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¿Después de Tirofijo y las Farc qué?

J. Enrique Cáceres-Arrieta

Después de casi dos meses de muerto, los que no somos amigos ni damos refugio ni
dineros a los terroristas de las Farc nos enteramos que alias Manuel Marulanda o
Tirofijo había muerto de un “infarto” y “al lado de su compañera”. Como a todos en la
vida, a este campesino involucrado en guerrilla, primero, y narcoterrorismo, después, le
llegó el día que muchos temen: la muerte. La pregunta lógica de muchos es: ¿cómo será
la política o filosofía de alias Alfonso Cano en la dirección de las Farc? Y, ¿después de
Marulanda, Cano et al qué?
Si las Farc entregaran las armas y se acogieran a un proceso de paz, ¿se acabaría la
violencia en Colombia y todos viviríamos felices y contentos? Ese es mi sueño como
colombiano amante de mi país. Quisiera poder vivir en Colombia sin temor al secuestro,
al terror de los terroristas y a la violencia de pandillas y grupos que viven al margen de
la Constitución y las leyes. Sin embargo, no creo que el problema de Colombia sea el
paramilitarismo, el Eln, las Farc, la delincuencia común ni los carteles de la droga. El
problema colombiano es mucho más profundo. Por desgracia, la contrariedad de la
República de Colombia es la problemática de los países subdesarrollados o en vías de
desarrollo.
Sin pretender hacer apología a la guerrilla ni a los grupos terroristas en el país de
Francisco de Paula Santander, el grave problema de Colombia ha sido y es la mala
distribución de las riquezas. Ello ha dado pie para el surgimiento de grupos guerrilleros,
terroristas, narcotráfico y delincuencia común. Desde luego, las grandes desigualdades
sociales no justifican la delincuencia, el terrorismo ni el tráfico de estupefacientes.
Sin temor a equivocarme, los recursos naturales con que cuenta el país alcanzarían para
todos si fueran mejor distribuidos; con ellos el tener existencial de cada familia
colombiana está garantizado. Tal vez no para ser ricos todos y despilfarrar; pero sí para
contar con lo esencial para vivir una vida digna de seres humanos.
Colombia es un país productor de petróleo, gas natural, carbón, hierro, níquel, oro,
cobre, esmeraldas (dicen que las esmeraldas colombianas son las más cotizadas del
mercado). Sus principales productos de exportación son los derivados del petróleo, café,
químicos, carbón, alimentos, textiles, bananos. El país es el mayor proveedor de
alimentos de Venezuela; es decir, Colombia produce para 44 millones de colombianos y
le alcanza para alimentar a millones en el país vecino. (Irónicamente, muchos niños
colombianos sufren desnutrición y mueren de hambre) Dicho de otro modo, Colombia
es una despensa para la tierra de Bolívar, y eso lo sabe el parlanchín de Chávez; de ahí
que su palabrería contra el Estado colombiano sea pura bulla y nada de nueces.
Con lo que produce Colombia y los recursos naturales con los cuales cuenta, la
población colombiana debería comer y vivir mucho mejor. Mas la miseria y pobreza
arropan a más de la mitad de la población del país. Ello debería ser una vergüenza y
acicate en la conciencia del rico que malgasta el dinero y muere de indigestión. Y un
desafío a la clase política que busca puestos públicos solo para enriquecerse mediante la
demagogia. La acumulación de bienes y riquezas es un insulto en medio de tantos niños,
adolescentes y adultos que deambulan por las calles de nuestras ciudades y poblados
buscando qué comer y dónde pasar la noche.
Las guerrillas surgen por lo general a raíz de las injusticias sociales. Lo censurable es
que muchas, si acaso no todas, recurren al terror, porque a las buenas no han conseguido
nada. Nadie les para bolas. Y como “en la guerra y el amor todo vale” la guerrilla en
Colombia se unió a los carteles de la droga o se dedicó al lucrativo negocio para
sufragar los onerosos gastos que provoca alimentar una legión de hombres, mujeres y
niños dedicados al terror. En breves palabras, la injusticia social y el poco caso que se le
hace a quien clama por justas reivindicaciones sociales es el caldo de cultivo de la
violencia y delincuencia en nuestros países.
La pregunta del millón es: ¿cuál es la causa principal de la injusticia social y la mala
distribución de las riquezas de un país? Estoy convencido de que la raíz de todo es el
egoísmo. El desmesurado y excesivo amor a uno mismo, que provoca atender
desmedidamente mi propio interés, sin importarme los del prójimo. Ese egoísmo es
revelado en ambición y avaricia. La ambición del pobre o del que no tiene nada por
tener, ser rico o millonario. Y la avaricia del rico o millonario por tener mucho más que
los otros. “Raíz de todos los males es el amor al dinero”, escribió san Pablo. Erich
Fromm diría que se sacrifica el ser por el tener.
En realidad, el motivo primario de las guerrillas no es malo si se ajusta a
reivindicaciones sociales. Malo es acudir a las armas, sembrar el terror y dedicarse al
narcotráfico, tratando de justificarlo porque los gobiernos no prestan oído a sus justas
razones. No me extrañaría que alguien me acusara de “comunista”. Si aspirar justicia
social es ser comunista, lo seré.
¿Queremos que se acabe la guerrilla y desaparezca la delincuencia común en las calles y
poblados de nuestras naciones? Los gobiernos deben empezar a fomentar justicia social,
mejor distribución de las riquezas, crear más y mejores plazas de empleo y atender al
más necesitado. Toca erradicar el hambre y el desempleo. Mientras no se haga, la
violencia común en las calles y la guerrilla en los poblados harán de las suyas. En vano
será que la policía y el ejército se armen hasta los dientes si la injusticia social impera y
los niños mueren de enfermedades curables y desnutrición.
Empecemos a cambiar el corazón para disfrutar de un mejor país. ¿Que es difícil? ¿Que
estoy soñando? No dudo que sea dificultoso. Tampoco me negaré a soñar un lugar
donde los niños sean tomados en cuenta y no sean marginados por no tener dinero ni
clase social. ¿Qué bueno es fácil y asequible a la vuelta de la esquina? Solo lo malo es
fácil y automático. Lo demás cuesta sacrificios, a veces hasta la vida.

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