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Jorge Gelman (1998)

UN GIGANTE CON PIES DE BARRO. ROSAS Y LOS POBLADORES DE LA CAMPAÑA

La idea dominante parece ser la del líder todopoderoso, despótico, alejado de cualquier control o sujeción a norma legal, que se asienta
sobre la crisis institucional que abre la Revolución de Mayo. Este perfil a nivel político se conjuga con el predominio de una economía
arcaica, la “civilización del cuero”, generadora de actores y de prácticas sociales bárbaras. Se trataba de una sociedad bipolar,
estancieros y gauchos, donde éstos últimos llevarían las de perder, convirtiéndose contra su voluntad en trabajadores sujetos a la
autoridad, amenaza y protección del estanciero. Esta imagen prevaleció en la mayor parte de la historiografía, aunque algunas
importantes excepciones de hace un par de décadas y sobre todo la historiografía más reciente, la tienden a matizar o francamente
cuestionar. Se discute tanto la capacidad absoluta de Rosas u otros líderes provinciales para manejar esos territorios y sus poblaciones
de manera discrecional, como el nivel del predominio social y económico que habrían tenido como parte del grupo de los grandes
terratenientes del período. En esa primera mitad del siglo XIX, al igual que en el XVIII, las pequeñas y medianas explotaciones
agrarias siguen siendo una realidad incontrastable, aunque es verdad que ahora deben convivir con algunos grandes estancieros, muy
poderosos en relación a sus homónimos coloniales. Sin embargo, los grandes estancieros y el estado no actúan sobre un vacío sino
sobre un mundo rural muy complejo, con una fuerte presencia campesina, que reconoce oda una serie de prácticas desarrolladas
durante décadas que se resisten a desaparecer y con las cuales deben lidiar y muchas veces negociar.

La construcción de un emporio estanciero


A mediados de la década del ’30 cuando se disuelve la compañía que lo incluía, el gobernador queda como propietario particular de un
enorme complejo que incluye la estancia de San Martín en el partido de Cañuelas, otro estancia que compró en el partido de Monte en
1836, llamada la estancia de “Rosario” y una estancia al exterior del Salado, llamada “Chacabuco”. A esto se debe agregar el
saladero/matadero que Rosas tenía en su cuartel general de Palermo, que con las otras propiedades constituían un verdadero complejo,
que realizaba las más diversas actividades agrícola-ganaderas, articuladas entre sí desde Buenos Aires y que convirtieron al
gobernador en uno de los mayores empresarios rurales del período. Las actividades que se desarrollaban en las estancias de Rosas eran
de los más diversas y cada una de ellas tenía que ver con las características del terreno, la cercanía relativa de los mercados y a su vez
con la articulación ente las mismas al interior del complejo. Obviamente, el destino final de la mayoría de los productos era Buenos
Aires. Las estancias de Rosas, si bien siguen en su orientación productiva un perfil similar al del resto de sus coetáneos, introducen un
elemento nuevo, totalmente desconocido en el período colonial, que es la magnitud de sus estancias. En medio de un paisaje social de
la campaña, que continúa siendo esencialmente dominado por pequeños y medianos pastores y agricultores, emerge un pequeño, pero
muy poderoso sector de enormes estancieros, encabezado por el gobernador.

El gobernador, sus estancias y los pobladores de la campaña


La historiografía en general tuvo pocas dudas sobre el poder político de Rosas, su capacidad para manipular a la población rural, sus
peones o el resto de los pobladores. Rosas mismo, en algunos de sus escritos más tempranos, aún lejos del poder, se encargó de
fomentar una visión criminal de la población rural más pobre y de proponer algunas soluciones. Aquí tenemos todo un programa para
la imposición de un nuevo orden estanciero, que pretende liquidar las prácticas que los pobladores rurales reconocían como legítimas:
desde la población en un terreno ajeno, al acceso a ciertos recursos que se consideran comunes como las nutrias o la leña de los
montes, hasta ciertas actividades por cuenta propia desarrolladas por los peones. Sin embargo, el gobernador, al igual que sus
antecesores, encontró límites muy serios en su accionar. El primer nivel de estos límites tiene que ver con la propia crisis política
posrevolucionaria, que va colocando progresivamente al mundo rural como uno de sus principales actores. La llamada anarquía, la
sucesión de gobiernos, las luchas civiles, y la necesidad de construir una nueva legitimidad en que fundar un nuevo aparato de
dominación, obligan a los actores políticos a tomar en cuenta la abigarrada realidad que los rodea. El propio Rosas tiene que tomar en
cuenta esta realidad, y quizás ello es una de las claves explicativas de su éxito. La actuación de Rosas como estanciero, la relación que
establece con los pobladores rurales que se vinculan con sus propiedades, parecen confirmar este tipo de situaciones. A través de la
correspondencia entre Rosas y los administradores de sus estancias se reflejan las dificultades en aprovecharse plenamente de sus
propiedades por los condicionamientos que le imponen las prácticas de una sociedad rural compleja, donde el acceso a la tierra es
distinto al concepto moderno de la propiedad privada. Rosas a veces las va a tolerar, otras veces las va a tratar de reprimir. Uno de los
problemas más importantes parece haber sido la dificultad en fijar los límites de la propiedad, evitar las mezclas de ganado, la
invasión de sus tierras por animales ajenos y aún los robos de los propios. Rosas se seguirá quejando de la sustracción de animales de
sus estancias y más frecuentemente aún resultan los perjuicios por las mezclas de ganado y la invasión de sus tierras por animales
ajenos, que le comen sus pasturas y levantan sus animales. La sensación que brinda todo esto es que Rosas no puede disponer

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libremente de sus propiedades y debe tolerar, o no tiene más remedio que aceptar, que este tipo de situaciones se repitan una y otra
vez. Una de las soluciones principales que intentará el gobernador para limitar estos problemas es el recurso a los llamados
“pobladores”. Personaje de difícil definición, parece haber sido un habitante “tolerado” en tierras ajenas, que probablemente
desarrollara allí sus actividades independientes como productor, a cambio de una cierta reciprocidad con el dueño de las tierras. Esta
podía ser su disponibilidad para conchabarse en ciertos momentos del año en la explotación del propietario, o también cumplir la
función de constituir un límite entre la explotación del dueño y los vecinos o convertirse en un elemento que convalidara la propiedad
privada de quien le acogía. Esta necesidad de “poblar” los límites de las tierras, implicaba que el propietario no podía disponer de una
parte de sus tierras y pasturas y que muchas veces se puede encontrar un enjambre de pequeños o medianos productores que producen
por su cuenta, aunque condicionados también por el titular de la estancia. Y esto sucede en las tierras de Rosas, no sólo con los
“pobladores”, sino incluso con algunos de sus capataces y peones. Estos pobladores parecieran en cierta medida cuestionar los plenos
derechos de propiedad del titular legal de la tierra, quien se ve obligado a “recordarles” quien es el dueño. Y para lograr esto, a veces
tiene que realizar gastos importantes. Resulta claro entonces, que los pobladores terminan adquiriendo ciertos derechos sobre las
tierras que pueblan y la propiedad plena de los bienes que allí tienen. Y el dueño de la tierra, que les autorizó a instalarse allí, se ve
obligado a comprarles esos bienes, si no quiere que se instale en las mismas tierras alguien que no responda a los mecanismos de
reciprocidad acordados. Este mecanismo de la “población” no se produce sólo para que el propietario obtenga algunas ventajas, sino
que también genera situaciones que le perjudican y pueden poner en cuestión sus títulos de propiedad. Muchas de estas poblaciones no
son buscadas por el propietario, sino que son el resultado de las presiones de los vecinos, que buscan y se consideran con ciertos
derechos a solicitar hacer población en tierras ajenas que no estén suficientemente utilizadas.
La otra cuestión que limita la capacidad del propietario de utilizar plenamente sus tierras, tiene que ver con la mano de obra. Por otra
parte, algunos de los trabajadores dependientes de la estancia, además de los salarios que reciben o de algunas raciones, obtienen la
autorización del propietario de criar sus propios animales en la estancia. Esto es muy claro en el caso de los administradores, que
además de los abultados salarios que reciben, son productores en las tierras del gobernador. Obviamente esta tolerancia tiene que ver
con el problema de las dificultades de Rosas para conseguir y controlar la mano de obra que necesitaba para sus explotaciones.

Algunas conclusiones sobre la expansión agraria


Si los gobiernos poscoloniales debieron elaborar discursos y políticas que tuvieran en cuenta a los actores sociales que se habían
desarrollado durante décadas en la región para reencontrar la legitimidad perdida y fundar un nuevo orden, también los estancieros
debieron negociar permanentemente con los actores sociales mayoritarios del mundo rural en el cual querían imponer prácticas de
nuevo cuño, garantizar la propiedad privada plena de la tierra, conseguir mano de obra y expandir la producción pecuaria plena en
gran escala. La imagen tradicional de esta expansión era la del latifundio ganadero, acompañado por la llegada al poder de algunos de
sus mayores representantes, enfrentados a una población rural que se quería someter a conchabo, para lo cual se recurría cada vez más
a distintos métodos coercitivos. Sin embargo, estudios recientes empezaron a poner de relieve la continuidad en la presencia de un
número destacado de pequeñas y medianas explotaciones agrarias durante toda la primer mitad del XIX, que parecen dominar el
paisaje social, si no económico de la campaña. Y si bien el peso económico del puñado de grandes propietarios no puede ser
subvalorado, tampoco se puede cerrar los ojos a esta testaruda persistencia de la pequeña y mediana explotación familiar. Vale la pena
señalar las dificultades del gran propietario para rentabilizar sus estancias por una serie de factores muy variados y muy fuertes. Por un
lado, la coyuntura climática con importantes sequías en los años ’30 y ’40, así como la coyuntura política con los sucesivos cortes de
tráfico portuario por los bloqueos y los casi ininterrumpidos conflictos civiles, que podían paralizar la producción y el comercio por
tiempos prolongados. En este marco y dada la abundancia de tierra y la presencia campesina, la mano de obra es escasa y muy cara. El
progresivo fin de la esclavitud y el fracaso en el mediano plazo en imponer formas alternativas de mano de obra coactiva no le dejan
más alternativas al propietario que recurrir a los peones libres, que también demuestran saber negociar sus condiciones de vida. El
orden estanciero y de expansión de la gran propiedad privada se choca a cada instante con los hábitos, las costumbres, que durante
décadas los pobladores de la campaña habían reconocido como válidos para garantizar la reproducción social. Si la relación que Rosas
establece con los pobladores, peones y vecinos de sus estancias puede ser definida como clientelar, el contenido de esa relación
parece ser más complejo de lo supuesto. La imagen del estanciero todopoderoso, así como la del caudillo político que construye
arbitrariamente sus herramientas de poder, adquieren así nuevos matices. La crisis del orden colonial, no parece permitirles actuar
sobre tabla rasa, sino quizás todo lo contrario. Recuperar la paz perdida, el orden, que les permita a la larga cambiar las relaciones
sociales de la región, les impone adoptar estrategias muy complejas, que muchas veces parecen ir en sentido inverso al orden
estanciero que muchos de ellos podían desear. Las políticas estatales favorables a los grandes propietarios no pudieron vencer ciertas
lógicas e incluso tuvieron que respetar, a veces, el peso social y político de los campesinos. Un mundo campesino que, a su vez,
permite entender mejor los espacios de negociación de los peones y valorar sus conquistas.

[Jorge Gelman, “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la campaña”, en Noemí Goldman – Ricardo
Salvatore (compiladores), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 2005 (1998),
pp. 223-240.]

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