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PERSPECTIVAS GEOGRÁFICAS DEL BICENTENARIO DE LA ARGENTINA

LIC. DIANA DURÁN1

Yo nací en Buenos Aires, ergo soy porteña hasta la médula y he vivido durante
muchos años la concentración geográfica, el residir en la ciudad primada. Sin
embargo, los itinerarios de la geografía de mi vida cotidiana me llevaron a habitar
el Interior –San Carlos de Bariloche y ahora Punta Alta-, y he podido experimentar
la Argentina con vívida perplejidad.

Hace más de veinte años escribíamos con Albina Lara y Celia Daguerre un libro
muy entrañable, “Argentina. Mitos y realidades” (1992) en el que expresábamos
convencidas que las “contradicciones marcadas entre los mitos y las realidades,
entre el país mental y el país real, han obstaculizado el desarrollo argentino”. Y
además, decíamos, como argentinos padecemos de falsas percepciones y
creencias a veces transformadas en mitos nacionales. Hoy, en este Bicentenario,
seguimos siendo promesa, seguimos caracterizándonos por ser un país de
opositores –como expresara Ernesto Sábato-, y detentamos los mismos
problemas y potencialidades que planteábamos en aquel ensayo.

Algunos de los mitos argentinos trazados en ese libro y otras perspectivas


actuales vinculadas con el Bicentenario se sopesan a continuación.

Entre ellos, “no trabaja el que no quiere”, típica afirmación argentina que sigue
vigente aunque ya no como mito sino como cruel realidad desde que la Reforma
del Estado en los 90 –iniciada en la dictadura militar-, provocara la disminución
notable de los puestos de trabajo y una precarización y flexibilización laborales
dignas de épocas de esclavitud, aparentemente abolida por la Asamblea del año
1813.

Otro mito es que en la Argentina “la gente no se muere de hambre” cuando en


realidad nuestra soberanía alimentaria hoy se ve cercada por los procesos de
agriculturización y sojización que limitan la capacidad de nuestro país, -otrora
granero del mundo-, para producir alimentos, especialmente para las poblaciones
más vulnerables.

1
Lic. en Geografía de la Universidad del Salvador. Docente del ISFD Nº 79, ISFT Nº 190 e ISFD y T Nº 159
de Punta Alta. http://geoperspectivas.blogspot.com

© Diana Durán
La Argentina ambiental del Bicentenario

La cuestión ambiental es pródiga en mitos lo que nos lleva a reafirmar a la


educación geográfica como formación ciudadana.

Hemos descripto como mito que la Argentina “es inmensamente rica, tiene de todo
y no lo sabemos aprovechar”. Al respecto, Albina Lara (2009) explica que la
Argentina tiene modelos de producción no sustentable, lo que implica por ejemplo
pérdida económica por deterioro de los suelos -1000 millones de dólares por año-.
El 20 % de los suelos degradados se localizan primordialmente como erosión
hídrica en la Argentina húmeda mientras la erosión eólica, en la Argentina árida.
En el espacio rural se agrega la contaminación por agroquímicos, la
desertificación y la deforestación. La misma autora identifica en el espacio urbano
el déficit en los servicios sanitarios, la contaminación del agua y el aire, la pérdida
o degradación de los espacios públicos urbanos y la gestión inadecuada de los
residuos sólidos urbanos.

En la escala nacional son notorios la gestión imprevisora de riesgos ambientales y


los embates a la biodiversidad así como las consecuencias negativas del cambio
climático. En tal sentido, recordemos que durante 2009 la Argentina sufrió la peor
sequía en 70 años. La situación afectó tanto a la región pampeana como a zonas
más marginales, especialmente en Santiago del Estero y Río Negro, por nombrar
provincias distantes. Como sucede inveteradamente, las primeras medidas contra
las sequías se tomaron de manera improvisada, cuando el fenómeno climático ya
se estaba produciendo.

En “Las utopías del medio ambiente”, Di Pace y otros (1992) también aluden a los
problemas ambientales especificando su localización geográfica en el escenario
de la frontera agropecuaria activa (Selva Misionera, Selva Tucumano-Oranense y
Gran Chaco), la frontera agropecuaria intersticial, en el interior de superficies ya
cultivadas como las depresiones con pastizales, sur de Bs. As, el frente arrocero
de la zona pampeana en el sector mesopotámico y el frente porotero en Selva
Tucumano – Oranense y los frentes de desertificación de la zona Altoandina. Todo
ello debido al proceso de agriculturización y sus nefastas consecuencias.

Mientras tanto, sigue pensándose –y no sólo vulgarmente sino en términos de


políticas agropecuarias especulativas y apropiación territorial por parte de
extranjeros-, que la Argentina es un país templado húmedo, cuando en realidad
tres cuartas partes del territorio pertenecen a la diagonal árida latinomericana por
lo que es comprensible el crecimiento del pulpo sojero.

© Diana Durán
Sin embargo, la Argentina no posee todos los climas del mundo o, por lo menos,
una gran parte de los mismos como se piensa sino que la realidad es que “el clima
argentino es el clima argentino” (Bruniard, 1986) y se repite muy escasamente
fuera de sus fronteras. Así, por ejemplo, la Puna muestra rasgos climáticos únicos
en el mundo; la Patagonia presenta un régimen con precipitaciones durante todo
el año con máximo en verano, que es una distribución que parecería desvirtuar la
habitual sobre los océanos en latitudes templadas. Desde el Río de la Plata hacia
el norte se manifiesta una marcha anual de excepción, con lluvias durante todo el
año y máximo invernal. En realidad, toda la masa sudamericana se presenta como
una gran excepción que no encaja fácilmente en los esquemas planetarios, cuyos
orígenes deben buscarse en una conjunción especial entre un modelo de
circulación atmosférica, propio del hemisferio sur, y un dispositivo continental que
cuenta con un rasgo sobresaliente en la cordillera Andina. Las actividades
agropecuarias de secano contradicen la racionalidad geográfica frente a la
realidad apuntada.
En términos de aguas superficiales, la Argentina posee una oferta relevante y
probablemente las Cataratas del Iguazú o el Glaciar Perito Moreno sean los
símbolos turísticos del mito del superávit hídrico; sin embargo, su distribución en el
territorio es muy desigual. Así, el 80% del caudal medio de los ríos corresponde a
los ríos Uruguay y Paraná de la cuenca del Plata, mientras que un 45% del
territorio del país está ocupado por las cuencas de los ríos que sólo aportan el 1%
del caudal medio, o carecen por completo de aguas superficiales. El derroche de
agua potable y las inadecuaciones uso-aptitud de los suelos, en consecuencia,
podría plantearse como el resultado del mito de la oferta hídrica, no sin antes
advertir la realidad de los contrafuertes andinos con sus glaciares hoy en proceso
de enajenación por parte de mineras y capitales privados.

Por lo demás se agrava la cuestión si consideramos el documento oficial Geo 4


(www.ambiente.gov.ar/archivos/web/GEO/File/Geo_Argentina_2004.pdf) donde se
reconoce que “para grandes sectores de la población, la demanda insatisfecha de
desagües cloacales y agua potable obliga a la coexistencia de pozos ciegos y
perforaciones domiciliarias: las capas de las que se nutren estas perforaciones
son contaminadas por los propios efluentes cloacales”. Y señala el volcado “sin
tratamiento previo de aguas” como un “problema generalizado en las ciudades
argentinas”. Sólo el 42,5 % de la población cuenta con desagües cloacales y sólo
un 78,4 % tiene agua de red. El resultado son enfermedades, de las cuales “las
más habituales son las hepatitis virales, la diarrea aguda, la fiebre tifoidea y
paratifoidea”. El informe propone “que los servicios de saneamiento deben estar al
alcance de toda la población, independientemente de su capacidad de pago”.

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Más allá de estos temas, sabido es que el ser un país de baja cuenca ha sido una
debilidad y no una fortaleza –como se pensaba frente al mito de tener la “puerta
de la tierra” en el río de la Plata que se potencia con la metáfora de la gran cabeza
de Goliat en la ciudad puerto-, frente a los aprovechamientos hídricos que Brasil
ha concretado en la alta cuenca y que nos hacen dependientes de sus decisiones
insolidarias –en contraposición a los principios de la Ley General de Ambiente, tan
poco aplicada en nuestro país-, respecto al manejo transfronterizo de los recursos
hídricos compartidos.

En síntesis, como hemos expresado en un artículo sobre la trama ambiental


argentina: “En cambio de ocuparnos a tiempo de que las poblaciones en riesgo
ambiental por la localización de sus viviendas, trabajos o itinerarios ambientales
coincidentes con la distribución geográfica de alguna anomalía de la naturaleza en
su relación con la sociedad -inundación, contaminación, vulcanismo, tornado,
entre otras- sean advertidas de los próximos eventos que podrían afectarlos; lo
hacemos a posteriori.

En cambio de advertir a los productores agropecuarios que no avancen con sus


explotaciones sobre áreas en riesgo de sequía o inundación, desde las políticas
gubernamentales se promueve la agricultura y la ganadería especulativas. Luego
se lamentan las pérdidas de cosechas o la liquidación de vientres.

En cambio de localizar las nuevas obras de infraestructura previa evaluación de


sus impactos ambientales o de construir nuevos establecimientos en las áreas
donde la lógica geográfica así lo indica, lamentamos las consecuencias
calamitosas de los embalses en la población y el paisaje o deberemos erradicar en
un futuro próximo nuevos establecimientos educativos construidos sobre lagos
subterráneos de arsénico en una provincia de la Argentina árida.

En suma, actuamos sin previsión, no advertimos a sabiendas porque los


profesionales responsables y los científicos lo han escrito y difundido, porque en
caso contrario, los problemas estarían en vías de solución o, por lo menos sus
consecuencias, no serían tan nefastas”.

Nuestro país –fuera de su notoria posición geográfica central con respecto a sus
vecinos colindantes-, no ha dejado de ser un territorio aislado –aún en el
conocimiento de grandes obras de infraestructura faraónica como la Hidrovía o
IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana),
de dudosa aplicación al ordenamiento territorial, salvo que éste se comprenda en
función de los países centrales. En contrapartida, debiéramos considerar la
protección del Sistema Acuífero Guaraní como uno de los reservorios de agua

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subterránea más grandes del mundo. Se encuentra en el subsuelo de un área de
alrededor de 1.190.000 kilómetros cuadrados (superficie mayor que las de
España, Francia y Portugal juntas). En Brasil abarca una superficie -en kilómetros
cuadrados- de aproximadamente 850.000 (9,9% del territorio), en Argentina
225.000 (7,8%), en Paraguay 70.000 (17,2%) y en Uruguay 45.000 (25,5%).

Debemos también puntualizar con profundo interés nacional que como es sabido,
otra actividad económica, la minería a cielo abierto, se ha convertido en un agente
expoliante y depredador del ambiente, además de las múltiples consecuencias
que provoca en la salud humana y en la vida general de las comunidades. Nuestro
país, como ausencia de la ausencia de políticas ambientales y de ordenamiento
territorial, sufre los devastadores impactos de esta actividad sin regulación del
Estado nacional que es partícipe y cómplice de esta situación, resultado de la
globalización económica.

Por lo demás, otro evento que en vez de promover la sustentabilidad profundizará


las debilidades de la Argentina del Bicentenario se produjo luego de que el 22 de
octubre de 2009 el Congreso de la Nación sancionara la Ley Nº 26.418 de
Protección de glaciares y ambiente periglacial. La Cámara de Senadores de la
Nación convirtió en ley el proyecto que establece presupuestos mínimos para su
protección con el objeto de preservarlos como reservas estratégicas de recursos
hídricos y proveedores de agua de recarga de cuencas hidrográficas. El proyecto
establece una definición clara y precisa de lo que se entiende por glaciares y
ambiente periglacial, prohíbe y/o restringe la ejecución de proyectos o actividades
en ellos, como la liberación de sustancias contaminantes, la construcción de obras
de arquitectura, la exploración y explotación minera y la instalación de industrias,
entre otros. Además impone la obligación de inventariar y monitorear el estado de
los glaciares con fines sustentables.

Pero, el lunes 10 de noviembre la Presidencia de la Nación a través del decreto Nº


1837/08 VETÓ esta ley de protección de nuestros glaciares como fuente
estratégica de agua potable para el sostenimiento de la vida y del desarrollo de
nuestra comunidad. Diversas organizaciones sociales involucradas en el cuidado
del ambiente y a la sociedad civil en general expresaron firmemente su profunda
preocupación por las consecuencias futuras de esta decisión nefasta para la
soberanía nacional.

200 años de una geografía social contrastada

En el ámbito demográfico la Argentina continúa como hace 200 años siendo un


territorio escasamente poblado (39.356.383 en 2007, según el Ministerio del

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Interior), es decir de tamaño poblacional reducido lo que trae ciertas ventajas –
baja capacidad de carga- y desventajas, por ejemplo, en términos de economías
de escala. La gran concentración en la provincia de Buenos Aires y en la ciudad
Autónoma frente a los vacíos demográficos en otras regiones como la Patagonia
constituye el signo de un país dual. El bajo crecimiento demográfico y el acelerado
proceso de urbanización y, por el contrario, la importante disminución de la
población rural también son parte de una geografía social contrastada. La
composición demográfica tendiente al envejecimiento para un país joven que
requiere un creciente número de población activa, cuestión que va de la mano de
la tendencia a evolucionar de un país de inmigración a un país de emigración y del
deterioro de su calidad de vida en distintos aspectos, especialmente en lo
relacionado al aumento de la pobreza y el desempleo.

En un artículo publicado en Ecoportal, señalamos que en la escala global, la


Argentina vive una situación de declinación en los indicadores de desarrollo
humano, en correlación con la instalación del modelo neoliberal en el contexto de
la globalización mundial, cuyas consecuencias son las rémoras del desempleo, la
pobreza extrema y la pauperización de vastos sectores de la población.

La mortalidad infantil en la Argentina llegó al 13,3 por mil en 2007 –último año con
cifras nacionales disponibles–, contra un 12,9 en 2006. El aumento corta una
tendencia histórica hacia la baja, que sólo se había alterado luego de la crisis de
2001. Un incremento notorio se produjo en Chaco, donde la tasa pasó de 18,9 en
2006 a 21,2 en 2007. La provincia con mayor mortalidad infantil sigue siendo
Formosa, con 22,9. En ocasión del reconocimiento público de estas cifras en la
provincia Tucumán el Ministerio de Salud lo atribuyó a “un pico de enfermedades
respiratorias” mientras la Sociedad de Pediatría, a “una crisis del sistema de
salud”.

Estos datos reflejan una situación muy alejada de la de los países del primer
mundo, pero al mismo tiempo, es más alta que las de países latinoamericanos
como Costa Rica, Cuba, Chile o Uruguay. Al ser un promedio nacional, oculta las
diferencias entre las regiones. Si apreciamos la situación de la mortalidad infantil
en los países desarrollados veremos cuán distante está la Argentina de ser, como
míticamente se lo ha designado un país del Primer Mundo con males del Tercer
Mundo, cuando somos en realidad un país del Tercer Mundo, aunque los informes
del Desarrollo Humano de las organizaciones como el PNUD nos engloben en los
países de alto IDH.

El proceso de globalización ha gestado el agravamiento de situaciones de pobreza


estructural en contextos regionales y provinciales de especiales singularidades

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socio ambientales y culturales. El caso de Tucumán, enclave regional de la
pobreza estructural argentina, es sólo un ejemplo, que se repite en otras
provincias argentinas como Jujuy, Chaco o Formosa.

El origen de esas situaciones de pobreza se halla en el deterioro de las economías


regionales y sus impactos sociales en contextos especialmente suburbanos y
rurales. La manifestación más ostensible de esa situación es el desarraigo cultural
y la marginalidad social de las familias pobres, la destrucción del tejido social y de
las redes de solidaridad social, a pesar de todos los esfuerzos que encara la
sociedad civil.

Frente a todos los indicadores de aparente salud económica argentina, la pobreza


se han incrementado en las últimas décadas y, más, en términos de mortalidad
infantil hemos mantenido una situación comparable con países subdesarrollados
mientras otros indicadores sociales y económicos revelaban una situación más
promisoria.

El core del problema es político y cultural. Nuestros pequeños y medianos


productores agropecuarios han dejado de sentir a la tierra como un lugar de
pertenencia y han dejado de lado las prácticas sustentables transformándose en
actores sociales funcionales a los mercados. Ello los convierte en potenciales
migrantes internos hacia las ciudades sobrepobladas en sus periferias y también
en especuladores como tantos otros sujetos sociales urbanos.

El primer lugar al que llegó la soja en la Argentina fue la provincia de Tucumán,


hace ya varios decenios, no sorprende entonces el estallido de la hambruna. Es su
consecuencia directa. Como lo fue a todo lo largo del país el despoblamiento del
campo, la desaparición de centenares de pueblos y la pobreza creciente en las
ciudades.

En términos de geografía de la salud, el Lic. Sergio Páez señaló para


Geoperspectivas que “la pobreza y la indigencia se distribuyen en forma muy
desigual en la Argentina, con disparidades entre provincias y el interior de ellas,
diferencias que son preocupantes y ponen en evidencia condiciones de vida muy
diferentes y la disparidad en la protección de los derechos sociales y económicos
de los argentinos. Diecisiete de las veinticuatro jurisdicciones del país presentan
tasas de pobreza superiores al promedio nacional. En la Argentina –país de
reconocida calidad de los profesionales en medicina-, se reconoce la presencia de
enfermedades infecciosas, tales como el VIH/sida, tuberculosis, Mal de Chagas,
Dengue, Hantavirus, Leishmaniasis y Fiebre Amarilla. Algunas de estas
enfermedades, están relacionadas con el deterioro del ambiente. El deterioro del

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ambiente, tiene que ver con las alteraciones que sufre el hábitat humano, como
consecuencia de desmontes, sequías, inundaciones y el aumento de la
temperatura. Esto incide en el avance de enfermedades tropicales y en la
reproducción de insectos y roedores, que actúan como agentes transmisores de
enfermedades. Los mosquitos, por ejemplo, se hacen cada vez más resistentes a
las fumigaciones. Pero también la mala alimentación, la suciedad o el contacto de
las personas con la basura, la falta de agua potable para vastos sectores de la
población y la precariedad de las viviendas y los servicios forman un contexto
adverso a la contención de los virus”. (Páez, Sergio. Inequidades sociales, cambio
climático y enfermedades tropicales).

Uno, dos o múltiples países

El país muestra una gran heterogeneidad paisajística y ambiental que ofrecen


variados recursos naturales para el uso de la sociedad en sus actividades
productivas. Se trata de un mosaico de paisajes en el que puede establecerse una
primera gran diferenciación geográfica entre la Argentina Árida y la Argentina
Húmeda. También se identifican disparidades entre la Argentina montana
occidental de los contrafuertes andinos, turísticos y energéticamente dotados y la
Argentina llana oriental agropecuarios y urbana; o entre la Argentina poblada y la
despoblada o de los vacíos demográficos. Pero todas estas tipificaciones se
agregan y se sustancian en una que es la que sigue.

La Argentina del Bicentenario es un país diverso y complejo caracterizado por la


dotación de sus recursos naturales y humanos que, sin embargo, no ha alcanzado
una posición de excelencia en el concierto mundial, lejana e irrelevante para la
Tríada del poder, a pesar de ciertas presencias someras en el Grupo de los 20 y
otros actores políticos contemporáneos. Nuestro gran “socio” del MERCOSUR,
Brasil, ha sabido dejar de ser un país de la trastienda a diferencia de la Argentina
con sus ondulantes y discontinuas políticas exteriores.

Sueños y mitos tan elevados a lo largo de la historia nos han llevado a sentir el
fracaso como esencia nacional, a pesar de los discursos grandilocuentes del
Bicentenario.

La Argentina es, por excelencia, el país de las disparidades territoriales, que se


expresan a través de desigualdades marcadas en la actividad económica y el nivel
de vida entre las distintas regiones, especialmente en la eterna dicotomía Buenos
Aires y el Interior. Desde sus orígenes, el país ha organizado su territorio como
consecuencia de una especie de contrapunto entre Buenos Aires y el Interior,
finalmente resuelto a favor del puerto-capital-centro industrial, decíamos en el libro
citado (Daguerre, et al. Óp. cit.) a lo que podemos agregar a favor de los centro

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financiero y globalizador, que concentra el poder y absorbe los beneficios del
desarrollo

En las últimas décadas la Argentina detenta la singularidad de ser un país de las


disparidades territoriales que se expresan en la permanente dicotomía Buenos
Aires vs el Interior, aspecto que se mantiene en los 200 años de historia y que se
ha agravado con la destrucción de las economías regionales y el consecuente
proceso de destrucción sistemática de la trama social. La superación de esta
cuestión debe basarse según Roffman (2000) “en una decidida acción del Estado,
en todos sus niveles, que modifique su actual abstencionismo ante el drama
económico social. Una estrategia integral de ataque a las causas estructurales del
atraso, el desempleo y la pobreza no admite demoras”. Por ahora no se avizora tal
acción sino más bien una profundización de la concentración en los mínimos
espacios privilegiados actuales.

Podemos agregar, en estos últimos tiempos, otra Argentina, la pampeanizada,


relacionada a la imposición del modelo agrícola industrial pampeano a eco
regiones no pampeanas, como el Chaco, la Mesopotamia o el Monte que se
expande y ejerce una fuerte presión no sólo sobre el territorio, sino especialmente
sobre las comunidades de pequeños agricultores, propietarios veinteañales,
campesinos o pueblos originarios, que reciben presiones de toda índole para
abandonar sus campos. (Pengue, Walter. 2009)

En el mismo itinerario de interpretaciones, un reciente estudio geográfico


(Velásquez, 2009) concluye que el NOA y el NEA, regiones históricamente
proveedoras de mano de obra, se constituyen en epicentros de la adversidad, en
tanto que las restantes regiones argentinas (Cuyo, Pampeana, Metropolitana y
Patagónica) aparecen en posición más favorable. Esto, asegura el autor, no se
relaciona con un ingenuo regionalismo, porque estos últimos territorios se
reproducen los mismos mecanismos de diferenciación que muestra la escala
nacional, en la que existen minoritarios grupos sociales con privilegios crecientes
y, por el otro, grupos sociales mayoritarios cada vez más alejados de los
supuestos beneficios del bienestar. Al analizar el peso de los factores de
diferenciación puede comprobarse que los argentinos que residen en zonas
inaccesibles también padecen en su entorno los fenómenos negativos vinculados
con expulsión de población, ausencia de servicios (particularmente educativos y
sanitarios) propios de cierta escala urbana, baja generación y apropiación de
riqueza, precoz inserción laboral, elevada fecundidad. Estas carencias y muchas
más se producen, asimismo, en contextos más conservadores y de mayor
polarización social que los de otras regiones. En contraposición, las condiciones
favorables también tienden a interactuar entre sí contribuyendo no sólo a la
perpetuación, sino también al incremento de la diferenciación social y territorial.
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En cambio de enfrentar estas pétreas realidades, el discurso y la burocracia
estatal han creado la Subsecretaría de Planificación Territorial de la Inversión
Pública -constituida como área dependiente del Ministerio de Planificación
Federal, Inversión Pública y Servicios, con la finalidad de poner en marcha una
mítica política de desarrollo territorial estratégico-. Esta tiene el objetivo supremo
de construir un país integrado y equilibrado desde el punto de vista territorial, con
una fuerte identidad ecológica y ambiental y con una organización que favorezca
la competitividad de la economía y el desarrollo social.

Los fundamentos sobre los cuales se asienta esta –insistimos, mítica- política son:

 La recuperación de la planificación desde el Estado como promotor del


desarrollo y ordenamiento territorial.
 La promoción del desarrollo territorial, entendido como proceso mediante el
cual se acrecientan las capacidades de un determinado territorio para
alcanzar de modo sustentable el bienestar económico y social de las
comunidades que lo habitan.
 La articulación de las políticas públicas de impacto en el territorio, superando
la inercia heredada caracterizada por las miradas e intervenciones sectoriales
que no dan cuenta de la compleja y dinámica vinculación entre ambiente,
economía y sociedad.
 La participación y transversalidad en la planificación y la gestión, propiciando
la articulación entre los distintos niveles de gobierno y el consenso con las
organizaciones de la sociedad civil.

Con absoluta sinceridad todavía no vemos emerger por sobre la política


económica neoliberal vigente en nuestro país este contradictorio discurso acerca
de la política de desarrollo territorial estratégico sumado a las propuestas del
documento sobre la “Argentina del Bicentenario”; sino que más bien se advierte el
predominio de una organización espontánea del territorio ligada a las fuerzas
económicas y dependientes de las decisiones injustas empresariales,
transnacionales, financieras y neocoloniales más que las propiciadas por otros
actores sociales relevantes. Se identifican en el documento las áreas a cualificar,
los corredores de conectividad que articulan el territorio y el sistema policéntrico
de núcleos urbanos, etc. etc. etc., que aún son más palabras en el vacío de
nuestro vasto territorio. Lo que sí se advierte como real una porción de la
Argentina cada vez más rica –cercada por los límites de los clubes de campo o
“countries” y en las ciudades segregadas-, distanciada de las otras Argentina (la
pobre, la marginada, la inaccesible, la ambientalmente deteriorada, la de los
“otros” como los pueblos originarios).

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A esta disparidad geográfico social se agrega hoy –circunstancialmente o no,
mediática o no-, pero sí cada día con más fuerza la oposición Campo-Ciudad o
Campo-Gobierno que es una manifestación más de lo mismo que apuntábamos
cuando esbozábamos la dicotomía Buenos Aires vs. El Interior, con ciertas
disparidades que no es aquí el momento de profundizar.

Por último, desearíamos haber concretado otro balance geográfico para nuestro
querido país, y poder distinguir como Harvey “espacios de la esperanza”
nacionales, regionales y locales –los habrá, lo sé, embrionarios, identificables,
pioneros-, pero no son ostensibles frente a la realidad nacional ya que la
construcción de territorios para un futuro sustentable y humano no ofrece hoy
visos de certeza en la Argentina del Bicentenario. Será, en consecuencia, la
sociedad argentina la que decida y demande al respecto…

BIBLIOGRAFÍA CITADA.

Agüero, Ricardo. (1997). Las dos caras de la Argentina y cómo América Latina se
manifiesta en nuestro territorio. Reflexiones geográficas Nº7. Río Cuarto:
Agrupación de Docentes Interuniversitarios de Geografía.

Bruniard, Enrique (1986). Singularidades climáticas de América del Sur, Buenos


Aires. Senoc. Serie PROMEC. Geografía.

Casas, Roberto. (1999). Los procesos de degradación y la conservación de suelos


en la República Argentina. En La Argentina Ambiental. Diana Durán. Comp.
Buenos Aires. Lugar Editorial.

Daguerre, Celia. Durán, Diana. Lara, Albina. (1992) Argentina. Mitos y realidades.
Buenos Aires. Lugar Editorial.

Di Pace y otros (1999) Las utopías del medio ambiente. El desarrollo sustentable
en la Argentina. Buenos Aires. Centro editor de América Latina.

Durán, Diana. La trama ambiental argentina y la educación.


http://educacion.ecoportal.net/content/view/full/21389

Durán, Diana. La infancia en peligro en la Argentina.


http://www.ecoportal.net/content/view/full/21195

Pengue, Walter. Cuando tenga tierra. GEPAMA. Universidad de Buenos Aires. En


http://www.gepama.com.ar/pengue

© Diana Durán
Roccatagliata, Juan (coord.) (2008). Argentina. Una visión actual y prospectiva
desde la dimensión territorial. Buenos Aires. EMECE.

Roffman, Alejandro (2000) Destrucción de las economías regionales, Buenos


Aires, Edición Cono Sur,

Velásquez, Guillermo Angel. (2008) Geografía y Bienestar. Situación local de la


Argentina luego del Censo de 2001.Buenos Aires. EUDEBA.

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