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La dominicanidad y el problema del sujeto

(Algunas ideas sobre la razón dominicana)

Miguel Ángel Fornerín |

Hoy el proyecto de Juan Bosch es el de


uno o dos que reparten a cada uno de sus
seguidores lo que debe ser de todos.

Yo estoy aquí, pero no soy yo.


Bachata

Me propongo una conversación solitaria.


En estos días de carnavales librescos y
fantasmas del pasado que vuelven a
escenificar la comedia de todos. Donde,
unos pocos se sientan a la mesa y las
masas van a legitimar el robo y el
expoliamiento de los bienes públicos.

I. El dominicano asume un “nosotros” en


la conversación coloquial. Y ese acto de
habla nos lleva a preguntarnos: ¿por qué
el dominicano abandona la expresión
desde el yo y se refugia en un yo

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colectivo? ¿Será acaso porque esa apatía de sí implica un reconocerse en el
otro? O ¿será una máscara, un disfraz donde puede existir cómodamente?
Pienso entre otras cosas que el dominicano se esconde y se abandona. Y nos
muestra que no existe como sujeto, o más bien está en el proceso de existir
como tal. El yo parece muy pesado, algo difícil de asumir. Como si se
confundiera con el egoísmo.

II. La historia nos presenta un catálogo del yo dominicano. De la


construcción de la subjetividad y la conciencia del ser. La aspiración por el
ser colectivo la inicia en nuestra historia José Núñez de Cáceres. Él abre el
periodo largo (1821-1865) en el que el dominicano busca ascender a la
conciencia del ser colectivo, como criollo
que se siente distinto de lo hispánico o de lo
haitiano. La expresión de esa individualidad
del criollo frente al peninsular y el vecino,
la busca de esa colectividad y el ascenso a
la independencia política fue sumamente
contradictoria en José Núñez de Cáceres.

III. Desde el inicio del proceso de


independencia como aspiración a una
comunidad soñada, se puede notar la
inexistencia del yo dominicano. Esto así,
porque no se alcanza una subjetividad que
la avale. El romanticismo apenas lanzaba
sus primeros frutos, y no será hasta las
décadas posteriores que el romántico se
unirá en la construcción de discursos
simbólicos en los que se intentará construir
esa comunidad. Aunque iniciara por el reconocerse en una falsedad: nuestro
pasado indígena. El indigenismo de Angulo Guridi era esa falsedad a la que
el dominicano apelaba para construir una colectividad soñada desde el
origen, eso era tal vez el único referente mayor al que se podía apelar para
construir un pasado simbólico y ejemplar.

IV. Duarte y la Trinitaria, Duarte y la Filantrópica, fueron la obra grandiosa;


el segundo jalón en la construcción de una subjetividad dominicanista. Aquí
se unen romanticismo y expresión política al deseo de una comunidad. Lo
cierto es que esta nueva situación será la obra de un grupo minoritario. Para
sus contemporáneos y grupo de soñadores: flilorios. Sólo así la constancia y
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la determinación lo llevaron a fundar la idea de una nación dominicana,
mientras la colectividad se mantenía en lo suyo y el poder postulaba un
pragmatismo que lo mantenía en el abandono y el aislamiento. De ahí su
teoría de la dependencia. Debemos ser dependientes porque somos débiles y
pobres. También porque era más seguro que apostar a la comunidad soñada.

V. Al dominicano no le ha
interesado, en sentido general,
formar esa comunidad. Creo que
como consecuencia de que no ha
surgido él como un sujeto o actor
social. Más bien es un ser
folclórico que debe morir. El
dominicano se siente en el
espacio como un ser entre las
hojas, abandonado por España
desde su origen criollo,
abandonado por sí mismo por su
apego a tradiciones e intereses.

VI. La construcción de un Estado


dominicano ha sido una falacia.
Se ha intentado vivir una vida
falsa. Todo lo que parece ser en
lo social no es. Así el estado no
es Estado porque no es el
producto de una comunidad
política con vocación y
proyectos colectivos. Es la
realización de un conjunto de
relaciones, donde emerge la
individualidad sobre todo
proyecto de todos. El
romanticismo que se vistió de
indigenismo trató de formar esa nación. Angulo Guridi y Nicolás Ureña de
Mendoza son piedras angulares de la creación de una polis.
VII. La historia de la República Dominicana está fundada en la lucha por la
construcción de una nación o comunidad política. Está aspiración ha sido
abandonada y sólo subyace en algunas mentes conscientes o letradas. No en
actores verdaderos y de influencia decisiva en el accionar cotidiano, que es
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la política. Así, el
arte pictórico es un
desconocido para las
grandes mayorías, las
representaciones de
lo dominicano apenas
se promocionan; la
literatura, en su
origen es
desconocida y poco
publicada. Los libros
fundamentales son
desconocidos. El
dominicano muestra
poca preocupación
por conocer y reflexionar por su pasado, y cuando lo hace se queda en la
superficialidad o la repetición. Y eso se lo debemos a la educación
deformada que recibimos. El Estado no ha podido conseguir un sistema de
educación que pueda construir la comunidad soñada y cuando lo intenta se
queda en el antihaitianismo.

VIII. José Ramón López, ese controvertible y necesario pensador de la


dominicanidad, nos presenta frente a la alimentación. Decía que el
dominicano no se desayunaba, comía mal, pero cuando era invitado a una
casa hacía lo contrario. Ahí está la máscara, pero también una visión del
cuerpo y de lo social. Se puede estar en contra de López y atacarlo como lo
hizo Pedro Mir en La historia del hambre en República Dominicana y
pensar que no hizo sociología. Pero nos dejó una reflexión sobre lo
dominicano. Y su relación con la comida. Y es que el dominicano que López
nos describe apenas trabaja la tierra.
Es la República Dominica uno de los
países que actualmente tiene más
tierras sin cultivar y más gente
sentada en los colmadones. En La
paz en la República Dominicana,
López habla de lo laborioso que es el
dominicano. Pero también muy dado
a seguir caudillos. Y como ese
individualismo no hace comunidad
política. Los escritos de López, que
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hoy conocemos mejor que Pedro Mir, gracias
a las publicaciones de Andrés Blanco Díaz,
muestran la existencia folclórica del
dominicano y los pocos atisbos de su ascenso
a la condición de sujeto o actor.

IX. Desde su positivismo, como López,


Américo Lugo no se dejó engañar y desde
muy temprano entiende que el dominicano no
ha formado comunidad política, que no existe
políticamente la nación dominicana. Y que las
expresiones políticas que a diario formulamos
están dentro de un individualismo que
abandona el proyecto colectivo. Pues el
dominicano, entiendo yo, vive de espaldas a
él. Así que el “nosotros” de la expresión coloquial es un antifaz. Y ahí reside
su personalidad. La individualidad no es más que un interés personal que no
se suma en la creación de una comunidad de intereses. Con la lucha por la
salida de las tropas estadounidenses —en 1916-1924—, surge el cuarto gran
movimiento que potencia la conformación de la colectividad soñada. Los
planteamientos de Lugo y una minoría fueron barridos por el pragmatismo
de Jacinto B. Peynado y con su acuerdo termina el proceso largo por la
conformación de una comunidad política que iniciaran José Núñez de
Cáceres y Juan Pablo Duarte.
X. Desde 1924 hasta el presente, la
República no es más que una comunidad
intervenida, tutelada. Todo parece que
ha perdido su interés en formarse como
comunidad política independiente. No
bastan las acciones de los letrados y la
construcción de una subjetividad en el
arte y la literatura o las distintas
apelaciones a la cultura popular. El
dominicano sigue abandonado a su
propio destino de comunidad soñada.
Enmascara su individualidad y hace de
lo colectivo su propiedad. Usa el Estado
como su finca y en esto no hay
diferencia entre Báez Figueroa o
Chucho el que vende quinielas. La
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conciencia del ser colectivo no existe como acción política que potencie otra
República Dominicana. XI. es el creador más cercano que nos nuestra, en sí
mismo, el actor de una época en la que había que retomar el proyecto de
nación. El maestro fue sumamente firme y sumamente contradictorio. Vio la
historia de la pequeña burguesía como la historia dominicana. Y entendió la
política como la formación de un partido en el que se dominara a esta clase
social. La formación del PLD fue ese proyecto, a su muerte la pequeña
burguesía se había apoderado del partido y el pragmatismo triunfó de nuevo.
Como Santana y Bobadilla, frente a los trinitarios. La novedad del partido no
resultó, el dominicano está dado en su práctica social y esa no quiere saber
ni de disciplina ni estudios ni tan si quiera de proyectos colectivos. Hoy el
proyecto de Juan Bosch es el de
uno o dos que reparten a cada
uno de sus seguidores lo que
debe ser de todos.

XII. Bosch fue de los pocos


dominicanos que hablaron
desde su propio yo. Creó una
subjetividad y se constituyó en
actor. La ética, la puso por
encima de la política. No podía
colocar la política sobre la ética.
Y con la estética y la ética
abrazó a favor del proyecto
colectivo, desde su propia y
contradictoria individualidad. El
yo de Bosch siempre fue leído
como el yo de un soberbio.
Antes que todo, los que nos
acercamos a él sabíamos la
grandeza de su espíritu y de sus
actos. Bosch fracasó como
maestro, porque el pragmatismo
de ese ser que no llega a
constituirse en sujeto o actor, y
terminó enterrando sus
enseñanzas. Bosch fue el último
grande inspirado en las ideas de
Duarte y Hostos. Vivió en una
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República intervenida y actuó en busca de
una comunidad soñada, abandonada en las
mismas prácticas en las que se ha forjado la
dominicanidad.

XIII. No creo que Trujillo haya intentado


darle continuidad a las ideas de comunidad
soñada. No hubo un plan nacionalista bajo
Trujillo. La República ya estaba intervenida
y tutelada. Trujillo se aprovechó de las ideas
nacionalistas que los últimos positivistas le
prestaron. Trujillo intentó dominar el
individualismo folclórico que tenía su
historia en el Concho Primo. Y lo dominó
con la misma teoría del poder. Trujillo fue el
último caudillo rural y a su sombra vivió
Balaguer. Peña Batlle, en los últimos años
de su vida, le prestó todo el conjunto de símbolos y representaciones que se
generó en la lucha de la Pura y simple y a veces, como pensador solitario se
dio a la tarea de prestarle una voz al trujillismo, pero el trujillismo sólo
hablaba desde el Estado, la violencia y el poder. El nosotros construido bajo
el trujillismo no era más que la careta del yo democrático que apenas podía
surgir.
XIV. Balaguer es la suma de lo que han sido
los dominicanos frente al poder. Su propia
individualidad muestra, por un lado, la
práctica del sumiso y la del dictador. Balaguer
era él porqué todo lo que existe y es. Y por las
prácticas sui generis que estableció. Pero se
puede decir que Balaguer era Nadie. Era un
solitario. Como todo cortesano era sumiso y
en su sometimiento escondía su yo. Balaguer
era ausencia, como se puede apreciar en la
foto en la que conduce a la reina Angelita I, en
la Feria de la Paz en 1955. Balaguer no está,
era una tumba de silencios. Usó el poder con
fuerza y le atribuyó sus desmanes a fuerzas
incontrolables y los azares de la historia a la
Providencia (v. Vico, Bossuet, Herder). En la
Odisea frente al Cíclope, Ulises es Nadie; la
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estrategia de celada frente al
poder del cíclope da origen al
juego apelativo. La obra
ciclópea de Balaguer es la de
un Nadie. No se puede ser
sujeto desde el silencio. La
política de Balaguer es el
silencio del sujeto. El
dominio de las emociones y
el cuerpo físico como el
dominio de las diferencias y
el sujeto social.

XV. La subjetividad de Peña


Gómez es más compleja; se
debate entre su haitianidad no
asumida y su dominicanidad
jamás reconocda. Manifiesta
su individualidad, su propio
yo en el momento en que el
proyecto nacional está puesto
en crisis. Se cambia de padre
y de padrinos y abandona a su
maestro por que quiere brillar
“con luz propia”.
Lamentablemente no es así,
cede su liderazgo y le presta
su voz a la oligarquía. Intenta
dominar a la pequeña
burguesía sin un proyecto
político. Más bien con un
programa que no apela a los
proyectos históricos. Aun así, es un ser admirable. Luchó titánicamente en el
terreno de la otredad y nos plantea la forma en que el dominicano existe
frente al otro y su apelación al antihaitianismo y su bovarismo racial; del
cual Peña Gómez no pudo zafarse.
XVI. La dominicanidad, como conjunto de prácticas y apelaciones
simbólicas, es sumamente ininteligible si no vemos al dominicano en su
propio desarrollo o en su tránsito de ser en el mundo como ser folclórico
hacia el ciudadano y al sujeto. El mundo rural y de abandono en el que ha
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vivido, le dio una cotidianidad que caracteriza su estar ahí, su dasein. Atado
a las cosas con pocas posibilidades de usar o desarrollar su conciencia de sí;
el dominicano ha sido un ser en sí y no para sí, en la medida en que su
mismidad no ha pasado a la forja de una conciencia colectiva. De ahí que el
proyecto de la modernidad dominicana esté por realizarse. Esa modernidad
tiene que desarrollar al ciudadano, a un ser que deje su mundo folclórico
para vivir en la conciencia de un ser social dentro de una polis democrática.

XVII. En suma, la relación entre la dominicanidad y la subjetividad, como


condición del sujeto, se está dando de manera muy problemática. El
dominicano se construye como ciudadano y como sujeto a la vez. Y en
ambos aparece bastante problemático, pero no tiene otra alternativa. Solo
construyéndose como ciudadano y como sujeto podríamos hablar de una
dominicanidad política.
Por ahora, el
dominicano cuando se
asume como tal no es
más que una apelación
al folclore y no a la
construcción de una
comunidad soñada.

XVIII. Creo que la


relación que hoy guarda
el dominicano y la
eticidad es parte de esa
misma problemática. La
falta de conciencia de sí
y de conciencia de vivir junto al otro, la alteridad de su propio existir no
presenta a un dominicano que pretende vivir más allá del bien y del mal, sin
que esto tenga nada que ver con la filosofía de Nietzsche. De ahí que la
dominicanidad sea vista como disociadora y contraria a cualquier otra forma
de convivencia social. El dominicano, en sentido general, pocas veces encaja
en el otro. Y esto se puede estudiar a partir de los discursos sobre los
dominicanos en el exterior. Una eticidad sumamente problemática se
practica y se cuela en la impunidad que dan jueces y leyes y en los reenvíos
de valores que los federales hacen cotidianamente. No existe una ética
política ni una enseñanza familiar de los valores éticos y esto es central para
analizar cómo los dominicanos son vistos desde afuera.

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XIX. La modificación constitucional de poco resultará si el dominicano no
retoma su proyecto de comunidad soñada, si sigue disgregado en su propia
individualidad. Si el Estado no asume el papel que le toca y los dominicanos
no emprenden sus actuaciones como ciudadanos, pues la civitas es
fundamental para la realización de un
proyecto colectivo. La historia nos da
variaciones constitucionales de manera
reiterada. Sólo si hay una nueva educación y
una nueva ética; únicamente si ese
dominicano originario se muere y pasa a
constituirse en ciudadano y sujeto, podría,
entonces, una modificación de la Carta de
derechos llegar a ser significativa.

XX. Ser y o no ser, ese es el dilema. Andar y


no andar con rumbo cierto. Pensar y no
pensar lo vivido, soñar y no soñar que se
vive. Y ¿vivir para qué? Vivir sin luchar es
como no vivir o morir sin haber vivido.
Servir y no servir, es también pensar que hay
otro que te necesita o hay un lejano que
dejas. El dominicano deambula por otras
tierras, extranjero es allá y acá… A su
regreso, todo ha cambiado. Sólo la
experiencia del caminante le quedará, sólo el
polvo del camino. Así, esta reflexión será
importante en la medida en que me pone a pensar: ¿por qué no estoy aquí y
qué hago con mi allá?

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