Вы находитесь на странице: 1из 42

ORIENTE

Nacho Cebrian
ORIENTE
Son muchas las veces que el biombo de ORIENTE se ha desplegado
en el arte. Esta pretende ser una más. La lejanía de un lugar que parece no
pertenecer a nadie, una cultura que desde milenios respira, ocupa de forma
independiente la retina colectiva, empezó a forjarse durante el año pasado entre
lecturas de autores como Octavio Paz o, especialmente, José Lezama Lima.

Acercándola e incluyéndola en su obra, recuperan la simbología oriental durante


la segunda mitad del siglo XX en lengua castellana, con la misma facilidad con
la que se trae a la memoria el dibujo del pavo real y el panda sobre la tela del
batín. Aunque desde una familiaridad anterior a la de ellos mismos, la entendida
por Julián del Casal, la presencia de lo lejano en la poética latinoamericana ya se
hace presente desde el mismo planteamiento.
Casal, sin haber abandonado jamás la isla, convertía ritual el paseo en
kimono por la casa y reproducía la ofrenda del incienso a la deidad en su poética.
A lo mejor esa misma intención, la de extender de un lado a otro del mundo un
hilo sobre el que los objetos de las dos culturas caminen y se comuniquen, nace
este poemario y por eso, continuando la fila de hormigas que une uno y otro lado
de la imagen, de cara a la pared o sentado frente a todos los espacios posibles,
la percepción de lo alejado o lo próximo, de la inmensidad en el rincón íntimo del
poeta o en todo lo amplio del folio, encuentra un centro sobre el que orbitar.

En la intención de buscar ese eje, entender el metal de tiempo a tiempo


tendido, Oriente obedece más a una intuición que a exactitudes geográficas,
rituales o las combinatorias que ofrece la bolsa del Tao. Acercarse a lo que no se
ve, la posibilidad de ensoñar el templo en el interior del pájaro, queda en los ojos
afilados del que contrae la imagen y con ella la mirada, para observar desde los
borroso cómo los paisajes se confunden: en los mismos jardines, se ve caminar
al gigante cansado de Occidente sujetando el cuenco que hierve en la otra mitad
del atlas; sobre la cabeza sumergida en el estanque, vuelan la carpa y el enigma
de su paseo.
La posibilidad de pretender la poética desde la búsqueda y el juego,
hay que agradecerla a los años como discípulo del poeta Víctor Puertodán. El
mosaico de dar a conocer la obra de otros poetas y la suya propia, abrió la
muralla hacia Oriente. La ayuda de los poetas que allí nos conocimos y que
todavía tejemos juntos el caballo de lana, se ha encargado de cerrar las puertas,
al menos, de esta plaqueta.

Si esta selección de poemas pertenecientes a Oriente cuenta con


motivo, un propósito de recorrido, ese es el propio enigma que brilla en el
papel del farol, la boca encendida de la carpa que todavía cruza por encima del
estanque y la cabeza hundida: Una primera aproximación a las localizaciones,
cabalga hacia el rito que pretende renovarse; desde el manto de la leyenda,
el paseo abarca desde el despertar de El Elegido, a los más de ocho millones
de deidades japonesas encerradas en un único vaso de barro. Después, el
regreso de Oriente hasta el mismo mapa de direcciones aleatorias con el que
comenzaba el viaje.

Para quien espere del viaje a Oriente un tendedero de aforismos


o muletas oficiales, conocidas, el consejo es la compra de una brújula para
después situarla detrás de unos prismáticos: el horizonte y con él la realidad
quedarán desnudas, sin embargo, este trayecto pretende, desde la ensoñación
o al menos desde el escalón inferior que a la imaginación obedece, la opción de
un acercamiento con la misma facilidad con la que el retrato del pavo real y el
panda se fusionan sobre la tela del batín.

Nacho Cebrián
ORIENTE
Nacho Cebrián
“Vi lo que no vi,
pero ¿el ojo?
Precisó.

JOSE LEZAMA LIMA

“Oriente de cobre duro, fino y ensangrentado,


de tiempo a tiempo
tendido
de mundo a mundo.”

PABLO DE ROKHA
Orientaciones para el continente

De esa forma se desentiende el globo de Europa,


cada dedo y su anillo.

La punta de la bota obvia la costa y la medusa,


el diamante limítrofe de África.

Son cuatro búsquedas, una brújula, un cardinal;


el cardinal opuesto y la luciérnaga nórdica.

Son cuatro inviernos;


por cada cuatro un invierno,
la longitud de ese invierno
una cometa, su final de rombo y dos triángulos siameses
navegando sobre el aire.

Según el número elegido un hueco sólido,


un punto en el espacio
del espacio íntimo un punto,
una raqueta; la muela de oro en el Este
mientras el bótox en el cardinal opuesto,
el peso de los ejes que dominan la sintaxis
de la economía abierta a lo desconocido propio.

Desde Europa Europa queda lejos.


La brújula es el juego del papel coloreado.
Contemplación alucinógena en Oriente

La escafandra, los susurros alargados


como un ojo tailandés.

En Oriente se flambea un bol mientras las garzas juegan a los equilibrios,


el manantial de té retrasa la celeridad en calma del arrullo.
La catarata tila del kimono y la matriz,
se tranquilizan con las cápsulas homeópatas,
y las ondas que se estancan en paredes de parálisis helada,
en congelación del gesto, reproducen la instantánea
revelando de los témpanos el faro, que derrite los casquetes
a zancadas de homicida.

Mostrando la silueta previa al fuego, la caricia de los tigres


en bengala. Casi se sacrifica contra el muro
amaneciendo en un quejido el holograma del guerrero,
-2- igual de místico que el cuerpo de un dragón,
amarillento igual que el azafrán de China si es que en China,
fábulas brotando de las lágrimas,
armaduras, almendros portadores de futuro sonriente en el reptil
enajenado de los sables.

Tiembla la cola del mito en el tigre,


el letargo del hedor en el tatami y la caligrafía símbolo.
Tiembla la cola en prudencia de córnea sangrada,
de dragón, de impacto en lo rotundo de la técnica,
y no consuela propulsado el pulso pauso en el pellejo
desde el cielo a las estrías dilatadas de los mórbidos cachetes,
de los monaguillos vela no consuelan
los muslos que los observan en millones alejarse
con profundidad de punto, su trazado de cometa,
mota libre cuidadora de la zona donde mancha
un periódico a las órdenes del viento.
Polinesia

Allá los troncos horizontales,


los cilindros, los animales que únicamente reptan.

Se ha levantado una isla;


con aceite de ballena alguien ha decidido ponerla en pie,
decididamente aplicar arquitectura a partir de la herida
de un mamífero sobredimensionado,
el aceite violeta de su reflejo en el techo.

Un aceite violeta gravitante, un frasco,


el vaso donde flotan otros líquidos
formando un archipiélago de nubes,
cuando las ubres blancas siempre advierten,
recuerdan, de una mujer el antebrazo
descolgado en el asiento de un vehículo a motor,
la nuca de la lámina, la ballena y la sobredimensión herida en la ballena;
el brazo descolgado mientras con el otro lanza placton blanco
y pelotas de yeso, de nieve, que persiguen los animales mágicos
por el aceite y los archipiélagos de islas elevadas.

Allá, los cilindros y los troncos,


la animalística que repta cuando la mujer de pelo légamo,
de piel fosfórica relanza otra pelota, otra más,
a la que el animal no sigue,
pierde la pista a su medio trayecto recorrido;
pierde la pista cuando desaparece al otro lado de la nube
la lámina, la nuca cristalina de la orca a la otra parte de la isla
donde la pelota explota contra el suelo,
el perro que le pierde el rastro al látigo de esponja
desde el meteorito pálido del cráneo,
a lo cálido en la esfera inmensa de agua naufragada que espejea.
El animal no es cuadrúpedo, ya no es marino,
desde el momento en que despega de la mano mórbida
la bola blanca no es la orca,
es un pelicano rastreador de relojes,
pelotas en yeso que recoge en el escroto de la boca
las deshace y dice dulce, este balón es dulce como una bola de nieve,
esté balón sabe a azúcar igual que los contornos de las nubes,
y la burbuja lánguida del páramo oceánico.

Dice pestañas, azafrán y aroma de ventosas,


dice feliz e intuye que cuando la bola blanca revienta sobre los cilindros,
el órfico satélite de sangre ocupa el cielo: una luna violeta,
aceitosa y coagulada a la manera de la isla que resguarda una
ballena gravitante,
la otra parte del conjunto y su resbaladiza herida
que aparece y se evapora al mismo tiempo,
-4- el tronco atravesado y anulado por lo elemental del rayo.
Agua de vapor

Se necesita talco para restar brillo a las frentes,


los cántaros y las cubetas se llenan de la humedad necesaria
en el poblado de Hanoi.

La temperatura crece por encima de los hornos que cobijan todavía


leña ardida;
el adolescente, fogosamente hormonado
comprende porque su pene se ablanda igual que un mástil de cera,
cuando la figura de miel resbala ocupando térmicamente la entrada
de la casa, y humean colgados de los arpones
esqueletos de animales ordenadamente vertebrados.

Al frente de las tiendas, mientras los escaparates con mascotas vivas


registran temblores superiores a los del terremoto,
acarician fósforos a las orillas del río las paredes de papel,
y arden mostrando la desnudez de la muchacha vietnamita,
su sendero armónico, que trenza el músculo del ánfora
al abandonar la pileta de piedra.

Reluce con capacidad de ojo tras soportar el círculo de la linterna


el sudor del mercurio en los tubos de ensayo;
El soldado, aplica varios manotazos sobre la nuca de su compañero,
aunque las trompas afiebradas de los mosquitos hembra
la consigan impactar, después de haber atravesado el fruto
para enfermar a la cabra mascadora de tabaco.

La partitura sobre el fogón deshace su complejidad en granos individuales;


el arroz recién hervido levanta una gasa de vapor,
y el volante exactamente gaseoso de la bailarina oriental,
flota con mayor ligereza porque su blancura
otorga la misma profundidad al cuenco,
y su sombra en la pared dibuja a la paloma centelleante,
su testuz anacarada.
El horizonte gasea, la tierra atravesada por el rebaño de pieles
queda levantada colándose en la mirada de los mártires paseantes.
Nace una caña de bambú doblada para que mastique el koala;
el verdor del eucalipto, queda sin embargo en las zarpas
del panda vaporoso tras el impacto de la menta
sobre su paladar moteado.

La desnudez gaseada obliga a la danza


y la ciudad, se trenza en vapor aguado mientras la muchacha
se desenreda el nudo último del capuchón,
que cubre su trenzado boreal.
Al único que el polvo no le irrita la vista,
es al adolescente del falo derretido
del consumido velamen, porque ha quedado ciego previamente
al ver trashumar corderos,
la lana que también levanta polvo en el camino,
-6- cuando la muchacha, en su esqueleto ha abandonado la pileta,
para tejer y destejer el pañuelo de su cabello quebrado.
La amante y el telar de Alejandría

Thaís, al frente del Imperio,


un segundo,
Thaís al frente del espejo dibujándose la anatomía,
confusa ante las estrategias, ante la sensualidad del triángulo
que crece justo encima de sus ojos,
equilátero, con punta superior de ojo naciente.

Dos hojas de palmera se encuentran.


Una sola acostada en el agua, se duplica.

Mastica con cuidado el ciervo líquido las vainas del pasillo


para la alfombra verde;
el impulso de la clorofila,
se atraganta floreciendo en un jardín hecho de carne;
La dentadura de su cuidador terroso esputa, la propia arena
tose para el lenguaje y la pirámide, estructura una figura
no la grafía, el símbolo del colibrí,
que agita la velocidad del río allá en su frente de palabra,
la hélice volada del silencio,
la sábana que ha dejado un solo músculo con vida en el abdomen
del guerrero lógico, la lanza de Alejandro diluida
igual que cera mientras duerme
y tumba el lomo del león rocoso, las cordilleras de un caimán
apeado en su mandíbula de hambre.

Engulle el sol de la batalla el saltamontes y la ceremonia,


Tahís divisa el teatro mientras una tela gravita su cuerpo y lo embalsama
para la metamorfosis.
Piensa ya en la mariposa la estructura de la concubina,
le acaricia el paladar un revolotear del ángel,
el beso grávido para el que falta tierra,
el folio desde la manzana al grano que fecunda la túnica,
la declinación, el pecho ansiado y la madurez cristiana.
Egipto ama, Tahís,
la tela ama rabiosamente mientras envuelve
la espada del Magno,
la herida es un bastón para el camino,
la sangre del anciano es el anuncio de las letras,
Tahís, medita,
la sangre es el vestido del teatro y de los perros lobo,
oscuros, faraónicos, de Osiris por encima de la muerte,
de Anubis vigilando las compuertas que abren el cajón del miedo.
Thaís, su carne, la boca, el hábito y el puño violento
la sílfide de la columna, las diligencias,
el Imperio en un telar tela de araña,
y encima de la red cae un poeta, con su arpa mórbida la música,
el sueño del clásico y las islas necesarias
para la dominación al frente del espejo,
una silueta envuelta por un cuervo de alas rojas,
-8- otro triángulo,
con ángulo de lanza ojo naciente otro triángulo,
una figura que se decompone cuando reposa el general,
decide, imagina, sueña una figura que es Thaís,
que es Goliat pero no la grafía, no la forma,
al frente del Imperio una mujer,
al frente del espejo dibujada la anatomía del duelo
confusa ante las estrategias,
ante la ventana detenida frente a la sensualidad del triángulo
que crece justo encima de sus ojos con punta superior de ojo naciente,
dos hojas de palmera, una hoja en el agua,
la conversión del Nilo en un espejo, que diluye la figura de Alejandro
mientras duerme y rompe sosegadamente
el lomo ronco del león hecho de aire.
El llanto del niño y los tres hombres

El diluvio sobre el templo, el aguacero y su percusión en el tejado


según el tímpano de quien escuche, de los tres hombres que lo escuchen
refugiados bajo el ángulo del techo que no filtran las goteras.

Bajo el mismo ángulo descansa un niño balanceado


en una cuna de hojas,
lo envuelve una lámina de morera que le acaricia la piel,
con savia lechosa de alimento le acaricia la piel para los primeros días,
el pan del pecho ausente que huye con el abandono de la vaca
que lo amamantó hasta el disparo, el sagrado sacrificio y su herencia
vegetal, la envoltura de la hoja apezonada.

Sea cual sea la ubre que brille, en las tres que se alzan tersas
a la altura de la cumbre florece una voz, el llanto de cada una,
un pezón para la percusión distinta que golpea sobre el tejado del templo.

Los tres hombres reciben los impactos del chaparrón y el quejido,


el llanto adquiere pies, manos de cristal,
utensilios para desplazarse bípedo o a cuatro patas
por entre los matorrales;
el llanto forja yunques que se desestabilizan en los oídos de la fauna,
una escalera en los tímpanos de los árboles
que descomponen en tablas de flores y rocas,
el diluvio de cristal sobre el metal del techo, las goteras,
y la flores de piedra como los pies y las manos del llanto.

Ninguno de los tres hombres levanta la vista,


imaginan tormentas sobre torres que parecen flautas,
imaginan la historia del templo exacta a la de la gruta engullida
por la garganta rocosa, y por el agua del diluvio
que avanza a pasos agigantados.
El corazón del bandido, humea con la taza que sostiene el anciano
y el del anciano queda atravesado por el gusano de círculos,
con el que el monje levanta la palabra para redimir al hombre.

El otro sapo rojo, el del asceta, se hincha y deshincha en la túnica


como acto impuro, asalta carruajes, aniquila el vientre a la muchacha
oculta tras la gasa de envoltura y las tejas del templo,
la erosión del diluvio sobre las cañerías mientras el niño llora,
y su canto es insensible a los pantanos del perfume,
su canto es una lágrima que no resbala ni habla desde ninguna mejilla.

-10-
Kit-Shang y el amor en la mano de Sada

Púa a púa, cuando el Shamishen descorre las vendas del abdomen,


otro abdomen muestra su desnudez por vez primera,
y el ahogo engulle la hinchazón de una garganta.

Eres virtuosa
escribe el maestro oriental sobre el cristal del espejo,
el espejo que acoge los malabarismos de las niñas con los cascabeles.
Eres virtuosa y tu virtuosismo es el agua caliente
resbalando por la espalda del amo,
es el dibujo en el vaho de una tetera que hierve,
la habitación que conserva el olor a gravedades
y el olor tupido del amor, igual de tupido que el olor de la muerte.

Tatuado en el lóbulo, tirita un escorpión que busca la salpicadura


más allá del susurro, de la caricia íntima.
Comer vuelve los cuerpos pesados, da sueño,
por eso los alimentos deben también significar amor;
comer da sueño y el escorpión murmulla al oído que no queda tiempo
para que la nieve funda, para que el anciano muera congelado
por esperar una mano,
la mano con la que acarician los brazos de las Geishas los espectros,
blancos como la piel del Shamishen, las tres cuerdas del instrumento
y los ríos de saque, desde los pañuelos a la nuez
del hombre que semiasfixiado germina.

En la vagina de la ninfa hay escondido un huevo, y los cuerpos


desnudos de las geishas desatan los efluvios para deformar el suelo
hasta un desierto de carne.
La mujer sospecha que otra mujer da de comer a su marido
en la habitación contigua, y siente miedo porque en nada
se parece esa Okinawa a la del sexo previo,
a la del vendaje previo, a la cabaña y el lago.
Mira el sol, la amante mira el alimento, que resbala
desde el sexo sobre la nuca del amo igual que un farol de papel,
un beso líquido que expulsa acuclillada y cacareando los paisajes,
de la melodía turbia que desprende el Shamishen
púa a púa sobre el agua,
púa a púa los mordiscos de la cuerda en los pulmones,
los pasos previos a los estrangulamientos.

-12-
Miríada de Kami

Ocho millones de kami, la multiplicación del espíritu al servicio


o a la traición del hombre.

Hay dos espadachines en las nubes,


los progenitores del círculo incendiado y de la criatura de luz,
de otra dominadora de las aguas, y de una última, las cuencas vacías,
el ojo negro que después de picotear deja la urraca
en el tintero de la cara.

Si el licor ocupa la barriga del espíritu líquido,


y la fuerza de los maremotos llega a devastar el equilibrio
de los samuráis arriba en las montañas,
la bombilla de Amaterasu se encierra en el puño de Tsukuyomi,
y el fósforo del mundo se consume,
lo opaco de la luna cultiva la paradoja,
un perfil reflejado en el cielo cuando lo oscuro y lo pálido confluyen
en un cráter, un cráter tenue dentro del estómago de Tsukuyomi.

La cabeza después de la katana debe ser peinada,


maquillada, ofrecida al cielo líquido.
Susanoo ingirió líquido cuando él antes ya era líquido,
el comienzo de la miríada, de los kami,
de su infinito a lomos de un león de mármol verde.

No son la divinidad, se aproximan, juegan a la presencia en el mundo,


a servir o torturar al pueblo enfermo,
campesinos que mastican los arroces con la cuchara de palo
también entre los dientes, también entre los dientes
y en la grafía de la tela blanca
hay dibujada una cuchara de palo, una cabaña en llamas,
el símbolo del campo sobre las banderas,
el círculo incendiado que comienza en un espejo su declive
como Amaterasu,
que termina por declinar ante el espejo y devuelve la iluminación
al mundo, sucumbiendo ante el reflejo del cristal,
la espera apoyada en el árbol después del baile obsceno
de Ame-no-Uzume, su danza ante la asamblea de los dioses.

Cerca, también cerca la contorsión de Ame-no-Uzume


levanta las carcajadas de las divinidades.
Amaterasu se pregunta quién se ríe al otro lado de la puerta
y la atraviesa. Se confunde con lo embriagador de Ame-no-Uzume,
escapa del puño oscuro,
el puño de Tsukuyomi, y es el huevo llameante ante el espejo
lo que captura la luz y la duplica,
otro neón, un símbolo en lo indígena del pueblo.

Ocho millones de lagos, la miríada de kami, la espada en la cabeza


de la serpiente ebria, las cabezas ebrias de saque
-14- que descabezó Susanoo para después peinarlas y maquillarlas,
infinitamente, el comienzo de Japón en una espada
y en el brillo del futuro, sobre la joya que vestirá el nuevo
descendiente de la luz,
el que llegará con los tres símbolos para plantar arroz
con una cuchara de palo, una espada, quizá un espejo.

Amaterasu encabeza la multiplicación del espíritu.


Un sol oscuro y líquido levanta, sobre el tallado perfecto del león de
mármol, un imperio, sus templos,
su adoración a la miríada de voces.
Color

En el suelo la mujer, la tela blanca,


la mancha del ahogo en el vestido.
Echada horizontal, con la postura de quimera
gime un cuerno; con el soplo abierto
de su sexo abierto, apaga el rojo de los sándalos asiáticos.

No articula cuando la asamblea escucha,


no articula el desenlace del asalto cuando el caballo y el sable,
el bandido y su guardián, después del baile polvo de la tierra.

Queda muda desde la cola hasta el pico de mitológica cábala,


queda muda con el ojo de la muerte, el trópico que ulula vigilándola
a pesar de estar enfrente de los sabios.
Sobre sus labios cruzan hilos blancos para conformar la jaula,
las dos mitades cárnicas del pozo para encarcelar al pájaro del cuello,
y el pájaro nada tiene que ver con el sonido de las combas musicales,
el cadáver no es la voz del animal, el pájaro es la sal desde las rejas.

En el suelo, se despliega la mancha que amaneció en el vestido


y ante la asamblea humea el trino opaco de la mujer reposada.
La inconsciencia resbala sobre su cuerpo como el portón de luz,
el fuego vaporoso de los sándalos; el protón fugaz, un ópalo fugaz
que ofrece vaina a las deidades para que fumen plátano encendido,
hagan nacer la historia de otro cuerpo, y dejen brotar la esencia
con aceites pulcros, especies aromáticas,
un perfume que articule la razón del lago rojo
y del lagarto de rubíes que reposa sobre la tela del traje.

El cielo enmudece, las ramas de bambú envuelven la mesa.


Sobre la tabla el cuenco y sus vapores, el cuerpo de la mujer que se alza
entre los brillos del suelo adoquinado, la falda oscura,
el árbol y los bastones musicales de los dioses
que ocupan cada pálpito de sangre,
el aluvión de sal sobre el vestido.
El suelo es un espejo de la mancha:
el cuello envuelto en gasa del bandido ve la historia con el habano
en los dientes;
el tronco rojo armónico del samurai guardián, desde el ahonde,
la angustia de los sándalos, el gemido del cuerno con la corteza
encendida.

Suenan dos voces dos ciegos muertos dos muertos mudos.


Despiertan desde el inframundo al mundo de la cáscara
en el ojo del caballo,
desde el inframundo al nudo en la garganta que del pájaro enjaulado
no descifra.

-16- Los dos han explicado la mancha, la marcha


del rojo sobre el vestido usando el cuerpo echado de la quimera,
extendida con su acordeón de vértebras y el vidrio de su esqueleto
invadido.

Y mientras en el suelo la mujer, su reflejo en las baldosas,


el kimono de su mismo blanco pálido volcado sobre el mármol
que hace relucir el piso, el ópalo granate de los sándalos,
el cadáver no es la voz de animal,
el eco depositado en la mirada del lagarto rojo,
un rubí esparcido después del baile polvo de la tierra
cuando el bandido aúlla,
mientras sobrevuela el samurai a la mujer extasiada,
abandona la garganta de su esposa que sangra desde la rosa granate.
Ramayana

Es un día feliz,
el nacimiento de Rávana contenta a los demonios de la India.

La princesa elige a la serpiente sabia que desequilibra el mundo.


Por fin se abre el vientre rojo de la que ha matado a cada rey humano
de la tierra, nace en el momento erróneo un hijo nuevo del druida,
del cuerpo que expulsa flores,
una criatura capaz de proyectarse en cada dirección del mapa.

Será por esa sangre cada nuevo músculo en su cuerpo,


será por cada glóbulo más fuerte y más hermoso que el resto
de las sombras que se proyectan.

Ese pañuelo, derrama la sangre que quiso verter la princesa


y ese color es su hijo, el jinete de los bueyes que propulsan la carreta
floreada de mitad brahmán mitad señal de fuego:
las diez gargantas, las diez cabezas
y los diez pares de brazos que conceden el poder de diez espíritus,
diez cerebros para dominar la aurora
y esconderla ante la petición de un dios más poderoso,
los puntos de equilibrio que son Brahma, la balanza,
su aparición de espectro delicado.
II

Es un día feliz,
ha nacido el que ejercitará el misterio de su dedo en la montaña
con la intención de moverla.

El mundo atado a las dos manos, el bulto milenario de la penitencia


en sueño concedida para Rávana en sus diez formas,
sus diez flautines en lugar de torres,
sus diez espadas señalando el cielo.

El color sobre el pañuelo ha convertido en sangre al día


y sus pilares de flores.
Por conquistar el corazón de Shiva, el dios demonio ha puesto la isla
en movimiento, y a sus diez craneales pálpitos de fuerza
Shiva le ha condenado a recitar.
-18-
El Kailash es un recinto del verso para que la llama del infierno arda.
Rávana canta en el monte con las diez cabezas, con los diez cuellos,
con los diez caballos;
canta con la lentitud de una hoja que se escapa de la rama
donde el péndulo de Siva y activa el tiempo en tres mitades;
su piel azul inspira la delicadeza púrpura del verso en el espectro,
y el púrpura de Rávana maquilla la ceniza que sobre el pincel
de Siva arde a diario.

Una luna menguante crece en su frente de oro,


sobre su cuello una cobra evidencia los pasos del sol en los hombres.
Y el fin con el hombre también sobre el pecho en un hilo
de cráneos humanos, el río palpita en el pelo,
el río de la madre Gana desciende del cielo
e impacta en las ondas del cabello ardido.
El río es el pulso de Rávana.
El Ganges camina en lo alto del mármol que enciende
el enviado del karma y sus líneas de tierra,
el centro de sus equilibrios, los libros que penden del astro.
El hijo demonio recita los cantos más bellos al dios del desorden,
y el dios del desastre le otorga un pañuelo de seda
manchado de sangre, un golpe de fuerza
una letra, el tambor la palabra el damaru, un repique,
la sombra del verbo una sombra,
la espada de luz, los sables de Rávana rey,
los diez empujones del toro, los diez embriones
del buey que encabeza el carruaje de flores marchitas,
la posibilidad del ártico en la boca del infierno,
señor de los demonios y los dioses,
señor del clima cálido y la lluvia para dominar la aurora y esconderla
por diez veces, con la pata del gato en la arena,
con la pata del gato en la tierra
esconderla diez veces buscando el pasillo que encienda la noche.
III

Es un día feliz,
la garganta azul de dios ha pronunciado el nombre
de su sucesor por cósmica concupiscencia.

El monstruo azul levanta a la giganta de la tierra y la arrodilla


para que la haga temblar, para que la latitud varíe
y las espaldas de los hombres, los demonios y los dioses
curven la escalera ósea, depositen su cuerpo ante la figura de Rávana.

El demonio alza los diez hombros derechos,


enviste los planetas y pregunta qué bisonte ha sido acariciado
por el tacto de diez manos,
sus diez manos que agitan las sábanas de órbitas sádicas.
Despierta con su voz a las criaturas de los mares,
-20- y pregunta qué se oye cuando del tapete azul de la laringe
los delfines silban lanzas de sonido.
Destruye el sol, con su pupila condena a que se apague el astro,
y cuando la galaxia queda ciega igual que un topo
frente a la luz de la cáscara, el huevo de Ammavaru se abre
en tres aureolas nuevas, tres trenzas descolgadas de la cabellera lisa,
de la giganta espectral; tres cabezas superpuestas para tres vainas
de leche azucarada, y el demonio se pregunta qué compone
la expulsión del águila en el nido de serpientes,
cuál de todos es el hijo de la antorcha y de los pájaros de cera.

Los ojos de la inquisición proceden a la quema cuando de la piel,


del huevo, hay una llave. Una llave que responde con un paladar ardido,
un olfato perfumado; la yema es la creación,
el ciervo amarillo mitad gas
mitad semilla de la fruta confitada en el espacio de la nuca,
es la clara el cartílago de lámparas.
Vishnú, la transparencia del Brahma creador al besar el mundo,
al paladear su néctar;
la armadura que protege a la giganta tantra Shiva,
la armonía del tercer dios que lo acoge, el tercer dios que lo eleva
sobre el manantial de sábanas nubosas, el tercer dios
que interpreta los quejidos de los hombres
como música de anémonas recién cortadas.

Cultiva velas como si fueran árboles,


escala árboles como si fueran escaleras,
aprieta el cascarón de las tortugas como gaznates púberos,
y al cuello del demonio aplica un clavo como si su cuello fuera
un cuadro externo donde el mar desaparece,
la aurora en el pasillo de la noche mitad farol mitad puerta cerrada,
por la que se asoma un círculo encendido.
IV

Es un día feliz,
el cisne que cabalga Rávana le da a probar el dulce de la guerra
con una flor de loto, un paseo, la lectura de los aforismos vivos
que grabó la espada de la luz, sobre la alfombra cuando el cubre
fue pañuelo de la tierra.

La carroza de bueyes pasea al dios demonio sobre los bosques


y los repuebla de seres, de ríos, de flores.
Encuentra un hueco verde que no ha ardido y sobre él dos hombres
que levantan arcos, que trabajan barro,
y al lado de los hombres una ninfa, y al lado de la ninfa su belleza
como algo ajeno al cuerpo que la ocupa.

El pecho azul de Rávana palpita por diez veces,


-22- las diez bengalas prueba del averno y de la furia contenida
en los diez músculos que obliga al dios de piel azul ceniza
a imaginar un ciervo de oro,
situarlo ante los ojos de los habitantes trémulos del bosque.
El gamo rumia el pasto y bebe leche,
el gamo atrae las lanzas por el exilio en el campo,
la crueldad de Rávana se excita, esconde el sol detrás de la gacela,
sitúa la bombilla cegadora en la costilla y la sacude,
baila la luz, rompe el espejo del agua,
cuando Rama abraza el cuerpo del antílope dorado
y su mujer vuela hacia el cielo catapultada en el cisne.

Rávana le ofrece oler la piel de los nenúfares,


le empolva la nariz con polen virgen desde el delirio del loto,
y al príncipe del bosque se le rompe el corazón igual que el arco,
y el cielo es una puerta que se cierra
mientras Sita pide a Rama que la salve.
V

Es un día feliz,
la música en la cítara comienza, hay un desfile de pingüinos paseando.

Cada dedo en cuerda es un fonema con su capuchón de lana,


su capuchón de lana al pecho, su capuchón que esconde un ártico
donde también desfilan más soldados.
Otra estría suena, otra fila suena, otro batallón es armonioso
como la flor del almendro en su suavidad de esponja,
el viento que sopla en huracanes.

La caricia, una caricia a los ojos del shogun,


el príncipe de la caldera helada que comparte la alegría y se incorpora,
baila, baila y crece de dentro a fuera igual que el fruto,
el aire colándose entre alambres, el aire que despliega
cada pétalo de Rávana con un paraguas boca arriba,
el áureo de su envoltura,
los brazos desplegados y los rostros desplegados
una caricia, el algodón del cielo
y una señal al sol en su textura de cirio.
Las diez gargantas fúnebres, azules, el décimo reflejo del demonio
que se despliega en una lluvia de azafrán nevado.
La horca y el ahorcado que se rompen como el arco de los dioses,
los cantos de los pájaros salvajes, el canto de los pájaros previstos,
un flash del bosque y su profundidad de pozo,
el germen de la lejanía, la belleza, la belleza de Sita contemplada
por el encargado del carruaje floral, el cirio encendido,
su danza poliédrica su danza y la herradura de los bueyes perfumados.

Rávana expandido en un desfile abierto,


Rávana y su cuerpo de abanico luminoso que se abre y se cierra,
el reloj con el que juega a la aurora,
la música que reincorpora el Kalaish a la memoria y su espesura,
un zurcido, un gusano, tal vez cíclopes mientras Rávana baila
en lo afilado de los árboles,
cada canción a Siva es una cítara sonando,
un tímpano de cada miembro Rávana en la fila que se expande
y cada cuerda es un brazo, un brazo blanco,
la lana del brazo blanco que acaricia el pecho de los pingüinos.

Los soldados de la simpatía, el recinto del verso,


para que la llama del infierno arda en una habitación,
una habitación que avanza humanamente,
una figura o varias que avanzan con el acompañamiento de la cítara
que se abre, lo ardido para su capuchón de lana en la armonía.

La cítara enmudece, Rávana expulsa aroma de planta salvaje;


la música en la cítara es jazmín, el aroma de la flor en el camino
-24- hacia el carruaje y los perfumes;
desciende hasta el silencio, hasta las manos rotas del demonio,
los pies hechos de arena que avanzan del mismo modo
que sus manos y que las habitaciones,
escarcha de oro blanco
un movimiento,
un movimiento en el arbusto rodeado por la llama,
la linterna y el pico del cisne,
la flor de loto anaranjada con la luna menguante en sus manos,
y en las manos unos ojos, un espejo,
la llave de la danza para que la cerradura de la cáscara concluya.
El elegido

Se ha levantado el pingüino elegido del sueño y ha dicho Nirvana,


ha dicho Dios sin ser Dios,
ha dicho soy la langosta plateada y la no espiral del nudo
en el reinado de un Edén, que ha ardido en palmas de fusible descansado.
Ha despertado el tiempo del reloj,
el cronómetro inventario de los segunderos frágiles;
la arena de unos ojos todavía se despliega en huracanes
cuando el elegido ha dicho
soy el canto que ha apagado los rugidos en la sierra del reposo,
en su medular inexistente del león de hierba,
soy, alzado a la varilla de aromática infusión,
el tirabuzón contrario a la creencia de que hay seres
superiores a la hormiga;
soy la prueba de que el peso no interviene en la balanza de los símbolos,
el chasquido de la cáscara en la nuez que no se queja
cuando cascan con vértebras de hierro sus antenas,
la mota negra de la obrera sindical.
Ha dicho nada más pasar del sueño al mundo de la geometría
soy la hiel la muestra viva de la piel para el tambor,
las sagradas escrituras de mí mismo,
soy un número elevado por encima de los árboles
que lloran como los árboles,
de la página que explica cómo se hizo la explosión;
el elegido ha dicho soy la cerilla en el tintero por caligrafía justa,
el tapete del vocablo definido en lo más mínimo del átomo,
encendido en gasolina vegetal,
aceite de la lámpara y sus gases combustibles.

Después, el almohadón anunciador,


los cuadros de cuadrados diametrales a pesar de las esferas
y la dimensión en sueño,
la profecía de las dimensiones rombos del botafumeiro rombo,
la resurrección del muerto más allá del cualquier día
que devenga por la muerte;
ha dicho el único soy la prueba en vida para la reencarnación,
prueba del ser viviente por lo cerca del hermano lapidado,
tacto de lo empírico y contorno de la herida que ha llagado
como un dardo en plena frente,
y de la raza diferente allá a lo lejos de la tela,
en el devenir del punto ha dicho entredormido,
soy la hondura de lo rojo desplegada por los pliegues de la túnica
extendida hasta la alfombra.
Ya no cuenta como una filosofía,
sino como el contrapuesto en los sentidos de melena inacabable
el antónimo de calva superficie,
la litera colindante a la bioquímica del gas que le circunda,
el newton corazón de la manzana que le cae sobre la idea al ideario
de semilla generosa que se ha levantado en junco,
-26- susceptible de moverse a cada ráfaga de aire.

Se ha levantado del sueño el pingüino elegido y ha dicho me elevo,


ha dicho floto encima de los nimbos por el techo de los cuellos
y en la cimas salpicadas de jirafa,
ha dicho soy el huevo del que nacerá la luz, el pájaro amarillo de la
pesadilla ardiente.
De camino a las tres perlas negras

El rasguño reducido de la porcelana astral,


su ojo hacia el jardín poblado por las pesadillas mudas.

Sobre el hombro lastimado del jaguar


un único mordisco venenoso, la papila del sueño granulada
y el látigo a menor velocidad igual que un golpe.

Con el enjaule alado, los pájaros de eterna llamarada


y el tragaluz, hinchados igual que el piano irremediable de los dientes
que en cada tecla es huella de la lengua deseosa.

Una sacerdotisa enseña el pecho


donde un cuervo devora el grano párvulo;
la aureola entrona el punto de lo oscuro, y el cuervo es un graznido
coronado.

Azota cada ráfaga otras nalgas con la vivacidad de un cascarón que flota.
Al despeinar los hilos, los cabellos,
el aire es otra muestra de caricia sobre la frente emperlada,
y la mano aparta el flequillo para encontrar el felino deseoso,
la captura del río entre las líneas de la mano,
y sus escamas que argentan la claridad del músculo,
sobre el eclipse del estómago vacío.

La lanza de los vigilantes impide el paso al pasillo de jaulas.


El hombro ve la zarpa aterrizar
y el rostro ciego del jaguar difuso,
deja caer tres círculos de tinta, tres pupilas, tres aceitunas negras,
los cerrojos del cielo velocísimo, la piel de liso trigo nacarada
sobre el portón de acceso a los relámpagos.
La Feria

Para los viajeros,


teatralizar la flor de los almendros como si fuera otoño,
es un desgarro lento en las rodillas cuando comienzan
a florecer abejas por los hexágonos de los panales.
Lo mismo para la musculatura de las manos baldear un pozo a ecos,
llegar hasta la cuerda, la propia garganta sangrante de la soprano
despechada por el emperador, su traje de monedas
que avisa del telón y la llegada a caballo
de la armadura abollada tras la batalla.

Para los visitantes esa profundidad,


es un púlpito formado por hombres enormes,
la atracción de los gigantes chinos que en cadena humana
juegan a representar grafías,
garras del alfabeto previo a los signos y a las sábanas que ondean.
-28-
En la Feria de Oriente, es la mandrágora el recipiente para el licor,
la botella tejida,
no son los vidrios quienes guardan fémures con agua,
son los propios fémures guardianes,
gatos que caminan sobre patas de flamenco,
chimpancés alcanzando las velocidades del leopardo,
lisos, sin una sola mota que retrase el impacto del misil
hacia la presa de cristal.

Hermanos siameses dirigen la Feria y numeran las jaulas,


reciben en la caravana a las criaturas
que cosen la carpa cada vez que el show termina.
Se frotan las manos, sonríen por encarcelar terror,
ofrecerlo a todo lo ancho que queda en el desierto paralelo al cuerpo,
su Este, el hombro que se extiende hasta el cordón cumbre en la lona,
por donde camina en lo alto un animal cosido en vértigos
cada vez que los panales de la luna se iluminan,
azafrán sobre el candil espolvoreado.

Para los viajeros la Feria de Oriente,


sus trapecistas y las concubinas que descansan con la flor
del marido muerto palpitando en el kimono,
el veneno delicioso de los guardianes, el recipiente vacío;
una alucinación por el licor en escalada hasta la cumbre
donde el panal se ahueca, las abejas abandonan el poliedro,
y la cera es un decímetro de hiel,
la miel amarga de un telón que se disipa.
La dualidad en Tokyo

En Tokio el día ha amanecido en polución,


mascarilla para los vagones, en esqueletos
maletín y mini faldas cuadros Gales de niponas formas
vírgenes del manga.

Tokio despliega la corola de la flor con sus ligueros


para reventar en pétalos el ojo del pistilo, la rasgadura de la almendra;
el peluche de tortuga dibujado en las braguitas
y el reloj de gas, donde doce hermafroditas se fustigan
por el paso de los tiempos a través de sus fronteras limitadas.

Comienzan los suicidios colectivos a sobrecargar la red en los otoños,


caen en fotogramas duplicados a velocidad intermedia
los estambres de los símbolos florales, las voces de las Geishas
en la danza que celebra la llegada de la niebla en tokonoma.
-30-
La habitación, el bombardeo de palomas a contraluz,
se reduce a mutación de lo nuclear y los molinos,
el viento en trashumancia,
el viento por arpones incluido en el sistema digestivo de las orcas.
Tokio, los cielos se sumergen en los centros comerciales;
Se escucha aterrizar el gris tormenta de las barrigas de agua
y la ciudad, se ha convertido en capital de torbellinos,
de empachos tormentosos, avenidas
que resuelven los millones de habitantes al doblar la esquina,
cambiando el pie, rotando las falanges en noventa grados norte,
la reflexión del monje chino en lo alargado de los templos
prolongando su bigote hasta el prurito del fideo tallarín,
el deseo mitológico en las rayas del felino,
en lo pálido verdeante del felino voz volcánica
y las artes de marcial envergadura, el hielo evaporado en las fachadas.
En Tokio espera recubierta con mascarilla gaseosa la montaña
y la cumbre de nieve en la flauta jíbara,
una cabeza reducida a los pulgares, la expresión del niño mono,
la expresión que piensa doble por ligera y concentrada
en las modernidades Emo,
el frío, el aire eléctrico llegando del futuro
donde el poeta, sigue siendo una composición distinta a la mecánica,
a la genética de androides, a la tecnología y al solfeo de la isla
por su músicas flotantes de sirena camicace.

En invierno Tokio es de la sopa boba,


de la micro envergadura y de los trenes pasajeros,
relampagueantes formas del reloj hermafrodita.
La marabunta termina con el instrumento

Saber que el cuerpo es un folio, la sábana y sus hormigas.


Permitir que cada hormiga duerma a pesar del color:
que las rojas muerdan soles,
las negras muérdago armónico, pomelo las amarillas
luz las casi transparentes.

Las ocho antenas son líquido


y raíces para los árboles,
ocho golpes, ocho hachazos, las fiebres de su mordisco
en la frente del enfermo.

La mano hinchada delira inútil, frágil, cansada.


La picadura es la sal para el sedal que entreteje signos de los adivinos,
tahúres encapuchados.

-32- Cada hormiga es una túnica,


cada hormiga es una lámpara de oscuridad, una cárcel.
El aire llueve reposo
y la cama es un mar de leche, las líneas tierra ocupada,
la mano tela invadida por los insectos futuros.

Lo palmípedo termina con cuatro cabalgaduras,


cuatro mensajeras ciegas,
líneas que ha soplado el aire.
Da igual que caigan los pétalos,
la textura de la propia mano que desaparece,
y termina en cada uno de los dedos, grazna sensibilidades;
el tacto que se ha evaporado,
los cuerpos, que para ese tacto también se pierden,
humean, y se deshacen.

Que cada una de las cuatro haga camino distinto,


que cada una de las cuatro signifique un cardinal.
ORIENTE
Indice

- Orientaciones para el continente 1


- Contemplación alucinógena en Oriente 2
- Polinesia 3
- Agua de vapor 5
- La amante y el telar de Alejandría 7
- El llanto del niño y los tres hombres 9
- Kit-Shang y el amor en la mano de Sada 11
- Miríada de Kami 13
- Color 15
- Ramayana 17
- El elegido 25
- De camino a las tres perlas negras 27
- La feria 28
- La dualidad en Tokyo 30
- La marabunta termina con el instrumento 32
Dibujo de Aldo Alcota para ORIENTE

Nacho Cebrián (Valencia, 1981). Periodista y poeta. Oriente es la


primera publicación que realiza. Junto a varios miembros del grupo
Transfusiones, compartió tres años como discípulo del poeta Víctor
Puertodán.
Colección: Transfusiones.
Directores de la colección “plaquetas”: Aldo Alcota y Guillermo Roqués.

ORIENTE
©Texto: Nacho Cebrián.
©Diseño: Guillermo Roqués.
©Dibujos: Aldo Alcota.
©Maquetación: Guillermo Roqués.

©De esta edición: Transfusiones Plaqueta ORIENTE.


C/ Guardia Civil 22, esc 2 pta 33.
46015 Valencia.
e-mail: elgescolo@hotmail.com
Registro de la propiedad intelectual. Número de solicitud:
Primera edición: 2010

Ninguna parte de esta publicación, incluidos el diseño de la portada, las fotografías y


las ilustraciones, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera o medio
alguno, sin permiso previo de los editores/autores.

Este libro fue impreso en Valencia en Abril 2010

Вам также может понравиться