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BLOQUE III.

DEL FRANQUISMO A LA DEMOCRACIA


TEMA 3

LA NUEVA DEMOCRACIA ESPAÑOLA A TRAVÉS DE SUS GOBIERNOS (1978-2000)

I.- LA MONARQUIA DE JUAN CARLOS I A TRAVÉS DE LOS GOBIERNOS


CONSTITUCIONALES.
I.1.- Los Gobiernos de la Unión de Centro Democrático. El primer Gobierno constitucional
de Adolfo Suárez (1979-1981)
I.2.- El gobierno de Calvo Sotelo y el asalto a la democracia.
I.3.- Las elecciones de 1982 y acceso del PSOE al gobierno.
I.4.- Las elecciones de 1996 y los gobiernos del Partido Popular.

II.- LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES Y CULTURALES.


II.1.- Una sociedad moderna.
II.2.- La lenta transición cultural y nuevas perspectivas.
II.3.- Las nuevas perspectivas culturales.

 A partir de aquí serán lecturas complementarias:

III.- LA INTEGRACIÓN DE ESPAÑA EN LA UNIÓN EUROPEA.


III.1.- Consideraciones generales acerca de Europa.
III.2.- La integración de España en Europa.
III.2.1- El Proceso de Unidad Europea.
III.2.2- España y la Unión Europea
III.2.3- Canarias, Ceuta y Melilla: una integración excepcional.
III.3- El porvenir de España y de Europa.

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I.- LA MONARQUIA DE JUAN CARLOS I A TRAVÉS DE SUS GOBIERNOS


CONSTITUCIONALES.
Entre 1979 y 1982 tendrá lugar el fin del consenso. Sin duda, el disenso político que impidió cualquier
acuerdo semejante a los Pactos de la Moncloa y que se fue agravando por el progresivo deterioro del partido del
gobierno
A pesar de que en este año se llegó a un acuerdo nacional sobre empleo, la tasa de paro llegaba al 15%,
la más alta de los países desarrollados. En nuestro país la tasa de paro y de destrucción de empleo fue superior
por factores muy específicos, como la juventud de la población, el acceso de la mujer al mercado de trabajo y el
regreso de los emigrantes. La sensación de parálisis y la gravedad atribuida a la crisis económica contribuyen a
explicar, sin duda, la movilización de gran parte de la clase empresarial en contra del gobierno. Por ello,
medidas económicas que eran muy necesarias tardaron en convertirse en Proyectos de Ley. El Plan
Energético Nacional dilató su puesta en marcha hasta 1979 y previó una ampliación en la capacidad
productiva que habría de tener como consecuencia graves problemas financieros para las empresas eléctricas.
Las primeras medidas de reconversión industrial no se aplicaron hasta el año 1981. La impaciencia de
los empresarios frente a un gobierno débil les llevó a considerar la posibilidad de preferir al PSOE, a pesar de
las incógnitas que provocaba su programa electoral.

I.1- Los Gobiernos de la Unión de Centro Democrático. El primer Gobierno constitucional de


Adolfo Suárez (1979-1981)

La aprobación de la Constitución española de 1978 había supuesto el logro máximo de la política de


Suárez, pero también el principio de su declive. Nada más quedar promulgada la Constitución, Suárez

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convocó elecciones anticipadas, anteponiendo las generales a las municipales para que el triunfo en las
primeras impulsara o indujera el triunfo en los ayuntamientos y diputaciones, donde el PSOE, tenía muchas
posibilidades de salir triunfador, lo que efectivamente sucedió, gracias a los acuerdos postelectorales entre
socialistas y comunistas.
Esta operación permitió a los social-comunistas hacerse con los Ayuntamientos de las grandes
ciudades españolas, pese a que a nivel general de todo el Estado, los Concejales centristas fueron
superiores. Con todo, la situación no resultó demasiado alterada respecto a la anterior, aunque se
confirmaba y reforzaba la presencia de los partidos regionalistas vascos y catalanes, PNV y CIU, en el
parlamento de la Nación.
Los resultados de las elecciones generales (similares a los de 1977) fortaleció el papel de la UCD,
que obtuvo 168 de los 350 escaños, a la vez que mostró el avance de la izquierda; el PSOE se consolidaba
como la segunda fuerza política del país al obtener 121 escaños (tres más que en las anteriores elecciones);
Coalición Democrática se hundía y el PCE también consolidaba con 23 escaños. La izquierda se presentaba
como una alternativa de poder.
Todo ello supuso un claro impulso político para la configuración de la España de las autonomías.
Las comunidades históricas tenían ya sus propios gobiernos: a comienzos de 1978 se constituyeron el
Consejo General del País Vasco y la Xunta de Galicia y se iniciaban plataformas y comisiones pro-
autonomía en Aragón, Canarias, País Valenciano y Andalucía, y en 1979 se reconocía la Generalitat de
Cataluña, y muy pronto se aprobaron los Estatutos de Autonomía de Cataluña, País Vasco y Galicia, y no
mucho después el de Andalucía (1983).
En muchos otros campos se hizo evidente la buena marcha de España en pro de dinamizar sus
estructuras gubernamentales, jurídicas, económicas y sociales para adecuarlas a la Europa comunitaria. Así,
se aprobó el Código Civil, con lo que el matrimonio civil volvía a admitirse y quedaba abierta la posibilidad
de crear una ley que regulara el divorcio, y el Estatuto de los Trabajadores, también se elaboró una amplia
reforma fiscal, y se creó el Tribunal Constitucional. Estas fueron consideradas a la vez excesivas, por parte
de sectores conservadores, e insuficientes, por parte de sectores más progresistas y radicales. La situación se
veía agravada por la persistencia de problemas económicos derivados de la crisis mundial de 1973. Todo
ello desembocó en una profunda crisis del partido en el poder, la UCD, donde determinados políticos
acusaban al Presidente de un exceso de protagonismo. A ello respondió Adolfo Suárez con cambios
ministeriales, a fin de otorgar algunas carteras a representantes del sector crítico de su partido. Además los
grupos terroristas ETA y GRAPO fundamentalmente, intensificaron sus atentados, contribuyendo a agravar
el equilibrio de la reciente democracia.
Ante esta situación, después de haber superado la moción de censura presentada por el PSOE el 29 de
Enero de 1981, y tras un año de continuos problemas dentro y fuera de su partido, Suárez anuncia de forma
inesperada su dimisión como Presidente del Gobierno y de su partido, siendo sustituido como Presidente del
Gobierno por Leopoldo Calvo Sotelo, también de la UCD.
Causas de la dimisión: Unos la achacan a la falta de apoyo dentro de su partido, que había sido
derrotado en las elecciones vascas, catalanas y andaluzas. Otros, ven un motivo más peligroso: desde hacia
meses se multiplican los indicios del desconcierto militar "ruido de sables".

I.2- El gobierno de Calvo Sotelo y el asalto a la democracia.

Poco después de la dimisión de Suárez tratando de normalizar el panorama español en su conjunto, los
Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía visitan el País Vasco, y en la Casa de Juntas de Guernica, el discurso del
Rey fue interrumpido por miembros de HB que acabaron siendo desalojados de la Sala y los Reyes aplaudidos.
Esta afrenta a los poderes del Estado tendría una amplia repercusión en todo el país.
Tras la dimisión de Suárez, el candidato propuesto por el Rey, Leopoldo Calvo Sotelo pasa a
ocupar el cargo de Presidente del Gobierno.
En la tarde del 23 de Febrero de 1981, cuando tenía lugar la segunda votación para su investidura (en
la primera no alcanzó la mayoría absoluta requerida), el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero,
al mando de unos doscientos guardias irrumpió en el Congreso de los Diputados en un intento de Golpe de
Estado (cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo al ser captadas por TVE), que no tuvo más respuesta
relevante que la del Capitán General de Valencia Milans del Bosch que sacó los tanques a la calle.
Prisionero el gobierno, se constituyó un Gabinete Provisional integrado por los correspondientes
subsecretarios; mientras tanto el Rey, que consiguió la adhesión a la legitimidad constitucional de las

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autoridades militares, pudo dirigirse por televisión, de madrugada, a todos los españoles, asegurándoles su
confianza en la pronta recuperación de la legalidad democrática.
A las doce del mediodía del 24 los asaltantes abandonaron el Congreso. Solamente los militares
directamente implicados y un solo civil serían detenidos.
El 26 de Febrero fue investido finalmente Calvo Sotelo Presidente del Gobierno. Tuvo que
enfrentarse a una situación donde la política ocupó un segundo plano para cobrar protagonismo la economía.
Como consecuencia del intento golpista, la moderación será la tónica dominante de toda la clase
política, sindical e incluso de los medios de comunicación.
El nuevo Gobierno - el primero sin militares desde 1939- mostrará un especial interés por resolver los
problemas económicos más urgentes: paro, estancamiento, crisis industrial, déficit exterior... y contó con el
apoyo de unos sindicatos maduros que negocian con responsabilidad y que han reducido la conflictividad, con
una reforma fiscal imparable y unas instituciones democratizadas.
Sin embargo, el peligro de la involución marcó toda su gestión. En este marco de "democracia
vigilada" los elementos más controvertidos fueron: - la entrada de España en la OTAN; - la aprobación de la
LOAPA (Ley de Armonización del Proceso Autonómico), aprobada en septiembre con la ayuda del PSOE lo
que implicó la ruptura del diálogo con los nacionalistas.
Pero fueron las elecciones autonómicas de Andalucía y Galicia con las victorias aplastantes del
PSOE y AP respectivamente, las que abrieron nuevamente la nunca cerrada crisis de UCD. Las fugas se
suceden: el ala derecha (Herrero de Miñón) se pasa a AP y el sector más progresista (Fernández Ordóñez al
PSOE. En su centro luchan dos tendencias encabezadas por Adolfo Suárez y Landelino Lavilla. En el
Parlamento, los "tránsfugas" pasan al grupo mixto, UCD va quedando peligrosamente sola y sin mayoría. Calvo
Sotelo solo puede hacer una cosa: convocar elecciones anticipadas para el otoño de 1982.

I.3- Las elecciones de 1982 y acceso del PSOE al Gobierno.

El triunfo del PSOE en las elecciones de 1982 constituye el fin de la transición.


. La divisa “Por el cambio” empleada por los socialistas no suponía tanto un programa preciso, como
una genérica voluntad de cambiar la forma de hacer política en España. El resto de los partidos políticos
admitió en la práctica que los socialistas acabarían ganando, y tanto la UCD como el PCE continuaron en su
abierta crisis.
El PSOE logró más de diez millones de votos, de los que 4´5 millones procedían de la abstención o de
otros partidos políticos. Los socialistas consiguieron el 48% de los votos y 202 diputados frente a los 105 de la
derecha (AP + Demócrata cristianos procedentes de UCD). Los socialistas lograron el apoyo masivo de los
jóvenes que votaban por primera vez y de los estratos medios urbanos. También logró capturar la mitad del
voto comunista, gran parte de la extrema izquierda y casi un tercio del voto centrista.

La derecha pasó del 6 al 26% de los votos (5´5 millones de votos) y logró un apoyo muy superior al de
anteriores ocasiones en ciertos sectores como los jóvenes, pero tenía grandes problemas derivados, no sólo del
distanciamiento del PSOE sino también de que su liderazgo estaba situado más a la derecha que sus votantes,
con lo que la posibilidad de conquistar el voto gubernamental era reducida.
El centro: la UCD experimentó un derrumbamiento completo: del 35% del voto pasó al 7%, perdió a
la vez por la derecha y la izquierda, signo evidente de su descomposición. El voto que mantuvo era marginal y
residual, característico de aquella parte de la sociedad que siempre votaba por quién está en el poder.
El PCE: tenía más esperanzas que la UCD, pero su voto se había reducido a menos de la mitad (4%),
con lo que, después de una larga etapa de oposición al franquismo se convertía en el Partido Comunista con la
cota electoral más baja en todo el mediterráneo occidental.
Los nacionalistas: su voto fue más estable, aunque en éste caso manifestó una tendencia al alza.
Este terremoto electoral fue mayor en lo que respecta a los partidos políticos que a la propia sociedad
española. Los españoles apenas habían cambiado su autoubicación política, aunque estuvieran un poco más a la
izquierda que en 1977. Lo que había cambiado eran los partidos políticos, que se habían liquidado a sí mismos
(UCD), habían perdido la mitad del electorado (PCE) o permanecían lejos de poder alcanzar el poder (la
derecha).

Las elecciones de 1982 propiciaron un relevo generacional al frente del Estado. Felipe González, que
llegó en 1974 a la dirección de su partido con tan sólo 32 años, tenía 40 cuando accedió a la Presidencia del

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Gobierno. Nacido y educado en Sevilla, era abogado laboralista y procedía más bien de los medios católicos
progresistas que de la izquierda clásica. Dotado de una gran capacidad de oratoria y pedagógica, fue muy
pronto y sin disputa el mejor de los dirigentes socialistas. Siempre fue el elemento de unión de un partido en el
que se combinaba el populismo de Alfonso Guerra, con la procedencia tecnocraticoliberal de otros hombres
importantes, como Miguel Boyer.
2-Desde el punto de vista histórico, el largo período de gobierno socialista puede ser definido como
la consolidación de la democracia. En adelante, el gobierno socialista, armado con la autoridad que le daban
diez millones de votos, no dudó en proceder con decisión ante cualquier mínima apariencia de indisciplina en el
ejército. Bajo la responsabilidad de Narcís Serra quedó finalizada la nueva ordenación legal del ejército en la
democracia (Ley Orgánica de Defensa Nacional, reforma del Código de Justicia Militar, etc...).
El primer gobierno socialista tuvo una vida bastante larga, pues duró hasta el verano de 1985. Su
aspecto más positivo fue la política económica que llevó a cabo, aunque también hubo dos acontecimientos
menos positivos: la expropiación de RUMASA y la aparición de los GAL.
 La expropiación del grupo RUMASA, con una posterior presión sobre el Tribunal Constitucional para
que la admitiera, hubiera sido inconcebible en otro momento y resultó una medida torpe y
desproporcionada, aunque su situación exigía algún tipo de decisión por parte del gobierno.
 La aparición de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), organización de lucha sucia contra
ETA, se explica por la necesidad apremiante de acabar con el terrorismo. Utilizaba procedimientos
idénticos a los de ETA, se prolongó entre 1983 y 1985, y sirvió sino para intensificar la defensa de ETA
por determinados grupos de población en el País Vasco. No fue efectivo a la hora de disminuir el
número de muertos en atentados; la causa real fue la colaboración policial de Francia, lograda a partir
de otoño de 1984.
Estos primeros 4 años, aparte de normalizar de manera definitiva a la política exterior española y
señalar un rumbo moderado a la política económica, estuvo dedicado principalmente a cuestiones relativas al
poder judicial y a los derechos de la persona, por un lado, (Ley de Enjuiciamiento Criminal, Ley del Aborto, el
Código Penal, la asistencia letrada al detenido, el <<habeas corpus>> o la regulación del derecho al asilo) y
por otro, a las reformas educativas ( Ley de Reforma Universitaria o LRU y La Ley Orgánica del Derecho a la
Educación o LODE).
En julio de 1985 tuvo lugar la primera crisis del gobierno socialista, con la salida del gobierno de
Miguel Boyer y Fernando Moran. Pero los resultados de la consulta electoral de 1986 de nuevo le darán la
mayoría absoluta.

En la práctica, la mayoría absoluta parlamentaria acabó trasladándose a todas las instituciones del
Estado y el propio Parlamento se resintió de esta situación, que dejó de ser el centro de la vida política; no
hubo comisiones parlamentarias que pudieran perturbar al gobierno (“el rodillo socialista”).
Con este panorama, se llega a las elecciones de 1989 que no supusieron un cambio político
significativo respecto a 1986. El PSOE conservó la mayoría absoluta, pero sólo obtuvo un escaño más de la
mitad, lo que ponía de manifiesto un lento goteo del voto socialista.
Sólo al final de la década de los ochenta empezó a surgir una auténtica oposición al gobierno socialista
y ésta tuvo un componente de carácter mucho más social que estrictamente partidista. La oposición nació, en
primer lugar, entre los estudiantes, que en los años 1987-1988 realizaron varias movilizaciones, cuyo
resultado no fue muy grave para el gobierno. En cambio, sí tuvo consecuencias la oposición a la política
gubernamental de los medios sindicales, que llevó a Nicolás Redondo (Secretario General de UGT) y a otros
dirigentes sindicales socialistas a abandonar sus escaños parlamentarios y estrecharon su relación con el
sindicato comunista Comisiones Obreras. A fines de 1988, tras rechazar un Plan de Empleo Juvenil patrocinado
por el gobierno, los sindicatos convocaron una huelga general que tuvo un amplio seguimiento. Pero
paradójicamente, no se reflejó en las elecciones de 1989.
Pero si es de resaltar que una porción considerable de los medios de información que en elecciones
anteriores – sobre todo en las de 1982 – habían apoyado al PSOE, ahora ejercerán una crítica cada vez más dura
en contra del gobierno.
3- La política económica.
Cuando los socialistas llegaron al poder se daban unas consideraciones económicas en apariencia
pésimas. A parte de los rasgos ya mencionados, el déficit alcanzaba al 5 % del PNB y la inversión seguía
retrocediendo. El ajuste industrial y energético seguía pendiente y la reforma fiscal y financiera se habían

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detenido, la reforma del mercado de trabajo ni siquiera había comenzado, principalmente por el temor a
enfrentarse con los sindicatos.
Pero a estos males objetivos, había que sumar otros que procedían de la oposición. El programa
electoral del PSOE ha sido calificado como <<un ejercicio de paleontología política>>, en el sentido de que
ofrecía 800.000 puestos de trabajo por el procedimiento de la inversión pública directa y el empleo creado por
la Administración, lo que estuvo siempre muy lejos de llevarse a cabo. La irresponsabilidad consistió, quizá, en
la consciente exageración de un programa que en la práctica no se llevó a cabo.
Los responsables de la política económica tuvieron una efectiva autonomía en relación con el partido y
con respecto al programa electoral mismo. Fueron técnicos que tenían posiciones ideológicas situadas en el
extremo más moderado del espectro socialdemócrata, caso de Miguel Boyer. La ventaja principal de que
dispusieron no fue sólo la recuperación del ciclo económico que tuvo lugar a partir del año 1983, sino, sobre
todo, la fuerte estabilidad política conseguida a través de una hegemonía parlamentaria muy marcada.
La primera etapa 1 983- 1 985: La prioridad esencial de la política económica fue la reducción de la
inflación, que descendió al 14 % en el año 1982, al 8 % en 1985 – con una disminución, por tanto, del 40% -,
para luego descender aún más.
El ajuste se realizó en gran medida a costa del empleo, de tal manera que la tasa de paro pasó del 16 al
22 %. No sólo se incumplió el objetivo de crear 800.000 puestos de trabajo, sino que la disminución del
empleo se cifró de manera aproximada en ese número. El desequilibrio exterior se superó y se alcanzó un
superávit importante. La reforma del sector público era también necesaria, puesto que en 1983 el 70 % del
déficit del INI se debía a empresas que habían sido socializadas entre los años 1977 y 1982 para evitar crisis
sociales a corto plazo.
Esta política económica sentó las bases para el crecimiento económico posterior. Se trató de una
operación de saneamiento. La reconversión, por ejemplo, tan sólo afectó a unos 60 000 trabajadores y no
supuso un sustancial incremento de la competitividad de las empresas implicadas. La expropiación de
RUMASA fue una operación técnicamente incompetente, y sólo beneficiosa para los intereses privados, que
lograron ventajas como consecuencia de la posterior privatización de lo expropiado.
En otro terreno – Plan Energético, por ejemplo – la gestión socialista no hizo otra cosa que llevar a
cabo lo que se debería haber hecho mucho antes.
Entre 1987 y 1989, durante la segunda etapa de la gestión económica socialista, el crecimiento
español se situó alrededor del 5 % anual, un porcentaje muy fuerte, superior en uno o dos puntos a la media
europea. Además, el número de trabajadores ocupados pasó de once millones a algo más de doce millones y
medio, aunque eso no quiere decir que se resolviera el problema del paro. Junto al crecimiento se avanzó en
otros terrenos como en la liberalización financiera y del mercado del trabajo.
A partir de comienzos de los años noventa, cuando tuvo lugar una recesión mundial, en la tercera
etapa, se pudieron apreciar las limitaciones de la gestión económica del gobierno. Una peseta fuerte y unos
tipos de interés altos estimularon la llegada de capitales extranjeros que, a menudo, se centraron en negocios
puramente especulativos. En esta última fase, además, la ejecución de la política presupuestaria y del déficit
público fue disminuyendo progresivamente.
Un efecto muy significativo de la política económica socialista ha consistido en el incremento del gasto
social, en especial para la creación del Estado del bienestar.
La gran transformación española durante esta década quizá se produjo en educación, donde el gasto
pasó del 2,8 % al 4,7 % del PIB, la obligatoriedad de la enseñanza llegó hasta los 16 años, se crearon un millón
y medio de puestos escolares y el número de nuevos becarios superó el medio millón. En segundo lugar ha
desempeñado un papel decisivo la sanidad pública, que se ha generalizado en el conjunto de la sociedad
española. En cuanto a la seguridad social también se ha extendido hasta las pensiones no contributivas y que la
cobertura por paro se ha incrementado en más de medio millón de personas.

I.4- Las elecciones de 1996 y los Gobiernos del Partido Popular.

El PP había llevado a cabo un rejuvenecimiento que se había plasmado en el acceso de José María
Aznar a su dirección, alejándose de esta forma de la vieja imagen del franquismo, representada por Manuel
Fraga y otros viejos dirigentes. La marcha hacia el centro del PP le permitió acceder al voto centrista, juvenil y
de mayor nivel económico. En las elecciones del 3 de marzo de 1996, el Partido Popular (PP) anteriormente
Alianza Popular, ganó al PSOE por un pequeño margen de votos (300 000, aproximadamente); no obstante se

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produjo el relevo político en el gobierno español. Con el apoyo parlamentario de CIU, PNV y Coalición
Canaria, José María Aznar formó un gobierno del Partido Popular.
El PSOE sufrió después de la derrota electoral graves divisiones internas que se pusieron de manifiesto con la
renuncia de Felipe González a la secretaría general. Estas divisiones continuaron en años sucesivos hasta la
elección de José Luís Rodríguez Zapatero, en julio 2000, como secretario general del partido.
En marzo de 2000, el Partido Popular ganó nuevamente las elecciones, esta vez por mayoría
absoluta. José María Aznar volvió a formar gobierno sin necesitar el apoyo que en su primera legislatura había
obtenido de las fuerzas nacionalistas.
Desde 1996 se han producido importantes cambios legislativos en cuestiones sociales: leyes
educativas, como la LOU para la reforma universitaria y la Ley de Calidad de la Educación para la enseñanza
infantil, primaria y secundaria. También se han modificado normas de contenido laboral y se ha producido una
reforma de leyes penales y civiles de gran trascendencia.
La mejora económica, iniciada a partir de 1994 con las medidas adoptadas por el ministro socialista
Solbes, continuó con una fase de recuperación y otra posterior de afirmada expansión. Esta coyuntura es
muestra de la plena sincronización con Europa y de una estabilidad que permitió a España superar los criterios
de convergencia económica para incorporarse al grupo de países que adoptaron la moneda única europea, el
euro, de uso corriente a partir de 2002. Esta etapa se vio favorecida por la coyuntura internacional, pero
también por el recuperado clima de acuerdo entre los agentes sociales y la estabilidad gubernamental. La renta
por habitante creció a ritmos altos, en torno al 4% entre 1997 y 2000. Esta situación favorable se acompañó de
otros aspectos positivos, como la reducción del déficit público, una relativa estabilidad de los precios, una
sensible reducción del paro, a pesar de lo cual España continuó siendo el país de la Unión Europea con la tasa
de paro más elevada. Este contexto favorable comenzó a debilitarse a partir de 2001: el crecimiento
económico se redujo del 4% en 2000 al 2,2% en 2002, la inflación ha aumentado y el número de parados volvió
a crecer en 2002 después de años de disminución. También han resurgido las diferencias con los sindicatos, que
convocaron una huelga general en junio de 2002 contra la reforma del sistema de protección al desempleo por
parte del Gobierno.
Un tema que no ha podido resolver el gobierno del Partido Popular ha sido el terrorismo de ETA.

II.- LAS TRANSFORMACIONES SOCIALES Y CULTURALES.

II.1- Una sociedad moderna.


En el transcurso de la Transición la sociedad española ha llegado a ser más igualitaria, así al principio
de la Transición los españoles pobres lo eran menos y los ricos también, debido a la aplicación de la reforma
fiscal y los incrementos salariales de mediados de los setenta.
El igualitarismo no es sino un testimonio de la creciente modernización de la sociedad española. Un
primer ejemplo es la disminución de la población dedicada a la agricultura. A pesar de ello la proporción
española, el 9,5 %, es todavía superior a la de países como Francia.
Otro ejemplo es el creciente papel de la mujer en la sociedad española, cuya tasa de actividad ha
aumentado muy rápidamente a lo largo de la década de los ochenta, pasando del 27 al 33 %, pero está muy por
debajo de la media europea. Por vez primera en la historia de España, en el periodo entre 1987 y 1988 el 50 %
de los estudiantes universitarios eran del sexo femenino. Otro testimonio de modernización, pero preocupante
con vistas al futuro, es, sin duda, la disminución de la tasa de fecundidad española que ha pasado de 2,8
hijos por matrimonio a 1,3, convirtiéndose en la más baja de la Comunidad Europea Sin embargo, los
valores familiares siguen siendo decisivos en la sociedad española, hasta el punto de que más del 80 % de la
población los considera los más importantes. El número de personas que viven solas es menos de la mitad que
en el resto de la Comunidad Europea.
La familia ha servido para paliar problemas tan graves como los del paro, en el sentido de que muy a
menudo se ha conseguido superar la crisis que supone la ausencia de trabajo compartiendo el mismo hogar
familiar el parado y el que tiene trabajo.
Un rasgo muy característico de la sociedad española relacionado con sus valores es la existencia de un
creciente proceso de secularización.
En cuanto a las materias políticas lo característico de España es un cierto <<democratismo cínico>>.
Todo el mundo considera que el mejor sistema de gobierno es la democracia, pero son pocos los dispuestos a
colaborar en cualquier género de asociacionismo colectivo o cualquier trabajo voluntario. Quizá la excepción

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en este sentido son las generaciones más jóvenes. En España existe una manifiesta actitud crítica contra los
profesionales de la política, los menos apreciados en el conjunto de la sociedad española.
II.2- La lenta transición cultural y nuevas perspectivas.
En realidad no se puede decir que existiera a lo largo de la transición política un fenómeno semejante
en el terreno cultural. Se trató de dos fenómenos autónomos y distintos, aunque también puede decirse que el
mundo de la cultura contribuyó al cambio político y lo acompañó.
La transición cultural ha sido posterior en el tiempo a la política, de tal modo que puede decirse que el
cambio en este terreno tuvo lugar aproximadamente a la altura del año 1985. Hasta esa fecha la cultura española
ha estado principalmente protagonizada por quienes empezaron a desempeñar un papel importante en ella a
mediados de los años sesenta. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que hasta el momento actual desempeñan
un papel muy importante en la cultura española los pintores del grupo <<El Paso>> directores de cine como
Luís García Berlanga, actores como Fernando Fernán Gómez o dramaturgos como Francisco Nieva.

En general, un rasgo muy característico de la cultura durante la transición ha sido la referencia


histórica. Ese tratamiento del pasado aparece referido al franquismo en el caso de La escopeta nacional,
de Luís García Berlanga (1977), sarcástica referencia a las cacerías de la época franquista, y se ha
reproducido también en toda una literatura en torno a la persona de Franco (Francisco Umbral, Manuel
Vázquez Montalbán), el relativo a la guerra civil que centra la obra teatral de Fernando Fernán Gómez
Las bicicletas son para el verano (1982) o la película La vaquilla, de García Berlanga (1984). En
general, el pasado no se utiliza en todos esos casos de una manera beligerante o agresiva, sino que se
pretende asumirlo desde la nostalgia o la ironía.
La cultura durante este período ha tenido mucho de recuperación de aquellas etapas La propia
concesión del premio Nóbel de Literatura a Vicente Aleixandre (1977) puede entenderse como una
recuperación de la tradición liberal española. Literatos (Rafael Alberti), ensayistas (Salvador de
Madariaga, María Zambrano), historiadores (Claudio Sánchez Albornoz) a los que el exilio había
separado de España se incorporaron en los años de la transición a la cultura española. En artes plásticas la
devolución del Guernica y, en general, la recuperación de Picasso restableció un vínculo con un pasado
que había sido trágicamente borrado como consecuencia de la Guerra Civil.
La concesión por parte de la Administración de medallas de oro de Bellas Artes a artistas como
Antoni Tapies y Eduardo Chillida es una buena prueba de esta actitud. Esta tarea de normalización,
aunque luego fue prolongada durante la etapa de gobierno socialista, se emprendió y ejecutó en lo esencial
en la etapa de UCD. En Volver a empezar, de José Luís Garci, primer Oscar cinematográfico español
(1982), el protagonista es precisamente un exiliado que recibe el homenaje de su tierra natal.
Otro rasgo ha sido la popularización de la cultura. Los Museos y ferias de arte (como ARCO) son
buenos testimonios de esta divulgación. Algunas de las películas de mayor recaudación en la historia del
cine español (La Colmena, Los santos inocentes) están basadas en textos literarios de los grandes novelistas
españoles (Camilo José Cela y Miguel Delibes).
II.3 - Las nuevas perspectivas culturales.
a) Una nueva política cultural: hizo posible la Ley del Patrimonio Histórico (1985), y las
relativas a mecenazgo. La construcción de una amplia red de auditorios musicales, la creación del Museo
y Centro de Arte Reina Sofía o la ubicación de la Colección Thyssen Bornemisza en España fueron,
quizá, los aspectos más relevantes de esta política de obras.
b) Nuevos creadores y tendencias. El verdadero cambio en la cultura española data del año 1985.
Rasgos de los creadores que aparecieron entonces son el cosmopolitismo. Novelistas (Antonio Muñoz
Molina, Javier Marías) pintores (Barceló, Sicilia) o de los directores de cine (Pedro Almodóvar) resultan
muy a menudo poco casticistas o específicamente españolas
c) Nuevos hábitos culturales. Las diferencias más apreciables respecto a otros países europeos
son, el menor consumo de lectura y por el contrario, vemos más televisión. Tan sólo recientemente se ha
llegado a un consumo desarrollado de periódicos, en especial en la mitad norte de la Península.

A partir de aquí lectura complementaria

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III.- LA INTEGRACIÓN DE ESPAÑA EN LA UNIÓN EUROPEA.

III.1- CONSIDERACIONES GENERALES ACERCA DE EUROPA.

Tradicionalmente se considera que Europa es uno de los seis continentes existentes en nuestro planeta
aunque, desde el punto de vista de la Geografía física es, en realidad, una prolongación hacia el noroeste, a
modo de gran península, del continente asiático. Sin embargo, se la considera un continente debido a su
extensión: unos 10,5 millones de km2, el 7 % de las tierras emergidas.
De su condición de península deriva la dificultad de precisar con exactitud el límite Oriental de Europa,
suficientemente delimitado en las restantes direcciones: por el océano Glacial Ártico, al norte; el Atlántico,
al oeste; y los mares Mediterráneo y Negro, al sur.
Estas dificultades inducen a pensar que Europa justifica su existencia más en base a factores históricos,
culturales, económicos y políticos, que a factores físicos. En estas tierras, pobladas desde tiempos
prehistóricos, se desarrollaron algunas de las principales civilizaciones de la Antigüedad (Grecia y Roma) y,
posteriormente, han tenido una historia común, al menos en sus grandes rasgos (las invasiones germanas
entre los siglos V y VI, el feudalismo en torno al año mil, el Renacimiento a mediados del siglo XV, el
Barroco en el siglo XVII y las revoluciones liberales en el siglo XIX por ejemplo). Además, Europa ha
marcado con su impronta los restantes lugares del planeta, fundamentalmente a través de la colonización de
otros territorios entre los siglos XVI y XX.
Europa presenta fuentes contrastes físicos, humanos y socioeconómicos.
Así, por ejemplo, en función de la latitud y el relieve, se diferencian una Europa septentrional y
central formada sobre todo por mesetas y llanuras; una Europa oriental, predominantemente llana; y una
Europa meridional, muy variada en la que se localizan las principales cordilleras actuales
Según el clima se distinguen, fundamentalmente, una Europa atlántica, en las islas Británicas y la
fachada occidental del continente; una Europa continental, en la parte septentrional y oriental; y una
Europa mediterránea, en el extremo meridional.
Europa presenta también una gran diversidad humana, pero lo más llamativo es la diversidad
lingüística porque, si bien la mayoría de las lenguas son indoeuropeas, dentro de éstas hay que distinguir
entre lenguas románicas, germánicas, etc.
En cuanto al nivel de desarrollo, se observan también enormes disparidades, sobre todo entre la
Europa atlántica y nórdica, en general más desarrollada, y el resto de Europa, menos desarrollada, aunque
con fuertes contrastes.
A lo largo de la historia el mapa político europeo ha experimentado múltiples transformaciones. En
la última década ha tenido lugar una importante alteración del mapa europeo debido
fundamentalmente a dos factores:
• La reunificación alemana en 1990.
• La desmembración de tres grandes Estados federados multiétnicos entre 1990 y 1993: la
Unión Soviética, Yugoslavia y Checoslovaquia.
El continente europeo se organiza actualmente en una cincuentena de Estados. El más extenso es
Rusia (más de 17 millones de km2), y el más pequeño, Ciudad del Vaticano (menos de 1km2).

III.2- LA INTEGRACIÓN DE ESPAÑA EN EUROPA.

- EL PROCESO DE UNIDAD EUROPEA:


A- La idea de Europa y su evolución.
La idea de Europa, de orígenes clásicos, vista como entidad geográfica, cultural y política, se ha
mantenido a lo largo del tiempo, aunque de forma diferente.
Simplificando al máximo, se puede decir que el Imperio de Carlomagno (800 d.C.) es la primera
acepción política de Europa. Su geografía coincide, sorprendentemente, con la futura Europa comunitaria
de los Seis, no pocas veces llamadas la <<Europa carolingia>>. Durante la Edad Media, el concepto de
Europa se confundió, en realidad, con el de Cristiandad.

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En el Renacimiento, la idea de Europa del Emperador Carlos V, basada en la aceptación de la
autoridad del Emperador y del Papa por todos los Estados europeos, fracasa por ser demasiado medievalista
pero triunfa, sin embargo, la idea francesa que situaba a las naciones en un plano de igualdad.
Otro intento serio de construcción europea lo llevó a cabo Napoleón, aunque su idea de Europa
basada en la hegemonía de Francia, también fracasaría por ser demasiado militarista.
Tras la Primera Guerra Mundial, los efectos devastadores de la contienda y el nacimiento de los
Estados Unidos y Japón como potencias extraeuropeas, propiciaron la renovación de la idea de Europa. Así
lo percibió el conde de Coudenhove-Kalergi, de origen austriaco, en su libro Paneurope (1923); en él, hacia
un llamamiento a favor de la unión que detuviese las guerras entre estados europeos y compensara el
debilitamiento de éstos en un mundo en el que ya sólo serían potencias las potencias mundiales.
A su lado, Aristide Briand preconizó la formación de unos Estados Unidos de Europa. Pero las
buenas intenciones de estos y de otros muchos europeístas se vinieron abajo con la llegada de la Depresión
del 29 y el desarrollo, en los años treinta de los totalitarismos de signo fascista en Italia y Alemania, que
llevarían inexorablemente a la Segunda Guerra Mundial.
B- El nacimiento de la CEE
Terminada la Segunda Guerra Mundial, el mundo quedó dividido en dos grandes bloques políticos
y económicos, el capitalista y el socialista, capitaneados respectivamente por dos grandes superpotencias:
Estados Unidos y la URSS. Ante esta situación las naciones de Europa, conscientes de su debilidad,
retoman la idea de buscar una fórmula de asociación o de unión, capaz de superar las trágicas tensiones
francoalemanas y de competir con los dos colosos mundiales a los que pronto se les uniría Japón.
En 1948, en la Conferencia de La Haya, convocada por un comité de coordinación de los
movimientos para la unidad europea, estuvieron representadas todas las categorías sociales y profesionales.
En los debates se enfrentaron unionistas y federalistas.
- Los federalistas propugnan la inserción de los distintos estados europeos en una entidad
supraestatal con órganos comunes a los que se ceden las competencias necesarias;
- Los unionistas se basan en una cooperación entre Estados con un mínimo de órganos comunes y
de transferencias de soberanía.
Finalmente la balanza se inclinó hacia el federalismo, en cuanto a objetivos a largo plazo. También se
urgía a que las naciones europeas transfiriesen parte de sus derechos soberanos a fin de llegar a la unión o a
la federación. Esta unión o federación prevista estaría abierta a todas las naciones europeas gobernadas
democráticamente y que se propusieran respetar la Carta de Derechos Humanos.
De esta conferencia de La Haya salió la transformación del Comité Internacional de los Movimientos
para la unidad europea en el Movimiento Europeo bajo la presidencia de honor de León Blum. El
resultado más inmediato de esta Conferencia fue la firma en Londres en 1949, del Estatuto del Consejo de
Europa.
Al mismo tiempo, sobre la base del Tratado de alianza anglo-francesa de 1947, se constituyó la Unión
de la Europa Occidental, al suscribir el mismo Bélgica, Luxemburgo y Holanda; y la Organización del
Tratado del Atlántico Norte, con la participación de Estados Unidos y Canadá.
Posteriormente la actitud británica de verdadero retroceso en aquella marcha hacia la unificación, hizo
que el centro de la unificación se desplazara en adelante al plano de la llamada pequeña Europa.
C- La cooperación económica en Europa paso previo para la integración.
En esta marcha hacia la unidad europea, los intentos por llegar a establecer vínculos económicos han
tenido más éxito que las iniciativas de tipo político. A su vez, los acuerdos económicos, han pasado por dos
fases: cooperación e integración. La cooperación arranca con creaciones e iniciativas como el Plan Marshall
o la OECE.
1946 y 1947 fueron años muy difíciles para la economía europea. Cada país buscó su propia solución,
mientras que la cooperación económica era bilateral, ya que se basaba en una restricción comercial. Para
resolver la situación económica sólo existían dos soluciones: la ayuda de los Estados Unidos o una
planificación socialista. La primera solución fue la adoptada por Europa occidental y la segunda en la
Europa del Este.
En 1947 G. Marshall ofreció la ayuda de su país a Europa. Inmediatamente se constituyó un Comité
Europeo de Cooperación Económica, de donde surgiría la OECE. De este convenio sólo quedaron excluidas
España y Finlandia.
La OECE aborda dos cuestiones fundamentales: la supresión de las restricciones cuantitativas y la
multilaterización de los pagos.

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El resultado de esto fue la constitución de la Unión Europea de Pagos, dotada con un fondo de 350
millones de dólares cedidos por los Estados Unidos.
En el ámbito de la OECE se adoptaron un amplio conjunto de medidas para acabar con el bilateralismo
y sus secuelas: la supresión paulatina de las restricciones cuantitativas, la eliminación de las prácticas
discriminatorias y de las prohibiciones y subsidios de exportación, y la reducción del área abarcada por el
comercio de Estado.
Desde 1949 se inició un amplio programa de liberalización. Pero, en la esfera comercial de productos
agrícolas, la incidencia del programa no fue eficaz.
Con la puesta en marcha de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) se inició el
proceso de integración europeo. Entró en vigor en 1952 con el fin de conseguir un mercado único entre seis
países para el carbón, el acero, la chatarra y el mineral de hierro. Su finalidad era la integración de las
economías siderúrgicas. Para conseguirlo se suprimieron las aduanas y las restricciones cuantitativas, se
aseguró una competencia leal y se elaboró una política industrial siderúrgica y energética.
D- El Mercado Común Europeo.
Ramón Tamames piensa que la CEE no es sino la fase final por ahora de un largo proceso de
cooperación e integración económica. La integración económica es un proceso a través del cual dos o más
mercados nacionales se unen para formar un solo mercado de mayor dimensión. Para que se de esta
integración, hay que acoplar estructuras y políticas económicas nacionales. Y estas transformaciones exigen
la creación de unas instituciones comunes que reciben parte de las soberanías nacionales y que adquieren
carácter supranacional. En la CEE se realizan las condiciones de una integración económica.
El punto de partida de la comunidad fue la Conferencia de Messina de 1955. Después se celebraron
varias conferencias y, finalmente, en marzo de 1957 se firmó el Tratado de Roma, instaurando la CEE y el
EURATOM o Comunidad Europea de Energía Atómica.
Es de justicia recordar entre sus fundadores, junto a Jean Monnet y Robert Schuman, al alemán Honrad
Adenauer, al italiano Alcide De Gasperi, al belga Paul Spaak, al holandés Joseph Lunch y al luxemburgués
Joseph Bech. Ellos son los llamados <<padres de Europa>>.
E) Las ampliaciones de la CEE.
La Europa de los Nueve.
El deseo del Reino Unido de establecer una zona de libre comercio frente a la Unión Aduanera de la
CEE le llevó, el 3 de mayo de 1960 a auspiciar la creación de la EFTA. No pudo competir, sin embargo,
ante la mayor vitalidad y ambiciones de la Europa comunitaria, de modo que, el propio Reino Unido y con
él, Dinamarca e Irlanda, países pertenecientes a la EFTA, decidieron unirse a la Europa de los Seis tras unas
difíciles negociaciones en las que la Francia del general De Gaulle impuso su veto en dos ocasiones, en
1961 y en 1967. Sería bajo la presidencia de Pompidou, más flexible, cuando la ampliación se hiciera
posible ya en 1963. Nacía así la Europa de los Nueve.
La Europa de los Doce.
Conseguida la integración de los países del Norte, habría que esperar unos años para que lo hicieran los
del Sur. Primero ingresó Grecia en 1981, y después, en 1986, España y Portugal. Había nacido la Europa de
los Doce y, con ella, la necesaria puesta en práctica de unos programas estructurales destinados a reducir las
disparidades de desarrollo económico entre los Doce.
La Europa de los Quince.
A principios de 1993, tras la caída del muro de Berlín, la desaparición del Pacto de Varsovia y la
descomposición de la URSS, se iniciaron negociaciones para una nueva ampliación con Austria, Finlandia y
Suecia, a las que pronto se uniría Noruega. El 1 de enero de 1995 se incorporaron tres nuevos países a la
Unión: Austria, Finlandia y Suecia. Estábamos ante la Europa de los Quince. Noruega quedaría fuera una
vez más tras la negativa ciudadana, expresada a través de un referéndum.
La Europa de los Veinticinco:
El 1 de mayo de 2004 otros diez países entraron a formar parte de la Unión Europea de la cual es
Presidente el español Javier Solana.
Estos diez países son: Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Chipre (la parte griega), Hungría,
Letonia, Lituania, Malta y Polonia.
F- La política de construcción europea: de la CEE a la UE.
Los logros políticos y económicos de la CEE fueron evidentes desde su nacimiento. Los países
comunitarios eran conscientes de que cada uno de ellos, por separado no habría podido aprovechar las

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posibilidades de producción y comercialización que representa la apertura a un mercado interno de 375
millones de consumidores, ni su potencial de conjunto en el exterior.
1- EL ACTA ÚNICA EUROPEA. Se presenta como si fuera un tratado en el que se reafirma el
objetivo de proseguir la obra comunitaria y de transformar las relaciones entre los Estados miembros en una
Unión Europea basada en el respeto a las democracias. Significó también el primer paso para considerar la
Unión Monetaria.
En 1985 se dio un paso muy importante con la aprobación del Acta Única Europea por el Consejo de
Ministros, que fue ratificada en 1986 por los doce parlamentos de los países miembros y entró en vigor en
1987. Se estaba dando vida a un objetivo fundamental: la creación de un mercado único europeo para 1993.
2- LOS TRATADOS DE MAASTRICH Y ÁMSTERDAM.
Otro paso a favor de la completa integración económica, que conducirá a la unión política, se dio en la
ciudad holandesa de Maastrich el 7 de febrero de 1992, con la firma del Tratado de la Unión Europea. En
dicho tratado se preveía, además de la puesta en marcha de los presupuestos del Acta Única, la
incorporación de todos los países comunitarios a la Unión Económica y Monetaria para 1999. Para ello
tenían que ir armonizando sus políticas financieras, monetarias y fiscales mediante unos duros Planes de
Convergencia: medidas que toma cada Estado miembro para cumplir con los criterios de convergencia y
conseguir entrar en la Unión Monetaria.
Los criterios, establecidos en el Tratado de Maastrich actuaron sobre el déficit público, la inflación y la
estabilidad monetaria.
También se habían previsto otras medidas económicas y políticas, entre las primeras, la creación, en
1998, de un Banco Central Europeo: se ocupa de la política monetaria y de la relativa al euro. Está
compuesto por el Directorio (6 miembros) y por el Consejo (gobernadores de los bancos centrales de los
Estados miembros). Su sede está en Francfort y el inicio, como desarrollo del Acta Adicional propuesta por
España, de una política de ayuda a los países comunitarios del Sur, los Fondos de Cohesión, para corregir
los desequilibrios económicos y sociales existentes entre los países ricos y pobres de esta misma
comunidad. El día 2 de octubre de 1997 se firmó el Tratado de Ámsterdam, que reforzaría las políticas
establecidas en Maastrich.
Dos grandes desafíos se presentan hoy a la Europa de los Quince: uno realizar diversas ampliaciones que
integren los antiguos países de Europa central y oriental, y a otros del área mediterránea, y el otro, explotar
la dinámica de la Unión Monetaria sobre la base de la creación del euro a partir del 1 de Enero de 1999.
3-LAS INSTITUCIONES COMUNITARIAS.
La estructura de las Instituciones de la UE se ha establecido como si de un Estado real se tratara, al
distinguir entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Las más importantes son: El Consejo de
Ministros, La Comisión, el Parlamento Europeo, el Tribunal de Justicia y el Tribunal de Cuentas.
El Consejo de Ministros. Como poder ejecutivo, es el principal organismo decisorio de la UE, está
integrado por los ministros de Asuntos Exteriores de cada país comunitario, aunque también pueden asistir
otros ministros. Los Jefes de Gobierno se reúnen dos veces al año en el Consejo Europeo, también llamado
<<Cumbre>>.
La Comisión. Está formada por 20 miembros, dos para los 5 países de mayor número de habitantes, y uno
sólo para el resto. Su función es la de proponer las leyes comunitarias y velar por el respeto de los tratados.
Su sede está en Bruselas.
El Parlamento Europeo. Aprueba, junto al Consejo, los Presupuestos de la Comunidad y ejerce un control
político sobre el Consejo y la Comisión. Tiene 626 miembros, elegidos por un período de 5 años. Su poder
legislativo, inexistente en sus orígenes, va aumentando progresivamente. Su sede está en Estrasburgo
(Francia).
El Tribunal de Justicia. Tiene como función resolver las disputas legales que atañen a las leyes
comunitarias. Se compone de 15 jueces. Sus sentencias son vinculantes para todos los Estados miembros.
Tiene su sede en Luxemburgo.
El Tribunal de Cuentas. Es el encargado de comprobar que la Unión Europea invierte su dinero siguiendo
las normas presupuestarias y los objetivos a los que está destinado.
Otros organismos de la Unión son:
El Banco Europeo de Inversiones, el Comité Económico y Social y el Comité de las Regiones.

III.2.2- ESPAÑA Y LA UNIÓN EUROPEA

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Hasta el 1 de enero de 1986 España no se integra como miembro de pleno derecho en los órganos
de la CEE. Hasta ese momento vivió aislada, gobernada desde el final de la Guerra Civil (1939) por un
gobierno de corte fascista, y no había participado, por tanto, en el proceso de construcción europea que
hemos señalado.
La integración era un hecho esencial que suponía el fin de un largo aislamiento, responsable, para
muchos, de la marginación y del retraso de España. Pero hemos de matizar que no se puede decir
objetivamente que España haya estado siempre aislada de Europa, muy al contrario, ha estado siempre
presente directa o indirectamente, en todos los conflictos europeos. La vocación europeísta de España es
un hecho fuera de toda duda: ninguna otra nación de Europa ha defendido con tanto empeño su europeidad
a lo largo de su historia.
Y ello, quizá, por varias razones de carácter geográfico e histórico: primeramente, su posición
geográfica en el extremo suroccidental de Europa le ha hecho aparecer siempre como lugar extremo, tierra
lejana, un finis térra; su carácter peninsular, como apéndice de Europa, le permite cortar amarras en
determinados momentos históricos o que, por el contrario, se prescinda de ella; y, finalmente, su paisaje
seco y estepario, que unido a lo anterior, ha hecho que se acuñen determinados tópicos como: <<Europa
termina en los Pirineos>>, <<España no pertenece a Europa, sino a África>>, o <<España es diferente>>.
Hoy sabemos que los españoles no somos más diferentes de lo que puedan serlo un francés de un
inglés, de un italiano o de un alemán y que, por encima de todo, se ha impuesto nuestra europeidad,
mantenida a lo largo de la historia. Es más, internamente, lo europeo ha sido visto siempre como elemento
regenerador y modernizado (Costa, Ortega y Gasset), no sin contrapuntos <<casticistas>>, pero que
también son europeos. Por eso, no es de extrañar que en España no hayan prosperado las corrientes
<<euroescépticas>>, tan presentes en el Reino Unido y en otros países, y que desde su integración en la UE,
haya participado vivamente en el proceso de construcción europea.
El 9 de febrero de 1962, el ministro español de Asuntos Exteriores, Castiella, solicitó la apertura
de negociaciones con el fin de vincular a España con la CEE. Se iniciaba así una larga y difícil
negociación que duró casi un cuarto de siglo.
El informe Birkelbach.
Iniciadas las primeras negociaciones <<exploratorias>>, surgió el primer escollo de carácter
político: según el Informe Birkelbach, los países europeos <<no democráticos>> no podían aspirar a la
adhesión, ni siquiera a la asociación con la CEE, pudiendo establecer sólo meros acuerdos comerciales.
La petición del gobierno de Franco quedó, pues, oficialmente sin respuesta. Habría que esperar
hasta julio de 1967 para iniciar las conversaciones que darían lugar al Acuerdo Preferencial de tipo
comercial firmado el 29 de julio de 1970.
El Acuerdo Preferencial de 1970
Hoy día, con la perspectiva del tiempo, está siendo mejor valorado de lo que fuera en el momento
de su nacimiento. Su <<asimetría>> a favor de España es evidente, fueron mayores las rebajas arancelarias
concedidas por la CEE que a la inversa.
En el campo industrial, tales rebajas suponían una reducción media del 63 % en la mayoría de
nuestros productos; los agrícolas no recibieron un trato tan favorable, pero al menos se evitaron mayores
discriminaciones. Por parte de España, las rebajas concedidas a los productos industriales comunitarios
fueron muy selectivas y no pasaron de una media del 25 %.
Tras la ampliación de la CEE en 1973 con el ingreso del Reino Unido, Dinamarca e Irlanda, fue
necesario realizar una renegociación del Acuerdo de 1970.

El Tratado y el Acta de Adhesión a la CEE de España y Portugal.

Muerto Franco e instaurada la Monarquía en España, se inicia un proceso de transición política


hacia la democracia. Las negociaciones con la CEE dieron un giro radical. Se abandona la renegociación
del tratado de 1970 para poder solicitar la adhesión, según el artículo 237 del Tratado de Roma. España fue
admitida en el Consejo de Europa y, el 28 de julio de 1977, el ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino
Oreja, presentaba en Bruselas la demanda de adhesión como miembro de pleno derecho.
La integración de España se contemplaba como la ampliación de la CEE por su flanco sur, por lo
que debía ir unida a la de Portugal y a la de Grecia. Esta ampliación de nueve a doce miembros era a la vez
deseada y temida, pues, aunque se fortalecía este espacio europeo, no estaba exenta de diversos y complejos
problemas.

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Sólo cuando se empezó a abordar el futuro de una comunidad ampliada con vistas al año 2000,
cuando se empezó a hablar de la <<Europa de varias velocidades>> y, sobre todo, cuando comenzó la
elaboración del Acta Única, el panorama se despejó y los cambios fueron sustanciales. En la Cumbre de
Stuttgart, Alemania accedió a la reforma presupuestaria de la CEE y asumió la mayor carga financiera, pero
sólo si se producía una ampliación.
El camino hacia la adhesión estaba libre. Por fin, tras la incorporación de Grecia en 1981, el 29 de
marzo de 1985, el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, alcanzó un acuerdo definitivo y el 12
de junio de aquel mismo año fue firmada el Acta de Adhesión por el rey Juan Carlos I y el presidente del
Gobierno Felipe González. El 1 de enero de 1986 se produjo el ansiado ingreso formal de España y Portugal
en la CEE.

III.2.3- CANARIAS, CEUTA Y MELILLA: UNA INTEGRACIÓN EXCEPCIONAL.


En la integración de España en la CEE hay tres casos particulares, son los de Canarias, Ceuta y Melilla.
En el caso de las ciudades norteafricanas, el acuerdo alcanzado supone su incorporación de pleno
derecho a la CEE, aunque manteniendo las exenciones de impuestos y aranceles anteriores.
Respecto al archipiélago canario, por su mayor capacidad económica, se llegó a un acuerdo,
rechazado por el Parlamento Canario, por el cual las islas se integran en la CEE con todos los beneficios y
ayudas que ello supone pero, al igual que Ceuta y Melilla, quedan excluidas de la unión aduanera, de las
políticas agrícolas comunitarias y de la obligatoriedad del IVA. Se mantiene, pues, un modelo económico
similar, protegiendo la industria interior destinada al propio archipiélago y fomentando la exportación con
la reserva peninsular a la producción platanera.

III.3.- EL PORVENIR DE ESPAÑA Y DE EUROPA.

Desde el 1 de enero de 1986 el destino de España ha ido unido al de la CEE. El balance global se
puede considerar francamente positivo, aunque desde el principio, se vio obligada a realizar grandes
sacrificios, como el pago inmediato del IVA, la aplicación de un período transitorio muy dilatado y una
serie de restricciones en sectores tan importantes de su economía como el pesquero y el agrícola.
España ratificó la aprobación del Acta Única Europea en las Cortes, que suponía un avance en el
objetivo fundamental de crear un mercado único europeo para 1993. También participó muy directamente
en el otro gran paso que se dio a favor de una completa integración económica: la Cumbre de Maastricht,
con la firma del Tratado de la Unión Europea (1992). Desde 1999, tal y como se preveía, para poder
incorporarse a la Unión Económica y Monetaria con el grupo de países comunitarios en cabeza, ha debido
armonizar su política financiera, monetaria y fiscal, ajustándose a los duros Planes de Convergencia
establecidos.
Los sacrificios han sido muchos, pero se ha conseguido corregir la inflación, la deuda pública y
estabilizar la peseta. Todo ello ha hecho posible cumplir los criterios de convergencia y entrar con pleno
derecho en la llamada Europa del euro, la nueva moneda europea.
Para la UE, el ingreso de España ha supuesto una ampliación territorial considerable (504 000,8
km2) y un mercado de casi 40 millones de habitantes; además de un aporte cultural y humanista que la aleja
un poco de la <<Europa de los mercaderes>> y la acerca a la Europa histórica, forjadora de la cultura
occidental.

 EL INGRESO EN LA OTAN

La petición de ingreso en la OTAN tuvo lugar en el mes de junio de 1981 y rompió un consenso hasta
entonces existente en materia de política exterior, pero, en realidad, el factor que explica la controversia
producida en torno a esta cuestión deriva de la situación política interna. La debilidad del deteriorado
gobierno centrista y la emergencia del PSOE, dispuesto a utilizar cualquier arma contra sus adversarios,
contribuyen a explicar la fuerte polémica que caracterizó los meses siguientes. La decisión de Calvo Sotelo,
sin embargo, resultó irreversible.
España fue invitada a participar en la OTAN por la totalidad de sus miembros, incluidos los que tenían
gobiernos socialistas, como Grecia; la única protesta – y muy extemporánea– fue la presentada por la Unión
Soviética. En las Cortes la propuesta fue apoyada por UCD, los nacionalistas vascos y catalanes y la
derecha, pero la oposición del PSOE fue tan dura y cerrada que provocó, además del deterioro del gobierno

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centrista, un vuelco decisivo en la opinión pública que tuvo severas consecuencias. Mientras que más de la
mitad de los españoles eran partidarios de la entrada en la OTAN en el año 1975, en 1982 el porcentaje se
había invertido.
La divisa con la que el PSOE convocó en esos momentos a sus miles de seguidores (<<OTAN, de
entrada, no>>) dio toda la sensación de encerrar una promesa de abandono de la organización. De hecho,
los dirigentes socialistas, en un viaje anterior a Moscú, habían manifestado su preferencia porque no se
ampliaran las alianzas militares en Europa. Las cosas acabaron cambiando mucho cuando accedieron al
poder.
Al poco tiempo de tener la responsabilidad del poder, Felipe González se dio cuenta de que la retirada
de la OTAN en nada favorecía objetivos fundamentales de su gobierno, como el ingreso de España en
la Comunidad Europea. El PSOE hubo de desandar, entonces, su propia historia, aplicando todo el peso de
la disciplina del partido a hacer cambiar de criterio a sus miembros. Después de sustituir en el Ministerio de
Exteriores a Morán por el más atlantista Fernández Ordóñez, Felipe González convocó para el 12 de marzo
de 1986 el prometido referéndum, contemplado con alarma por las cancillerías occidentales, que temían una
respuesta negativa a la proposición del Gobierno de permanecer en la OTAN.
Asociaciones pacifistas, grupos de intelectuales convocados por el escritor Antonio Gala, colectivos
imperialistas, ciudadanos decepcionados por el viraje del PSOE, unidos todos en un gran movimiento anti-
OTAN, animado por el partido comunista, tomaron la calle con grandes manifestaciones que recordaban las
de los primeros años de la transición. A su vez, Alianza Popular, nada deseosa de ayudar a González,
incurría en flagrante contradicción al pedir la abstención a sus millones de votantes atlantistas.
El referéndum fue ganado por el Gobierno –de un 60 % de votantes, un 53% votó sí–, gracias a la gran
capacidad de persuasión de su presidente y al miedo al vacío que supo inculcar. “Si no entramos en la
OTAN, España no podrá celebrar ni los Juegos Olímpicos ni la Exposición Universal en 1992”, llegó a
insinuar González.
El resultado del referéndum sobre la OTAN puso de manifiesto la victoria del pragmatismo frente
a la ideología, y despojó definitivamente al PSOE de su imagen de izquierda, ya muy resquebrajada por su
política económica neoliberal. Sin embargo, en la trinchera anti-OTAN reverdecerían viejas sensibilidades
contestatarias, relacionadas con una cultura de izquierda, que se expresarían en reivindicaciones ecologistas,
feministas, libertarias o de inquietud por los marginados del planeta. El debate sirvió asimismo para
estrechar afinidades políticas, que llevaron a la construcción de Izquierda Unida, coalición liderada por el
PCE en la que se integraron, junto a movimientos ciudadanos de variado signo, algunos disidentes
socialistas y varios grupos de izquierda. Con los triunfos de la CEE y la OTAN en la mano, Felipe González
no dudó que había llegado la hora de disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones.

 LA PRESENCIA ESPAÑOLA EN LA CONSTRUCCIÓN EUROPEA. EL PROCESO DE


INTEGRACIÓN EN EUROPA.
El proyecto del Mercado Común, que comenzó en 1952, con la creación de la CECA y se concretó en
1957 con el Tratado de Roma, fue desde el primer momento un plan de integración que iba más allá del
libre comercio o una unión aduanera. El proyecto pretendía estrechar lazos políticos, que podrían abocar en
modelos que no existían anteriormente. Esta aspiración se plasmó en la declaración de 1972, en la que se
postulaba llegar a la Unión Europea con mayor desarrollo y competencias de los órganos comunitarios:
Parlamento, Consejo y Comisión.
El primer paso de entrada a la Comunidad Europea por parte de España tiene lugar en 1958, cuando se
le concede un Acuerdo Preferencial de Comercio. Sin embargo, habrá que esperar al inicio de la democracia
para poder aspirar a la integración en la CEE.
Uno de los acontecimientos cruciales en la etapa de la Transición fue el Tratado de Integración en la
Comunidad Europea, firmado el 12 de julio de 1985 por el entonces Ministro Fernando Morán. A partir de
su entrada en vigor el 1 de enero de 1986 España pasó a ser un miembro de pleno derecho de la Unión
Europea, un objetivo perseguido durante décadas.
El Gobierno español desde su adhesión ha participado en los esfuerzos por avanzar a esa unión. Felipe
González y su gobierno apoyaron la opción de cohesión social y política que abanderaba Jacques Delors,
quien fue presidente de la Comisión Europea de 1985 a 1995.
A lo largo de estos años se han tomado acuerdos trascendentales, como la firma en 1987 del Acta
Única, por la que se reforzaría la cohesión política entre sus miembros. En 1991 se firmó el Tratado de

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Unión en Maastricht, por el que se acordó la creación de una unión económica y monetaria y se fijó 1999
como fecha tope para adoptar una moneda única. Estos acuerdos fueron ratificados por una mayoría del
Parlamento español, si bien sectores de la izquierda (IU en especial) criticó que estos acuerdos favorecían
únicamente al gran capital.
Con la firma del Tratado de Maastricht se establecieron los cimientos para la Unión Económica y
Monetaria, lo que habría de conducir a la creación de una única moneda, el Euro, para todos los países que
cumplieran las denominadas condiciones de convergencia. Las dificultades de algunas economías, entre
ellas la española, para cumplir estas condiciones a mediados de los noventa llevaron a plantear la
posibilidad de diferenciar dos grupos de países en la incorporación al Euro “la Europa de las dos
velocidades”. Mientras los primeros – Alemania, Francia y las economías del norte de Europa – se
integrarían inicialmente, otros países como España, Portugal e Italia, lo harían en una etapa posterior.
Sin embargo, cuando llegó el momento fijado para adoptar la decisión y valorar los criterios de
convergencia establecidos en Maastricht once países firmaron, finalmente el Acuerdo de Constitución del
Banco Central Europeo en mayo de 1998, España pudo incorporarse a la unión monetaria desde el primer
momento.
Los retos para esta Unión Europea se agrupaban en dos campos: por un lado el debate sobre los fondos
de cohesión – transferencias de los países ricos a los más pobres –, que están siendo cuestionados una vez
que los últimos han alcanzado los criterios de convergencia, nos referimos a la entrada de Suecia, Finlandia
y Austria en 1995 cuando nacía la Europa de los quince. En este sentido, varios países del Este europeo
candidatos a la ampliación de la Unión, esperan estas transferencias. De otra parte la globalización mundial
de la economía, con la creación de la OEMC en 1995 y la propuesta de la OCDE del Acuerdo Multilateral
de Inversiones, lo que obligará a los Estados a seguir reduciendo el estado del bienestar y los gastos sociales
para favorecer el flujo de las inversiones exteriores, garantizar altas tasas de beneficios al capital y mantener
la competencia frente a otras áreas económicas del país.
Como dijimos anteriormente España cumplió los requisitos de convergencia en 1998. Cuando el Partido
Popular se hizo cargo del Gobierno en 1996, España no contaba con conseguir la entrada en esa primera
fase del Euro, sin embargo la política de control de la inflación, los tipos de interés a largo plazo y el déficit
público se trató de tal forma que ese mismo año de 1998 España cumplía holgadamente los criterios
fundamentales de Maastricht.
Así el 4 de enero de 1999 se fijó una paridad fija e inalterable entre las monedas de los países
participantes y entre éstas y el Euro. A partir del 1 de enero del 2002 la moneda europea sustituirá a las
nacionales y el 30 de junio de ese año está previsto que la peseta, como todas las demás monedas
nacionales, deje de circular, pasando a ser el Euro la única moneda en todos los países de la Unión Europea.
Además de la integración de España en la Comunidad Económica Europea que se hizo en medio de
un total consenso, el ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue muy debatido.
El mayor éxito de la política socialista en toda la década de los ochenta y uno de los hitos, sin duda
de la historia española reciente es la integración plena del país en la Unión Europea, que tendrá desde el
principio vertientes económicas decisivas, a las que hay que sumar la libre circulación comercial y de
personas. Sin embargo en relación con el ingreso de España en la OTAN, la oposición del país y de los
grupos políticos estaba mucho más dividida y ello fue la causa de una lucha política desde 1981 a 1986.
Una parte importante del país no deseaba integrarse en alianzas militares, ni en uno ni en otro
bloque, que comprometieran a España y que obligaran presumiblemente a una opción en materia de
armamento nuclear. Esta opinión era mayoritaria en la izquierda y el PSOE participaba de ella en los
primeros tiempos de la Transición. En octubre de 1981, el gobierno de Calvo Sotelo pidió la autorización
del Parlamento para ingresar a España en la OTAN. Después de un fuerte debate se autorizó su integración.
El 10 de diciembre de 1981 se firmaba en Bruselas El Protocolo de Adhesión de España a la OTAN el 43%
de los españoles era contrario a esta decisión.
El PSOE advirtió que, si llegaba al poder, convocaría un referéndum popular sobre esta adhesión.
La opinión de Felipe González fue cambiando y con el tiempo fue haciéndose más “atlantista” en su
contacto con otros políticos europeos, inclinándose claramente por el si la mayoría de su partido. El
referéndum se celebró en marzo de 1986, cuando ya era un hecho la entrada en la CEE.

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