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“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se
conviertan” (san Lucas 5, 27-32).
«Y así como todos los hombres por el pecado del primer padre nacen sometidos al
castigo, aquellos a los que Dios libera por su gracia, por su sola misericordia los
libera; y así, con algunos es misericordioso, con los que libera; y con otros es
justo, con los que no libera, y en ningún caso es injusto» (Santo Tomás,
Comentario a la Epístola de San Pablo a los Romanos).
Todos merecemos condenación, pero Dios juzga unos pecados mortales más
graves que otros, y con su misericordia elige y transforma a pecadores
moviéndolos con su gracia al arrepentimiento y reconciliación definitivos.
“La vida eterna es un fin que excede la proporción de la naturaleza humana; por lo
cual el hombre, con sus fuerzas naturales, no puede hacer obras meritorias
proporcionadas a la vida eterna, sino que para esto necesita una fuerza superior,
que es la fuerza de la gracia. Luego sin la gracia no puede merecer la vida eterna.
(Suma Teológica, Parte I-II, q. 109, art. 5, in c.).” Las criaturas están ordenadas
por Dios a un doble fin. Un fin natural y otro sobrenatural. El pecado tiene
consecuencias naturales y sobrenaturales. El hombre quiere el mal, “como bien
aparente”, desde el comienzo de su existencia porque realiza todo lo que le place
de inmediato, aun oponiéndose a la ley de Dios. Así todos los hombres merecen
su condenación, pero Dios elige a sus predestinados a la gloria eterna y los libera
con Su gracia del pecado, moviendo el libre albedrío al arrepentimiento y
reconciliación. La gracia suficiente dada a todos los hombres para su fin
sobrenatural, puede ser rechazada por su naturaleza caída por el pecado original.
En uno de sus artículos sobre la gracia, “El que quiere... ¿puede?” (15/04/2017),
Luis Fernando Pérez Bustamante cita Romanos 7, 18-19: ´´ ( ) nada bueno habita
en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas
no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que
no quiero´´ (Rom 7, 18-19).
Nuestro Señor Jesucristo fundó la Iglesia para que recibamos las ayudas
necesarias para nuestra salvación. Los frutos de Su Pasión son para los
pecadores predestinados para la gloria eterna. Recibimos de Nuestro Señor
Jesucristo la norma concreta y plena de toda actividad moral, con la libertad de no
cumplir la voluntad de Dios. La preparación de nosotros pecadores para acoger la
gracia es ya una obra de la gracia.
Dios, con su justicia y misericordia, corresponde con la gracia de la perseverancia
final o su ausencia, al desarrollo de la conciencia y voluntad a través de la
totalidad de cada vida. El Mandamiento es universal, cada conciencia moral es
particular y la acompaña la Iglesia.
Para los tomistas (por Santo Tomás de Aquino) la gracia eficaz no depende del
consentimiento de la creatura y cuando está presente mueve infaliblemente a la
voluntad a la realización de actos libres y de hecho nunca es rechazada. Para los
molinistas (por el sacerdote jesuita Luis de Molina) la gracia se vuelve eficaz por el
consentimiento de la creatura.
Dios ama a todos los hombres, pero ama más a los más santos. De hecho, son
más santos porque Dios les ama más. Es más, Dios ama todo lo existente que
crea, que es para bien, mientras que el mal es su negación o no-ser. Dios ama a
todos los hombres, con el evangelio, la oferta de salvación con su Hijo encarnado
y el llamado al arrepentimiento con la gracia suficiente y sus mandamientos. Con
Su amor, justicia y misericordia elige al crearlos a quienes serán salvos para la
vida eterna. El amor de Dios con la gracia eficaz es para que los que creen no se
pierdan aun como penitentes arrepentidos. Dios quiere el bien para cada ser
existente y a cada hombre le da a conocer el camino para su salvación aunque en
algunos permite su perdición. Dios ama menos a determinados pecadores y elige,
para su arrepentimiento y conversión, con la gracia eficaz para la vida
sobrenatural, a quienes ama más.
Dios es acto puro y pura forma, sin composición física ni metafísica. Aristóteles lo
considera como acto puro porque en Él no se encuentra ninguna potencialidad y
es eterno e inmutable.
La relación real entre Dios y el hombre no puede implicar una relación mutua de
igual rango por ambas partes, pues Dios no sería Dios, ni el hombre sería
creatura. Cuando Dios crea la sustancia compuesta (alma y ‘materia’) que es cada
hombre, lo participa de su naturaleza divina con su gracia o bondad, que tiene
admirable efecto en el alma para mover la voluntad o libre albedrío conforme a sus
mandamientos. La gracia eficaz infaliblemente perfecciona la esencia del alma en
la substancia que es el hombre como realidad en sí. La gracia es forma accidental
del alma pero de naturaleza más noble. “El accidente es superior a su sujeto”.
Sustancialmente la gracia siempre es divina, pero con ella Dios crea a los
hombres destinando la voluntad de sus elegidos a la perseverancia final para su
salvación, mientras que en otros, que con culpa se apartan de Él, sin recurrir como
los elegidos a la reconciliación para recuperar la gracia santificante recibida por el
Bautismo, permite su condenación.
La primera pareja humana vivía en estado de gracia único. Es por la caída del
hombre que el Hijo encarnado redime a la humanidad, tomando para sí toda
condenación y haciendo recuperar al hombre, con el sacramento del Bautismo, la
gracia santificante.
Pero la Redención de todos los pecados y el Bautismo para recuperar la gracia
sobrenatural, no significa que el hombre deje de perder, por el pecado, el estado
de gracia. Hace falta entonces la moción de la voluntad humana llamada gracia
actual, que puede ser infalible o suficiente, según vaya acompañada o no de las
obras buenas correspondientes.
No hay gracias que muevan al mal y las gracias actuales suficientes (no deben
confundirse con una especie de gracia habitual como es la santificante) son
rechazadas ‘libremente por la voluntad’ porque Dios lo permite. Hay gracias
eficaces que acompañan la creación del hombre y lo mueven infaliblemente al
acto libre bueno.
Aquí es importante apuntar que San Alfonso María de Ligorio propone como
explicación que “la gracia suficiente da a cada uno la acción de rogar si quiere,
actividad que debe ser numerada entre las cosas fáciles; y con la oración se
consigue la gracia eficaz” (Obra dogmática contra los herejes). Marín-Sola
reconoce que, “la oración del pecador, como enseña santo Tomás se funda en
pura misericordia divina, y, por tanto, la infalibilidad de la impetración, mediante la
oración, no quita en nada el carácter completamente gratuito de lo impetrado, esto
es, de la perseverancia final, ni, por consiguiente, de la gratuidad de la
predestinación”.
Sobre la oración del Señor, el Padrenuestro, Santo Tomás de Aquino dice que la
oración debe ser confiada para acercarnos sin vacilación al trono de la gracia:
“acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar
misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” Hebreos 4, 16. “(La oración)
es eficaz y útil para la obtención de todos nuestros deseos, Marc 11, 24: ‘todo
cuanto orando pidiereis creed que lo recibiréis’. Y si no somos escuchados es que
no pedimos con insistencia: ‘en efecto, es necesario orar siempre y no desfallecer’
(Luc 18, 1); o no pedimos lo que más conviene para nuestra salvación. Dice
Agustín: Bueno es el Señor, que a menudo no nos concede lo que queremos para
darnos lo que más nos favorece".
Dios es Causa Eficiente Primera de todo ser, acto y bien. Dios no crea al hombre
para que incurra en pecados. El hombre es culpable del pecado como causa
deficiente.
Dios no puede ser frustrado por su creación. Unos merecen su condenación
eterna posterior a la previsión de sus culpas, y otros elegidos por Dios son
predestinados, moviendo su libre albedrío al arrepentimiento y reconciliación, a la
bienaventuranza eterna tras cumplir las penas de purificación.
Con la gracia suficiente Dios advierte sobre el pecado (los Mandamientos, Jesús,
los Sacramentos) pero es evidente que lo permite. Es sin duda la 'libertad' tan
amada por algunos pecadores. La respuesta negativa o rechazo de la creatura
racional, sólo es permitida por Dios respecto a la suficiente moción al
conocimiento del bien. Así como Dios da gracias suficientes para prevenir al
hombre contra el pecado (y si no las rehúsa, las correspondientes gracias
infalibles para obrar el bien), sólo niega la visión beatífica a los que pecan por su
propia culpa hasta la impenitencia final. Él libremente elige entre pecadores a los
que predestina a la gloria eterna. Con las gracias eficaces infalibles todos los
pecadores son movidos a realizar de hecho algunos actos buenos (en el plan
salvífico también los malvados deben realizar algunos actos buenos). Así como no
hay gracias que muevan al acto malo, tampoco las hay que impidan el bueno. La
gracia suficiente como moción moral excita la voluntad para “resistir el pecado, ( )
huir del mal”, pero lo relevante es que “PUEDE SER RECHAZADA porque Dios
permite el pecado”, mientras que con Su gracia eficaz mueve a obrar el bien,
también libre pero infaliblemente.
La gracia suficiente 'se puede rechazar' en sentido dividido, y también se 'rechaza
de hecho' en sentido compuesto. La gracia eficaz se 'puede rechazar' en sentido
dividido pero 'no se rechaza de hecho' en sentido compuesto. La gracia suficiente,
cuando no es rechazada, dispone a la voluntad para recibir el auxilio infalible de la
gracia eficaz.
La gracia eficaz para los elegidos es la de perseverancia final, para la conversión y
reconciliación definitivas. Además los elegidos son purificados (Purgatorio) previo
a la gloria eterna.
Dios no da la gracia de la perseverancia final a los imperdonables.
Santo Tomás no menciona siquiera la “reprobación negativa antecedente” (como
consecuencia de la no elección de algunos para la gloria eterna) ni la Iglesia ha
emitido su juicio sobre algunas variantes extremas, que no consideran la condición
pecadora del hombre sin más remedio que la gracia.
Reproducimos sobre este punto otro texto con distintas fuentes: «Cualquier
postura que tomemos sobre la probabilidad interna de la reprobación negativa es
incompatible con la certeza dogmática de la universalidad y sinceridad de la
voluntad salvífica de Dios, puesto que la predestinación absoluta de los elegidos
es al mismo tiempo la absoluta voluntad de Dios ‘de no elegir’ a priori al resto de la
humanidad (Suárez) o, lo que viene a ser lo mismo, ‘excluirles del cielo’ (Gonet),
en otras palabras no salvarles. Mientras que ciertos Tomistas (Báñez, Álvarez,
Gonet) aceptan esta conclusión hasta degradar la ‘voluntad salvífica’, que entra en
conflicto con doctrinas evidentes de la revelación. Francisco Suárez se esfuerza
para salvaguardar la sinceridad de la voluntad salvífica de Dios, hasta (para)
aquellos que son reprobados negativamente. Pero en vano, ¿cómo puede
llamarse seria y sincera esa voluntad de salvar que ha decretado desde la
eternidad la imposibilidad metafísica de la salvación? El que ha sido reprobado
negativamente puede agotarse en sus esfuerzos para salvarse, pero inútilmente.
Más aun, para realizar infaliblemente el decreto, Dios está obligado a frustrar la
felicidad eterna de todos los excluidos del cielo y preocuparse de que mueren en
pecado. ¿Es este el lenguaje con el que nos habla la Escritura? No: allí
encontramos a un padre amoroso preocupado ‘no queriendo que algunos
perezcan sino que todos lleguen a la conversión’ (2 Pedro 3:9). Leonardus Lessius
dice correctamente que sería indiferente para él si estaba entre los réprobos
positiva o negativamente, porque, en cualquier caso, su condenación eterna sería
cierta. La razón de esto es que en la presente economía la exclusión del cielo
significa ( ) prácticamente la misma cosa que la condenación. No existe un estado
intermedio, una felicidad meramente natural».
Nos encontramos entre quienes no podemos aceptar que la permisión divina del
pecado incluya la negación, anterior a la previsión de deméritos, de determinadas
gracias eficaces. Sobre “el orden: permisión del pecado, Su previsión, y negación
de la gracia como pena”, tiene plena vigencia el texto de santo Tomás (en
“Comentario a las sentencias de Pedro Lombardo” d. 40, q. 4, a. 2.),
específicamente donde dice “y de acuerdo con esto la voluntad es culpable y
digna del vituperio, ya que el mal y del que es principio la voluntad es así. Pero, si
se relaciona con Dios, no se descubre que el defecto de la gracia sea causado por
Él, sino solo permitido y ordenado de modo que el defecto de la voluntad es la
causa de la pena”. La causa reprobada es la creatura.
Sobre la permisión divina del pecado, Santo Tomás expresa que “nada impide que
la naturaleza haya sido elevada a algo mayor después del pecado. Pues Dios no
permite el mal sino por un mayor bien. Por eso San Pablo escribe a los romanos:
donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Suma Teológica – IIIa, q. 1, a.
3.)”. También dice San Pablo que por el pecado original sobreabundó “la gracia en
la persona de Nuestro Salvador y por Él en nosotros”. La permisión, por supuesto,
es anterior al pecado reprobable de todas sus criaturas (con las excepciones
conocidas de Jesús y su Santísima Madre). Por esta razón “la reprobación es
negativa en cuanto el decreto de la voluntad divina es la de permitir el pecado y
una vez previsto condenarlo” (‘Existencia y naturaleza de la reprobación’ de E.
Forment). Esta permisión es universal y para todos los pecados posibles, no es
selectiva como resultaría la reprobación negativa antecedente sólo de algunos.
Se cita con frecuencia “Romanos 9” y a Santo Tomás en la Suma Teológica (Iª q.
23 a. 3 co. y a. 5 ad 3um) acerca de la “reprobación negativa antecedente’ y ‘no
elegidos para la gloria eterna’. Santo Tomás no evidencia referirse a una
selección, de quienes “no son elegidos” para la gloria eterna, anterior a la
previsión de sus pecados. No habla de unos determinados sino de alguien,
algunos indefinidos, hasta que se condenan por su propia culpa y por la permisión
divina del pecado. Dice de San Pablo, que explica la voluntad de Dios en la
determinación de dones, carismas, y en la elección de los que predestinará a la
visión beatífica y sus grados de gloria. El Cardenal Charles Journet (“Charlas
sobre la gracia”) interpreta a Santo Tomás, enseñando la distribución de los dones
y destinaciones temporales, gracias carismáticas, y también de las gracias de
salvación. Al respecto dice Journet: “Hay pues, como veis, “dos registros, dos
planes”. En un plan, el de los dones, destinaciones temporales y gracias
carismáticas, Dios es completamente libre: elige a quien le parece y rechaza a
quien le parece, sin que en Él haya injusticia. En el otro plan, el de las gracias de
salvación, Dios es indudablemente libre de dar a sus hijos gracias diversas y
desiguales: dos a uno, al otro cinco talentos (parábola de los talentos), pero no es
libre de privar a ninguna alma de lo que le es necesario (y) está obligado por su
justicia y por su amor a dar a cada una de ellas, esas gracias que, si no son
rehusadas, las conducirán hasta el umbral de la Patria”.
Dios es causa primera de todo, pero no es causa del pecado, ni siquiera porque
no mantenga a su criatura obrando el bien.
Sobre la elección del pecado y la libertad, comprendemos que Dios nos crea con
voluntad salvífica en la vida que transcurrimos temporalmente. La gloria eterna es
el fin sobrenatural al que predestina a quienes rescata de la masa de pecadores
de todo tipo (para Dios también los hay imperdonables). Su voluntad salvífica es
anterior a Su creación, a la “existencia real” de sus creaturas; condena por
presciencia (tras la previsión de deméritos) y salva por predestinación (antes de la
previsión de méritos) a quienes elige con su gracia. Es esencial, entonces,
distinguir la Presciencia divina de la Predestinación de sus elegidos. Lo revela la
Sagrada Escritura y lo enseña santo Tomás en la S. T. Cuestión 23 y en su
comentario a la Epístola a los Romanos, c. 1, lect. 3: “La predestinación entraña
cierta preordenación en el ánimo de aquello que hay que hacer. Y desde la
eternidad Dios predestinó los beneficios que se les darían a sus santos. De aquí
que la predestinación es eterna. Y difiere de la presciencia por la razón de que la
presciencia entraña tan sólo el conocimiento de las cosas futuras; y la
predestinación entraña cierta causalidad respecto de ellas. Y por eso Dios tiene la
presciencia aun de los pecados, pero la predestinación es de los bienes
saludables”.
Postulamos entonces que en lugar de una ‘no elección’ para la gloria eterna
(reprobación negativa antecedente), puede explicarse que con la condena eterna-
tras la previsión de deméritos- de quienes la merecen por sus culpas, en el mismo
acto quedan elegidos los predestinados. Es decir, que Dios habiendo creado a
todos con gracias suficientes y también otras infalibles, como un decreto
inseparable de la condenación de algunos, a otros los predestina a la salvación
con la gracia de la perseverancia final.
Cuando Dios crea a todos los hombres, con posterioridad a la previsión de sus
deméritos, pecado original y todos los que le siguen, condena a unos eternamente
y a otros impone penas de reparación. Aquí recurrimos a Romanos 5,20-21: “La
ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el
pecado, sobreabundó la gracia; así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte,
así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo
nuestro Señor”.
En su eternidad, en el mismo acto creador “antes de la fundación del mundo” Dios
elige entre la masa de pecadores, a los que predestina a la bienaventuranza
eterna previo cumplimiento de las penas de reparación.
El purgatorio existe porque Sus elegidos lo son entre pecadores. Santo Tomás
otorga sentido lógico a la purificación, del pecador en el Purgatorio, previa a la
bienaventuranza eterna.
Todos somos merecedores de condenación por Justicia, pero Dios elige con
Misericordia- entre pecadores- a quienes predestina con su gracia a la gloria
eterna. Así como los elegidos son purificados de las consecuencias del pecado, la
posterior previsión de sus méritos determina sus grados de gloria.
Santo Tomás nos enseña sobre la naturaleza divina con absoluta coherencia,
ideal para superar temperamentos incrédulos. Dios acto puro, también es Su plan.
Es por la “benevolencia de la razón eterna de Dios” que procuramos comprender
sus designios, aunque ya intuimos que para Él no aplican dilemas del tipo si
primero es el pecado o la negación de la gracia. Dios Trino, con amoroso fin
último, predestina a sus elegidos “antes de la fundación del mundo”. La posibilidad
de pecar, que nos acompaña siempre en la vida temporal, no tiene que originar
ninguna resignación hacia el pecado, como si fuera invencible por la gracia de
Dios; ni la pretensión de una justificación que absuelva, sin que la gracia eficaz
infalible transforme al pecador moviéndolo al acto de arrepentimiento y
perseverancia final. Tampoco debemos aceptar que luego de su conversión cada
hombre no pueda extraviarse reiteradamente, hasta nuevo arrepentimiento y
Reconciliación por la gracia.
Es Dios quien “antes de la fundación del mundo” elige a cuales de sus criaturas
rescata del pecado. Para Dios algunos pecadores son imperdonables, de ahí la
“negación” de la gracia infalible para merecer la gloria eterna. A los que incurren
en la obstinación final, el pecado contra el Espíritu Santo, Dios no los perdona.
Nuestro Señor Jesucristo no permite duda alguna (Mc 3,29; Cf. Mt 12:32; Lc
12:10).
San Gregorio de Nisa postulaba que así se cumplirá la palabra de San Pablo:
Deus erit omnia in omnibus (1 Cor. 15,28) que significa que, finalmente, el mal
dejará de existir, ya que, si Dios será todo en todo, no habrá más lugar para el
mal” (Aciprensa).
Dice san Pablo: "considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden
compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la
creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios (Rm 8,18-19)."
"No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a
la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a
Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará
bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús (Flp
4,6-7)."
“Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,1-4)."
Horacio Castro
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