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Causas externas:
Como causas externas cabe considerar las de índole moral o religiosa, y entre ellas
sobre todo la influencia del estoicismo y el cristianismo.
Estoicismo y cristianismo.
Los estoicos de la Roma imperial aconsejaban a los amos que trataran con
moderación a sus esclavos y a éstos que aceptaran su condición. Pero en una época en que
disminuía el número de esclavos y aumentaba su precio, el estoicismo parece una moral
más adaptada a la nueva situación que transformadora de la realidad.
En sus inicios el cristianismo fue una religión que hizo mella en las clases
populares, entre las masas serviles y los libres más duramente explotados. Pudo, por tanto,
parecer como antiesclavista; y ciertamente, se trataba de una religión liberadora, aunque la
libertad prometida no era de éste mundo sino del más allá.
La incorporación de la Iglesia a las estructuras del Estado y la progresiva adhesión
de la clase dirigente pudo parecer pudo parecer que transformaban al cristianismo en la
religión de los amos frente a las creencias paganas, que pervivieron largo tiempo en el
campo (el pagus) entre las masas rurales.
Los fundamentos teóricos del esclavismo cristiano proceden de Pablo, quien, al
modo de los estoicos, aconsejaba a los amos el trato humano y a los esclavos la obediencia.
El respeto al orden esclavista llegaba a tal punto en Pablo que aconsejaba al cristiano
devolver a su dueño el esclavo fugitivo.
La desigualdad es así una elección de Dios y la represión una necesidad a causa de
la propensión de los esclavos al mal. Es justamente el pecado lo que subordina el esclavo a
su dueño. Se trata del mito de la Caída que los teólogos medievales tanto utilizaron para
justificar que los hombres iguales ante Dios y por derecho natural fueran en realidad
desiguales. A fines del Imperio romano y en la época germánica, numerosos esclavos
trabajaban en dominios eclesiásticos, y la legislación conciliar prohibía a los prelados la
manumisión de los esclavos propiedad de la Iglesia. Por cierto que estos esclavos no parece
que fueran especialmente bien tratados por sus dueños: sospechosamente una disposición
conciliar prohíbe a los clérigos castigar a sus esclavos la amputación de miembros.
Afirmado que la Iglesia era una institución esclavista, resta considerar las opciones
individuales del mensaje cristiano y la influencia a largo plazo de la cristianización de las
masas.
En primer lugar estaba el ideal de pobreza, con la renuncia de los bienes terrenales
(entre los cuales el esclavo) para alcanzar la salvación. La Iglesia canalizó las necesidades
espirituales de los poderosos estimulando las donaciones piadosas de tierras, con sus
esclavos manumitidos, a templos y monasterios; cristianizó la práctica de la manumisión
integrándola en la liturgia, y a través de la propaganda hagiográfica, pudo influir en las
grandes proporciones que durante la Antigüedad Tardía parece que adquirió la práctica de la
manumisión.
En segundo lugar estaba la cristianización que al ganar terreno entre las masas
rurales y no discriminar desde el punto de vista de la fe a los esclavos, pudo influir en su
toma de conciencia. La Iglesia, a pesar de sus teorías y prácticas esclavistas, no dejó de
considerar al esclavo un hombre, hijo de Dios, y por lo tanto aceptó su integración en la
comunidad cristiana y su admisión en las iglesias rurales junto al campesinado.
Consecuentemente, el principio segregacionista y el consentimiento en el que se basaba la
esclavitud se debilitaron a largo plazo: para sí y para los restantes trabajadores del campo el
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esclavo empezó a dejar de ser un mero instrumento dotado de voz comparable a las bestias,
lo cual tuvo que influir en sus aspiraciones de libertad.
El balance es contradictorio. Lejos de oponerse a la esclavitud, las enseñanzas de los
padres de la Iglesia la justificaban y, en todo caso, al predicar la moderación y la
resignación con la promesa de una liberación después de la muerte, el cristianismo de
finales del Imperio debió actuar como un freno a la revolución social. A largo plazo, en
cambio, la cristianización del campo, al mostrar la igualdad de todos ante la fe, pudo ayudar
por la toma de conciencia a la extinción de la esclavitud rural en Europa Occidental. Pero ni
el estoicismo ni el cristianismo influyeron poderosamente en la crisis del esclavismo en la
época del Bajo Imperio.
Razzia, comercio, crianza.
Otra causa externa de extinción es la que vincula este proceso con el fin de las
conquistas romanas. Weber y Perry Anderson dicen que cuando cesaron las guerras
victoriosas, con las razzias para la captura de hombres, disminuyó el flujo de esclavos al
mercado, se desequilibró la relación entre oferta y demanda y los grandes propietarios
tuvieron que recurrir a la práctica del “casamiento” a fin de que los propios esclavos se
ocuparan de su autorreproducción en unidades familiares. La cría de esclavos en la villa no
era rentable. Por esto, Weber afirma que existe un lazo indisoluble entre el comercio de
esclavos y el sistema esclavista de explotación directa (esclavos en rebaño); y otra estrecha
relación entre la autorreproducción y el “casamiento”, que inexorablemente conduce de la
esclavitud a la servidumbre. La coyuntura de escasez de mano de obra esclava en el
mercado (por el fin de las conquistas), con la consiguiente necesidad de los terratenientes de
reducir los costos de reproducción de esta fuerza de trabajo, habría sido la responsable de la
crisis del esclavismo con el cambio en la modalidad de explotación.
Bloch insiste en la rentabilidad del sistema esclavista de explotación directa solo
“cuando la mercancía servil era abundante y su precio poco elevado”, lo cual quiere decir
captura de esclavos en razzias. En la buena época romana la funcionalidad del sistema se
basaba en la existencia, fuera de las fronteras, de stocks humanos prácticamente ilimitados,
de modo que el precio del esclavo en el mercado (coste de razzia más beneficio del captor y
traficante) fuera poco elevado en relación con el excedente que podía extraerse en su
trabajo. El bajo coste de esta mano de obra esclava explica su despilfarro, es decir, tanto el
uso “de muchos esclavos para el más pequeño trabajo” como la sistemática destrucción de
la fuerza de trabajo por sobreexplotación. A muchos historiadores, la lógica del sistema
basado en la razzia y la trata les parece incompatible con la crianza de esclavos en la villa,
que consideran difícil y dispendiosa.
En efecto, se puede suponer que cuando la mano de obra esclava, procedente de las
guerras o razzias esclavistas, fue mercancía abundante y barata, el sistema de
autorreproducción en la villa no resultó rentable y ocupó un lugar secundario; en cambio,
cuando la guerra o la razzia resultaron demasiado costosas o cesaron, la crianza pasó a ser
competitiva y predominó.
Contra Weber, se puede asegurar que en la Antigüedad se practicaron las dos formas
de “producción” de mano de obra esclava, la razzia-comercio y la autorreproducción-
crianza.
Para que el sistema de la crianza de esclavos fuerza rentable era necesario que los
grandes propietarios abandonaran las prácticas despilfarradoras y cuidaran a sus esclavos al
menos como a sus caballos. La fórmula tenía que consistir en una correcta apreciación de
los límites biológicos y un control de las relaciones sexuales combinado con estímulos a la
procreación. En la América colonial del sur de EEUU y en el mundo clásico, se practicó la
crianza de esclavos con hombres que “visitaban” a las mujeres sin necesidad de formar
familias, lo cual quiere decir que el “casamiento” de esclavos no fue una fórmula impuesta
por razones demográficas y dificultades específicas de autorreproducción. (Dockés).
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Causas internas:
Entre las causas internas de la desaparición de la esclavitud que se discuten, las
económicas son las más invocadas: la productividad del trabajo y la rentabilidad de la
explotación; y la aplicación de la teoría marxista de la ley de la correspondencia necesaria
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Racionalidad, productividad, rentabilidad.
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los señores, más que nunca, dividían sus rebaños de esclavos en villas, los subdividían en
equipos e incluso creaban unas jerarquías internas para la vigilancia. Los propietarios
seguirían teniendo fuerzas de seguridad, pero el Estado coordinador y el ejército estarían
permanentemente atentos para evitar que las luchas locales pudieran adquirir dimensión
general.
Durante los siglos de paz augustana la lucha, sin duda, continuó solapadamente, día
a día, de manera individual, pero con intensidad. Dockés hace el inventario de sus formas:
destrucción de los útiles de trabajo; malos tratos a los animales de labor y al ganado;
dejación del esfuerzo laboral; huidas en solitario y en grupo; automutilaciones y
autodestrucciones; rechazo de la procreación (aborto e infanticidio); rapiña, robo, pillaje,
etc.
Frente a estas formas de lucha, los grandes propietarios, que saben de los elevados
precios del esclavo en el mercado y de las dificultades de reproducción, oponen
normalmente la vigilancia y la prevención. Columela recomienda no maltratar a los
esclavos, pero explica que cada villa tenía sus ergastulum, prisión subterránea donde por la
noche se encerraba, encadenados, a los esclavos más peligrosos o al conjunto del rebaño.
Estas formas de represión para los rebeldes, combinadas con la división interna del
equipo servil (“dividir para reinar”) y el trato paternalista a los esclavos obedientes (la
explotación “en baño templado”), fueron suficientes para mantener el orden esclavista
mientras el Estado imperial estuvo presente como garantía última del sistema. Pero la crisis
del siglo III y el posterior hundimiento del Estado en los siglos IV y V, modificaron la
correlación de fuerzas entre amos y esclavos. La crisis del Estado, resultado de la dinámica
del sistema esclavista y de la política imperialista que arruinaba a las clases medias y
populares, base social del Estado, hizo posible ahora una aproximación entre esclavos y
campesinos. Reaparecieron, en consecuencia, las luchas abiertas de masas, entre ellas las
guerras bacaudae, contra las cuales poco podían hacer las fuerzas privadas de los domini.
(Dockés).
La lucha era acumulativa y causaba graves perjuicios a la marcha de las
explotaciones. Los sabotajes, la dejación en el trabajo, las destrucciones ocasionadas por las
luchas, las huidas y los gastos crecientes de vigilancia, debieron reducir el producto neto de
las explotaciones, sembrando la inquietud en unos amos que ya no podían confiar como
antes en la eficacia represora del Estado. La crianza de esclavos, alternativa de un comercio
que quizá atravesaba dificultades por la disminución de las razzias, también sufría de las
mismas luchas: los esclavos se resistían a la procreación en condiciones de esclavitud
(aborto e infanticidio). El esclavismo pudo parecer entonces a los amos menos rentable que
otras formas de explotación. (Dockés).
Es, por tanto, necesario recuperar los argumentos antes examinados sobre la crisis
del esclavismo ligados al fin de las conquistas (la difícil crianza del ganado humano), la
contracción del mercado y de la vida urbana (la dificultad de dar salida a la producción), la
baja productividad y la escasa rentabilidad del esclavo, no para hacer de ellos la causa
principal de la crisis del esclavismo sino para integrarlos en una explicación global que
haga de la lucha de clases el primer motor del cambio social: no se libera quien no quiere,
pero no todo es posible. Al cabo, interesa saber por qué los esclavos consiguieron (al menos
parcialmente) su objetivo. Es aquí donde juegan un papel importante las condiciones
económicas generales (el mercado), la lógica interna del sistema esclavista que lo hacía
vulnerable a las formas de resistencia estudiadas, y la modificación de la correlación de
fuerzas con la crisis del Estado imperial, el ente represor que el esclavismo había creado
precisamente para garantizar su continuidad.
La parcelación de gran parte de los viejos dominios, para crear unidades de
explotación familiares donde “casar” a una porción de los equipos serviles e incorporar a
los equipos arruinados, ávidos de tierra (coloni), fue probablemente la única salida posible
para unos propietarios que necesitaban conservar la tierra y la mano de obra. Fue también el
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respuesta que la propia de los períodos de transición. En este caso, la respuesta es que el
marco político siguió siendo básicamente de matriz antigua con presencia declinante y
restauraciones del concepto de res publica y un sistema de poder equivalente que
parcialmente reposaba en la tributación, mientras la explotación del trabajo se basaba en las
tres modalidades de producción heredadas de la Antigüedad: la explotación directa de
dominios o reservas, más o menos importantes según lugares y épocas; la explotación
directa mediante el colonato y el “casamiento” de esclavos, que creaban la base del régimen
de la tenencia, productora de rentas y servicios en conjunto más importante que en la época
de la villa esclavista; y la tributación que constituyó la base material del Estado imperial
romano y que contribuyó de modo desigual al sostén de las monarquías germánicas.
Destrucción y estructuración.
Los conflictos sociales (guerras bagaudas), políticos (golpes de estado) y militares
(alzamientos) del Bajo Imperio, la caída del Estado romano, que con mayor o menor fuerza
aseguraba la continuidad de las diversas formas de explotación del trabajo, y los desórdenes
y destrucciones (incendios de villae y cosechas, asedios de ciudades) ocasionadas por las
invasiones germánicas tuvieron graves consecuencias. Dio paso a pequeños estados
sucesores, de formato provincial y fronteras cambiantes; el aparato burocrático disminuyó,
las estructuras de poder se militarizaron y clericalizaron, y la explotación social, cuyo nivel
pudo retroceder al principio, a la postre experimentó transformaciones importantes y quizá
temporalmente se agudizó, al menos en algunas regiones de Occidente.
Desde el punto de vista de los oprimidos, las invasiones germánicas, en una primera
fase, pudieron tener consecuencias liberadoras. Aquellos que tenían poco más que perder
que la propia vida pudieron aprovechar las dificultades de los poderosos que, atrapados en
sus propias contradicciones se quedaban sin Estado para sacudirse controles, dominios y
explotaciones. La caída del imperio pudo comportar un retroceso del dominio social de la
aristocracia y un avance de las masas trabajadoras: un número indeterminado de antiguos
dueños; coloni y servi casati, en número también incierto, debieron rechazar las
prestaciones de trabajo y las obligaciones rendales y algunos, aprovechando la desaparición
de sus domini, pudieron incluso hacerse pasar por propietarios; el impuesto, que desde hace
siglos arruinaba a los campesinos, debió dejarse de pagar muchas veces y en muchas
regiones, un cierto número de servi y dependientes, en la incertidumbre, debieron preferir la
protección-explotación del dueño que la libertad. Resulta razonable imaginar que los viejos
dirigentes, perdedores en el conflicto, también perdieron niveles de explotación social
mientras que los nuevos jefes de los pueblos invasores necesitaron tiempo para organizarse.
La dinámica acaparadora había alienado la base social del Estado que se había
convertido en instrumento despótico de dudosa eficacia. Quizá por ello, mediante el
patrocinium, el Estado empezó a ser traicionado por los propios poderosos que de él se
servían. Producidas las invasiones, los terratenientes romanos se quedaron virtualmente sin
Estado, el instrumento que, aunque defectuoso, tenía por misión velar por el mantenimiento
del orden social.
Para estos terratenientes romanos, reconstruir la estructura política con los germanos
podía tener más ventajas que inconvenientes. Construir estados sucesores de tamaño menor
y con fuerzas militares, al menos parcialmente, de base étnica y financiadas con tierras,
ofrecía la ventaja de una reducción sustancial de los gastos administrativos y militares, y
por tanto de una maquinaria fiscal menos opresiva. El nuevo Estado sería suficientemente
fuerte para asegurar el dominio social de los grandes frente a los explotados, y
suficientemente débil como para no inmiscuirse en los asuntos domésticos de los poderosos.
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La tributación.
El sistema fiscal pudo ser importante, al menos en una primera fase en Italia, las
Galias e Hispania para captar el excedente de los productores, sobre todo los libres y
propietarios, y para contribuir al mantenimiento de los aparatos de poder de los reinos
germánicos. La continuidad de la recaudación es evidente. Está documentada y la vida de
los santos del siglo VII, dan testimonio de reacciones populares contra esta forma de
explotación.
La responsabilidad recaudadora entre los francos reposaba en manos de funcionarios
galorromanos al servicio de los monarcas merovingios. Al parecer, su gestión chocó con
una resistencia creciente. En la Galia del siglo VI, como en todas partes del Imperio
trescientos años antes, el impuesto era impopular. La diferencia es la actitud de la Iglesia,
que, quizá porque compartía responsabilidades de gobierno y de recaudación en algunos
países, y porque conocía de cerca la realidad social, intervino a veces en el sentido de
intentar suavizar la carga impositiva.
En un mundo en el que la fuerza material de los poderosos se basaba más que antes
en la producción de los dominios particulares, y en el que ya no se puede decir que el
Estado jugara algún papel redistributivo. El impuesto no sólo se hacía impopular sino que se
consideraba injusto porque se pensaba que únicamente servía para enriquecer
desmesuradamente a los monarcas. Un sector de la Iglesia franca así lo entendía y por ello
se sirvió del temor (amenaza de castigos divinos contra la familia real) para obtener la
reducción o exención de impuestos para ella y sus feligreses. Esta situación, quizá también
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en parte reflejo de una lucha de intereses entre las aristocracias laicas y eclesiásticas, no se
pueda generalizar al conjunto de los reinos germánicos, entre ellos el reino de Toledo donde
consta que la iglesia participó directamente en la recaudación.
Es probable que el menor volumen de los Estados sucesores, por comparación al
vasto imperio romano, significara una caída general de la carga impositiva sobre las masas
populares, probablemente muy empobrecidas, en un contexto que todos los indicios llevan a
considerar de contracción económica. Este descenso de los niveles tributarios habría
significado a su vez el fin de la modalidad tributaria como principal, y el predominio de la
forma feudal (renta y servicios) como dominante en la extracción de excedentes.
La caída de la tasa impositiva se ha considerado, en primer lugar, como una
consecuencia a largo plazo de la resistencia de las masas populares a esta forma de
explotación; en segundo lugar, como un resultado de la reducción de los gastos estatales en
los Estados sucesores, y, en tercer lugar, como fruto de la adopción de formas alternativas
de financiamiento.
Todo esto está próximo a la opinión de Wickham, de quien nos aleja la escasa
relevancia que otorga a la lucha de clases y la conclusión de que “en el período carolingio
todo lo que quedaba del impuesto sobre la tierra era una serie de fragmentos” (Wickham),
puesto que a nuestro entender quedaba bastante más, como parece indicarlo los estudios
regionales y las disposiciones de los carolingios tendientes a elevar el nivel de tributación
pública, como la introducción del diezmo para el financiamiento de la Iglesia, una carga
muy gravosa que, ciertamente, en muchos lugares debió ser inmediatamente apropiada por
la aristocracia siguiendo el comportamiento ya ensayado en época del bajo imperio romano,
de conversión de los impuestos públicos en rentas privadas.
La esclavitud.
El tema de la esclavitud rural: Wickham afirma que a finales del siglo III ya habían
desaparecido las haciendas esclavistas del siglo I, otros autores, en el caso medievalistas
(Fournier, Rouche, Bonassie, Hágermann) insisten en una supervivencia o restauración de
la esclavitud rural en la Alta Edad Media, sobre la base de un compromiso entre
aristocracias.
El tema es confuso y a su esclarecimiento no ayudan las indefiniciones de los
especialistas sobre cuestiones esenciales: generalmente no precisan el alcance del concepto
de esclavitud y de esclavo, en el sentido de si se refieren únicamente a una categoría
jurídica o a una forma específica de explotación del trabajo o, por el contrario, son capaces,
a la vez, de distinguir entre ambas esferas y de interrogarse sobre las mutuas relaciones
entre ellas.
Siguiendo a Wickham, nos dice que en la Alta Edad Media “había de nuevo muchos
esclavos en la tierra, gracias a las guerras de los siglos V y VI, pero el status del esclavo era
ya sólo una categoría legal”. Pero la única relación que encuentra entre la categoría legal y
la relación de producción es que el estatus del esclavo “comportaba rentas más pesadas”.
Creemos que la distinción entre status legal y condición económica es engañosa porque
lleva a simplificaciones del tipo de que la diferencia entre el tenente libre y el esclavo se
reducía al nivel de explotación (“rentas más pesadas”), sin preguntarse por cuestiones tan
esenciales como los derechos del tenente sobre la tenencia: tierras, animales, aperos,
producción y familia. Un historiador que quiera saber que eran las relaciones sociales de
producción en el feudalismo, y como se construyó la clase campesina de este sistema, no
puede dejar de interrogarse sobre ello, actitud que implica querer retornar el status legal al
interior de las relaciones de producción. ¿Quién osaría decir hoy que el contrato de trabajo
no forma parte de las relaciones de producción?.
En oposición a Wickham, Fournier, Rouche, Bonassie y Hágermann hablan sin
reparos no sólo de una supervivencia sino incluso de un incremento de la esclavitud rural
aunque estos historiadores a veces caen en el extremo opuesto: sitúan la visual en la
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condición jurídica del servus sin interrogarse sobre la modalidad de explotación. Bonassie
habla de supervivencia del régimen esclavista no sepamos con certeza a qué se refiere, si a
la vieja modalidad romana de esclavitud o a una nueva modalidad medieval basada en la
explotación indirecta de masas serviles o, como probablemente es el caso, a ambas a la vez.
Rouche encuentra en la Aquitana de los siglos V- VIII enormes masas de esclavos en
constante aumento y renovación a causa de las guerras exteriores e interiores y de la
esclavitud por deudas, que llenan de esclavos los mercados. El autor piensa que la
población servil pudo ser más numerosa que la libre y es lo que explicaría que los
poderosos no tuvieran que recurrir a las prestaciones en trabajo de los campesinos libres.
Para Bonassie la esclavitud rural fue restablecida en el marco de los Estados
sucesores y seguramente llegó a su apogeo durante el siglo VI y principios del VII, cuando
las leyes germánicas se ocuparon de ella con notable ferocidad, sobre todo en Hispania e
Italia, y los padres de la Iglesia la justificaron en el marco de una sociedad más
cristianizada. A la restauración de la esclavitud siguió, en la segunda mitad del siglo VII y
a principios del VIII, una nueva crisis que también encuentra explicación en la lucha de
clases y las condiciones económicas en que ésta se desarrolló: sacando provecho de la
debilidad demográfica ocasionada por una sucesión de pestes, y de los probables inicios de
la recuperación económica, muchos esclavos debieron huir de unos dominios para buscar
refugio en otros en mejores condiciones o entre los libres. La condición de cristianos de
muchos de estos esclavos pudo coadyuvar a su voluntad de distinguirse de las bestias y al
consenso social que los fugitivos pudieron encontrar. La crisis debió amenazar de muerte a
la esclavitud, especialmente en países mediterráneos como Italia e Hispania.
El fenómeno de las deserciones y la dureza de las leyes para combatirlo parecen
encajar más con la idea de unos dominios esclavistas, trabajados en régimen de explotación
directa o concentracionaria, como la villa clásica, que con unos dominios feudales,
parcelados y explotados en régimen de tenencia, con todo lo que ello podría significar de
derechos adquiridos o en proceso de adquisición del tenente sobre sus tierras. Así debe
entenderlo Bonassie que habla de supervivencia de la esclavitud antigua sin más matices y
que para definir al servus, prefiere atender a su status jurídico y al trato que se le
dispensaba.
El esclavo no era más que un instrumento de trabajo, sin derecho reconocido sobre
su persona, producción y reproducción, no pertenecía a la especie humana, era un ser
desocializado (Bonassie).
En la medida en que los códigos jurídicos definían al servus (de dominio o de
pequeña explotación) como un ser totalmente alienado, es arriesgado asimilarlo a un tenente
feudal, poseedor, como diría Marx, de sus propios medios de producción “de las
condiciones objetivas de trabajo necesarias para la realización de su trabajo y para la
creación de sus medios de subsistencia, un hombre que efectuaba su trabajo agrícola como
al industria doméstico-rural con él relacionada, por su propia cuenta”.
Aunque la costumbre fuera consolidando en cada caso una forma y volumen de
sustracción mientras en aquella sociedad de la escasez el derecho permitiera al dominus
tomar lo que precisara del trabajo y de la fuerza de trabajo de su servus, no parece
apropiado hablar de tenente, porque precisamente es en esta ambivalencia, que se presiente
entre la condición jurídica del servus y la práctica de su explotación económica, donde se
resume lo esencial de la transición en las modalidades de explotación del trabajo rural.
campesinado libre y propietario que habría descendido hacia el nivel de los colonos
dependientes. La mejora de condición de los servi parece encajar con el aflojamiento de
controles, dominios y explotaciones que crisis e invasiones pudieron proporcionar. Pero
cabe añadir inmediatamente que el compromiso entre aristocracias, con la creación y
consolidación de los estados sucesores, pudo llevar en muchos casos a una reacción social.
Los procesos de liberación social no son lineales ni son posibilidades de retroceso. La
situación social en la Aquitania merovingia, develada pro Rouche, nos parece en este
sentido paradigmática.
La documentación aquitana de los siglos VI- VIII unifica a todas las categorías de
dependientes rurales (originariis, inquilinis, acolanis, ledis, mancipiis, colonis) bajo la
denominación de servi. El originariis, según el Código Teodosiano, no era más que un
colonus; el acola y el inquilinus, durante la crisis del bajo imperio, perdieron su libertad de
movimiento y se fusionaron de hecho con el colonus adscripticius; y el letus era un antiguo
prisionero de guerra bárbaro establecido en una tierra como un colonus. La cuestión es,
pues, que era un colonus en la Aquitania merovingia. Estos esclavos a los que se llama
colonos y que nosotros designamos también con el nombre de tributarios. El colonus no es
más que un esclavo que paga rentas en producto o en dinero y está adscrito a la tierra como
un servus casatus, y como él puede ser vendido o legado con la tierra o sin ella, está
totalmente en manos de su dueño.
Se pregunta Rouche ¿los coloni fueron asimilados a los servi o inversamente? La
primera solución es la buena. Aunque los vocablos colonus y servus puedan usarse
indistintamente, el predominio de la palabra servi indica este sentido de la evolución.
Probablemente en la Hispania goda se produjo un fenómeno similar e incluso más acusado.
Parece que hay que hablar de regresión social y restauración de la esclavitud, un fenómeno
que afectó al menos a algunos países occidentales en época germánica, como apunta
Bonassie. Esta metamorfosis social que hacía de hombres libres, coloni, y de coloni servi,
pudo tener precedentes e incluso partir del bajo imperio, donde la legislación fiscal había
contribuido a la degradación social del campesinado y la miseria y la inseguridad arrojaba a
los débiles en manos de los poderosos. Rouche no contempla en este proceso la posibilidad
de una censura proporcionada por las crisis y las invasiones, más bien al contrario, piensa
que en Aquitania esta evolución, comenzada a finales del imperio, continuó y se convirtió
en normal en época merovingia y a principios de la carolingia, a causa de la escasez de
mano de obra. La misma debilidad que puede incitar a los poderosos a incrementar la
explotación también podría hacer fuertes a los débiles.
Libertus o manumissus.
La Lex Visigothorum divide a los hombres en libres (ingenui) y esclavos (servi), y
no parece que esto sea una ficción jurídica. Añaden una categoría, en cierto sentido
intermedia, la de los manumisos o libertos (manumissi, liberti), antiguos esclavos a quienes
sus dueños, siguiendo prácticas romanas, habían concedido la libertad. pero había dos
modalidades de manumisión, advierte Rouche, la manumisión con patrocinium o sin ella.
Sólo esta última forma otorgaba la plena condición de hombre libre y ciudadano romano al
manumiso. La manumisión con obsequium pudo ser una fórmula de juristas, usada para
intentar salvar la contradicción entre el status jurídico de esclavo y la condición económica
de tenente o colonus de los servi casati. En este caso el manumiso adquiría el derecho a una
tierra y a un domicilio propio, y a testar, comprar, vender, dar y cambiar. Pero, al pasar el
manumiso a la defensio o patrocinium de un patrono, estos derechos resultaban, en la
práctica, enormemente recortados; quedaba vinculado a un dominus o patrono. Debía
obediencia y una renta anual al patronus, que era quien le juzgaba, adscribía a la tierra y
autorizaba el matrimonio y las transacciones de tierras, y, en caso de desobediencia, le
retornaba a la esclavitud.
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La esclavitud rural, en sus dos formas antiguas, la directa y la indirecta, debió existir
en mayor o menor intensidad en todo el mundo occidental.
Demostrada la existencia de las diversas modalidades de sujeción y explotación,
heredadas de la época romana, es menester dar un paso más e intentar calibrar su
importancia respectiva.
¿Cuál sería la imagen que obtendríamos del paisaje social agrario si dispusiésemos
de fuentes parecidas para todo el Occidente? Las dudas subsisten y con ellas la impresión de
que, en cuanto a las modalidades de explotación, el periodo que tratamos se caracteriza por
una cierta indefinición o transición entre el mundo antiguo y el feudal. (Carzolio en clase:
Solamente se puede decir esto hasta el siglo VIII, NO en el IX).
La pequeña explotación.
En el Occidente Altomedieval había pequeñas explotaciones ¿a quién pertenecían?
Podían ser propiedad de sus cultivadores o no. En el primer caso, el derecho individual del
cultivador propietario sobre su propia tierra, que la legislación romano-germánica
amparaba, podía resultar limitado por costumbres y derechos de carácter familiar, como los
que correspondían a la esposa en los bienes del marido; y en zonas de fuerte tradición
comunitaria, y quizá mayor impronta germánica, también podía resultar limitado por la
obligada sumisión del individuo a normas de disciplina colectiva que en aras del interés
superior de la colectividad, podían llegar a limitar las posibilidades de venta de tierras fuera
del colectivo. En el segundo caso, el cultivador tenía la tierra por un dominus al que pegaba
rentas y/o prestaba servicios.
La documentación de la época emplea palabras como campelli, locella, posesiones,
res proprietatis, mansus y mansellus. La novedad es el mansus, y su derivado mansellus,
que, desde el momento en que aparece en las Formulae Andecavenses, a finales del siglo
VI, ya no deja de figurar en las fuentes francas, aunque falta en las visigodas. Se utilizaba,
al principio, en el sentido de casa, es decir, de lugar de residencia (mansio), pero muy
pronto empezó a revestir, con más frecuencia, el de unidad de explotación y probablemente
también de cálculo, a efectos privados y fiscales.
El mansus aparece con frecuencia en relación con la villa o bien porque se
encontraba dentro de sus límites o bien porque la villa era definida por el número de mansi
que contenía. Generalmente se ha identificado a la villa altomedieval con el dominio, quizás
porque la han considerado heredera directa de las villas-explotaciones rurales del bajo
imperio (fundi), hoy parece razonable introducir algunas dudas en esta interpretación.
Actualmente se abre paso la idea de que la villa de la época germánica y carolingia, con sus
límites siempre perfectamente definidos en los documentos, era una demarcación de
carácter público y como tal, el espacio de encuadramiento de una comunidad rural. El hecho
de que personajes poderosos e instituciones eclesiásticas se presenten en esta época como
poseedores de villae puede, pues, revestir una significación bastante más compleja de lo que
comúnmente se creía: tanto podría tratarse de poderosos que sólo tuvieran derechos
públicos sobre villae, e incluso poderosos que acumularan en sus manos la totalidad o una
parte de los bienes y derechos públicos y privados. Hay que estar atento con el valor
polisémico de la palabra villa.
Sólo considerando la villa como una demarcación se comprende bien que hubiera en
ellas mansi que fueran pequeñas explotaciones libres, formadas por casas con sus campos,
prados, viñas, bosques y aguas, susceptibles de ser vendidas por sus habitantes y
cultivadores, sin previo consentimiento del dominus villae. Otros mansi, en cambio, eran
claramente tenencias dependientes y no alienables. Los habitantes de los mansi tanto podían
ser hombres libres como esclavos, aunque quizá por la naturaleza de la documentación
conservada, los primitivos mansi parecen mayormente habitados por servi y mancipia.
¿Qué hay al margen del gran dominio? Muchos historiadores, quizá, como
decíamos, por el equívoco sobre la palabra villa, han creído que el gran dominio era
omnipresente, pero otro han insistido en no olvidar la existencia de explotaciones de talla
modesta, que sobrevivían al margen de los grandes patrimonios y que, en muchos casos,
eran pequeñas propiedades independientes de todo dominio y autoridad excepto la del rey y
sus agentes. Esta propiedad campesina está bien documentada en las Formulae
Andecavenses y en Gregorio de Tours, que se refieren, por separado, a los elementos que la
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