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Actualmente nadie duda de que la mayoría de los medios de comunicación social actúan bajo el control

político y es un mito la información misma. Noam Chomsky, norteamericano y gran crítico del control
ideológico a través de los medios, dice que “hoy en día todo es una gran ficción”.

En la sociedad de consumo actual todo se compra y se vende, las empresas —entre ellas las que manejan los
medios— son quienes tienen el poder y la publicidad es la que mantiene a los medios que inciden en la
formación de la opinión pública. En las actuales democracias mediáticas se vende una persona más que un
programa de gobierno, un líder más que una ideología y ya no se vota una propuesta que pocos leerían sino una
imagen, un afiche.

La política ya no es concebible sin publicidad, los asesores de imagen tienen la última palabra y usan la
propaganda movilizando y excitando emociones En la actual democracia todo es propaganda: los programas
sociales, las ruedas de prensa matutinas, las declaraciones, los desplantes y las entrevistas, las obras
monumentales, el apoyo a los damnificados, etcétera. La imagen está más cercana a la seducción que a la
convicción: todo se vuelve una “mediocracia”, donde las estrellas de cine pueden ganar elecciones.

A la verdadera democracia no le queda más camino que apoyar el pluralismo político, el periodismo y a los
medios independientes, cuyos comunicadores se vuelven líderes de opinión y justifican su eficacia si son
capaces de debatir las certezas que difunde el poder y convertirlas en hipótesis que hagan reflexionar al pueblo.

La democracia requiere de la libertad de expresión y de una educación en una recepción crítica que permita
ejercer la libertad de elección y la formación de opiniones propias. Que en escuelas, universidades e
instituciones educativas se forme a las nuevas generaciones, no como receptores pasivos de un entretenimiento
ramplón, sino como receptores críticos y emisores sensibles y creativos de sus propios mensajes: una enseñanza
que no se finque sólo en el pasado, sino en la visión de un futuro donde se utilice el conocimiento y la
tecnología, en bien de la mayoría.

Una situación muy parecida se desarrolló en el antiguo Egipto, donde el faraón era considerado un dios y la
clase dominante se encargaba de hacerle creer al pueblo que así era, forzándolo a trabajar como esclavo en
obras monumentales y “faraónicas”, donde el resultado era el mantenimiento del poder por parte de los
dominadores.

Pirámides, monumentos conmemorativos y catedrales han sido símbolo de un poder temporal ejercido a través
de una aspiración de inmortalidad que siempre ha tenido un poder sugestivo y que tiene sobre los pueblos en
condiciones de desigualdad un sentimiento de pequeñez y debilidad; pero que, al mismo tiempo, al ser
partícipes de la construcción y vida a su alrededor, tienen la sensación de comunión con el poder.

Entre otros muchos, egipcios y aztecas supieron posicionar el poder temporal con el eterno centralizándolo en
un personaje–icono, contando con instituciones que ejercían mecanismos de propaganda mágico-religiosa para
sostener el poder.

Los griegos, que crearon una sociedad democrática, agregaron a la propaganda manifiesta en su arquitectura la
oratoria pública, que desde entonces vemos claramente unida a la política. El saber cómo decir empezó a ser
más importante que lo que se dice y un buen comunicador puede hacer válido cualquier argumento o al menos
hacer que parezca apropiado, situación que tiene mucho en común con nuestra actual publicidad.

Posteriormente el Imperio Romano tuvo gran poderío gracias a su bien equipado e impresionante ejército, que
ostentaba grandes capas rojas, estandartes y armaduras relucientes, representando la fuerza simbólica del
imperio en el que Julio César ejerció el poder basándose en esta propaganda sugerente de terror.

A la caída del Imperio Romano y durante toda la Edad Media, la Iglesia —heredera de la unidad espiritual del
cristianismo— ejerce su poder sobre un pueblo analfabeto y temeroso del poder divino, a través de catedrales
monumentales, con vidrieras multicolores para transmitir sus enseñanzas, imágenes dolorosas y sufrientes,
grandes peregrinaciones e impresionantes procesiones y concentraciones masivas, que ejercen como difusión
propagandística de una religión y una fe, que desde entonces ha tenido una dinámica expansiva.
Durante el Renacimiento, con el inicio de la imprenta surge la actual transmisión de las ideas y propaganda a
través de medios masivos de comunicación, en este momento el libro, se utiliza para combatir el poder y
automáticamente convertir a los ilustrados en una nueva élite, que ejerce junto con los poderosos. Con la
imprenta también se crea la posibilidad de la autoconciencia y ante el poder de la letra impresa, la censura.

Más cercano a nosotros, en el siglo XX, se utiliza el cine como el gran medio de propaganda política: la primera
al utilizarlo como tal es la revolución rusa con el gran cineasta Sergei Einsestein a la cabeza, haciendo de este
medio el arma más efectiva de propaganda del régimen bolchevique.

A partir de ahí los modos de hacer política de los individuos que ejercen el poder se unen cada vez más
con los medios de comunicación y la unión de publicidad propagandística y política se torna abierta y
clara, comenzando las técnicas subyacentes de manipulación de las masas, en las que tiene su base la
publicidad tal y como la conocemos hoy en día.

Mussolini utilizó la prensa y sus dotes oratorias como armas de propaganda, atraían a las masas a
manifestaciones donde lucía las insignias del Imperio Romano, e inauguró en 1927 Cine Cita, donde se
hicieron múltiples películas épicas de romanos.

Pero fue el régimen nazi el que llevó a su culminación la propaganda política y el que pone las bases de su
dominio utilizando estrategias, que hoy nos parecen demasiado obvias pero que tuvieron un efecto
propagandístico indiscutible. Insignias que se identificaban con los símbolos romanos, desfiles del dominio en
escena del ejército, ambientado con música que reflejaba la grandeza de Alemania, pregonaban que a una
nación perfecta correspondía un ejército perfecto y seduciendo con ello al pueblo que se le entregó
irremisiblemente.

Pero todas estas técnicas se han ido haciendo cada vez más sutiles; aunque no por ello menos efectivas. Las
democracias aprendieron y utilizan ampliamente los medios de comunicación, especialmente la televisión, que
posee como ningún otro medio la posibilidad de seducir a las personas de forma cotidiana, económica y
entretenida.

Estados Unidos es el país donde primeramente y con mucha eficacia se han utilizado los medios de
comunicación, Teodoro Roosvelt aprovechó los medios en un momento de recesión económica; John F. Kennedy
convenció al 40 % del electorado en un programa televisivo y Ronald Regan, el actor, confirmó que hoy en día la
imagen es más importante que el candidato; o la propuesta, como lo han seguido demostrando los personajes
que aspiran a puestos políticos, incluidos los mexicanos, cuando contratan asesores de imagen para sus
campañas.

Con los medios masivos de comunicación la propaganda de los países poderosos se muestra en eventos globales
como las Olimpiadas y la supremacía tecnológica de Estados Unidos en acontecimientos que se vuelven
auténticos espectáculos televisivos, como la llegada a la luna, los lanzamientos de satélites y la guerra del Golfo
en 1991, que todos vimos en pantalla más como un espectáculo que como un drama, y al que ningún reportero
tuvo acceso a una información directa. Últimamente el ataque terrorista a las torres gemelas, que es televisado
una y otra vez como un mensaje que busca crear un clima belicista en apoyo a la invasión a Irak.

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