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Thémata, Revista de Filosofia. Nimero 13, 1995, pags. 325-227. EL SER, UN MacGUFFIN. Cémo mantener el deseo de pensar Hans Blumenberg. Universitat Miinster Traduccién: Daniel Innerarity. Universidad de Zaragoza Entre los habitantes del mundo del cine, el «MacGuffin» circula como un vocablo para el que no se necesita ningun diccionario; un rapido gesto de complicidad hace saber que no se encuentra en él. Todo el que conozca el didlogo de 1966 entre los dos maestros del thriller cinematogréfico, Alfred Hitchcock y Francois Truffaut, sabré qué es un MacGuffin. Truffaut habfa preguntado a Hitchcock por él y recibio la respuesta precisa. Hay que subrayar lo pertinente de la respuesta. Podria igualmente no haberlo sido, dado que para la existencia de lo mégico es siempre un riesgo dar a conocer sus medios. El misterio del MacGuffin consiste en el hecho de que tras revelar su nombre aumenta incluso el suspense de tratar de identifi- carlo en concreto. Lo que desafiaba nuevamente a ambos maestros era intensificar el ocultamiento légico mediante una presencia épti- ca. Dicho de otro modo: lo que no tiene significado para una histo- tia mantiene el cardcter de una significacién dptica. Para hacer plausible ese requisito Hitchcock inventa una conver- sacién entre dos hombres en un tren. Uno de ellos pregunta al otro por el contenido de un paquete que habia colocado en la red de equipajes. Este responde: «Ah, es un MacGuffin». Y Afiade: «Es un aparato para capturar leones en las montafias de Adirondack.» A lo que el otro replica: «Pero no hay leones en las montafias de Adiron- dack». Y el primero nuevamente: «Ah, entonces tampoco esto es un MacGuffin». Esto debe mostrar —concluye Hitchcock— el vacio del MacGuffin. Pero, zbasta con eso, con que esté vacfo? Entonces no tendria por qué existir el paquete en la red de equipajes que habia puesto en marcha el didlogo; pero la conversacién tenia que ponerse en marcha, pues les ocupaba durante algun tiempo. En el MacGuffin, indicado sdlo a través de su simple identidad, 326 Hans Blumenberg se condensa un secreto que justifica todo dispendio, toda actividad, toda dimensién de la vida, en virtud del suspense de la accién. Un hombre es portador de un conocimiento, de un material, de una férmula, de un croquis, que se supone son terriblemente importan- tes; pero no se trata de revelar al final su misterio. Si se ha de evitar la decepcién de que todo carecia de sentido, ni siquiera debe con- vertirse este asunto en una cuestién de vida o muerte. Lo mejor es que el portador del secreto sucumba con él. La funcién del MacGuffin, en tanto que magnitud indeterminada, era proporcionar el suspense a la accién. También sin esta historia Hitchcock estd en condiciones de llegar a la misma consecuencia a partir de su experiencia como constructor de suspense: «Lo mas importante que he aprendido en el curso de los afios es que el MacGuffin no es nada. Estoy convencido de ello, aunque sé por propia experiencia que es muy dificil convencer de ello a otros. Mi mejor MacGuffin —y con esto entiendo el mas vacio, el mas nulo, el més ridiculo— es el de North by Northwest». En este film de espiona- je de 1959, la pregunta que lo domina todo, lo que buscan los es- pias, es el objeto con el que comercia una agencia imaginaria de importacién y exportacién. El espectador sdlo sabe que se trata de un «secreto de Estado». «Aqui —concluye Hitchcock— hemos reduci- do el MacGuffin a su mas pura expresién: a nada». He aqui c6mo se puede llegar a la identidad del ser y la nada. Se comprende que también los fildsofos tuvieran y deban tener sus MacGuffins para mantener el trabajo del pensamiento y el deseo ante su resultado. La legendaria segunda parte de Ser y tiempo nunca fue escrita porque no podia ser escrita. Quien nunca se ha dejado influir por los preparativos para el viaje hacia el centro del ser comprendido por el Dasein, tiembla ante la banalidad de lo que podria venir a la luz al final de todos los andlisis existenciales y en el circulo magico del «horizonte del tiempo». El autor de la que todavia es la obra filosdfica mds importante de este siglo parecié haberse dado cuenta de que arriesgaba toda significacién si no se decidia a dejarla como fragmento. Y para ello era necesario atribuir la interrupcién de la expedicién hacia el territorio de la ontologia fundamental a la prohi- bicién de los poderes superiores. Con su apremio avasallador obli- gaban a hacer otra cosa: someterse al destino del pensamiento. Bien pronto se encontraron compafieros en la Antigiiedad que la tradi- cién habia constrefiido al fragmento, es decir, al unico modo de El ser, un MacGuffin 327 transmitir, aunque obscuramente, su intuicién acerca del origen. De este modo los presocraticos, Parménides y Herdclito sobre todo, se convirtieron en obligados compafieros de desventura hermenéutica de un pensamiento interrumpido en sus orgullosas intenciones. El MacGuffin del ser cumplié su deber. El efecto esperado no fallé y el ptiblico lo siguié con el alma en vilo. Algunos, que no han oido hablar del MacGuffin, todavia son intrigados por él. zEsta prohibido este juego? Creo que no. Si el MacGuffin desa- pareciera se detendria el movimiento del mundo. Los medios justifi- can el fin, los misterios descubiertos por el camino justifican lo que permanece encubierto. la respuesta que ha quedado pendiente a la pregunta por el sentido del ser ha suscitado el empefio de pedir cuentas al hombre por la unidad de sus expresiones y modos de comportamiento. En el camino habia demoras — y el demorarse ha acreditado ser el sentido del camino. No hay leones en las Adirondack. Pero, jay del viajero que dude de que en la maleta de su compafero de viaje hay un artilugio para cazar leones! A cambio de un conocimiento a buen precio ha vendi- do la tensién que debia ir construyendo durante las largas horas de viaje al ver el enigmatico equipaje. Y no habrfa ningun MacGuffin en el equipaje si supiera desde el principio que la funcién pretendi- da estaba sustentada en el vacio. El aburrimiento serd el justo casti- go para quien no quiera dejarse seducir por el suspense, asi como los preparativos para la expedicién hacia la terra incognita de la comprensién del ser sélo provocarén —o mejor: mantendrén— el bostezo aburrido de quien considera un sinsentido la pregunta por el sentido del ser. El aburrimiento es la optimacién de la saturacién de existencia que queda cuando el fuego de todos los fuegos ha dejado de ser el castigo de todos los castigos. Para ella no hay deseo més urgente que el ser inquietada. La curiosidad es la inquietud del aburrimien- to. El MacGuffin es su epifania.

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