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2 unidad, 3 semana

Luchas de esclavos contra esclavistas

Por: E. Sharevskaia y E. Shteerman.

Los esclavos odiaban a sus explotadores y mantenían contra ellos una incesante guerra sin
cuartel. “Los esclavos jamás serán amigos de los señores”, escribió Platón. Los romanos
tenían inclusive un proverbio que decía: “Tantos esclavos, tantos enemigos”. En la lucha
contra sus señores, los esclavos recurrían a diversos métodos. Despreciando las dádivas que
el dueño les concedía por el esfuerzo y la buena voluntad, trabajaban lenta y
descuidadamente, rompían los instrumentos de trabajo y estropeaban el ganado.

LA FUGA DE ESCLAVOS Y LA CRUELDAD DE LOS SEÑORES

En cuanto se presentaba la ocasión, los esclavos se fugaban. Destacamentos especiales de


guardianes salían en su busca. Toda persona que hallara un esclavo ajeno estaba obligada a
devolverlo a su dueño, bajo la pena de una gruesa multa. Si el señor sospechaba que un
esclavo intentaba fugarse, le ponían un collar con este letrero: “¡Detenedme; soy un
fugitivo!”. A continuación figuraban el nombre y las señas del amo.

El dueño podía encadenar al fugitivo e incluso destinarlo a pasto de las fieras. Pero el peligro
no detenía a los esclavos. Todos confiaban en ocultarse en un país extranjero y vivir en
libertad. Durante las guerras, se pasaban en masa al enemigo. Por ejemplo, en el año 413
antes de nuestra era, 20,000 esclavos se pasaron de las filas atenienses a las espartanas que
luchaban contra ellos, en la pugna entre Atenas y Esparta, otra ciudad-Estado del sur de
Grecia.

No es raro que los esclavos, llevados a la desesperación, dieran muerte a los señores
excesivamente crueles. El filósofo romano Séneca (siglo 1 de nuestra era) señalaba con
sentimiento que a todo señor amenazaba constantemente el peligro de perecer a manos de
sus esclavos, y que eran más las personas caídas víctimas del furor de los esclavos que del
furor de los reyes.

EL BANDIDAJE

A veces ocurría que algunas decenas o centenares de esclavos fugitivos se agrupaban para
atacar las caravanas de comerciantes y hasta las mismas villas. Las autoridades castigaban
con particular crueldad a tales “bandidos”; los descuartizaban en el sitio en que los detenían,
sin siquiera juzgarlos. Pero el bandidaje no cesaba. La gente y los esclavos rurales ayudaban
a los bandidos a ocultarse de los soldados, los escondían y les proporcionaban comida.
Existen leyendas que ensalzan a capitanes de bandidos. Una contaba que, ya en los siglos VI y
V antes de nuestra era en la isla griega de Quíos, muchos esclavos refugiados en los montes
hacían salidas para atacar las casas de los señores. Su caudillo, Drímaco, amedrentó de tal
manera a los señores con sus afortunadas operaciones, que los obligó a concluir un acuerdo
con él. Se comprometían a llevar sus pleitos con los esclavos al tribunal de Drímaco y
someterse a sus decisiones.
Otro de los caudillos más célebres de bandidos, a comienzos del siglo III de nuestra era, fue
Bulla, a quien llamaban “El feliz”. De toda Italia acudieron junto a él numerosos esclavos y
pronto formaron un grupo de seiscientos hombres. Bajo la dirección de Bulla, realizaron
exitosamente varias operaciones. Despojaban de sus bienes a los ricos y ayudaban a los
pobres. Destacamentos de soldados salieron en su busca y se ofreció una fuerte recompensa
por su cabeza. Mas no era fácil capturarlo. En una ocasión, se vistió de jefe militar y sus
hombres de soldados; luego anduvieron libremente por diversos lugares durante largo
tiempo, aparentando ser un destacamento enviado en busca del propio Bulla. Otra vez,
disfrazado de anciano campesino, se presentó a un jefe militar y se ofreció a enseñarle el
refugio del tan buscado caudillo. El jefe aceptó, lleno de júbilo. Bulla le llevó a lo profundo del
bosque, al mismo campamento de sus bandidos, y sin hacerle ningún daño le puso en
completa libertad, encargándole dijera a los señores que se portaran mejor con sus esclavos y
así éstos no huirían para unirse a los bandidos. Sólo la traición de una mujer, a la que Bulla
amaba, permitió su captura por los soldados.

PARTICIPACIÓN DE LOS ESCLAVOS EN LA LUCHA DE CLASES DE LOS HOMBRES


LIBRES

Cuando la lucha entre los pobres y los ricos alcanzaba la mayor agudeza, transformándose
en abierta guerra civil, los esclavos se incorporaban a ella. La falta de combatientes hacía
que ambos bandos trataran de atraerse a los esclavos de su lado, ofreciéndoles la libertad. A
veces, en Grecia, los jefes populares -cuando tomaban el poder por cierto tiempo- declaraban
realmente libres a los esclavos y les entregaban bienes que pertenecían a los señores
expulsados o huidos. Esto les granjeaba el odio de los ricos. Expresando esos sentimientos, los
escritores y oradores solían pintar con tétricos colores la crueldad de los “tiranos”
nombrados por el pueblo. Describían cómo los “generosos” señores se retiraban de sus fincas
en medio de la miseria, mientras la “plebe” y los esclavos se apoderaban de sus bienes y
obligaban a las esposas e hijas de sus antiguos señores a humillantes matrimonios con
esclavos. En realidad, eran los señores los que reprimían cruelmente a los esclavos
sublevados. Todos los que habían tomado parte en la lucha al lado de los “tiranos” eran
crucificados.

Los jefes de diferentes movimientos recurrían también a la ayuda de los bandidos durante las
guerras civiles que se producían en Roma. Compraban y armaban a los gladiadores,
formando con ellos destacamentos de su guardia personal. Otros enviaban sus agentes a los
campos itálicos y a las tabernas urbanas, para ofrecer la libertad a los esclavos que se
incorporaran a sus tropas. Los esclavos creían en las palabras de esos agentes, especialmente
aquellos que iban a intervenir bajo la bandera de la defensa de los pobres, y abandonaban en
tropel a sus señores para ayudar a quienes les prometían la libertad. Pero sus esperanzas
nunca se cumplieron. Después de valerse de ellos, los falsos libertadores sometían de nuevo a
los esclavos.

Así fue como a mediados del siglo I antes de nuestra era, se desencadenó una guerra
sangrienta entre Sila, dirigente del partido de la nobleza y Mario, jefe del partido popular.
Mario, derrotado y deportado por Sila, al cabo de algún tiempo regresó secretamente a Italia
y, después de reunir a su gente, pidió ayuda a los esclavos. Estos llegaron desde muchos
sitios al campamento de Mario y lucharon valientemente contra sus antiguos señores. Pero
cuando Mario triunfó, sus partidarios decidieron que los esclavos eran demasiado rigurosos
con sus antiguos dueños, ya que los mismos compañeros de Mario eran también esclavistas y
temían que sus propios esclavos dejaran de obedecerles. Una noche, rodearon el campamento
y asesinaron a todos los esclavos que les habían ayudado a lograr la victoria.

Augusto, el primer emperador romano fue de una crueldad extraordinaria con los esclavos.
Antes de encabezar el imperio, debió sostener largas guerras contra otros pretendientes al
poder supremo del Estado. Uno de sus enemigos más fuertes, Pompeyo Sexto, conquistó la isla
de Sicilia. En torno suyo se agruparon todos los enemigos de Augusto. Como necesitaba
soldados y marinos para su importante flota, Pompeyo admitía con gusto incluso a esclavos
fugitivos. Tras una larga lucha, Pompeyo fue derrotado y huyó. Augusto prometió
solemnemente perdonar a todos los que se refugiaron en Sicilia, y admitió en su ejército a los
esclavos que lucharon a las órdenes de Pompeyo. Pero, pasado cierto tiempo, envió a todos
los campamentos sendas cartas con la indicación expresa de abrirlas el mismo día y a la
misma hora. En ellas se ordenaba a los jefes desarmar a todos los esclavos de sus unidades
que hubieran pertenecido al ejército de Pompeyo. Sin sospechar el ataque, los esclavos fueron
sorprendidos y entregados a la venganza de sus antiguos amos. Se reunieron cerca de treinta
mil. Aquellos pertenecientes a los señores ya desaparecidos fueron ejecutados en las ciudades
de donde habían huido. Esta traición aseguró al emperador gran popularidad entre los ricos
y nobles esclavistas de Italia. Todos los intentos de los esclavos por liberarse, mediante su
participación en la lucha entre los libres, terminaban siempre trágicamente para ellos.

INSURRECCIONES DE ESCLAVOS

Los esclavos se levantaban en lucha abierta contra los esclavistas. En Grecia no hubo grandes
movimientos de este tipo, pero en Roma se produjeron bien pronto focos aislados de
rebeldías. En el primer período de la historia de Roma, aprovechándose de las guerras de los
romanos contra las tribus vecinas y de las discordias internas, los esclavos organizaban
conspiraciones, para incendiar la ciudad y asesinar a los señores. Pero los insurrectos eran
aplastados rápidamente.

Tuvo importancia, por ejemplo, la conspiración organizada por los prisioneros cartagineses
convertidos en esclavos el año 199 de nuestra era, después de la segunda guerra de Roma con
Cartago, poderoso Estado esclavista del norte de Africa con el cual -durante el siglo III y
principios del II antes de nuestra era- Roma sostuvo tres cruentas guerras. Los prisioneros
que se hallaban en la ciudad itálica de Setia entraron en relaciones secretas con los esclavos
de algunas ciudades vecinas. Decidieron que durante las fiestas inmediatas matarían a los
señores y se apoderarían de las ciudades. Pero fueron denunciados al gobierno por dos de los
confabulados, a quienes se recompensó con la libertad y una cantidad de dinero. Cerca de
quinientos implicados fueron apresados y ejecutados. El Senado ordenó mantener a los
demás prisioneros en la cárcel y ponerles grilletes de no menos de diez libras de peso.

Desde mediados del siglo II antes de nuestra era los levantamientos de esclavos conmovieron
a todo el mundo esclavista. El primer movimiento insurreccional de esclavos verdaderamente
importante tuvo lugar en Sicilia (años 137-132 antes de nuestra era). En esa fértil provincia
dominaban los grandes terratenientes locales y extranjeros y existían extensas plantaciones
esclavistas, a diferencia de Italia, donde predominaban las villas relativamente pequeñas. En
sus campos trabajaban masas de esclavos encadenados y marcados con hierro candente,
originarios de Siria y otros países del Asia Menor. Sicilia era a la sazón el principal granero
de Roma. Una décima parte de la cosecha iba a parar gratuitamente al tesoro romano; otra
décima parte, los comerciantes estaban obligados a venderla al gobierno a precios bajos.

Para satisfacer esas exigencias de los romanos y, además, enriquecerse, los terratenientes
explotaban con especial saña a sus esclavos. Los obligaban a trabajar más de lo que
permitían sus fuerzas, los mantenían en un estado de semiinanición y les aplicaban los más
rigurosos castigos por la mínima falta. Los esclavos huían, formaban grupos y asaltaban los
caminos en procura de alimentos y ropa. Por último, comenzaron a prepararse para una
insurrección general, encabezada por el esclavo sirio Euno, que había pertenecido a un tal
Antion.

La insurrección estalló en la ciudad de Enna, en las plantaciones de Demófilo, rico esclavista


de extrema crueldad. Cuatrocientos de sus esclavos acudieron a Euno, declararon que no
podían esperar más y decidieron actuar inmediatamente. Bajo su jefatura se armaron, y
luego asaltaron y se apoderaron de la ciudad. Los demás esclavos de Enna se unieron a ellos.
Los insurrectos se hicieron fuertes en la ciudad y proclamaron rey a Euno. Los más capaces y
arrojados formaron el consejo real. Se destacó entre ellos el griego Ajeo, quien en tres días
armó a 6,000 personas con hachas, lanzas y hoces y comenzó con ellos la marcha. No tardó
en mandar un ejército de 10,000 combatientes.

Un grupo de 5,000, encabezado por el esclavo Cleón, dirigente de otra insurrección que había
triunfado a su vez en la ciudad de Agrimento, siciliana también, se unió a Euno quien nombró
a Cleón segundo jefe de los esclavos. El ejército de rebeldes crecía con asombrosa rapidez.
Treinta días más tarde llegaba a 200,000 hombres. Además de los esclavos se incorporaron a
sus filas los propietarios arruinados, los campesinos sin tierra. Los esclavos ocuparon
algunas ciudades de Sicilia, dieron muerte a los propietarios ricos y confiscaron sus tierras.
Los pequeños propietarios fueron respetados.

Las tropas enviadas por los romanos sufrían derrota tras derrota. Durante cinco años los
invencibles legionarios romanos no pudieron triunfar sobre los insurrectos. Por último,
asediaron la imponente fortaleza de Tauromenia, refugio de los sublevados. Los sitiados
sufrían un hambre terrible, pero no se entregaban. Sin embargo, la traición de uno de ellos
abrió a los enemigos las puertas de la ciudadela. Los esclavos apresados fueron torturados y
lanzados a un precipicio de rocas sobre el cual se alzaba Tauromenia.

Después, las tropas romanas avanzaron hacia Enna y la sitiaron también. Cleón intentó
romper el cerco, pero fue derrotado y pereció en el combate. Aunque las fuerzas de los
sublevados disminuían, los romanos sólo pudieron tomar Enna mediante una nueva traición.
Cuando los soldados irrumpieron en la ciudad, muchos insurrectos -para no caer en manos
de los vencedores- se mataron mutuamente. Los 20,000 esclavos apresados, murieron en la
cruz. Euno fue arrojado a una prisión subterránea, donde no tardó en morir entre horribles
torturas.

A pesar de la cruenta derrota sufrida, 30 años después los esclavos de Sicilia volvieron a
levantarse. Por entonces ya había aumentado de nuevo el número de esclavos. Al principio se
sublevaron pequeños grupos, que gradualmente se unieron en destacamentos y formaron
una tropa de 6,000 comabientes. Los esclavos eligieron por rey a Salvio que, como Euno se
consideraba experto en magia y oficios religiosos. El ejército crecía rápidamente. Salvio
exigía de sus soldados que hicieran constantemente instrucción militar. Cuando tuvieron la
cantidad suficiente de caballos organizó, además de la infantería, un destacamento de
caballería de 2,000 hombres. Después de derrotar al gobernador de la isla, que les presentó
combate, se equiparon con buen armamento.

Otro jefe de un grupo de 10,000 esclavos sublevados fue Atenión. Buen organizador, aceptaba
en su destacamento sólo a los esclavos más fuertes y combativos. Los demás debían trabajar
en las haciendas ocupadas por los sublevados. Los romanos confiaban en que entre Atenión y
Salvio comenzaráin las discordias y la lucha por el poder, pero Atenión por propia decisión
unió su ejército al de Salvio y se subordinó a éste. Los esclavos lograron conquistar una gran
parte de Sicilia. Los señores permanecían en las ciudades bien defendidas, sin atreverse a
salir fuera de sus murallas; además, temían que los esclavos de la ciudad se unieran a Salvio
y Atenión. Salvio eligió como capital la ciudad-fortaleza de Tricala. Allí se le construyó un
palacio. Todo lo hacía previa consulta con el consejo elegido por los insurrectos. Cuando
murió, nombraron rey a Atenión.

La guerra entre los romanos y los insurrectos se prolongó 4 años (del 104 al 101 antes de
nuestra era). Pero cuando en uno de los combates Atenión fue muerto en duelo por el jefe
supremo de los romanos, su ejército perdió ánimos y sufrió una dura derrota. Los
sobrevivientes retrocedieron a Tricala. Los romanos cercaron la ciudad y, al no poder resistir
los rigores y calamidades del cerco, los esclavos se rindieron.

Asustados por las insurrecciones de esclavos, los terratenientes sicilianos renunciaron a las
grandes plantaciones. Se quedaron con un reducido número de villas, y arrendaron el resto
de la tierra en pequeñas parcelas. Los esclavos de Sicilia fueron sometidos a un riguroso
control. Se les prohibió tener armas, bajo pena de muerte. Se conoce el siguiente caso: En
cierta ocasión, el gobernador romano de Sicilia llegó a la finca de un rico propietario.
Deseoso de agasajar a tan distinguido huésped, el anfitrión ordenó servir en la comida un
enorme jabalí. El gobernador se interesó en saber quién había dado muerte a la peligrosa
fiera. Supo así que lo había hecho un esclavo de la casa. El huésped mandó que lo llamaran.
El esclavo se presentó confiando recibir elogios y algún premio. -¿Con qué has matado a la
fiera? -preguntó el gobernador. -Con una lanza -contestó el esclavo. -Entonces has violado las
leyes -dijo el gobernador, y ordenó que lo crucificaran inmediatamente.

ESPARTACO

La insurrección más grande y peligrosa para los romanos se produjo en la misma Italia bajo
la dirección de Espartaco (años 74-71 antes de nuestra era). Espartaco había nacido en
Tracia, antiguo país ubicado en el territorio de la futura Bulgaria. Por aquel entonces no era
aún provincia romana, pero sus reyes, dependientes de Roma, estaban obligados a proveer a
los romanos de destacamentos auxiliares. Cuando lo alistaron para las tropas romanas,
Espartaco huyó. Fue capturado y, en castigo, vendido a la escuela de gladiadores de Capua,
gran ciudad del sur de Italia. Este territorio era región de ricos pastos y grandes fincas. En
las tierras de los ricos vivían muchos esclavos, peones y pequeños arrendatarios que eran
campesinos arruinados. Incluso aquellos que aún conservaban su parcela eran pobres en
extremo y sufrían el despotismo de sus ricos vecinos. En la misma Capua, había no pocos
esclavos propiedad de los comerciantes artesanos y contratistas de obras locales.

En las escuelas de gladiadores había numerosos galos, tracios y germanos, fuertes y robustos,
aprisionados por los romanos. De naturaleza orgullosa y libre, sobrellevaban dolorosamente
la vida de esclavos. Estaban siempre dispuestos a sublevarse y a sacrificar hasta la última
gota de su sangre por la libertad, pero les hacía falta un jefe. Lo hallaron en Espartaco. Era
fuerte, arrojado, generoso e inteligente, y los esclavos lo querían y respetaban. Convenció a
70 gladiadores de su escuela para que se fugaran. “Es mejor -decía- arriesgar la vida en
busca de la libertad que morir en la arena del circo para divertir a los odiosos romanos”.
Asaltaron la guardia, se escaparon de los cuarteles y huyeron de la ciudad.

Por el camino tropezaron con carros cargados de armas para los gladiadores de Capua. Los
detuvieron y se apoderaron de las armas. Luego se retiraron a las montañas del Vesubio
donde establecieron su campamento. No tardaron en sumárseles esclavos y peones fugados
de las fincas cercanas. Los insurrectos se estuvieron organizando todo el otoño y el invierno:
preparaban alimentos, forjaban armas. Espartaco prohibió a los combatientes tener oro y
plata. No quería que el ansia de riqueza los volviera tan viciosos y rastreros como sus
antiguos señores. Pero ordenó traer todo el hierro y cobre que se pudiera hallar para
confeccionar armas. En pequeños destacamentos dirigidos por el mismo Espartaco y sus
ayudantes Erixo y Enomao, los esclaavos descendían del Vesubio y atacaban los lugares de
las cercanías y recogían cuanto precisaban para sus futuros combates.

Al principio el gobierno romano absorbido por su guerra contra Mitrídates y los españoles
sublevados, no prestó atención a los “despreciables” gladiadores. Pero cuando el ejército de
éstos creció y sus ataques fueron en aumento, se intranquilizó y envió contra ellos una fuerza
de tres mil hombres. Las tropas se instalaron en el único lugar viable hacia el Vesubio,
sabiendo que los demás sitios eran inaccesibles por el corte de los precipicios, y esperaron
confiadas en la seguridad de vencer a los esclavos por hambre. Pero Espartaco dio muestras
de una iniciativa excepcional. Por la noche, en el más completo silencio, sus soldados
cortaron las parras silvestres que cubrían la ladera del monte, hicieron con ellas largas
escaleras y descendieron por el lado que sus enemigos menos esperaban. Penetraron en la
retaguardia de los confiados romanos y los derrotaron completamente. El propio jefe
romano estuvo a punto de caer prisionero y huyó vergonzosamente, dejando a Espartaco su
caballo.

La noticia de la victoria voló por las ciudades y fincas. el ejército de Espartaco crecía sin
cesar y contaba ya con 70,000 hombres. La insurreccón abarcó todo el sur de Italia. Los
esclavistas y el Senado se alarmaron seriamente. Temían que Espartaco y sus
amenazadoras tropas cayeran sobre Roma. Y en efecto, una parte de sus combatientes
proponía atacar precisamente esa ciudad. Espartaco, en cambio, consideraba que a pesar de
todo no lograrían tomar Roma. Propuso marchar al norte de Italia, atravesar los Alpes y
conseguir la libertad en tierras aún no conquistadas por los romanos. El desacuerdo entre los
insurrectos produjo la escisión. Un destacamento de 10,000 hombres, bajo la dirección de
Erixo, se separó del ejército principal y fue vencido y aniquilado por los romanos. Murió el
propio Erixo.
Pero rápidamente, los insurrectos recuperaron con creces las pérdidas sufridas. A los dos
años de iniciada la insurrección, Espartaco llegó a tener 120,000 hombres. Los sublevados
avanzaban más hacia el norte. El Senado envió contra ellos un ejército comandado por los
dos cónsules. No debían permitir que Espartado saliera de las regiones centrales de Italia.
Pero éste obtuvo de nuevo un brillante triunfo que abrió a los esclavos un camino directo
hacia el norte, a los Alpes. El gobierno, aturdido por la derrota, no pudo reaccionar ni
reorganizar sus fuerzas rápidamente.

Por causas desconocidas, Espartaco no aprovechó su superioridad. Quizá prevaleció la


opinión de aquellos que, embriagados por los éxitos, confiaban en conquistar toda Italia y la
misma Roma, o bien, Espartaco temió atravesar la parte norte, donde no había tantos
esclavos y preponderaban los campesinos acomodados, hostiles a la insurrección. Lo cierto es
que volvió sus tropas de nuevo hacia el sur y fraguó un nuevo plan: trasladarse a Sicilia y
encender allí la llama de la insurrección. Sabía que los esclavos de esa isla le apoyarían
gustosos. Cuando llegó al estrecho que separa a Italia de Sicilia, se puso de acuerdo con los
numerosos piratas que entonces había en el Mar Mediterráneo, acordando el uso de las
embarcaciones necesarias para el paso de su ejército a Sicilia. Mas a última hora supo que los
piratas lo habían traicionado. Los soldados de Espartaco comenzaron febrilmente a
improvisar balsas. Pero una tempestad las destrozó, arrastrándolas mar adentro.

Entretanto, avanzaba hacia los insurrectos un ejército al mando de Craso, un destacado


político y uno de los mayores potentados de Roma. Cuando se hizo cargo de las tropas,
comenzó por matar a uno de cada diez soldados que habían sido derrotados por Espartaco.
Los romanos solían restablecer así la disciplina y la capacidad de combate de sus huestes
después de sufrir una derrota. Craso se proponía encerrar a Espartaco en una ratonera:
ordenó abrir una zanja en el istmo que unía el continente con la lengua de tierra ocupada
por el ejército de insurrectos y que esperaba allí su embarque para Sicilia. La zanja fue
fortificada con barreras y muros. Los insurrectos quedaron aislados del continente. Los
líderes tocaban a su fin.

“Es mejor morir por la espada que de hambre”, dijo Espartaco a sus soldados. Decidieron
abrirse camino a través de la zanja, las fortificaciones y el ejército de Craso. Con tal
propósito, una noche tormentosa, en que la borrasca no dejaba ver, Espartaco ordenó cegar
un pequeño trozo de la zanja con ramas y hojarasca. La mayoría de sus combatientes pereció
en encarnizado combate con los romanos, pero una tercera parte logró atravesar la zanja y
salir a la retaguardia del ejército de Craso. Parecía que la fortuna volvía a sonreir a esos
valerosos hombres, pero aparecieron de nuevo divergencias entre ellos. El ejército se escindió
y una de sus partes fue fácilmente aplastada por Craso.

Por último, como los esclavos ya no tenían combatientes para cubrir las bajas, Craso -tres
años después de la fuga de los gladiadores de Capua- se encontró frente a frente con el
ejército de Espartaco, muy poco numeroso entonces. El combate fue de una crueldad
extraordinaria. Los esclavos, sabiendo lo que les esperaba si sus enemigos los capturaban
vivos se batieron con un valor sin igual. Sesenta mil esclavos cayeron como héroes. Espartaco
mismo, herido varias veces, manando sangre, siguió combatiendo hasta que fue literalmente
descuartizado, de tal manera que ni siquiera pudo hallarse su cuerpo. Los propios romanos
dijeron que “el jefe de los esclavos había muerto como un gran general”.
Los seis mil insurrectos aprisionados por Craso murieron crucificados en las seis mil cruces
levantadas con ese fin a lo largo del camino de Capua a Roma. Tan sólo algunos pequeños
destacamentos de los soldados de Espartaco lograron salvarse. Diez años después todavía se
batían en guerra de guerrillas al sur de Italia hasta que fueron exterminados totalmente.

La gran insurrección de esclavos bajo la dirección de Espartaco pasó a la historia de la


humanidad como uno de los ejemplos más brillantes de la lucha de los pueblos oprimidos
contra sus opresores. Fue la última acción importante que los esclavos realizaron
independientemente. Respecto a esa epopeya, V. Lenin vertió esta opinión: “Espartaco fue
uno de los héroes más prominentes de una de las grandes rebeliones de esclavos”.

La fuga de esclavos y la matanza de señores continuaron. De vez en cuando se producían


pequeños disturbios que atemorizaban profundamente a los señores. La fuga de unos
cuantos gladiadores o la noticia de que algún impostor despertaba el interés de los esclavos
hacía ver de nuevo a Espartaco y a Atenión. Cada vez eran más frecuentes las voces que
aconsejaban no llevar a los esclavos hasta la desesperación, desviarlos de la insurrección con
atenciones y condescendencia más que por el terror impuesto por golpes y torturas. Pero no
encontraban eco en los señores y los emperadores -temiendo la insurrección de los esclavos-
se vieron obligados a fijar, a mediados del siglo II de nuestra era, cierto límite a la autoridad
de los señores. Los propietarios perdieron el derecho a matar impunemente a sus esclavos, a
mantenerlos toda la vida encadenados o en las ergástulas. Por dar muerte a sus esclavos
respondían lo mismo que por matar a los extraños. Sin embargo, si el esclavo moría por
haber sido apaleado y el señor juraba que no lo había querido matar, sino “corregirle”, se le
liberaba de culpa.

Estas fueron las concesiones ganadas por los esclavos en la lucha contra los esclavistas. Sin
ser muy significativas, tenían su importancia, el régimen esclavista estaba basado en el
completo y absoluto derecho del señor sobre la vida y la muerte de su esclavo. Sin ese
derecho, le era mucho más difícil imponer la sumisión a su esclavo y obligarle a realizar todo
trabajo, hasta el más duro y odioso. Las limitaciones legislativas del poder de los señores, por
débiles que hayan sido, socavaron en cierto grado aquel derecho. A partir del siglo III los
esclavistas tuvieron que cambiar también en alguna medida el método de explotación de los
esclavos, imperante en sus haciendas.

Así pues, la historia del régimen esclavista es al mismo tiempo la historia de una lucha
incesante de los esclavos contra los esclavistas, que tomaba diferentes formas: la resistencia
pasiva, el asesinato de los señores, la fuga, el bandolerismo y la insurrección. Esa lucha
mantenía en los esclavistas un pánico incesante y tal terror aumentaba en la misma medida
en que el trabajo de los esclavos desempeñaba un papel más importante en la producción.

Las contradicciones entre los esclavos y los esclavistas alcanzaron su máxima agudización en
los primeros siglos de nuestra era, cuando las relaciones esclavistas se habían desarrollado
hasta llegar a su plenitud. Los esclavistas, temiendo los disturbios de los esclavos en masa
tuvieron que hacer algunas concesiones que socavaron uno de los puntales esenciales de la
sociedad esclavista: el poder ilimitado e incontrolado sobre la suerte y la vida de los esclavos.
La heroica y multisecular lucha de éstos por su libertad conmovió los fundamentos del
régimen esclavista.

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