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Hegel es el más grande representante del idealismo metafísico alemán y, como hemos
dicho, uno de los más importantes filósofos de todos los tiempos.
Para Hegel la Historia es la marcha del Espíritu Absoluto hacia su total realización.
El Espíritu Absoluto opera en la filosofía de Hegel como una divinidad inmanente que rige
los procesos naturales e históricos, subordinando las particularidades a los universales
(entre los que se establece una relación dialéctica):
"La historia universal -afirma Hegel- es el progreso en la conciencia de la libertad."
Para ello, lo particular paga el precio: "Con la ruina de lo particular se produce lo
universal".
"En la historia universal lo más noble y hermoso es sacrificado en su altar".
Éste punto es importante. Hegel establece una dialéctica entre lo particular y
lo universal, pero de todos modos hay un presupuesto (sobre el que
volveremos): lo real es uno (el Espíritu Absoluto es el Único) y no múltiple.
*
Alexandre Kojève (28 de abril de 1902 – 4 de junio de 1968), sobrino de Kandinsky, dictó
entre 1933 y 1939 una serie de conferencias sobre La fenomenología del Espíritu de
Hegel en París. Había estudiado en Alemania y sus influencias más importantes fueron
Heidegger Alexandre Koyré (otro ruso). Después de la Segunda Guerra Mundial, Kojève
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comenzó a trabajar para el Ministerio Francés de Asuntos Económicos y fue uno de los
principales planificadores del Mercado Común Europeo, inventor del euro, promotor de
políticas europeas de integración, etc. Se reconocía a si mismo como "marxista de
derecha", lo que en la práctica signficaba adhesión a políticas socialdemócratas. En 1999
se "descubrió" que Kojève había sido espía de los rusos durante toda su vida, pero eso tal
vez sea un pensamiento paranoico (también volveremos sobre el punto).
La última entrevista: “El budismo me interesaba por su radicalismo. Es la única
religión atea. Pero profundizando más, me dí cuenta de que iba por el camino
equivocado. Comprendí que algo había pasado en Grecia, hace ya 25 siglos, y que
ésa era la fuente y la llave de todo. Allí fue pronunciado el comienzo de la frase”.
Una frase de 25 siglos que tiene un comienzo, y un final.
1 Koyré, A. "Hegel à Jena", Revue d'Histoire et de Philosophie religieuse, XXVI (Parìs: 1935)
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Vemos que entre los motivos centrales de la lectura hegeliana de Kojève figuraba el
problema del final de la historia y de la figura que el hombre y la naturaleza asumirían en
el mundo post-histórico, cuando el paciente trabajo de la negación, por medio del cual el
animal de la especie Homo sapiens deviene humano, alcanza su consumación (el final de
la historia).
El autoconocimiento final del Sujeto Absoluto y el "final del hombre" se entrelazan
en los comentarios de Kojève a la tercera parte del capítulo 8 de la Fenomenología del
Espíritu, en que Kojève llega a definir al hombre como "error de la naturaleza": el hombre
que surge junto con el Tiempo en cierta fase del desarrollo natural, desaparece con el fin
de la Historia que coincide con el autoconocimiento final del Sujeto Absoluto (Kojève,
Introducción, 418-19). De tal manera, se concluye que el progreso del autoconocimiento
lleva a la gradual desaparición de la raza humana. Es en este sentido que Kojève define a
la Historia -es decir, un estadio en el desarrollo del Sujeto Absoluto, durante el cual éste
adquiere una dimensión temporal- como la "historia de los discursos erróneos del hombre"
(Introducción, 419). Al progresar en el autoconocimiento, el Espíritu, o el Sujeto Absoluto,
está destinado a superar el saber incompleto humano y acabará desprendiéndose del
Hombre.
Hasta aquí el razonamiento de Kojève encuentra una confirmación en el texto de
Hegel, quien explica cómo exactamente la Historia y el conocimiento humanos se
disuelven en el autoconocimiento completo del Espíritu. Pero Kojève también extrae del
pensamiento de Hegel otra consecuencia lógica, de gran trascendencia. Según Kojève, el
estadio del autoconocimiento completo del Sujeto Absoluto implica la desaparición de la
especie humana. Esta lógica conduce directamente a la "muerte del hombre" en la
definición que le da Michel Foucault al final de Las palabras y las cosas: "el hombre se
borrará como un rostro dibujado en la arena al borde del mar" (retengan, sobre todo, la
noción de borde o límite).
Al igual que Kojève, Foucault ve al ser humano como un "evento" casual producido
por los elementos que lo preceden y que le sobrevivirán, poco más que aquel error de la
naturaleza al que Kojève atribuye la existencia humana. El tema, suficientemente
conocido, no tiene raíces sólamente nietzscheanas, sino también hegelianas (aunque
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La nota continúa en tono más bien humorístico (parece que Kojève era muy
irónico: en su seminario se refería a Dios como "mi colega"), enunciando la
hipótesis (que fatalmente retomará Fukuyama muchos años después) de que el fin
de la historia no es algo porvenir sino ya sucedido: “los rusos y los chinos no son
todavía más que norteamericanos pobres, en vías de rápido enriquecimiento, eso
sí”. Estados Unidos ha alcanzado ya el “estadio final” del “comunismo marxista”. “El
American Way of Life (es) el género de vida propio del período post-histórico”, “la
presencia actual de los Estados Unidos en el Mundo prefigura el futuro “presente
eterno” de toda la humanidad”. Lo humorístico está en la identificación del
“momento posthistórico”, el retorno a la animalidad, con la hegemonía
norteamericana.
El contacto entre Japón y Occidente, espera Kojève, implicará una japonización de los
Occidentales:
Ahora bien, visto que ningún animal puede ser esnob, cualquier época post-
histórica “japonizada” será específicamente humana. No habrá, pues, un
“aniquilamiento definitivo del Hombre propiamente dicho”, mientras que haya
animales de la especie Homo Sapiens que puedan servir de soporte “natural” a lo
que de humano hay entre los hombres (pág. 437)
Ahora bien, el "momento japonés" de Kojève es importante sobre todo porque, por
la vía paródica, parece coincidir con el discípulo rival, Bataille, a quien Barthes y Foucault
han leído y de quien han tomado la noción de transgresión: por ejemplo en "El
pensamiento del afuera", donde Foucault reivindica “la experiencia pura y más desnuda
del afuera” (Foucault) o "Las salidas del texto" (1972) de Roland Barthes, son testimonios
de esa lectura y de ese uso.
El conflicto entre Bataille y Kojève se refiere propiamente a ese “resto” que
sobrevive a la muerte del hombre que vuelve a ser animal al final de la historia. Bataille no
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puede aceptar que “el arte, el amor, el juego”, la risa, el éxtasis y el lujo (núcleos
obsesivos de Acéphale y del Collège de Sociologie) dejaran de ser negativos y sagrados
para ser simplemente restituidos a la praxis animal: el ser acéfalo quizá podía ser ni
humano ni divino, pero animal, en todo caso, no debía serlo de ningún modo.
En contra de esa negatividad dialéctica (con un final, teleológica) que Kojève
encuentra en Hegel, Bataille inventa el concepto de una negatividad sin empleo
(inoperante), que sobrevive, no se sabe cómo, al final de la historia.
En carta a Kojève escribe: “Admito (como una suposición verosímil) que a partir de
ahora la historia se ha acabado (excepción hecha del epílogo). Sin embargo, yo me
represento las cosas de manera diferente... Si la acción (el “hacer”) es -como dice Hegel-
la negatividad, se plantea entonces el problema de saber si la negatividad de quien no
tiene “ya nada que hacer” desaparece o bien subsiste en el estado de “negatividad sin
empleo”: personalmente, no puedo decidirme más que en una dirección, al ser yo mismo
exactamente esta “negatividad sin empleo” (no podría definirme de manera más precisa).
Reconozco que Hegel ha previsto esta posibilidad, si bien no la ha situado en el final de
los procesos que ha descrito. Imagino que mi vida -o mejor todavía, su aborto, la herida
abierta que es mi vida- constituye por sí misma la refutación del sistema cerrado de
Hegel” (en Hollier, Denis (ed.). Le Collège de Sociologie (1937-1939). Madrid, Taurus,
1982, pág. 170-171 de la edición francesa).
En la perspectiva de Bataille, hay un epílogo del final de la historia donde la
negatividad humana se conserva como “resto” en las formas del erotismo, la risa, el júbilo
ante la muerte, el arte.
El esnobismo japonés de Kojève y Barthes es una versión más elegante (aunque
quizás paródica en el caso de Kojève) de esa “negatividad sin empleo” cuyo corrrelato es
la teoría de la transgresión.
Volviendo al punto de partida, entonces, vemos que en la noción de límite
(histórico) y en la experiencia del afuera (tema blanchotiano-foucoultiano que
retomaremos en seguida), resuena Kojève, el final de la historia, la poshumanidad, bla,
bla, bla. En todo caso, se trata de una salida al “sistema cerrado de Hegel”, es decir: a
una forma de pensar la modernidad, una modernidad alternativa.
Retomamos lo del principio. Si uno adhiere a la hipótesis de que lo real es Uno y no
Múltiple (que es la hipótesis de la dialéctica, sea hegeliana o marxiana: Marx no hace sino
invertir a Hegel, pero conserva lo esencial del método), entonces, la historia debe ser un
proceso clausurado (antes o después, no importa), orgánico, totalizante. Es, en algún
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sentido, la hipótesis que Badiou sostuvo durante mucho tiempo (leerán en El siglo una
corrección de esa hipótesis y su acercamiento a "su enemigo", Deleuze, un pensamiento
de lo múltiple).
Toda la dialéctica hegeliana descansa en la posibilidad de pensar afirmación y
negación como parte de lo mismo, es decir, como una unidad indiscernible. De hecho la
Aufhebung hegeliana es una palabra que tiene doble sentido: tanto abolir como conservar.
Agamben, en El tiempo que resta2, ha propuesto que esa palabra, Aufhebung, es de
tradición mesiánica (traducción de Lutero de las cartas de Pablo, especialmene la Carta a
los Romanos), de modo que propone que toda la modernidad ("la época que se halla bajo
el signo de la Aufhebung dialéctica") está empeñada en un cuerpo a cuerpo hermenéutico
con lo mesiánico" (101), no es sino secularización de temas mesiánicos. En el mismo
libro, Agamben propone que no sorprende (no debería sorprender) la interpretación de
los rusos Koyré y Kojève de Hegel, "si se tiene en cuenta la importancia de la apocalíptica
en la literatura rusa del siglo XX" (102). Pero advierte que esas interpretaciones
confunden lo mesiánico con lo escatológico, identificando el problema del tiempo
mesiánico con el de la posthistoria.
En todo caso, hemos trazado un arco que comenzaría en Hegel (autor sobre el que
no podemos decir mucho, ni tampoco importa), pasa por Kojève, centralmente (que es el
primero en introducir la noción de "inoperancia"), alcanza a Bataille, Lacan y compañía y
llega hasta Foucault: quedan, pues, "incluidos" (al menos, relacionados) con el problema
del fin de la historia considerado como límite, el tema de la transgresión y el tema de la
paranoia, sobre los que volveremos.
El verdadero concepto del que trata Hegel es la verdadera realidad, es decir el sujeto. El
verdadero sujeto no es un sustantivo sino un verbo. Ser sujeto es hacerse sujeto, ponerse
como sujeto, crearse como sujeto, concebirse, o sea, ser concepto. La única realidad en
sentido fuerte es la conceptual, es decir, la subjetiva. Por otra parte, concepto e idea son,
en cierto sentido, sinónimos. En cierto sentido, por cuanto en sentido estricto "idea"
expresa la máxima realización del concepto. Hegel los utiliza como sinónimos.
"El ámbito del derecho es en general lo espiritual y su lugar más exacto y punto
de partida la voluntad, que es libre de tal modo que la libertad constituye su
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No puede darse libertad fuera del Estado, no considerado éste como un aparato, sino
como la totalidad de los sujetos que lo componen, quienes juntos conforman el gran
sujeto colectivo. Ese sujeto es "el mundo del espíritu producido a partir de él mismo como
una segunda naturaleza". El sujeto es un ser natural-antinatural, ha roto con la naturaleza
y crea una segunda naturaleza, a la que veremos aparecer como "eticidad".
La voluntad presenta los tres momentos propios de la dialéctica, el universal abstracto o
en-sí, el particular o para-sí y el universal concreto o en-sí-para-sí.
"El Estado es la realidad de la idea ética -die Wirklichkeit der sittlichen Idee-, el
espíritu ético en cuanto voluntad clara -offenbare-, ostensible a sí misma,
sustancial, que se piensa y sabe y cumple aquello que sabe y en la medida en
que lo sabe. En la costumbre –an der Sitte- tiene su existencia inmediata, y en
la autoconciencia del individuo, en su saber y actividad, tiene su existencia
mediada, así como esta autoconciencia, por el carácter, tiene en él cual
esencia suya, finalidad y productos de su actividad, su libertad sustancial"
(Hegel, 1993: § 257).
El Estado como espíritu objetivo, es decir, como universal concreto que se realiza como
intersubjetividad, como sujetos que se reconocen mutuamente, es la realidad en sentido
fuerte de la "voluntad sustancial", de la voluntad en toda su dimensión creadora,
transformadora. Esa voluntad en el Estado arriba a la universalidad. No es la polis o el
feudo o el imperio en el que sólo el universal puede realizarse, ahogando al particular. Es
el Estado moderno en el cual el particular se desarrolla en todas sus dimensiones en el
marco de la sociedad civil.
"El principio de los Estados modernos tiene esta inmensa fuerza y profundidad:
permitir perfeccionar el principio de la subjetividad hasta el extremo autónomo de la
particularidad personal, y al mismo tiempo retrotraerlo a la unidad sustancial, y así
conservar a ésta en él mismo" (Hegel, 1993: § 260).
"El poder del príncipe contiene en sí mismo los tres momentos de la totalidad:
La universalidad de la constitución y de las leyes, lo consultivo como relación
de lo particular a lo universal, y el momento de la última decisión como
autodeterminación a la cual retorna todo lo restante, y de la cual toma el origen
de la realidad. Este absoluto autodeterminar constituye el principio distintivo del
poder del príncipe como tal, que es lo primero a desarrollar" (Hegel, 1993: §
275).
y por lo tanto se encuentran uno fuera de otro. Ello significa que el espíritu se va
encarnando cada vez en un ámbito geográfico determinado, es decir, en un pueblo
determinado. El pueblo en el cual se encarna es el dominante, y sólo puede serlo una vez.
El despliegue del espíritu que constituye la historia se realiza de acuerdo con cuatro
principios que se plasman en cuatro imperios:
La reconciliación: