más atractiva. Le había llamado mucho la atención todo lo referente a
aquel libro misterioso, que guardaba las claves para una gran aventura. Estaba
dispuesto a llegar hasta el final de aquel secreto que, tanto Laura como sus
padres, estaban empeñados en guardar celosamente. No sabía de qué se trataba
el viaje al que se había referido Laura en su testamento, pero de lo que sí estaba
seguro, es de que haría lo posible por ser él quien lo llevara a cabo y su hijo, si es
que llegaba a tener alguno. Esta perspectiva de futuro, tenía la virtud de hacer que

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la sensación de pérdida que tenía por la muerte de Laura, se hiciera algo más
tolerable.
Tenía un gran vacío en el corazón. Desde muy joven, siempre buscaba en
ella sus consejos y su comprensión. Aquella mujer se ponía maravillosamente en
su lugar; no como sus padres que, aunque podía entender sus razones, le
cortaban las alas, cada vez que les hablaba de los proyectos que tenían en mente,
pero ella, le ayudaba a superar el problema que le confesara, o le daba el consejo
más acertado o, como muchas veces, se reía después de escuchar un chiste,
aunque estuviera un poco fuera de tono.
Quería, cuando pasara un tiempo prudente, pedirle a sus padres, permiso
para ir hasta Australia; allí, en Canberra, tenían la casa que fue de Pablo y Laura.
Víctor Garden le había invitado y se ofreció a presentarle a todo el mundo. Él tenía
mucha relación con los medios de comunicación y, gracias a esta influencia,
podría encontrar una salida a su profesión, tal vez mejor que en España. No sólo
era ese el motivo; su constante inquietud por conocer y fotografiar los rincones
más exóticos del mundo, se vería satisfecha ante un continente tan extenso y
diferente.
La idea del matrimonio, no era la que más le llamaba; su vida era la aventura
y no conocía a ninguna mujer dispuesta a compartir a su marido con semejante
rival y, pensar en que ella le acompañase, era muy difícil, porque la mentalidad
española, todavía era muy distinta a la de la mayoría de europeos. Por otro lado,
era requisito indispensable tener un hijo, por supuesto legítimo, o eso había
interpretado él, para conocer el libro que ya le quitaba el sueño; sospechaba que
en aquellas páginas que Laura había guardado tan celosamente, se encerraba
una aventura muy interesante con su parte de misterio incluida.
Debía plantearse la posibilidad de casarse cuanto antes y, tal vez el viaje a
Australia, se la brindara. Allí podría encontrar a alguien con inquietudes
aventureras que fuera a la vez, su compañera de aventuras y madre de sus hijos.
Como siempre había sido, la imaginación de Ángel empezó a viajar y ya se
veía con todos sus sueños realizados a pesar de los inconvenientes que se
presentasen, él sabría resolverlos sin dificultad, de eso estaba completamente
convencido.

Los días iban pasando y la vida continuaba. Todos procuraban ir


adaptándose a vivir sin Laura, aunque era muy raro el día que no se le
mencionaba. Estaba presente en los corazones de cada uno que la llevarían en su
memoria mientras vivieran.
Las responsabilidades que recayeron sobre Miguel y Ana, se vieron
aumentadas considerablemente. Ahora eran los propietarios de aquella larga lista
que había resultado tan tediosa cuando la leía José. Ellos no tenían experiencia y
se veían desbordados por todo aquel compendio de fincas, tierras y gentes que
las trabajaban.
Lo pensaron despacio durante algunos meses, luego decidieron que tenían
más que suficiente para vivir con todo el lujo a que se habían acostumbrado,
mientras estuvieran en este mundo. Sus hijos también habían recibido una
sustanciosa parte de la herencia. ¿Para qué querían tantas propiedades? Fue su

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pregunta. La respuesta la tenían más que segura: Para nada, solo era una
complicación más.
Algunas las vendieron y las tierras de cultivo, las repartieron entre las gentes
que las había estado trabajando gran parte de su vida. Esto fue para los
campesinos, tanto españoles como australianos, lo mejor que les podía pasar; la
recompensa a su lealtad de tantos años. Así quedaron todos satisfechos, puesto
que, para los unos, era la seguridad de tener lo necesario para salir adelante con
sus familias y para ellos, la tranquilidad de no tener más obligaciones.

A pesar de los años transcurridos, Ana y Miguel, en la intimidad de su


dormitorio, recordaban a Laura cada noche. Estaban los dos, como siempre, de
acuerdo en una frase que siempre decía Ana:- “Hay personas que sólo se
encuentran una vez en la vida, si es que eres tan afortunado.”

FIN

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