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La Reforma del 19

Por Daniel Badenes

Casi un siglo después, “la Reforma del 18” suele nombrar un puñado de
principios de gestión universitaria. Lo vivido entonces se evoca sin
demasiado detalle, como un acontecimiento cordobés con amplia
repercusión. Sin embargo, hubo muchas luchas, muchos protagonistas,
muchas reformas y muchas traiciones. En La Plata, la gran rebelión se dio
en 1919/20 y no necesitó ser anticlerical. Una retrospectiva hacia la
“huelga grande”, la gestión Taborda y el grupo Renovación.

Hay una cita conocida: “Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una
libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”. Hay un
actor protagónico: la juventud universitaria cordobesa. Y una fecha conmemorada: el 15
de junio de 1918, cuando irrumpió en una asamblea para desconocer la elección del
rector.
La reforma universitaria, hito clave de una historia que hoy se nombra
desapasionadamente, nació en esa época, acompañada por las palabras de ese
Manifiesto Liminar, y tuvo su epicentro en Córdoba, donde funcionaba la más
retrógrada de las universidades de entonces.
Pero a aquel levantamiento juvenil “contra un régimen administrativo, contra un
método docente, contra un concepto de autoridad” le siguieron otros, y el movimiento
logró un alcance latinoamericano. En cada sitio tuvo una expresión particular, según la
realidad que enfrentaba. Esa parte de la historia se pierde a la distancia, cuando “la
reforma” evoca un puñado de principios organizativos aceptados como algo dado,
incluso más allá de las convicciones. El movimiento fue mucho más. Fue más allá de
Córdoba, de 1918 y de un reclamo de cogobierno.

De Córdoba a La Plata
El 15 de junio, cuando empezó la rebelión mediterránea, la federación platense envió un
telegrama: “En la lucha que en estos momentos libráis con la esclavitud incivil y
anacrónica, la Federación Universitaria de La Plata fraterniza con vosotros. La
libertad de la patria no ha de residir en la letra de su constitución, sino en el
pensamiento de sus hijos; así ella será una verdad efectiva. Y esa Universidad, al
dogmatizarse por obra de sus elementos retrógrados, traiciona al estado a cuyo
amparo vive, y a la humanidad, porque su ideal no es la esclavitud, sino la máxima
libertad”. Además convocó a una huelga general para el 19 y 20 de junio. La revuelta
había traspasado los límites de Córdoba.
El mes siguiente representantes de ambas federaciones se encontraron en el Primer
Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, convocado para acordar un programa
de lucha. Uno de los delegados platenses fue Armando Orfila Reynal, quien mucho más
tarde se destacaría al frente de Fondo de Cultura Económica y en EUDEBA, entre otras
editoriales. En aquel congreso propuso realizar, a partir de la cooperación estudiantil,
campañas de higiene pública y contra el analfabetismo adulto. La acción social estaba
en el centro de la agenda del reformismo local.
En 1921 otro platense, Héctor Ripa Alberdi, presidió la delegación argentina al
Congreso Internacional de Estudiantes reunido en México, cuando el movimiento había
alcanzado una dimensión continental. Al participar de encuentros gremiales dentro y
fuerza del país, los dirigentes establecían lazos con la intelectualidad progresista de toda
América Latina que marcarían la historia de la UNLP.
En La Plata, la organización federada databa de principios de la década del ´10. Desde
entonces sostuvieron algunas demandas básicas, como la asistencia libre a clase o la
reorganización del calendario académico. El mayor reclamo, sistemáticamente
denegado, fue participar en los consejos académicos.
A diferencia del cordobés, el reformismo platense no se alzó contra el dogmatismo de
los profesores. La Universidad local, refundada en 1905 por Joaquín V. González con
una orientación más experimental que profesionalista, era una institución progresista
para su época. Había nacido anticlerical: aquí no era necesario alzar esa bandera. La
institución, incluso, había contemplado la actividad de “extensión”. Con sus
limitaciones, pensaba el rol de la universidad más allá de sus muros, por primera vez en
la historia argentina.
Otro aspecto distintivo de la nueva institución era que abarcaba todo el ciclo educativo
desde la formación primaria. La estrella del proyecto era el Colegio Nacional: tenía sus
propios laboratorios, un campo de deportes y dos internados. El predio que hoy ocupan
varias facultades era utilizado por unas pocas decenas de alumnos. Laica y con
principios humanistas, no dejaba de ser una institución de élite, propia de la Argentina
de la Belle Epoque. González, que la gobernó durante cuatro períodos, se retiró justo
antes de que estallara el conflicto que señalaba un cambio de época.
En 1918 el fundador dejó la Presidencia a Rodolfo Rivarola, elegido en una asamblea de
profesores. Su último discurso muestra los límites de su progresismo: señaló que los
estudiantes debían obedecer a quienes “gobiernan enseñando”. Además consideró que la
juventud platense, que empezaba a mostrar orígenes sociales heterogéneos, estaba
contaminada por prejuicios y sentimientos contrarios a “la natural superioridad” de los
profesores, que debían ejercer “sus virtudes domesticantes o catequistas sobre el alma
del neófito”.
El fuego reformista se encendía y González, en retirada, echaba leña. El nuevo rector no
se quedó atrás: al inaugurar los cursos de 1919, se manifestó contra la intervención
estudiantil en la elección de autoridades.

Hacia la “huelga grande”


Entre marzo y mayo de ese año, el gobierno de la UNLP cedió a algunas demandas.
Habilitó la participación estudiantil en el Consejo Superior, con voz pero sin voto.
Luego aprobó la “asistencia libre” y la “docencia libre”. Pero el conflicto seguía
encendido.
Confrontar con algunas figuras retrógradas fue central en la acción reformista de los
estudiantes y de docentes aliados como Alejandro Korn o Ricardo Levene. La mira
estuvo puesta en dos protagonistas de la Universidad gonzaliana: Ernesto Nelson, uno
de los tutores del Internado, y el pedagogo normalista Víctor Mercante, aficionado a la
frenología, que medía el cráneo de los estudiantes para inferir sobre su carácter y
aptitudes intelectuales.
La tensión ardió decididamente a partir de un asunto puntual: la denuncia de la
corrupción imperante en Agronomía y Veterinaria, que por entonces conformaban una
facultad. El decano querelló por calumnias e injurias a los alumnos, que solicitaron la
defensa jurídica de Palacios.
Un aspecto distintivo del caso platense fue la aparición de una organización estudiantil
“disidente”, anti-reforma, conocida como Concentración Universitaria. El
enfrentamiento con la FULP fue violento. Un estudiante resultó muerto en una mesa de
examen. Fue durante el sexto mes de la huelga estudiantil iniciada el 20 de octubre de
1919.
Se trató de uno de los conflictos universitarios más largos, e incluyó la toma de edificios
emblemáticos como el Museo. En diciembre, la Federación Universitaria Argentina
reclamó al presidente Yrigoyen que dispusiera una intervención para reformar sus
estatutos. La huelga continuaba. La FULP decidió tomar la universidad otra vez, lo que
provocó una salvaje represión.
Mientras tanto, diarios como La Nación y La Prensa sembraban sospechas sobre los
reformistas. Citando fuentes policiales señalaban vínculos con obreros anarquistas. En
el mismo tono intervino el gobernador José Crotto, provocando cruces con el gobierno
nacional, que era de su mismo signo político. En una carta al ministro del interior, el
líder de la FUA Gabriel del Mazo contestó con altura las acusaciones: “El señor
gobernador no pierde oportunidad de poner de manifiesto la adhesión de los obreros a
los estudiantes. Nos acusa por esta circunstancia y nos sentimos honrados por ella (…)
Bien sabemos que es esta la reacción natural del espíritu viejo. La simpatía entre
estudiantes y obreros es una resultante lógica y natural del momento histórico que
vivimos; y los ideales que animan a la reforma universitaria, conjuntamente con la
voluntad de propender al enaltecimiento de la universidad argentina, dan vida a un
anhelo de justicia social”. Dos décadas más tarde, Del Mazo secundaría a Palacios en el
rectorado de la UNLP, en un breve período de fuerte inspiración reformista.
En marzo de 1920 Crotto se metió de lleno al ordenar a la Policía bonaerense la
represión de los actos estudiantiles. En abril, cuando ocurrió la muerte del estudiante de
medicina David Viera, los reformistas ingresaron al Colegio Nacional y desalojaron a
los docentes. Hubo decenas de detenciones. El Consejo Superior decidió expulsar de la
institución a los manifestantes. Como respuesta la FUA declaró una huelga nacional.
Finalmente, las autoridades no pudieron lograr condenas y perdieron cualquier apoyo
del gobierno central. El 5 de junio Rivarola renunció. En menos de un mes, el
Presidente de la Nación aprobó un nuevo Estatuto, coincidente con la propuesta
reformista.

La gestión y la traición
La agitación no terminó ahí. Los rectores que vinieron después no tardaron en enfrentar
a los reformistas. La gestión de Carlos Melo fue efímera y antecedió a la llegada de
Benito Nazar Anchorena, un personaje acomodaticio cuya trayectoria es un ícono de la
traición. Antes de llegar a la UNLP había sido decano en Santa Fe, aliado a los
renovadores. En los ´30 sería interventor en la UBA y líder de una restauración
conservadora. En su paso por La Plata tuvo una actitud intermedia, ambivalente.
Así, el “gobierno de los reformistas” en esta ciudad no debe buscarse en el Rectorado,
sino en el Colegio Nacional, donde se desempeñó Saúl Taborda, un cordobés con un
reconocido ideario americanista y anticapitalista. Taborda había sido estudiante de
abogacía en la ciudad. Como tal participó del Congreso Universitario de 1910. Luego
intervino en el Grito de Córdoba. Y en La Plata, poco antes de que terminara la “huelga
grande”, dio una conferencia en el Teatro Argentino titulada “Docencia emancipadora”,
cuestionando la existencia de escuelas “para ricos y para pobres, para niños y para
niñas, clásicas y técnicas, para gobernantes y gobernados, para doctores y para
obreros”.
Su designación en 1921 al frente del Nacional fue considerada un triunfo de los
estudiantes movilizados. Para entonces se había resuelto el cierre del Internado,
representante de “una tradición de favoritismo y nepotismo” y “uno de los más
grandes fracasos de la Universidad, desde el punto de vista económico y pedagógico”,
según palabras de Alejandro Korn.
Taborda se trasladó a La Plata junto a Héctor Roca –hermano de Deodoro, autor del
manifiesto del 18- para impulsar una transformación pedagógica. Entre otras cuestiones,
reemplazó la férrea disciplina patriarcal por un régimen de convivencia y autocontrol.
Además proyectó una “Casa del Estudiante”, orientada a la formación física y estética
de todo el alumnado platense. Proponía situarla en los edificios que poco antes había
ocupado el selecto internado, que empezaban a ser objeto de disputa por parte de las
facultades. Con el apoyo de la FULP, logró la cesión de esos espacios. Taborda
imaginaba la Casa como “un hogar espiritual de puertas abiertas” y por eso lo ofreció
como sede a los centros de estudiantes y la Federación Universitaria.
Por otra parte, insistió en promover actividades para y con la comunidad, objetando la
forma en que se habían ejercido hasta el momento: “La Universidad arrojó al pueblo
una migaja de su tesoro en lugar de entregarle todo el tesoro (…) El sistema de la
limosna es una creación del adinerado egoísta; y paralelamente, el sistema de la
´extensión´, del reflejo, del brillo lejano de la sabiduría, sólo puede caber en las
concepciones de minorías mezquinas que creen que la ciencia es un privilegio de los
signados por el dinero, la suerte o el nacimiento”.
Pronto la gestión Taborda entró en tensión con otros sectores. Es probable que el
cordobés haya avanzado más de lo que la estructura universitaria –en reforma pero no
en revolución- podía aceptar. Terminó exonerado, acusado de traidor a la patria por
propagar ideas “libertarias y maximalistas” y simpatizar con la revolución rusa. Los
estudiantes tomaron el colegio y llegaron a constituir sus propias autoridades, pero el
Rectorado recurrió a la Policía y retomó el control.

Otra vez en la trinchera


Los años siguientes –sobre todo a partir del golpe del 30- la reforma tuvo marchas y
contramarchas en todas las universidades. En La Plata, más allá de Taborda, la historia
del movimiento es una historia que transcurre en sus trincheras y se recuerda con un
nombre característico: Renovación, título del periódico que editó la FULP al inicio del
conflicto y luego del grupo donde los reformistas armaron su refugio.
“Al resolverse el triunfo estudiantil en una defraudación –lo que se denominó el
nazarismo- los núcleos descontentos que se consideraron portadores del verdadero
espíritu de la Reforma intentaron seguir luchando, primero en torno al Rector Saúl
Taborda, en el colegio Nacional en notable como efímera comunidad de estudiantes y
profesores, luego en la supervivencia militante del Grupo Renovación”, recordaba uno
de sus principales militantes, Guillermo Korn, hace medio siglo. Inspirados en un
socialismo libertario, editaron la revista Valoraciones y formaron una compañía teatral
que sintetizó una idea de extensión universitaria que –decían- había quedado trunca en
la reforma (ver Materia Pendiente N° 2).
Luego, los protagonistas del movimiento platense siguieron distintos caminos. Algunos
tuvieron una militancia partidaria –sobre todo en el Partido Socialista-, otros se
destacaron en sus áreas de trabajo. Con el tiempo la mayoría entendió que, como
reflexionó Deodoro Roca en 1936, “la Reforma fue todo lo que pudo ser. No pudo ser
más de lo que fue, en drama y actores”. Las palabras del autor del Manifiesto Liminar
volvían a señalar los dolores que quedaban: “Sin reforma social no puede haber cabal
Reforma Universitaria…”

• Publicado en Materia Pendiente, Año 3, #8, otoño 2010

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