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Violencia
intrafamiliar
Mitos y realidades
¿Cuántas veces habremos oído "si le pegan es que algo habrá hecho"?, ¿Cuántas mujeres
piensan que los insultos continuos que les dedican sus maridos no son violencia intrafamiliar?
Éstos son algunos de los mitos que hay que desterrar:
REALIDAD: El alcohol y las drogas son factores de riesgo, ya que reducen los umbrales de
inhibición. La combinación de modos violentos para la resolución de conflictos con adicciones
o alcoholismo suele aumentar el grado de violencia y su frecuencia pero muchos golpeadores no
abusan ni de las drogas ni del alcohol y muchos abusadores de drogas o alcohol no son
violentos. Son dos problemas separados que deben ser tratados por separado.
REALIDAD: Nadie merece ser golpeado no importa qué haya hecho. Los golpeadores
comúnmente culpan de su comportamiento a frustraciones menores, al abuso de alcohol o
drogas o a lo que su pareja pudo haber dicho o hecho. La violencia, sin embargo, es su propia
elección. La violencia intrafamiliar no puede ni debe estar justificada en ningún caso, cualquiera
que sean las circunstancias. El maltratador siempre será un agresor y la persona maltratada su
víctima.
REALIDAD: La violencia intrafamiliar se produce en todas las clases sociales, sin distinción de
factores sociales, raciales, económicos, educativos o religiosos. Las mujeres maltratadas de
menores recursos económicos son más visibles debido a que buscan ayuda en las entidades
estatales y figuran en las estadísticas. Suelen tener menores inhibiciones para hablar de este
problema, al que muchas veces consideran "normal". Las mujeres con mayores recursos buscan
apoyo en el ámbito privado, cuanto mayor es el nivel social y educativo de la víctima, sus
dificultades para develar el problema son mayores. Sin embargo, debemos tener en cuenta que
la carencia de recursos económicos y educativos son un factor de riesgo, ya que implican un
mayor aislamiento social.
Violencia Intrafamiliar
La mayoría de los casos de violencia en contra de la mujer corresponden a mujeres maltratadas
por sus compañeros, esposos o convivientes. Los agresores y las víctimas de violencia proceden
de historias familiares en las que estuvieron expuestos a situaciones de violencia.... la violencia
es una conducta aprendida y transmitida socialmente. También, la mayoría de casos de
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violaciones de mujeres y niñas son perpretadas por familiares o conocidos, en casa de la
víctima.
Otro tipo de violencia es la sexual, esta se da generalmente cuando se impone una relación
sexual o cuando se fuerza a actos sexuales frente a terceros.
Segunda Fase: la víctima tolera insultos, golpes con los puños, bofetadas y otros que le pueden
producir lesiones. La violencia se da de una manera más grave, pero la víctima la tolera. Esta
fase se irá volviendo más intensa.
Tercera Fase: esta es la etapa amorosa, aunque ya algo está fallando. En esta fase el agresor se
muestra cariñoso y arrepentido.
Los pretextos más frecuentes por el que las mujeres fueron violentadas en sus hogares son: la
negativa al cumplimiento de sus deberes sexuales conyugales, la infidelidad, la lentitud de la
realización de los servicios domésticos, el reclamo a su pareja por problemas económicos, el
embarazo, el reclamo frente al consumo de drogas o licor, entre otros.
Este tipo de violencia trae graves consecuencias para el padre, la madre o el hijo. A
continuación algunos ejemplos:
La violencia contra la esposa afecta a los hijos e hijas, causando bajo rendimiento escolar,
laboral y en las relaciones mutuas.
La familia que cotidianamente recurra a la violencia sin querer propondrá conductas que
afectarán comportamientos sociales y serán la base de conductas delictivas.
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El maltrato deteriora el amor propio disminuyendo así el autoestima.
III.- Maltrato Sexual.- Aquel acto u omisión reiterado, que inflige burla y
humillación de la sexualidad, niega las necesidades sexoafectivas,
coacciona a realizar actos o prácticas sexuales no deseadas o que generen
dolor, practicar la celotipia, para el control, manipulación o dominio de
la persona y que generen un daño. Así como los delitos contra libertad y
el normal desarrollo psicosexual, respecto de los cuáles la presente Ley
sólo surte sus efectos en el ámbito asistencial y preventivo.
La cobra una es serpiente, tranquila y concentrada antes de atacar a sus víctimas con poco o
ningún aviso. La furia del "Pit Bull" (una raza de perros violentos) arde lentamente y crece, una
vez que sus dientes se hunden en su víctima, no lo sueltan. Los hombres que golpean a las
mujeres son como las cobras o como el pit bull, ("When Men Batten Women", Gottman /
Jacobson, Simón and Schuster, 1998).
Los pit bulls, monitorean cada movimiento de la mujer. Ellos tienden a ver traición en cada
movimiento y ello los enfurece, cuando su rabia se hace violenta parecen perder control.
Por otro lado los Cobras, son casi siempre sociopáticos. Son fríos y calculadores con una alta
incidencia de rasgos criminales y antisociales y conducta sádica. La violencia de los "Cobras
crece de una necesidad patológica para cumplir su objetivo, ser el jefe y estar seguro de que
cada uno, especialmente sus esposas y enamoradas, lo sepan y actúen de acuerdo con ello.
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Cuando piensan que su autoridad ha sido retada, los Cobras luchan rápidamente y con furia.
Aunque ellos no pierden el control como los pit bull, son más violentos con sus parejas. Son
agresivos con todos incluyendo extraños, animales, amigos, familiares y compañeros de trabajo.
Las historias de vida de los cobras y los pit bulls también tienden a ser diferentes. Los Cobras
casi siempre tuvieron infancias traumáticas y violentas, con records criminales y experiencias
personales de alcohol y abuso de drogas. Los pit bulls son menos propensos a tener historia de
delincuencia o conducta criminal, con más posibilidades que los cobras a haber tenido padres
que golpearon a sus madres.
PIT BULL:
COBRA:
Cómo protegerse
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Llame a la policía lo antes posible.
Cuando acuda la policía, cuente lo sucedido.
Si ha sido golpeada, busque ayuda médica y denuncie el hecho en cuanto reciba atención.
Si el agresor ya no vive en la misma casa, cambie las cerraduras de las puertas y ponga
cerradura o rejas a las ventanas, cambie su número de teléfono y regístrelo como privado.
Tolerancia cero ante los maltratos hacia la mujer, siempre, en todas sus formas y en todas
las ocasiones.
El valor de un hombre no se mide por su fuerza sino por la capacidad que tiene para el cuidado
de la vida. El patriarcado inventa "perfiles" para esconder su propia violencia. Con el silencio
nos hacemos cómplices de la violencia. ¡DENUNCIEMOS!
Los malos tratos vistos desde fuera son atroces, pero vistos desde dentro son devastadores. El
maltratador es un delincuente, pero la mujer maltratada se convierte en una persona gravemente
afectada psicológicamente:
Las familias en donde hay maltrato, generalmente son familias donde los roles están muy
separados. El rol del marido tiene mucha importancia, y la mujer se considera que aporta
menos, por eso ellas, las mujeres, pierden su autoestima.
Muchas mujeres maltratadas tienen unos antecedentes parentales de violencia con lo cual
tienden a elegir parejas violentas.
Tienen poco o nulo margen en la toma de decisiones con lo que respecta a la vida de pareja y a
la suya propia.
Padecen de baja interiorización de valores sociales y democráticos e incluso también religiosos.
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Sufren a veces trastornos alimentarios severos como anorexia o bulimia. Trastornos del sueño.
Irritabilidad y reacciones de indignación fuera de contexto.
También, son frecuentes trastornos de alcoholismo y de ludopatía (Adicción patológica a los
juegos electrónicos o de azar)
Muchas de las mujeres aficionadas al bingo son, en muchos casos, mujeres maltratadas y
áltamente deprimidas.
Cuando la Violencia Familiar se hace presente en un hogar -ámbito que debería ser para todo el
mundo el más protegido y seguro- las consecuencias finales, para quien la padece, llegan a ser
destructivas, letales en la mayoría de los casos.
Sin embargo, no se reduce solo a ello el problema, porque, cuando la “impasibilidad “de quien o
quienes deberían tomar parte en resguardo de la víctima no lo hacen, se pone de manifiesto que
existen intereses creados u otros motivos personales y, por lo tanto, este tácito consenso
encubierto en el silencio, se convierte automáticamente en “sentimiento de desprecio” por la
vida del otro, es decir, la de la víctima. Ésta, se encuentra sola, vigilada y controlada, por lo
general sin nadie a quien recurrir; y ni hablar si está imposibilitada por alguna enfermedad o
incapacidad física o mental. Es allí, cuando el ensañamiento del “ejecutor” - ejerciendo fuerza y
poder - hace cada día de sus abusos una crueldad mayor hasta desembocar inexorablemente en
el peor desenlace, en la muerte de quien la padece.
Como la víctima se encuentra “sentenciada a muerte” por “dictamen superior y legítimo”; quien
oficia de verdugo la hace recorrer cuantas veces le venga en ganas el “pasillo de la muerte”. La
única posibilidad que existe para “conmutar” la sentencia dictada a través de los golpes, está en
la acción directa y urgente a manos de la Justicia, en primer lugar.
Claro, siempre y cuando la balanza se incline sin tapujos a favor y resguardo de quien pide
ayuda a gritos entre las cuatro paredes de su hogar... antes de ser sepultada.
Se entiende por acoso moral la manifestación permanente y sublime de una conducta abusiva y
especialmente de desgaste psicológico, que incluye comportamientos, palabras, actos, gestos y
escritos que puedan atentar contra la personalidad, la dignidad o la integridad física o psíquica
de un individuo.
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Se trata de un fenómeno circular, de una serie de comportamientos deliberados por parte del
agresor que están destinados a desencadenar la ansiedad en la víctima, lo que provoca en ella
una actitud defensiva que a su vez genera nuevas tensiones.
El primer acto del agresor consiste en paralizar a su víctima para que no pueda defenderse, de
modo que por mucho que ésta intente comprender qué ocurre, no tiene herramientas para
hacerlo. La víctima no se da cuenta de esta manipulación perversa y no reacciona cómo lo haría
en un proceso normal y corriente. Mediante un proceso de acoso moral, o de maltrato
psicológico, un individuo puede hacer pedazos a otro. La perversidad no proviene de un
trastorno psíquico o psicológico, sino de una fría racionalidad que se combina con la
incapacidad de considerar a los demás como seres humanos de igual a igual.
Cada uno de nosotros puede utilizar puntualmente un proceso perverso. Esto sólo se vuelve
destructor con la frecuencia y la repetición a lo largo del tiempo. Un individuo perverso es
permanentemente perverso. Se encuentra fijado a ese modo de ser, de relacionarse con el otro y
no se pone en tela de juicio a sí mismo jamás. No tiene compasión ni respeto por los demás.
Respetar al otro supondría considerarlo en tanto que ser humano y reconocer el sufrimiento que
se le aflige.
Estos individuos necesitan rebajar a los demás para adquirir autoestima y mediante esta,
adquirir poder, pues están necesitados de admiración y aprobación. El agresor suele
engrandecerse a costa de rebajar a los demás y evitar cualquier conflicto interior al descargar
sobre el otro la responsabilidad de lo que no funciona. Las técnicas perversas utilizadas son
rechazar la comunicación directa, descalificar, desacreditar, aislar e inducir a error.
Las víctimas, al principio y contrariamente a lo que los agresores pretenden hacer creer, no son
personas afectadas de alguna patología o particularmente débiles. Al contrario, el acoso empieza
cuando una víctima reacciona contra el autoritarismo de la otra parte y no se deja avasallar. El
acoso se hace posible porque viene precedido de una descalificación de la víctima por parte del
perverso.
La violencia perversa puede darse en cualquier ámbito de nuestra vida, puede darse en la pareja,
en la familia, en el ámbito laboral, social, etc. Aunque se trate de contextos distintos el
funcionamiento es similar. El punto común de todas las situaciones de acoso moral es que son
indecibles. Se trata de una violencia probada, aunque se mantenga oculta, que tiende a atacar la
identidad del otro y a privarlo de toda individualidad. La violencia perversa aparece en
momentos de crisis, cuando un individuo que tiene defensas perversas no puede asumir la
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responsabilidad de una elección difícil. Se trata de una violencia indirecta que se ejerce
esencialmente a través de una falta de respeto.
Los procedimientos perversos aparecen con mucha frecuencia en los casos de separación y
divorcio. Otras veces, el acoso es suscitado por sentimientos de envidia de alguien que posee
algo que los demás no tienen.
En la vida cotidiana no nos atrevemos a hablar de perversidad. Corresponde aun juicio de valor.
Nombrar la perversidad es grave. La mayoría de las veces se reserva este término para actos de
gran crueldad. Dejar de nombrar la perversidad es un acto todavía más grave, pues supone
tolerar que la víctima permanezca indefensa, que sea agredida y que se le pueda agredir a
voluntad. Parece como si la sociedad no percibiera esa forma de violencia indirecta. Con el
pretexto de la tolerancia nos volvemos indulgentes ante ciertos ataques de perversidad. El
contexto sociocultural actual permite que la perversión se desarrolle porque la tolera.
No se trata de procesar a los perversos, los cuales ya se defienden bien por sí solos sino de tener
en cuenta su nocividad y su peligrosidad con el fin de que las víctimas o futuras víctimas
puedan defenderse mejor.
La manipulación perversa genera trastornos graves tanto en niños como en adultos. Los
métodos terapéuticos clásicos no son suficientes para ayudar a estas víctimas.
Son necesarias herramientas más adaptadas que tengan en cuenta la especificidad de la agresión
perversa. Quizá no se escucha a las víctimas cuando solicitan ayuda. Es necesaria la
intervención de un interlocutor válido. No han de considerarse responsables de la agresión que
padecen ni han de pensar que lo han buscado o merecido inconscientemente.
Cuando la víctima acude a una psicoterapia individual, lo hace por otras razones, alegando
inhibiciones, falta de confianza en sí misma, incapacidad para tomar decisiones, ansiedad, por
un estado depresivo permanente resistente a los antidepresivos La víctima se puede quejar de su
compañero o de su círculo de relaciones, pero no suele tener conciencia de la existencia de esta
terrible violencia subterránea y no se atreve a quejarse de ella. Es difícil entonces, incluso para
el terapeuta, ver que se trata de una situación de acoso moral. (Bara García
Dra. en Psicología)
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