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Maestría: Ciencias de la Familia
Materia: Ética de la Sexualidad
Reporte: Sexualidad Humana: Verdad y Significado
del Pontificio Consejo para la Familia
El domingo pasado, 2 de marzo: día de la familia, fui con los míos a la Catedral Metropolitana a participar en la
Sagrada Eucaristía presidida por el Exmo. Cardenal Norberto Ribera. Mi papá insistió en llevarse el carro (gran error, por
el tráfico y las calles cerradas), no es que no se pueda subir en el metro, pero creo que lo hace más por protegernos a
nosotras (je, si mis hermanas y yo somos las que más vamos en transporte público). En fin, después de la osadía de
llegar a la Catedral y pasar por los “retenes de seguridad” del atrio, logramos entrar.
La Homilía fue muy emotiva y significativa para nosotros. El Cardenal habló de la necesidad de que las familias
caminen por la luz y que sean sanas, todos y cada uno de sus miembros para así establecer una sociedad igualmente
sana (como el lema del Congreso del pasado 15 y 16 de febrero). Después de una emotiva Liturgia de la Palabra, al
momento de darnos la paz, mi mamá me abrazó fuertemente y al oído me dijo: “¿ves que vale la pena luchar por la
familia?”
Sé que mi mamá es una pedagoga innata, y ahora he descubierto que también es una orientadora familiar “de
hueso colorado”. A lo largo de nuestra vida nos ha educado, sin saberlo, con los preceptos del Magisterio. Al leer la
Sexualidad Humana: Verdad y Significado me di cuenta de eso.
Muchas veces mi mamá fue criticada (no lo miento, hasta por nosotras) por mantenernos en nuestro “mundo
rosa”. Hasta los 11 años (según recuerdo), salí a ¡la tienda de la esquina! Y me invadía un gran miedo a las personas
extrañas. Hasta los 15 años mis hermanas no se atrevían a pedir un taxi para ir a algún lugar solitas. Hasta que entré a
la universidad me tocó regresar a mi casa en metro y transporte público. Sí, estamos en un mundo difícil, desviado del
concepto de la verdadera libertad y del amor. Pero gracias a la forma en que nos educó mamá, ahora podemos ser
todas unas mujeres conscientes de la realidad que son capaces de “volar sobre el pantano”. Muy a pesar de la
información que recibíamos en la escuela (recuerdo particularmente a mi maestro de biología de quinto de prepa que,
aunque íbamos en escuela de monjas, él se proclamaba abiertamente ateo e insensible a ninguna creencia), nuestros
valores y principios familiares siempre salieron a flote.
Por lo que sé, por lo que soy, he llegado a asimilar que el hombre y la mujer están hechos para complementarse.
Recuerdo especialmente una plática con papá en secundaria cuando empecé a descubrir que la “emancipación de la
mujer”. Apoyaba el feminismo y él me explicó que uno no es mejor que el otro, sino que son complementarios. ¡Con
cuanto amor recuerdo esa conversación!
Mis papás me inculcaron un amor y respeto a Dios, cuando crecí y tuve mi confirmación en la religión católica, mi
convicción de amar a Dios sobre todas las cosas y de ser su testigo en todos mis ambientes. Sé que mi misión en la vida
está relacionada con la extensión del Reino de Dios en la juventud; Él me ha dado herramientas para entender y explicar
su designio salvífico para con la juventud. Entiendo que el amor es un don en sí y el amar es donarse. Lo comprendo
con mi mente, lo quiero con mi corazón, y estoy decidida a seguirlo con mi libertad. Estoy dispuesta a luchar contra esa
“civilización que cosifica el amor y al amante”, quiero luchar por el amor conyugal y el don de la paternidad. ¿Cómo lo
haré? Siguiendo el precepto “el amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor
espiritual”. Esto se puede entender más claramente con la virtud del autodominio; es decir, el ser capaz de conducir mis
pensamientos y sentimientos para bien, de usar mi libertad para alcanzar la paz y la felicidad. Claro, todo esto por la
guía del Espíritu Santo, yo solita no puedo.
La pedagogía familiar con la que he crecido me ha forjado como mujer de Dios y agradezco infinitamente a mis
padres por los esfuerzos indescriptibles y tanto, tanto amor dado. Es por el ejemplo de mis padres que he aprendido el
testimonio de amor conyugal que soporta hasta los más terribles temblores, entiendo (porque lo he vivido en ellos) que
el amor humano, sensible y espiritual, es total, fiel y fecundo.
A través del ejemplo de mis progenitores, también he aprendido el amor a la educación, a la buena formación que
busca la verdad, la bondad y la belleza. Una de mis amigas del coro, que es mamá de dos jovencitas adolescentes (13 y
15 años) a menudo se acerca a mí a contarme sus problemas. Yo, como profesionista en la educación, la aconsejo con lo
que puedo, le doy a leer interesantes libros y hago mucha oración por ella. Pero lo mejor que pude hacer por ella fue
concertarle una cita con mi mamá. Ella sobrevivió a tener 3 hijas en “la edad de la punzada” al mismo tiempo, y no es
que seamos santas ahorita (distamos mucho de serlo), pero creo que ella está orgullosa de su trabajo como madre con
nosotras (con sus altas y sus bajas).
¡Qué importante es el papel de la mamá en la iglesia doméstica! Una buena madre tiene la gran responsabilidad
de educar a sus hijos en un ambiente de madurez cristiana para el perfeccionamiento de todos los miembros de la
familia. Que no se malentienda, el papel del papá es igualmente importante, ambos, primeros educadores, tienen una
gran labor sobre sus hombros. Es importante recalcar aquí el valor de la educación familiar respecto al tema de la
sexualidad. Acompañada de los valores de la castidad, la templanza, la prudencia, el pudor, la intimidad y sobretodo el
amor, la educación sexual dentro de la familia debe de darse a través de un diálogo personalizado de padre a hijo y de
madre a hija. ¡Qué ambiente tan más acogedor y tranquilizante es aquel que una buena relación filial puede
proporcionar ante la ansiedad de los cambios inminentes del cuerpo y la mente adolescente!
Vaya que no es trabajo fácil… Cuenta mi mamá que cuando estaba en la dulce espera de mi nacimiento, leyó
varios libros sobre bebés. Cuando cerró el último con aires de omnisapiencia del tema, nunca pensó lo que le esperaría.
¡Qué relajo es educar a una bebé tan latosa como yo! Siempre lo he dicho: los primogénitos somos los “experimentos”,
siguiendo el buen dicho de “echando a perder se aprende”. Sólo espero que si Dios me da la dicha de ser madre en
algún momento de mi juventud, también me dote de todo lo necesario (amor, sabiduría…) para poder ser tan buena
madre como la mía.
Ya para concluir este escrito, me gustaría comentar el ejemplo de vida de una santa madre. Después de la misa en
Catedral, tuve la oportunidad de adquirir la revista de marzo – abril de Inquietud Nueva. Hojeándola me encontré con un
artículo que no dudé en leerles a mi familia ya cuando estábamos descansando un poco en una cafetería sobre Madero.
“Una mujer canonizada estando vio el marido”: Santa Gianna Beretta Molla. Una “mujer maravillosa, amante de la vida,
esposa, madre, médico, profesionista ejemplar quien ofreció su vida por no violar el misterio de la dignidad de la vida”1
quien muere en 1962 por dar vida a su cuarta hija (a pesar de saber que su vida corría peligro, ella no decidió abortar a
su hija, sino darle vida). Lo que me sorprendió de esta santa es que, primero, no era una santa como las que
normalmente se nos presentan: consagradas en vida religiosa; dos, era esposa, madre, una mujer ejemplar; tres, ¡fue
canonizada en el 2004 estando presentes su esposo y sus hijos! ¡Qué gran ejemplo de vida y santidad nos ha dejado
esta mujer! ¡Qué esperanzas de llegar a ser sant@s nos ha dejado!
Pido a Santa María, siempre virgen, a su esposo San José y a su Santísimo Hijo Jesús que nos enseñen cómo seguir
el bendito ejemplo de su Sagrada Familia para estar en la tierra y acrecentar el Reino de Dios, para ser felices y
multiplicar nuestra felicidad a través del alegre contagio de la Buena Nueva.
1
INQUIETUD NUEVA; REVISTA CATÓLICA DE EVANGELIZACIÓN; AÑO XXIV; No. 140; MARZO – ABRIL, 2008; PÁG. 32 ‐34