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SEDE QUITO
FORMACION HUMANA
COMPILACIÓN DIDACTICA
PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA
Elaborado por:
Patricio López
2009
1
INDICE
Objetivos.……………………………………………………………………........ 3
Sitios en Internet……………………………………………………………..........4
Introducción general……………………………………………………………... 5
Siglas de textos…………………………………………………………………… 7
CAPITULO 1
APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA………….. 8
1.1. Naturaleza del PSI………………………………………………………..... 8
1.2. Principios fundamentales del PSI…………………………………………… 11
1.3. Breve historia ………………………………………………………………. 19
1.4. Pensamiento Social en América Latina……………………………………... 26
Autoevaluación…………………………………………………………… 33
CAPITULO 2
LA REALIDAD SOCIO-CULTURAL …………………………………………. 34
CAPITULO 3
EL COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO.………………………………………. 61
CAPITULO 4
EL COMPROMISO SOCIO-ECONÓMICO DEL CRISTIANO.………………. 90
2
OBJETIVO GENERAL
Impulsar un modelo de educación salesiana centrada en el desarrollo de potencialidades de
las personas, basado en los valores éticos y cristianos, que se expresa en el ejercicio
permanente de la solidaridad, el respeto, la democracia y la participación, según el carisma
salesiano.
Conceptuales:
• Conocer los aportes que se han dado desde el magisterio de la Iglesia sobre los diferentes
temas, poniendo como eje la centralidad de la persona humana.
• Reflexionar sobre las diferentes problemáticas que afronta el ser humano, abordados
desde las ciencias sociales y las enseñanzas del Magisterio Eclesial.
• Diferenciar conceptos relativos a la convivencia humana y a su relación con Dios en un
ambiente de secularización.
• Conocer los principios fundamentales en los que se desarrolla el pensamiento social
cristiano para poder establecer un visión más amplia sobre la forma de afrontar los
problemas sociales desde la fe.
Actitudinales
• Asumir a lo largo del curso una actitud crítica frente a los temas propuestos;
• Compartir a través de la participación en clase las diferentes experiencias de las
realidades del nuestro mundo;
• Valorar la diversidad de opiniones, experiencia y competencias –cognitivas,
procedimentales y actitudinales - de los estudiantes.
• Desarrollar en los estudiantes responsabilidad, compromiso y solidaridad en un ejercicio
de vinculación a la colectividad.
• Afrontar y ser agentes de cambio frente a las problemáticas sociales, asumiendolas con
una actitud positiva, abierta y esperanzadora, para construir las sociedades desde la
persona y para la persona.
Procedimentales
• Redactar sus trabajos escritos convenientemente, utilizando normas metodológicas;
• Participar tomando en cuenta los criterios de las otras personas.
• Formular una propuesta de vinculación a la colectividad en su barrio o en una obra social.
3
SITIOS "INTERNET"
ORGANIZACIONES EN ROMA
Santa Sede: www.vatican.va
Pontificio Consejo de Justicia y Paz www.vatican.va
Caritas Internationalis: www.caritas.net
AGENCIAS
4
INTRODUCCIÓN GENERAL
Iniciar este nuevo módulo en este camino de formación humana, cristiana y salesiana es
recordar el camino recorrido desde la antropología, las enseñanzas de Don Bosco y la ética
de la persona. En este módulo nos proponemos reflexionar el tema social a la luz de las
enseñanzas de la Iglesia; enseña que nos implica a todos, pues el objeto de estudio no son
temas eminentemente religiosos, sino las situaciones del que hacer humano; por eso, el
componente social es también parte integrante de la concepción cristiana de la vida. 1 Esta
propuesta social no se queda en una simple teoría sino pasa a ser la vida en Cristo, esto es
una práctica, un estilo de vida y de construcción social. Por eso el compromiso social del
cristiano no implica solo tener conocimiento del conjunto de principios, sino es tomar la
decisión de identificarse con el proyecto de Jesús y de su Iglesia.
Por todo esto diremos que el verdadero significado de la ética social es el dirigir el actuar
humano hacia el bien. Se puede llamar ética social o enseñanza social, la ciencia que
proporciona directrices para la acción, a través de las cuales puede crecer el bien de las
personas, en sí misma y en dimensión social. La practica social cristiana debe tener
cuidado de no separar la fe de la vida, la teoría de la práctica. Una verdad que es vivida
debe ser anunciada y viceversa.
5
misma que se convertirá en el elemento unitivo en la sociedad. Lo contrario a la caridad es
el egoísmo, el que es contrario a una plena vida social. Debemos hacer de la caridad norma
constante y suprema de toda actuación, ya que la caridad es el vínculo de la perfección,
fuente y culmen de toda la existencia cristiana (CEC 826. 1827)
La enseñanza social de la Iglesia convida a todos sus miembros a preocuparse por la vida
social de las personas; todos estamos llamados por Dios a contribuir desde dentro, a modo
de fermento, en el desarrollo del mundo. A continuación señalaremos algunos ámbitos que
nos ayudarán a servir mejor a la persona y a la sociedad:
- Promover la dignidad de todas las personas: es el bien más precioso que el hombre posee,
deriva la esencial igualdad de todas las personas y todos los demás principios del orden
social.
- Promover el inviolable derecho de la vida.
- Evangelizar la cultura.
- Defender el derecho a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa.
- Recordar que el matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso
social de los fieles laicos.
- Estimular la caridad y la solidaridad: la caridad con el prójimo, especialmente por los
más necesitados.
- No abdicar de la participación en la política; los criterios basilares de esta participación
son la consecución del bien común, la promoción de la justicia, el espíritu de servicio, la
autonomía de las realidades terrenas, la solidaridad, la voluntad de diálogo y de paz.
- Poner al hombre en el centro de la vida económica-social.
Para llevar a la práctica esta enseñanza requiere formar la conciencia. Para este estudio se
debe evitar ante todo, los errores del individualismo (la conciencia moral es un puro
subjetivismo que afecta exclusivamente a la persona singular) y del colectivismo (reduce el
saber universal a cultura colectiva, la conciencia debería ser una conciencia de grupo).
Las dificultades propias de una sociedad secularizada y permisiva, que debilita los recursos
morales de las personas. Esto obliga a profundizar en la formación de la persona y
especialmente de la conciencia. En las actuales condiciones sociales, con un pluralismo
muy próximo al relativismo y a la indiferencia ética, con la abundancia de información de
todo tipo que el hombre recibe, con los conflictos que existen, mantener la lucidez de la
conciencia requiere, junto con la fortaleza y una verdadera personalidad, la continua
atención a la catequesis y a la disciplina de la conciencia.2
El camino del hombre necesita una luz que oriente, en modo firme y seguro, para vencer
los obstáculos que encuentra la ética social y la dificultad para formar la conciencia. Tal es
la luz de Cristo, enseñada auténticamente por la Iglesia, “columna y fundamento de la
verdad” (1 Tm 3, 15). Esta enseñanza de la Iglesia en el campo social es lo que se llama
Doctrina social de la Iglesia.
2
Cfr. CONC. VATICANO II, Decl. Dignitatis Humanae, n.14.
6
SIGLAS DE TEXTOS
Siglas de los documentos del magisterio de la Iglesia que utilizaremos en este texto. Las
siglas están tomadas del original en latín.
7
CAPITULO 1
APROXIMACIÓN AL PENSAMIENTO SOCIAL DE LA IGLESIA
Objetivo: Al finalizar la unidad el estudiante tendrá una visión global del sentido de la
Doctrina Social de la Iglesia y de su desarrollo en América Latina.
Introducción
Sumario
DESARROLLO
1.1. Naturaleza del PSI.
La Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los
siglos, los hombres encontraran salvación, en la búsqueda de una vida más excelente; nada,
pues, tiene de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo el
mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad
durante dos milenios. La enseñanza social de la Iglesia se origina del encuentro del
mensaje evangélico y de sus exigencias éticas con los problemas que surgen en la vida de
la sociedad. Las cuestiones que de este modo se ponen en evidencia llegan a ser materia
para la reflexión moral que madura en la Iglesia a través de la búsqueda científica e incluso
a través de las experiencias de la comunidad cristiana, que debe confrontarse todos los días
con diversas situaciones de miseria y, sobre todo, con los problemas determinados por la
8
aparición y desarrollo del fenómeno de la industrialización y de los sistemas socio-
económicos relativos.
Nos dice la Gaudium et Spes que la Iglesia “nacida del amor del Padre Eterno, fundada en
el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, tiene una finalidad
escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Está
presente ya aquí en la tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad
terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia
de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor. Unida
ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, esta familia ha sido
"constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo" (cf. Efe 1, 3; 5, 6, 13-
14, 23). De esta forma, la Iglesia avanza, juntamente con toda la humanidad, experimenta
la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la
sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios. (Gaudium et
Spes, n. 40)
Por tanto, la Doctrina Social «aplica la luz de los principios evangélicos a la realidad en
cambio de las comunidades humanas, interpreta con el auxilio del Espíritu de Dios los
signos de los tiempos e indica proféticamente las máximas necesidades de los hombres
hacia donde camina el mundo»3. El Magisterio de la Iglesia ha convertido, por tanto, la
Doctrina Social en un método de evangelización.
1.1.1. Definición
Al abordar los términos hay quienes pretenden distinguir entre doctrina, enseñanza y
pensamiento. Pero en estos momentos los tres nombres se utilizan como equivalentes, el
término más utilizado para tratar de esta dimensión social de la Iglesia es ‘Doctrina’, que no
ha gozado de buena prensa, al menos durante los últimos veinte años.
Dos son las definiciones que se han dado sobre la Doctrina Social de la Iglesia: La más
clásica afirma que es el conjunto de enseñanzas de la Iglesia sobre los problemas de orden
social o el conjunto de conceptos que el Magisterio escoge de la ley natural y de la
revelación y que adapta a los problemas sociales de su tiempo con la finalidad de ayudar a
los pueblos y a los gobiernos a organizar una sociedad humana y más conforme con los
designios de Dios sobre el mundo4.
Acogiendo las propuestas podemos concluir que la Doctrina Social de la Iglesia es "el
conjunto sistemático de principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, que
el Magisterio de la Iglesia Católica establece, fundándose en el Evangelio y en la recta razón,
a partir del análisis de los problemas de cada época, a fin de ayudar a las personas, comunida-
des y gobernantes a construir una sociedad más conforme a la manifestación del Reino de
Dios, y, por tanto, más auténticamente humana"5
1.1.2. Fuentes
3
A. GALINDO. Moral socioeconómica. B.A.C. Madrid 1996. Pág. 116
4
Idem. Pág. 116
5 Eduardo BONNIN, Naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia. "Análisis del aspecto teórico, histórico
y práctico". Ed. Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (IMDOSOC). México, 1990, pág. 15. En la
pág. 20 dice que es "una síntesis orgánica estructurada en torno a una determinada concepción de la
persona"
9
Las fuentes de la Doctrina Social se encuentran en el derecho natural y en la revelación.
Así lo recuerda los papas Pío XII y Juan XXIII. También los Santos Padres y los concilios.
El derecho natural es el lugar de encuentro de todos los hombres. Todo hombre es persona,
y de esa naturaleza personal nacen los derechos y deberes que son a su vez universales,
inviolables e inalienables. El derecho natural podría entenderse «como el conjunto de
instancias fundamentales de las personas que crean una plataforma de encuentro entre
todos los hombres»6
1.1.3. Sujetos7
1.1.4. Destinatarios8
Los documentos oficiales por los que se exhibe de manera oficial la Doctrina Social van
dirigidos a los Pastores de la Iglesia y a todos los fieles del orbe católico. Sin embargo,
desde la Pacem in terris es habitual dirigir estos documentos a “todos los hombres de
buena voluntad”, porque se tiene el convencimiento de que el compendio de Doctrina
Social es eminentemente razonable y pertenece al mundo de la verdad humana. Así pues, la
Doctrina Social de la Iglesia se ha hecho también ecuménica. La dimensión antropológica
que Juan Pablo II ha impregnado en la Doctrina Social se ha centrado en la búsqueda de la
dignidad de la persona humana, imagen de Dios. Por esto, la Solicitudo rei socialis dirá en
6
A. GALINDO, op. cit. Pág. 117
7
Idem. Pág. 118
8
Idem. op. cit. Pág. 119-120
10
su comienzo que «la preocupación social de la iglesia se orienta al desarrollo auténtico del
hombre y de la sociedad, que se respete y promueva en toda su dimensión la persona
humana».
Los principios se refieren a las proposiciones o criterios doctrinales que orientan toda la
moral social desde una visión cristiana del hombre y de la sociedad. Tienen carácter
teórico, práctico y validez universal. Son teóricos porque recogen conceptos que desde un
análisis filosófico y teológico tratan de explicar la realidad del hombre y de la sociedad.
Son prácticos porque impulsan a la construcción de un orden social más acorde con la
visión humanizadora de la sociedad. Y tienen validez universal en la medida que expresan
pilares del orden moral natural o verdades de fe, aunque su formulación pueda variar según
las circunstancias9. Los principios de la doctrina social, en su conjunto, constituyen la
primera articulación de la verdad de la sociedad, que interpela toda conciencia y la invita a
interactuar libremente con las demás, en plena correspondencia con todos. En efecto, el
hombre no puede evadir la cuestión de la verdad y del sentido de la vida social, ya que la
sociedad no es una realidad extraña a su misma existencia.
Como una primera enumeración se pueden indicar los siguientes principios: la dignidad de la
persona humana, el principio del respeto a la vida humana, el principio de asociación, el
principio de participación, el principio de la protección preferencial de los pobres y de las
personas vulnerables, el Principio de Administración, el principio de la igualdad humana,
la solidaridad, la subsidiariedad, el bien común o el destino universal de los bienes como raíz
moral de la economía (Orientaciones..., 36). Veamos de modo general algunos principios y
tres de modo más ampliado: El principio de solidaridad, el de subsidiaridad y el de bien
común.
Este principio lo hemos tratado largamente en Ética de la persona. Todo ser humano por
haber sido creado a imagen de Dios y rescatado por Jesucristo, no tiene precio y es digno
de respeto, como miembro de la familia humana. Es el principio básico de la doctrina
social católica. Las personas individuales tienen una dignidad; sin embargo, el
individualismo no tiene lugar en el pensamiento social católico. El principio de la dignidad
humana da a cada persona un derecho de pertenencia a una comunidad, a la familia
humana.
Cada persona, cualesquiera que sean su raza, su sexo, edad, su nacionalidad de origen, su
religión, su estatus con relación al empleo, su nivel económico, su salud, su inteligencia,
sus logros o cualquier otra característica que sea causa de diferencias, es digna de respeto.
No es lo que ustedes hacen o tienen lo que les da derecho a ser respetados, sino el simple
hecho de ser un ser humano es el que establece su dignidad. Debido a esta dignidad, la
persona humana, en la óptica católica, no es nunca un medio, sino siempre un fin.
11
La dignidad de la persona humana se expresa en los derechos fundamentales del hombre y
en su reconocimiento social. Propiamente el hombre es el único titular de los llamados
derechos fundamentales. Los principales derechos humanos son: el derecho a la vida, el
derecho de libertad religiosa, el de participación en la vida social (libertad de dar y recibir
educación, libertad de expresión, de asociación, etc.) y en la vida económica (derecho a la
iniciativa económica, al sustento necesario, a la superación de la pobreza individual y
colectiva, etc.)10.
Toda persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, tiene una
dignidad inherente y un derecho a la vida en conformidad con esta dignidad.
La vida humana, en cada etapa de su desarrollo y de su declinar, es valiosa y, por tanto,
digna de protección y de respeto. Siempre es culpable atacar directamente una vida humana
inocente. La tradición católica ve el carácter sagrado de la vida humana como algo que
forma parte de toda la visión moral de una sociedad justa y buena.
c) El principio de asociación
Nuestra tradición proclama que la persona no solamente es sagrada sino social. La manera
como organizamos la sociedad a nivel económico y político, legal y jurídico- afecta
directamente a la dignidad humana y a la capacidad de los individuos para crecer en
comunidad.
La familia es el punto central de la sociedad; se debe proteger siempre la estabilidad
familiar y jamás ha de ser devaluada. Al asociarse con otros – en familia y en otras
instituciones sociales que favorezcan el crecimiento, protejan la dignidad y promuevan el
bien común – las personas humanas alcanzan su plenitud.
d) El principio de participación
12
hacer o no hacer ante los hambrientos, los sedientos, los enfermos, las personas sin techo,
los presos... Hoy la Iglesia expresa esta enseñanza mediante los términos: opción
preferencial por los pobres.
¿Por qué un amor preferencial por los pobres? ¿Por qué poner en primer lugar las
necesidades de los pobres? Porque el bien común, el bien de la sociedad en su conjunto, lo
exige. Lo contrario de rico y poderoso es pobre y sin poder. Si el bien de todos, el bien
común debe prevalecer, debe orientarse una opción preferencial hacía los que sufren por
ausencia de poder y por los efectos de la privación. De otro modo, el equilibrio necesario
para mantener el tejido de la sociedad se romperá en detrimento de todos.
f) El Principio de Administración.
“La tradición católica insiste en que demostremos nuestro respeto por el Creador
mediante la administración de la creación”.
El administrador es un gerente, no un propietario. En una época de creciente conciencia
respecto a nuestro entorno físico, nuestra tradición nos está llamando a un sentido moral de
responsabilidad en relación con la protección del medio ambiente – campos de cultivo,
praderas, bosques, aire, agua, minerales y otras reservas naturales. Las responsabilidades
de administración se refieren también al uso personal de nuestros talentos, al cuidado de
nuestra salud personal y al uso de nuestras pertenencias.
h) Principio de solidaridad
- Aproximación
Para comprender de mejor manera lo que se quiere decir con solidaridad, nos detenemos un
poco en este principio y comenzamos con algunas aproximaciones no muy precisas de su
real concepción.
La solidaridad como un acto filantrópico, es una actitud noble, pero por el hecho de que se
debiten de las tarjetas de créditos una suma de dinero, puede en algunos casos resultar más
una actitud puntual, y no ser un valor internalizado. La solidaridad implica mucho más que
13
actos aislados, involucra a toda la persona, es don y tarea, implica una disposición, una
búsqueda, diálogo, hábitos, estilo de vida. “Importan dos maneras de concebir el mundo
una, salvarse solo, arrojar ciegamente a los demás de la balsa y, la otra, un destino de
salvarse con todos, buscando salvar la vida hasta el último náufrago”
El mundo actual con la “globalización” nos presenta esta opción: o sucumbimos al “sálvese
quien pueda”11 que es la desintegración o nos amarramos todos de la misma tabla,
globalizando la solidaridad como lo ha manifestado el Papa Juan Pablo II.
La solidaridad no es una moda, el riesgo que hay es el que frente a una crisis, hablar de la
solidaridad vende, es políticamente correcto. Es a lo que se recurre en campañas políticas.
La solidaridad no es un tema coyuntural solamente.
11
Expresión que la decimos cuando ya no hay otra alternativa.
14
Precisamente el camino que propone transitar la Iglesia a través de su Doctrina Social y el
remedio que propone contra la exclusión es la solidaridad. Y esto nos lleva a entender su
fundamento: la dignidad humana.
Los fundamentos expuestos por la DSI nos permiten tener un punto de partida para abordar
el camino de la solidaridad. Ella tiene múltiples alternativas, cada uno sabrá, individuo o
asociación, cual de ellos escoger. En este sentido un dato muy importante a tener en cuenta
es la aparición de innumerables iniciativas, sociedades intermedias, ONG, centros de
estudios, fundaciones, etc., en los cuales uno puede participar. Quizás en este verbo esté la
clave, pues es lo contrario a la exclusión, participar significa “ser parte de”.
Por eso, Pablo VI decía claramente hace 35 años: “No se trata tan sólo de vencer el
hambre, y ni siquiera de hacer que retroceda la pobreza. La lucha contra la miseria, aunque
es urgente y necesaria, es insuficiente. Se trata de reconstruir un mundo en el que cada
hombre, sin exclusión alguna por raza, religión o nacionalidad pueda vivir una vida
plenamente humana liberada de las servidumbres debidas a los hombres o a una naturaleza
insuficientemente dominada; un mundo en el que la libertad no sea palabra vana y en
donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la mesa misma del rico. Ello exige mucha
generosidad, numerosos sufrimientos y un esfuerzo continuado. Cada uno examine su
conciencia que tiene una nueva voz para nuestra época” (PP. 45).
En definitiva si “ser solidario significa vivir en comunicación y comunión con el otro, estar
pendiente de él, percibirlo como miembro del propio proyecto histórico, tomar en cuenta
sus necesidades y hacerse cargo de ellas, compartir sus situaciones”
Jesús de Nazareth hace resplandecer ante los ojos de todos los hombres el nexo entre
solidaridad y caridad, iluminando todo su significado: A la luz de la fe, la solidaridad
tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas
de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser
humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la
imagen viva de Dios Padre, recatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción
permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el
mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso
extremo: “dar la vida por los hermanos” (Jn 15, 13)12
i) Principio de subsidiariedad
12
Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, Ecuador 2.005.
15
Nos dice el Papa Juan XXIII, “Pero manténgase siempre a salvo el principio de que la
intervención de las autoridades públicas en el campo económico, por dilatada y profunda
que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares, sino que, por el
contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando, sin
embargo, incólumes los derechos esenciales de la persona humana. Entre éstos hay que
incluir el derecho y la obligación que a cada persona corresponde de ser normalmente el
primer responsable de su propia manutención y de la de su familia, lo cual implica que los
sistemas económicos permitan y faciliten a cada ciudadano el libre y provechoso ejercicio
de las actividades de producción”. (Mater et Magistra, n. 55)
- Origen y significado
Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una
actitud de ayuda (« subsidium ») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto
a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar
adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras
agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y
sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital.
16
hecho, el espacio vital de las células menores y esenciales de la sociedad. Su iniciativa,
libertad y responsabilidad, no deben ser suplantadas.
- Indicaciones concretas
Diversas circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de suplencia.
Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que el Estado mismo
promueva la economía, a causa de la imposibilidad de que la sociedad civil asuma
autónomamente la iniciativa; piénsese también en las realidades de grave desequilibrio e
injusticia social, en las que sólo la intervención pública puede crear condiciones de mayor
igualdad, de justicia y de paz. A la luz del principio de subsidiaridad, sin embargo, esta
suplencia institucional no debe prolongarse y extenderse más allá de lo estrictamente
necesario, dado que encuentra justificación sólo en lo excepcional de la situación. En todo
caso, el bien común correctamente entendido, cuyas exigencias no deberán en modo alguno
estar en contraste con la tutela y la promoción del primado de la persona y de sus
principales expresiones sociales, deberá permanecer como el criterio de discernimiento
acerca de la aplicación del principio de subsidiaridad.
16
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 48: AAS 83 (1991) 854.
17
j) Principio del bien común
Es «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a
cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»
(Gaudium et Spes, núm. 26). Es superior al interés privado, está unido inseparablemente al
bien de la persona humana y compromete a los poderes públicos. Tiene un doble sentido.
En primer lugar indica la apertura de las personas y los grupos a los intereses generales. Y
en segundo lugar, señala el conjunto de indicaciones generales para que las personas y los
grupos sociales puedan desarrollarse integralmente.
Es conveniente mirar este esqueleto en el que se mueve el PSI; por supuesto hacer entrar
estas enseñanzas sociales católicas en el centro de la Fe. Al realizarlo afirmamos que lo que
creemos está a la fuente de los que hacemos. Para los cristianos, no hay solamente
verdades que creer, sino también verdades que hay que poner en práctica. El reto es éste,
pasar de lo doctrinal a lo práctico a la luz de los principios y valores. "La misión de la Iglesia
no es sólo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia de Cristo, aunque de suyo se refiere a
la salvación de los hombres, se propone también la restauración del orden temporal" (AA., 5).
Guía a los cristianos en el cumplimiento de sus obligaciones como ciudadanos de este mundo.
18
1.3. Breve historia del Pensamiento Social de la Iglesia.
El PSI es tan antiguo como el mismo mensaje evangélico. Pero ese pensamiento, como
"corpus" doctrinal específico, es reciente.
En los documentos oficiales del Pensamiento Social de la Iglesia hay una intuición funda-
mental y común a todos ellos: que la misión religiosa de la Iglesia pasa necesariamente por su
intervención en la vida social, partiendo siempre de los principios religiosos y morales del
cristianismo.
Hasta ahora se pueden marcar dos etapas diferenciadas en el tiempo. Una se inicia con León
XIII y culmina en Juan XXIII. Otra, desde el final de este Pontificado, con el Vaticano II, has-
ta nuestros días.
En la primera etapa el PSI forma un todo homogéneo: lo social es más cuestión moral que
política, económica o técnica. La Iglesia ilumina la conciencia de los fieles y evita que se des-
víen. La Revelación para los creyentes y los principios de derecho natural para todos los
hombres, proporcionan a la Iglesia la solución. Casi no acude a las ciencias sociales.
Propugna la conversión interior antes que las reformas de estructuras. Son los seglares
quienes han de poner en práctica esta doctrina.
Una segunda etapa, a partir de Mater et Magistra, introduce puntos que afectan al fondo y a la
forma del pensamiento anterior. Evoluciona la eclesiología contextual, el método de abordar
los problemas sociales y económicos, la traducción práctica de los principios, sus
preocupaciones dominantes e incluso a su propia auto comprensión (MM., 231-232). Hay
hasta un cambio de carácter antropológico en el tratamiento: la dignidad de la persona y sus
derechos fundamentales los convierte en el eje de sus enseñanzas. Con dicho cambio, que
venía preparándose, se acerca a la mentalidad moderna.
Juan Pablo II añade algunos aspectos nuevos: la cristificación (Orientaciones..., 13. Cfr. RH.,
7, 11, 13 y 18, en relación con GS., 10). En los discursos de Puebla y en la encíclica Re-
demptor Hominis intensifica la fundamentación antropológica y eclesiológica que venía de
atrás. Otro tanto hace con la fundamentación bíblica (LE., 3). En este tiempo el Papa
Benedicto XVI ha recreado la reflexión relacionando la justicia y el amor, para buscar la
justicia social.
19
encíclica “Rerum novarum” da inicio a un nuevo camino: injertándose en una tradición
plurisecular, marca un nuevo inicio y un desarrollo sustancial de la enseñanza en campo
social.17
Como respuesta a la primera gran cuestión social, León XIII promulga la primera
encíclica social, la Rerum novarum. Esta examina la condición de los trabajadores
asalariados, especialmente penosa para los obreros de la industria, afligidos por una
indigna miseria. La cuestión obrera es tratada de acuerdo con su amplitud real: es
estudiada en todas sus articulaciones sociales y políticas, para ser evaluada adecuadamente
a la luz de los principios doctrinales fundados en la Revelación, en la ley y en la moral
natural.
La Rerum novarum enumera los errores que provocan el mal social, excluye el socialismo
como remedio y expone, precisándola y actualizándola, “la doctrina social sobre el trabajo,
sobre el derecho de propiedad, sobre el principio de colaboración contrapuesto a la lucha
de clases como medio fundamental para el cambio social, sobre el derecho de los débiles,
sobre la dignidad de los pobres y sobre las obligaciones de los ricos, sobre el
perfeccionamiento de la justicia por la caridad, sobre el derecho a tener asociaciones
profesionales”.18
La Rerum novarum se ha convertido en el documento inspirador y de referencia de la
actividad cristiana en el campo social. El tema central de la encíclica es la instauración de
un orden social justo, en vista del cual se deben identificar los criterios de juicio que
ayuden a valorar los ordenamientos socio-políticos existentes y a proyectar líneas de acción
para su oportuna transformación.
17
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2421.
18
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social
de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 20, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1988, p. 24.
20
La Rerum novarum afrontó la cuestión obrera con un método que se convertirá en un
paradigma permanente19 para el desarrollo sucesivo de la doctrina social. Los principios
afirmados por León XIII serán retomados y profundizados por las encíclicas sociales
sucesivas. Toda la doctrina social se podría entender como una actualización, una
profundización y una expansión del núcleo originario de los principios expuestos en la
Rerum novarum. Con este texto, valiente y clarividente, el Papa León XIII confirió a la
Iglesia una especie de “carta de ciudadanía” respecto a las realidades cambiantes de la vida
pública y escribió unas palabras decisivas, que se convirtieron en un elemento permanente
de la doctrina social de la Iglesia, afirmando que los graves problemas sociales podían ser
resueltos solamente mediante la colaboración entre todas las fuerzas20 y añadiendo también
que “por lo que se refiere a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto ella regateará su
esfuerzo”.21
A comienzos de los años Treinta, a breve distancia de la grave crisis económica de 1929,
Pío XI publica la encíclica Quadragesimo anno, para conmemorar los cuarenta años de la
Rerum novarum. El Papa relee el pasado a la luz de una situación económico-social en la
que a la industrialización se había unido la expansión del poder de los grupos financieros,
en ámbito nacional e internacional. Era el período posbélico, en el que estaban afirmándose
en Europa los regímenes totalitarios, mientras se exasperaba la lucha de clases. La
Encíclica advierte la falta de respeto a la libertad de asociación y confirma los principios de
solidaridad y de colaboración para superar las antinomias sociales. Las relaciones entre
capital y trabajo deben estar bajo el signo de la cooperación.22
La Quadragesimo anno confirma el principio que el salario debe ser proporcionado no sólo
a las necesidades del trabajador, sino también a las de su familia. El Estado, en las
relaciones con el sector privado, debe aplicar el principio de subsidiaridad, principio que
se convertirá en un elemento permanente de la doctrina social. La Encíclica rechaza el
liberalismo entendido como ilimitada competencia entre las fuerzas económicas, a la vez
que reafirma el valor de la propiedad privada, insistiendo en su función social. En una
sociedad que debía reconstruirse desde su base económica, convertida toda ella en la
“cuestión” que se debía afrontar, “Pío XI sintió el deber y la responsabilidad de promover
un mayor conocimiento, una más exacta interpretación y una urgente aplicación de la ley
moral reguladora de las relaciones humanas..., con el fin de superar el conflicto de clases y
llegar a un nuevo orden social basado en la justicia y en la caridad”.23
Pío XI no dejó de hacer oír su voz contra los regímenes totalitarios que se afianzaron en
Europa durante su Pontificado. Ya el 29 de junio de 1931 había protestado contra los
atropellos del régimen fascista en Italia.24 En 1937 publicó la encíclica Mit brennender
Sorge, sobre la situación de la Iglesia católica en el Reich alemán. Este texto fue leído
desde el púlpito de todas las iglesias católicas en Alemania, tras haber sido difundido con
la máxima reserva. La encíclica llegaba después de años de abusos y violencias y había
sido expresamente solicitada a Pío XI por los Obispos alemanes, a causa de las medidas
cada vez más coercitivas y represivas adoptadas por el Reich en 1936, en particular con
19
Juan Pablo II, Carta enc. Centessimus annus, 5
20
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 60
21
León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 143
22
Cf. Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 186-189.
23
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social
de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 21, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1988, p. 24.
24
Cf. Pío XI, Carta encíclica. Non abbiamo bisogno.
21
respecto a los jóvenes, obligados a inscribirse en la “Juventud hitleriana”. El Papa se dirige
a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos, para animarlos y llamarlos a la
resistencia, mientras no se restablezca una verdadera paz entre la Iglesia y el Estado. En
1938, ante la difusión del antisemitismo, Pío XI afirmó: “Somos espiritualmente semitas”.
Con la encíclica Divini Redemptoris, sobre el comunismo ateo y sobre la doctrina social
cristiana, Pío XI criticó de modo sistemático el comunismo, definido intrínsecamente
malo,25 e indicó como medios principales para poner remedio a los males producidos por
éste, la renovación de la vida cristiana, el ejercicio de la caridad evangélica, el
cumplimiento de los deberes de justicia a nivel interpersonal y social en orden al bien
común, la institucionalización de cuerpos profesionales e interprofesionales.
Los Radiomensajes navideños de Pío XII, junto a otras de sus importantes intervenciones
en materia social, profundizan la reflexión magisterial sobre un nuevo orden social,
gobernado por la moral y el derecho, y centrado en la justicia y en la paz. Durante su
Pontificado, Pío XII atravesó los años terribles de la Segunda Guerra Mundial y los
difíciles de la reconstrucción. No publicó encíclicas sociales, sin embargo manifestó
constantemente, en numerosos contextos, su preocupación por el orden internacional
trastornado: “En los años de la guerra y de la posguerra el Magisterio social de Pío XII
representó para muchos pueblos de todos los continentes y para millones de creyentes y no
creyentes la voz de la conciencia universal, interpretada y proclamada en íntima conexión
con la Palabra de Dios. Con su autoridad moral y su prestigio, Pío XII llevó la luz de la
sabiduría cristiana a un número incontable de hombres de toda categoría y nivel social”.26
Una de las características de las intervenciones de Pío XII es el relieve dado a la relación
entre moral y derecho. El Papa insiste en la noción de derecho natural, como alma del
ordenamiento que debe instaurarse en el plano nacional e internacional. Otro aspecto
importante de la enseñanza de Pío XII es su atención a las agrupaciones profesionales y
empresariales, llamadas a participar de modo especial en la consecución del bien común:
Por su sensibilidad e inteligencia para captar “los signos de los tiempos”, Pío XII puede ser
considerado como el precursor inmediato del Concilio Vaticano II y de la enseñanza social
de los Papas que le han sucedido.
25
Pío XI, Carta enc. Divini Redemptoris: AAS 29 (1937) 130.
26
Congregación para la Educación Católica, Orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social
de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 22, Tipografía Políglota Vaticana, Roma 1988, p. 25.
27
Ibid. P. 25
22
la Iglesia está llamada a colaborar con todos los hombres en la verdad, en la justicia y en el
amor, para construir una auténtica comunión. Por esta vía, el crecimiento económico no se
limitará a satisfacer las necesidades de los hombres, sino que podrá promover también su
dignidad.
Con la encíclica Pacem in terris, Juan XXIII pone de relieve el tema de la paz, en una
época marcada por la proliferación nuclear. La Pacem in terris contiene, además, la
primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos; es la encíclica de la
paz y de la dignidad de las personas. Continúa y completa el discurso de la Mater et
magistra y, en la dirección indicada por León XIII, subraya la importancia de la
colaboración entre todos: es la primera vez que un documento de la Iglesia se dirige
también a todos los hombres de buena voluntad, llamados a una tarea inmensa: “la de
establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la
égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad”. 28 La Pacem in terris se detiene
sobre los poderes públicos de la comunidad mundial, llamados a “examinar y resolver los
problemas relacionados con el bien común universal en el orden económico, social,
político o cultural”.29 En el décimo aniversario de la Pacem in terris, el Cardenal Maurice
Roy, Presidente de la Pontificia Comisión “Iustitia et Pax”, envió a Pablo VI una carta,
acompañada de un documento con un serie de reflexiones sobre el valor de la enseñanza de
la encíclica del Papa Juan para iluminar los nuevos problemas vinculados con la promoción
de la paz.30
La Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, constituye una
significativa respuesta de la Iglesia a las expectativas del mundo contemporáneo. En esta
Constitución, “en sintonía con la renovación eclesiológica, se refleja una nueva concepción
de ser comunidad de creyentes y pueblo de Dios. Y suscitó entonces nuevo interés por la
doctrina contenida en los documentos anteriores respecto del testimonio y la vida de los
cristianos, como medios auténticos para hacer visible la presencia de Dios en el mundo ». 31
La Gaudium et spes delinea el rostro de una Iglesia “íntima y realmente solidaria del
género humano y de su historia”,32 que camina con toda la humanidad y está sujeta,
juntamente con el mundo, a la misma suerte terrena, pero que al mismo tiempo es “como
fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en
familia de Dios”.33
23
económicos, morales y religiosos ha despertado cada vez más... la preocupación pastoral de
la Iglesia por los problemas de los hombres y el diálogo con el mundo”.35
En esta línea, Pablo VI instituye en 1967 la Pontificia Comisión Iustitia et Pax, cumpliendo
un deseo de los Padres Conciliares, que consideraban “muy oportuno que se cree un
organismo universal de la Iglesia que tenga como función estimular a la comunidad
católica para promover el desarrollo de los países pobres y la justicia social
internacional”.39 Por iniciativa de Pablo VI, a partir de 1968, la Iglesia celebra el primer día
del año la Jornada Mundial de la Paz. El mismo Pontífice dio inicio a la tradición de los
Mensajes que abordan el tema elegido para cada Jornada Mundial de la Paz, acrecentando
así el corpus de la doctrina social.
Al cumplirse los noventa años de la Rerum novarum, Juan Pablo II dedica la encíclica
Laborem exercens - al trabajo, como bien fundamental para la persona, factor primario de
la actividad económica y clave de toda la cuestión social. La Laborem exercens delinea una
espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda reflexión teológica y
filosófica. El trabajo debe ser entendido no sólo en sentido objetivo y material; es necesario
también tener en cuenta su dimensión subjetiva, en cuanto actividad que es siempre
expresión de la persona. Además de ser un paradigma decisivo de la vida social, el trabajo
tiene la dignidad propia de un ámbito en el que debe realizarse la vocación natural y
sobrenatural de la persona.
35
Orientaciones, p. 28.
36
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 76-80
37
Orientaciones, p. 29.
38
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 42
39
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 90.
24
Con la encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II conmemora el vigésimo aniversario
de la Populorum progressio y trata nuevamente el tema del desarrollo bajo un doble
aspecto: “el primero, la situación dramática del mundo contemporáneo, bajo el perfil del
desarrollo fallido del Tercer Mundo, y el segundo, el sentido, las condiciones y las
exigencias de un desarrollo digno del hombre”.40 La encíclica introduce la distinción entre
progreso y desarrollo, y afirma que “el verdadero desarrollo no puede limitarse a la
multiplicación de los bienes y servicios, esto es, a lo que se posee, sino que debe contribuir
a la plenitud del ‘ser’ del hombre. De este modo, pretende señalar con claridad el carácter
moral del verdadero desarrollo”.41 Juan Pablo II, evocando el lema del pontificado de Pío
XII, Opus iustitiae pax, la paz como fruto de la justicia, comenta: “Hoy se podría decir, con
la misma exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (cf. Is 32,17; St 3,18), Opus
solidaritatis pax, la paz como fruto de la solidaridad”.42
Benedicto XVI, el papa actual, retoma el aspecto social desde la perspectiva del amor,
visto como justicia, en la encíclica Deus Caritas est, Dios es amor.
Los documentos aquí evocados constituyen los hitos principales del camino de la doctrina
social desde los tiempos de León XIII hasta nuestros días. Esta sintética reseña se alargaría
considerablemente si tuviese cuenta de todas las intervenciones motivadas por un tema
específico, que tienen su origen en “la preocupación pastoral por proponer a la comunidad
cristiana y a todos los hombres de buena voluntad los principios fundamentales, los
criterios universales y las orientaciones capaces de sugerir las opciones de fondo y la praxis
coherente para cada situación concreta”.43
40
Orientaciones, p. 31.
41
Ibid., p. 31.
42
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 39
43
Orientaciones, p. 34.
25
A partir del siglo XVI se fue superando la visión estática del universo y de la vida y
comenzó a gestarse un cambio social44.
La revisión histórica que se viene haciendo desde principios de siglo, ha despejado en parte
el panorama. Es cierto que hubo sectores eclesiales cómplices de los dominadores, pero
también es cierto que la iglesia templó la violencia de los conquistadores, previno la
comisión de crímenes contra la humanidad y promovió la autodeterminación y el derecho
de autodefensa de los oprimidos. El núcleo de la cultura latinoamericana, a pesar de las
múltiples dificultades por la que atravesó la iglesia a lo largo de estos cuatro siglos, hace
que nuestro continente siga siendo cristiano, aunque dotado de una fe muy poco explícita y
operante.
En América latina entró, juntamente con la conquista, la cristiandad colonial: una cultura
donde el cristianismo era “parte integral”, como lo era en España, donde el Reino de Dios
coincidía con el proyecto histórico español.
Aquí también el cristianismo se identificó con la totalidad de la estructura social, con todas
las ventajas y todos los defectos que significa esa actitud.
Desde principios del siglo pasado comienzan los movimientos de independencia: el clero,
especialmente el “bajo clero” – criollo en su totalidad – también se juega a favor de la
ruptura con España, pesando en forma decisiva en el movimiento emancipador45. En casi
todos nuestros países, la iglesia, a través de los sacerdotes y religiosos (no siempre de los
obispos) patrocinó y consagró el acto primero de la independencia. Pero había mucha
división. El patronato, que por inercia histórica heredaron los gobiernos independientes,
dificulto el nombramiento de obispos, se clausuraron los seminarios y declinó
sensiblemente el número y la calidad de los sacerdotes. Cundió el anticlericalismo, entró en
crisis la cristiandad y a finales de siglo la Iglesia oficial estaba debilitada y exhausta.
La teología vigente seguía siendo conservadora, tradicional, despreocupada de las tareas
temporales, aunque sustentada por gente fuertemente instalada en el “más – acá”; una
teología que reflejaba la mentalidad de los terratenientes y dueños de las minas, una
teología cuyo enemigo era el liberalismo burgués, el comunismo, el protestantismo y los
“tiempos modernos”.
La pastoral oficial, a su vez, hacía causa común con los partidos conservadores y se
enfrentaba con los partidos liberales y con grupos de izquierda.
De ese modo pensaba defender las convicciones y posiciones de la Iglesia sobre escuelas,
unión Iglesia- Estado, matrimonio, etc. Era una acción política que la arrastraría hasta la
violencia, como sucedió mas tarde en México.
44
Basta leer su violento ataque a “Los principios sociales del Cristianismo” en un artículo de 1847, titulado
“El comunismo de “El observador Renano” (Cf. Coste R., “Analyse marxiste et foi chrétienne”, les
éditions ouvrieres , París, 1976, pp. 164-167)
45
Dussel E.d., “Hipótesis para una historia de la Iglesia en América latina”, Estela, IEPAL, Barcelona, 1967,
p. 108.
26
En un sistema de cristiandad esa forma de intervención fue más o menos eficaz. Pero hoy
eso ya no funciona; por eso, la Iglesia ha pasado de una pastoral de “mediación” a una
pastoral de “compromiso”.
P. Bartolomé de las Casas (Sevilla 1477. Madrid 1566). En 1515 regresa a España de donde
había partido para América. Aquí inicia su labor de defensa de los indios contra encomiendas
y repartimientos, hasta ser nombrado protector de los indios por Cisneros (1516). Contra la
conquista, preconiza la colonización pacífica, con instalaciones de labradores y misioneros.
En 1540 redacta su Brevísima historia de la destrucción de las Indias. Esta obra supone un
alegato, frente a las acusaciones que los colonizadores españoles le hacen, por su apostolado
en favor de los indios. Denuncia el sistema colonización introducido en las Indias, basado en
la violencia y la rapiña en vez de la humanidad y la justicia. La obra logra gran resonancia,
influyendo en la legislación de Indias.
Para Suárez, el Estado es quien vigila el bien de la comunidad y el bien común de todos los
hombres. Su tesis limita el poder, establece barreras morales y atribuye soberanía al pueblo,
pero sólo desde la teoría, pues su obra se conforma con el orden establecido.
27
semejantes, alimentadas por la nueva teología de la “nueva cristiandad”; decimos “nueva”
porque la antigua había casi desaparecido bajo la persecución laicista de los liberales46.
Ciertos sectores cristianos comenzaron a abrirse a lo que se llamó “el problema social”,
pero con un análisis socioeconómico muy deficiente: se contentaban con afirmaciones
doctrinales, principistas y ahistóricas, divorciadas en general del compromiso concreto.
Después de la Segunda Guerra Mundial se tomó conciencia de que los Católicos de
América Latina representaban casi un tercio de los católicos del mundo y comenzó el envío
de sacerdotes, religiosos y laicos europeos y la remesa de considerables sumas de dinero
para apoyar las obras que se iban emprendiendo.
“Los teólogos se formaban ahora no solo en Italia, sino que los más progresistas iban a
Francia, país de la pastoral, de las experiencias catequéticas, de los sacerdotes obreros, etc.
La “doctrina social” de la Iglesia permitía a muchos realizar experiencias de compromisos
obreros o en grupos marginados”47. Es la época en que surgen universidades católicas y
centros teológicos, y comienza una tibia “lucha social”.
Los militantes obreros de la JOC hicieron posible incluso cierta presencia de la Iglesia en
el mundo del trabajo.
Sin embargo, poco a poco entramos en una nueva época. Desde 1962, comienzo del
Concilio Vaticano II, hasta Medellín (1968) irá cambiando la actitud de la Iglesia; la
46
Maritain soñó siempre en esta “Nueva Cristiandad”. Cf. “Humanismo Integral”, C. Lohlé, Buenos Aires,
1972, pp. 42 y 108.
47
Dussel E.D., “Desintegración de la cristiandad colonial...”, o.c.,p. 125.
28
Iglesia, declarada “servidora de la humanidad” por Pablo VI en 196548, comenzará ahora a
intervenir en lo social no para salvaguardar sus convicciones o posiciones, sino para
defender y liberar al hombre latinoamericano oprimido.
La reflexión cristiana a que dio lugar esta situación ya era una teología que se acercaba a la
realidad, pero que aún ignoraba “el problema de las clases y de la dependencia que el
continente latinoamericano sufría bajo el poder económico, político y militar de los
Estados Unidos”49. Este movimiento de reflexión desarrollista, condicionando por la
década del 60, culminará en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano,
realizada en MEDELLÍN, que es como el Vaticano II de América Latina. (Hay que
reconocer que en el Vaticano II apenas si se oye el clamor del Tercer Mundo y de las clases
explotadas).
Pablo VI cuando llegó a Colombia para inaugurar Medellín, dijo el 22 de agosto: “La
lucidez y la valentía del Espíritu es necesario que se haga hoy presente para promover la
justicia social, para amar y defender a los pobres”.
Medellín trata de poner a América Latina a la luz de los reflectores, tomar conciencia de su
situación efectiva y elaborar planos de acción. Rechaza la violencia como solución de los
problemas, pero denuncia enérgicamente la “violencia institucionalizada” contra el pobre.
En los Documentos finales todavía aflora el vocabulario desarrollista, pero ya asoma
abiertamente el tema de la liberación: “Es el mismo Dios quien, en la plenitud de los
tiempos, envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas
las esclavitudes a que los tiene sujetos el pecado, la ignorancia, el hambre, la miseria, la
opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo
humano”50. La Iglesia “defensora de los indios” desde el descubrimiento, trató de adaptar
esa actitud evangélica a la hora que viven nuestros pueblos.
Tres años después, en 1971, el Sínodo de los Obispos, en Roma, ratificó el pensamiento de
Medellín: “El combate por la justicia y la participación en la transformación del mundo se
nos muestran plenamente como una dimensión constitutiva de la predicación del
Evangelio”. “La misión de predicar el Evangelio en el tiempo presente, requiere que nos
empeñemos en la liberación integral del hombre, ya desde ahora, en su existencia terrena”51
Por entonces ya habían surgido centros de reflexión latinoamericana (OSLAM, IPLA, etc.)
y los teólogos ya se iban haciendo cargo de la problemática angustiosa de pobreza e
injusticia que sufría nuestro continente. Numerosos sacerdotes, impacientes por una acción
48
Discurso de Clausura del Conc. Vaticano II, 7-XII-1965. Cf. Concilio Vaticano II, BAC, Madrid, 1966,
p. 1028.
49
Dussel E.D., “Desintegración de la cristiandad...”, o.c., p. 125.
50
Documento de Medellín, Justicia, II, 3.
51
Sin. De Obispo, “Documentos”, Sígueme, Salamanca, 1972, pp. 55 y 66 .
29
rápida en el área social, habían tomado partido, individual y en grupos, ejerciendo una
nueva especie de liderazgo político y social, que la mayoría de los obispos criticaba como
impropio de sus funciones sacerdotales. No faltaron quienes hicieran causa común con los
marxistas (“Cristianos por el Socialismo”). Todo esto creó tensiones en el ámbito eclesial.
La masa de los católicos permaneció al margen de estos compromisos y siguió expresando
su fe mediante las devociones populares, salvo algunos que adoptaron actitudes radicales
hasta enrolarse en grupos guerrilleros.
d- La Teología de la Liberación
La reflexión teológica siguió un camino paralelo: desde 1968 a 1972, encabezada por
Gustavo Gutiérrez, se fue formulando la teología de la liberación, cuya historia puede
remontarse hasta Bartolomé de las Casas (s. XVI), pero cuyo estímulo inmediato fueron los
movimientos de liberación presentes aquí y allí en nuestro continente. Los grupos de
reflexión (“Sacerdotes para el Tercer Mundo”, en Argentina, el “Grupo de los 80” en
Chile, el ONIS en Perú, etc.) ven que el subdesarrollo se debe a la expoliación de los
países ricos; no se puede hablar de “desarrollo” sin una previa “liberación”.
Hay que empezar por una ruptura de la dependencia. Los países que comen mucho, dejan
hambrientos a los demás. El subdesarrollo es un “subproducto” del desarrollo capitalista.
El Tercer Mundo se desangra para que viva el mundo desarrollado. Por las venas abiertas
de América Latina se escapan el petróleo, el oro, el estaño, el uranio, el hierro, el carbón,
los plátanos, el café, el azúcar, el cacao... dejando a la comunidad anémica y exangüe52.
Como decía Pablo VI, cuando el tercer mundo recibe ayuda de los países ricos, tiene la
impresión de que le devuelven con una mano apenas una pequeña parte de lo que le quitan
con la otra53.
Pero ¿qué tiene que ver esto con la teología? Tiene que ver. Los problemas económicos y
políticos se traducen de inmediato en problemas teológicos. Todo puede ser reflexionado
teológicamente. Lo que caracteriza a la ciencia teológica más que el objeto de su estudio es
su perspectiva: la perspectiva teológica es la de la fe54. Y justamente Medellín señala el
pasaje de una teología del desarrollo a una teología de la liberación.
e- Documento de Puebla
52
Cf. Galeano E., “Las venas abiertas de A. Latina”, Siglo XXI, 1980.
53
Encíclica “Populorum Progressio”, nº 56.
54
Santo Tomás de Aquino, “Suma Teológica” I, q. 1, a.7.
30
Diez años después de Medellín, a principios de 1979, los Obispos de Latinoamérica,
reunidos en su III Conferencia Episcopal en la ciudad de PUEBLA DE LOS ANGELES
(México), ejerciendo su magisterio extraordinario nos entregaron un precioso documento.
A partir de Medellín -añade- hubo en este campo avance y retrocesos (470-471). Luego
aborda el tema de la “ENSEÑANZA SOCIAL DE LA IGLESIA”, definiéndola como “un
conjunto de orientaciones doctrinales y criterio de acción” (472) . Lo novedoso no es tanto
el contenido cuanto el rejuvenecimiento de la Enseñanza Social de la Iglesia: en Puebla se
toma conciencia clara y definida del hecho de que la Iglesia posee esta Doctrina propia y
del valor que tiene para formar la conciencia social de los fieles y sensibilizarlos a fin de
que sepan “responder de manera eficaz a los desafíos y problemas graves que surgen de
nuestra realidad latinoamericana” (476).
Los obispos de Puebla no podían olvidar que casi la tercera parte de los habitantes de
América Latina viven en extrema pobreza55. Al hacer una radiografía pastoral del contexto
sociocultural del continente enumeran las infinitas angustias que tienen su origen en la
pobreza (nº 15-71); y acaban por hacer una “clara y profética opción preferencial y
solidaria por los pobres” (1134).
El servicio al pobre es, para la Iglesia, un criterio para saber si sigue a Cristo que se ha
identificado con los pobres de su tiempo; se trata entonces no sólo de una opción ética, sino
teológica. Esta opción quiere llevar a la Iglesia a comprometerse en la liberación del pobre
y del oprimido, a vivir más modestamente e incitar a los cristianos a una sobriedad y
moderación en sus vidas. En el “Mensaje a los pueblos de América Latina” , los Obispos
confiesan paladinamente: “Aún estamos lejos de vivir todo lo que predicamos” (nº 2). Esta
opción por los pobres es el núcleo central de Puebla y su principio de interpretación. Todos
los números del Documento debieran ser leídos desde esta opción preferencial. Hay en
Puebla dos polos interactivos: los pobres y su liberación integral.
31
Con respecto a la política Puebla reafirma el deber y el derecho de estar presente en ella,
para iluminar y transformar la sociedad, sin entrometerse en la política de partidos que
corresponde a los laicos, inspirados en la Enseñanza Social de la Iglesia.
También detecta el Documento un deterioro político-social en América Latina, debido a
injusticias e ideologías que generan y fomentan la violencia. Condena enfáticamente la
violencia, tanto la terrorista y guerrillera como la represiva (531-532), e invita a buscar
otros caminos, porque la violencia engendra nuevas formas de opresión y “no es cristiana
ni evangélica” (507-530).
Hay que creer en la fuerza histórica del amor y no de la violencia. Por eso en el “Mensaje a
los pueblos de América Latina” los obispos hacen un llamado “a todos los hombre de
buena voluntad” para que sean “constructores abnegados de la civilización del amor”,
explican “el sentido orgánico” de esta civilización y concluyen con un acto de fe a Cristo
Liberador, en poder del Evangelio y en la esperanza que alimenta y fortalece al hombre en
su camino hacia el Padre.
32
Esta ayuda de autoevaluación es una primera aproximación a la comprensión del contenido
del capítulo, le invita a poner atención a ciertos detalles, Los estudiantes que hacer el curso
semipresencial, no se rigen a esta página, pues tienen su propio cuestionario.
1. Señale las etapas más importantes del desarrollo de la DSI. ¿Nota diferencias entre
ellas? ¿Cuáles?
2. Por qué el PSI es vida, y no mera teoría. ¿Es percibida como tal?
3. ¿Quiénes han sido, en la historia de América Latina, los profetas que han estado de parte
del pueblo?
4. ¿Qué se entiende por Teología de la Liberación?
B. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
2. SANZ de DIEGO, Rafael. “Ni ideología ni ‘Tercera vía’: Doctrina para la acción”. 43
Revista de Fomento social 172 (1988) 345-368.
3. Revista Utopía.
C. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARÍA.
33
CAPITULO 2
LA REALIDAD SOCIO-CULTURAL
Objetivo: Al finalizar la unidad el estudiante tendrá las herramientas para afrontar una
visión crítica de los desafíos referentes al entorno: familia, Cultura, migración y los Medios
de Comunicación desde una visión cristiana.
Introducción
En la sociedad actual constatamos que se ha dado gran énfasis a la cultura del consumo,
que consiste en alcanzar un bienestar basado en la búsqueda del lucro, lo que ha
ocasionado una gran explotación del hombre al mismo hombre, creando sistemas de
exclusión y explotación de una gran mayoría de seres humanos. Es lo que la Iglesia le ha
llamado “cultura de muerte”, porque mientras unos gozan y disfrutan de los bienes de la
tierra, otros se debaten en el drama de vivir en el filo de la muerte, tratando de arrancarle
un pedazo de vida a esa sociedad excluyente.
La Iglesia está a favor de la vida. Frente al “no” que imponen las actitudes de la sociedad
de consumo, pone un “si” viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de
cuantos acechan y rebajan la vida56. Por este motivo, como estudiantes universitarios,
debemos reflexionar desde este espacio la tarea que desempeñamos en la sociedad, ¿cómo
estamos acogiendo la vida? ¿Cómo se está haciendo concreto y eficaz el SI a la vida de
todo ser humano57, favoreciendo la cultura de la vida?.
Sumario
DESARROLLO
56
Familiaris Consortio n. 30.
57
Christifideles Laici, n. 38
34
De la familia nacen los ciudadanos,
y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales,
que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma.
Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación,
lejos de encerrarse en sí misma,
se abre a las demás familias y a la sociedad,
asumiendo su función social.
(Familiaris Consortio, n. 42)
En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las
personas son reconocidas y responsabilizadas en su integridad: “La primera estructura
fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe
las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado
y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona”. 60 Las obligaciones de
sus miembros no están limitadas por los términos de un contrato, sino que derivan de la
esencia misma de la familia, fundada sobre un pacto conyugal irrevocable y estructurada
por las relaciones que derivan de la generación o adopción de los hijos.
58
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 39, 40
59
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 39
60
Ibid., 39
35
un “nosotros”. La familia, comunidad de personas, es por consiguiente la primera
“sociedad” humana.61
Una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo
individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de la atención
en cuanto fin y nunca como medio. Es evidente que el bien de las personas y el buen
funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionados con la prosperidad de la
comunidad conyugal y familiar. Sin familias fuertes en la comunión y estables en el
compromiso, los pueblos se debilitan. En la familia se inculcan desde los primeros años de
vida los valores morales, se transmite el patrimonio espiritual de la comunidad religiosa y
el patrimonio cultural de la Nación. En ella se aprenden las responsabilidades sociales y la
solidaridad.62
Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y
de la responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones con la
familia, tienen la obligación de atenerse al principio de subsidiaridad. En virtud de este
principio, las autoridades públicas no deben sustraer a la familia las tareas que puede
desempeñar sola o libremente asociada con otras familias; por otra parte, las mismas
autoridades tienen el deber de auxiliar a la familia, asegurándole las ayudas que necesita
para asumir de forma adecuada todas sus responsabilidades.63
61
cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2206.
62
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2224.
63
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 45:
64
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1603.
36
El matrimonio, en su verdad “objetiva”, está ordenado a la procreación y educación de los
hijos. La unión matrimonial, en efecto, permite vivir en plenitud el don sincero de sí
mismo, cuyo fruto son los hijos, que, a su vez, son un don para los padres, para la entera
familia y para toda la sociedad. El matrimonio, sin embargo, no ha sido instituido
únicamente en orden a la procreación: su carácter indisoluble y su valor de comunión
permanecen incluso cuando los hijos, aun siendo vivamente deseados, no lleguen a coronar
la vida conyugal. Los esposos, en este caso, “pueden manifestar su generosidad adoptando
niños abandonados o realizando servicios abnegados en beneficio del prójimo”.65
La familia se presenta como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad cada
vez más individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica comunidad de
personas 66 gracias al incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la
experiencia humana, cuyo lugar privilegiado para manifestarse es precisamente la familia:
« El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar
significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y
recíprocamente ».67
Gracias al amor, realidad esencial para definir el matrimonio y la familia, cada persona,
hombre y mujer, es reconocida, aceptada y respetada en su dignidad. Del amor nacen
relaciones vividas como entrega gratuita, que “respetando y favoreciendo en todos y cada
uno la dignidad personal como único título de valor, se hace acogida cordial, encuentro y
diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso y solidaridad profunda”. 68 La
existencia de familias que viven con este espíritu pone al descubierto las carencias y
contradicciones de una sociedad que tiende a privilegiar relaciones basadas principalmente,
cuando no exclusivamente, en criterios de eficiencia y funcionalidad. La familia que vive
construyendo cada día una red de relaciones interpersonales, internas y externas, se
convierte en la “primera e insustituible escuela de socialidad, ejemplo y estímulo para las
relaciones comunitarias más amplias en un clima de respeto, justicia, diálogo y amor”.69
El amor se expresa también mediante la atención esmerada de los ancianos que viven en la
familia: su presencia supone un gran valor. Son un ejemplo de vinculación entre
generaciones, un recurso para el bienestar de la familia y de toda la sociedad. Los ancianos
constituyen una importante escuela de vida, capaz de transmitir valores y tradiciones y de
favorecer el crecimiento de los más jóvenes: estos aprenden así a buscar no sólo el propio
bien, sino también el de los demás. Si los ancianos se hallan en una situación de
sufrimiento y dependencia, no sólo necesitan cuidados médicos y asistencia adecuada, sino,
sobre todo, ser tratados con amor.
65
Catecismo de la Iglesia Católica, 2379
66
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 18.
67
Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam sane, 11
68
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
69
Ibid., 43
37
familia. Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas « resistiendo a las tendencias
disgregadoras de la misma sociedad y nocivas para la dignidad, seguridad y bienestar de
los ciudadanos, procuren que la opinión pública no sea llevada a menospreciar la
importancia institucional del matrimonio y de la familia ».70
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en
la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que
tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación
de ayudarle eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado el
Concilio Vaticano II: “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la
gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los
primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de
tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los
padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia
los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia
es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades
necesitan”72. El amor de los padres, que se pone al servicio de los hijos para ayudarles a
extraer de ellos («e-ducere») lo mejor de sí mismos, encuentra su plena realización
precisamente en la tarea educativa: “El amor de los padres se transforma de fuente en alma
y, por consiguiente, en norma que inspira y guía toda la acción educativa concreta,
enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés,
espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor”.73
Al igual que el Estado, la familia es una verdadera sociedad, que se rige por una potestad
propia, esto es, la paterna. Por lo cual, guardados efectivamente los límites que su causa
próxima ha determinado, tiene ciertamente la familia derechos “por lo menos” iguales que
la sociedad civil para elegir y aplicar los medios necesario en orden a su protección y justa
libertad. Y hemos dicho “por lo menos” iguales, porque, siendo la familia lógica y
realmente anterior a la sociedad civil, se sigue que sus derechos y deberes son también
anteriores y más naturales. Pues si los ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la
convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de
ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que la tutela de los mismos, la sociedad
sería, más que deseable, digna de repulsa.74
Los padres son los primeros, pero no los únicos, educadores de sus hijos. Corresponde a
ellos, por tanto, ejercer con sentido de responsabilidad, la labor educativa en estrecha y
70
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 81
71
Carta de los derechos de la familia, Preámbulo, E, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano
1983, p. 6.
72
Gravissimum Educationis, n. 3
73
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 36.
74
Rerum Novarum, n. 13
38
vigilante colaboración con los organismos civiles y eclesiales: “La misma dimensión
comunitaria, civil y eclesial, del hombre exige y conduce a una acción más amplia y
articulada, fruto de la colaboración ordenada de las diversas fuerzas educativas. Éstas son
necesarias, aunque cada una puede y debe intervenir con su competencia y con su
contribución propias”.75 Los padres tienen el derecho a elegir los instrumentos formativos
conformes a sus propias convicciones y a buscar los medios que puedan ayudarles mejor en
su misión educativa, incluso en el ámbito espiritual y religioso. Las autoridades públicas
tienen la obligación de garantizar este derecho y de asegurar las condiciones concretas que
permitan su ejercicio.76 En este contexto, se sitúa el tema de la colaboración entre familia e
institución escolar.
En la educación de los hijos, las funciones materna y paterna son igualmente necesarias.
Por lo tanto, los padres deben obrar siempre conjuntamente. Ejercerán la autoridad con
respeto y delicadeza, pero también con firmeza y vigor: debe ser una autoridad creíble,
coherente, sabia y siempre orientada al bien integral de los hijos.
Es una solidaridad que puede asumir el rostro del servicio y de la atención a cuantos viven
en la pobreza y en la indigencia, a los huérfanos, a los minusválidos, a los enfermos, a los
75
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 40.
76
Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 6:
77
Concilio Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, 1
78
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 43
79
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 37
39
ancianos, a quien está de luto, a cuantos viven en la confusión, en la soledad o en el
abandono; una solidaridad que se abre a la acogida, a la tutela o a la adopción; que sabe
hacerse voz ante las instituciones de cualquier situación de carencia, para que intervengan
según sus finalidades específicas.
Las familias, lejos de ser sólo objeto de la acción política, pueden y deben ser sujeto de
esta actividad, movilizándose para “procurar que las leyes y las instituciones del Estado no
sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de
la familia. En este sentido, las familias deben crecer en la conciencia de ser “protagonistas”
de la llamada “política familiar” y asumir la responsabilidad de transformar la sociedad”.80
Con este fin, se ha de reforzar el asociacionismo familiar: “Las familias tienen el derecho
de formar asociaciones con otras familias e instituciones, con el fin de cumplir la tarea
familiar de manera apropiada y eficaz, así como defender los derechos, fomentar el bien y
representar los intereses de la familia. En el orden económico, social, jurídico y cultural,
las familias y las asociaciones familiares deben ver reconocido su propio papel en la
planificación y el desarrollo de programas que afectan a la vida familiar”.81
80
Juan Pablo II, Exh. ap. Familiaris consortio, 44.
81
Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 8 a-b, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del
Vaticano 1983, pp. 12-13.
40
2.1. La Migración.
El paterno amor con que Dios nos mueve a amar a todos los
hombres nos hace sentir una profunda aflicción ante el
infortunio de quienes se ven expulsados de su patria por
motivos políticos. La multitud de estos exiliados,
innumerables sin duda en nuestra época, se ve acompañada
constantemente por muchos e increíbles dolores. Tan triste
situación de muestra que los gobernantes de ciertas
naciones restringen excesivamente los límites de la justa
libertad, dentro de los cuales es lícito al ciudadano vivir
con decoro una vida humana. (Pacem in Terris, nn. 103-
104)
Los impactos de la migración son complejos. Los países en vías de desarrollo se han
convertido en exportadores de trabajadores, a menudo vulnerables a la explotación. Las
empresas obtienen buen provecho de esta situación, colaborando así a la contracción de los
salarios en los países receptores. Por otra parte, las remesas de divisas enviadas por estos
trabajadores a sus familias son un factor importante en la disminución de los problemas de
la balanza de la cuenta corriente en las economías subdesarrolladas a la vez que amortiguan
los problemas sociales y de pobreza extrema.
41
maquiladora, las remesas enviadas por los trabajadores migrantes ocupan el cuarto lugar en
importancia como entrada de divisas. Es por ello que a muchos gobierno no le interesa
reglamentar la movilidad de la mano de obra.
Los Estados Unidos, el mayor país receptor de mano de obra migrante, ha endurecido y, en
gran medida, militarizado, su política migratoria. Ha subordinado la política migratoria de
otros países, como México, para que sirvan de muro de contención a los flujos migratorios
de Centroamérica y el Caribe. El resto de los países del continente no está exento de graves
problemas fronterizos vinculados con el flujo de trabajadores migrantes.
La inmigración puede ser un recurso más que un obstáculo para el desarrollo. En el mundo
actual, en el que el desequilibrio entre países ricos y países pobres se agrava y el desarrollo
de las comunicaciones reduce rápidamente las distancias, crece la emigración de personas
en busca de mejores condiciones de vida, procedentes de las zonas menos favorecidas de la
tierra; su llegada a los países desarrollados, a menudo es percibida como una amenaza para
los elevados niveles de bienestar, alcanzados gracias a decenios de crecimiento económico.
Los inmigrantes, sin embargo, en la mayoría de los casos, responden a un requerimiento en
la esfera del trabajo que de otra forma quedaría insatisfecho, en sectores y territorios en los
que la mano de obra local es insuficiente o no está dispuesta a aportar su contribución
laboral.82
Las instituciones de los países que reciben inmigrantes deben vigilar cuidadosamente para
que no se difunda la tentación de explotar a los trabajadores extranjeros, privándoles de los
derechos garantizados a los trabajadores nacionales, que deben ser asegurados a todos sin
discriminaciones. La regulación de los flujos migratorios según criterios de equidad y de
equilibrio83es una de las condiciones indispensables para conseguir que la inserción se
realice con las garantías que exige la dignidad de la persona humana. Los inmigrantes
deben ser recibidos en cuanto personas y ayudados, junto con sus familias, a integrarse en
la vida social.84 En este sentido, se ha de respetar y promover el derecho a la reunión de sus
familias. Al mismo tiempo, en la medida de lo posible, han de favorecerse todas aquellas
condiciones que permiten mayores posibilidades de trabajo en sus lugares de origen.85
Los testimonio de persona en estado de migración es, en muchos casos dramático, pues el
país receptor estigmatiza al migrante, considerándole un delincuente, de aquí que se dan
actitudes de rechazo al diferente, actos xenófobos, que llegan a la violencia y hasta la
muerte del migrante, pero la permanente incertidumbre en un lugar, va contra los derechos
del migrante.
82
PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, Vaticano,
2005.
83
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, 13.
84
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2241.
85
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 66
42
2.2.3. Rol del Estado
La experiencia histórica pasada y presente muestra que la fluidez de los mercados necesita
del Estado. Por otra parte, la economía no sólo es mercado, también es producción (sin
limitarse a lo comercializado). Ello también exige la incidencia del Estado para crear
condiciones adecuadas y propiciar una dinámica de crecimiento estable, sustentable y sobre
todo con bienestar social. El abrir las economías a la dinámica de la economía mundial no
significa necesariamente dejarlas al capricho del mercado internacional. Además, el libre
mercado no existe debido a la presencia de grandes corporaciones que dominan y manejan
el mercado. Cuando se habla de abrir mercados en realidad se deja en libertad a esas
corporaciones para manejar y dominar los mercados según sus intereses. No existe ninguna
experiencia histórica que demuestre que el mercado por sí mismo logre los equilibrios
generales de la economía, mucho menos la sustentabilidad y justicia social.
Existen cuatro problemas con esta tendencia privatizadora. 1) Disminuye la capacidad del
Estado de conducir proyectos de desarrollo sustentable y justos; 2) A largo plazo reduce
sus ingresos lo cual generalmente se traduce en disminución de su gasto social; 3) Se crean
serias injusticias en la distribución de los servicios públicos, afectando especialmente a las
mujeres y gente empobrecida; 4) Las privatizaciones son usadas como un mecanismo para
reducir los salarios y beneficios a los trabajadores organizados, ya que al venderse los
servicios generalmente se sustituyen los antiguos contratos colectivos de trabajo por
nuevas condiciones más "flexibles" en las que se pierden derechos, poder de negociación e
incluso prestaciones económicas.
43
Proponemos la gestación de un nuevo Estado democrático, responsable económica y
socialmente ante sus ciudadanas y ciudadanos y que enfrente radicalmente la corrupción en
todos sus niveles. Debe ser un Estado con un nuevo papel cualitativo en la dinámica
económica. No proponemos un Estado "obeso" cargado de grandes e ineficientes empresas.
Lo importante no es el número o el tamaño de las empresas, sino el papel que cumplen. Las
decisiones sobre las empresas que deben ser públicas corresponden a la sociedad y no sólo
al gobierno.
Este renovado papel del Estado implica regulaciones internacionales que sean pactadas
democráticamente y en consulta con las y los ciudadanos. La soberanía reside en el pueblo
y éste puede decidir someterse a regulaciones internacionales de beneficio colectivo. Más
aun, son cada vez más necesarias las regulaciones internacionales dado el poder
supranacional de algunas empresas que operan en nuestras economías y el peso y la
movilidad de los capitales golondrinos. Este renovado papel del Estado implica
regulaciones internacionales que sean pactadas democráticamente y en consulta con las y
los ciudadanos. La soberanía reside en el pueblo y éste puede decidir someterse a
regulaciones internacionales de beneficio colectivo. Más aun, son cada vez más necesarias
las regulaciones internacionales dado el poder supranacional de algunas empresas que
operan en nuestras economías y el peso y la movilidad de los capitales golondrinos.
Este nuevo y estratégico papel del Estado en la dinámica económica y social implica una
reforma fiscal integral con una lógica productora y redistributiva, a la vez capaz de
recaudar los recursos suficientes para evitar déficit fiscales que, por su magnitud, se
conviertan en un problema para el desarrollo.
La primera tarea del Estado es animar el debate y crear los mecanismos permanentes de
consulta sobre políticas nacionales e internacionales.
44
La participación en la economía mundial exige que un país se dote de un sector exportador
fuerte, pero ello no debe llevar al descuido del mercado interno. La fuerza del sector
exportador de un país no sólo se mide por el volumen de exportación, sino cualitativo, que
implica promover la integración de cadenas productivas nacionales para que sea un
verdadero motor del crecimiento general y con ello de empleos indirectos de alta calidad.
La importancia del mercado interno radica en convertir a la mayoría de la población en
consumidores estratégicos. La elevación de sus niveles de vida se vuelve entonces una
necesidad económica para ampliar el mercado interno y no sólo una exigencia de justicia.
El papel social del Estado requiere que brinde seguridad y servicios públicos y promueva el
bienestar de toda persona. Ello implica políticas específicas orientadas a los sectores más
vulnerables de la población, las cuales deben traducirse en legislaciones que establezcan
derechos y no en políticas discrecionales o de clientelismo. El objetivo central del Estado
debe ser el desarrollo justo y sustentable para todos, sin por ello excluir medidas
asistenciales de emergencia o compensatorias para grupos específicos.
En los países del continente americano, la educación debe favorecer una formación integral
de la persona. En este sentido, los sistemas de educación deben lograr un mejor equilibrio
entre las visiones utilitaristas de la educación, que responden a las necesidades del mercado
económico, y las visiones humanistas de la educación, que permiten a los individuos
participar activa y plenamente en la sociedad en que viven.
45
La utilización de las nuevas tecnologías debe favorecer el acceso al conocimiento y
permitir la circulación de los diversos conocimientos provenientes de todas las
comunidades culturales. Las nuevas tecnologías, como las computadoras, deben ser usadas
en las escuelas sin sustituir a los profesores. Las nuevas tecnologías de informática y de
comunicaciones no deben convertirse en otra herramienta de exclusión y discriminación.
Todo plan de acción en educación debe incorporar medidas dirigidas a mejorar las
condiciones de vida en la infancia y la juventud en el ámbito familiar. Especial importancia
debe tener la educación y las campañas masivas dirigidas a los niños para evitar el
consumo de drogas. Para ello son necesarios los apoyos financieros, psico-sociales y de
salud pública. En el mismo sentido, tampoco se debe descuidar la educación de adultos.
Salud. Tal como la educación, la salud es un derecho elemental que no se puede supeditar a
los recursos de que dispone la gente. Debe ser una responsabilidad del Estado proporcionar
servicios de salud de alta calidad para todos. Deben generarse fondos internacionales
dedicados a este fin que se financien con una porción de los ingresos generados por el
impuesto aplicado a las transacciones especulativas en el ámbito internacional (véase el
capítulo 8).
El acceso al sistema público de salud debe ser general y no supeditado a tener un empleo
formal, ya que en la mayoría de nuestros países el desempleo, el empleo precario y el
empleo informal afectan a la mayoría de la población. Los servicios deben considerar las
necesidades específicas de las mujeres y prever su acceso a ellos.
Debe garantizarse el acceso a los servicios públicos de salud de las comunidades y pueblos
indígenas, pero a la vez debe apoyarse el desarrollo y difusión de la medicina tradicional y
el conocimiento milenario, muchas veces detentado por mujeres, que estas comunidades
poseen.
Los sistemas de seguridad social (incluidas las pensiones) deben mantenerse bajo la
responsabilidad del Estado y los fondos de ahorro con los que se financian deben ser
manejados por él y canalizados como crédito a proyectos prioritarios para el desarrollo
nacional. Se debe evitar que tales fondos ingresen al circuito especulativo que sólo
concentra la riqueza social en menos manos.
46
la propia religiosidad para una acción evangelizadora más incisiva. En este sentido, los
Padres sinodales consideran que la Iglesia en América debe ser abogada vigilante que
proteja, contra todas las restricciones injustas, el derecho natural de cada persona a
moverse libremente dentro de su propia nación y de una nación a otra. Hay que estar
atentos a los derechos de los emigrantes y de sus familias, y al respeto de su dignidad
humana, también en los casos de inmigraciones no legales. Con respecto a los inmigrantes,
es necesaria una actitud hospitalaria y acogedora, que los aliente a integrarse en la vida
eclesial, salvaguardando siempre su libertad y su peculiar identidad cultural. A este fin es
muy importante la colaboración entre las diócesis de las que proceden y aquellas en las
que son acogidos, también mediante las específicas estructuras pastorales previstas en la
legislación y en la praxis de la Iglesia. Se puede asegurar así la atención pastoral más
adecuada posible e integral. La Iglesia en América debe estar impulsada por la constante
solicitud de que no falte una eficaz evangelización a los que han llegado recientemente y
no conocen todavía a Cristo.86
La educación toca a toda la persona, por esto ha de ser un proceso global e integrador: no
se limita a la instrucción, es decir, a la transmisión de conocimientos instrumentales, sino
que difunde valores, crea actitudes y ofrece sentido a la vida; es un proceso que la Iglesia
llama educación integral. Hoy se habla de cultura como el “capital social” y se trata de
hacer que dicho capital produzca desarrollo y paz en lugar de seguir generando pobreza,
caos y violencia.
Además a de ser un proceso libre de alineaciones, esto es que no ha de estar dominada por
intereses de ningún grupo social, ni puede estar manipulada, en orden a dirigir la manera de
pensar y de comportarse de los ciudadanos de acuerdo a una ideología. La educación se
orienta al aprendizaje de la responsabilidad y de la verdadera libertad, desgraciadamente
86
Ecclesia in America, n. 65
47
este principio en muchos casos no se cumple, porque la educación está en manos de grupos
de poder, o preparando gente para seguir manteniendo el sistema excluyente.
Es preciso, por lo mismo, ofrecer a todos la oportunidad y una cantidad suficiente de bienes
culturales, principalmente de los que constituyen la llamada cultura "básica", a fin de evitar
que un gran número de personas se vean impedidos, por su ignorancia y por su falta de
iniciativa, de beneficiarse de la educación y dar su cooperación auténticamente humana al
desarrollo de la sociedad y al bien común.
Es imperativo hacer todo lo posible para que cada cual adquiera conciencia del derecho que
tiene a la cultura y del deber que sobre cada uno pesa de cultivarse a sí mismo y de ayudar a
los demás. El ideal sería que todos reciban toda la educación, pero desgraciadamente no
todos, en algunos casos aunque tengan la oportunidad no lo logran, otros por responder a una
situación laboral, familiar o personal que impiden el esfuerzo de superación; por esto, se debe
atender a que quienes tienen dotes intelectuales, a que tengan la posibilidad de llegar a los
estudios superiores; y ello de tal forma que, en la medida de lo posible, puedan desempeñar en
la sociedad las funciones, tareas y servicios que correspondan a su aptitud natural y a la
competencia adquirida.
Así podrán todos los hombres y todos los grupos sociales de cada pueblo alcanzar el pleno
desarrollo de su vida cultural de acuerdo con sus cualidades y sus propias tradiciones.
La familia es el ámbito primero de la educación y del desarrollo de toda cultura. Antes que en
la sociedad y en la escuela, en el seno familiar el ser humano recibe las primeras nociones
sobre la verdad y el bien, aprende que quiere decir amar y ser amado, y qué quiere decir en
concreto ser persona (CA 39) A través de la familia, los hijos encuentran el puente más
seguro y estable para su integración en la sociedad. “La familia es escuela del más rico
humanismo (GS 52) En el seno de la familia comienza el niño a descubrir su identidad
48
cultural, aprende la lengua y se familiariza con las reglas elementales de la sociedad. En este
sentido, se puede aceptar la crítica de que la sociedad está en crisis, porque la vida familiar
está crisis.
La Iglesia considera que los padres son los primeros responsables de la educación de sus
hijos. Su primera e intransferible obligación y derecho es educar a los hijos. Todas las demás
instancias que colaboran en la educación, en especial los maestros y los educadores, deben ser
“colaboradores de los padres”, a ellos les confían una parte de la tarea educativa.
Y ya en las cosas concretas, los padres eligen el tipo de educación para sus hijos. Los padres
son los que deben dirigir el proceso educativo según sus propias convicciones y valores. Y
para ello deben contar con las posibilidades que les permitan elegir el modelo de educación
que deseen, según el modelo de hombre y mujer que quieran para sus hijos. Esto en muchos
casos es posible, pero muchos padres, porque la demanda de establecimientos educativos es
alta, deben, en muchos casos, adaptarse al sistema.
La familia está inserta en la sociedad con sus instituciones, una de sus metas es alcanzar los
más elevados niveles de extensión y calidad de la escolarización, alfabetización,
capacitación para la vida y para participar en la sociedad a través de la cultura. La sociedad
y el Estado deben garantizar el logro de esta meta mediante:
• El principio de solidaridad, contribuyendo cada uno a la elevación de la cultura con sus
semejantes, atendiendo especialmente a los más desfavorecidos (cf. SRS 39e)
• Y el principio de la subsidiariedad. Ni el estado, ni estructura alguna, deben sustituir u
obstaculizar la iniciativa y la responsabilidad de las personas y los grupos sociales en los
niveles del proceso educativo en los que éstos pueden actuar.
• Y, sin embargo, es obligación del Estado dar libertad y ayudar a las personas y los grupos
intermedios que, en orden al bien común, quieren desarrollar la creatividad y la
responsabilidad en le ámbito educativo (cf. QA 79)
La educación cumple el papel de completar el camino de “hominización” de los seres
humanos, a través de objetivos educativos:
Educarnos en la adquisición de la cultura, el saber científico y la experiencia profesional,
que forma hombres y mujeres para su incorporación a la sociedad, para comprender y
respetar la cultura propia y la de los demás.
Educarnos en el trabajo, entendiendo como actividad creadora y solidaria, para asumir
responsabilidades respecto del bien común y de los intereses de la comunidad.
Educarnos en la igualdad, profundizando en la conciencia de la dignidad humana y de los
derechos y deberes que le son inherentes.
Educarnos en la solidaridad responsable, promoviendo el sentido comunitario,
participando en las decisiones que nos afectan, en la sensibilización y la acción concreta
hacia los pobres y los excluidos.
Educarnos en la libertad y la responsabilidad, desarrollando la actitud de autonomía y
confianza en sí mismo, y las facultades creadoras (artísticas, estéticas, técnicas,
comunicativas...).
Educarnos en la participación, desde la igualdad, la libertad y la solidaridad responsable,
para avanzar en madurez ciudadana, en la calidad de la convivencia y la paz.
Educarnos en el compromiso con la vida, la justicia y la búsqueda del bien y la verdad,
como valores radicales del orden ético coherente con la vocación de todo hombre.
49
Educarnos en un modo de vida sobrio y para una sociedad más acorde con las exigencias
ecológicas, limitando voluntariamente el uso de los bienes naturales o producidos, frente a
la cultura del consumismo y la fascinación por la posesión de bienes.
Educarnos en la defensa y el cuidado de la vida, aprendiendo a valorar las condiciones que
hacen posible el origen y desarrollo de la vida humana, los hábitos saludables de vida
física, psíquica, afectiva y social.
Educarnos en la apertura a lo religioso, teniendo en cuenta el pluralismo y el respeto a la
libertad religiosa.
La acción educativa tiene carácter de relación interpersonal, de comunicación de
conocimientos y habilidades, valores y experiencias. Es un proceso que coloca a cuantos
trabajan y viven en los ámbitos educativos en situación de diálogo. Esto lo aprendemos de
la pedagogía de Dios.
• En el diálogo de la salvación, Dios ha tomado la iniciativa, Él nos ha amado primero.
• La acción educativa exige solicitud, querer al otro como es para que sea él mismo, no
basta saber que “está ahí”.
• El diálogo de la salvación partió de la bondad divina, del amor gratuito.
• El diálogo exige y produce generosidad, relación afectuosa y amistad.
• En el diálogo de la salvación, Dios no se ajusta a los méritos y a los resultados de aquellos
a los que va dirigido.
• La Acción educativa ha de hacerse sin desanimar. El diálogo promueve la confianza, la
seguridad en sí mismo y la autoestima.
• El diálogo de la salvación no fue una imposición, sino una invitación y una demanda de
amor.
La acción educativa no humilla al que no sabe, no produce angustia, no inspira temor. El
diálogo exige mansedumbre, paciencia y evita los modos violentos y coactivos.
50
académico implica una radical voluntad de investigación, de búsqueda de la verdad, de
hacer avanzar la ciencia.
La tarea de servir, es decir, poner y enfocar todo ese caudal de esfuerzos al servicio del
hombre y la sociedad. Así como la enseñanza carece de sentido sin una investigación, tanto
la investigación como la enseñanza carecen de sentido, si éstas en la Universidad no tienen
una finalidad mediata al servicio de la comunidad. El fin del hombre culto es ser levadura
en la masa, está llamado a entregar su riqueza humana para que mejore la sociedad.
Lamentablemente influenciados por el individualismo y competición se ha perdido esta
tarea en la sociedad. Falta el espíritu crítico que analice lo que sucede y en ocasiones se
tiene poca conciencia social. Nos preocupamos más por la excelencia académica y
descuidamos los valores como la solidaridad, el bien común y tantos otros valores que
ayudan a la convivencia y desarrollo social.
La Iglesia le ha asignado dos finalidades muy claras y precisas: instaurar el diálogo entre la
ciencia y la fe y entablar el diálogo entre la fe y la cultura que llegue a convertirse en
síntesis87.
El Papa Juan Pablo II en la Encíclica “Fe y Razón” analiza la relación entre Fe y Razón,
dice que “son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la
contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer
la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda
alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo”88.
La razón humana en su reflexión se abre a cuestiones cada vez más vastas y hay que hacer
ver cómo la respuesta completa a las mismas proviene de lo alto a través de la fe. Esta
acción exige apertura a la verdad. Aquí hay un campo abierto, algo que atrae, que
buscamos y que nunca el pensamiento humano abarcaría en su totalidad. Una Universidad
Católica, como cualquier universidad que cultiva la ciencia, debe tener un compromiso
firme con la verdad.
51
Universidad Católica, no puede quedarse solamente en el nivel de conocimientos abarca
también los aspectos afectivos, sociales, artísticos, religiosos, lúdicos. Hay que promover
también actitudes coherentes con el mensaje evangélico, para que la fe se traduzca en
hechos.
La formación que reciben los estudiantes, y para la cual forman los docentes en la
Universidad, debe manifestar y lograr la integración entre fe y cultura. Es decir, desarrollar
una cultura arraigada en la fe89.
En este aspecto, una actividad sería, crear actitudes cristianas que conduzcan a valores, lo
cual supone un anuncio explícito de la persona de Jesucristo. Y toda actitud si es auténtica
tiene que traducirse en comportamientos concretos pues la actitud es apenas disponibilidad
hacia el valor.
La Universidad debe ser muy consciente, claramente definida, de que forma en los criterios
éticos que iluminan, orientan y guían el obrar humano del universitario con relación a su
profesión y su vida; los valores humanos y cristianos con los que va a afrontar el mundo, a
relacionarse consigo mismo y con los demás.
De la Universidad salen los directivos, por este motivo está llamada a proporcionar, además
de la formación científica y profesional, una enseñanza deontológico, inspirándose en las
exigencias y principios del Evangelio. De esta manera contribuirá a formar los profesionales
capaces de trabajar en el desarrollo continuo de todos los sectores de nuestra sociedad
pluralista y en particular en la realización de la justicia social.
89
Ex Corde Ecclesiae 15. 18. 33.
52
Ordinariamente se entiende por comunicación social la transmisión de noticias, ideas,
sentimientos, etc., que realiza un miembro de la sociedad a otros miembros. La transmisión
no es, de suyo, pasiva, implica diferentes reacciones de aceptación o rechazo. Es decir, de
la comunicación surge una relación interpersonal. Entendemos por comunicación toda
transmisión de información que se lleva a cabo mediante; a) emisión, b) conducción, c)
respuesta de d) un mensaje.
La comunicación social tiene un inmenso poder para promover la felicidad del hombre y su
realización. Sin pretender dar más que una visión de conjunto, presentamos aquí, algunos
beneficios económicos, políticos, culturales, educativos y religiosos de los medios.
Aspectos positivos
53
que la gente haga opciones informadas, dándole a conocer la disponibilidad y las
características de los productos. El sistema no podría funcionar sin los medios de
comunicación. Si se prescindiera de ellos se derrumbarían las estructuras económicas
fundamentales, con gran perjuicio para numerosas personas y para la sociedad.
• Políticos. Los medios facilitan la participación informada de los ciudadanos en los
procesos políticos. Unen a la gente en la búsqueda de propósitos y objetivos
comunes. Permiten que los líderes se comuniquen con el público. Son importantes
instrumentos de responsabilidad.
• Culturales. Los medios facilitan el acceso de la gente a la literatura, al teatro, a la
música y al arte, y promueven así un desarrollo humano respetuoso del conocimiento,
la sabiduría y la belleza. Hacen posible que los grupos étnicos se estimen y celebren
sus tradiciones culturales, compartiéndolas con los demás y transmitiéndolas a las
nuevas generaciones.
• Educativos. Los medios de comunicación son importantes instrumentos de educación,
desde la escuela hasta el lugar de trabajo, y en muchas etapas de la vida. Son
instrumentos educativos normales en muchas aulas. Superan las barreras de la
distancia y el aislamiento.
• Religiosos. La vida religiosa de mucha gente se enriquece mucho gracias a los medios
de comunicación, que transmiten noticias e información de acontecimientos, ideas y
personalidades del ámbito religioso, y sirven como vehículos para la evangelización y
la catequesis.
Abusos
Económicos. Los medios se usan a veces para construir y apoyar sistemas económicos
que sirven a la codicia y a la avidez. El neoliberalismo es un caso típico. En dichas
circunstancias, los medios de comunicación, que deben beneficiar a todos, son
explotados en provecho de unos pocos.
54
Culturales. La crítica condena con frecuencia la superficialidad y el mal gusto de los
medios, no deberían tampoco caer en la vulgaridad o la degradación. No sirve de
excusa afirmar que los medios de comunicación social reflejan las costumbres
populares, dado que también ejercen una poderosa influencia sobre esas costumbres, y,
por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas.
Entre las tentaciones de los medios de comunicación están el ignorar o marginar las ideas y
las experiencias religiosas; tratar a los grupos religiosos legítimos con hostilidad; valorar la
religión y la experiencia religiosa según criterios materialistas. Los actuales medios de
comunicación reflejan la situación posmoderna del espíritu humano, encerrado “dentro de
los límites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo trascendente” (Fides et
ratio, 81).
En síntesis, los medios de comunicación pueden usarse para el bien o para el mal; es
cuestión de elegir. “No conviene olvidar que la comunicación a través de los medios de
comunicación social no es un ejercicio práctico dirigido sólo a motivar, persuadir o vender.
Mucho menos, un vehículo para la ideología. Los medios de comunicación pueden a veces
reducir a los seres humanos a simples unidades de consumo, o a grupos rivales de interés;
también pueden manipular a los espectadores, lectores y oyentes, considerándolos meras
cifras de las que se obtienen ventajas, sea en venta de productos sea en apoyo político. Y
todo ello destruye la comunidad. La tarea de la comunicación es unir a las personas y
enriquecer su vida, no aislarlas ni explotarlas. Los medios de comunicación social, usados
correctamente, pueden ayudar a crear y apoyar una comunidad humana basada en la
justicia y la caridad; y, en la medida en que lo hagan, serán signos de esperanza”91
91
Juan Pablo II, Mensaje para la XXXII Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 1998, n. 4.
55
2.4.3. Algunos principios éticos importantes
Los principios y las normas éticas importantes en otros campos se aplican también a la
comunicación social. Se pueden aplicar siempre los principios de la ética social, como la
solidaridad, la subsidiariedad, la justicia, la equidad y la responsabilidad en el uso de los
recursos públicos y en el cumplimiento de funciones de responsabilidad pública. La
comunicación debe ser siempre veraz, puesto que la verdad es esencial a la libertad
individual y a la comunión auténtica entre las personas.
Incluso a las personas de buena voluntad no siempre les resulta evidente cómo aplicar los
principios éticos y las normas a los casos particulares; hacen falta reflexión, discusión y
diálogo. Ofrecemos las siguientes consideraciones con la esperanza de alentar esta
reflexión y este diálogo entre los responsables de la política de la comunicación, los
comunicadores profesionales, los expertos en ética, los moralistas, los usuarios de la
comunicación y demás personas implicadas.
56
Los comunicadores profesionales deberían participar activamente en la elaboración y
aplicación de códigos éticos de comportamiento para su profesión, en colaboración con
representantes públicos. Los organismos religiosos y otros grupos también deben participar
en este esfuerzo continuo.
Como todos los aprendizajes humanos, los medios de comunicación deben entrar también
en este proceso, para que cada persona tenga un sentido crítico frente a ellos, y su
aprovechamiento contribuya a favorecer todo que destaque el crecimiento personal y
social. Este breve elenco no es sino una aporte para el diálogo:
o Moderación: los destinatarios, sobre todo los más jóvenes, procuren acostumbrarse a la
disciplina y a la moderación en el uso de los medios.
o Comprensión: Pongan, además, empeño en comprender a fondo lo visto y lo oído.
o Dialogo educativo: Hablen de ello con las otras personas (educadores, expertos) y
aprendan a emitir un juicio recto.
o Vigilancia: Es conveniente mantenerse vigilante frente a los espectáculos y lo que se
nos ofrece, que no atente a nuestras convicciones, a la moral, a la fe y las buenas
costumbres. También los padres de familia estén vigilantes en el diálogo con sus hijos
y lo que ellos ven, para orientarlos oportunamente.
o Es necesario la selección de los medios que utilizamos, incluso los establecimientos
educativos deben abordar estos temas de enseñanza sobre la utilización de los medios
de comunicación.
57
a. Comunión.
b. Colaboración al progreso de la convivencia.
c. Revelación de interrogantes y experiencias de la sociedad.
d. Si el fin de los medios es otro (enriquecimiento, manipulación de la opinión,
etc) el desencuentro con la Iglesia será inevitable.
En el terreno de las artes, se debe comunicar el arte antiguo y el nuevo y velar por las
culturas nacionales y las minoritarias. La verdad estética no está por encima de la verdad
moral.
Se debe enriquecer la cultura popular, sin caer en el populismo; debe animarse a las
relaciones personales y no a suplantarlas.
Para evitar la masificación se debe fomentar una opinión pública consciente, activa y
crítica.
b) Deberes de los poderes públicos: Los poderes públicos son los veladores del bien
común; deben sanear el mundo de la comunicación e impedir que se usen los medios para
imponer nuevas ideologías; deben establecerse normas para su uso responsable y
favorecerse el acceso a los medios en condiciones de igualdad de oportunidades. Debe
promocionarse, asimismo, la propia cultura y se debe evitar la manipulación por parte de
los poderosos.94
c) Deberes de los usuarios: Los usuarios tienen el derecho-deber de desvelar las personas e
intereses que hay detrás de cada medio de comunicación. Tienen el deber de ser parte
activa y no meros consumidores de los medios: deben aprender a servirse de ellos, por lo
que están obligados a interpretar, confrontar, valorar y juzgar los mensajes. Si fuera
preciso, deben asociarse para defender sus derechos y vigilar la independencia de los
medios.95
d) Deberes de la Iglesia:
Compromiso interno:
Preparación adecuada para que la evangelización use y se integre en esta nueva cultura.
93
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2497
94
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2498-2499
95
Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2496
58
Dialogo interno dentro de los católicos y del Magisterio con los fieles.
Debe haber una organización adecuada para sacar provecho de las capacidades de los
medios de comunicación.
Compromiso externo:
59
A. AUTOEVALUACIÓN DE LA SEGUNDA UNIDAD.
B. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
C. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARÍA.
60
CAPITULO 3
EL COMPROMISO SOCIO-POLÍTICO
Introducción
Las sociedades modernas necesitan honrados ciudadanos. Don Bosco ya orientaba a sus
jóvenes diciéndoles: “Sed buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Un buen cristiano
tiene que ser un honrado ciudadano. No puede ser un mal ciudadano. Y hay que aprender a
ser “honrado ciudadano”, siendo “estudiante honrado”, un “hijo de familia honrado”, un
“compañero honrado”...
El presente capítulo quiere ser una ayuda para pensar correctamente sobre el proyecto de
sociedad que estamos construyendo, y para esto uno debe primero entender quién es el ser
humano y cuál es su verdadero bien. Además, nos toca vivir en una sociedad concreta y
con hombres concretos. Y ahí debe brillar la honradez personal. Si se es honrado entre
hombres honrados no tiene mucho mérito. El mérito está en ser honrado en un ambiente
socio-político-económico en el que falten hombres ‘siempre y en todo lugar’ íntegros,
honestos, honrados...
La política debe contribuir para lograr un equilibrio social, defender a los más pobres desde
el bien común y desde la solidaridad. Esta es la lucha más importante de los derechos
humanos. La Iglesia trabaja para que los cristianos nos constituyamos en defensores de los
derechos humanos y ser constructores de paz.
Sumario
1. La Democracia y los sistemas políticos.
2. Los Derechos Humanos.
3. Ecología
4. La paz.
61
DESARROLLO
62
Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino
que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos
democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre,
la exaltación del “bien común” como fin y criterio regulador de la vida política. Si no
existe un consenso general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y
se compromete su estabilidad.
La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el
relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para
establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores: “Hoy se tiende a afirmar que el
agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental
correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de
conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista
democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable
según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe
una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las
convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una
democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto,
como demuestra la historia”.97 La democracia es fundamentalmente un ordenamiento y,
como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter moral no es automático, sino que depende
de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano,
debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios
de que se sirve.98
97
Ibid.
98
Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae, 70
99
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 44.
100
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2236.
63
síntesis y de mediación en vistas al bien común, que constituye una de las finalidades
esenciales e irrenunciables de la autoridad política.
Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más
graves 102 porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la
justicia social; compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo
negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente
desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de
los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de
las instituciones. La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones
representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones
clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las opciones políticas
favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e
impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos.
101
Cf. Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 42
102
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 44
103
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 5
104
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 41
64
realización del derecho a la objetividad en la información, 105 merece particular atención el
fenómeno de las concentraciones editoriales y televisivas, con peligrosos efectos sobre
todo el sistema democrático cuando a este fenómeno corresponden vínculos cada vez más
estrechos entre la actividad gubernativa, los poderes financieros y la información.
El partido político sirve más bien para recoger y organizar las instancias, las ideas, los
proyectos, las propuestas que se elaboran en la sociedad civil, de sintetizarlas en un
programa político y colocarlas así en relación con las instituciones. Sin los partidos la
sociedad civil y las instituciones no tendrían un instrumento para una mutua relación,
permanecerían sordas y ciegas la una de la otra o también entrarían en relaciones de tipo
poco democrático y, todavía más, no democrático.
Pero junto a esta función principal, el partido debería llevar consigo otras funciones más
importantes. Debería ser un instrumento de educación política de los ciudadanos y, por
consiguiente, un instrumento de participación; estar abierto a la participación de la base;
debería tener contacto con las personas y la sociedad civil, no encerrarse en sí mismo o,
todavía peor, temer la participación en cuanto que podría cuestionar las relaciones de
poderes internos en el partido mismo. El partido debería tener en su interior una estructura
democrática, ser lugar de elaboración política y de construcción de proyectos, lugar de
debates y de confrontación de ideas y de programas. De esta manera, el partido es un
instrumento útil para formar a los ciudadanos en la vida democrática, en la participación
política, en las virtudes cívicas y también instrumento de educación y formación de las
clases dirigentes.
Como se ve desde esta observación, la DSI no acepta una visión economicista por medio
de cual el partido confecciona un producto que pone después en el mercado político y el
elector es como un comprador en el supermercado que escoge entre las diversas ofertas de
productos.
105
Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris:
65
La importancia del partido político no debe, sin embargo, hacer olvidar también sus límites
y sus posibles degeneraciones. Sucede muchas veces que los partidos han ocupado
excesivamente por un lado a la sociedad civil y por otro a las instituciones, invadiendo
ámbitos y esferas que no le corresponden. De esta manera, se sofoca la autonomía de los
cuerpos intermedios presentes en la sociedad civil, y las instituciones han perdido sus
características propias de estar sobre las partes, de estar al servicio de todos los ciudadanos.
Cuando esto sucede, se corre el riego de minusvalorar el mismo Estado de derecho, sobre
el que se funda, como afirma Juan Pablo II, la verdadera democracia.
No hay que olvidar, sin embargo, que esto puede suceder no sólo por culpa de los partidos,
sino también de la sociedad civil, la cual a menudo no reivindica su autonomía también
política y se pone al abrigo de uno o de otro partido. Puede suceder además que venga a
menos la conciencia política colectiva del bien común, del sentido de ser "comunidad"
política, por incapacidad, es decir, por no ver lo que nos une y sólo ver lo que nos divide.
Cuando esto sucede entran en crisis las instituciones, ya que los ciudadanos no logran
comprender cómo y por qué deban existir las instituciones sobre los partidos para
representar los intereses de todos.
Los partidos están fisiológicamente en lucha política entre ellos. Esto, sin embargo, no
debería hacernos olvidar que la actitud de conflicto político está en orden al bien común y
jamás se debería preferir el interés de un grupo o de un partido sobre el bien común.
66
El concepto de ciudadanía sobrepasa el de tener unos conocimientos básicos en temas de
cultura básica común, para ahondar en el terreno de los valores y las actitudes que se
pondrán en práctica en acciones y decisiones diarias. Esta educación ha de ser
permanentemente un referente indirecto que da sentido a la propia educación. No desde la
– tradicional – moralización de la sociedad, de triste recuerdo en nuestro contexto, sino
caminando hacia la construcción de un concepto integral de educación ético–cívica, que
supera viejas concepciones y prejuicios, para entenderla como un componente esencial de
una sociedad democrática no mecanicista ni formalizada/ritualizada y vaciada de
contenido. Se propone una visión de la educación cívica global que implica otra nueva
escuela para una nueva sociedad, en la que el que tenga como eje central los valores
democráticos, desde una educación democrática que atienda/integre productivamente
diversas dualidades: cognición y afectividad, ciencia y vida, autonomía e
interdependencia, respeto y norma común…
En una reciente obra, Linda Darling – Hammond (2001), articula una reflexión que
pretende asumir y provocar el estimulante reto de “hacer virar el discurso de la enseñanza
y de los proyectos de centros, etc. hacia su verdadero sentido: aprender; pero no
cualquier aprendizaje”. El aprendizaje es un derecho fundamental de todo alumno, que ha
de estimularse para ayudar a desarrollar ciudadanos libres, autónomos, capaces… y no
esponjas dispuestas a llenar sus cerebros de contenidos. En estos estándares no se puede
olvidar que su funcionalidad no es catalogar, clasificar o certificar, sino ponerse también al
servicio, como los propios procesos de enseñanza–aprendizaje, de la comprensión y el
desarrollo de los alumnos, para que sea posible un aprendizaje activo y profundo, con un
rendimiento “auténtico”, valorando la diversidad personal, cultural y del aula, creando
oportunidades para el aprendizaje cooperativo, (Escudero, 2002).
Educar a la ciudadanía, hoy en día no es atender a una mayoría, sino a todos. Y el reto más
actual, estriba en hacerlo desde principios de equidad. Así toma especial interés la idea de
“todos tienen derecho a un buen aprendizaje” o lo que es lo mismo, alcanzar un justo
equilibrio entre equidad y calidad.
Con una ética más comprometida socialmente, desde esta perspectiva, toma relevancia el
compromiso con las clases más desfavorecidas como signo de calidad en un sistema de
educación público y democrático, así como la emergencia del derecho a aprender por
encima de otros derechos que parecen esgrimirse cuando se habla de educación. Será, pues,
en torno a estos estándares democráticos de calidad, como será posible replantear y
reconstruir una visión de la “orientada” educación, como norte básico a ofrecer al
profesorado, a asesores, a administradores y a cuanto personal incide en la educación para
que diseñen, reestructuren, reflexionen, evalúen y hagan posible “el mejor aprendizaje para
todos”.
Esta labor no puede quedar reducida a la escuela, como tampoco puede suponer que ésta
pase de puntillas sobre el trasfondo que en estas finalidades se encierran. Como afirma
Tedesco (2000), sin asegurar ciertos niveles básicos de equidad en los primeros años de la
vida – asociada a derechos primarios y a condiciones materiales, sociales y familiares que
posibiliten un desarrollo cognitivo y afectivo básico y una primera socialización potente –
se está coartando bastante la potencialidad de educabilidad de los sujetos. Por lo que son
necesarias otras medidas sociales de choque y asegurar una escolarización temprana de
calidad. Y éste es un reto del que primordialmente deben responder los poderes públicos,
con la necesaria educación y participación ciudadana (Freire, 1994).
67
3.1.8. La comunidad cristiana y la política
Después de hacer estas consideraciones debemos decir que la Iglesia no es una comunidad
política, no se confunde con ningún sistema político. Sin embargo, su presencia en la
historia del hombre no puede dejar de tener influjo sobre la comunidad política en cuanto
la palabra de salvación de Cristo contempla la historia entera y la humanidad entera. El
Concilio ha esclarecido que la obra redentora de Cristo “si bien por naturaleza tiene como
fin la salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el orden
temporal”.106
La Iglesia, en virtud del misterio del Verbo Encarnado, tiene ”una auténtica misión
secular" (CL 15). Respeta la autonomía legítima de las realidades humanas, su laicidad, y
por consiguiente, respeta también la laicidad de la política, pero al mismo tiempo no puede
abandonar su misión de evangelizar también la política. Instrumento esencial para este
trabajo es la doctrina social de la Iglesia, la cual es precisamente el instrumento de
evangelización para las realidades temporales, y la acción de la comunidad cristiana
dirigida a este fin se llama pastoral social y política.
La comunidad cristiana ofrece a la política dos servicios principales, uno crítico y uno
propositivo. El crítico consiste en recordar constantemente a la política que el hombre “no
está limitado al solo horizonte temporal”108, el cual tiene una “trascendente dignidad” que
cualquier sistema político debe respetar, y que ello se le debe en cuanto hombre antes que
como ciudadano o en cuanto tal ciudadano, porque existen exigencias de justicia y de
derecho de la persona que se imponen a cualquier sistema político.
La comunidad cristiana, por tanto, no puede convertirse en un fermento crítico más que
teniendo viva la tensión hacia la trascendencia, lo que le impide encerrarse en la política
misma y transformarla en ideología.
106
Apostolicam Actuositatem n. 5.
107
cfr. OA 48
108
GS 76
68
autoridad civil.109 Los laicos cristianos se obligan entonces, más aún, deben comprometerse
directamente en el campo político.
La Gaudium et Spes invita, sin embargo, a no confundir cuando los fieles “aislada o
asociadamente, llevan a cabo (acciones políticas) a título personal, como ciudadanos de
acuerdo con su conciencia cristiana, y la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en
comunión con sus pastores”.110
109
cfr. GS 76
110
GS 76
111
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2 de octubre de 1979), 7
112
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 27
113
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris
114
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3
115
Pablo VI, Mensaje a la Conferencia Internacional sobre los Derechos del Hombre (15 de abril de 1968)
69
Inalienables, porque “nadie puede privar legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus
semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza.”116
Las enseñanzas de Juan XXIII, del Concilio Vaticano II, de Pablo VI han ofrecido amplias
indicaciones acerca de la concepción de los derechos humanos delineada por el Magisterio.
Juan Pablo II ha trazado una lista de ellos en la encíclica Centesimus annus: “El derecho a
la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la
madre después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un
ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad; el derecho a madurar la
propia inteligencia y la propia libertad a través de la búsqueda y el conocimiento de la
verdad; el derecho a participar en el trabajo para valorar los bienes de la tierra y recabar del
mismo el sustento propio y de los seres queridos; el derecho a fundar libremente una
familia, a acoger y educar a los hijos, haciendo uso responsable de la propia sexualidad.
Fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida
como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad
trascendente de la propia persona”.117
Inseparablemente unido al tema de los derechos se encuentra el relativo a los deberes del
hombre. Frecuentemente se recuerda la recíproca complementariedad entre derechos y
deberes, indisolublemente unidos, en primer lugar en la persona humana que es su sujeto
titular.119 Este vínculo presenta también una dimensión social: “En la sociedad humana, a
un determinado derecho natural de cada hombre corresponde en los demás el deber de
reconocerlo y respetarlo”.120 El PSI subraya la contradicción existente en una afirmación de
los derechos que no prevea una correlativa responsabilidad: “Por tanto, quienes, al
reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia
debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen.121
116
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 3
117
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47
118
Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 2
119
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26
120
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris
121
Ibid.
70
La solemne proclamación de los derechos del hombre se ve contradicha por una dolorosa
realidad de violaciones, guerras y violencias de todo tipo: en primer lugar los genocidios y
las deportaciones en masa; la difusión por doquier de nuevas formas de esclavitud, como el
tráfico de seres humanos, los niños soldados, la explotación de los trabajadores, el tráfico
de drogas, la prostitución: “También en los países donde están vigentes formas de gobierno
democrático no siempre son respetados totalmente estos derechos”.122
Existe desgraciadamente una distancia entre la “letra” y el “espíritu” de los derechos del
hombre123 a los que se ha tributado frecuentemente un respeto puramente formal. La
doctrina social, considerando el privilegio que el Evangelio concede a los pobres, no cesa
de confirmar que “los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para
poner con mayor liberalidad sus bienes al servicio de los demás y que una afirmación
excesiva de igualdad “puede dar lugar a un individualismo donde cada uno reivindique sus
derechos sin querer hacerse responsable del bien común”.124
1. Relación mutua entre la Iglesia y el mundo (GS 40,3). Esta relación entre la Iglesia y el
mundo tiene como fundamento la dignidad de la persona humana, la misma comunidad
humana basada en la dimensión social de la persona y la misma actividad del hombre que,
en su sentido más profundo, se abre a la relación con la creación, con los demás y con
Dios. Esto puede verse, en el terreno de los principios, en Gaudium et Spes, 40 y en
multitud de declaraciones y escritos; y, en el terreno práctico, tanto en los acuerdos Iglesia-
Estado como en las declaraciones estatutarias y prácticas de las instituciones sociales de la
Iglesia (Cáritas, Manos Unidas, etc.)
122
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 47
123
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17
124
Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 23
125
Cf. Pontificia Comisión « Iustitia et Pax », La Iglesia y los derechos del hombre, 70-90, Tipografía
Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1975, pp. 49-57.
126
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41
71
Por otra parte, la dimensión terrena de la Iglesia, comunidad formada por seres humanos,
hace que esté abierta y tienda a formar una familia con todos los hombres 127. De esta
manera, la Iglesia es una sociedad en el mundo con una misión universal, visible y social y,
por esta razón, la Iglesia deberá caminar con toda la humanidad siendo fermento y alma de
la misma haciendo esfuerzos para renovarse y transformarse continuamente.
La colaboración y la relación de la Iglesia con el mundo pertenece, por una parte, al campo
del sentido, ya que puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre y
a su historia.
2. Ayuda de la Iglesia a cada hombre (GS 41). Pero la búsqueda del sentido no es sólo ni
prioritariamente tarea de la sociedad. Es antes de nada una tendencia de cada persona. En el
camino del hombre hacia el encuentro con su propio destino y con el desarrollo pleno de su
personalidad, la Iglesia aporta una razón de sentido, descubre al hombre el sentido de la
propia existencia, ya que sabe que sólo Dios puede saciar las aspiraciones profundas del
corazón humano.
Por otra parte, en esta clave de sentido, la Iglesia desde lo más genuino de su misión
evangelizadora presenta las razones que son fruto del deseo religioso del hombre de
responder a las preguntas por el sentido de la vida, de su quehacer y de su muerte. La
Iglesia ayuda a toda persona a buscar en el misterio de Cristo las respuestas verdaderas a
sus preguntas.
«La Iglesia, pues, en virtud del evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del
hombre y reconoce y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está
promoviendo por todas partes tales derechos». La Iglesia quiere que tales derechos asuman
la dimensión divina que está presente en Aquel que los liberó para la libertad.
Desde estas dos realidades nos acercamos a los derechos humanos. Los derechos del
hombre son una de estas realidades que dominan en el ámbito de la vida social cuya
descripción está marcada por la característica de su autonomía. Esta exige respeto, se
impone ante su posible negación o supresión e indica una jerarquía de valores. El ámbito
de los derechos del hombre es histórico porque histórico es el ser humano y en la historia
se expresa su verdad. Los derechos humanos aparecen en la historia unidos a
transformaciones concretas, estructuradas desde el campo económico, social y político 128.
En un mundo en continua transformación los derechos humanos crecerán hasta el fin de la
historia129. Esta autonomía y crecimiento continuo tienen como resultado el carácter
situacional de la moral de los mismos derechos.
127
J. B. Metz, 'Memoria Passionis. Una exhortación a la responsabilidad moral', en Staurós. Teología de la
Cruz 29 (1998) 5-9.
128
Comisión Pontificia Iustitia et Pax, La Iglesia y los derechos del hombre, 19.
129
J. Moltmann, La justicia crea futuro, Política de paz y ética de la creación en un mundo amenazado 66,
Santander 1988.
72
La Iglesia, en el diálogo respetuoso con cada entidad política (Estados, Gobiernos, partidos
políticos, etc.), contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en
el seno de cada sociedad. Por ello, respeta y promueve la libertad y la responsabilidad
política del ciudadano y de los grupos políticos. La libertad, la igualdad y la solidaridad
son los tres valores que sustentan y aseguran el respeto a la dignidad de la persona humana.
En este sentido, «el respeto de los derechos humanos no comporta únicamente su
protección en el campo jurídico sino que debe tener en cuenta todos los aspectos que
emergen de la noción de dignidad humana, que es la de todo derecho»130.
Centrados en un terreno práctico, los fieles de la Iglesia deberían conocer con más
precisión el engranaje y el movimiento de las actividades que diversas instituciones laicas
realizan de cara a la defensa de tales derechos. Estas instituciones tienen un ámbito
nacional, internacional, ecuménico e intraeclesial. Elegimos estas fronteras de lucha en
favor de los derechos en las que, por una parte, el cristiano puede colaborar como un
ciudadano más y, por otra, la misma eclesialidad marca el lugar propio del compromiso.
1. Ámbito nacional. El carácter ético de los derechos humanos cobra interés nacional a
partir de la Segunda Guerra Mundial. Poco a poco se consigue que los derechos humanos
ocupen un lugar en las “Constituciones” políticas y en el derecho que regulan la vida de
cada nación131 y en la conciencia local de los ciudadanos y creyentes por su mayor
sensibilidad ante las masacres del gran acontecimiento bélico del siglo.
Aparecen, por tanto, Constituciones nacionales que tienen por objeto la defensa de los
derechos humanos a todos los niveles. Existen varias asociaciones, gubernamentales y no-
gubernamentales, preocupadas de la defensa de tales derechos: Amnistía Internacional,
Asociación pro Derechos Humanos, el Defensor del pueblo. También la Iglesia ha creado
una institución peculiar dedicada directamente a buscar este valor: Justicia y Paz. Entre sus
actividades cuenta con la organización de actos relacionados con la paz y el desarrollo, con
la solidaridad y la difusión de la enseñanza católica en favor de la justicia y la paz, y con la
participación en convenciones internacionales dedicadas a la defensa de los derechos
humanos. Instituciones políticas, movimientos sociales y religiosos van configurando el
mapa de concienciación de cada nacionalidad en favor de los derechos humanos.
Pero no sólo existen asociaciones. También hay campos y objetivos concretos de denuncia
de la violación de estos derechos: las torturas y malos tratos a la personas detenidas, las
condiciones de vida de los encarcelados en los establecimientos penitenciarios, la defensa
de los objetores de conciencia y el reconocimiento de sus derechos, la protección de las
personas afectadas por el paro y el desempleo, el amparo a los que se sienten dañados por
los retrasos y otras anomalías de la administración de justicia, la denuncia de aquellas
condiciones de vida poco favorables al pleno reconocimiento de los derechos
fundamentales del hombre. La Iglesia debería estar más presente en estos foros nacionales
y superar la “fuga mundi” hacia la liturgia y la catequesis, es decir, debería optar por ser en
verdad Iglesia samaritana.
130
Juan Pablo II, «De la justicia de cada uno nace la paz para todos», 1-1-1998, o. c., 371-381.
131
Cf. Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, aunque la dimensión nacional había ido
configurando el espíritu de los ciudadanos después del medioevo con la aparición de las nacionalidades.
73
En este ámbito, la Iglesia muestra características propias en cada nación que, favoreciendo
el compromiso individual, se extienden desde la experiencia de la Iglesia local hasta llegar
a las propuestas de las diversas conferencias episcopales: las comunidades, los
movimientos apostólicos, los escritos de los obispos y la conciencia individual son
portadores de este compromiso.
De aquí se deduce que todos los hombres y mujeres y todos los pueblos, incluidos los más
débiles, tienen derecho a ser sujetos activos y responsables en el desarrollo de sí mismos y
de la creación entera133.
La Santa Sede cuenta, como se ha dicho, con la comisión «Justicia y Paz», creada por
Pablo VI y encargada de promover la defensa de los derechos humanos. De todos modos,
esta defensa tiene un campo amplio de aplicación. Hay grandes organizaciones que se
dedican a diversas tareas dentro de la realidad eclesial como las de informar de las
situaciones de injusticia, promover y financiar planes de mejora de la calidad de vida y
promover la cultura...136. En este ámbito, la Iglesia opera con gran energía a través de la
132
Ecclesia 2401-2 (17-12-1988) 1790.
133
Cf. Comisión Episcopal de Pastoral Social, La declaración Universal de los Derechos Humanos. Un
signo del Espíritu de nuestro tiempo, Madrid 1998, 23.
134
M. Spiekera, 'Socialismo y libertad. De los límites de las declaraciones eurocomunistas sobre derechos
fundamentales', en Tierra Nueva 10 (1981) 3817-31; I. Fucek, 'Il fondamento dei diritti umani nei
documenti internazionali', en Civiltà Cattolica 133 (1982) IV, 548.
135
Juan Pablo II, Discurso en la ONU de 1979. Cf IFCU, Human Rights. ed FCU, Paris 1989, III-VI.
136
Vgr., Cor Unum, Caritas Internacional, Pro Vida, Manos Unidas, Paz Christi, etc.
74
Doctrina Social de la Iglesia, la diplomacia, escritos magisteriales, la vida eclesial y otras
actividades intraeclesiales y su presencia misionera en el Tercer Mundo y entre las bolsas
de pobreza del Primer Mundo.
3. Ámbito ecuménico. Es significativa la tarea realizada en este ámbito. Está descrita por
las características propias que la definen. El Consejo Mundial de las Iglesias es el
organismo encargado de canalizar esta acción. En las últimas asambleas del Consejo
Mundial de las Iglesias encontramos enunciados varios compromisos que impulsan este
respeto en favor de los derechos humanos: la adopción de un sistema de valores que tenga
como fundamento la justicia, la paz y el cuidado .de la creación; la promoción y la
solidaridad con los movimientos en favor de la liberación de los pobres y de los oprimidos.
La Asamblea Ecuménica Europea, celebrada en Basilea los días 15-21 de mayo de 1989 ha
querido presentar la dimensión ecológica en relación con la paz y la justicia para toda la
creación así como el papel de los cristianos en la salvaguarda de la creación. El mensaje
final, bastante realista y esperanzador, hace una invitación y una llamada a la lucha en
favor de los derechos del hombre, para construir la justicia y la paz como caminos de
renovación de la creación y formas plenamente humanas de superar la crisis ecológica137.
La misión de la Iglesia, como el Sínodo de 1971 nos dejó dicho, «implica la defensa y
promoción de la dignidad y de los derechos fundamentales de la persona humana»138. Esta
misión tiene como exigencias el discernir y acoger el compromiso histórico, el servir a los
pobres, el combatir los mecanismos perversos (SRS 40) y una praxis evangelizadora139.
En este sentido, el laicado cristiano debería participar en las organizaciones que promueven
este derecho económico, social y cultural. Los laicos pueden impulsar y luchar para que las
legislaciones de cada país realicen en todo tiempo una política de atención a los
marginados en la adquisición de su desarrollo integral y pueden participar en la educación
y promoción de la comunidad haciendo que todos tengan conciencia de sus derechos. En
definitiva hoy seguirá existiendo violación de los derechos humanos mientras los cristianos
no tomen en serio su deber de compromiso con las realidades terrenas en occidente.
137
Cf Paz Con justicia, o. c.; H. Vall, 'La Iglesia y la defensa del planeta', en A. Galindo, Ecología y
Creación. Fe cristiana y defensa del planeta, Salamanca 1991, 237-320.
138
Sínodo de Obispos 1971, «La justicia en el mundo», II, 1.
139
Comisión Episcopal de Pastoral Social, o.c., nn. 28-34.
75
Con motivo de la celebración del 25 aniversario de la Declaración de los Derechos
Humanos, Pablo VI afirmaba que «no puede existir paz verdadera donde no hay respeto,
defensa y promoción de los derechos del hombre. Si una tal promoción de los derechos de
la persona conduce a la paz, al mismo tiempo la paz favorece su realización»140.
Asimismo, Juan Pablo II recordaba esta doctrina de su antecesor afirmando que “mediante
una doctrina clara y convincente el Papa decía a todos ‘los hombres de buena voluntad’
que era necesario construir la paz y que no se podía llegar a este objetivo sino mediante el
respeto de los derechos humanos, en la verdad, la justicia, la caridad y la libertad”141.
La lucha en favor de la paz ha sido una tarea continua de la Iglesia y de sus fieles. Desde el
ámbito personal y local hasta el nacional e internacional, los cristianos han luchado en
favor de la reconciliación y del perdón. Sus estrategias han tenido una motivación profunda
recibida de su fundador: el perdón al enemigo, y las estrategias comunes a otras instancias
sociales y antropológicas, la creación de caminos de paz, la participación en grupos
pacifistas, los encuentros de paz, las mediaciones políticas de alto nivel y la eliminación de
las injusticias que promueven la guerra y la violencia.
3.3. Ecología.
Llevamos muchos siglos reconociendo que el mundo creado es la casa (oikós) del ser
humano. Y hace mucho que habíamos tratado de encontrar un instrumento racional para
manejar sus recursos. A la ciencia que estudiaba esas medidas la llamaron Economía. La
palabra Ecología aparece por primera vez en el año 1866 en una nota a pie de página, en la
obra de Ernst Haeckel. Desde allá nos hemos dado cuenta de que era preciso iniciar una
seria reflexión sobre las relaciones existentes entre los seres vivos y su ambiente, así como
entre ellos mismos. La Ecología es un neologismo formado a partir de las palabras griegas,
“oikos” y “logos” y significa “ciencia del hábitat” o “ciencia de la casa”.
Por respetables que sean, esas dos palabras comienzan ahora a adquirir unas connotaciones
un tanto novedosas. La Economía nos sugiere no sólo las estrategias que los humanos
adoptamos para sacar el mejor fruto posible a los bienes de la tierra, sino que nos evoca la
140
«L'Osservatore Romano», 12-12-1973.
141
Juan Pablo II, 'A los participantes en la asamblea de la Pontificia Comisión Justicia y Paz', en Ecclesia
2401 (1988) 1809.
76
normatividad (nomos) que el medio ambiente nos impone para poder seguir siendo lo que
es y para permitir que los humanos lo seamos de verdad. La Ecología, por otra parte, nos
recuerda la necesidad de articular una reflexión coherente – es decir, un logos - sobre la
casa cósmica en la que se desarrolla la peripecia de la vida en general y la de la vida
humana en especial.
Pero el estudio de las relaciones del ser humano con la comunidad biótica y su “soporte”
cósmico habría de suscitar necesariamente un sentimiento nuevo y una reflexión sobre las
responsabilidades éticas que al ser humano le corresponde con relación al planeta y a sus
habitantes. Apostamos, pues, por una especie de Ecopatía, o nueva sensibilidad ante la
casa cósmica de la vida, y por una Ecoética, que incluya tanto la reflexión como las
directrices prácticas sobre los deberes morales que incumben al ser humano con relación a
su ambiente. De hecho, ha nacido ya hace años una ética medioambiental,
paradigmáticamente reflejada en la que Aldo Leopold llamaba “ética de la tierra”142.
La Iglesia ha tenido que asomarse a este campo con un cierto talante apologético, para
responder a los que achacan el deterioro ambiental a un antropocentrismo de cuño bíblico.
Se dice que la comprensión del hombre como imagen de Dios lo habría convertido en un
dueño despótico del medio143. Sin embargo, la Iglesia no puede limitarse a hacer
apologética. Corresponde a la Antropología Cristiana mostrar el aprecio que el mundo, en
cuanto creación de Dios, merece para los creyentes en el Dios Creador. Y corresponde a la
Ética subrayar la responsabilidad que al ser humano le compete frente al mundo que es su
casa. Nuestro abuso de la naturaleza no se debe a nuestra fe, sino a nuestra falta de fe.
Nuestra reciente depredación de la naturaleza se relaciona íntimamente con nuestro
habitual encogimiento en la esperanza y nuestra incapacidad de imaginar el futuro desde la
fe y el amor responsable144.
77
hombre del estado de “creaturalidad” y con él aguarda la revelación pascual del Señor.
Evidentemente, en esta clave creacional, el señorío del hombre sobre el mundo no significa
un salvoconducto para la explotación inmoderada del mismo mundo y sus otros habitantes
no personales.
La Iglesia, a través del Magisterio papal, aun sin citar la palabra “ecología”, ha dedicado
atención permanente a los problemas ambientales y los ha convertido también en “cuestión
social”. Agrupamos en tres períodos las manifestaciones eclesiales.
De León XIII a Pio XII (1891-1958), lo que constatan es que el progreso científico y
tecnológico no puede esconder las huellas del Creador que ha puesto en las manos del
hombre toda la creación para beneficio de todos. Muestran su inquietud en que los bienes
de la tierra están para el disfrute de todos los hombres sobre la tierra, lo que lleva al
creyente, en una actitud contemplativa, a respetar el orden existente y a cuidar de la
naturaleza, antes que degradarla haciendo uso egoísta y desordenado de la misma.
Constatan que la propiedad privada de la tierra, los efectos ambivalentes del progreso
científico y tecnológico, y la industrialización indiscriminada e irrespetuosa con el mundo
rural, han alterado gravemente la armonía impresa por Dios en las cosas.
La Mater et magistra, todavía sin citar el término ecología, Juan XXIII, cercano y atento a
los problemas del campo, da el primer apunte ecológico moderno (1961) El mandato
bíblico “dominar la tierra” no tiene significado depredador; al contrario, conscientes de los
desniveles entre dependencia de los pueblos y la dimensión mundial de estos problemas,
los bienes materiales están destinados a satisfacer las necesidades de la vida humana (MM
196-197), de acuerdo a una correcta concepción del desarrollo que debe dar prioridad a
cuanto se refiere a la dignidad del hombre.
78
Juan Pablo II, ya desde su primera encíclica Redemtor hominis (1979), recoge la singular
herencia anterior, y habla de la Creación que “gime y sufre” dañada por la contaminación y
la explotación para fines industriales y militares (RH 8 y 15).
Y, ese mismo año, nombra a Francisco de Asís (1.182) “patrono de los ecologistas”,
porque vivió con sencillez, contra el poder y la dominación, y porque es un ejemplo de
armonía cósmica, de comunión con todas las criaturas.
La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del
deber, común y universal, de respetar un bien colectivo,145 destinado a todos, impidiendo
que se puedan « utilizar impunemente las diversas categorías de seres, vivos o inanimados
—animales, plantas, elementos naturales—, como mejor apetezca, según las propias
exigencias ».146 Es una responsabilidad que debe crecer, teniendo en cuenta la globalidad
de la actual crisis ecológica y la consiguiente necesidad de afrontarla globalmente, ya que
todos los seres dependen unos de otros en el orden universal establecido por el Creador:
145
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 40
146
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34
79
“Conviene tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema
ordenado, que es precisamente el cosmos”.147
El contenido jurídico del derecho a un ambiente natural seguro y saludable será el fruto de
una gradual elaboración, solicitada por la opinión pública, preocupada por disciplinar el
uso de los bienes de la creación según las exigencias del bien común y con una voluntad
común de instituir sanciones para quienes contaminan. Las normas jurídicas, sin embargo,
no bastan por sí solas; junto a ellas deben madurar un firme sentido de responsabilidad y un
cambio efectivo en la mentalidad y en los estilos de vida.
80
con las cuestiones del desarrollo y el ambiente, exige la responsabilidad política de los
Estados, de la Comunidad Internacional y de los agentes económicos; estas
responsabilidades deberán ser iluminadas y guiadas por la búsqueda continua del bien
común universal.
La relación que los pueblos indígenas tienen con su tierra y sus recursos merece una
consideración especial: se trata de una expresión fundamental de su identidad.154 Muchos
pueblos han perdido o corren el riesgo de perder las tierras en que viven,155 a las que está
vinculado el sentido de su existencia, a causa de poderosos intereses agrícolas e
industriales, o condicionados por procesos de asimilación y de urbanización.156 Los
derechos de los pueblos indígenas deben ser tutelados oportunamente.157 Estos pueblos
ofrecen un ejemplo de vida en armonía con el medio ambiente, que han aprendido a
conocer y a preservar:158 su extraordinaria experiencia, que es una riqueza insustituible para
toda la humanidad, corre el peligro de perderse junto con el medio ambiente en que surgió.
Los graves problemas ecológicos requieren un efectivo cambio de mentalidad que lleve a
adoptar nuevos estilos de vida, “a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la
belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común,
sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las
inversiones”. 159 Tales estilos de vida deben estar presididos por la sobriedad, la templanza,
la autodisciplina, tanto a nivel personal como social. Es necesario abandonar la lógica del
mero consumo y promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el
orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. Una actitud
semejante, favorecida por la renovada conciencia de la interdependencia que une entre sí a
todos los habitantes de la tierra, contribuye a eliminar diversas causas de desastres
ecológicos y garantiza una capacidad de pronta respuesta cuando estos percances afectan a
pueblos y territorios.160 La cuestión ecológica no debe ser afrontada únicamente en razón
de las terribles perspectivas que presagia la degradación ambiental: tal cuestión debe ser,
principalmente, una vigorosa motivación para promover una auténtica solidaridad de
dimensión mundial.
154
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los pueblos autóctonos del Amazonas, Manaus (10 de julio de 1980)
155
Cf. Juan Pablo II, Homilía durante la liturgia de la Palabra para la población autóctona del Amazonas
peruana (5 de febrero de 1985), 4
156
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los aborígenes de Australia (29 de noviembre de 1986), 4
157
Discurso a los pueblos autóctonos de Ecuador (31 de enero de 1985)
158
Cf. Juan Pablo II, Discurso a los aborígenes de Australia (29 de noviembre de 1986), 4
159
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36
160
Cf. Juan Pablo II, Discurso al Centro de las Naciones Unidas, Nairobi (18 de agosto de 1985), 5
81
3.3.5. Para una práctica concreta desde los jóvenes
Los jóvenes son los que tienen la fuerza del cambio. Deberán replantearse la actitud del
hombre ante la naturaleza, el papel de la técnica, el problema del crecimiento y el uso de
los recursos. La Ecología ha de convertirse al fin en Ecoética. La cuestión ecológica es una
cuestión teológica. En ese contexto de fe, será preciso analizar las relaciones del hombre
con el ambiente a partir de las claves del dominio, la participación y la custodia del medio
por parte del ser humano como puente entre Dios y la naturaleza161. Desde la fe cristiana,
ese estar-en-sí, que es propio del ser humano, y su estar-en-elmundo, se abre a la
asombrosa dignidad de estar-ante-Alguien. La persona es alguien delante de Dios.
Por lo tanto, ante la crisis ecológica son necesarias respuestas conjuntas que generen
nuevas relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza. La mayor atención dedicada
a la ecología y la calidad de vida, signo de nuestros días, debe llevar a la defensa de la
“cultura de la vida” frente a la “cultura de la muerte”.
3.4. La paz
"En la actual coyuntura histórica, construir la paz aparece como la realización más elevada
de la cultura. La paz es esencialmente obra de la conciencia clara de los hombres. No hay
paz sin cultura humana y sin la paz la cultura no podría sobrevivir. Una verdadera cultura
de la paz se podrá instaurar únicamente por la humanización de nuestras sociedades. No
existe un objetivo más urgente ni más difícil. Pero no olvidemos que la cultura es
igualmente una forma de esperanza"162.
161
Cf. BARBOUR, en M. TALLACCHINI (ed.), Etiche della Terra. Antologia di filosofia dell’ambiente,
98-100.
162 CARRIER, Hervé. Evangelio..., op. cit., pág. 66.
82
3.4.1. La nobilísima y auténtica noción de paz
La vivencia y el cultivo de la paz obliga a todos los hombres. “la paz jamás es una cosa del
todo hecha, sino un perpetuo quehacer” como tampoco la paz escapa a la herida del
pecado, “el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo y
vigilancia por parte de la autoridad legítima”.
Para lograr esta paz en toda la tierra se requiere: 1) asegurar "el bien de las personas y la
comunicación espontánea entre hombres de sus riquezas" materiales, intelectuales y
espirituales; 2) "respetar a los demás hombres y pueblos" en su dignidad; y 3) un
"apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz".
La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32,17),167 entendida en sentido amplio, como el respeto
del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al
hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta
su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. Para construir
una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los individuos, pueblos y Naciones,
resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos.168
La paz también es fruto del amor: “La verdadera paz tiene más de caridad que de justicia,
porque a la justicia corresponde sólo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño;
pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad”.169
163 Un análisis detenido de la Biblia nos devuelve una rica noción de paz que se puede resumir en cinco
puntos: "1) La paz no es sólo ausencia de guerra o violencia, es como la síntesis de todos los bienes
necesarios o posibles (Shalom). 2) La paz es, a la vez, un don de Dios y una tarea de la que es responsable el
hombre. 3) Como don de Dios, sólo la poseeremos en plenitud al final de la historia; como tarea humana,
exige un esfuerzo constante basado en una voluntad inquebrantable. 4) la paz es una realidad dinámica y
progresiva que, en último término, no puede tener otra base que la verdadera justicia" y, finalmente, 5)
"Jesús, príncipe de la paz, no se contentó con vivir la paz como ausencia de problemas; en su vida queda
bien testificado cómo la verdadera paz no se alcanza si no es haciendo frente a la violencia hasta llegar
incluso a sucumbir ante ella". Id., ibid., pp. 584-585.
164
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1986, 1
165
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 78
166
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 51
167
Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1972
168
Cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1969
169
Gaudium et spes, 78
83
La violencia no constituye jamás una respuesta justa. La Iglesia proclama, con la
convicción de su fe en Cristo y con la conciencia de su misión, “que la violencia es un mal,
que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna
del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la
verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad,
la vida, la libertad del ser humano”.170
Las exigencias de la legítima defensa justifican la existencia de las fuerzas armadas en los
Estados, cuya acción debe estar al servicio de la paz: quienes custodian con ese espíritu la
seguridad y la libertad de un país, dan una auténtica contribución a la paz.171 Las personas
que prestan su servicio en las fuerzas armadas, tienen el deber específico de defender el
bien, la verdad y la justicia en el mundo; no son pocos los que en este contexto han
sacrificado la propia vida por estos valores y por defender vidas inocentes. El número
creciente de militares que trabajan en fuerzas multinacionales, en el ámbito de las
“misiones humanitarias y de paz”, promovidas por las Naciones Unidas, es un hecho
significativo.172
Los miembros de las fuerzas armadas están moralmente obligados a oponerse a las órdenes
que prescriben cumplir crímenes contra el derecho de gentes y sus principios universales.173
Los militares son plenamente responsables de los actos que realizan violando los derechos
de las personas y de los pueblos o las normas del derecho internacional humanitario. Estos
actos no se pueden justificar con el motivo de la obediencia a órdenes superiores.
Los objetores de conciencia, que rechazan por principio la prestación del servicio militar en
los casos en que sea obligatorio, porque su conciencia les lleva a rechazar cualquier uso de
la fuerza, o bien la participación en un determinado conflicto, deben estar disponibles a
prestar otras formas de servicio: “Parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con
sentido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas por motivo de conciencia y
aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra forma”.174
“La primera y más importante labor se realiza en el corazón del hombre, y el modo como
éste se compromete a construir el propio futuro depende de la concepción que tiene de sí
mismo y de su destino. Es a este nivel donde tiene lugar la contribución específica y
decisiva de la Iglesia en favor de la verdadera cultura. Ella promueve el nivel de los
comportamientos humanos que favorecen la cultura de la paz contra los modelos que
anulan al hombre en masa, ignoran el papel de su creatividad y libertad y ponen la
grandeza del hombre en sus dotes para el conflicto y para la guerra. La Iglesia lleva a cabo
este servicio predicando la verdad sobre la creación del mundo, que Dios ha puesto en las
manos de los hombres para que lo hagan fecundo y perfecto con su trabajo y predicando la
verdad sobre la Redención, mediante la cual el Hijo de Dios ha salvado a todos los
hombres y, al mismo tiempo, los ha unido entre sí haciéndolos responsables unos de otros.
170
Juan Pablo II, Discurso en Drogheda, Irlanda (29 de septiembre de 1979), 9
171
Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 79
172
Cf. Juan Pablo II, Mensaje al III Congreso Internacional de Ordinarios Militares (11 de marzo de 1994),
4:
173
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2313
174
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 79
84
La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en favor del
hermano y nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe abrazar a todos
los hombres”175.
3.4.5. El desarme
El terrorismo es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a la
Comunidad Internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y de represalia.183
El terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta. Manifiesta un desprecio total de
la vida humana, y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto el hombre es siempre
85
fin, y nunca medio. Los actos de terrorismo hieren profundamente la dignidad humana y
constituyen una ofensa a la humanidad entera: “Existe por tanto, un derecho a defenderse
del terrorismo”.184 Este derecho no puede, sin embargo, ejercerse sin reglas morales y
jurídicas, porque la lucha contra los terroristas debe conducirse respetando los derechos del
hombre y los principios de un Estado de derecho.185 Pero, la colaboración internacional
contra la actividad terrorista “no puede reducirse sólo a operaciones represivas y punitivas.
Es esencial que incluso el recurso necesario a la fuerza vaya acompañado por un análisis
lúcido y decidido de los motivos subyacentes a los ataques terroristas”.186 “El
reclutamiento de los terroristas resulta más fácil en los contextos sociales donde los
derechos son conculcados y las injusticias se toleran durante demasiado tiempo”.187
1) "Todos han de trabajar para que la carrera de armamentos cese" y "para que comience ya
en realidad la reducción (...) simultánea, de mutuo acuerdo con auténticas y eficaces garan-
tías".
2) Manifiesta su reconocimiento hacia las personas de buena voluntad que “se esfuerzan
por eliminar la guerra (...) aunque no pueden prescindir de la complejidad inevitable de las
cosas” y le pide que “amplíen su mente más allá de las fronteras de la propia nación y
renuncien al egoísmo nacional”.
3) “Promoverlos (sondeos, conversaciones, congresos) con mayor urgencia en el futuro
para obtener resultados prácticos”. Además, no es suficiente confiar en las
responsabilidades de otros, sino que
Porque si los “trabajos que todos podemos llevar a cabo para que nuestra generación
mejore” en la actualidad, no lograran “en el futuro, tratados firmes y honestos sobre la paz
universal”, podríamos llegar “a aquella hora en la que no habrá otra paz que la paz
horrenda de la muerte”.
184
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, 5
185
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 8
186
Ibid.
187
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002, 5
188 Raoul Follerau lanzó una campaña mundial a favor de todos los leprosos. Consistía en "bombardear" con
cartas los gobiernos de USA y URRSS pidiéndoles "un día de guerra para la paz" y no consiguió el objetivo
propuesto.
86
"La Iglesia cuando predica (...) y ofrece los tesoros de la gracia contribuye a la
consolidación de la paz en todas partes". Y también "al conocimiento de la ley divina y
natural". Por este motivo es "absolutamente necesaria [la] presencia de la Iglesia en la
comunidad de los pueblos para fomentar e incrementar la colaboración de todos", mediante
sus instituciones, y con "la plena y sincera colaboración de los cristianos".
La Iglesia enseña que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la
reconciliación. No es fácil perdonar a la vista de las consecuencias de la guerra y de los
conflictos, porque la violencia, especialmente cuando llega “hasta los límites de lo
inhumano y de la aflicción”,190 deja siempre como herencia una pesada carga de dolor, que
sólo puede aliviarse mediante una reflexión profunda, leal, valiente y común entre los
contendientes, capaz de afrontar las dificultades del presente con una actitud purificada por
el arrepentimiento. El peso del pasado, que no se puede olvidar, puede ser aceptado sólo en
presencia de un perdón recíprocamente ofrecido y recibido: se trata de un recorrido largo y
difícil, pero no imposible.191
El perdón recíproco no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos impedir el
camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos
concretos de la reconciliación. Resultan oportunas las iniciativas que tienden a instituir
Organismos judiciales internacionales. Semejantes Organismos, valiéndose del principio de
jurisdicciones universales y apoyadas en procedimientos adecuados, respetuosos de los
derechos de los imputados y de las víctimas, pueden encontrar la verdad sobre los crímenes
perpetrados durante los conflictos armados.192 Es necesario, sin embargo, ir más allá de la
determinación de los comportamientos delictivos, ya sea de acción o de omisión, y de las
decisiones sobre los procedimientos de reparación, para llegar al restablecimiento de
relaciones de recíproco entendimiento entre los pueblos divididos, en nombre de la
reconciliación.193 Es necesario, además, promover el respeto del derecho a la paz: este
derecho “favorece la construcción de una sociedad en cuyo seno las relaciones de fuerza se
sustituyen por relaciones de colaboración con vistas al bien común”.194
La Iglesia lucha por la paz con la oración. La oración abre el corazón, no sólo a una
profunda relación con Dios, sino también al encuentro con el prójimo inspirado por
sentimientos de respeto, confianza, comprensión, estima y amor.195 La oración infunde
189
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 9
190
Juan Pablo II, Carta con ocasión del 50º Aniversario del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, 2
191
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1997, 3
192
Pío XII, Discurso al VI Congreso internacional de derecho penal (3 de octubre de 1953)
193
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 1997, 3. 4. 6
194
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz 1999, 11
195
Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1992, 4
87
valor y sostiene a “los verdaderos amigos de la paz”, 196 a los que tratan de promoverla en
las diversas circunstancias en que viven. La oración litúrgica es “la cumbre a la cual tiende
la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”;197 en
particular la celebración eucarística, “fuente y cumbre de toda la vida cristiana”,198 es el
manantial inagotable de todo auténtico compromiso cristiano por la paz.199
Las Jornadas Mundiales de la Paz son celebraciones de especial intensidad para orar
invocando la paz y para comprometerse a construir un mundo de paz. El Papa Pablo VI las
instituyó con el fin de “dedicar a los pensamientos y a los propósitos de la Paz, una
celebración particular en el día primero del año civil”. 200 Los Mensajes Pontificios para esta
ocasión anual constituyen una rica fuente de actualización y desarrollo de la doctrina
social, e indican la constante acción pastoral de la Iglesia en favor de la paz: “La Paz se
afianza solamente con la paz; la paz no separada de los deberes de justicia, sino alimentada
por el propio sacrificio, por la clemencia, por la misericordia, por la caridad”.201
196
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968
197
Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 10
198
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 11
199
La celebración Eucarística comienza con un saludo de paz, el saludo de Cristo a sus discípulos. El Gloria
es una petición de paz para todo el pueblo de Dios sobre la tierra. En las anáforas de la Misa, la oración
por la paz se estructura rezando por la paz y la unidad de la Iglesia; por la paz de toda la familia de Dios
en esta vida; por el progreso de la paz y la salvación del mundo. Durante el rito de la comunión, la Iglesia
ora para que el Señor dé « la paz en nuestros días » y recuerda el don de Cristo que consiste en su paz,
invocando « la paz y la unidad » de su Reino. La Asamblea ora también para que el Cordero de Dios quite
los pecados del mundo y « dé la paz ». Antes de la comunión, toda la asamblea intercambia un saludo de
paz; la celebración Eucarística se concluye despidiendo a la Asamblea en la paz de Cristo. Son muchas las
oraciones que, durante la Santa Misa, invocan la paz en el mundo; en ellas, la paz se halla a veces
asociada a la justicia, como, por ejemplo, la oración colecta del octavo domingo del Tiempo Ordinario,
con la cual la Iglesia pide a Dios que los acontecimientos de este mundo se realicen siempre bajo el signo
de la justicia y de la paz, según su voluntad.
200
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1968
201
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976
88
A. AUTOEVALUACIÓN DE LA SEGUNDA UNIDAD.
B. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
1. CHAVEZ Pascual, Aguinaldo del Rector Mayor 2008, Quito, 2008, capítulo 3.
2. CONCILIO VATICANO II. Gaudium et Spes: “Situación del hombre en el mundo de hoy
(nn. 4-10); “Dignidad de la persona humana” (nn. 12-22); “La comunidad humana” (nn.
23-32).
3. CONCILIUM. La Iglesia y los derechos humanos. 144 (1979).
4. JUAN PABLO II. Redemptor Hominis, 17 y Centesimus Annus, 17, 21, 24, 47, 54.
5. MOLTMANN, Jürgen. La dignidad humana. Col. "Pedal", 146. Ed. Sígueme. Salamanca,
1983. 80 pp.
C. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA.
89
CAPITULO 4
EL COMPROMISO SOCIO-ECONÓMICO DEL CRISTIANO
Introducción
El cristiano debe preguntarse por la función social de sus bienes. Los bienes están a
disposición de los hombres para que todos puedan ser dominadores y señores en el
universo.
“El hombre....no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como
exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido que no le
aprovechen a él solamente sino también a los demás”.202
Estos límites en el uso de la tierra miran a preservar la justicia y el derecho que todos
tienen a acceder a los bienes de la creación, que Dios destinó al servicio de todo hombre
que vive en este mundo.
En nuestro continente hay que considerar dos mentalidades opuestas en relación con la
tierra, ambas distintas de la visión cristiana.
a- La tierra, dentro del conjunto de elementos que forman la comunidad indígena, es vida,
lugar sagrado, centro integrador de la vida de la comunidad. En ella viven y con ella
conviven, a través de ella se sienten en comunión con sus ancestros y en armonía con
Dios; por eso mismo la tierra, su tierra, forman parte sustancial de su experiencia
religiosa y de su propio proyecto histórico. En los indígenas existe un sentido natural
de respeto por la tierra; ella es la madre tierra, que alimenta a sus hijos, por eso hay que
cuidarla, pedir permiso para sembrar y no maltratarla.
b- La visión mercantilista: considera la tierra en relación exclusiva con la explotación y el
lucro, llegando hasta el desalojo y expulsión de sus legítimos dueños.
202
Vaticano II, GS 69.
203
Cf. Gn. 2, 15-17
90
El mismo mercantilismo lleva a la especulación del suelo urbano, haciendo inaccesible la
tierra para la vivienda de los pobres, cada vez más numerosos en nuestras grandes
ciudades.
Además de los tipos anteriores, no podemos olvidar la situación de los campesinos que
trabajan su tierra y ganan el sustento de su familia con tecnologías tradicionales.
La mentalidad propia del visión cristiana tiene su base en la Sagrada Escritura, que
considera la tierra y los elementos de la naturaleza ante todo como aliados del pueblo de
Dios e instrumentos de nuestra salvación, donde tenga su morada la justicia social.
“No es parte de tus bienes lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece.
Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha
sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos”.204
Sumario
DESARROLLO
91
promoverse la dignidad de la persona humana, su entera vocación y el bien de toda la
sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-
social.206 Dar el justo y debido peso a las razones propias de la economía no significa
rechazar como irracional toda consideración de orden metaeconómico, precisamente
porque el fin de la economía no está en la economía misma, sino en su destinación humana
y social.207 A la economía, en efecto, tanto en el ámbito científico, como en el nivel
práctico, no se le confía el fin de la realización del hombre y de la buena convivencia
humana, sino una tarea parcial: la producción, la distribución y el consumo de bienes
materiales y de servicios.
Para asumir un perfil moral, la actividad económica debe tener como sujetos a todos los
hombres y a todos los pueblos. Todos tienen el derecho de participar en la vida económica
y el deber de contribuir, según sus capacidades, al progreso del propio país y de la entera
familia humana.210 Si, en alguna medida, todos son responsables de todos, cada uno tiene el
deber de comprometerse en el desarrollo económico de todos:211 es un deber de solidaridad
y de justicia, pero también es la vía mejor para hacer progresar a toda la humanidad.
Cuando se vive con sentido moral, la economía se realiza como prestación de un servicio
recíproco, mediante la producción de bienes y servicios útiles al crecimiento de cada uno, y
se convierte para cada hombre en una oportunidad de vivir la solidaridad y la vocación a la
“comunión con los demás hombres, para lo cual fue creado por Dios”.212 El esfuerzo de
concebir y realizar proyectos económico-sociales capaces de favorecer una sociedad más
justa y un mundo más humano representa un desafío difícil, pero también un deber
estimulante, para todos los agentes económicos y para quienes se dedican a las ciencias
económicas.213
92
trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un mero proceso de acumulación de
bienes y servicios. Al contrario, la pura acumulación, aun cuando fuese en pro del bien
común, no es una condición suficiente para la realización de la auténtica felicidad humana.
En este sentido, el PSI pone en guardia contra la insidia que esconde un tipo de desarrollo
sólo cuantitativo, ya que la “excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para
algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la ‘posesión’ y del
goce inmediato... Es la llamada civilización del ‘consumo’ o consumismo... ».214
4.1.1. El Neoliberalismo
“Es un modelo económico y político que basado en la doctrina económica de Adam Smith
y Milton Friedman propone:
• La existencia de un libre mercado como regulador principal de la actividad
económica.
• La total apertura de los mercados.
• La acción limitada del Estado en la economía y en la sociedad.
El neoliberalismo plantea que el orden económico no debe estar regulado por el Estado,
pues la competencia establece un orden natural. La oferta y la demanda regulan los
mercados y fomentan el ahorro debido a que genera la ganancia.
Friedman dicen que el Estado debe limitarse, únicamente a tres áreas básicas: La dotación
del marco jurídico y orgánico para la protección del individuo y la Sociedad, la de justicia
y la realización de obras públicas que no puede realizar la empresa privada.
214
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28:
215
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 42
93
Los impulsadores de este modelo a nivel mundial fueron: Margareth Tatcher en Europa y
Pinochet en América Latina; años después, Reagan le da al impulso crucial en EEUU y con
esta fuerza se extiende rápidamente por el resto del mundo, consolidándose en la década de
los 90, favorecida por la caída del socialismo en Europa.
Bajo esta concepción se implementan las políticas de ajuste estructural que buscaban la
liberalización de los precios, disminución de la intervención del Estado en la economía,
contracción de la demanda para controlar la inflación, la eliminación de los subsidios,
liberalización de la importaciones y de la política cambiaria” (...).
94
así como el desarrollo científico tecnológico sobre todo en la áreas de informática y las
comunicaciones lleva a un proceso de globalización que ayudó a la crisis de los estados
desarrollistas en América Latina.
Además la crisis del socialismo en el mundo más los factores ya anotados, llevó a que la
propuesta de Friedman (el neoliberalismo) que asoma como la salvación de las economías
de la Región, sea asumido por las clases dominantes y rápidamente vaya adquiriendo
hegemonía en la sociedad.
Desde León XIII a Juan Pablo II es continuo en el magisterio pontificio el rechazo del
capitalismo. La doctrina social del la Iglesia lo ha condenado siempre porque, en el fondo,
contradice aspectos fundamentales de la visión del hombre y del orden social que la Iglesia
defiende.
León XIII hace una denuncia explícita de la explotación capitalista. La encíclica Rerum
novarum, partiendo de la situación a la que el nuevo régimen económico lleva a los
trabajadores, pide claramente a los gobernantes; la defensa de esta clase social amenazada
y atropellada en sus derechos. 217
León XIII afirma que: es necesario dar a cada uno un salario justo, explotar la pobreza y la
miseria, especular sobre la indigencia, son condenados tanto por las leyes divinas como las
humanas. Sería un delito que clama al cielo el privar a cada uno del precio de sus fatigas.
Pío XI expresa algunos de los juicios más duros e implacables del magisterio pontificio
sobre el capitalismo. J. L. Gutiérrez afirma:
“El juicio más severo y de mayor contextura sistemática, hecho por el magisterio
eclesiástico sobre el capitalismo, es el expuesto con singular energía en la encíclica
Quadragesimo anno. Si se compara este juicio con el que dicho documento se hace del
socialismo, no resulta infundado afirmar que el juicio sobre el capitalismo es mucho más
severo que el juicio pontificio sobre el socialismo”218
217
cf. Rerum Novarum (RN. n 26-27)
218
J.L. GUTIERREZ, Capitalismo, en conceptos fundamentales en la Doctrina Social de la Iglesia, I Centro
de Estudios Sociales del Valle de los Caídos, Madrid 1971, p. 177
219
cf. Quadragesimo Anno (QA. n 101-110)
95
recordando solamente una vez más que la economía está al servicio del hombre. Pero si es
verdadero que un cierto capitalismo ha sido la causa de muchos sufrimientos, de injusticias
y luchas fratricidas, cuyo efecto dura todavía, sería injusto que se atribuyeran a la
industrialización humana, los males que son debidos al nefasto sistema que la acompaña”220
Juan Pablo II en Laborem exercens, En una reflexión profunda sobre el trabajo humano,
aporta los criterios claves para la valoración moral de los sistemas económicos: primacía
del hombre sobre las cosas (6 y 12), propiedad del trabajo sobre el capital (8, 12 y 13), no
separación del trabajo y capital (11 y 13). El capitalismo choca frontalmente con estos tres
criterios. Porque el capitalismo es una forma de materialismo (13); considera el trabajo
como “una mercancía sui generis” para producir beneficios (7); separa y contrapone capital
y trabajo. Por todo ello declara tajantemente: “Sigue siendo inaceptable la postura del
rígido capitalismo, que defiende el derecho exclusivo a la propiedad privada de los medios
de producción como un dogma intocable de la vida económica”(14).
4.1.2. El Socialismo.
Es difícil precisar el término socialismo. Pero hoy expresa una idea universal. Para muchos
ha sido el símbolo de las tendencias progresistas; para otros, el blanco de las más diversas
críticas. Resulta, en realidad, un término al que se apela de una manera masiva y, muchas
veces, oportunistas. Casi todos lo grupos de izquierda o de derecha se auto califican así.
Por ello, es preferible hablar de socialismos. Y, evidentemente hay que diferenciar
enseguida su sentido y significado.
No puede menos de llamar la atención como en tan poco tiempo ha llegado el marxismo a
suscitar una resonancia histórica y social tan amplia e importante. A pesar de los rechazos
y condenas, ha llegado a ser adoptado, por un tercio de la humanidad; e incluso en los
países que no se ha implantado, ha contado también con numerosos seguidores. Se trata,
ciertamente, de un fenómeno histórico que hay que tener en cuenta para comprender,
especialmente en estos momentos en los que, el neoliberalismo sufre una crisis y no ha
podido solucionar los problemas reales de una humanidad y al mismo tiempo el marxismo
ha tocado suelo con la caída de la URSS.
Dejando a un lado las primeras reacciones contra el capitalismo (R. Owen, C. Fourier,
Saint-Simon, P.J. Proudhon) a las que Marx califica de utópicas y precientíficas, nos
vamos a concentrar en el socialismo marxista, intentando presentar primero, los principios
fundamentales de su ideología y del proceso de su evolución; para llegar después a una
valoración y a la presentación de la doctrina del magisterio de la Iglesia.
220
cf. Populorum Progressio (PP. n 26)
96
4.1.2.1. Aproximación al marxismo.
Del mismo modo que la libertad es el gran valor, la alienación supone el marxismo el mal
supremo. Es privación, mutilación, contradicción, esclavitud. Solo superando la alienación
el hombre llega a ser lo que debe ser y se encuentra así mismo.
Pero ¿quién es realmente el hombre del que habla el marxismo? Uno de los problemas más
delicados se encuentra precisamente en la concepción misma del hombre: ¿Se trata del
hombre concebido como individuo o concebido como colectividad?
El destino del hombre es solidario con la comunidad humana. Por lo tanto, el ideal del
hombre no es una libertad puramente personal, sino una libertad vivida en una comunidad
fraterna y en la futura sociedad sin clases. Y como la alienación es también alienación
social, que viven en las mismas condiciones los proletarios de todo el mundo, deben unirse
para superarla en una lucha común por la liberación.
Según el pensamiento marxista hay, pues, dos categorías de hombres, dos clases sociales:
los capitalistas, que oprimen a los trabajadores y son, por lo tanto, enemigos del hombre; y
los proletarios, comprometidos en la construcción de una sociedad justa y en la defensa del
hombre. Para conseguir esta sociedad y la redención del proletariado, es necesario
considerar esta causa como el valor supremo y subordinar a ella los propios intereses. En
este sentido, la comunidad es el valor supremo; y todo debe ser sacrificado a ella. El
hombre marxista no tiene una vida puramente privada; obra en perspectiva comunitaria. La
vida se entiende como un servicio social.
221
cf. A. SCHAFF,Marxismo e individuo humano, mexico 1964; R.GARAUDY, Perspectivas del hombre,
Fontanella, Barcelona 1970; Marxismo del siglo XX, Fontanella , Madrid, 1970.
222
Cf. J. GIRARDI, Marxismo y cristianismo,Taurus, Madrid1968, pp 34-88
97
Consecuencia de esta comprensión comunitaria son, por ejemplo, la importancia otorgada
al partido, la concepción colectiva de la propiedad y la dictadura del proletariado.
La importancia del partido parte del presupuesto de que la lucha por la liberación tiene que
estar organizada; el partido expresa, precisamente, esta exigencia. La fidelidad y
obediencia a las orientaciones del partido resultan imprescindibles. Y si el proletariado
llega a conquistar el poder, el partido se convierte enseguida en partido único. Porque no
tiene razón de ser que existan otros partidos, ya que representarían los intereses particulares
en conflicto con los intereses de la colectividad. Dañarían fatalmente a la comunidad.
Pero el marxismo es un humanismo terreno; los bienes a los que aspira son los bienes
temporales y finitos. La tierra es la verdadera patria. Y, en nombre de estos valores y de la
fidelidad a la tierra, rechaza la visión religiosa del mundo. Para Marx la predicación
religiosa favorece el inmovilismo y el conservadurismo; y se hace cómplice de los
regímenes injustos y opresores. En este sentido, es opio, droga y alienación: proyecta la
verdadera vida a otro mundo.
Este carácter terreno de la visión marxista del hombre se expresa también en la convicción
de que la existencia terrena de la humanidad no tendría fin. La materia y el hombre son
necesarios. De esta manera, la eternidad se entiende como una sucesión temporal sin fin; y
la inmortalidad como inmortalidad de la humanidad en su conjunto.
Pero, además, la liberación del hombre parte de la situación real. Y el análisis de la historia
que hace el marxismo manifiesta la función decisiva que alcanzan las condiciones
materiales. Los valores económicos tienen la primacía; constituyen las infraestucturas de la
historia. Todos los demás son “Sobreestructuras”; están condicionados y subordinados a
los valores de la producción.
En esta perspectiva económica hay que empezar situando el materialismo marxista. Pero
Marx es materialista en sentido amplio y radical. Acepta el materialismo de Feurbach y,
por consiguiente, que el principio de todo lo real es material. De manera que cuanto
llamamos ideas o espíritu tiene que ser un producto de la materia. La frontera de lo
material y de lo real coincide.
98
internas, revoluciones, preparan la llegada de la verdadera sociedad humana. De esta
manera, el materialismo dialéctico es también fuente de comprensión histórica, puesto que
la historia es el resultado de la lucha entre las infraestructuras y las sobreestructuras. Por
tanto, el motor esencial de la evolución y del cambio de la humanidad es la lucha de clases,
que es la expresión de la dialéctica histórica.
Desde esta critica doctrinal del socialismo marxista, se llega a la prohibición por parte del
Santo Oficio (Decreto de 1949) de que los católicos se inscriban a los partidos comunistas
o los favorezcan.
Juan XXIII en la Mater et magistra recuerda la postura de Pío XI, afirmando que la
oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical (MM 34). En Pacem in terris al
referirse a las relaciones entre católicos y no católicos, presenta un criterio que abre ya las
puertas al diálogo y colaboración; “es completamente necesario distinguir entre las teorías
filosóficas falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las
corrientes de carácter económico y social, cultural y político, aunque tales corrientes
tengan su origen e impulso en tales teorías filosóficas” (PT 159).
99
Este espíritu de diálogo se expresa especialmente en la carta apostólica de Pablo VI,
Octogesima Adveniens. Según R. Belda, este documento puede resumirse fielmente en
estas palabras “de la condenación indiscriminada del socialismo, al discernimiento
histórico”.
La postura de Juan XXIII, y sobre todo, la de Paulo VI suponen una evolución muy grande
respecto al magisterio anterior. De la reprobación total e indiferenciada se pasa a un
examen crítico en sus diversos aspectos: religioso, filosófico, científico, sociológico,
político, económico. Esta evolución se manifiesta, pues, tanto en la proximidad y diálogo
como en un análisis más critico de la doctrina marxista.
100
mandato recibido de su Creador, de someter y dominar la tierra. En la realización de este
mandato el hombre, todo ser humano varón y hembra, refleja la acción misma del Creador
del Universo” (LE 4). En otras palabras desconcertantes el trabajo en manos del hombre,
se hace creador, no ciertamente para crear el universo, pero sí para dominarlo, es decir,
para completarlo, para concluirlo, para adornarlo. Son las palabras de la Biblia, que el
Concilio Vaticano nos ha propuesto recientemente en toda su plena fecundidad (pero ya
San Ambrosio la había entendido así) y que la Laborem Exercens las presenta de nuevo: en
la palabra de la divina Revelación está inscrita muy profundamente esta verdad
fundamental, que el hombre, creado a imagen de Dios, mediante su trabajo participa en la
obra del Creador, y según las medidas de sus propias posibilidades en cierto sentido,
continúa desarrollándola y la completa, avanzando cada vez más en el descubrimiento de
los recursos y de los valores encerrados en todo lo creado” (LE 25).
Pero el primer resultado de la actividad creadora del trabajo humano será el de ayuda al
hombre a descubrir: grande, libre, por ser imagen de Dios (el cual “es capaz de crear por
que es infinitamente grande y totalmente libre, es decir omnipotente y espíritu” según
escribía Santo Tomás).
Sobre el fundo luminoso el trabajo describe tres esferas de valores que se reclaman y
completan mutuamente.
a.- La primera esfera: atañe directamente a la persona de cada ser humano, en el sentido de
que el trabajo constituye para cada uno su propia autorealización, es decir, lo ayuda a
descubrir su propia identidad. “En todo proceso del trabajo, el hombre se manifiesta y
confirma como el que domina (LE 6); “mediante el trabajo el hombre no solo transforma la
naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como
hombre, es más, en cierto sentido, se hace más hombre”( LE 9); “el Hombre se desarrolla
mediante el amor al trabajo” (LE 11); El capital es solamente un conjunto de cosas: el
hombre como sujeto del trabajo, e independientemente del trabajo que realiza, el hombre,
él solo es una persona (LE 12). Pero el trabajo es para el hombre y no el hombre para el
trabajo (LE 6). El primer fundamente del valor del trabajo es el mismo hombre.
En último análisis, el trabajo, cualquiera que sea realizado por el hombre, aunque fuera el
trabajo más corriente, el trabajo más monótono en la escala del modo común de valorar, e
incluso el que más margina; tiene por finalidad siempre al hombre mismo.
b.- Segunda esfera: es la dimensión antropológica del trabajo, la cual es la chispa que va y
viene sin cesar del uno al otro polo: la persona y la comunidad: “El trabajo lleva en sí un
sello, particular del hombre y de la humanidad, el sello de la persona operante en una
comunidad de personas”.
La primera comunidad es la familia. “El trabajo es, en cierto sentido, la condición para
hacer posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que
el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo. Trabajo y laboriosidad condicionan a
su vez todo el proceso de educación dentro de la familia”(LE 10): en efecto, la familia es,
al mismo tiempo, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela
interior del trabajo para todo hombre.
c.- Tercera esfera: por medio de la familia la persona se inserta en la sociedad a la cual
cada uno pertenece a base de particulares vínculos culturales e históricos. La encíclica
101
sugiere una definición original de sociedad: Ella “es una gran encarnación histórica y
social del trabajo de todas las generaciones” (LE 10): por ella el hombre puede descubrir
un valor suplementario de su labor, a saber la contribución al incremento del bien común
elaborado juntamente con sus compatriotas, dándose así cuenta de que por este camino el
trabajo sirve para multiplicar el patrimonio de toda la familia humana, de todos los
hombres que viven en el mundo.
El segundo aliciente es el de una solidaridad para superar las nuevas formas de injusticia y
una nueva causa de degradación de la persona: solidaridad global que remueve los lazos de
conexión entre los sectores de la producción (donde la proliferación de las profesiones se
conjugan con formas de egoísmo cooperativo), solidaridad entre sectores y grupos sociales
nacionales, entre nacionales y nacionales a escala planetaria (LE 8).
La encíclica afronta sin medias tintas el problema crucial (LE 11-15), con la perspectiva de
la superación de esquemas ideológicos, generadores de tremendos males en ámbito
personal y social, e invitando a los cristianos y hombres de buena voluntad a la audaz
transformación ética y social que impone la visión personalista del trabajo.
Invocando con palabras vibrantes el principio constantemente señalado por la Iglesia “el
principio de la propiedad del trabajo frente al capital” (LE 12), La encíclica presenta al
capital como instrumento forjado en la humanidad mediante un proceso secular: proceso
que se desarrolla en dos fases caracterizadas por dos relaciones diferentes entre el hombre
y los recursos. En la primera el hombre recibe los recursos y riquezas de la naturaleza: el
hombre encuentra, no crea; y esta donación inicial de parte de la naturaleza (y en definitiva
de parte del Creador) jamás se echa en olvido. En la segunda el hombre transforma las
cosas, las adapta a su necesidad, hace que se conviertan en capital en el sentido ordinario
de la palabra, es decir, en “medios de producción”. El Papa hace una pausa y especifica: no
olvidemos nunca que: “ese conjunto de medios es fruto del patrimonio histórico del trabajo
102
humano” (LE 12). Pero el capital, aun el más perfeccionado, el más inteligente que pueda
imaginarse, sigue siendo siempre un instrumento: sigue siendo siempre y solamente “un
conjunto de cosas”, mientras que el hombre, y solo él, es una persona.
Mientras las cosas conservan este orden, existe armonía entre trabajo y capital: los dos se
compenetran en una vinculación indisoluble que mantienen inalterablemente la relación de
superioridad de la persona (= fin) sobre el capital (= instrumento). Pero de pronto
sobreviene la ruptura: primero en las mentes, luego en la práctica. En el pensamiento
humano, se proyecta un doble error que llevará a contraponer trabajo y capital como si
fueran dos fuerzas anónimas, dos factores de producción integrados por la misma
perspectiva economista.
Al doble error teórico corresponde el doble error de la práctica: en ambos sistemas dentro
de los cuales se ha verificado la revolución industrial, el sistema capitalista y colectivista,
se ha dado enorme importancia a los medios de producción, perdiendo de vista el fin, es
decir, al hombre. “Precisamente este error de orden práctico ha golpeado antes que nada al
trabajo humano, al hombre del trabajo, y ha causado la reacción social, éticamente justa,
contra el sistema de injusticia y de daño que pedía venganza al Cielo, y que pesaba sobre el
hombre del trabajo en aquel período de rápida industrialización”(LE 13).
Volviendo ahora, donde se habla de los errores del economismo y del materialismo, nos
detenemos un momento en la siguiente afirmación: “Parece que para el problema
fundamental de la separación y contraposición entre trabajo y capital –como dos factores
de la producción- el error del economismo haya tenido una importancia decisiva y haya
influido precisamente sobre tal planteamiento no-humanístico de este problema, antes del
sistema filosófico materialista.
Parece que debemos concluir que, a los ojos de Juan Pablo II, el capitalismo tiene una
culpa mayor –al haber hecho surgir y avivar el conflicto que el materialismo colectivista. Y
se comprende la razón: bien mirada las cosas, el capitalismo niega el valor del hombre,
103
reduciéndolo a un instrumento, es decir a no-persona; mientras que el colectivismo exagera
la dimensión social del hombre (y luego termina a su vez por negar el valor del individuo,
sobre todo cuanto se convierte en capitalismo del Estado).
Hay que tomar en cuenta lo inaceptable de la posición del capitalismo rígido, acerca del
derecho de la propiedad de los medios de producción: “el considerarlos aislados como un
conjunto de propiedades separadas con el fin de contraponerlos en forma de capital al
trabajo y más aún realizar la explotación del trabajo, es contrario a la naturaleza misma de
estos medios y su posesión. Estos no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ni
siquiera ser poseídos para poseer, porque, el único título legítimo para su posesión, es que
sirvan al trabajo y, por consiguiente, que hagan posible el destino universal de los bienes.
Desde este punto de vista. Tampoco conviene excluir la socialización (la palabra
socialización está usada aquí como sinónimo de nacionalización o en todo caso
sustentación de la propiedad privada), en las condiciones oportunas, de ciertos medios de
producción. Por otra parte, sería ilusorio pensar que las esperadas formas que apuntan a la
copropiedad de los medios de trabajo, puedan realizarse mediante la eliminación a priori de
la propiedad privada de los medios de producción. “El mero paso de los medios de
producción a propiedad del estado, dentro del sistema colectivista, no equivale ciertamente
a la socialización de esta propiedad”. Se puede hablar de socialización únicamente cuando
quede asegurada la subjetividad de la sociedad, es decir, cuando toda persona, basándose
en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse al mismo tiempo “copropietaria” de
esa especie de gran taller de trabajo en el que se compromete con todos.
Estas páginas de la Laborem Exercens son quizás, en la modesta opinión, una de las más
innovadoras. En su fondo, como todos lo ven por intuición, está la realidad histórica de una
gran parte del mundo actual regida por ordenamientos socio-jurídicos ajustados sobre la
base de la propiedad colectiva, o común, de los medios de producción. Teniendo en cuenta
la afirmación del hombre persona, La encíclica no puede sugerir un retorno a la propiedad
privada: acepta la vía de la socialización socializada, a condición de que, efectivamente,
cada trabajador experimente y sienta, en concreto, que es protagonista y por consiguiente
que no solo influye en las decisiones, sino que también es partícipe de la propiedad.
Un camino para conseguir esta meta, leemos en las líneas finales del numeral cuatro(LE
4), podría ser el de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la propiedad del capital y dar
vida a una rica gama de cuerpos intermedios, con finalidades económicas, sociales,
culturales: Cuerpos que gocen de una autonomía efectiva respeto de los poderes públicos,
que persigan sus objetivos específicos manteniendo relaciones de colaboración leal y
mutua, con subordinación a las exigencias del bien común y que ofrezcan forma y
104
naturaleza de comunidades vivas, es decir, que los miembros respectivos sean considerados
y tratados como personas y sean estimulados a tomar parte activa en la vida de dichas
comunidades.
Ilusiones podría decir alguien; cómo puede pensarse que los regímenes colectivistas del
llamado “socialismo real” acepten las exigencias pluralistas y autonomistas de la encíclica,
pero la historia está llena de sorpresas. Mientras tanto, tomemos buena nota del auspicio,
expresado por un Papa, de que los trabajadores puedan tener acceso a la propiedad efectiva
(no solo nominal) de los instrumentos de producción.
Por lo demás, admitimos que por ciertos motivos fundados se pueden hacer excepciones al
principio de la propiedad privada, y en nuestro tiempo somos incluso testigos de la
introducción, del sistema de la propiedad socializada, el argumento personalista sin
embargo no pierde su fuerza, ni a nivel de principios ni a nivel práctico.
Sobre las confrontaciones podemos decir: Así pues, el principio de la propiedad del
trabajo con respecto al capital es un postulado que tiene una importancia clave, tanto en un
sistema bajo sobre el principio de la propiedad privada de los medios de producción, como
en el sistema en que se haya limitado, incluso radicalmente, la propiedad privada de esos
medios. Según creemos modestamente, parece que lo que quiere decir estas palabras es:
poco importa que en el establecimiento de las relaciones de capital – trabajo y propiedad –
trabajo se siga el sistema de libre mercado o la economía colectivizada: lo que importa es
que en uno y otro sistema se ponga el trabajo efectiva, verdadera y constantemente en la
cima, en el centro y en la base de toda vida económica, social y política. El trabajo, tanto
en el sistema capitalista como en un régimen comunista, tenga el primer puesto y esté
siempre sobre el capital y sobre la propiedad. Porque el trabajo es expresión de la persona:
y la persona ocupa el primer lugar y está sobre el capital y sobre la propiedad, la sociedad y
el Estado.
El deber de Trabajar.
Primeramente hay que recordar que el trabajo es una obligación, es decir, un deber del
hombre y esto en el múltiple sentido de esta palabra. El hombre debe trabajar bien sea por
derecho de que el Creador lo ha ordenado, bien sea por el derecho de su propia humanidad,
cuyo mantenimiento y desarrollo exigen el trabajo. El hombre debe trabajar por respeto al
prójimo, especialmente por respeto a la propia familia, pero también a la sociedad a la que
pertenece, a la nación de la cual es hijo o hija, a la entera familia humana de la cual es
miembro; ya que es heredero del trabajo de generaciones y al mismo tiempo coartífice del
futuro de aquellos que vendrán después de él en el suceder de la historia. Todo esto
constituye la obligación moral del trabajo, entendido en su más amplia acepción. Cuando
105
hay que considerar los derechos morales de todo hombre respeto del trabajo,
correspondientes a esta obligación, habrá que tener siempre presente el entero y amplio
radio de referencias en que se manifiesta el trabajo de cada sujeto trabajador.
En el concepto del empresario indirecto entran tanto las personas como las instituciones de
diversos tipos, así como también los contratos colectivos de trabajo y los principios de
comportamiento, establecidos por estas personas o instituciones, los cuales determinan
todo el sistema económico o que derivan de él.
Empresario indirecto es, por ejemplo la economía de libre mercado (sistema occidental) o
la colectividad como sistema socialista; es empresario indirecto la bolsa de Nueva York
que condiciona el precio de las materias primas o el mercado cambiario de la moneda; o las
famosas “multinacionales”, o las conferencias de los jeques del petróleo; o la Oficina
Internacional del trabajo que exige la paridad del salario hombre – mujer; o el contrato
colectivo – global para cualquier industria; o el conjunto de las disposiciones emanadas por
el ministerio de la economía pública; incluso el sistema de la seguridad social, a su modo,
es un empresario indirecto, y así por el estilo. Como se ve es una simplificación excesiva la
de identificar pura y simplemente Estado y empresario indirecto.
Entretejido de condicionamientos.
Una comparación de este tipo no tiene como finalidad el eximir al empresario directo de la
responsabilidad que le es propia, sino solamente llamar la atención sobre el entretejido de
los condicionamientos que influyen en su comportamiento. Cuando se trata de establecer
106
una política laboral correcta desde el punto de vista ético, es necesario tener ante los ojos
estos “condicionamientos”. En el caso del empresario directo que, al encontrarse en un
sistema similar de condicionamientos: fija las condiciones de trabajo por debajo de las
exigencias objetivas de los trabajadores (Eufemismo para decir explotación).
Las realizaciones de los derechos del hombre del trabajo no pueden estar condenadas a
construir solamente un derivado de los sistemas económicos, los cuales a escala más
amplia o más restringida, se dejen guiar sobre todo por el criterio del máximo beneficio. Al
contrario, es precisamente la consideración de los derechos objetivos del hombre de
trabajo, de todo tipo de trabajador: manual, intelectual, industrial, agrícola, etc., lo que
debe constituir el criterio adecuado y fundamental para la formación de toda la economía,
bien sea en la dimensión de toda la sociedad y de todo Estado, bien sea en el conjunto de la
política económica mundial así como de los sistemas y relaciones internacionales, que de
ella derivan.
El tercer derecho a la salud, que debe ser garantizado mediante un sistema de prestaciones
sociales generalizadas, a bajo costo, si no incluso gratuitas, eficaces y controladas (para
evitar los fáciles abusos).
107
El cuarto, derecho al descanso, se considera bajo un triple aspecto: ante todo el regular
descanso semanal “que comprenda al menos el domingo”; luego las vacaciones una o más
veces al año; finalmente la pensión por seguro de vejez (o por invalidez, que obliga a un
reposo forzado).
En otras palabras, reclama una especie de revolución no sin alcance económico (deberá
pagarse un salario a la madre), no exento de implicaciones jurídicas, políticas y
psicológicas.
Pero la reflexión sobre la revaloración del trabajo de la esposa y madre de familia cede el
paso en seguida a una breve pero clara y no ciertamente reaccionaria, reflexión sobre el
trabajo de la mujer en general. Vale la pena releer exactamente las afirmaciones
pertinentes:
“en este contexto se debe subrayar que, el modo más general, hay que organizar y adaptar
todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la persona y sus
formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la edad y el sexo de
cada uno. Es un hecho que en muchas sociedades las mujeres trabajan en casi todos los
sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus
funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para
los cuales están capacitadas, pero al mismo tiempo sin perjudicar sus aspiraciones
familiares y el papel específico que les compete para construir el bien de la sociedad junto
con el hombre. La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de
manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y
en perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un papel insustituible” (LE 19).
108
Juan Pablo II crea una verdadera y propia espiritualidad del trabajo para difuminarla en el
mundo como un verdadero Evangelio, es difusión particular de la Iglesia: de toda la Iglesia,
no solo de la jerarquía. Es una función apenas esbozada, por la cual también de nuevo
debemos sentirnos como quien está en vigilia.
Esta espiritualidad deberá ser una síntesis de acción y contemplación, cuyos lineamientos
esenciales se pueden tomar de las primeras páginas de la Biblia que son, en cierto sentido,
“el primer Evangelio del trabajo”. La Biblia en efecto, demuestra en que consiste la
dignidad del trabajo: el hombre, mediante su trabajo no solamente debe participar de la
obra del creador, desarrollándola y completándola, avanzando cada vez más en el
descubrimiento de los recursos y de los valores encerrados en el universo: el hombre debe
también imitar a Dios, cuya imagen y semejanza lleva impresa en sí mismo. Imitarlo
trabajando, como hizo el Creador en los seis días de la creación; pero imitarlo también en
el descanso, puesto que Dios mismo ha querido representarnos en su obra creadora bajo el
doble ritmo del trabajo y del reposo.
Por consiguiente la organización del mundo del trabajo debe permitirle a la persona
humana la expansión de su dimensión vertical: todo lo que ella cumple durante la semana
se expande. Por decirlo así en círculos concéntricos alrededor de ella en el plano
horizontal; pero se requiere un día en que la dimensión vertical el espíritu, pueda
impulsarse como un resorte y elevar al hombre por encima de sus obras, elevándolo a su
verdadera grandeza que es la apertura del alma a los grandes valores humanos y
espirituales.
En el Antiguo Testamento ya se había delineado una cierta espiritualidad del trabajo, que,
en el Nuevo quedará modelada y perfeccionada especialmente por el Apóstol Pablo,
concluyendo con la idea de que toda la doctrina sobre el progreso del desarrollo humano,
enseñada por el Concilio vaticano II, puede ser entendida únicamente como fruto de una
comprobada espiritualidad del trabajo humano, y solo a base de tal espiritualidad ella
puede realizarse y ser puesta en práctica: en la doctrina que ahonda sus raíces en el
“Evangelio del Trabajo”.
Pero hay todavía un aspecto del trabajo en el cual debe penetrar profundamente la
espiritualidad. Todo trabajo, en efecto, está unido inevitablemente a la fatiga y al dolor: y
la Biblia, contraponiendo aquella originaria bendición del trabajo a la fatiga ya
inseparablemente unida a él, quiere enseñarnos que ella es fruto de la condición misma del
hombre.
109
obediencia hasta muerte para redimir al hombre y todo lo que constituye el tejido vital del
hombre. Sobre la cruz, Cristo redime la fatiga y el trabajo: y hace que se convierta en
instrumento de redención.
“En el trabajo humano el cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la
acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por
nosotros. En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrección
de Cristo, Encontramos siempre un tenue resplandor de la nueva vida, del nuevo bien, casi
como un anuncio de los nuevos cielos y de la nueva tierra, los cuales precisamente
mediante la fatiga del trabajo son participados por el hombre y por el mundo. A través del
cansancio, y jamás sin él. Esto confirma por una parte, lo indispensable de la cruz en la
espiritualidad del trabajo humano; pero por otra parte, se descubre en esta cruz y fatiga, un
bien nuevo que comienza con el mismo trabajo, con el trabajo entendido en profundidad y
bajo todos sus aspectos.
La solicitud por lograr una ordenada y pacífica convivencia de la familia humana impulsa
al Magisterio a destacar la exigencia de instituir «una autoridad pública universal
reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de
la justicia y el respeto de los derechos».226 En el curso de la historia, no obstante los
cambios de perspectiva de las diversas épocas, se ha advertido constantemente la necesidad
de una autoridad semejante para responder a los problemas de dimensión mundial que
presenta la búsqueda del bien común: es esencial que esta autoridad sea el fruto de un
acuerdo y no de una imposición, y no se entienda como un « super-estado global ».227
110
intermedios, puedan con mayor seguridad realizar sus funciones, cumplir sus deberes y
defender sus derechos ».228
Una política internacional que tienda al objetivo de la paz y del desarrollo mediante la
adopción de medidas coordinadas,229 es más que nunca necesaria a causa de la
globalización de los problemas. El Magisterio subraya que la interdependencia entre los
hombres y entre las Naciones adquiere una dimensión moral y determina las relaciones del
mundo actual en el ámbito económico, cultural, político y religioso. En este contexto es de
desear una revisión de las Organizaciones internacionales; es éste un proceso que “supone
la superación de las rivalidades políticas y la renuncia a la voluntad de instrumentalizar
dichas organizaciones, cuya razón única debe ser el bien común”,230 con el objetivo de
conseguir “un grado superior de ordenamiento internacional”.231
El Magisterio valora positivamente el papel de las agrupaciones que se han ido creando
en la sociedad civil para desarrollar una importante función de formación y
sensibilización de la opinión pública en los diversos aspectos de la vida internacional, con
una especial atención por el respeto de los derechos del hombre, como lo demuestra “el
número de asociaciones privadas, algunas de alcance mundial, de reciente creación, y casi
todas comprometidas en seguir con extremo cuidado y loable objetividad los
acontecimientos internacionales en un campo tan delicado”.234
Los Gobiernos deberían sentirse animados a la vista de este esfuerzo, que busca poner en
práctica los ideales que inspiran la comunidad internacional, “especialmente a través de los
gestos concretos de solidaridad y de paz de tantas personas que trabajan en las
organizaciones No Gubernativas y en los Movimientos en favor de los derechos
humanos”.235
Para desarrollar correctamente las relaciones entre los pueblos hay que tener en cuenta los
obstáculos que las hacen más difíciles. El tiempo histórico y la idiosincrasia de los pueblos
pueden ayudar a precisar algunos de esos obstáculos, que exponemos a continuación y que
requieren la colaboración internacional.
228
Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris
229
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 51-55. 77-79
230
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43
231
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 43
232
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58
233
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33. 39
234
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 26
235
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 7
111
Las desigualdades reales de las naciones constituyen una preocupación permanentemente del
PSI. Han existido diferencias económicas, políticas y culturales que se hacen notar de manera
clara entre los pueblos industrializados y los agrícolas; de los que disfrutan del estado de
bienestar y los que no pueden satisfacer, en ocasiones, las necesidades primarias. A aquellos
les acompaña un nivel cultural alto, mientras que a éstos el analfabetismo les impide
superarse. Que esas realidades tiendan a agudizarse y no a disminuir es lo que rechaza el PSI.
Las consecuencias de mecanismos de tipo económico, financiero, social, etc., que funcionan
casi automáticamente, tienen una dimensión ética y moral porque, al frustrar, explotar y
colonizar a las naciones pobres, ocasionan tensiones y discordias internacionales que
amenazan la paz, entendida como fruto de la solidaridad.
b) El derecho al desarrollo
Estas dificultades, sin embargo, deben ser afrontadas con determinación firme y
perseverante, porque el desarrollo no es sólo una aspiración, sino un derecho 239 que,
como todo derecho, implica una obligación: “La cooperación al desarrollo de todo el
hombre y de cada hombre es un deber de todos para con todos y, al mismo tiempo, debe
ser común a las cuatro partes del mundo: Este y Oeste, Norte y Sur”.240 En la visión del
Magisterio, el derecho al desarrollo se funda en los siguientes principios: unidad de origen
y destino común de la familia humana; igualdad entre todas las personas y entre todas las
comunidades, basada en la dignidad humana; destino universal de los bienes de la tierra;
integridad de la noción de desarrollo; centralidad de la persona humana; solidaridad.
112
subdesarrollo y la pobreza, además de la imposibilidad de acceder al mercado
internacional,242 se encuentran el analfabetismo, las dificultades alimenticias, la ausencia de
estructuras y servicios, la carencia de medidas que garanticen la asistencia básica en el
campo de la salud, la falta de agua potable, la corrupción, la precariedad de las
instituciones y de la misma vida política. Existe, en muchos países, una conexión entre la
pobreza y la falta de libertad, de posibilidades de iniciativa económica, de administración
estatal capaz de predisponer un adecuado sistema de educación e información.
242
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 56-61
243
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 44
244
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 34
245
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58
246
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14
247
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 33:
248
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 6
249
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 20-21
250
Cf. Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de
enero de 1979), I/ 8
251
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 22
252
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 38
253
Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 55
113
pobres se les debe mirar “no como un problema, sino como los que pueden llegar a ser
sujetos y protagonistas de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo”.254
d) La deuda externa
e) El racismo.
Es otro obstáculo que dificulta la ordenación justa las relaciones internacionales. Este
comportamiento no es exclusivo de los países jóvenes, donde a veces se camufla con las
rivalidades entre clanes y partidos. Durante la época de la colonización, la sociedad
internacional se ha dividido entre colonizadores y colonizados, siendo entonces consideradas
algunas razas como incapaces de autogobernarse.
El racismo es ahora fermento de división entre los pueblos y obstáculo para la mutua
colaboración dentro de las naciones. Si un Estado discrimina a otro o se automargina, por
motivos de raza o el color, desprecia a las personas, a la naciones y a la dignidad que se les
debe.
Los individuos y los grupos intermedios deben coordinar su interés con las necesidades de los
demás y, según las normas de la justicia, deben ayudar al bien común, entendido como
conjunto de condiciones sociales favorables a las personas y a los pueblos. Pero tales
condiciones no se darán en un país que no tenga en cuenta a los otros piases, ya que con esa
conducta no atenderá debidamente ni siquiera a su propio provecho y perfección, pues ningún
Estado puede procurarse el bien completo de la vida humana por el camino del aislamiento.
254
Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 14
255
Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Tertio millennio adveniente, 51
256
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 35
114
entendido positivamente, consiste en estimular y favorecer una amistosa colaboración y una
concordia que redunde eficazmente en favor de las distintas naciones. Pero es imposible
alcanzar esos objetivos si se carece de poder necesario para dirigir el bien común.
El poder político supranacional, que actualmente se ejerce sobre cada nación, es insuficiente
para promoverlo y alcanzarlo. El contenido intrínseco del bien común internacional es tarea
de la autoridad supranacional, cuya naturaleza y ejercicio requieren existencia real para lograr
que el bien común sea eficaz en la sociedad mundial.
El poder, las estructura y los medios amplios y de alcance mundial son los que exigen, por
consiguiente, la constitución de una autoridad pública general supranacional, cuyos rasgos de
identificación se pueden enunciar así: no será impuesta, sino que será establecida con el
consentimiento de todos los países; tendrá jurisdicción eficaz sobre el mundo entero;
dispondrá de medios idóneos para dirigir con justicia a la comunidad internacional.
Para ello ha de ejercer la autoridad de modo imparcial y será ajena a posiciones partidarias y
nacionalistas. Su fin fundamental consistirá en cuidar de que se respeten en su totalidad los
derechos de la persona. Tendrá que respetar, además, el principio de subsidiariedad, sin
limitar ni invadir las esferas y competencias propias de cada persona, de los grupos
intermedios y de cualquier estado.
Mientras tanto, y hasta que no se instituya ese tipo de autoridad mundial, una nación concreta
puede asumir el liderazgo mundial, tan sólo cuando sirva para contribuir, de manera amplia y
generosa, al bien común de toda la humanidad. Pero esta injerencia humanitaria será ejercida
sólo de manera concreta y transitoria (SRS, 23).
Alcanzar un desarrollo humano integral requiere que cada pueblo lleve a cabo en su interior
un trabajo solidario, capaz de fundamentar una vida nacional en la que se cultiven la dignidad
y creatividad de la persona, para que ésta responda sobre las exigencias de la propia vocación
y la llamada de Dios.
Atañe a todos los pueblos, pero especialmente a las naciones desarrolladas, el deber de no
permanecer indiferentes ante dificultades internas que afectan a los países que sufren hambre
y miseria y que no disfrutan de los derechos fundamentales del hombre. Pero la ayuda que
reciban los países necesitados ha de ajustarse a una escala de prioridades y de valores, que se
ha de tener en cuenta a la hora de decidir y optar en cuestiones económicas y políticas.
Para alcanzar la paz los pueblos deben avanzar en su desarme y apoyarse, más que en el poder
militar, en la confianza recíproca entre los distintos pueblos. Así podrá surgir un nuevo
sistema de relaciones entre los Estados y podrá pasarse a establecerlo en la comunidad
internacional.
115
estáticamente entendida. Un esfuerzo solidario y libre puede desarraigar las causas que
generan la discordia y eliminar aquellas amenazas contra la paz que nacen de situaciones
estructuralmente injustas.
Educar para la paz es lograr una mentalidad una autoridad pública general supranacional,
individual y comunitariamente, con capacidad para aceptar la responsabilidad común de
promover un desarrollo integral que elimine las causas de la guerra. Las convenciones interna-
cionales también se orientarán hacia este sistema, que reclama un ordenamiento jurídico
internacional puesto al servicio de las sociedades, de las economías y de las culturas de todos
los pueblos del mundo.
Tras la Segunda Guerra Mundial las naciones se asociaron para darse soluciones justas,
mediante la intervención de organismos internacionales (p.e. el Fondo Monetario
Internacional (FIM), el Banco de Desarrollo (BID), etc.), para promover la paz y la coopera-
ción internacional y así favorecer el desarrollo de los pueblos. Ahora las naciones han de
contribuir a que se resuelva la actual crisis de los países pobres, luchando contra la pobreza y
promocionando la paz. Porque las situaciones imprevisibles y fluctuantes, además de impedir
que se alcance un desarrollo aceptable, constituyen una amenazan permanente para la paz.
La Iglesia, con su doctrina social, ofrece sobre todo una visión integral y una plena
comprensión del hombre, en su dimensión personal y social. La antropología cristiana,
manifestando la dignidad inviolable de la persona, introduce las realidades del trabajo, de
la economía y de la política en una perspectiva original, que ilumina los auténticos valores
humanos e inspira y sostiene el compromiso del testimonio cristiano en los múltiples
ámbitos de la vida personal, cultural y social. Gracias a las « primicias del Espíritu » (Rm
8,23), el cristiano es capaz de « cumplir la ley nueva del amor (cf. Rm 8,1-11). Por medio
de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14), se restaura internamente todo el
hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rm 8,23) ».1109 En este sentido, la
doctrina social subraya cómo el fundamento de la moralidad de toda actuación social
consiste en el desarrollo humano de la persona e individúa la norma de la acción social en
su correspondencia con el verdadero bien de la humanidad y en el compromiso tendiente a
crear condiciones que permitan a cada hombre realizar su vocación integral.
257
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 11
258
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 35
116
urgente necesidad... debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de esta doctrina
social de la Iglesia ».259
Esta formación debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil: “A los seglares les
corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices,
penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de
la comunidad en que viven”.261 El primer nivel de la obra formativa dirigida a los cristianos
laicos debe capacitarlos para encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos
culturales, sociales, económicos y políticos, desarrollando en ellos el sentido del deber
practicado al servicio del bien común.262 Un segundo nivel se refiere a la formación de la
conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del poder político:
“Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es
la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de
toda ganancia venal”.263
117
eficaz contra las miserias de nuestro tiempo, como el hambre y la indigencia, el
analfabetismo, la injusta distribución de los bienes y la falta de vivienda. Esta multiforme
cooperación aumenta la conciencia de la fraternidad en Cristo y facilita el camino
ecuménico.
También la acción pastoral en el ámbito social está destinada a todos los cristianos,
llamados a ser sujetos activos en el testimonio de la doctrina social y a injertarse
plenamente en la tradición consolidada de “la actividad fecunda de millones y millones de
hombres, quienes a impulsos del magisterio social se han esforzado por inspirarse en él con
miras al propio compromiso con el mundo”.265 Los cristianos de hoy, actuando
individualmente o bien coordinados en grupos, asociaciones y movimientos, deben
presentarse como “un gran movimiento para la defensa de la persona humana y para la
tutela de su dignidad”.266
La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del Señor (cf. Mt 20,1-
16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se realiza precisamente en el
mundo: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios
gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”.267 Mediante el Bautismo,
los laicos son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida y de su misión, según su
peculiar identidad: “Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a
excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la
Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados
al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real
de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la
parte que a ellos corresponde”.268
La identidad del fiel laico nace y se alimenta de los sacramentos: del Bautismo, la
Confirmación y la Eucaristía. El Bautismo configura con Cristo, Hijo del Padre,
primogénito de toda criatura, enviado como Maestro y Redentor a todos los hombres. La
Confirmación configura con Cristo, enviado para vivificar la creación y cada ser con la
efusión de su Espíritu. La Eucaristía hace al creyente partícipe del único y perfecto
sacrificio que Cristo ha ofrecido al Padre, en su carne, para la salvación del mundo.
El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los sacramentos y en virtud de ellos, es decir,
en virtud de todo lo que Dios ha obrado en él imprimiéndole la imagen misma de su Hijo,
Jesucristo. De este don divino de gracia, y no de concesiones humanas, nace el triple
264
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris missio, 2
265
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 3
266
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 3
267
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31
268
Ibid.
118
“munus” (don y tarea), que cualifica al laico como profeta, sacerdote y rey, según su
índole secular.
Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio con el testimonio de una vida ejemplar,
enraizada en Cristo y vivida en las realidades temporales: la familia; el compromiso
profesional en el ámbito del trabajo, de la cultura, de la ciencia y de la investigación; el
ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas, políticas. Todas las realidades
humanas seculares, personales y sociales, ambientes y situaciones históricas, estructuras e
instituciones, son el lugar propio del vivir y actuar de los cristianos laicos. Estas realidades
son destinatarias del amor de Dios; el compromiso de los fieles laicos debe corresponder a
esta visión y cualificarse como expresión de la caridad evangélica: “El ser y el actuar en el
mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino
también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial”.269
El testimonio del fiel laico nace de un don de gracia, reconocido, cultivado y llevado a su
madurez.270 Ésta es la motivación que hace significativo su compromiso en el mundo y lo
sitúa en las antípodas de la mística de la acción, propia del humanismo ateo, carente de
fundamento último y circunscrita a una perspectiva puramente temporal. El horizonte
escatológico es la clave que permite comprender correctamente las realidades humanas:
desde la perspectiva de los bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con
autenticidad su actividad terrena. El nivel de vida y la mayor productividad económica, no
son los únicos indicadores válidos para medir la realización plena del hombre en esta vida,
y valen aún menos si se refieren a la futura: “El hombre, en efecto, no se limita al solo
horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente su
vocación eterna”.271
Los fieles laicos están llamados a cultivar una auténtica espiritualidad laical, que los
regenere como mujeres y hombres nuevos, inmersos en el misterio de Dios e incorporados
en la sociedad, como fermento de santificación. Esta espiritualidad edifica el mundo según
el Espíritu de Jesús: hace capaces de mirar más allá de la historia, sin alejarse de ella; de
cultivar un amor apasionado por Dios, sin apartar la mirada de los hermanos, a quienes más
bien se logra mirar como los ve el Señor y amar como Él los ama. Es una espiritualidad
que rehuye tanto el espiritualismo intimista como el activismo social y sabe expresarse en
una síntesis vital que confiere unidad, significado y esperanza a la existencia, por tantas y
diversas razones contradictoria y fragmentada. Animados por esta espiritualidad, los fieles
laicos pueden contribuir, “desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu
evangélico... a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así
hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su
vida”.272
269
Juan Pablo II, Exh. ap. Christifideles laici, 15:
270
Ibid., 24
271
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 76
272
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 31
119
Los fieles laicos deben fortalecer su vida espiritual y moral, madurando las capacidades
requeridas para el cumplimiento de sus deberes sociales. La profundización de las
motivaciones interiores y la adquisición de un estilo adecuado al compromiso en campo
social y político, son fruto de un empeño dinámico y permanente de formación, orientado
sobre todo a armonizar la vida, en su totalidad, y la fe. En la experiencia del creyente, en
efecto, “no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”,
con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida ‘secular’, es decir, la vida de
familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura”.273
La síntesis entre fe y vida requiere un camino regulado sabiamente por los elementos que
caracterizan el itinerario cristiano: la adhesión a la Palabra de Dios; la celebración litúrgica
del misterio cristiano; la oración personal; la experiencia eclesial auténtica, enriquecida por
el particular servicio formativo de prudentes guías espirituales; el ejercicio de las virtudes
sociales y el perseverante compromiso de formación cultural y profesional.
La doctrina social de la Iglesia debe entrar, como parte integrante, en el camino formativo
del fiel laico. La experiencia demuestra que el trabajo de formación es posible,
normalmente, en los grupos eclesiales de laicos, que responden a criterios precisos de
eclesialidad:274 “También los grupos, las asociaciones y los movimientos tienen su lugar en
la formación de los fieles laicos. Tienen, en efecto, la posibilidad, cada uno con sus propios
métodos, de ofrecer una formación profundamente injertada en la misma experiencia de
vida apostólica, como también la oportunidad de completar, concretar y especificar la
formación que sus miembros reciben de otras personas y comunidades”. 275 La doctrina
social de la Iglesia sostiene e ilumina el papel de las asociaciones, de los movimientos y de
los grupos laicales comprometidos en vivificar cristianamente los diversos sectores del
orden temporal: “La comunión eclesial, ya presente y operante en la acción personal de
cada uno, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los fieles laicos:
es decir, en la acción solidaria que ellos llevan a cabo participando responsablemente en la
vida y misión de la Iglesia”.276
La doctrina social de la Iglesia es de suma importancia para los grupos eclesiales que
tienen como objetivo de su compromiso la acción pastoral en ámbito social. Estos
constituyen un punto de referencia privilegiado, ya que operan en la vida social conforme a
su fisonomía eclesial y demuestran, de este modo, lo relevante que es el valor de la
oración, de la reflexión y del diálogo para comprender las realidades sociales y mejorarlas.
En todo caso vale la distinción “entre la acción que los cristianos, aislada o asociadamente,
llevan a cabo a título personal, como ciudadanos de acuerdo con su conciencia cristiana, y
la acción que realizan, en nombre de la Iglesia, en comunión con sus pastores”.277
120
ciencias presentan a la competencia profesional del médico, pero también a su conciencia y
a su fe. Otro tanto se podrá decir de asociaciones de maestros católicos, de juristas, de
empresarios, de trabajadores, sin olvidar tampoco las de deportistas, ecologistas... En este
contexto la doctrina social muestra su eficacia formativa respecto a la conciencia de cada
persona y a la cultura de un país.
CONCLUSIÓN
HACIA UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR
1) La ayuda de la Iglesia al hombre contemporáneo
La sociedad contemporánea advierte y vive
profusamente una nueva necesidad de sentido:
“Siempre deseará el hombre saber, al menos
confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de
su muerte”.278 Resultan arduos los intentos de
satisfacer las exigencias de proyectar el futuro en el
nuevo contexto de las relaciones internacionales, cada
vez más complejas e interdependientes, y al mismo
tiempo menos ordenadas y pacíficas. La vida y la
muerte de las personas parecen estar confiadas
únicamente al progreso científico y tecnológico, que
avanza mucho más rápidamente que la capacidad
humana de establecer sus fines y evaluar sus costos.
A las preguntas de fondo sobre el sentido y el fin de la
aventura humana, la Iglesia responde con el anuncio
del Evangelio de Cristo, que rescata la dignidad de la
persona humana del vaivén de las opiniones,
asegurando la libertad del hombre como ninguna ley
humana puede hacerlo. El Concilio Vaticano II indica
que la misión de la Iglesia en el mundo
278
Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra
121
contemporáneo consiste en ayudar a cada ser humano
a descubrir en Dios el significado último de su
existencia: la Iglesia sabe bien que “sólo Dios, al que
ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas
del corazón humano, el cual nunca se sacia
plenamente con solos los alimentos terrenos”.279 Sólo
Dios, que ha creado el hombre a su imagen y lo ha
redimido del pecado, puede ofrecer a los interrogantes
humanos más radicales una respuesta plenamente
adecuada por medio de la Revelación realizada en su
Hijo hecho hombre: el Evangelio, en efecto, “anuncia
y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza
todas las esclavitudes, que derivan en última instancia,
del pecado; respeta santamente la dignidad de la
conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que
todo talento humano debe redundar en servicio de
Dios y bien de la humanidad; encomienda, finalmente,
a todos a la caridad de todos”.280
2) Recomenzar desde la fe en Cristo
La fe en Dios y en Jesucristo ilumina los principios
morales que son “el único e insustituible fundamento
de estable tranquilidad en que se apoya el orden
interno y externo de la vida privada y pública, que es
el único que puede engendrar y salvaguardar la
prosperidad de los Estados”.281 La vida social se debe
ajustar al designio divino: “La dimensión teológica se
hace necesaria para interpretar y resolver los actuales
279
Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 41
280
Ibid.
281
Pío XII, Carta enc. Summi Pontificatus
122
problemas de la convivencia humana”.282 Ante las
graves formas de explotación y de injusticia social “se
difunde y agudiza cada vez más la necesidad de una
radical renovación personal y social capaz de asegurar
justicia, solidaridad, honestidad y transparencia.
Ciertamente es largo y fatigoso el camino que hay que
recorrer; muchos y grandes son los esfuerzos por
realizar para que pueda darse semejante renovación,
incluso por las causas múltiples y graves que generan
y favorecen las situaciones de injusticia presentes hoy
en el mundo. Pero, como enseñan la experiencia y la
historia de cada uno, no es difícil encontrar, al origen
de estas situaciones, causas propiamente ‘culturales’,
relacionadas con una determinada visión del hombre,
de la sociedad y del mundo. En realidad, en el centro
de la cuestión cultural está el sentido moral, que a su
vez se fundamenta y se realiza en el sentido
religioso”283 También en lo que respecta a la “cuestión
social” se debe evitar “la ingenua convicción de que
haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de
nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos
salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos
infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de
inventar un nuevo programa. El programa ya existe.
Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la
Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo
mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para
vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la
282
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 55
283
Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 98
123
historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén
celeste”.284
3) Una esperanza sólida
La Iglesia enseña al hombre que Dios le ofrece la
posibilidad real de superar el mal y de alcanzar el
bien. El Señor ha redimido al hombre, lo ha rescatado
a caro precio (cf. 1 Co 6,20). El sentido y el
fundamento del compromiso cristiano en el mundo
derivan de esta certeza, capaz de encender la
esperanza, a pesar del pecado que marca
profundamente la historia humana: la promesa divina
garantiza que el mundo no permanece encerrado en sí
mismo, sino abierto al Reino de Dios. La Iglesia
conoce los efectos del “misterio de la impiedad” (2 Ts
2,7), pero sabe también que “hay en la persona
humana suficientes cualidades y energías, y hay una
‘bondad’ fundamental (cf. Gn 1,31), porque es imagen
de su Creador, puesta bajo el influjo redentor de
Cristo, ‘cercano a todo hombre’, y porque la acción
eficaz del Espíritu Santo ‘llena la tierra’ (Sb 1,7)”.285
La esperanza cristiana confiere una fuerte
determinación al compromiso en campo social,
infundiendo confianza en la posibilidad de construir
un mundo mejor, sabiendo bien que no puede existir
un “paraíso perdurable aquí en la tierra”.286 Los
cristianos, especialmente los fieles laicos, deben
284
Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 29
285
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 47
286
Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra:
124
comportarse de tal modo que “la virtud del Evangelio
brille en la vida diaria, familiar y social. Se
manifiestan como hijos de la promesa en la medida en
que, fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el
tiempo presente (cf. Ef 5,16; Col 4,5) y esperan con
paciencia la gloria futura (cf. Rm 8,25). Pero no
escondan esta esperanza en el interior de su alma,
antes bien manifiéstenla, incluso a través de las
estructuras de la vida secular, en una constante
renovación y en un forcejeo con los dominadores de
este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos
(Ef 6,12)”.287 Las motivaciones religiosas de este
compromiso pueden no ser compartidas, pero las
convicciones morales que se derivan de ellas
constituyen un punto de encuentro entre los cristianos
y todos los hombres de buena voluntad.
4) Construir la « civilización del amor »
La finalidad inmediata de la doctrina social es la de
proponer los principios y valores que pueden afianzar
una sociedad digna del hombre. Entre estos principios,
el de la solidaridad en cierta medida comprende todos
los demás: éste constituye “uno de los principios
básicos de la concepción cristiana de la organización
social y política”.288
Este principio está iluminado por el primado de la
caridad “que es signo distintivo de los discípulos de
287
Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 35
288
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 10
125
Cristo (cf. Jn 13,35)”.289 Jesús nos enseña que la ley
fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de
la transformación del mundo, es el mandamiento
nuevo del amor (cf. Mt 22,40; Jn 15,12; Col 3,14; St
2,8). El comportamiento de la persona es plenamente
humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y
está ordenado al amor. Esta verdad vale también en el
ámbito social: es necesario que los cristianos sean
testigos profundamente convencidos y sepan mostrar,
con sus vidas, que el amor es la única fuerza (cf. 1 Co
12,31-14,1) que puede conducir a la perfección
personal y social y mover la historia hacia el bien.
El amor debe estar presente y penetrar todas las
relaciones sociales: 290 especialmente aquellos que
tienen el deber de proveer al bien de los pueblos “se
afanen por conservar en sí mismos e inculcar en los
demás, desde los más altos hasta los más humildes, la
caridad, señora y reina de todas las virtudes. Ya que la
ansiada solución se ha de esperar principalmente de la
caridad, de la caridad cristiana entendemos, que
compendia en sí toda la ley del Evangelio, y que,
dispuesta en todo momento a entregarse por el bien de
los demás, es el antídoto más seguro contra la
insolvencia y el egoísmo del mundo”.291 Este amor
puede ser llamado “caridad social”292 o “caridad
política”293 y se debe extender a todo el género
289
Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 40
290
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1889.
291
León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 143
292
Cf. Sto. Tomás de Aquino, QD De caritate, a. 9, c
293
Cf. Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46
126
humano. El “amor social”294 se sitúa en las antípodas
del egoísmo y del individualismo: sin absolutizar la
vida social, como sucede en las visiones
horizontalistas que se quedan en una lectura
exclusivamente sociológica, no se puede olvidar que el
desarrollo integral de la persona y el crecimiento
social se condicionan mutuamente. El egoísmo, por
tanto, es el enemigo más deletéreo de una sociedad
ordenada: la historia muestra la devastación que se
produce en los corazones cuando el hombre no es
capaz de reconocer otro valor y otra realidad efectiva
que de los bienes materiales, cuya búsqueda obsesiva
sofoca e impide su capacidad de entrega.
Sólo la caridad puede cambiar completamente al
hombre.295 Semejante cambio no significa anular la
dimensión terrena en una espiritualidad desencarnada.
Quien piensa conformarse a la virtud sobrenatural del
amor sin tener en cuenta su correspondiente
fundamento natural, que incluye los deberes de la
justicia, se engaña a sí mismo: “La caridad representa
el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus
derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única
que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de
entrega de sí mismo: ‘Quien intente guardar su vida la
perderá; y quien la pierda la conservará’ (Lc
17,33)”.296 Pero la caridad tampoco se puede agotar en
la dimensión terrena de las relaciones humanas y
294
Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis,15
295
Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte, 49-51
296
Catecismo de la Iglesia Católica, 1889.
127
sociales, porque toda su eficacia deriva de la
referencia a Dios: “En la tarde de esta vida,
compareceré delante ti con las manos vacías, pues no
te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas
nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso,
yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de
tu Amor la posesión eterna de Ti mismo... “.297
297
Sta. Teresa del Niño Jesús, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de
Dios. Oraciones: Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos 1998, p. 758, citado en: Catecismo de
la Iglesia Católica, 2011.
128
4. La solidaridad es, para Juan Pablo II, y para la DSI, procurar el desarrollo económico de
todos los hombres. V/F.
5. El hombre no sólo es un ser-con-otros, sino también para-los-demás. V/F.
B. LECTURAS COMPLEMENTARIAS.
1. CONCILIO VATICANO II. Gaudium et Spes: “Situación del hombre en el mundo de hoy
(nn. 4-10); “Dignidad de la persona humana” (nn. 12-22); “La comunidad humana” (nn.
23-32).
2. Benedicto XVI, encíclica “Deus Caritas est”.
C. BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARÍA.
129
VII REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
130
- Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (Sobre la Evangelización en el
Mundo Contemporáneo), 8 Diciembre, 1975.
• Pío XI.
- Carta Encíclica Quadragesimo Anno (Sobre la Restauración del Orden Social),
15 Mayo,
• GASTALDI, Italo. “El Hombre un misterio”, Ediciones Abya Yala, Quito 1992.
• VIDAL Marciano. “Hacia una Ética de la Persona” Ediciones Capeluz, Barcelona
1978.
• BIFFI, Franco. “El Evangelio Social del Papa Juan Pablo Segundo” PUCE, Quito
1990.
• Concilio Vaticano II, Documentos.
• MIFSUD, Tony. “Una Construcción ética de la Utopía Cristiana” Ediciones
Paulinas, Chile 1988.
• CELAM, Documentos.
• Documentos Sociales Pontificios, Corpus de Doctrina Social de la Iglesia
• AA. VV. La Doctrina Social de la Iglesia y lucha por la justicia. Ed. HOAC.
Madrid, 1991. 221 pp.
• BERNA QUINTANA, Angel. La Doctrina Social en los tiempos nuevos. "Discurso
leído en la sesión de apertura del año académico 1970-71 celebrado el 15 de octubre
de 1970". Ed. Instituto Social León XIII. Madrid, 1970. 52 pp. También en
CORINTIOS XIII 49-51 (1989) 29-92.
• BONNIN, Eduardo. Naturaleza de la Doctrina Social de la iglesia. "Análisis del
aspecto teórico, histórico y práctico". Ed. Instituto Mexicano de Doctrina Social
Cristiana (IMDOSOC). México, 1990, 66 pp.
• CONGREGACIÓN para la EDUCACIÓN CATÓLICA. Orientaciones para el
estudio y la enseñanza de la Doctrina Social de la iglesia en la formación de los
sacerdotes. Col. "Documentos y Estudios", 142. Ed. PPC. Madrid, 1989, pág. 12.
También se encuentra en EDICE. Madrid, 1988. 130 pp.
• DIAZ SÁNCHEZ, Juan Manuel. "La Doctrina Social de la Iglesia hoy. (Relaciones
entre la DSI y la Teología de la Liberación)" Documentación Social "Revista de
Ciencias sociales y Sociología Aplicada" 99/100 (1995) 211-242.
• GUERRERO, Fernando. Doctrina Social de la Iglesia. "Curso de Introducción". Col.
"Tau". Sección General, 40. Edtor. Francisco López Hernández. c/. San Juan de la
Cruz, 7. Avila, 1992. 260 pp.
• José-Román Flecha Andrés, Universidad Pontificia de Salamanca.
• SORIA, Carlos. "Elementos para una comprensión de la doctrina social: problemas e-
pistemológicos y teológicos", en Rerum Novarum-Laborem Exercens verso l'anno
2000. (Simposio). Pontificia Comisión "Justicia y Paz". Roma, 1982, pp. 115-132.
También en CORINTIOS XIII 49-51 (1990) 113-136.
131