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tos, y podra ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que ahora se use
que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacan; de manera que contra el uso de los tiempos no hay que argir ni de qu hacer consecuencias. Yo s y tengo para m
que voy encantado....#
Pero la certeza de este encantamiento que es ya desencantamiento! no se asemeja
y hay que advertirlo claramente al cogito cartesiano. Aqulla no est hecha de una simple
reflexin del pensamiento sobre s mismo: yo s y tengo para m que voy encantado, y esto me
basta para la seguridad de mi conciencia, que la formara muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde, defraudando el socorro que
podra dar a muchos menesterosos y necesitados que deben tener a la hora presente precisa y
extrema necesidad de mi ayuda y proteccin.#
Reconocera la conciencia su propio hechizamiento mientras est perdida en un laberinto de incerteza y su seguridad sin gran escrpulo se asemeja al embrutecimiento? Locura de
Don Quijote! A menos que la conciencia petrificada por los encantos y sin escuchar la llamada
de los afligidos no lo entienda todo del mismo modo! A menos que no exista una sordera capaz
de sustraerse a su voz. A menos que la voz de los afligidos sea el deshechizamiento mismo de la
ambigedad en que se despliega la aparicin del ser en cuanto ser.#
EMMANUEL LVINAS #
Pars, 12 de febrero de 1976#
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