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EL ROL DEL DERECHO PENAL

EN EL SIGLO XXI

(* ) Daniel Carral

“Más, del mismo modo que después de Pinel,

imbuído de los ideales revolucionarios, los dementes ya no son objeto de

valoración sino de cuidado, así puede llegar un día en que no hagamos

juicios de valor sobre las acciones que hoy llamamos delitos, ni tampoco

sobre los autores. Entonces no nos perturbarán el ánimo las garantías y

derechos del hombre y del ciudadano, y no habrá riesgo de que nuestros

principios sirvan a regímenes dictatoriales. Al delicuente se le corregirá,

curará o inocuizará en establecimientos que nada tendrán de cárceles”

LUIS JIMENEZ DE ASUA, “La Ley y el

Delito- Principios de derecho Penal”, pág.74.-

Introducción.-

A poco tiempo de ingresar en los albores

del Siglo XXI, se me ocurre un abanico de cuestionamientos sobre la evolución

del Derecho Penal, y el papel que se le asignará por parte del Estado en los

inicios del nuevo milenio.-

El siglo veinte no se ha caracterizado por

una dinámica evolución del derecho penal, entendiendo a éste tanto en su faz

*
Director del Instituto de Derecho Penal del Colegio de Abogados de San Martín.-
Docente Universidad de Buenos Aires.-
2

sustantiva como adjetiva.1 A pesar del expreso reconocimiento -consensuado

internacionalmente- de un importante marco de garantías individuales, no veo

hoy plasmado en la realidad cotidiana una progresiva consolidación de este

importante factor, que en gran medida marca las relaciones sociales en un

Estado democrático.-

Posiblemente en nuestro país, este fenómeno esté

emparentado a los vaivenes políticos que han provocado constantes avances y

retrocesos en nuestra materia, lo que no necesariamente ha estado ligado

inexorablemente a gobiernos de facto, sino que también el poder estatal

legitimado por el pueblo ha sabido utilizar esta herramienta del derecho penal,

como medio para satisfacer intereses totalitarios.-

No puede relativizarse el valor del Derecho

Penal, aunque a decir verdad, no se guardan dudas sobre que el Derecho Penal

es el instrumento más enérgico de que dispone el Estado para evitar las

conductas que resultan más indeseadas e insoportables socialmente.-

Esta potestad, cuya consecuencia se traduce en la

intervención represiva más grave para la libertad y los derechos del ciudadano

(prisión, medidas de seguridad, etc), es una herramienta de vital importancia

para el control social, y aunque no es la única, seguramente es la más violenta.-

1
Muestra cabal de esto es que tras setenta y cinco años de vigencia de nuestro código penal, y
a pesar de la evolución socio-cultural alcanzada en nuestros tiempos, se siga sosteniendo a
“La Honestidad” como bien jurídico tutelado por el Título III, lo que ha traído aparejado no
pocas contradicciones en su aplicación judicial. Una evolución legislativa acorde con la
progresividad social debiera señalar en ese tópico a la “Libertad Sexual” como bien jurídico
a tutelar.-
En este punto el maestro Jiménez de Asúa se preguntaba si una prostituta podría ser sujeto
pasivo de muchas de las conductas allí enmarcadas, considerando que no existían
posibilidades de afectación de la honestidad.-
3

Hablo en este punto de violencia, porque resulta

que violentos son generalmente los casos de que se ocupa el Derecho Penal,

pero también es violenta la forma en que el derecho penal soluciona estos

casos.(cárcel, internaciones psiquiátricas, inhabilitaciones, etc.).-

El mundo está preñado de violencia y no es, por

tanto, exagerado decir que esta violencia constituye un ingrediente básico de

todas las instituciones básicas que rigen este mundo y el derecho penal no es

ajeno a este fenómeno.-

El punto será entonces como enmarcar esta

necesaria violencia que lleva insita la herramienta de control social de la que

vengo hablando, y direccionarla en función de los intereses y valores

reconocidos como pilares por nuestra Constitución, sin olvidar -tal como lo

afirma Mantovani- quien desde una perspectiva histórico-realista decía que “El

Derecho Penal constituye una necesidad irrenunciable, y frente al noble deseo

de abolir la coerción entre los hombres y, por lo tanto, el Derecho Penal, su

pervivencia aparece como una amarga necesidad para una sociedad

necesitada de tutela frente a quienes atentan contra las condiciones básicas de

vida individual y colectiva”.-


4

DERECHO PENAL Y CONTROL SOCIAL.-

Reconocido entonces el indudable rol que le cabe

al derecho penal como medio de control social, una premisa básica será

entonces diagramar una política de estado que delimite concretamente cuales

son los valores que merecen la protección del poder punitivo del estado.-

Entablar una discusión en torno a la

necesidad de “delimitar concretamente los valores cuya tutela penal debe

reconocer el estado” es solo una arista de un planteo -algo más global- que

significa por un lado imponer un límite al Ius Puniendi del Estado, impetrando

para eso el principio de protección exclusiva de bienes jurídicos, en tanto que

por otro lado implica la necesidad de postular un uso lo más restrictivo posible

del derecho penal.-

Si indefectiblemente el Derecho Penal resulta un

mecanismo de control social, las bases propugnadas en el párrafo precedente

resultan una doble garantía para evitar los abusos del estado en el control de la

conducta de los individuos.-

Tampoco debe perderse de vista, que -tal como lo

señala Ignacio Berdugo Gómez de la Torre2- “Toda sociedad genera

instancias formales e informales de control social, es decir, de adecuación de

los comportamientos sociales a las pautas de organización de la convivencia

que cada sociedad o grupo social quiere o puede darse.-

2
Ignacio Berdugo Gómez de La Torre, “Lecciones de Derecho Penal”, Parte General;
pág.1,Editorial Praxis; Barcelona, 1996.-
5

Ese control social se ejerce mediante mecanismos

no formalizados jurídicamente, como las normas morales, las ideas religiosas,

la educación, etc, y también, naturalmente, a través de las normas jurídicas, las

generales y las penales, junto con el aparato institucional destinado a aplicarlas

y a hacerlas cumplir, como son los Jueces, la Policía y el Sistema

Penitenciario. Todas estas normas establecidas formalmente con disposiciones

legales y los aparatos institucionales son las instancias que realizan el llamado

control social.-

Es así entonces que, llamado el Derecho Penal a

cumplir un rol de estabilizador social, uno de los problemas con que nos

enfrentamos es que suele confundirse la finalidad de su aplicación.-

El Derecho Penal no debe responder a finalidades

de orden ético, porque estaremos frente al serio riesgo de confundir- tal como

frecuentemente la historia nos señala3- el orden moral y el orden penal, al

punto de llegar a identificar los conceptos de delito y de pecado.-

Nuestra experiencia pasada nos ilustra hasta el

hartazgo de lo pernicioso de intentar moralizar a través de la legislación y en

particular a través de la legislación penal.4 Profundizando sobre la meta a la


3
Así por ejemplo, la exposición de motivos del texto del Código Penal de la era franquista, el
de 1944, se permitía proclamar que “El Código de Delitos y Penas y la Ley de Prisiones,
significan el amparo de la autoridad para el vivir pacífico de los españoles y la eficaz sanción
de la Ley para los que se aparten de las reglas de moralidad y rectitud, que son norma de
toda sociedad iluminada en su marcha a través de los caminos de la Historia por los
reparadores principios del Cristianismo y el sentido católico de la vida”.-
4
Son numerosas las ocasiones en que -a lo largo de nuestra historia- se ha utilizado al derecho
Penal como herramienta de coerción que servía a intereses minoritarios y/o a la imposición
de diversos modelos éticos. Así la Ley 4144, conocida como Ley de Residencia de
Extranjeros, contemplaba en su art.2do. “El P.E. podrá ordenar la salida de todo extranjero
cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público”. Esta ley fue
sancionada por un Gobierno democrático, en base a un proyecto de ley presentado en 1899
por el Dr. Miguel Cané.-También emanado de un gobierno democrático, se dictó la ley
12.591, conocida como “Ley de represión de la especulación. Precios máximos para
6

que debe aspirar la aplicación del derecho penal y sus consecuencias en el

futuro, me animaría a decir -adelantando alguna conclusión- que no debe

perseguir como única y exclusiva finalidad la de Justicia. El Estado

democrático no tiene derecho alguno a imponer por la fuerza la Justicia sobre

la tierra. Su labor, la única para la que esta legitimado, es más modesta pero

más realista: Hacer Política Social.-

Ciertamente existe en nuestro tiempo una idea

que relaciona al valor “justicia” con una idea marcadamente retributiva de la

materialización del derecho penal. Quizás tampoco ayude a mejorar esta

situación el nivel de violencia social que nos sacude, sumado a un mal manejo

de los medios de comunicación que simplifican el análisis a una mera

contraposición de “subculturas”. Cada subcultura tiene sus puntos de vista


artículos de primera necesidad”, promulgada por B.O. el 11/IX/39. Allí se autorizaba en el
art.6to. al P.E. disponer allanamientos, entre otras facultades. Al mismo tiempo el art.9 del
mismo cuerpo legal, sancionaba la infracción a los precios máximos, con una pena de hasta 6
años de prisión.-
Siguiendo la legislación criticada, y que tuviera sanción durante la vigencia de un estado de
derecho encontramos que durante la presidencia del Gral J.D. Perón, año 1949, se sancionó la
Ley 13.569, que modificaba varios artículos del Código Penal, substituyó el antiguo texto del
art.244 del plexo de fondo, incorporando entonces el “desacato cometido por medio de la
imprenta”, adicionando además una particular modalidad de delación a manera de excusa
absolutoria.-
Por supuesto que mucho más profusa ha sido la legislación de emergencia emanada de
gobiernos de facto. Para citar sólo algunos casos, en el año 1970 se implantó la pena de
muerte, para aquellos ataques a dependencias de las fuerzas armadas, equiparando a los
bienes con las personas.- El decreto nro. 6 de la Junta militar que regía los destinos del país
en el año 1976, decretó la suspensión de la actividad política y de los partidos políticos, so
pretexto de “asegurar la paz interior y la unidad nacional”. El art. 2do. de ese decreto
disponía que “Las autoridades de los partidos y agrupaciones políticos, deberán retirar del
exterior de los edificios pertenecientes a los mismos, los símbolos, enseñas, imágines y
cualquier otro signo de individualización política”.- En igual sentido la ley 21.269 que
prohibía la actividad de los partidos de izquierda (Comunista, Socialista, etc.).-
La ley 21.272, promulgada el 26 de marzo de 1976, en un intento de tutela de un supuesto
“honor institucional”, sancionaba en su art.4to. lo siguiente:”El que amenazare, injuriare o
de cualquier modo ofendiere en su dignidad o decoro a personal militar, de las fuerzas de
seguridad, de las fuerzas policiales o penitenciarias nacionales o provinciales, que se
hallaren en el ejercicio de sus funciones, será reprimido con prisión o reclusión hasta diez
años.- Por razones materiales no seguimos indagando en esta triste historia, lo que
demandaría una publicación especial sobre el uso aberrante de la legislación penal en ese
período histórico.-
7

acerca de la justicia, porque cada una de ellas tiene su propia ética. Entonces el

único modo de hacer posible la coexistencia democrática de todos los grupos

sociales es renunciar a imponer coactivamente exigencias meramente éticas,

como la de Justicia, y limitarse a evitar la lesión de los bienes sociales.5-

MORAL Y DERECHO PENAL.-

Vuelvo sobre la relación que suele darse entre el

Derecho Penal y la Moral. En realidad, la relación sobre la que versa esta

crítica no es otra que la confusión -tal como lo adelantara en el punto anterior-

que identifica ambos conceptos.-

Si bien históricamente esta identificación

comenzó a romperse con el pensamiento de la Ilustración, el camino de la

diferenciación sigue aún obstaculizado. A la hora de redefinir lo punible debe

dejarse de lado lo atinente al orden moral. Esto no significa que los ciudadanos

deban renunciar a principios éticos, sino tan sólo que los principios éticos por

sí solos no deben ser impuestos coercitivamente a todos los individuos y

grupos sociales.-

Lo cierto es que en nuestro país, se ha legislado

en numerosas ocasiones atendiendo al interés de determinada “moral

ideológica”, “moral sexual”, “moral religiosa”, etc, como un claro exponente

de imposición de modelos “éticos” en forma coactiva.-

Estos modelos éticos transformados en intereses

penalmente tutelados resultaron ser el instrumento más apto para la aplicación


5
SANTIAGO MIR PUIG, “El Derecho Penal en el Estado Social y Democrático”, pág.117 y
ss., Ed. Ariel Derecho, Barcelona, 1994.-
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de ideologías totalitarias. Al margen de esta idea, que puede pecar de cierto

subjetivismo de mi parte, resulta muy dificultoso encontrar en esos intereses un

fin de protección de un bien jurídico socialmente consensuado, y por supuesto

mucho más espinoso, que la mentada tutela requiera de la intervención penal

del estado.-

La rueda de la historia parece estar girando una

vez más hacia un derecho penal moralizador, restándole interés a los bienes

que deben proteger y preocupándose solo por mantener la vigencia del sistema.

Así el funcionalismo jurídico-penal sostiene que “El Derecho Penal no puede

reaccionar frente a un hecho en cuanto lesión de un bien jurídico, sino sólo

frente a un hecho en cuanto quebrantamiento de la norma” 6.-

Esta postura ha encontrado numerosos

partidarios, particularmente en Alemania, donde quizás encuentre una mejor

aplicación en una sociedad integrada. Aún así, resulta preocupante la

adaptación de un sistema que prescinda de la importancia de los valores que en

definitiva debe tutelar, porque así nace ya incompleto, sin la base piramidal

que justifica la intromisión punitiva del estado, lo que sumerge a la sociedad en

el serio riesgo de caer en un sistema donde las normas penales, que por sí

debieran perseguir un determinado fin, pasen a cumplir una función que no

coincida con ese fin.-

LA IMPORTANCIA DEL BIEN JURIDICO.-

6
GÜNTER JACOBS, “Sociedad, norma y persona en una teoría de un Derecho Penal
funcional”, pág.11, Edit. Cuaderno Civitas, Madrid, 1996. Traducción de Manuel Cancio
Meliá y Bernardo Feijóo Sanchez, de la Universidad Autónoma de Madrid.-
9

El Derecho Penal desarrolla su finalidad última

de mantenimiento del sistema social, tal como afirma Roxin a través de “la

tutela de los presupuestos imprescindibles para una existencia en común que

concretan una serie de condiciones valiosas, los llamados bienes jurídicos”.-

Así se acuña el concepto de bien jurídico

que fue introducido por Birnbaum en el siglo pasado (1834). Desde entonces se

mantiene como uno de los ejes centrales de discusión en nuestra disciplina.-

La concepción inicial que sustentó a esta

noción, nació como principio liberal que apuntaba a limitar la potestad punitiva

estatal. A partir de allí el concepto de bien jurídico se ha desarrollado en

diversos sentidos. La opción fundamental en torno al mismo toma como base

los planteamientos de Binding y Von Lizt.-

Para Binding, la determinación de qué es

bien jurídico es inmanente al propio sistema penal, y es por tanto, una creación

del legislador.-

Para Von Lizt, por el contrario, el

concepto de bien jurídico determinado socialmente es anterior al Derecho, por

lo que puede desarrollar en consecuencia, una función crítica y delimitadora,

pues “este contenido material (antisocial) del injusto es independiente de su

correcta valoración por el legislador, es metajurídico. la norma jurídica lo

encuentra, no lo crea”.-

Esta última posición es la que ha adoptado

el Derecho Penal en su evolución, con miras a posibilitar la vida en


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comunidad, garantizando el funcionamiento y el desarrollo de un determinado

sistema social.-

Es así entonces como el concepto de “bien

jurídico” tiene que estar necesariamente atado a la realidad social, y es a partir

de esta base que el bien jurídico no puede resultar una creación del legislador,

sino que es anterior al mismo, y la natural consecuencia de esto es que puede

legítimamente limitar su actividad.-

En el marco de la subrayada vinculación

entre sistema social y ordenamiento jurídico-penal, pareciera ser evidente que

sea en el examen de la realidad social donde se halla de buscar la

determinación de los intereses merecedores de la protección penal. En síntesis,

alcanzarían la calidad de bienes jurídicos aquellos intereses necesarios para el

mantenimiento de un determinado sistema social.-

Para evitar caer en aquello que justamente

se critica -un desguarnecido funcionalismo- es necesario direccionar los

criterios de selección tomando como norte los conceptos materiales emanados

de nuestra Constitución Nacional. Debemos hacer hincapié en el sentido

material de las normas de nuestro texto constitucional, puesto que en la

relación bien jurídico-constitución, quienes solo apunten a su sentido formal

posiblemente encuentren fundamento para sustentar bienes jurídicos que la

realidad social o una interpretación material de la Carta Magna seguramente le

restarían.-

También es por esto que signamos a la

Constitución Nacional como referente, aunque no sea quizás el único


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complemento, al menos podremos encontrar allí las bases de las

argumentaciones a considerar a la hora de redefinir la protección penal de los

bienes jurídicos.-

De todas formas, en aras de preservar el

principio de mínima intervención del Derecho Penal, es necesario destacar que

de un análisis conjunto de la realidad social y los mandatos constitucionales

pueden surgir la delimitación de los bienes jurídicos, pero no todos aquellos

que adquieran tal característica son necesariamente merecedores de la

protección punitiva del Estado.-

Esta noción trata de contrarrestar el peligro de

“perversión” a que puede llegar el concepto de bien jurídico, cuando se

estiman merecedores de protección intereses minoritarios o de grupo, que no

tienen un valor fundamental para los restantes miembros de la comunidad.

Entiéndase que se refiere a un abuso desmedido del Derecho Penal que

generalmente repercute en el cercenamiento de intereses constitucionales de

igual o mayor jerarquía. Tal es el caso del art.222 último párrafo de nuestro

Código Penal, que amenaza con una pena grave la vulneración de una supuesta

“Dignidad Nacional”.- (sobre el abuso de estos valores ver cita nro.4, última parte).-

Seguramente son muchas las

situaciones en que el resto del ordenamiento jurídico puede poner coto y

procurar una adecuada protección a intereses relevantes. Por el contrario, en

nuestro país -en particular en los últimos años- nos enfrentamos a una política

de estado que echa mano del derecho penal como único remedio posible para

la solución de conflictos. Así han surgido todo un cuerpo de normativa penal, a


12

la que notables juristas han caracterizado como “Legislación Penal de

Emergencia”, que en su caso tampoco logró los fines disuasivos que

pretendía.7-

Aún así puede decirse que la evolución del

derecho penal en Argentina todavía se diferencia del tratamiento que suele

tener en la actualidad en algunos países centrales del viejo continente, pero sin

duda el rumbo escogido deriva hacia una mimetización con el funcionalismo.-

Particularmente Alemania, país que se ha

caracterizado por ser uno de los más avanzados en el plano de la dogmática

penal, aparece como modelo de nuestra evolución, al menos desde el punto

doctrinario, restándosele importancia a las críticas que se ha sometido la

formulación de nuestra disciplina en aquel país.-

En palabras de Enrique Gimbernat Ordeig8, “En

lugar de volverse hacia el hombre criminal, en Alemania -a diferencia de lo

que sucedió en la mayoría de los restantes estados civilizados- la disciplina

del Derecho Penal se cultivó ”l′ art pourl l′ art”, por así decir, siendo

elaborada con toda clase de sutilezas jurídicas.- Si no tratamos de diferenciar

los contextos sociales que nos separan de quienes cultivan el derecho penal en

7
Tal es el caso de la sucesiva legislación en materia tributaria. De igual modo puede citarse la
política criminal implementada a través de la legislación en materia de estupefacientes.-
Desde otro punto, la implementación de la ley 24.410, entre otras modificaciones ha
introducido reformas al capítulo II del título que reprime los delitos contra el estado civil. Así
con una técnica legislativa poco feliz se introdujo el art.139 bis, donde claramente se ve
violados los principios generales de la participación criminal, lo que en definitiva va en
desmedro del principio constitucional de culpabilidad.- En este mismo sentido también se
han reformado artículos de la ley adjetiva nacional, adicionando una claúsula al art.316 de
ese cuerpo legal, a través de la cual se tornan inexcarcelables los delitos comprendidos en los
arts. 139, 139 bis y 146 del C.P., aunque los parámetros de pena en expectativa que
establecen algunas de esas prohiciones así lo permitan.-
8
Enrique Gimbernat Ordeig, “Tiene futuro la Dogmática Jurídico-Penal?”en Estudios de
Derecho Penal, Ed.Tecnos, Madrid, 1990.-
13

sociedades como la Alemana, es probable que pretenda trasladarse un

funcionalismo sistémico que se acerque peligrosamente a un equivalente

central de la llamada “doctrina de seguridad nacional”, provocando la

represivización del discurso jurídico penal, llevando al ocaso los principios

rectores del derecho penal liberal.- 9

En este punto Winfried Hassemer10critica algunos

rasgos fundamentales del derecho penal actual y del futuro que se proyecta

sobre él. Así señala: “La protección de bienes jurídicos se ha transformado de

un principio negativo a uno positivo de criminalización. Lo que se formulaba

clásicamente como una crítica al legislador de que no podía crear delitos

donde no existiera un bien jurídico, se ha transformado en una exigencia de

que criminalice determinadas conductas. Con ello se cambia de forma

subrepticia el principio de protección de bienes jurídicos.

Como ejemplos pueden servir la decisión del

Tribunal Constitucional de no ampliar la despenalización del aborto con el

argumento de que existe un bien jurídico que debe ser protegido y castigar por

ello las interrupciones del embarazo. En este contexto surge también la

exigencia de que el legislador penal debe ser consecuente y castigar la

“violación en el matrimonio”, no solo como un delito de coacciones, sino

como un delito contra la libertad sexual.”

Estos enfoques del derecho penal en la solución

de conflictos revierten los sanos principios inspiradores del derecho penal

9
Eugenio Raúl Zaffaroni, “El Funcionalismo Sistémico y sus perspectivas jurídico.penales”.-
10
Winfried Hassemer “Rasgos y Crisis del Derecho Penal Moderno”, conferencia realizada en
la UAB, marzo de 1991.-
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liberal y en definitiva deja de ser la última ratio, para pasar a ser la única o

prima ratio.-

Es cierto que el avance tecnológico por un lado,

el agravamiento de ciertos conflictos sociales por el otro, pueden dar lugar a

que en el futuro cercano aparezcan valores necesitados de una tutela penal. Así

por ejemplo podemos hablar, entre otros, de graves afectaciones del medio

ambiente y la tutela de algunos derechos de los trabajadores que ameritan la

intervención penal.-

Allí donde se hace necesaria la intervención

penal, como una “amarga necesidad”, debemos aceptarla con miras a contribuir

a una mejor estabilidad social, pero por supuesto que su aplicación debe

construirse sobre la base de los principios limitadores del derecho penal

subjetivo, esto es limitaciones concretas a la potestad punitiva del Estado.-

Pero lamentablemente el futuro rol del Derecho

Penal se avisora como abusando de sus potestades. Una somera lectura de los

códigos penales y leyes complementarias modernas, nos brindan la temible

pauta de una ampliación del espectro de conductas prohibidas sobre la base de

la implementación de numerosos tipos de peligro abstracto. Si hasta parece

que exigir como mínimo un peligro concreto sobre el bien jurídico tutelado

fuera a contrapelo de la modernidad dogmática. Su efecto no es otro que

desatender la relación de causalidad entre la conducta y la lesión. En estos

casos solo es necesario mostrar la peligrosidad de la acción, ya que esta

comprobación no aparece como consecuencia de la investigación judicial, sino


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que aparece como el exponente de los motivos por los cuales se criminalizó.

Así la tarea del Juez resulta superflua y liviana.-

Esto también es una consecuencia del

funcionalismo sistémico llevado a sus últimas influencias. El Derecho Penal,

visto así, ya no será un medio de política social, sino un instrumento de política

interior, lo que ha sido elocuentemente reflejado por Hassemer con las

siguientes palabras “Hablando sin ambajes, en Derecho Penal, ya no se trata

fundamentalmente de una respuesta adecuada a un hecho pasado, sino del

dominio del futuro”.-11

Quizás pueda decirse que estos comentarios están

enmarcados en cierto tono apocalíptico, pero un somero análisis de la realidad

legislativa actual y la consecuente práctica judicial no revierten esa tendencia

sino todo lo contrario son la génesis de esta preocupación.-

No creo posible el anhelo del maestro Jimenez de

Asúa, reflejado en la frase que sirve de prefacio a este comentario, pero quizás

desde una postura más realista podemos aspirar a que el avance del respeto en

las relaciones sociales encuentre también un buen receptor en el Estado y a

partir de esto la necesaria intervención penal se concrete sobre aquellos valores

que han calado más hondo en la conciencia social y que afecten en mayor

medida y más directamente a los individuos.-

No podemos desconocer que nuestro Derecho

Penal está en crisis, como tampoco debemos dejar de lado los avances

dogmáticos que se postulan, pero todo esto no puede tratarse en abstracto y

Winfried Hassemer, ob.cit.-


11
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sacarse del contexto social en que vivimos, ya que la finalidad del derecho

penal, tendrá que variar en su aplicación de acuerdo a la integración de los

individuos que lo componen.-

En síntesis, todo el conjunto de anhelos pueden

resumirse a la esperanza que el tercer milenio nos brinde la seguridad de una

tradición de respeto por la persona y su dignidad, hasta la actualidad en gran

medida relegada, y que el Derecho Penal deje de ser una herramienta de la que

se abusa con fines políticos, no menos que eso puede esperarse de nuestro

futuro a dos siglos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del

Ciudadano.-

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