La equidad de género en el trabajo es un derecho que se encuentra plasmado en la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, así como en el artículo
123 de la Ley Federal del Trabajo, y en algunos Contratos Colectivos de Trabajo de ciertos Sindicatos. En teoría y en papel, la equidad de género laboral es un derecho ganado plenamen te. Es producto de un sinnúmero de luchas sindicales y reivindicación de la cues tión feminista. Sin embargo en la práctica, a parte del problema inherente a la educación androc entrista, existe el problema de las diferencias físicas de la mujer y su desempe ño en ciertas labores. No es esto un ataque a la cuestión de igualdad, muy lejos de una postura de vict imización del género femenino, debemos ser conscientes que estas diferencias no son una razón para continuar repitiendo viejos clichés de minoría de edad o de i nvalidez frente al varón. Estas diferencias han permitido al género humano la su pervivencia como especie. La toma de conciencia se refiere a incentivar el desarrollo de las característic as femeninas sin que para esta realización, su femineidad sea convertida y objet o y presa. Entonces, es un trabajo de adaptación del molde social para tener control de la mujer en si misma y no para controlar al hombre. Es decir, no es un trabajo de d esplazamiento del hombre de las labores cuya naturaleza es mas afín a la constit ución física masculina, sino el reconocimiento que esas habilidades están mas de sarrolladas en ese género. Es deseable, en un entorno laboral, que la mujer se desempeñe como un hombre y v iceversa, en los diferentes puestos de trabajo. Sin embargo, a la luz de diferen tes experiencias laborales podemos decir que no existe esa igualdad. Tomemos como ejemplo lo ocurrido en una empresa de telecomunicaciones. En el mar co del avance tecnológico, el número de operadoras debe reducirse pues sus labor es son ejecutadas por un equipo que sustituye a un número considerable de las mi smas. Casi medio centenar de operadoras se encuentran, solo en una ciudad, sin u n puesto de trabajo seguro. Las negociaciones del sindicato con la empresa dan como resultado la reubicación de las operadoras a otras áreas de trabajo, con labores desempeñadas siempre po r varones. En este panorama, las operadoras, con un promedio de edades que oscil an entre 30 y 45 años, se encuentran que deben efectuar trabajos que van desde l a excavación hasta instalación de postería, pasando por labores de anclaje y fij ado de cables de telecomunicaciones. Al inicio de esta experiencia, el sindicato alentó e incentivó dichos movimiento s de reubicación, a medida que esta se fue desarrollando, los resultados eran ev identes. Las operadoras reubicadas no conseguían igualar los parámetros indicados como bá sicos sin la ayuda de un elemento masculino, cuyo salario era pagado por ellas m ismas. En este orden de factores, hay que incluir el hecho de la reglamentación de los acuerdos de productividad que indican un puntaje básico para que puedan particip ar de un incentivo de productividad fijado para ese fin por el sindicato y la em presa. Este puntuaje era muy difícilmente logrado por las operadoras lo que generaba co nflictos entre los trabajadores hombres, que no participaban de la idea del pago de incentivo a quienes no producían de acuerdo a esos parámetros. ¿Qué debió plantearse en ese caso? Si se negociaban acuerdos particulares para l as reubicadas se violaba la cláusula de equidad, pero si se continuaba califican do en ese esquema, era un hecho que las trabajadoras siempre estarían en desvent aja y encima pagando un salario de su propio dinero. La solución no era simple. Existían acuerdos que no podían ser soslayados, pero lo fundamental, la lucha por los derechos de los trabajadores estaba en juego. Cada vez más operadoras reubicadas, solicitaban a su representación local, su ca mbio de especialidad. Y lo que se vió al principio como una solución terminó sie ndo un dolor de cabeza para la empresa y aun mas para el sindicato, pues al invo lucrar a terceros en el desempeño de trabajo se corrían riesgos muy importantes. Y en este proceso la parte débil se quebró. Los mecanismos para asegurar la cal idad en el trabajo, la seguridad del trabajador, y hasta la capacitación sufrier on deterioros importantes. No fue la cuestión de reubicación el generador de muchas de estas situaciones, p ero si el detonante que puso de manifiesto que era un experiencia fallida. En la misma no fueron tomadas en cuenta las diferencias de capacidades y habilid ades de cada género, por la cantidad de elementos a reubicar. Las áreas asociada s generalmente a las habilidades femeninas, como la administración o comercializ ación, estaban saturadas de operadoras con más derechos sindicales. Y lo único q ue quedaba era el área técnica, que no requería de una especialización técnica, ni una formación académica rigurosa. En ese nicho lo único que se requería era d estreza y fuerza física. La reubicación, vista así, fue la solución para quienes querían evitar a toda co sta, reubicaciones geográficas, que las alejarían de su núcleo familiar con las consecuencias implícitas. En un hecho inusual, las trabajadoras subían taladro en mano, a las fachadas, a los postes. Se les veía a pleno sol, cambiando cables, jalando rollos de alambre y construyendo la red. En jornadas extenuantes, día a día, se percataban tanto empresa como sindicato q ue esta era solución a medias, que afectaba al proceso productivo y que generaba cada vez mas descontento. Después de muchas negociaciones y tiempo que permitió jubilaciones especiales, b ajas por incapacidad, etc., el número de operadoras reubicadas descendió y se lo gró reubicarlas nuevamente ahora en áreas tradicionalmente reconocidas como afin es a las habilidades femeninas. Y hasta ahí la experiencia femenina en la red exterior de telecomunicaciones. ¿Cuáles son sus implicaciones en la cuestión femenina de equidad? No es mi intención minimizar el esfuerzo realizado por quienes participaron en e ste desarrollo, sin embargo debemos aprender de esta experiencia, que puso de ma nifiesto que a pesar de la necesidad de promover la igualdad de derechos también es necesario el reconocimiento de la existencia de habilidades y capacidades di ferentes y que este reconocimiento nos hace dueñas del desarrollo y promoción de las mismas. Y esto es necesario en un modelo económico que promueve la igualdad , pero que sigue apostando al juego de las inercias, en las que las mujeres pre ferimos una minoría de edad que nos excluye de responsabilidades y promueve al h ombre como eje de la familia, la sociedad, la historia, en fin de la vida de la mujer. Debemos promover el desarrollo de las habilidades de escucha, de socialización, verbalización, de análisis como pensamiento de alto nivel, que alejen a las muje res de los patrones sociales que las encasillan como amas de casa, o estudiantes de una carrera universitaria mientras encuentran un esposo. La promoción de las habilidades femeninas abre mas nichos laborales de competenc ia que redunda en mejores ingresos y en una autonomía que a la vez permite el de sarrollo de otras mas en campos que ni siquiera eran pensados por nuestras madre s o abuelas. Es bueno que la mujer tenga aspiración en su desarrollo y no llegue a su medianí a de edad con preguntas que le hagan cuestionar la validez de las decisiones que la han llevado hasta ese momento. En una sociedad con hombres y mujeres comprometidos en su desarrollo pleno, el p ensamiento humano se eleva hasta confines insospechados, pues no lo limitan arqu etipos. Así una mujer, puede diseñar puentes, edificios, construcciones navales, ingenie ría civil. Un hombre adentrarse en la crianza de los hijos, en la cocina, manual idades, sin que sea etiquetado como homosexual, por exhibir la sensibilidad que esto requiere. Las mujeres han demostrado capacidades innatas de administración, prudencia y me sura siempre y cuando no imiten a sus pares masculinos. Las decisiones tomadas desde un contexto netamente femenino pueden resultar choc antes y sensibles en un mundo de hombres, pero son también mas honestas, pues en ellas se apela a la parte femenina que no busca la aprobación masculina. Ese es el principal distorsionador de lo femenino: la búsqueda de la aprobación masculina, búsqueda que ha sido el motor de la conducta femenina, desde el inici o de nuestros tiempos como especie. Tenemos comprado el mito de la superioridad masculina cuando en todas partes nos topamos con pruebas que este no existe, que existe una igualdad, que paradójica mente, se basa en diferencias que no ponen a nadie en superioridad. La constitución física de un hombre lo hace mas apto para ciertas labores y la m ujer para otras, pero esto no implica que una sea superior al otro, mas bien pon e de manifiesto el hecho de la existencia de un complemento del uno en el otro. Dejemos a los varones las destrezas de fuerza, concentrémonos en lo que sabemos hacer bien, y aplicando nuestro característico empeño permitamos que nuestros ta lentos dejen ver que hay diferencias. Necesarias diferencias, y benditas diferen cias.