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Entre espadas, fusiles y faldas: Mujeres en batalla

Por: Patricia Díaz Terés


“El valor, la buena conducta y la perseverancia conquistan todas las cosas y obstáculos que quieran
destruirlas y se interpongan en su camino”.
Ralph Waldo Emerson
Alimento, territorio, poder, lujuria, igualdad, libertad... variadas han sido las razones que el ser
humano ha encontrado para entablar luchas con los miembros de su propia especie, defendiendo lo que en
su momento creen como necesario, correcto o al menos conveniente para preservar su bienestar.
Por el bien de un imperio, reino o nación, o para satisfacer la vanidad de un poderoso señor, lo
cierto es que a pesar de cualquiera que sea el motivo que ha encontrado el hombre para declarar guerras a
lo largo de su historia, la constante de estos conflictos es el sufrimiento de los inocentes y el derramamiento,
muchas veces innecesario, de la sangre de valerosos guerreros.
Siendo el campo de batalla considerado como propio –y exclusivo- del varón, el papel de las damas
en estas contiendas parece estar ineludiblemente vinculado con la pasividad, la desesperación y el
sufrimiento, ya que mientras el hombre de la casa salía a pelear por su país o amo, la fémina debía
permanecer en el hogar para garantizar la seguridad del patrimonio y la familia.
Pero como siempre, en los registros bélicos de la humanidad, pueden encontrarse algunas mujeres
que –tal como las piratas, aviadoras o exploradoras de quienes hemos hablado anteriormente- no se
conformaron con el rol establecido y decidieron marchar también a la guerra.
De este modo, desde hace cientos de años existen en el saber popular algunos arquetipos de la
fémina luchadora, desde las poderosas valquirias de la mitología nórdica, pasando por diosas de la guerra
como la griega Atenea, la celta Badb, la egipcia Segmet o las mesopotámicas Anat e Inanna; llegando a
figuras terrenales como las amazonas o las doncellas guerreras.
Así, mientras las amazonas eran mujeres fuertes, independientes, combatientes por elección, que
despreciaban al hombre y veían el matrimonio como algo innecesario y reprobable; las doncellas
guerreras eran jovencitas que, debido a las circunstancias, se veían obligadas a tomar –corriendo grandes
riesgos- la armadura y la espada para defender algo demasiado importante para ellas, fuera un miembro de
la familia –regularmente un padre enfermo incapaz de pelear- o una misión divina –como Juana de Arco-.
Ahora bien, saliendo de la mitología y tradición populares, en Roma por ejemplo las primeras
mujeres con un papel activo en una lucha armada –al menos en la planeación y estructuración de la misma-
fueron Entropía y su sobrina Constantina, damas pertenecientes a la corte de Constante, quien fue
muerto a manos de Magnencio; para defender sus legítimos derechos, ambas “adoptaron” un candidato al
trono, en el caso de la primera a su propio hijo, apoyando la segunda al ilustre militar Vetranión.
Algunos siglos después, aparece en escena la efigie de la reina Urraca de León y Castilla, quien
durante el siglo XII peleó contra el nefasto Alfonso el Batallador de Aragón; para lograr la victoria la
soberana reclutaba personalmente soldados para su ejército, mientras que cabalgaba hombro a hombro con
sus caballeros, demostrando así su capacidad para gobernar su propio reino.
Durante la oscura Edad Media, la mujer fue relegada a ser solamente un accesorio del hombre,
mientras él mandaba ella obedecía, mientras él disputaba ella permanecía en su casa; estos roles eran
sostenidos por la idea de que si se le permitía a la dama marchar hacia la guerra, creería que era igual que
su esposo, por lo que para él resultaría imposible dominarla después. Todo esto era dado por un esquema
irracional en el cual era necesario colocar un género por encima del otro, excluyendo aquello que
actualmente resulta –o debería resultar- obvio, que hombre y mujer pertenecen al género humano, teniendo
igual dignidad y facultades, aunque sus características sean complementarias –que no excluyentes-.
Pero el estereotipo medieval fue destrozado por una mujer –a quien posteriormente dedicaremos un
artículo completo- excepcional, madre del famoso Ricardo Corazón de León, Leonor de Aquitania fue
conocida durante las Cruzadas como la Dama de las Espuelas de Oro, ya que representó a todas las
mujeres que, más o menos disfrazadas, pelearon en las guerras realizadas en Tierra Santa.
Asimismo, numerosas nobles se vieron obligadas a defender sus castillos y posesiones en ausencia
de sus maridos, por lo que la figura de la dama protectora se vio concretada en personajes como la dama
Alicia que defendió el castillo de Bokenham o Caterina Albert, Condesa de Paliars, quien luchó durante
tres años contra Fernando el Católico quien, venciéndola finalmente la obligó a huir hacia Francia al
declararla como rebelde a la voluntad de la Corona.
Sin embargo todos estos fueron casos excepcionales, situación constante durante los siglos
venideros, hasta que se llegó a las guerras decimonónicas. Durante la segunda mitad del siglo XIX y
durante todo el siglo XX la presencia de las mujeres en los campos de batalla fue paulatinamente en
aumento, incrementando también el reconocimiento que se daba a su labor y valentía.
Para la Guerra de Secesión (1861-1865), en Estados Unidos los ejércitos tanto Confederado
como de la Unión tenían estrictamente prohibido en sus estatutos, el enrolamiento de las mujeres como
efectivos militares; sin embargo, existieron valerosas damas que lograron engañar a los vanidosos oficiales.
De esta forma, féminas como Mary Owens, Mary Stevens Jenkins, Sarah Emma Edmonds o
Loreta Velázquez, consiguieron enlistarse en el ejército bajo seudónimos como John Evans o Franklin
Thompson, disfrazándose para poder ocultar los rasgos físicos característicos de su género, pero también
aprendiendo algunas costumbres de los varones de la época tales como fumar cigarros; estos engaños no
eran complicados, debido a que la necesidad de soldados era tal que los reclutadores no pedían pruebas de
identidad a los nuevos combatientes, habiendo además entre ellos numerosos adolescentes varones.
Ya fuera por patriotismo, hambre o amor –hubo algunas mujeres que prefirieron morir en el campo
de batalla con sus amados a dejarlos marchar solos- estas damas pasaron a la historia, tal vez no por sus
grandiosas hazañas en campos tristemente célebres como Gettysburgh, sino porque no se conformaron
con los estándares victorianos que las restringían a la pasividad y resignación.
Para las Guerras Mundiales vividas en la primera mitad del siglo XX la presencia de las mujeres en
el ejército fue haciéndose cada vez más común –aunque no en todas las naciones-; mientras en cualquier
frente ellas servían como conductoras de ambulancias, enfermeras o auxiliares, en sitios como la Unión
Soviética llegaron a formarse escuadrones de aviación exclusivamente femeninos, como fue el caso del
Regimiento 587º de Bombardeo Nocturno, comandado por Marina Raskova, realizando 1134 misiones y
obteniendo varias de ellas condecoraciones como la Bandera Roja o la de Suvórov de 3ª clase, siendo 23
de sus integrantes designadas como Héroe de la Unión Soviética.
Hoy en día son muchas las mujeres de varias naciones, que han servido en terribles frentes como
los de Irak y Afganistán, madres de familia, esposas amorosas, y que son a la vez valientes soldados que
–tras grandes esfuerzos- poco a poco han sido aceptadas por sus compañeros de armas como iguales,
dignas de esa confianza ciega, necesaria para todo militar que lucha en la guerra. Y así, aún cuando las
hazañas bélicas han estado durante siglos perfectamente reguladas, en cuanto a las féminas se refiere, se
pueden aplicar las palabras de Marco Tulio Cicerón: “Cuando los tambores hablan, las leyes callan”.

FUENTES:
“Camino de Lucha y de Gloria”. Aut. I.M. Danishevski. Ed. Progreso. Moscú, 1967.
“Las mujeres y la guerra”. Aut. Mary Nash y Susanna Tavera. Ed. Icaría. España, 2003.
“Women at War: Life on the frontline”. Aut. Robyn Bresnahan. BBC News. Febrero, 2010.
“Women Soldiers and Nurses of the American Civil War”. Aut. De Anne Blanton.
http://americancivilwar.com
“Ellas”. Muy Interesante: Historia. Año 27 No. 59.

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