Вы находитесь на странице: 1из 33

SAPPHIRE

Katie Price

SAPPHIRE
Todos los personajes y acontecimientos mencionados en este libro son
ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Derechos de autor: ©Katie Price, 2010


Traducción: ©Paloma Rodriguez Esteban, 2010
Dirección Editorial: Maria Rempel

Fotografía de la portada: ©Katie Price, 2009. Reproducido con el permiso


de la propietaria representada por The Hanbury Agency, 28 Moreton Street,
London SW1V2PE

Diseño de la portada: ©Daniel Sproat, Utopikka, 2010


Maquetación: Barbara Di Candia Collarino
Impreso en España – Printed in Spain

Primera edición: febrero 2010


Colección: Un mundo de mujer

© de esta edición:
Flamma Editorial - Infoaccia Primera, S.L., 2010
http://www.flammaeditorial.com/

ISBN: 978-84-937283-1-1
Depósito legal:

No está permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, ni la transmisión


de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia,
por registro u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de la editorial.
Apreciado lector,

Agradecemos su interés por este libro, que forma parte


de nuestra colección Un mundo de mujer la cual pretende
reunir un amplio catálogo de obras literarias cuya característica
principal es retratar a la mujer de hoy en su cotidianeidad:
la vida afectiva, la conciliación familiar, la difícil carrera
profesional, las relaciones amorosas, las amistades de ambos
sexos, los hijos, los padres, el ocio y las aficiones. Para mujeres,
pero no exclusivamente escritas por ellas.

Esta narrativa nos llevará, unas veces, a la visión


distanciada de vidas ajenas, otras, nos permitirá reflejarnos
en aquéllas; siempre tratando de poner a nuestro alcance unos
contenidos cercanos, expresados con sugestiva belleza literaria.

Maria Rempel, editora


CAPÍTULO 1

Sapphire Jones no creía en las relaciones. No


desde el día en que había llegado del trabajo sin avisar
y había pillado a su marido en la cama con otra mujer.
Dos años después del amargo divorcio, la actitud de
Sapphire respecto a los hombres aún era profundamente
cínica. Aunque, por supuesto, seguía habiendo hombres
en su vida ―no tenía ninguna intención de vivir como
una monja―, pero era ella la que ponía las normas. Por
eso Jay, su amante en aquel momento, era cuatro años
más joven que ella, extremadamente atractivo, no le
exigía nada en el terreno emocional (hasta el momento, y
Sapphire cruzaba los dedos por que las cosas continuaran
así) y era genial en la cama. ¿Qué más podía pedir una
chica?, pensó Sapphire para sí mientras aparcaba su
Mini Cooper color rojo cereza en el garaje subterráneo y
se dirigía a los ascensores que subían a su apartamento
en el ático.

Estaba deseando beberse un buen vodka con

7
tónica mientras se daba un baño, después quedar con
sus amigas Jazz y Sam para tomar algo y cenar, y quizá
completar la noche invitando a Jay para un poco de
sexo sin ataduras emocionales. Le encantaba tener el
control al cien por cien y saber exactamente qué estaba
haciendo, así que se cabreó muchísimo al encontrarse
a Jay despatarrado en su sofá (su carísimo sofá nuevo
de piel italiana color moca) viendo el partido de fútbol.
¿Qué demonios estaba haciendo allí?
―¡Nena! ―exclamó tan pronto como la vio.
Sapphire le lanzó una mirada que decía claramente:
«¿Qué coño está pasando aquí?»―. Se te ha olvidado,
¿verdad?
Jay se levantó. Con una altura de casi metro
noventa, Jay era un tío bueno en todos los sentidos de la
palabra. Era entrenador personal, y tenía unos bíceps que
a Sapphire le encantaba acariciar, abdominales de acero,
un trasero monísimo y piernas largas y musculosas. Se
parecía un poco a Wentworth Miller, de la serie Prison
Break, aunque era más guapo todavía, con el mismo pelo
rapado y esos ojos oscuros, marrones como el chocolate
fundido, los rasgos marcados y regulares y una boca
muy sensual. Al verle allí de pie, con su camiseta y sus
pantalones cortos, ambos blancos, Sapphire se preguntó
si de verdad un cambio de planes sería tan mala idea.
Podía acostarse con él y luego salir a cenar. Sonrió, le
rodeó el cuello con sus brazos y le atrajo hacia sí.
―¿Qué se me ha olvidado, cielo?
―Dijiste que vendrías a correr conmigo y que
después cenaríamos. Ya sabes, para pasar más tiempo
juntos… ―En los preciosos ojos de Jay se podía ver que
se sentía un poco dolido.
¡Mierda! Sapphire lo había olvidado por completo.
Odiaba correr. Retiró un brazo de la nuca de Jay y paseó
su mano acariciando aquellos abdominales de acero

8
hasta terminar a la altura de los pantalones cortos de
deporte, esos pantalones cortos de deporte que tan bien
rellenaba.
―Tengo una idea mucho mejor ―susurró―. Y,
¿no se supone que el sexo es bueno para tonificar los
músculos?
Jay suspiró.
―No tanto como ir a correr, nena.
¡Mierda, mierda, mierda! Sapphire no iba a
renunciar a sus planes (unas copas, cenar y sexo, o sexo,
unas copas y cenar) por una carrerita ni en broma. Ni en
broma.
―Créeme. No quieres perderte esto ―murmuró,
poniéndose de rodillas. La mamada de consolación. Era
imposible que Jay rechazara eso, ¿no?
Otro suspiro.
―A veces, Sapphire, creo que sólo piensas en mí
como alguien que está bien para echar un polvo.
«¿Y qué problema tienes con eso?», pensó ella.
Alzó la vista y lo miró a través de sus pestañas.
―Así que, ¿no quieres que siga? ―Por si las
moscas, separó los labios y se pasó la lengua por ellos,
segura de que el enfado de Jay no duraría una vez que
se pusiera manos a la obra. Efectivamente, no intentó
detenerla cuando ella deslizó los pantalones cortos hasta
quitárselos. Quitarle el suspensorio fue ligeramente
menos erótico, pero a veces, una chica tiene que hacer lo
que tiene que hacer.
Como se había imaginado, Jay no le dijo que parase.
Y una vez que ella le hubo obsequiado con una felación
de las buenas, él le correspondió con su propio trabajito
oral. Mucho mejor que su último amante, que rara vez
le devolvía el favor. No había durado mucho. Sapphire
era muy exigente en lo que respectaba a sus amantes, y
si no alcanzaban a cumplir sus expectativas, ella no iba a

9
perder el tiempo. Al final, la tarde estaba yendo bastante
bien, reflexionó, tumbada boca arriba en el sofá, sumida
en una especie de ensoñación posorgásmica. Se daría
una ducha rápida y después se marcharía a encontrarse
con Jazz y Sam. Hizo amago de levantarse, pero Jay la
atrajo de nuevo hacia él.
―¿Adónde vas? ―murmuró, adormilado.
―Se supone que tengo que encontrarme con Jazz
y Sam a las ocho y media.
―Se suponía que ibas a pasar esta noche conmigo.
―Los efectos de la felación habían pasado demasiado
rápido. ¡Algunos hombres eran difíciles de complacer!
―Lo siento mucho, de verdad, cielo. Te lo
compensaré, te lo prometo.
―¿Cuándo? ―exigió saber Jay, agarrándola por
la muñeca.
―Probablemente pueda arreglarlo para quedar
mañana. ―Con un poco de suerte, llovería, y seguro que
ni Jay la haría correr si hacía mal tiempo. Podía fingir que
estaba incubando un catarro o algo así; le sonaba haber
leído que no era demasiado inteligente hacer ejercicio
cuando uno estaba enfermo.
―Vale, pues quedamos igual, ir a correr y después
cenar. No te preocupes, cocino yo. Ya sé que eres un
puñetero desastre en la cocina.
A Sapphire no le gustaba que le dijesen que era un
desastre en nada. Pero decidió tomárselo bien.
―Cielo, soy la razón de que inventasen las
comidas precocinadas.
Jay rió y soltó su muñeca.
―¿Y cuándo voy a conocer a tus amigas?
Sapphire se encogió de hombros y murmuró:
―Pronto. ―Y desapareció en dirección al baño
antes de que él pudiese pensar en algo más que decir.
«Qué gracioso», pensó bajo el chorro de su ducha de

10
hidromasaje; Jay no estaba resultando ser el manejable
boy toy1 que ella había esperado que fuera. «¡Oh, Dios,
por favor, que no quiera una relación!»

―¡Sapphire! ¡Mira que eres perra! ―exclamó su


mejor amiga Jasmine, Jazz para sus amigos más íntimos,
cuando Sapphire les contó por qué llegaba tarde―. No
puedo creer que hayas sido tan cruel con él. ―Hizo
una pausa y frunció el ceño, arrugó su preciosa nariz
chata y echó atrás su melena color rubio platino, que le
llegaba hasta los hombros―. Bueno, la verdad es que,
conociéndote, sí que puedo.
―Eh, vamos, ya sabía dónde se metía cuando
empezó conmigo; nunca dije nada de tener una relación.
―Sapphire, malhumorada, dio vueltas al hielo de su
vodka con tónica.
―Eres la única mujer que conozco que no quiere
una relación ―intervino Sam―. A veces no sé si creerte.
Sapphire la miró con el ceño fruncido fingiendo
enfado, y tamborileó sus uñas rojas sobre la mesa. Puede
que fuese algo dura en lo que respectaba a los hombres,
pero eso era porque no iba a dejar que ninguno volviese
a hacerle daño.
―¡Cuidado con las arrugas!
―Me pondré Botox a los treinta ―contestó
Sapphire.
Conocía a Jazz y a Sam desde hacía años porque
las tres habían ido al mismo instituto. No podía imaginar
su vida sin ellas. Jazz era el polo opuesto de Sapphire,
una preciosa rubia de ojos azules, en contraste con la
espectacular y llamativa belleza de ésta: ojos azul oscuro,
labios llenos y sensuales, y el pelo largo color negro
azabache.

1
Literalmente, «chico juguete». Esta expresión suele utilizarse para designar
a un hombre, generalmente atractivo, que sale con una mujer mayor y, en
muchas ocasiones, con más recursos económicos que él. (N. de la T.)

11
Sam tenía el pelo castaño y largo hasta los
hombros y una cara muy bonita, con ojos color avellana
y un hoyuelo muy mono en la mejilla derecha. Pero en
opinión de Sapphire, Sam escondía gran parte de sus
cualidades bajo un par de kilitos de más. Sam llevaba
empezando y dejando dietas desde que Sapphire
la conocía, y oscilando como un yo-yo entre la talla
cuarenta y la cuarenta y seis. Ahora tenía una cuarenta
y cuatro. Sapphire suponía que no era fácil para Sam ser
amiga suya y de Jazz ―Sapphire tenía una talla treinta
y seis y Jazz una treinta y ocho― pero a veces la falta
de autocontrol de Sam la desesperaba, y pensaba que si
tenía que oír hablar de una sola dieta más iba a ponerse
a gritar.
Las personalidades de las tres chicas eran tan
distintas como su aspecto. Sapphire era dinámica,
ambiciosa y, por defecto, no confiaba en nadie. Jazz
solía ser bastante despistada, siempre veía lo mejor de
las personas y era una romántica incurable, la peor que
Sapphire había conocido jamás. Llevaba saliendo con su
novio, Ben, los tres últimos años, y de verdad deseaba
pasar por todo eso de casarse y tener niños, algo por lo
que Sapphire no sentía el menor interés. Sam podía ser
divertida y tenía un sentido del humor genial cuando le
apetecía. Pero estaba constantemente menospreciándose
y su vida amorosa era zona catastrófica. Siempre
terminada saliendo con hombres que la trataban como si
fuera una mierda, lo que también volvía loca a Sapphire;
no llegaba a comprender esa mentalidad y esa autoestima
tan baja de las que Sam era víctima.
Las tres eran físicamente tan distintas que a
menudo bromeaban diciendo que deberían formar
un grupo de música femenino. Sólo había un pequeño
problema: ninguna de las ellas sabía cantar. Pero como
decía Sapphire, ¿cuándo había detenido eso a nadie? En

12
vez de ello, Jazz trabajaba como esteticista en los salones
de belleza de Sapphire, y Sam en una pequeña joyería, y
además, creaba sus propias joyas cuando podía. Siempre
hablaba de diseñar su propia línea de joyería. A Sapphire
no le gustaba recordarle que ya casi tenía treinta años y
que haría bien en ponerse a ello de una puñetera vez…
―Bueno, ¿cuándo vamos a conocer a Jay, el dios
del sexo? ―preguntó Sam.
Sapphire sacudió la cabeza, sin ningún tipo de
prisa por organizar este encuentro. Desde su divorcio,
le resultaba mucho más fácil separar su vida en distintos
compartimentos, e intentaba en lo posible mantener a los
amantes y a los amigos separados.
―Siempre puedes llevarle a la reunión del
instituto ―intervino Sam.
―¡Dios! ¿Aún sigues con eso? ―Sapphire había
recibido la invitación en Facebook hacía algún tiempo,
pero no tenía ninguna intención de ir y había borrado
el evento de su perfil en cuanto le llegó. No se le
ocurría nada peor que encontrarse con algunos de sus
compañeros de clase, que seguro que la bombardearían
con preguntas sobre Alfie, su ex marido, que había ido al
mismo instituto.
―Será entretenido ―insistió Jazz, divertida,
jugueteando con la cinta del pelo rosa fosforito que hacía
perfecto juego con el rosa de la perfecta manicura de sus
uñas. A Jazz le iba lo de combinar los colores a lo grande,
y siempre se pintaba las uñas del color de los accesorios
que llevase.
―¿Estás de coña? ―bufó Sapphire―. Esa reunión
va a ser tan divertida como ponerse un enema. Hay una
razón para que no siga en contacto con la mayoría de
la gente con la que fui al instituto: ¡no tengo nada en
común con ellos! ―Sapphire exageró una mueca de
exasperación―. ¿Y qué pasa si aparece mi ex marido?

13
Las tres chicas se apresuraron a hacer el signo de
la cruz como si quisieran protegerse de un vampiro.
―¿No está en Ibiza, dirigiendo ese club? No va
a venir desde allí sólo para la reunión, ¿no? ―dijo Jazz.
―Supongo que no.
―Da igual, es definitivo: vas a venir. Tengo tu
entrada. ―Sam le pasó un sobre a Sapphire―. Deberías
verlo como una oportunidad para establecer algunos
contactos; siempre estás con eso, ¿no? ―añadió.
―Supongo ―admitió Sapphire de mala gana, y
enterró el sobre en lo más profundo de su bolso para no
tener que pensar en ello.
Podía disimular y fingir que lo importaba una
mierda volver a ver a Alfie, pero la verdad era que no
sabía cómo iba a soportar encontrarse cara a cara con él.
Quería actuar fríamente, hacer que se diera cuenta de lo
que había perdido, pisotearle con sus últimos zapatos
Louboutin de suela roja, metafórica y literalmente
también, si podía. Ah, sí, qué satisfactorio sería eso…
Alfie siempre había tenido el umbral del dolor muy bajo,
pero ¿y si se desmoronaba al verle? Era impensable.
Ella y Alfie habían sido novios desde siempre y se
habían casado jóvenes. Se sintió destrozada cuando
descubrió que él le había sido infiel. Un mes después,
el dolor fue aún peor cuando descubrió que su amante
estaba embarazada. Como consecuencia de su divorcio,
Sapphire se quedó con el corazón roto, mientras que
Alfie, por otra parte, conseguía una vida nueva completa.
Aunque estaba segura de que ya no le quería, él todavía
ejercía un poderoso influjo en sus sentimientos.
Desde el divorcio, Sapphire había invertido más
y más energía en el trabajo, y le encantaba. Cada vez
que abría la puerta principal del adosado rosa pálido
del que era propietaria en el corazón de la efervescente
zona de moda de Brighton, los Lanes, donde tenía su

14
negocio, la embargaba la emoción. ¡Era todo suyo!
Había abierto Something for the Weekend2 hacía cinco años,
cuando vio lo tremendamente popular que se estaba
volviendo Brighton como destino para despedidas de
soltera. Antes de eso, había sido la encargada de una
tienda especializada de lencería, pero siempre había
soñado con tener su propio negocio. Ahora Sapphire
ofrecía a grupos de mujeres paquetes de actividades
para un fin de semana de lujo. Lo organizaba todo por
ellas, desde su reserva de hotel hasta los tratamientos de
belleza, además de asegurarse de que consiguieran mesa
en algunos de los mejores restaurantes de la ciudad y
entrada en los clubs nocturnos. Todo lo que tenían que
hacer era presentarse allí, con pegatinas con la «L» (de
«novia en prácticas») y cuernos de diablesa o sin ellos.
También ofrecía otra variada gama de actividades,
como paseos en quad, clases de bailes exóticos, dibujo de
modelos masculinos (que siempre se convertía en una
pesadilla cuando las mujeres habían bebido demasiado;
casi se había quedado sin estudiantes a los que contratar),
cambios de imagen o sesiones de fotografía. En la planta
baja, tenía una tienda exclusiva en la que vendía lencería
y juguetes eróticos y en la de arriba, las salas de belleza
en las que las mujeres de la despedida podían hacerse
tratamientos (faciales, manicuras, pedicuras y masajes),
beber champán, escuchar música o ver películas en DVD.
Había una feroz competencia en el mercado de las
despedidas de soltera de fin de semana en ese momento,
pero a Sapphire le gustaba pensar que ella ofrecía algo un
poco diferente. Había diseñado la casa para que pareciese
un gabinete de placeres, con sofás rojos de terciopelo y
pequeños focos de colores, velas aromáticas y fotos en
blanco y negro de Daniel Craig, George Clooney, Brad
Pitt y Hugh Jackman en las paredes. Era exactamente el
2
En inglés, «Algo para el fin de semana».(N. de la T.)

15
tipo de lugar en el que a las mujeres les gustaba pasar
el rato. También les daba a sus clientas su atención
personal, y estaba disponible todo el fin de semana por
si necesitaban cualquier cosa. Y se había ocupado de
establecer buenas relaciones con los demás negocios con
los que trabajaba.
A menudo pensaba que era irónico que su trabajo
estuviese basado en las despedidas de soltera, teniendo
en cuenta su actitud cínica hacia el matrimonio. Pero
este cinismo se lo guardaba para sí, y cuando cualquiera
de sus clientas le preguntaba si estaba casada, por lo
general contestaba que aún no había encontrado al
hombre adecuado. No quería arruinar su sueño de que
el matrimonio duraba para siempre.
La casa estaba más ajetreada de viernes a
domingo, pero Sapphire ofrecía tratamientos de belleza
durante la semana, y tenía bastantes clientas regulares.
La tienda de la planta baja también funcionaba bien, ya
que Sapphire había hecho una buena investigación de
mercado y ofrecía un amplio rango de lencería, desde
los caprichos más exclusivos y caros hasta artículos más
baratos y corrientes, y sus clientas apreciaban el servicio
personal que recibían allí.
Aparte de Jazz, tenía otras dos empleadas a media
jornada: Vanessa, una rubia escultural que trabajaba en
la tienda y que además era profesora de gimnasia, y
Kiki, una pelirroja menuda, que también era esteticista,
una chica genial, pero que a veces hacía gala de un genio
terrible. No tenía nada que envidiarle al mismísimo
Perez Hilton3 cuando se trataba de sacar las uñas. Todas
llevaban con Sapphire desde el principio, y para ella,
eran como una auténtica familia, una bastante menos
disfuncional que la suya…

3
Pérez Hilton es el autor de un blog muy popular sobre celebridades conocido
por su lengua viperina y sus comentarios mordaces y sensacionalistas sobre
los famosos. (N. de la T.)

16
Pero por muy bien que el negocio estuviese yendo,
Sapphire siempre era consciente de la necesidad de ir
un paso por delante, y por esa razón se emocionó tanto
aquel martes por la tarde cuando recibió una llamada de
Georgia Cox, una vieja amiga del instituto que además
era la protagonista de una teleserie.
―¡Georgia! ¿Cómo estás?
―¡Estoy prometida! ¿Has visto la historia en
Heat? 4

Sapphire no la había visto, pero fingió que sí.


Había aprendido rápido una vez que comenzó con su
negocio que alimentar el ego de sus clientas era crucial,
especialmente si la clienta era famosa. La gente como
Georgia pensaba de verdad que el mundo giraba a su
alrededor, y no iba a ser Sapphire quien les dijera que no
lo hacía.
―¡Enhorabuena! Qué gran noticia ―mintió
Sapphire, bastante convincentemente―. Dex es un
hombre afortunado. ―El segundo hombre afortunado,
de hecho, porque Georgia ya había estado casada antes.
―¡No! ¡No estoy prometida con ese cabrón! ¡Es
Tyler, el coprotagonista de mi serie!
¡Vaya!, Georgia se movía rápido. Por lo que
Sapphire sabía, ella y Tyler habían empezado a trabajar
juntos sólo tres meses atrás. Y hacía sólo unos pocos
números que había visto a Georgia colgada del brazo
de algún otro pobre desgraciado en Heat. Sapphire no
conseguía mantenerse al día.
―¡Me lo pidió en mi cumpleaños! Fue tan tierno…
Sapphire dejó escapar todas las exclamaciones de
rigor mientras Georgia le contaba con pelos y señales
el momento de la petición de mano. La romántica
cena en el exclusivo Hotel Mandarin Oriental en

4
Revista del corazón británica que se caracteriza por sus noticias
sensacionalistas. (N. de la T.)

17
Knightsbridge; la superlujosa suite royal, con pétalos de
rosas rojas esparcidos por encima de la cama, donde
había descubierto a un pequeño y monísimo chihuahua
esperándola en una cesta.
―¡Y ya sabes cuánto me gustan los perros!
―continuó parloteando Georgia con entusiasmo―.
Estaba tan ocupada acariciando aquella preciosura… le
he puesto «Vuitton», por cierto.
«Cómo no», pensó Sapphire, y se preguntó
durante cuánto tiempo tendría que seguir escuchando.
Georgia, totalmente ajena al aburrimiento de Sapphire,
continuó hablando, sin apenas hacer una pausa para
tomar aire.
―¡Me llevó un buen rato ver el anillo que llevaba
atado al cuello, y eso es increíble, porque es un pedrusco
enorme! ¡De hecho, cuando Tyler se arrodilló pensé
que iba a sugerir algún jueguecito guarro tipo «amo
y esclavo»! ¡Y bueno, ya me conoces, siempre estoy
dispuesta a cualquier cosa! Luego vi el anillo y me quedé
de piedra. ¡Grité tan alto que Tyler dice que casi rompí la
ventana! A Vuitton tampoco le gustó y se metió debajo
de la cama, pero el entrenador canino dice que se le
pasará. Es que estaba tan alucinada… quiero decir, en
cuanto vi a Tyler supe que era él. Tenemos una conexión
tan intensa…
―¿En serio? Es genial ―contestó Sapphire,
esperando sonar lo bastante entusiasta. Georgia había
hecho el mismo comentario sobre la conexión entre ella
y su último marido, y esa conexión se había consumido
casi tan rápido como una bengala en las hogueras de la
noche del cinco de noviembre.5
―¡Así que quiero el puto mejor fin de semana de
soltera de la historia, y he pensado que quién mejor que

5
En Inglaterra, el día cinco de noviembre se celebra con hogueras la noche
de Guy Fawkes, para festejar el fracaso de la llamada «Conspiración de la
pólvora». (N. de la T.)

18
tú para organizarlo! Sobre todo porque Brighton es mi
antiguo territorio.
Ahora Sapphire sí que se iba animando. Georgia
era una de las celebridades favoritas de las revistas de
cotilleo y de la prensa sensacionalista por su extravagante
vida privada ―sus muchos ex amantes famosos, sus
dos operaciones de pecho y sus frecuentes ingresos en
clínicas de rehabilitación para superar su adicción a la
bebida y las drogas― y eso supondría una publicidad
estupenda para Something for the Weekend.
―¡Te organizaré el puto mejor fin de semana de la
historia! ―le prometió Sapphire.
―Y voy a dar la exclusiva a alguna revista; aún no
he decidido a cuál.
«¡Mejor todavía!» La mente de Sapphire daba
vueltas con todas las posibilidades.
―Sólo una cosa… es en seis semanas. Eso no será
un problema, ¿verdad?
Lo cierto era que sí iba a serlo. Los fines de semana
de Sapphire se reservaban con meses de antelación. Iba a
tener que hacer auténticos malabarismos.
―Ningún problema, Georgia. ¿Qué tal si le doy
un par de vueltas y te envío un correo electrónico con
las ideas?
―Cielo, confío en ti plenamente para organizarlo
todo. Seremos ocho. Nos gustaría que hubiese
tratamientos de belleza, una cena, algún hotelito con
encanto por ahí, un stripper (el mejor que tengas) y ¿no
he leído algo en algún sitio algo sobre un espectáculo
de desnudos masculinos? Quiero ir. ¡Necesito ver tantas
pollas distintas como pueda antes de restringirme a una
sola para el resto de mi vida! ¡Menos mal que Tyler tiene
una anaconda! ―Georgia rió estridentemente.
La risa de Sapphire fue más moderada; había
olvidado lo vulgar que Georgia podía llegar a ser. Pero,

19
por Dios, ¿un stripper más un espectáculo de desnudos?
¡Normalmente sólo tenía que reservar una de las dos
cosas, no ambas! Las peticiones de Georgia eran bastante
extremas. Lo sentía por el stripper que tuviera que
enseñarle su «equipamiento». Pero no cabía duda de
que el fin de semana de soltera de Georgia sería bueno
para los negocios. Era una reserva que, sencillamente, no
podía permitirse rechazar.
Georgia continuó hablando:
―Ah, he pensado que podía dejarme caer por la
reunión del instituto. Seguro que será divertido, ¿tú vas
a ir?
Mierda. Eso quería decir que al final Sapphire
tendría que ir para tener contenta a su clienta y cerrar el
trato.
―Sí, me muero de ganas. ―A veces, su capacidad
para mentir de forma creíble la sorprendía incluso a ella.
Después de la llamada, Sapphire se quedó unos
minutos sentada en su escritorio, como en una nube.
Luego conectó su agenda y buscó las fechas. ¡Joder!
¡Lo sabía! Ya tenía una reserva. No daría buena imagen
al negocio cancelarla, pero el fin de semana siguiente
estaba libre: quizá, con muchísima suerte, pudiera pasar
la despedida que tenía reservada a esos días. Sapphire
se enorgullecía de tratar igual a todas sus clientas, pero
también era una persona realista y a la hora de la verdad,
algunas clientas eran más importantes que otras, y no
podía arriesgarse a perder a la gallina de los huevos de
oro. La oca de oro. ¡Lo que fuese! Tenía que hacerle un
hueco a Georgia. Alcanzó el teléfono.
Quince minutos y un rato de duras negociaciones
y varias promesas de hacerles un gran descuento después
y se las había arreglado para desplazar esa despedida
a otro fin de semana. Ahora sólo tenía que reservar el
hotel y el restaurante y pensar en un paquete que dejase

20
alucinadas a Georgia y a las revistas.

―¿Has comido ya? ―Jazz había entrado en la


oficina con su uniforme negro de esteticista. Levantó
una de sus manos y observó sus uñas. Ese día había
escogido un naranja fosforescente que hacía que el color
de los refrescos de naranja pareciese pálido y anodino,
combinado con pasadores para el pelo y zapatos también
naranjas. Sapphire había intentado en vano conseguir
que Jazz se decantase por los colores neutrales, pero la
sutileza no era su fuerte; y además, a muchísimas clientas
les gustaba su estilo, y la verdad era que animaba mucho
el lugar.
―Estoy demasiado ocupada ―contestó Sapphire.
Ya lo había intentado en dos hoteles y la habían
rechazado de plano, incluso habiendo mencionado la
publicidad. Se le estaba formando un nudo de ansiedad
en el estómago―. Ha llamado Georgia Cox, quiere que
organice el fin de semana de su despedida de soltera.
―¿Georgia? ―dijo Jazz bruscamente. Sapphire
sabía que su amiga no le tenía especial aprecio a Georgia
desde que ésta había salido con uno de sus ex novios
cuando estaban en el instituto. Sólo que ni Jazz ni
Sapphire estaban seguras de si Georgia había esperado
a que él fuera su ex. Incluso en aquel entonces ella ya
estaba acostumbrada a conseguir cualquier cosa o a
cualquier persona que quisiera sin importarle nadie más.
Sapphire la puso al día rápidamente.
―Es importante para nosotras, Jazz, podría
darnos un montón de publicidad que nos vendría genial.
Jazz suspiró.
―Ya lo sé, Sapphire, es sólo que no aguanto a esa
imbécil. Más le vale mantenerse alejada de mi Ben. No
voy a consentir que ese putón pruebe suerte con él.
Sapphire dudaba que la estrella de una serie de

21
televisión estuviese interesada en un escayolista que
enseñaba judo en su tiempo libre, por muy guapo que
Ben fuera (que lo era).
―Le diré a Kiki que se encargue de los
tratamientos; casi no tendrás que verla, te lo prometo.
―Vale, lo aceptaré y no le diré a esa golfa lo que
pienso de ella con una condición. ―Jazz cruzó los brazos
y miró a Sapphire.
―¿Cuál? ―preguntó Sapphire, planteándose si
Jazz esperaría tener una tarde libre como compensación.
―Que nos presentes a Jay a Sam y a mí.
Sapphire sacudió la cabeza, sin dar crédito.
―¡Dios, mira que eres cabezota!
―Bueno, ¿qué tal esta noche? Podríamos salir
todos a tomar algo y celebrar haber conseguido la
despedida de Georgia Cox.
A Sapphire le parecía una buena idea, pero
entonces recordó algo.
―No puedo, le prometí a Jay que iría a correr con
él, y ya le he dado plantón una vez.
Jazz soltó una risilla.
―¿No fue otra cosa lo que le diste?
Sapphire puso los ojos en blanco.
―No puedo creer que yo vaya a decir esto, pero
de verdad tengo que ir a correr.
―Eso tengo que verlo, ¿dónde vais a estar?
Sapphire negó con la cabeza.
―No me sacarás ni una palabra
―Juro por Dios que me voy a morir si me haces
seguir corriendo ―jadeó Sapphire mientras ella y Jay
corrían por el paseo marítimo de Brighton, más allá del
viejo y ruinoso muelle, un enorme esqueleto metálico que
se adentraba en el mar, y seguían en dirección a Hove.
Llevaban unos dos kilómetros y medio hasta el momento.
Sapphire no había ido a correr desde que estaba en el

22
instituto, y en aquel entonces tampoco le había gustado
la experiencia. Jay trotaba a su lado sin mostrar rastro de
compasión, sin ningún esfuerzo, sin quedarse sin aliento,
sin ni siquiera sudar un poco, mientras que Sapphire era
consciente de que la cara se le había puesto escarlata
―un color que no le iba nada― y le había dado flato. ¿La
gente hacía eso por placer? ¡Debían de ser masoquistas!
―Llegaremos hasta Hove y daremos la vuelta
―le dijo Jay―. Y si lo consigues, te daré un masaje
cuando volvamos. ―Le guiñó el ojo.
Eso ya era distinto. Los experimentados masajes
de Jay casi siempre terminaban por convertirse en algo
más divertido. Pero ahora mismo, Sapphire no quería un
masaje, ni ninguna otra cosa. Genial, Jay no sólo la había
hecho pasar un infierno con aquella dichosa carrerita,
sino que también se las había apañado para quitarle las
ganas de sexo. ¡Nunca habría creído que eso pudiera ser
posible! Le lanzó un gruñido y se concentró en correr.
¿Dónde estaba el subidón de endorfinas que Jay le había
prometido? De pronto, por el rabillo del ojo, vio a dos
figuras familiares que, sentadas en la mesa de uno de
los cafés del paseo marítimo, miraban expectantes el
camino. Eran Jazz y Sam. Su presencia allí no podía ser
casual. Habían venido a verla. ¡Qué asquerosas!
Se levantaron de sus asientos y comenzaron a
corear: «¡Vamos, Sapphire!», «¡Vamos, Sapphire!», al
tiempo que fingían ser animadoras ―Jazz hizo incluso
una breve coreografía― moviendo las manos en el
aire, lanzando patadas y añadiéndole de paso un buen
movimiento de trasero. ¡Sapphire podría matarlas por
hacerle algo así! Estaba decidida a ignorarlas, pero Jay
bajó el ritmo.
―¿Amigas tuyas? ―le preguntó, y se detuvo en
un punto, aunque siguió moviendo las piernas como si
aún estuviese corriendo.

23
Sapphire asintió y logró con dificultad jadear
«Jazz y Sam» mientras señalaba a sus amigas. Dejó de
correr, pero Jay no pensaba aceptar eso.
―Sigue moviéndote, Sapphire, tienes que
mantener el ritmo cardiaco.
Se giró hacia sus amigas y les lanzó su monísima
y sensual sonrisa de tío de anuncio de Coca-Cola
light. Para Sapphire era obvio que sus amigas estaban
impresionadas por su aspecto; de hecho, la lengua de
Jazz estaba prácticamente rozando el suelo. Le estaría
bien empleado si alguien se la pisaba.
―Soy Jay. Encantado.
―Sí, es genial conocerte por fin ―replicó Sam.
Jazz estaba demasiado ocupada recogiendo su lengua―.
Hace siglos que queríamos que Sapphire nos presentara.
―Sam le lanzó una mirada significativa a ésta, que le hizo
un gesto obsceno―. ¿Qué planes tenéis para después de
correr?
―Voy a hacer algo de cenar. ―Jay volvió la
vista hacia Sapphire―. Podría cocinar también para tus
amigas.
―Vale, pues muy bien ―murmuró Sapphire.
Diría que sí a cualquier cosa si eso significaba que podía
volver a casa y terminar por fin con la tortura de la
carrera, pero no le gustaba que nadie planease su noche
por ella. ¿Y qué si era una maniática del control?―. Os
veo en el piso ―dijo, y se marchó a toda velocidad, con
una repentina dosis de energía.
¡Ja!, les mostraría que sabía correr. Puede que
incluso se entrenara para participar en medio maratón, o
hasta para correr el maratón completo, eso borraría esas
expresiones divertidas de sus caras; sobre todo cuando
las hiciera ser sus patrocinadoras y poner un montón
de pasta cada una. Pero la fantasía le duró poco, y cien
metros más allá se vio obligada a bajar el ritmo, incapaz

24
de seguir con la carrera por los pinchazos del flato.
De vuelta en el piso, se dio una larga ducha y se
sintió sorprendentemente llena de energía, revigorizada
por el ejercicio, las noticias sobre la despedida de Georgia
y la idea de todo ese dinero y toda esa publicidad.
Entró en la cocina, donde Jay ya estaba trabajando duro
troceando verduras para hacer un salteado.
―¿Cómo te encuentras?
―Bien ―respondió ella, abriendo el frigorífico y
alcanzando una botella de vino―. ¿Qué? ―preguntó,
viendo la expresión de Jay―. ¿No me lo he ganado?
―Bueno, tampoco es que te hayas esforzado
muchísimo precisamente, ¿no? Creo que podrías haber
ido más rápido.
―¡Pero qué morro tienes, caradura! ―exclamó,
lanzando un puñetazo suave en dirección a su brazo.
Pero él fue demasiado rápido para ella; la atrapó entre sus
brazos y la besó. A lo mejor era porque esas endorfinas
estaban empezando a hacer efecto, pero de pronto
Sapphire descubrió que tenía en mente algo más que la
cena. Miró el reloj―. ¿Te apetece venirte al dormitorio,
entrenador?
―Tendrá que ser rápido. No quiero que se me
estropee la salsa tailandesa.
―No pasa nada por echar uno rápido, siempre y
cuando hagas las cosas bien.
―¿No las hago siempre? ―quiso saber Jay.
―Todas las veces ―replicó Sapphire diez minutos
después, una vez que él hubo hecho las cosas bien. Muy
bien.
Seguía en una nube debido al subidón de las
endorfinas y al sexo cuando aparecieron sus amigas, y
menos mal, porque se le hacía muy extraño verlas allí
sentadas en la mesa del comedor con Jay. Desde su
divorcio, Sapphire había evitado situaciones en las que

25
sus amigas y sus amantes pudieran conocerse; para ser
francos, porque no elegía a los hombres por su brillante
conversación y porque le gustaba que las cosas se hicieran
a su manera. Obviamente, Jazz y Sam no podían creerse
la suerte que estaban teniendo al poder por fin pasar
algo de tiempo con Jay. Jazz no paraba de hacerle gestos
a Sapphire cuando Jay no miraba y vocalizar: «¡Está muy
bueno!». Sapphire tenía ganas de contestarle algo como:
«¿Crees que no lo sé, Jazz? ¿Por qué si no iba a estar con
él?»
―Jay, ¡estaba riquísimo! ―exclamó Sam―.
Demasiado rico, de hecho ―añadió apesadumbrada,
mirando su plato vacío. Había acabado con el salteado
de gambas muy rápidamente―. ¿Qué hay de mi dieta?
―No pasa nada por comer así un día a la semana
―respondió Jay―, y todo eran cosas sanas, lo juro. Si
quieres perder peso, deberías tratar de mantenerte en
mil quinientas calorías al día, y de tomar una buena
combinación de proteínas, fruta fresca y verduras. Y
asegúrate de comer menos carbohidratos según vaya
pasando el día.
―¿Para quién trabajas, para Weight Watchers?6
―intervino Sapphire.
―Soy entrenador personal, ¿recuerdas? Y muchos
de mis clientes quieren perder peso, así que les aconsejo
sobre nutrición. Fue una de las cosas que estudié en la
escuela superior.
Esto puso a Sapphire en su lugar; sabía muy poco
de lo que Jay hacía durante todo el día.
―Seguro que eres muy popular entre tus clientas,
¿eh? ―continuó ella. No sabía por qué, pero de pronto

6
Weight Watchers es un programa para perder peso que pretende enseñar a
comer correctamente a las personas que participan en él. Se basa en otorgar
a cada tipo de comida un número de puntos y limitar los puntos que se
ingieren al día, además de ofrecer apoyo mediante consejeros y reuniones
de grupo. (N. de la T.)

26
sentía la acuciante necesidad de pinchar a Jay. Había
sido una tarde genial, había preparado una comida
fantástica para sus amigas, era estupendo y paciente,
pero demasiado perfecto―. Seguro que hay mujeres que
tratan de ligar contigo.
Jazz y Sam la miraron con el ceño fruncido.
―¿Alguna vez te has tirado a alguna? ―estaba
como poseída por un espíritu maligno, o algo así.
Jay negó con la cabeza.
―Me despedirían si lo hiciera. Sería muy poco
profesional.
Sapphire se rió con desdén.
―Por Dios, Jay, suenas tan engreído… Apuesto
a que cuando alguna tía buena se pone a menear su
culo envuelto en lycra a unos milímetros de tu cara te lo
piensas. Seguro que a veces se te pone dura.
Sam se lanzó al rescate.
―Ignórala, Jay. Tiene la mente sucia, y
probablemente sólo lo dice porque está celosa.
La intervención de Sam no ayudó a mejorar el
humor de Sapphire, que sintió como una ira irracional y
ardiente empezaba a removerse en su interior.
―¡No me jodas! ¿Yo, celosa? ―explotó Sapphire.
―Sapphire no tiene por qué estar celosa ―replicó
Jay, tranquilamente―. Nunca la engañaría.
―¿Dónde he oído eso antes? ―dijo Sapphire con
amargura.
Entonces, de pronto, se dio cuenta de por qué se
sentía tan irritada con Jay: al día siguiente habría sido su
quinto aniversario de boda. Se las había arreglado para
no pensar en ello, pero de algún modo la fecha se había
colado entre sus defensas. Se sintió herida, una sensación
horrible y familiar, y la ira se removió en su interior. Se
levantó bruscamente de la mesa y comenzó a retirar los
platos, y después entró dando zancadas en la cocina y

27
empezó a llenar el lavavajillas.
―Oye, ¿estás bien? ―Jay la había seguido hasta
la cocina.
Ella asintió y siguió metiendo cubiertos en el
lavaplatos.
―Pensé que habías dicho que había hecho las
cosas bien.
― Estoy bien, Jay. ¿Por qué no vas a ver si Jazz y
Sam quieren café?
―También he hecho pastel de toffee y plátano. Lo
serviré y llevaré el café, tú ve y habla con tus amigas.
―Bueno, bueno, bueno, ¿no eres demasiado
perfecto para ser real? ―respondió Sapphire con
sarcasmo.
Jay frunció el ceño.
―Sólo quiero que tú y tus amigas paséis una
buena tarde, Sapphire, ¿cuál es el problema?
―Ninguno, lo siento. Gracias por la cena ―dijo
bruscamente, y fue a salir de la cocina. Jay la agarró por
el brazo.
―Sapphire, ¿he hecho algo para cabrearte?
―No, Jay, ya te he dicho que estoy bien.
Él la dejó ir.
―Si tú lo dices. ―Pero estaba claro que no la creía.

Cuando volvió a la mesa, sus amigas no pensaban


dejar pasar cómo había tratado a Jay.
―¿Por qué te cabreas? ―quiso saber Sam,
mientras Sapphire se sentaba y se servía una copa llena
hasta arriba de vino Pinot Grigio.
―Es estupendo, ¿por qué se lo estás poniendo tan
difícil? ―la respaldó Jazz.
―Es el tío más majo con el que has salido
―continuó Sam.
Las dos estaban tan preocupadas por ella que

28
parecían un par de cachorrillos. ¿Por qué no lo dejaban
estar?
―¿Por qué no cerráis el pico las dos? ―exclamó.
Jazz le lanzó una mirada de furia.
―No estoy trabajando, ¿sabes? No puedes
mangonearme. Esto es mi puto tiempo libre.
Sapphire alzó su copa.
―¡Salud! Por el que mañana habría sido mi
quinto aniversario de boda. ¿Cómo creéis que lo estará
celebrando mi ex marido?
Sam y Jazz parecían consternadas.
―Mierda, Sapphire, se me había olvidado por
completo ―dijo Sam.
―También a mí, justo hasta la cena. ―Sapphire
suspiró―. No pretendía ser tan zorra, es sólo que
cuando pienso en Alfie y en lo que hizo, siento una rabia
inmensa.
―¿Has pensado en hacer terapia?
Sapphire dejó escapar un bufido sarcástico.
―Eso no va para nada conmigo.
―Ya lo sé, Sapphire, pero podría ayudarte. Se te
da bien hacer como que eres muy dura y que no necesitas
a nadie, pero todos necesitamos a alguien. ―Sam rodeó
a Sapphire con el brazo.
―¡Dios! ¿Vamos a darnos un abrazo de grupo?
―bromeó ésta. Jay entró con el postre y el café y la salvó
de escuchar más comentarios de sus bienintencionadas
aunque irritantes amigas.
Mientras Jazz, Sam y Jay charlaban sobre a quién
apoyaban en Factor X, Sapphire se mantuvo en silencio,
pensativa. Estaba recordando la conmoción que había
supuesto descubrir que Alfie le había sido infiel ―y
no sólo eso― en su propio lecho conyugal. Era como si
realmente quisiera restregárselo en las narices. Alfie le
había rogado a Sapphire que le perdonase, diciendo que

29
no había significado nada para él, y después echándole
la culpa a Brooke, su amante, afirmando que había sido
ella la que lo había perseguido, y que nunca volvería a
ocurrir. Durante un breve periodo de tiempo, Sapphire
había titubeado, preguntándose si debería tratar de
perdonarle; después de todo, muchas otras mujeres
en su situación lo habían hecho. Pero entonces llegó el
bombazo: Brooke estaba embarazada, y Sapphire no
estaba de humor para ser indulgente. Cuando Alfie se
dio cuenta de que no iba a perdonarle y olvidarlo todo,
pasó a ser desagradable y le dijo que era culpa suya,
que ella era demasiado fría emocionalmente, incapaz de
amar a nadie, palabras crueles y dolorosas que se habían
grabado como a fuego en la mente de Sapphire.
―¿Quién quieres tú que gane, Sapphire?
―dijo Jay, tratando de hacer que volviese a entrar en la
conversación.
―Dios, ni idea. ―Y entonces, porque sabía que
tenía que aparentar, se forzó a bromear―: el joven
cachas, por supuesto.

Esa noche, en la cama, Jay la rodeó con el brazo.


―Sabes que lo que he dicho es verdad. Nunca te
engañaría ―le dijo, agarrándola con fuerza.
Instintivamente, Sapphire se alejó de él.
―Lo siento, cielo, tengo demasiado calor
―mintió, buscando el hueco más lejano de la cama.
Quizás Alfie tuviese razón y ella fuera demasiado
fría emocionalmente e incapaz de amar a nadie.

30
31

Вам также может понравиться