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Alexis Carrel
Premio Nobel de Medicina
Entre las riquezas de los descubrimientos científicos, hemos hecho una sucesión
de elecciones, y estas elecciones no han sido determinadas por la consideración
de un interés superior de la humanidad. Han seguido sencillamente la pendiente
de nuestras inclinaciones naturales, que son los principios de la mayor comodidad
y del menor esfuerzo, el placer que nos dan la velocidad, el cambio y el confort y
también la necesidad de huir de nosotros mismos. Todo este conjunto constituye
ciertamente un éxito de las nuevas invenciones. Pero nadie se ha preguntado de
qué manera los seres humanos soportarían la aceleración enorme del ritmo de la
vida producida por los transportes rápidos, el telégrafo, el teléfono, las máquinas
de escribir y de calcular, que efectúan hoy todos los pausados trabajos
domésticos de antes. La adopción universal del avión, del automóvil, del cine,
del teléfono, de la radio y pronto de la televisión, es debida a una tendencia tan
natural como aquella que en el fondo de la noche de los tiempos determinó el
uso del alcohol. La calefacción de las casas por medio del vapor, el alumbrado
eléctrico, los ascensores, la moral biológica, las manipulaciones químicas dentro
de la alimentación, han sido aceptadas únicamente porque estas innovaciones
eran agradables y cómodas. Pero su efecto probable sobre los seres humanos, no
ha sido tomado en consideración.
Nuestra vida se halla asimismo influenciada en una inmensa medida por los
periódicos. La publicidad está hecha únicamente en interés de los productores y
jamás de los consumidores. Por ejemplo, se hace creer al público que el pan
blanco es superior al pan negro. La harina ha sido cernida de manera más y más
completa y privada entonces de sus principios más útiles. Pero en cambio se
conserva mejor y el pan se elabora más fácilmente. Los molineros y los
fabricantes ganan más dinero. Los consumidores comen, sin duda, un producto
inferior. Y en todos los países en dónde el pan es la parte primordial de la
alimentación, las poblaciones degeneran. Se consumen enormes sumas en la
publicidad comercial. De esta manera, cantidades de productos alimenticios y
farmacéuticos inútiles y a menudo dañinos, se han convertido en una necesidad
para los hombres civilizados. Y es así como la avidez de los individuos bastante
hábiles para dirigir el gusto de las masas populares hacia los productos que
necesitan vender, representa un papel capital en nuestra civilización.
Sin embargo, las influencias que obran sobre nuestro modo de vivir no tienen
siempre el mismo origen. A menudo en lugar de ejercerse en el interés financiero
de los individuos o de los grupos de individuos, tienen realmente como fin la
ventaja general. Pero su efecto puede ser dañino si aquellos de los cuales emana,
aunque honrados, tienen una concepción falsa o incompleta del ser humano.
Ocurre con aquellos que toman sus deseos, sus sueños o sus doctrinas, por el ser
humano concreto. Edifican una civilización que, destinada por ellos a los
hombres, no conviene en realidad sino a imágenes incompletas o monstruosas del
hombre. Los sistemas de gobierno construidos por piezas en el espíritu de los
teóricos no son sino castillos en el aire. El hombre al cual se aplican los principios
de la Revolución Francesa es tan irreal como aquél que, en las visiones de Marx o
de Lenin, construirá la sociedad futura. No debemos olvidar que las leyes de las
relaciones humanas son todavía desconocidas. La sociología y la economía
política no son sino ciencias de conjeturas o pseudo ciencias.