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1-1 Introducción
Entre marzo de 1830 y septiembre de 1833, es decir en algo más de tres años, el rey
Fernando VII va a cambiar hasta en cuatro ocasiones el futuro de su sucesión al frente
de la monarquía. Dos veces a favor de su hija Isabel II, nacida de su cuarto matrimonio
con María Cristina, con la Pragmática Sanción de la ley que reconoce los derechos
prioritarios de su hija, por delante de los varones de una línea lateral. Otras dos a favor
de su hermano Carlos, al resucitar la Ley Sálica de Felipe V que excluía del trono a las
mujeres.
La última modificación se produjo, unos meses antes de su muerte; en ella, el rey abolía
la citada Ley Sálica. El monarca fallecía el 29 de septiembre de 1833, su hija Isabel II
era proclamada reina y su madre regenta hasta su mayoría de edad.
Don Carlos María de Isidro, hermano de Fernando VII, no aceptaría la última decisión
del monarca. En el manifiesto de Abrantes, mantendría sus derechos sucesorios,
autoproclamándose rey con el nombre de Carlos V.
Esos son los datos fríos, que darían lugar a una encarnizada guerra civil, la denominada
guerra carlista, en donde no solo se ventilaría la legitimidad sucesoria sino muchas
cosas más, que no son de este escrito. La guerra se dirimió en tres períodos, el primero
de ellos de siete años de duración a partir de 1833, con especial incidencia en Navarra y
Vascongadas, sobretodo en sus inicios, por ello también se le conocerá como la guerra
civil de Navarra.
Algunos analistas consideran que Fernando VII fue el peor monarca de la historia de
España, otros piensan que le tocó vivir una época especialmente difícil, y otros
sostienen que simplemente no estuvo a la altura de las circunstancias. En esta crónica
nos proponemos estudiar a Fernando VII desde el punto de vista de sus enfermedades
para intentar responder a una pregunta:
Unos meses antes de morir, el rey contaba 48 años, tuvo un episodio agudo grave que
creyeron no superaría. En ese período de gravedad, seguido del de recuperación “a
medias” y de su muerte definitiva; ocurrirían en Palacio, conspiraciones, presiones,
guerras internas y nuevos cambios sucesorios que intentaremos analizar.
El rey no era un sujeto del todo normal; para su primera suegra era un tipo repelente y
su primera mujer el día que lo conoció se pasó la noche llorando. Físicamente tenía en
sus facciones más distales, una cierta acromegalia, es decir, un poco aumentadas de
tamaño: nariz, mentón, manos; también el tamaño de su pene era desorbitado, y su
comportamiento sexual, que luego analizaremos, era desigual.
Sus relaciones sexuales dieron mucho que hablar. Parece ser que de joven y a pesar de
su tamaño de pene, tenía problemas de erección; le administraron el equivalente a la
viagra actual, una mezcla de polvo desecado de escarabajo verde con vino y la pócima
curó su proceso. Existen opiniones al respecto de que el éxito quizás se debió también a
los buenos oficios de las prostitutas de la época.
Una vez sanado, el rey se dedicó con intensidad a las mozas de rompe y rasga, con
mucho trapío y poco señorío; era visitador habitual de casa de lenocinio y gustaba hacer
exhibiciones de sus habilidades sexuales. El tamaño de su pene, le obligaba a ponerse
una especie de almohada perforada, en la base de su miembro viril, para penetrar sin
causar demasiadas molestias. Entonces se acuñó la frase de “Así se las ponían a
Fernando VII”. No figura en la lista de los sifilíticos ilustres, pero es muy factible que
padeciera alguna de las enfermedades venéreas más comunes.
Con todos estos problemas, el rey no se privaba de fumar continuamente a pesar de las
advertencias de sus médicos. Era un tosedor habitual, que con los años fue empeorando,
presentando crisis asmáticas con fatiga; ya de mayor se le administraba belladona y en
ocasiones se la aplicaba oxígeno.
Una segunda enfermedad que trajo en jaque a todos sus galenos fue la gota, enfermedad
de moda de los poderosos, gozadores, reyes; se sabía debida al exceso de ácido úrico
procedente de la ingesta desordenada de carnes rojas. Era una enfermedad dolorosa
sobretodo de articulaciones y en particular del dedo grueso del pie (podagra), donde se
depositaban cristales de ácido úrico; en su evolución producía problemas renales,
cólicos e insuficiencia.
Fue tratado con los mejores potingues de la época, y entre ellos las soluciones de
colchicum, “el azafrán de las praderas”. El nombre procede de la zona de Colchis del
mar Muerto y su principio activo era la colchicina, que se aislaría más tarde, que
disminuía el dolor agudo. En sus tiempos las soluciones de colchicum había que
tomarlas con cuidado por que eran peligrosas.
Lo peor de esta enfermedad era que el monarca hacía poco caso, a la dieta sin carnes y
tampoco cumplía con el ejercicio físico que le recomendaban. Lo único que le gustaba
eran los baños termales de Sacedón y curas de sudor.
Una enfermedad a la que no se hizo caso, pero que nosotros consideramos importante,
fueron sus trastornos bipolares de conducta; el rey pasaba con demasiada frecuencia de
la depresión a la irascibilidad, de la actitud acomodaticia a la toma de decisiones sin
contar con nadie, de las iniciativas rápidas a la abulia, a veces era muy influenciable a
las presiones y otras no escuchaba; por si eso fuera poco era un político mentiroso y
manipulador. En el terreno de las decisiones trascendentes y siendo rey, traía en jaque y
desconcierto a todos los cortesanos.
Como todos los veranos, anteriores, en el año 1832 la familia real se trasladó al Palacio
de La Granja. A todas luces, el rey iba “tocado”. Arias Tejeiro escribe: -El rey está
bastante aletargado, su gordura no es lisonjera, tiene las manos acorchadas y no puede
ni atarse los pantalones; tiene la cara marcada por un reciente accidente del carruaje.
El 14 de septiembre tuvo el monarca un fuerte ataque de gota, peor que otros anteriores
y todo se complicó más con un proceso respiratorio añadido y dificultades para orinar.
El médico Pedro Castelló dio la señal de alarma: -El Monarca está mal, tiene la cabeza
lúcida pero el cuerpo no le responde, la muerte es inminente-.
Inmediatamente se dispararon las conjuras políticas delante de una reina Cristina muy
turbada: -No es posible que una niña pequeña asuma el reinado, no sería bueno para el
país-, eran los principales comentarios de la Corte. El primer ministro Calomarde
intenta mediar, en el conflicto y se encuentra con una reina muy afectada por la
enfermedad de su marido y un pretendiente Carlos muy convencido de sus derechos.
Entre todos convencen al rey que instaure la Ley Sálica, que impida a su hija reinar y el
monarca, que apenas puede firmar, hace un garabato sobre el documento que le
presentan
Para nosotros es momento para una reflexión ¿Qué importancia en todos estos
acontecimientos tuvo la enfermedad bipolar del rey? ¿Hasta que extremo se dejó
manipular? ¿Son los sentimientos de paternidad, hacia una hija no esperada, los que le
hicieron dar el último viraje?
El día de autos, el rey hizo su vida habitual de enfermo, tenía dificultades para orinar,
hinchazón y debilidad general, embotamiento de espíritu, inapetencia; almorzó con
desgana y echó la siesta. Al despertar se encontró mal; la reina le administró un vaso de
vino blanco que no le sentó bien. Avisaron al médico Pedro Castelló que observó que
sus riñones, no funcionaban bien, apenas fabricaban orina.
La descomposición del cuerpo fue tan rápida, que tuvieron que enterrarlo antes de lo
previsto, sin esperar a las múltiples ceremonias de condolencias. El Mayordomo Mayor
de la Corte, Conde de Torrejón, cumplió con el protocolo de enterramiento real. Reunió
a familia y gobierno en el Palacio del Escorial, en su presencia y delante del cadáver
que despedía olor insoportable, llamo hasta tres veces al Monarca: -Señor, Señor,
Señor…Y al no contestar el soberano, certificó su muerte con estas palabras:-Puesto que
Su Majestad no responde, ciertamente, está muerto.
El fallecimiento del rey, llevaría al país a la guerra civil, y después de ver todo su
proceso, pensamos que otra cosa hubiera sido imposible.
Nos remuerde un poco la conciencia, el haber puesto tan mal, la actuación del monarca
y aunque no nos arrepentimos de nada de lo escrito quisiéramos añadir en su defensa
algunas cosas.
Era un hombre culto aficionado a la lectura, música, teatro y toros. Durante su reinado
se fundó el Museo del Prado. En la última parte de su vida, se preocupó de mejorar las
costumbres de la época y la moralidad. También sentó las bases de un ejército,
haciéndolo de él una profesión de honor y fidelidad. Tuvo preocupaciones sanitarias
importantes; quiso sin éxito impulsar la primera Ley de Sanidad, y de hicieron
campañas como la que mostramos a continuación.
Reproducimos una serie de acontecimientos del primer tercio del siglo XIX situados
entre la invasión de Napoleón hasta la muerte de Fernando VII, para ayudar a entender
aspectos sanitarios, sociales y culturales.
Un médico de Manchester de finales del siglo XVIII, Samuel Kay, puso de moda el
aceite hígado de bacalao, como medicina extraordinaria para prevenir el raquitismo, la
llamaban “santo remedio”, una revolución que evitaba que un tercio de los bebes, que
padecían de malnutrición, sufrieran sus consecuencias. Los estudios científicos,
hablaban de su importancia en el tratamiento de la tuberculosis, mejorando las defensas,
y en la artritis disminuyendo los dolores reumáticos.
Una de las actuaciones más celebradas del gobierno de Fernando VII, fue el “impuesto
de bacalao”, un dinero extra recaudado, para poder comprar grandes cantidades del
medicamento y suministrarlo a la población, especialmente a la infantil, para prevenir y
mejorar el raquitismo de los niños, una promesa de salud, un suplemento dietético para
todos, un producto generador de vitalidad.
Entre las campañas educativas del ministerio, había una atribuida al “Tío Polito” que
decía a los niños: -Una vez a la semana tomar la emulsión de Scott y una vez al mes
lavar las tripas con purgante-.
Pero todo fue un espejismo durante un corto espacio; el edificio fue usado como cuartel
general y centro administrativo militar del ejército invasor y tras la expulsión de los
franceses cerrado.
Pedro Castelló, médico de la corte de Fernando VII, ejerció toda su influencia con el
monarca, para conseguir dinero para arreglar el noble edificio y así diez años después
volvería a estar en funcionamiento con un reglamento de funcionamiento.
Martínez de San Martín, sería más tarde Capitán General de Madrid en 1834; le tocaría
lidiar los terribles desmanes de la población, en la epidemia de cólera, con quemas de
conventos y asesinato indiscriminado de religiosos, por considerar la chusma que los
frailes eran culpables de la epidemia; habían sido acusados de haber envenenado las
aguas del río Manzanares.
Días antes del episodio narrado, había sido encarcelado junto a otros miembros del
claustro de la Escuela de Medicina, por disidentes, por ideas políticas “molestas”, por
liberales antes de tiempo. Un nuevo episodio doloroso del monarca lo llevó
directamente de la cárcel a la corte, para tratar a Fernando VII, seguramente por las
presiones de cortesanos liberales camuflados. Tras el éxito de su actuación profesional,
atendería al Rey en su agonía, también fue el médico de la Reina Gobernadora y de su
Javier Álvarez Caperochipi
Doctor en Medicina y Cirugía
2009
hija Isabel II, que le nombraría Marqués de la Salud y le otorgaría la Gran Cruz de
Isabel La Católica.
También abrió el camino a la medicina militar. Los generales liberales de las guerras
carlistas protestaban porque había pocos médicos y cirujanos en el ejército; decían estar
mal atendidas las tropas, denunciaban que muchos soldados morían por falta de
auxilios. Castelló apoyó siempre a los generales y sugirió la necesidad de crear un
cuerpo sanitario militar con ascensos y graduaciones, en las mismas circunstancias que
los oficiales de tropa.
Escribió un libro sobre las enfermedades de las mujeres, que fue un texto de obligada
consulta
Presentamos el caso especial de este médico, por su agitada vida y sus implicaciones
con Fernando VII.
Antes de recalar en el pueblo, recién licenciado, había conocido al futuro rey Fernando
en una tertulia literaria en Madrid, que ambos frecuentaron, siendo todavía muy
jóvenes.
Con la invasión de Napoleón, Pelarea, apodado “el médico”, se levantó en armas desde
su pueblo, para defender a su monarca de la agresión de los franceses, erigiéndose en
jefe de guerrillas, al principio de un pequeño grupo de 14 personas, “los 14 de la fama”,
que al grito de -altar y trono-, en defensa de Fernando VII, que se dedicaban a matar
franceses en emboscadas en el Camino entre Toledo y Madrid y a asaltar correos que
iban al Emperador. Más tarde, se erigió jefe indiscutible de un batallón de más de 600
personas, participando en 82 acciones bélicas, casi todas ellas victorioso.
Sus éxitos los debía a su intuición, alguna vez apoyados en sus conocimientos de
medicina. En una ocasión, en la zona de Ávila, tenía localizado una partida de franceses,
en un lugar cercano a una ermita y una posada contigua. Estos se parapetaron bien al
verse hostigados y se preveía un asalto difícil y peligroso. Palarea viendo que hacía un
fuerte viento que soplaba hacia los franceses, mandó quemar unos rastrojos, a los que
añadió azufre, pimienta y pimentón. En menos de una hora había más de cien soldados
franceses muertos de disparos, mientras huían despavoridos. Es una de las primeras
veces que se tiene conocimiento de la utilización de los gases lacrimógenos en la guerra.
Nadie de su entorno esperaba esta reacción del “médico”, para declararse en pie de
guerra al frente de una guerrilla; todos creían persona pacífica por naturaleza. Estuvo
peleando sin piedad hasta que no quedara ni un solo francés. Algunos comentaristas
afirman que su carácter guerrero lo debía sobretodo a su vena de ex seminarista, fase
anterior a sus estudios de medicina.
Fue nombrado general de los ejércitos liberales y Mariscal de Campo; luchando por las
zonas de Aragón y Valencia; una zona complicada de acoso carlista. Organizó la
defensa de la región y puso las bases para una futura conquista del Maestrazgo de
Cabrera. Persiguió sin descanso al general carlista, al que acorraló en varias
circunstancias, haciéndole huir. Más tarde se enfrentaría directamente al frente de un
ejército poderoso, siendo uno de los generales que más iba contribuir a la huida de
Cabrera a Francia y a la finalización momentánea del conflicto.
Malas lenguas afirman, que: entre sus ropas se encontró una nota dirigida seguramente a
todo el mundo, que decía:
-Que os zurzan-.
En la primera guerra estaban todos juntos al unísono contra la invasión francesa, sin
embargo en la carlista, los curas tomaron partido por el pretendiente, dándose la
paradoja que los que luchaban juntos, veinte años después lo hacían enfrentados.