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Introducción
Después de mucho camellarle Bogotá finalmente logró reformar el Código de Policía.
Esta es una norma que afecta profundamente la vida de la ciudad, la cual está hecha de
infraestructura, de cosas que se dejan atrapar fácilmente en fotografías, pero también
está formada por el comportamiento de las personas y por la manera en que éstas se
relacionan entre sí. Me refiero a la ciudad que cumple las normas, es decir, al respeto
que tiene un ciudadano por otro cuando le cede el paso o cuando espera a que cambie el
semáforo para cruzar. Se podría decir que el Código de Policía es la aplicación de la
Ley y de la Constitución a las actividades propias del día a día: regula los ámbitos
cotidianos del vecindario, del espacio público, de la movilidad, de la plaza de mercado,
de la seguridad, de la solidaridad con los niños y con personas con limitaciones. Dicho
de otro modo, el Código recoge y actualiza lo que al ciudadano común y corriente le
ordenan muy diversas leyes. En términos generales, se trata de una herramienta de gran
utilidad para los municipios porque facilita la interpretación y la aplicación de la ley de
acuerdo a sus necesidades específicas, poniendo al alcance de la ciudadanía una lectura
de las normas que sea más afín a la cotidianidad y a los problemas de la ciudad.
Por el Acuerdo 68 de 2002 con el Concejo, Bogotá fue declarada como territorio de paz
y todos los 20 de enero como día de la vida y dignidad humanas. Por una bellísima
casualidad, la promulgación del Código de Policía tuvo lugar el 20 de enero de 2002,
constituyéndose en algo así como un primer mojón para comenzar a delimitar el
territorio de paz. A este respecto una pequeña digresión: la palabra ‘país’ proviene del
latín ‘pagus’ que significaba mucho tiempo atrás ‘mojón’, ‘palo’ o ‘roca’, algo que sirve
para marcar límites, para diferenciar lo que es nuestro de lo que les pertenece a los
vecinos. La relación de vecindad aparece alrededor de los mojones; más allá de éstos
está lo extraño. En este sentido el lenguaje tiene una memoria que a veces olvidamos: la
misma raíz de ‘país’ es la raíz de ‘paz’, de ‘pacto’. Poner este primer mojón del
territorio de paz será una manera de ejecutar y de cumplir con ese Acuerdo del Concejo
y será también una manera de reconocer que la ciudad se caracteriza por una relación
muy impersonal, donde el pluralismo radical (la libertad de pensar distinto, de tener
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religiones, ideologías o perspectivas políticas distintas) es posible porque existen
derechos y deberes claramente delimitados, más allá de los cuales cada uno tiene una
vida libre. Cuánta más cercanía física haya, decía Max Weber, habrá más distancia
moral. Esto quiere decir que en lo moral podemos ser muy distintos, pero para ello
muchos temas tienen que ser estrictamente reglados y aplicar a todas las personas. Las
reglas impersonales permiten evitar los abusos de unos ciudadanos contra otros y son la
base de la convivencia en la gran ciudad.
Además de los avances en construcción de infraestructura, durante los últimos diez años
Bogotá ha tenido una importante transformación en términos del comportamiento
ciudadano. Gracias a lo anterior ha aumentado considerablemente el cumplimiento
voluntario de la ley y la comprensión de los derechos y deberes ciudadanos. En este
sentido el Código pretende reunir y consolidar los principales logros que ha tenido
Bogotá en materia de cultura ciudadana y cultura democrática, y en la construcción de
convivencia. En pocas palabras, la sociedad ya está preparada para reconocer y afianzar
sus logros pedagógicos y de comportamiento ciudadano en un nuevo código de policía.
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Autorregulación y mutua regulación
En este nuevo Código las sanciones jurídicas y policivas son vistas como el último
remedio, cuando no funcionan otros mecanismos como la voz de la conciencia y la
regulación social. El cumplimiento de las normas debe partir de la propia convicción y
no del temor al castigo. Esa es la base, ese es el piso, ese es el mojón del territorio de
paz. De este modo, el Código favorece la autorregulación personal que se da cuando
cada cual sigue la norma por coherencia con sus principios (y al no hacerlo siente
culpa), y promueve la mutua regulación cultural que se produce cuando los ciudadanos,
mediante su reconocimiento o su censura, impulsan pacíficamente el cumplimiento de
normas por parte de los demás (generando vergüenza en el incumplido). Este último es
un instrumento de suma importancia para corregir amablemente el comportamiento
ciudadano, con el que uno le puede decir al vecino, “la basura no se pone así, la basura
no se riega por ahí”. Pedagógicamente no sólo importa el cumplimiento, importa
también –y mucho– las razones por las que las personas cumplen. En la medida en que
las cuentas con la ley, las cuentas con la conciencia y las cuentas con la comunidad se
complementan, fluye más fácilmente la convivencia. En este sentido el nuevo Código
establece con especial énfasis sanciones pedagógicas e instrumentos para la formación
ciudadana, con el propósito de activar todos los mecanismos que promueven el
cumplimiento de los deberes ciudadanos. En resumen, lo que queremos es educar a la
gente para que no sea necesario sancionarla.
Corresponsabilidad
El Código de Policía es un código de ciudadanía, por eso lleva el subtítulo “Normas de
Convivencia Ciudadana”. ‘Policía’ proviene de la palabra griega ‘politeia’ que
significaba precisamente ‘ciudadanía’. Posteriormente se utilizó en un sentido más
restringido para designar a la administración civil y eso derivó hacia la acepción
moderna de orden público. Existe pues una relación estrecha entre ciudadanía,
administración y policía. Lo anterior, sumado a la gran diversidad moral, filosófica y
religiosa de una ciudad, es lo que se articula en este código para la convivencia
ciudadana. Es necesario tener en cuenta que el cumplimiento del Código depende tanto
de la acción de las autoridades como de la adhesión de la ciudadanía: el grado de
cumplimiento de las normas y el logro mismo de los objetivos de la ciudad es tarea
conjunta de ciudadanía y autoridades. Dicho de otra manera, la convivencia es un
compromiso compartido, es un compromiso de corresponsabilidad.
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Solidaridad
Buscamos también que el Código fortalezca las relaciones entre los diversos actores de
la ciudad. Ustedes verán artículos que tienen que ver con el comportamiento solidario,
con el manejo de las situaciones de emergencia, con el apoyo al menor de edad. Todos
estos son desarrollos de la idea de que existen ciertos deberes ciudadanos entre
desconocidos. El Código está basado en la capacidad de adherir a los derechos del otro,
valorar incluso sus intenciones y proyectos con un gran respeto. Hay gente que piensa
que los únicos deberes son con la familia y eso no es cierto, los deberes ciudadanos van
mucho más lejos. Por ejemplo, los comportamientos que favorecen la seguridad de los
peatones y los conductores (art. 90 y siguientes) comienzan por aprender a cruzar las
calzadas por los lugares adecuados (puentes peatonales, cebras, etc.). Para los
conductores uno de los comportamientos favorables es “no salpicar a los peatones al
pasar por los charcos” y “no parar a curiosear en los accidentes”. Al transporte público
se le prohíbe, entre otras cosas, desvarar el vehículo mediante inyección manual de
combustible.
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Deberes y derechos ciudadanos
Una manera de ver el Código de Policía es como una puerta de entrada al Estado de
Derecho. Se hizo una correspondencia cuidadosa entre derechos y deberes ciudadanos,
y se intentó mostrar la interrelación de ambos, es decir, el hecho de que el cumplimiento
de los deberes es fundamental para garantizar la validez de los derechos. Esto tiene que
ver, de nuevo, con la idea de corresponsabilidad, en el sentido en que el Estado no
puede garantizar plenamente los derechos sin el acompañamiento y el apoyo de la
ciudadanía. En el tema de seguridad, por ejemplo, el deber de colaborar con las
autoridades es fundamental para prevenir actos violentos y criminales y, por tanto, para
fortalecer el derecho a la seguridad y a la convivencia pacífica. Se trata de reconocer
que los objetivos trazados por la sociedad sólo pueden ser alcanzados mediante la
acción eficiente de las autoridades estatales y un comportamiento ciudadano acorde a
los deberes. Dicho de otro modo, el cumplimiento de deberes es una manera de
cuidarnos los unos a los otros.
El Código promueve una opción por la civilidad que se expresa en que por educación o
por formación moral las personas pueden respetar ciertos límites de manera voluntaria,
es decir, sin depender de la acción correctiva. Uno puede encontrarse con gente que
respeta la mayoría de las normas del Código sin haberlo leído nunca, porque le aplica a
sus relaciones de vecindad cierto sentido común y un alto sentido ético y de respeto por
los demás. Se trata del respeto por los derechos ajenos y de la autoimposición de límites
para no abusar de los propios. Más que de la Policía, la sanción debería venir de la
propia persona y de los demás ciudadanos. La Policía es como un complemento de la
conciencia y del control social: “Si tu conciencia no se pronunció a tiempo la Policía
interviene.” El ideal sería que esa intervención sólo se diera cuando es estrictamente
necesaria para enderezar los comportamientos. En este contexto también opera la
censura social, que puede ser expresada con la pregunta “¿qué nos pasa?”, que además
de facilitar la mutua ayuda para ser más consistentes también puede despertar la
conciencia cuando ésta empieza a adormecerse. Las 1.500 estrellas pintadas en las calles
de Bogotá, en los lugares donde peatones murieron cruzando una vía sin utilizar puentes
o cebras, recuerdan las consecuencias –en este caso muy dolorosas– de tomar atajos.
Estas estrellas tienen un signo de interrogación en el centro con el cual se invita a la
reflexión sobre los costos que pagamos cuando se adormece la conciencia e
incumplimos las normas.
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Mínimos legales y máximos éticos
En el Código se hace una distinción entre deberes y comportamientos que favorecen la
convivencia. Estos últimos son considerados como mínimos éticos y legales, es decir,
como lo mínimo que cualquier ciudadano debe hacer, y su incumplimiento da lugar a
medidas correctivas acompañadas de sanciones pedagógicas como la asistencia a
programas educativos o trabajo en obras de interés público. Los deberes generales, por
otro lado, son máximos éticos, son el fundamento para la construcción de convivencia y
constituyen las bases para la solidaridad. La exposición de los deberes tiene una
finalidad pedagógica y su cumplimiento depende de la conciencia de cada cual. Son
deberes generales, por ejemplo, auxiliar a víctimas y colaborar con las autoridades en
situaciones de emergencia (art. 8). En este caso se le pide al ciudadano que ayude, y
siempre que se tenga la oportunidad se le aclara cómo hacerlo, es decir, “no suba de
cualquier manera al herido al carro porque puede agravar su estado”. Son deberes para
fortalecer la solidaridad mediante los cuales se le dice al ciudadano “no pase derecho,
no se desentienda”, pero cómo decide la persona actuar sigue siendo un problema de la
ética individual. Si el ciudadano pasa derecho, no hay sanción, pero lo que sí hay es un
incumplimiento de un deber moral. En cambio, sobre el mismo tema, cualquier hospital
de la ciudad tiene la obligación –como comportamiento favorable a la solidaridad– de
recibir al herido que necesita atención de urgencias (art.29). Si un hospital no atiende a
un herido, sí hay sanción. Entonces en cada capítulo del Código se incluyen ambos
elementos: un listado de deberes generales y un listado de comportamientos que
favorecen la convivencia. Sólo el incumplimiento de estos últimos constituye
contravención y da lugar a medidas correctivas.
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voluntariamente con un 10% sobre los impuestos distritales. Pero, ¿cuáles son las
motivaciones y las razones para cumplir normas o para contribuir en una acción
colectiva?
Altruismo: las ciencias sociales nos enseñan que algunos ciudadanos lo hacen por altruismo. Hay
personas que colaboran en una iniciativa desinteresadamente o que cumplen una norma
aun si nadie más la cumple; hay personas que siempre llegan a tiempo, aun si ninguno
de los demás lo hace, y que llevan la tarea bien hecha aun si otros no lo hacen. Estas
personas pueden comportarse así por altruismo, simplemente porque quieren hacerle el
bien al otro.
Utilitarismo: mucha gente sigue las normas porque comprende que el beneficio inmediato al hacerlo
es mayor que el costo que esto implica. Las filas se organizan relativamente rápido
porque todos comprendemos que es la manera más ordenada y eficiente de establecer
turnos. Hoy en día casi no hay que vigilar el Pico y Placa para transporte público porque
los propios transportadores regulan su comportamiento y se regulan mutuamente. Ellos
comprenden que es mejor trabajar por turnos y entonces consideran que es un foul
irrespetar la norma: aquel que se le mete a uno en el turno sin tocarle es un
aprovechado, un colinchado, que se beneficia al no restringir sus horas de trabajo
mientras la mayoría sí lo está haciendo. En este caso existe un mecanismo de regulación
social muy claro.
Equidad: Existen otros casos en donde sucede algo diferente. Se trata de la gente que dice, “yo
cumplo la norma si todos la cumplen”. Este tipo de cumplimiento –que algunos llaman
de honestidad o de justicia– varía de persona a persona. Hay quienes dicen, “si la mitad
de la gente cumple la norma yo también lo hago”, otros esperan a que el 90% cumpla y
otros dicen “qué vergüenza, si ya 10% de la gente cumple la norma, entonces yo
también la voy a cumplir”.
Deber: Otras personas cumplen por un razonamiento muy interesante: “me gustaría una
sociedad en donde todo el mundo se comportara de esta manera, y aunque por mi propia
cuenta no puedo transformar la sociedad, sí está en mis manos cumplir la norma (algo
así como poner mi granito de arena)”. Eso es lo que algunos autores llaman el kantiano
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cotidiano, el cual diría, “es deseable una sociedad en la cual nadie anduviera armado y
por lo tanto yo no voy a portar armas”.
En resumen, las razones para hacer acciones colectivas y para cumplir normas son un
poco diversas y lo destacable de las sociedades desarrolladas es que las diferentes
motivaciones se van alineando y a la larga deja de importar la razón específica por la
cual la persona decidió cumplir la norma. En un proceso de estos lo importante es
promover el cumplimiento o la colaboración desde los diferentes puntos de vista,
activando los diversos mecanismos que llevan al individuo a participar.
Con las normas sucede algo similar: lo óptimo para el sujeto egoísta y oportunista es
que todos los demás cumplan y él no. Hoy en día comprendemos mejor la lógica de la
acción colectiva y comprendemos la relación entre esta lógica y la del cumplimiento de
normas. Estamos en una ciudad que aprendió a ahorrar agua y que está aprendiendo a
respetar la vida. A este respecto hemos dado un salto significativo en el cumplimiento
de ciertas normas específicas. Si hace diez años me hubieran dicho que más de la mitad
de los conductores en Bogotá cumpliríamos con la norma de usar el cinturón de
seguridad, porque entendemos su beneficio, y que incluso nos produciría incomodidad
subirnos a un carro sin amarrarnos, les confieso que yo me hubiera reído. Hace diez
años yo hubiera dicho “de aquí a que los bogotanos utilicemos el cinturón de seguridad,
o dejemos de armar nudos ciegos en los cruces, o respetemos la cebra, va a pasar mucho
tiempo...”. En la ciudad ya hay ejemplos claros de que podemos comprender las
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bondades de la acción colectiva y del respeto universal a las normas. Por eso creo que
con el Código tenemos una buena oportunidad para movilizar una nueva filosofía en
relación con las reglas y de aprovechar algunos de los avances de la ciudad en este
sentido.
A pesar de que en muchos auditorios me he encontrado con la idea pesimista de que los
demás obedecen la ley por temor al castigo, sigo creyendo que mucha gente en la ciudad
obedece la ley porque la entiende. El Código establece, por ejemplo, que no se deben
lavar los carros con jabón en sitios donde el agua fluya al sistema de alcantarillado
pluvial o de aguas naturales (art.59). ¿Por qué no? Muchos de nosotros lo hemos hecho
y además sin tener la más mínima idea de que estábamos haciendo algo indebido. Hasta
hace un tiempo esa agua jabonosa llegaba por el sistema de agua lluvia a los mismos
caños y salía al río Bogotá. Hoy en día en ya casi la mitad de la ciudad el agua lluvia es
recogida, separada y conducida a humedales. Entonces quien lave el carro sin tener esto
en cuenta puede estar contaminando un humedal, en el cual, por lo demás, la ciudad ha
invertido muchos recursos.
Otro caso interesantísimo de respeto a las reglas es Transmilenio. Allí se tiene una
nueva infraestructura y una nueva tecnología, pero también se ha desarrollado un
proceso educativo que acompaña la implementación del sistema. La movilidad urbana
no hubiera mejorado con Transmilenio como lo ha hecho, sin educación, sin los
procesos de acompañamiento, sin la labor del guardia cívico o del policía bachiller.
Entonces ahí ha habido un proceso integral, donde uno ve la productividad de la ciudad
aumentando gracias a la disciplina de la gente. Aprender a cumplir normas por
convicción no sólo nos hace mejores ciudadanos sino que nos hace también más
eficientes y productivos. La experiencia de Bogotá en la última década ha mostrado,
entre otras cosas, que la legalidad paga en el largo plazo. El hecho de que un policía no
tenga que vigilar constantemente el comportamiento del ciudadano es similar a que en
el trabajo no sea necesario tener un capataz o un jefe inmediato dedicado a verificar que
el empleado hizo el trabajo que debía hacer y con la eficiencia esperada. Si la sociedad
puede confiarle a uno como ciudadano que asuma sus responsabilidades, habrá sin duda
mejores condiciones para la convivencia ciudadana y para la productividad.
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Bogotá: ejemplo de convivencia y pedagogía
Así como la gente hoy en día admira Transmilenio, uno puede imaginarse que en el
futuro cercano y bajo el nuevo Código de Policía, Bogotá sea visitada, admirada y
observada internacionalmente por la manera en que reformuló la relación de la gente
con sus derechos más básicos. El nuevo Código tiene como principal objetivo promover
la convivencia en la ciudad y renovar el papel que juegan las autoridades en su
construcción, fortaleciendo facultades como la “orden de policía” y otros correctivos en
donde lo primordial no es sancionar sino enseñar y corregir el comportamiento. Se trata
entonces de un intento por situarnos en la frontera entre la pedagogía y el derecho. Sería
una maravilla que esto se materializara y seguramente veremos que el esfuerzo que se
ha hecho en Cultura Ciudadana en los últimos siete años servirá como un calentamiento
para implementar el Código de Policía con mayor madurez, cariño y generosidad por
parte de la propia ciudadanía. No sobra recalcar que así como es importante poder
visualizar orgullos materiales, de infraestructura, etc., también es muy importante que el
mejoramiento de la educación se traduzca en un modelo de convivencia. Con lo anterior
se envía además una señal muy clara a una sociedad que puede caer en algún momento
en la tentación de creer que sólo a punta de garrote, sólo represivamente, se puede
gobernar e implantar el orden en Colombia. Pretender que la gente obedezca las normas
sólo a través de castigos representa costos demasiado altos para la sociedad, es como
aumentar el costo a la desobediencia, en vez de mirar cómo se movilizan estos
mecanismos de interés, de altruismo o de racionamiento inductivo para aprovechar de la
mejor manera las diferentes motivaciones y regulaciones que llevan a las personas a
cumplir y a cooperar.
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simplificada, el Código está más cerca del camino que han seguido países europeos que
del camino norteamericano. El modelo norteamericano está fundamentalmente centrado
en el castigo.
El nuevo Código de Policía es un producto colectivo como ninguno de los que he visto
aprobar en el Concejo de Bogotá. No hay un solo Acuerdo del Concejo que haya sido el
resultado de tantas discusiones, deliberaciones y consultas a organizaciones ciudadanas.
Participaron en la primera etapa, antes de que el proyecto llegara al Concejo, 86
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organizaciones no gubernamentales, 56 gremiales y sindicales, 122 colegios públicos y
privados, 15 universidades, 50 miembros de la Policía Nacional y las 42 entidades
distritales. Durante el debate con el Concejo hubo decenas de organizaciones que
intervinieron, pidieron la palabra y estuvieron atentas a la discusión. Se consultaron en
total 917 entidades y asociaciones y la ciudadanía tuvo el documento a su disposición
en los sitios de Internet de la Alcaldía Mayor y la Veeduría Distrital.
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Principios del nuevo Código de Policía
El texto del Código busca ser consecuente con los siguientes principios:
• El valor de la vida y dignidad humanas.
• El respeto a los derechos de los niños y las niñas: se trata de una innovación para
ajustarse a lo establecido en la Constitución. La tesis constitucional sobre la
prevalencia de los derechos de los niños no estaba en el Código anterior y conviene
introducirlo e implementarlo a través del nuevo.
• La libertad y la autorregulación. Aunque la libertad se puede leer desde la
perspectiva de los derechos, también se puede comprender desde el punto de vista
de la autorregulación, es decir, “entre más me autorregulo más libre puedo ser,
porque la sociedad tendrá menor necesidad de someterme a la presión de las
sanciones”. La ampliación de la autorregulación y de la mutua regulación gracias a
la cual la gente se comporta bien –por su propia iniciativa o por control social– es
una ampliación de la libertad.
• La igualdad de todos ante la ley.
• El respeto mutuo dentro del respeto por la diversidad: hemos encontrado que
jóvenes con mayor respeto a la diversidad tienen menor probabilidad de sufrir o de
infligir violencia, tanto como para llegar a acuerdos como para resolver problemas.
• La primacía del interés general sobre el interés particular.
• El sentido de pertenencia a la ciudad: si todo esto funciona bien debería producirse
en el país una emulación en la expedición de códigos de policía para lograr niveles
muy detallados de convivencia y de respeto a la ciudad.
• La solidaridad y la confianza: estos son fundamentos para la convivencia y la
seguridad ciudadana.
• La solución de conflictos mediante el diálogo y la conciliación.
• La responsabilidad de todos en la conservación del ambiente, el espacio público y
el patrimonio cultural.
• El fortalecimiento de los estilos de vida saludable. Con lo anterior damos un paso
adelante en lo que son las políticas mundiales de salud pública. Cada vez más los
organismos de salud pública consideran que son los municipios, por su cercanía a la
gente, los que pueden impulsar estilos de vida saludable.
• La vocación de servicio de las autoridades de policía. Esto debe reflejarse en la
aplicación de sanciones –tanto en la parte más represiva como en la parte
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preventiva– a través de la “orden de policía” que es la manera de corregir el
comportamiento ciudadano a través de una orden directa que imparte la autoridad
de policía y que el ciudadano debe obedecer de inmediato.
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ciertas multas por trabajos en una obra de interés público. La otra innovación es que se
creará un registro con fines estadísticos y también para trabajar sobre el tema de la
reincidencia. Se trata de una especie de base de datos que simplemente permite
reconocer reincidentes y que permite también hacerle un seguimiento estadístico a las
infracciones, para evitar algo con lo que frecuentemente se encuentran las autoridades
de policía en la ciudad: por ejemplo, llevan a cabo el cerramiento de un establecimiento
para encontrarlo abierto al día siguiente, sin que esto represente mayores sanciones para
el propietario. En el nuevo Código de Policía se establece con toda claridad (art.173)
que en casos como el anterior la reincidencia puede conducir al cierre definitivo del
establecimiento comercial. Por otra parte, de acuerdo con el Código de Policía no se
exigen indemnizaciones por las contravenciones. De este modo, no se genera el circuito
jurídico para enfrentar situaciones que no lo requieren. Se trata de justicia eficiente,
acompañada de la invitación a reparar los daños ocasionados. Es decir, si alguien
rompió una ventana, el policía tan sólo se acerca para advertir, “señor, usted debe pagar
la ventana que rompió”, y se asegura que lo haga.
Conclusión
El Código en su conjunto es un reductor de la cultura del atajo en sus expresiones más
cotidianas. Este manual de convivencia busca, mediante un esfuerzo pedagógico,
corregir aquellos comportamientos en los que las personas le dan prioridad a la
obtención rápida de resultados por encima de la obediencia a normas. La cultura del
atajo es esa costumbre de perseguir metas u objetivos por el camino fácil. Cuando un
alcalde local pone en las plazas de mercado de su localidad, como lo recomienda el
Código, una balanza para facilitar el control de pesos y medidas, realiza una acción
concreta contra el atajismo. Cuando la ciudad, con ayuda del Fondo Vial Nacional,
marca estrellas en cada lugar donde en los últimos cinco años un peatón ha encontrado
la muerte al ser atropellado, indica claramente las consecuencias de lo que literalmente
es coger por un atajo. No comprar y no vender en espacio público son también maneras,
complementarias entre sí, de luchar contra la cultura del atajo. Al estudiar este tema con
detenimiento se destaca lo siguiente: la venta en el espacio público no es una solución a
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los problemas de desempleo, al contrario, ocasiona perdidas en el comercio formal, el
cual por lo demás sí paga impuestos y la seguridad social de sus empleados. Es
necesario encontrar soluciones a problemas como el del desempleo dentro del marco de
la legalidad y en un respeto por lo público. Enfrentar la costumbre de tomar por el
camino más corto sin importar las consecuencias –comenzando por los
comportamientos más cotidianos– puede ser muy importante para luchar contra otros
atajos más graves como la violencia o la corrupción.
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