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Yo nací en Buenos Aires, ergo soy porteña hasta la médula y he vivido durante
muchos años la concentración geográfica, el residir en la ciudad primada. Sin
embargo, los itinerarios de la geografía de mi vida cotidiana me llevaron a habitar
el Interior –San Carlos de Bariloche y ahora Punta Alta-, y he podido experimentar
la Argentina con vívida perplejidad.
Hace más de veinte años escribíamos con Albina Lara y Celia Daguerre un libro
muy entrañable, “Argentina. Mitos y realidades” (1992) en el que expresábamos
convencidas que las “contradicciones marcadas entre los mitos y las realidades,
entre el país mental y el país real, han obstaculizado el desarrollo argentino”. Y
además, decíamos, como argentinos padecemos de falsas percepciones y
creencias a veces transformadas en mitos nacionales. Hoy, en este Bicentenario,
seguimos siendo promesa, seguimos caracterizándonos por ser un país de
opositores –como expresara Ernesto Sábato-, y detentamos los mismos
problemas y potencialidades que planteábamos en aquel ensayo.
Entre ellos, “no trabaja el que no quiere”, típica afirmación argentina que sigue
vigente aunque ya no como mito sino como cruel realidad desde que la Reforma
del Estado en los 90 –iniciada en la dictadura militar-, provocara la disminución
notable de los puestos de trabajo y una precarización y flexibilización laborales
dignas de épocas de esclavitud, aparentemente abolida por la Asamblea del año
1813.
1
Lic. en Geografía de la Universidad del Salvador. Docente del ISFD Nº 79, ISFT Nº 190 e ISFD y T Nº 159
de Punta Alta. http://geoperspectivas.blogspot.com
© Diana Durán
La Argentina ambiental del Bicentenario
Hemos descripto como mito que la Argentina “es inmensamente rica, tiene de todo
y no lo sabemos aprovechar”. Al respecto, Albina Lara (2009) explica que la
Argentina tiene modelos de producción no sustentable, lo que implica por ejemplo
pérdida económica por deterioro de los suelos -1000 millones de dólares por año-.
El 20 % de los suelos degradados se localizan primordialmente como erosión
hídrica en la Argentina húmeda mientras la erosión eólica, en la Argentina árida.
En el espacio rural se agrega la contaminación por agroquímicos, la
desertificación y la deforestación. La misma autora identifica en el espacio urbano
el déficit en los servicios sanitarios, la contaminación del agua y el aire, la pérdida
o degradación de los espacios públicos urbanos y la gestión inadecuada de los
residuos sólidos urbanos.
En “Las utopías del medio ambiente”, Di Pace y otros (1992) también aluden a los
problemas ambientales especificando su localización geográfica en el escenario
de la frontera agropecuaria activa (Selva Misionera, Selva Tucumano-Oranense y
Gran Chaco), la frontera agropecuaria intersticial, en el interior de superficies ya
cultivadas como las depresiones con pastizales, sur de Bs. As, el frente arrocero
de la zona pampeana en el sector mesopotámico y el frente porotero en Selva
Tucumano – Oranense y los frentes de desertificación de la zona Altoandina. Todo
ello debido al proceso de agriculturización y sus nefastas consecuencias.
© Diana Durán
Sin embargo, la Argentina no posee todos los climas del mundo o, por lo menos,
una gran parte de los mismos como se piensa sino que la realidad es que “el clima
argentino es el clima argentino” (Bruniard, 1986) y se repite muy escasamente
fuera de sus fronteras. Así, por ejemplo, la Puna muestra rasgos climáticos únicos
en el mundo; la Patagonia presenta un régimen con precipitaciones durante todo
el año con máximo en verano, que es una distribución que parecería desvirtuar la
habitual sobre los océanos en latitudes templadas. Desde el Río de la Plata hacia
el norte se manifiesta una marcha anual de excepción, con lluvias durante todo el
año y máximo invernal. En realidad, toda la masa sudamericana se presenta como
una gran excepción que no encaja fácilmente en los esquemas planetarios, cuyos
orígenes deben buscarse en una conjunción especial entre un modelo de
circulación atmosférica, propio del hemisferio sur, y un dispositivo continental que
cuenta con un rasgo sobresaliente en la cordillera Andina. Las actividades
agropecuarias de secano contradicen la racionalidad geográfica frente a la
realidad apuntada.
En términos de aguas superficiales, la Argentina posee una oferta relevante y
probablemente las Cataratas del Iguazú o el Glaciar Perito Moreno sean los
símbolos turísticos del mito del superávit hídrico; sin embargo, su distribución en el
territorio es muy desigual. Así, el 80% del caudal medio de los ríos corresponde a
los ríos Uruguay y Paraná de la cuenca del Plata, mientras que un 45% del
territorio del país está ocupado por las cuencas de los ríos que sólo aportan el 1%
del caudal medio, o carecen por completo de aguas superficiales. El derroche de
agua potable y las inadecuaciones uso-aptitud de los suelos, en consecuencia,
podría plantearse como el resultado del mito de la oferta hídrica, no sin antes
advertir la realidad de los contrafuertes andinos con sus glaciares hoy en proceso
de enajenación por parte de mineras y capitales privados.
© Diana Durán
Más allá de estos temas, sabido es que el ser un país de baja cuenca ha sido una
debilidad y no una fortaleza –como se pensaba frente al mito de tener la “puerta
de la tierra” en el río de la Plata que se potencia con la metáfora de la gran cabeza
de Goliat en la ciudad puerto-, frente a los aprovechamientos hídricos que Brasil
ha concretado en la alta cuenca y que nos hacen dependientes de sus decisiones
insolidarias –en contraposición a los principios de la Ley General de Ambiente, tan
poco aplicada en nuestro país-, respecto al manejo transfronterizo de los recursos
hídricos compartidos.
Nuestro país –fuera de su notoria posición geográfica central con respecto a sus
vecinos colindantes-, no ha dejado de ser un territorio aislado –aún en el
conocimiento de grandes obras de infraestructura faraónica como la Hidrovía o
IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana),
de dudosa aplicación al ordenamiento territorial, salvo que éste se comprenda en
función de los países centrales. En contrapartida, debiéramos considerar la
protección del Sistema Acuífero Guaraní como uno de los reservorios de agua
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subterránea más grandes del mundo. Se encuentra en el subsuelo de un área de
alrededor de 1.190.000 kilómetros cuadrados (superficie mayor que las de
España, Francia y Portugal juntas). En Brasil abarca una superficie -en kilómetros
cuadrados- de aproximadamente 850.000 (9,9% del territorio), en Argentina
225.000 (7,8%), en Paraguay 70.000 (17,2%) y en Uruguay 45.000 (25,5%).
Debemos también puntualizar con profundo interés nacional que como es sabido,
otra actividad económica, la minería a cielo abierto, se ha convertido en un agente
expoliante y depredador del ambiente, además de las múltiples consecuencias
que provoca en la salud humana y en la vida general de las comunidades. Nuestro
país, como ausencia de la ausencia de políticas ambientales y de ordenamiento
territorial, sufre los devastadores impactos de esta actividad sin regulación del
Estado nacional que es partícipe y cómplice de esta situación, resultado de la
globalización económica.
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Interior), es decir de tamaño poblacional reducido lo que trae ciertas ventajas –
baja capacidad de carga- y desventajas, por ejemplo, en términos de economías
de escala. La gran concentración en la provincia de Buenos Aires y en la ciudad
Autónoma frente a los vacíos demográficos en otras regiones como la Patagonia
constituye el signo de un país dual. El bajo crecimiento demográfico y el acelerado
proceso de urbanización y, por el contrario, la importante disminución de la
población rural también son parte de una geografía social contrastada. La
composición demográfica tendiente al envejecimiento para un país joven que
requiere un creciente número de población activa, cuestión que va de la mano de
la tendencia a evolucionar de un país de inmigración a un país de emigración y del
deterioro de su calidad de vida en distintos aspectos, especialmente en lo
relacionado al aumento de la pobreza y el desempleo.
La mortalidad infantil en la Argentina llegó al 13,3 por mil en 2007 –último año con
cifras nacionales disponibles–, contra un 12,9 en 2006. El aumento corta una
tendencia histórica hacia la baja, que sólo se había alterado luego de la crisis de
2001. Un incremento notorio se produjo en Chaco, donde la tasa pasó de 18,9 en
2006 a 21,2 en 2007. La provincia con mayor mortalidad infantil sigue siendo
Formosa, con 22,9. En ocasión del reconocimiento público de estas cifras en la
provincia Tucumán el Ministerio de Salud lo atribuyó a “un pico de enfermedades
respiratorias” mientras la Sociedad de Pediatría, a “una crisis del sistema de
salud”.
Estos datos reflejan una situación muy alejada de la de los países del primer
mundo, pero al mismo tiempo, es más alta que las de países latinoamericanos
como Costa Rica, Cuba, Chile o Uruguay. Al ser un promedio nacional, oculta las
diferencias entre las regiones. Si apreciamos la situación de la mortalidad infantil
en los países desarrollados veremos cuán distante está la Argentina de ser, como
míticamente se lo ha designado un país del Primer Mundo con males del Tercer
Mundo, cuando somos en realidad un país del Tercer Mundo, aunque los informes
del Desarrollo Humano de las organizaciones como el PNUD nos engloben en los
países de alto IDH.
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socio ambientales y culturales. El caso de Tucumán, enclave regional de la
pobreza estructural argentina, es sólo un ejemplo, que se repite en otras
provincias argentinas como Jujuy, Chaco o Formosa.
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ambiente, tiene que ver con las alteraciones que sufre el hábitat humano, como
consecuencia de desmontes, sequías, inundaciones y el aumento de la
temperatura. Esto incide en el avance de enfermedades tropicales y en la
reproducción de insectos y roedores, que actúan como agentes transmisores de
enfermedades. Los mosquitos, por ejemplo, se hacen cada vez más resistentes a
las fumigaciones. Pero también la mala alimentación, la suciedad o el contacto de
las personas con la basura, la falta de agua potable para vastos sectores de la
población y la precariedad de las viviendas y los servicios forman un contexto
adverso a la contención de los virus”. (Páez, Sergio. Inequidades sociales, cambio
climático y enfermedades tropicales).
Sueños y mitos tan elevados a lo largo de la historia nos han llevado a sentir el
fracaso como esencia nacional, a pesar de los discursos grandilocuentes del
Bicentenario.
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financiero y globalizador, que concentra el poder y absorbe los beneficios del
desarrollo
Los fundamentos sobre los cuales se asienta esta –insistimos, mítica- política son:
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A esta disparidad geográfico social se agrega hoy –circunstancialmente o no,
mediática o no-, pero sí cada día con más fuerza la oposición Campo-Ciudad o
Campo-Gobierno que es una manifestación más de lo mismo que apuntábamos
cuando esbozábamos la dicotomía Buenos Aires vs. El Interior, con ciertas
disparidades que no es aquí el momento de profundizar.
Por último, desearíamos haber concretado otro balance geográfico para nuestro
querido país, y poder distinguir como Harvey “espacios de la esperanza”
nacionales, regionales y locales –los habrá, lo sé, embrionarios, identificables,
pioneros-, pero no son ostensibles frente a la realidad nacional ya que la
construcción de territorios para un futuro sustentable y humano no ofrece hoy
visos de certeza en la Argentina del Bicentenario. Será, en consecuencia, la
sociedad argentina la que decida y demande al respecto…
BIBLIOGRAFÍA CITADA.
Agüero, Ricardo. (1997). Las dos caras de la Argentina y cómo América Latina se
manifiesta en nuestro territorio. Reflexiones geográficas Nº7. Río Cuarto:
Agrupación de Docentes Interuniversitarios de Geografía.
Daguerre, Celia. Durán, Diana. Lara, Albina. (1992) Argentina. Mitos y realidades.
Buenos Aires. Lugar Editorial.
Di Pace y otros (1999) Las utopías del medio ambiente. El desarrollo sustentable
en la Argentina. Buenos Aires. Centro editor de América Latina.
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Roccatagliata, Juan (coord.) (2008). Argentina. Una visión actual y prospectiva
desde la dimensión territorial. Buenos Aires. EMECE.
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