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INTRODUCCIÓN
La atmósfera no tiene una microbiota autóctona, pero es un medio para la
dispersión rápida y global de muchos tipos de microorganismos. Además hay una
importante transferencia de ellos y de sus metabolitos gaseosos entre la
atmósfera, la hidrosfera y la litosfera. Aunque la atmósfera es un ambiente hostil
para los microorganismos, en la troposfera inferior se encuentran un gran número
de ellos.
Determinadas localizaciones temporales de la troposfera pueden ser hábitats
adecuados para el crecimiento de los microorganismos. Las nubes poseen agua,
intensidad de luz y concentración de CO2 suficiente para permitir el crecimiento
de los microorganismos fotoautótrofos. En zonas industriales, puede haber,
incluso, la suficiente concentración de sustancias orgánicas en la atmósfera que
permita el crecimiento de algunos microorganismos heterótrofos. Sin embargo, la
«vida en el aire» es sólo una posibilidad fascinante sin ninguna prueba concluyente
y su importancia en la práctica es pequeña.
El Aire
Es una mezcla gaseosa que forma la capa que rodea nuestro planeta (la atmósfera)
y se compone principalmente de oxígeno y nitrógeno, además de vapor de agua y
partículas orgánicas e inorgánicas. Como consecuencia de sus características, el
aire no presenta ningún olor, sabor ni color, aunque sí adquiere un tono azulado en
grandes espacios, al tiempo que se constata su presencia al ejercer una presión (la
atmosférica). Por otra parte, su existencia supone un elemento fundamental para
la vida en la Tierra, y se aferra a ella gracias a la fuerza de la gravedad, con lo
que se muestra más densa cerca de la superficie y más ligera con el aumento de
altitud. Además, sufre los efectos de las actividades humanas, que provocan la
variación de su composición y el subsiguiente deterioro del medio ambiente.