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EL BARCO DE VAPOR La asombrosa historia del espejo roto Francisca Solar ediciones I El gran anuncio LOS CUMPLEANOS dan mucho tra- bajo, o al menos asi lo crefa el rey Perci- baldo, mientras admiraba los preparativos desde su balcén. El pueblo de Pequefo Lago estaba de fiesta y no era una celebra- cién cualquiera: el rey duende cumplia cin- cuenta afios, y todos querian saludarlo. Percibaldo no se sentfa viejo. Llegar a esa edad era un privilegio de pocos, pero siempre, por si las dudas, ocultaba su cabe- Ilo canoso bajo su hermoso gorro en punta. Lo tinico que no podia esconder eran sus grrugas. “Es por tanto sonrefe”, explicaba, volviendo a arrugarse. Todavia tenia fuerzas para cabalgar noches enteras en los corce- Jos enanos, 0 para asistir a la caza anual de ardillas con los duendes de la nobleza. Podia subir y bajar las escaleras de su palacio en el Gran Arbol, alimentar a las palomas men- sajeras, incluso dar largos discursos sobre la paz y la felicidad. Sin embargo, sus conju- ros ya no le resultaban como antes. Sus manzanas se transformaban en peras y las sillas en pulpos azules. Ademés, no podia ver sin sus anteojos y éstos le torcian la nariz. Era feliz, pero estaba cansado, pues Ilevaba mucho tiempo siendo rey. Aquel dia se habia levantado de la cama muy temprano, tratando de esconderse para que nadie lo saludara. Mala idea! Los sirvientes, quienes también madrugaban, lo persiguieron por los pasillos con un gran pastel a cuestas. Entonces al rey, acorra- lado —tesignado quizé—, no le qued6 més remedio que aceptar sus saludos y sonrefr. Pronto estaba en la cocina comiendo un buen pedazo, escuchando una y otra vez cudén “especial” era aquella fecha cuando, sintiéndose inspirado, crey6 que efectiva- mente aquel podfa ser el dia ideal para una decisién que estaba postergando hacia tiempo. Dejé el pastel a medio comer, dio las gracias al cocinero y mandé lamar a su mensajero, un chico de zapatillas doradas que presumia ser el més veloz del reino. Mediante una carta que él mismo firmd, ordenaba que se realizara una gran cele- bracién en su nombre, a la que todos los habitantes de Pequefio Lago estaban invi- tados. “Daré una noticia muy importante”, le dijo. El mensajero bajé por el Gran Arbol, rodé desde la colina, porded el lago pris- tino hasta las calles del pueblo y, sujetando un lustrado cuerno de unicornio, pregond la noticia por todas las esquinas. Pronto padres, hijos y abuelos se asomaron por Jas ventanas, alegres; nadie era mas querido en toda la comarca que el buen rey Perci- - paldo. Y asi, sin esperar més detalles, todos ge pusieron manos a Ja obra. Las mujeres cosieron dia y noche para confeccionar los vostidos mas elegantes, y los hombres suda- yon sin cesar en los campos para cosechar Jos mejores vegetales. El trabajo era duro, pero.nadie se quejaba. El rey estaba de cum- pleafios y cada uno de sus sabditos queria yendirle un homenaje a su manera, con lo quie sus manos supieran hacer. El panadero Iiizo el. pastel més sabroso de todos los {lempos, el escribano real hizo un poema dle versos infinitos y la banda de misica prometié que haria llorar a los més serios con una nueva y maravillosa melodia, En el palacio, el cocinero debié contratar cinco ayudantes mas para el banquete, y ordené sacar la vajilla de plata de las alacenas. Se limpiaban una y otra vez los pisos y ven- tanas, hasta que quedaran brillosos, y un sirviente con un pote de pasta incolora lus- traba los zapatos de todos los que pasaban por la gran puerta real. Eso es lo que el rey vefa desde su ventana, comprendiendo el intenso trabajo que un cumpleafios supo- nia. Todo debia salir perfecto, y su pueblo queria darle esa perfeccién. El gran dia legé y todos los duen- des se reunieron en los jardines del pala- cio, justo a la puesta de sol. Habfa hombres, mujeres, ancianos y nifios vestidos con sus mejores ropas y exhibiendo humildes rega- Jos envueltos en coloridos papeles brillan- tes. El banquete estaba servido en largas mesas en torno al Gran Arbol, pero nadie habia prohado bocado, salvo un nifto, quien, para ocultar un derrame del puré de man- zana, tuvo que pasar la lengua al mantel. Los ‘colores de las vestimentas se refleja- ban en el lago como si fuera un campo de flores, alegrando atin més el ambiente. Solo habia sonrisas. Cuando el rey salié al balcén, las trom- petas sonaron, los fuegos artificiales tronaron en el cielo y todos aplaudieron. Llevaba de la mano a su hija, la princesa Gwen, quien cumplirfa pronto los diecisiete.afios. —jQueridos stibditos! —exclamé levan- tando las manos, y todos callaron. Vestia un gorro dorado y una gruesa capa roja de piel—. He sido su rey por muchos ajfios, y creo que mi tiempo ha concluido. He hecho buenas cosas, como el puente sobre el rio “y los arados para las cosechas, pero ya no tengo la fuerza de antes. Es momento de que alguien més tome mi lugar: El silencio se rompié con las voces pre- Heupadas de todos los oyentes, incluso de Jon sirvientes del palacio, pues nadie sabia J era ese anuncio tan importante que el iba a dar... hasta ahora. La princesa Gwen permanecfa en su y cabizbaja. _;Pueblo de Pequefio Lago! —volvi ‘exelamar el rey Percibaldo, esta vez mas © gue antes para acallar el bullicio—. joy enfermo, jno se preocupen! Todo rey debe retirarse cuando cree que su tra- bajo ya esté cumplido. He compartido mi vida con ustedes y aqui seguiré hasta el tiltimo dia... pero ya no mAs como su sobe- tano. Por eso —tomé a Gwen suavemente del brazo y la insté a dar unos pasos hacia adelante, donde todos los duendes en la explanada pudieran verla en esplendor—... he decidido que mi hija ya esté lista para gobernar en mi lugar. Las trompetas sonaron otra vez en medio de los aplausos de alegria, pero el rey movid las manos y volvié a pedir silencio. La luna redonda brillaba sobre las cabezas del gentfo como una gran bolsa de luciérna- gas, iluminando hasta Ja tiltima casa humilde entre los campos de cebada. Todos estaban felices y expectantes, pero faltaba una parte del anuncio, la mas importante. Gwen apenas subié la mirada. —Hay una cosa mas. Como todos saben, nuestras leyes no permiten que una mujer soltera reine en Pequefio Lago, y dado que mi hija atin no conoce a un hombre digno de ella, he decidido llamar a todos los duendes en edad de matrimonio a un Desa- fio de Magia. Quien demuestre las mejores habilidades y los conjuros mas poderosos, se quedard con la mano de Gwen. ‘Ahora sf las trompetas sonaron sin interrupcién. Se lanzé una nueva partida de fuegos artificiales, y sus fuertes repiques alimentaban las voces de la algarabfa. Las madres abrazaron y peinaron a sus hijos mayores, alenténdolos a tomar el desafio para pelear por la corona. ;Dénde encon- trarian una criatura tan bella y tan espe- cial como la princesa? Ese era el momento propicio para que los jévenes de Pequefto Lago demostraran lo que eran capaces de hacer. Pero Gwen no estaba de acuerdo, ni menos era feliz. Aproveché el bullicio, se solt6é del brazo de su padre y escap6 cuanto antes a su habitacion, subiendo las escale- ras hasta la torre alta. jLa casarfan a la fuerza! Maldijo su suerte y se eché a llorar, apoyada en los cojines mullidos de su cama. No querfa pensar en el dichoso desafio. IL Brin Mandarin A POCOS dias del gran anuncio del rey, imponentes carpas con sellos de nobleza eomenzaron a apostarse, una junto a la otra, 4 orillas del lago. Pocas veces los duefios de Jos tiendas de comida habian tenido tanto ajetreo como en esos dias, Las canastas de ‘yan se acababan répidamente y las jarras jarabe de cereza desaparecian tras los fos recién Megados. Apenas bajaban sus hurones 0 zarigticyas —unos nifios visto, incluso, a un duende de piel sobre un ciempiés dorado— se aba- wn a las tabernas para pedir un poco 41 0 jugo de aréndanos, si bien la Jidad de Pequeitv Lago era el jarabe ya, tan delicioso que un vaso nunca iclente. Jajaron principes de todas las comarcas +e Ee cercanas, ademés de duques y Condes de Gran Lago, Pequefio Monte y Gran Valle, pues los mercaderes aseguraban que la noti- tia habia traspasado las fronteras. Los elfos, Tas hadas y los gusanos de luz también asis- firfan al desaffo, pues nada parecido habia sucedido en muchos afios. Nadie querfa per~ derse el espectéculo. ;Magia, un verdadero espectéculo de magia para ganar el corazon de la princesa Gwen! Desde lo alto de la colina més cercana, el joven Brin Mandarin mir6 las carpas de los nobles y suspiré. ¢C6mo podria com- petir contra ellos? Se regafié a si mismo por ser tan cobarde, acomods otra Ver la mochila en su espalda y bajé la ladera a paso lento. Tenfa que encontrar fuerzas de flaqueza... Esta era una oportunidad unica, tan increible que ni siquiera se habria atre- vido a sofiarla. Era su oportunidad. Gwen y Brin se habian conocido hacla dos primaveras, en el Festival anual de Vegetales en Pequefio Lago. En esos dias las calles se Henaban de compradores entu- siastas, sobre todo de forasteros, ya que el festival era muy famoso en los alrededo- tes, Los habitantes mas respetados solfan asegurarse los mejores puestos para vender sy mercancia, y la calidad de sus produc- fos no solo significaba mayores ganancias, sino también adn més respeto Y reconoci- miento entre sus pares. La familia Mandarin era uno de esos s. Poseedora de un modesto pero x0 linaje, habfan cultivado por genera: Jos mejores cftricos en muchas comar- f {a redonda: naranjas, linones, clemen- _, Nadie los superaba en porte ¥ sabor, gracias a un antiguo conjuro que un hhabfa regalado a uno de los prime darin de la historia. Desde ese dia, hnaranja mas jugosa y dulee que los ofrecian, y SU fama crecia afio {i| propio rey mandaba pedir solo jandarin para su ensalada, y la tnojaba cada vez gue, para el ‘Je servian jugo de otras naranjas Jas de dicha familia. Jo que sucedié aquella vez, fella y Brin se toparan de 17 frente y se ruborizaran hasta la punta del cabello. Para entonces tenian quice afios. Los sirvientes del palacio se habfan que- dado dormidos y, Para no tener que cami- nar tan temprano hasta los abarrotados pues- tos del festival, recogieron unas naranjas del Patio teal e hicieron el jugo para la prin- cesa. jCraso error! Basté un sorbo para que Gwen notara la diferencia y, en lugar de teganarlos, parti ella misma hasta fuera de los terrenos reales a buscar el carro ambu- lante de los Mandarin. Sabia que en época de festival ellos solian madrugar para ofre- cer sus verduras y frutas mds frescas, por lo que los encontrarfa de seguro tras algtin efervescente grupo de compradores. Serge Mandarin, el padre, Daria Man- darin, la madre, y Brin, el menor de sus siete hijos, atendian con esmero a los muchos interesados en sus apetitosos productos. De hecho, Brin estaba tan concentrado en su conversacién con la regordeta sefiora Jung que no vio llegar a Gwen, y cuando ella guiso hablar, chocaron de bruces y el canasto de limones que él cargaba rod6 por el suelo. Ambos tenfan los ojos verdes, intensos como el césped que cubria los Prados, y al se el uno en el otro dieron dos pasos hacia atrés, asustados. Brin se habia que- dado sin respiracién. —iPrincesa Gwen! —grité el seftor Mandarin, reconociéndola por la elegancia dle su traje y sus motas de pelo rizado entre Su gorro de terciopelo—. Perdone al torpe de Brin. Digame lo que necesita. Le conse- guiré lo que sea. Ella evité la mirada del chico, entre ivergonzada y divertida. Pidié dos grandes faranjas, pago con una moneda de oro y se ue corriendo por donde Ilegé. Brin atin fo atinaba a recoger los limones a sus pies hasta que la silueta de la Princesa se perdié al final de la calle. El regafio de su madre lo sacé de su ensuefio y lo oblig6 a regre- far pronto a sus quehaceres. Sin embargo, por alguna razén su cara mantuvo una son- risa permanente, ilusa, solo con traer a su Mente ura y otra vez el rostro sonrojado, pero hermoso, de Gwen. Brin recordaba ese dia como si hubiese sido ayer. Ya habian pasado dos afios; ahora era unos centimetros mas alto, su voz un 0) mas ronca y el trabajo en los campos de cha le habia permitido ahorrar dinero, lo inte como para costear mejores ropas no lo necesario para sortear el desafio. | madre le deseé suerte, pero su padre 8 lo despidid en Ja majfiana. No estaba ro de querer ver a su hijo haciendo el ‘idieulo frente a todos los nobles de Pequefto 0, Queria que Brin siguiera el ejemplo sus hermanos mayores, quienes, casados duendecillas de los campos aledafios, Itivaban sus propios alimentos y posefan ly necesario para vivir sin problemas. No lenfan grandes aspiraciones, y asf, tampoco 4 decepcionarfan si no lograban grandes ‘cosas, Era una vida sencilla entre gente sen- villa, Asf eran todos los Mandarin. Pero Brin era distinto. No le importaba la desaprobacién de su padre; él queria intentarlo. Queria lograr el amor de la Princesa. Desde pequefio, cuando nadie lo vefa, practicaba en el patio trasero un poderoso conjuro ensefiado por su abuelo... jno podia fallar! Ademds, era el momento propicio para volver a verla. Por fin, jpor fin!, estarfa con Gwen otra vez. ;Lo recordarfa ella a él como el torpe y timido duende del puesto de frutas? Tomé aire, nervioso, y siguié avan- zando. La ajetreada ruta de tierra hacia la entrada principal de Pequefio Lago estaba muy cerca. Acomodé su gorro de tela y peiné sus pobladas cejas. Asi se topara con un campesino o con el propio rey, debia dar la mejor impresién. 7 El duque de Gran Valle COLGADO de un viejo alerce, en la itvada norte de Pequefio Lago, un tablén ‘tle madera anunciaba las reglas y requisi- jos para participar en el gran desafio de Magia. Cuando Brin lleg6 hasta aquel lugar eran tantos los jévenes deseosos de leer que tuvo que esperar mucho tiempo hasta que | gentio se dispersara. Las palabras no eran muchas, pero cada pretendiente las lefa una y otra vez para no olvidar nada impor- tante. Por eso Brin esperé a que hubiera suficiente silencio para concentrarse. Sdélo entonces se” acercé. 9 acca nme BS a Gran Desafio de Magia Requisitos: ¢ Tener mis de 17 afios. * Poseer conocimientos avanzados de magia. * Contar con un espejo magico en buen estado. Deere ster ster a * + Reglas: “a * Solo se aceptaré un conjuro ire" TIN por pretendiente. * El mejor postulante seta elegido por el vey, y su premio consistiré en tomar cotto esposa a Ia princesa Gwen de Pequeiio Lago. €l desafio se realizavé piblicamente, en el gran salon del palacio real, el cuarto dia del mes de agosto. Tal como sus contendores, Brin leyd veinte veces el tablén tallado hasta memo- tizar cada sflaba. Le preocupaba no haber captado bien el mensaje, y que en lugar de un espejo, el desaffo implicara una varita de acebo, un caldero o una capa especial. Pero no, era un espejo, el artefacto magico por excelencia en el reino de los duendes. Palpé su mochila y sonrié. Se aseguré de que nadie lo estuviera viendo y detrs de unos arbustos vacié su contenido. Entonces admir6 su més preciada adquisicién: era un espejo ovalado, aparentemente sencillo, pero empotrado en un flamante marco dorado que centelleaba cada vez que lo tocaban. Era una verdadera antigiiedad, poseedora de un gran poder interior que pocos eran capaces de revelar. Habfa sido regalo de su abuelo antes de morir. “Has practicado sufi- ciente con él... Ahora es tuyo. Usalo con sabiduria, pero no la de la cabeza, sino la del corazén”, le dijo a Brin en su tltimo suspiro. El joven recordaba esa conversa- cin con gran nitidez. Segtin la leyenda, ese espejo habia pertenecido a la familia Mandarin por siglos, remontandose a la época en que los elfos cedieron parte de su magia a otras criaturas de la tierra. Podia convertirse en un mag- nifico artilugio de magia en manos de un poderoso hechicero, pero la familia Man- arin no Ie habia sacado mayor provecho. Lo guardaban bajo siete Haves, lo cubrian fon papel y frazadas, y no dejaban que los fiftos se le acercaran. jSi se rompiera seria una catéstrofe! Por eso su abuelo preferia que Brin ensayara en secreto. “Cuando sea el momento, les mostrards a todos de lo (jue eres capaz, y el espejo te ayudaré”, lo animaba. No habia mejor momento que éste para armarse de valor y demostrar sus eapacidades. Lo sabfa. Sin importar cuén- tos duendes pretendieran el amor de Gwen, @l posefa algo que nadie més tenia: un recuerdo, una mirada compartida que de seguro ella atesoraba en su corazén. Podia ser una ventaja. —Qué tienes ahi? Una voz forzadamente ronca salié tras el arbusto en el que Brin contemplaba su espejo. Sin tiempo para pensar, lo escon- dié bajo su camisa, pero unos grandes ojos negros lo habian descubierto. —No tengo nada —mintié Brin, ner- vioso. 7 %, El recién Hegado sonrié con malicia. —Anda, muéstrame tu espejo. Era un duende mds alto de lo normal. Usaba sandalias puntiagudas, pantalones abombados de seda, una chaqueta muy fina con bordados brillantes y su gorro cafa hacia atrés con distincién. Aunque no hubiese dicho ni una palabra, cualquiera adivina- ria que era un noble. —Claro que no —se negé Brin, sin bajar la guardia—. ,Quién eres? —Claude Regal, duque de Gran Valle —se present6 el extranjero, tomando las sola- pas de su chaqueta con altivez—. ;Y ta? —Brin Mandarin —respondis, sin saber si hacfa mal en enfrentarse a un noble. Su curiosidad fue mas grande—. :Vienes por el desafio? —iY por qué otra razén vendria alguien como yo a este pueblecillo ruistico? —hizo una mueca de asco, como quien se encuentra con una babosa gigante—. No conozco a la princesa, pero supongo que estard bien para mi. Yo solo pienso en con- vertirme en rey. Brin tuvo ganas de darle un buen golpe en la cara, pero se contuvo. El mismo se habfa puesto a pensar. Si lograba ganar el desafio, zestaba seguro de querer ser rey? Jo lo hacia por Gwen, no le importaba Yiida mas, pero las palabras de ese extrafio |i habfan despertado a otras consideracio- ws. gEstaba preparado para gobernar una lan colonia de duendes? Sintié un escalofrio. —Enséfiame ya ese espejo, te lo ordeno -yolvié a exigir Claude, estirando su mano hacia él. Brin siguié sin dudar. —No, y es mi tiltima palabra. Habia estado tan concentrado en el coho fruncido de ese arrogante Duque que no habia reparado en las dos personas que Jo acompafiaban. Eran jévenes como él, uno mds pequefo que el otro, y ambos tenian el escudo de Gran Valle estampado en,sus eamisas. No parecian soldados, ya que no llevaban armas, y eran muy sonsos y des- garbados para servir al ejército. Debian ser simples escoltas, pero si segufa negdndose ® mostrarles el espejo de su abuelo, entre los tres extranjeros podian darle facilmente una paliza. El rostro de Claude empez6 a enro- jecerse. —zTemes que te lo quite? Serfa lamen- table que ya no pudieras participar en el desaffo, gno? —2Qué quieres de mi? —exclamé Brin, dejando su mochila en el suelo y levantan- dose, por fin, hasta quedar frente a frente—, Ta debes tener tu propio espejo, de oro labrado o quizé de diamante pulido... —Tengo, jpor supuesto que tengo uno! Pero quiero ese —demandé, apuntando al bulto cuadrado que se apreciaba bajo la camisa blanquecina de Brin—. EstA forjado por elfos, Alcancé a ver el marco. Entré- gamelo. Brin trag6 saliva con la garganta apre- tada. Habia escuchado que los nobles solian recorrer los campos y exigir cuanto que- tian de las cosechas, aunque no les per- tenecieran, solo por el hecho de tener un titulo superior. Era una prdctica ilegal, y si habia suficientes testigos, se marchaban sin cumplir su amenaza, pero ahi, en ese pre- ciso momento, no habia a quién recurrir. Estaba solo, solo con un duende maleriado ostentando su titulo nobiliario y dos brutos acompafiantes dispuestos a hacer cualquier cosa que el Duque les ordenara. —Es una reliquia de mi familia, no te We, jjamas! —grité Brin, ahora enojado, Wcertado por la brusca peticién de un nocido que, ademas, amenazaba con a perder su encuentro con Gwen. —,De tu familia, ch? —pens6 Claude yor alta, relajando los hombros pero sin jer la mueca altanera—. Esta bien. Si no por las buenas, seré por las malas. Otto, |, traiganlo. Brin se vio atrapado entre los brazos los escoltas antes de que pudiera pensar defenderse. Ellos no lo atacaron, sino wimplemente lo tomaron de cada brazo y lo Hevaron arrastrando tras el camino que Claude comenz6 a sefalar. i El espejo dorado seguia, gracias al cielo, sostenido entre el cinturén y la camisa de Brin. —jSuéltenme, déjenme ir! —Te irds... después del duelo. —({Duelo? —repitié Brin, confundido, tratando al mismo tiempo de zafarse de las garras de sus captores, sin resultado. En pocos segundos ya estaban bajando la ladera hacia el centro del pueblo. —Si el espejo realmente es de tu fami- lia, solo respondera con su méximo poder ef gu cabeza y la rabia hizo gorgo- su estémago. Jenderfa su espejo con su vida. Como ante la orden de un Mandarin. Si lo rob no me servird de mucho. Pero si lo gan en un duelo, su magia Ppasard a la familii Regal, y ningin hechicero podra contra Brin entorné los ojos. Eso era lo tltim 2Qué pasaba si alguien salfa herido, o si el espejo se negaba a obedecerle, aun siendo un genuino representante de la casta Man- darin? —iDéjame ir, debo prepararme para el desafio! —Eso hards, eso hards —respondid Claude, dandole la espalda para sefialar una elegante casona a pocos metros de ahi. El duelo sera répido, te lo prometo. No eres competencia para mi. Y cuando gane el espejo de los elfos, ya no tendrés que preocuparte de nada. Me lo agradecerés, Te ahorraré el tiempo y las ganas que de Seguro perderas en un desafin que, desde el primer dia, no debié estar abierto a espan- tapdjaros como ti. Brin no solfa pelear, no le gustaba hacerlo, pero sintié su sangre agolparse de Duelo en la posada LA POSADA més famosa de Pequefio parecfa mds agitada que nunca. El w Traub, un duende regordete con bri- les anteojos de media luna, era el duefio | lugar, y corrfa de un lado a otro asegu- lose de que todo estuviera bien. Séba- limpias en las habitaciones, nuevas velas miel en los pasillos, rollos de mantequi- recién horneados para el desayuno y modadores de equipaje para los nobles ‘pxtranjeros que no paraban de llegar. Habia fuficientes ayudantes para hacer todo ese trabajo, por supuesto, pero el sefor Traub metfa su nariz en cada esquina, aunque no lo llamaran. Todo deb{a ser perfecto, aun si debfa mover al cocinero a un lado y prepa- tar él mismo Ia ensalada para el almuerzo. La posada habia pertenecido a su familia desde siempre... Era su vida, su tinica pre- ocupacién y alegria. Justamente por todas esas razones, Claude Regal decidié que entrarian al patio por la puerta trasera. No podian arriesgarse a que el sefior Traub los descubriera, pues lo mas probable es que los echara a pata- das. Ningzin locatario permitia ensayos de hechicerfa en sus terrenos, menos si era un lugar cerrado y tan maravillosamente anti- guo como éste... pero no habia mejor sitio en todo Pequefio Lago que el patio de la posada para una exitosa —o desastrosa— demostracion de magia principiante. En ese minuto todos los huéspedes estaban en el comedor o en sus habitacio- nes, y nadie miraria hacia el patio central hasta la préxima hora y media. El duelo no serfa interrumpido, pensaba Claude, pero si el sefior Traub Ilegaba a enterarse... —Es perfecto, perfecto —habl6 él, cal- culando répidamente la buena cantidad de metros del terreno en cuestién. Los escoltas soltaron a Brin y él se alejé varios pasos de inmediato. Le dolian los hombros y los codos por el forcejeo. —Nos atraparan, sefior —le advirtié el més pequefio de sus escoltas, con lo de miedo en la voz. Hi duque lo miré con enojo. Ve a la puerta y cuida que nadie . Si nos descubren, serd tu culpa. Klot obedecidé, aunque no de buena | mientras Otto permanecié quieto para har cualquier instrucci6n. Brin miraba en todas direcciones bus- jo una salida. No vas a ningén lado, Mandarin. espejo es mio. —-jTendrés que matarme primero! Bueno, si eso es lo que quieres... |AZAM!! . Otra vez lo pillé desprevenido. Sin « nadie se molestara en dar la partida, conjuro del Duque le dio de Ileno en la jtiz, empujandolo hacia atrés y hacién- ilolo caer con gran estruendo en el empe- irado. Las ventanillas cercanas tintinearon, y las nubes en el cielo se agolparon como on la vispera de una tormenta. Claude solté una carcajada que resond {an fuerte como su conjuro anterior. —jRindete, Mandarin, y entrégame el espejo de los elfos! —jNUNCA! —grité Brin, reincorporan: dose con dolor de espalda. Palpé su nari y, salvo una leve contusién, no habfa mucho mas que lamentar. Por demas, su espejo estaba intacto, bien resguardado entre sus topas. Pero ya era hora de liberarlo. En un cuidado movimiento, me una mano a su camisa y el objeto magico brillé con intensidad, encandilando a los tres extranjeros. Era como si el espejo supiera que era tiempo de ponerse a trabajar. E] duque hizo una sefial vaga de res- peto. Tras la amplia manga de su chaqueta, dejé entrever su propio espejo: era rectan- gular y alargado, aparentemente tosco, pero con un hermoso drag6n tallado en peltre en la parte inferior. Parecfa parte del botin de batalla de un guerrero samurdi. Un buen espejo de lucha debfa ser amplio, no muy estrecho, y lo suficientemente ligero para manejarlo con una sola mano. Ese era el tinico problema del espejo de los elfos: era necesario sujelarlo con ambas manos. El marco dorado pesaba una tonelada, lo que lo hacia imposible de manipular con libertad. Aunque nada de eso era obstaculo para Brin. —jTRONUM! —lanzé él, levantando el espejo sobre su cabeza. De él salié una especie de sélido relampago azul, pero antes de que Brin pudiera festejar, Claude bloqueé el conjuro con su dragén de peltre, trans- formando el rayo en una voluta de polvo. —jAhora sf te rindes? —se volvié a reir Claude, secundado por los carraspeos: torpes de Otto y Klot. Brin tenia la boca abierta del asombro. Habria jurado que escuché de su abuelo la garantia de que aquel relampago era impa- rable. gAcaso era tan grande su torpeza? —jEsto recién empieza! —se defendid, temblando apenas. El duque inspiré profundo y arre- mang6 su chaqueta. —Lanza lo mejor que tengas, vamos, que el ultimo hechizo me hizo cosquillas. Brin fruncié el cefio con fuerza, tal como Claude. —Yo puedo, i/KATAPL —jZQué estd pasando aqui?! Todo salié mal. Klot, mas preocupado del duelo que de cuidar la puerta, no se fij6 que alguien se acercaba por el pasi- yo sé que puedo... hasta que ya fue demasiado tarde. El or Traub, ocupado con un cerro de toa- ls entre sus brazos, las dejé caer apenas Viv lo que estaba sucediendo tras el venta- jal Con una mano en su gorro en punta y J) otra en sus lentes de media luna, corrié jiiuta el patio central justo para detener el Ponjuro de Brin. Pero no fue lo suficientemente rapido. Wi joven Mandarin ya habia pronunciado la iitad del hechizo y el centelleo del espejo weandilé de nuevo a todos los espectado- yes, Sin embargo, el grito del sefior Traub tlesconcentré a Brin, quien perdié el equili- brio entre Ia sorpresa de la inierrupci6n, la yerglienza de ser descubierto en un lugar donde no debia estar y la emocién de haber olpeado a Claude por primera vez. Un “crash” agudo y aterrador pro- yocd un silencio fanebre. Todas las mira- das se dirigieron a los pies de Brin; incluso Claude, de bruces a unos metros de dis- lancia, se reincorporé en el acto para apre- clar el desastre, aunque no estaba precisa- mente feliz. El espejo dorado, el espejo de los elfos, se habia trizado irremediablemente al rebotar contra el suelo. Brin cay6 de rodillas. Se quité el gorn tom6 su cabeza con ambas manos y s ojos se Ienaron de ldgrimas. Estaba des lado. Por un duelo, ;por un estipido duel habfa perdido el espejo de su abuelo! EI sefior Traub, tan asombrado com el resto, agit6 su cabello cano para regres. a la realidad. Entonces apunté a Claude su séquito con el pulso tembloroso. —Duque... sdlo se lo diré una vez... Salga de aqui antes de que mande llamar a su padre y esto tenga consecuencias atin més graves que un espejo roto. Brin secé de un manotazo las légrimas de su mejilla. ;Qué podfa ser mas gtave que la pérdida que yacia en trozos espar- cidos por las piedras? La voz del sefior Traub, otra vez, le dio la respuesta. —Esto es imperdonable. ;Haré que los descalifiquen a ambos en el desaffo! Eso es lo que Claude Regal necesitaba para decidir la retirada. Empujéndose para ver quién salia primero por la puerta, los tres duendes de Gran Valle desaparecieron en pocos segundos. Solo entonces el sefior Traub relaj6 sus wos. Sentfa pena por Brin. Duende tonto, zcémo has cafdo en el de Claude? Es un grosero sin reme- que cree ser rudo, pero si su padre cata Mite, jno es més que una mansa oveja! {io eres un nifio, jamds debiste ceder. Ya lo que pas6. Brin no tenfa 4nimo para reproches o jones. De hecho, todo a su alrededor habfa vuelto borroso y sin sentido. Lo ico que centraba su atencién, dolorosa y {undamente, era cada uno de los peda- de cristal desprendidos del grandioso eo dorado de los elfos. Fl duefio de la posada se acuclillé ito a él. / —De todas maneras la competencia jeri muy refiida... Probablemente no tenfas ppeién. Han llegado hechiceros de muchos res que... 7 ~ wo si podia ganar! Mi abuelo confié en mi, y asf le he respondido. No podré participar, no podré demostrar lo que puedo hacer... y no podré ver a Gwen otra vez... El sefior Traub se extrafé. —zCémo conoces a la princesa? Sin dejar de mirar los restos de espejo, Brin le relaté en pocos minutos encuentro fortuito y crucial con Gwen la feria de vegetales. El viejo sonrid a compasién. Mal que mal, conocia a Bi desde pequefio, y siempre habia sido leal amigo de los Mandarin. —Si es tan importante, entonces, debt rés prepararte para dar lo mejor de ti. Esta vez Brin levanté la mirada. —~Cémo podria? No tengo tiempo dinero para reparar el espejo, jlo mas valios de mi familia! El senor Traub no cambié su sonris —Nada esté perdido. Todavia puedi arreglarse —tomé a Brin de un brazo y k oblig6 a levantarse. El joven duende abri sus ojos de par en par—. Recoge los trozo: y ven conmigo. No tenemos mucho tiempt jHas ofdo hablar de la Arena de Cristal? Arena de Cristal BRIN INSPIRO profundo y miré direc- inte a los ojos del sefior Traub. El pare- conmovido de verdad. Ante el mundo tenfa la edad de un adulto, pero en su jerior ciertas cosas le afectaban igual que tin nifio. Ciertas cosas como un espejo inediablemente roto... 0 quizds no tanto. — Arena de Cristal? Todavia estaban sentados en el empe- iiyaclo del patio central de la posada. El Viejo locatario movid la cabeza. —Si. Es tan comtin como las margaritas, y ola vez tan desconocida como la distancia de las estrellas —explicé. Al ver el gesto de ignorancia del joven Mandarin, sonri6—. Conoces las minas de diamante en el limite de Pequefio Lago, gverdad? Para poder vender estas gemas, los trabajadores jIncrefble! -exclam6é Brin, emocio- il sefior Traub levant6 una mano al de alerta. Bs una ilusién, Brin, nunca lo olvi- fil espejo sigue roto, pero el efecto de ota de agua sobre la Arena de Cristal impresién de que nada nunca hubiera wlo, Ademés, restaura todas las condi- mégicas del espejo. Nadie jamés adi- {a el real estado de este objeto. Eso es todo lo que necesito, zno? No cantes victoria... hay una condi- . La ilusién de la arena solo dura un in, Si quieres que el espejo se vea sin tri- dluras y mantenga su poder de siempre, bes espolvorearle arena con un poco de ua todas las mafianas. —No hay problema —respondi6 Brin, ‘ain pensarlo. El sefior Traub lo tomé del hombro. —No estoy bromeando, Brin. El efecto de la arena puede acabarse en la mitad de un conjuro.. ¢Qué pasaria entonces? Debes asegurarte de tener contigo siempre 4 pequefio saco con unos cuantos pufiados --suspiré y lo miré esta vez con algo de pena—. No te ofrezco una soluci6n, mucha- cho, sino solo una distraccién. Mostraras u espejo intacto, pero te hards esclavo de | arena. ;Estés dispuesto? —Si —volvid a fesponder, de nuevi sin pensarlo, solo admirando la reliquia de su abuelo en perfectas condiciones otra vez. O al menos en apariencia, Ambos se levantaron. Brin abrazé el espejo contra su pecho. —Me ha salvado. No sé cémo agra- decerle. —Gana el desafio y me daré Por satis- fecho —le sonrié el sefior Traub, aunque Preocupado—. Te prefiero a ti como rey que al bruto de Claude Regal. Con una mueca de extrema felicidad, Brin abraz6 al posadero con verdadera gra- titud. Se alejé unos pasos para recoger su mochila, guardé el espejo con cuidado y luego la colg6 en su hombro. Se detuvo antes de salir por la puerta. —iEn qué utiliza usted la Arena de Cristal? —le Pregunt6 Brin, volteando. El sefior Traub subi las cejas con suspicacia. —éHas visto la gran fuente de agua en la entrada a la Posada? Esté siempre é s todo luiciente y gorgoteando, ae hae ee ilusié fuente jamas na ilusién. Esa . gota. Todas las mafianas, antes de que esp uno huéspedes bajen para saree apa i espolvorea mis ayudantes va y oar fiado de arena... ;De dénde cons guirt tanta agua para una fuente asi? Los dos rieron. Prueba de Fuego ESCLAVO de la arena... No podia tan malo, zo sf? Un pufiado cada dia. tenfa que racionar bien el saco que sefior Traub acababa de darle y asi ten- 9 de sobra para mantener la ilusién de fisura reparada hasta que terminara el wffo. Luego, cuando se convirtiera en , podria mandar a llamar a un elfo de comarca mds cercana para que reparara espejo de verdad. Era un plan excelente, realidad. Todo saldria bien. Caminé de regreso al lago y monté carpa a la sombra de un sauce, desde cual podia ver a todas las otras aposta- idas en la ribera temblando e iluminandose «le vez en cuando, demostracién de que sus ‘luefios se encontraban en plena practica de 8 conjuros. Brin conté dieciséis tiendas en total, y eso que atin faltaban dos dias pe la piel Suspiré al pensar en otros icos m4s_aventajados en las artes magi- ee mas ricos (como Claude ' gal), que podian costear expertos instruc- ‘ores para la preparacién. El no tenia nadi més que esa vieja tienda de lona, ve; _ les y carne seca de ciervo para ania a ae manta para dormir y su ae i ito espejo que e1 : Tenia que a ea es mes gorro y sus zapatos a un lado. sone Bpe}o y se puso de pie. La noche fa larga: el hechizo de su abuelo ni facil de dominar. 4 Pasé una luna, - ia , y luego otra, la ce siguiente fue la mas eas ep en Pequefio Lago. Se restregé jos con fuerza y estird Za y su brazo ; para ; ee ae gue el espejo siguiera en su . Si, ahi estaba, bien atado cor i : bie m su cin- a a su bolso de viaje. Entonces se vistié ‘pic oars y salté fuera de la tienda. ne sam mang) tapé el sol que llegaba is ojos y divisé a lo lejos la calle prin- ipal atestada de gente, que avanzaba len- mente hacia el castillo como en una larga yocesion. Aunque el lago estaba a una dis- jancia considerable, Brin podia escuchar el alboroto fuerte y claro, y !a razon era una sola; habia Hegado el gran dia. Habia ensayado su hechizo secreto mil veces, pero no siempre salia como él espe- yaba. El espejo era grande y pesado, diff- ci] de manejar, por lo que después de unas horas de practica terminaba de rodillas con Ja espalda muy adolorida, Ademéas, se dio cuenta de que dependiendo del esfuerzo y de la potencia del hechizo, la arena de cris- tal comenzaba a perder efecto, amenazando eon revelar el vidrio quebrajado. Entonces Brin se asust6 y NO practicé mas. Tampoco ensayaria esa mafana, por las dudas. No correria el riesgo de un dafio mayor. Se visti con las mejores ropas que trata, cubrié el espejo con una camisa, se lo puso bajo el brazo y empez6 a caminar hacia el tumulto de voces. En eso, un guar dia real montado en una zarigieya se abrid ntre la gente, sacd su cuerno de uni- paso el “1.95 contendo- cornio y empezd a gritar: res, jsiganme! Los participantes del desafio, ivengan conmigo!” Vari: 5 igo!”. Varias cabezas se dieron —Cref que tenfas dignidad, Mandarin por aludidas y caminaron 4 tr - llegar hasta el muro sur inet v7 {No te basté la Jeccién que te di en privado? —iAdénde vas, campesino? Nadie fa La repetiré en ptiblico si asf lo quieres. Sus escoltas se rieron, pero Brin simuld ha TMamado. Brin ni siquiera tuvo que voltear. Tenté la voz de Claude clavada en el cerebro. | Le golpearon el hombro. tar. —tNo me escuchaste? ~ tniento en esas circunstancias. tied —Escuché al guardia Namar a los par- De seguro el Duque ya pensaba en aaa y eso es lo que soy. algtin otro comentario sarcéstico cuando se lodulé cada palabra entre asqueado y toparon de frente con una gran muralla de humi ; ; millado. La imagen imponente del duque, piedra, abierta a la derecha en un pequefio 9 tallado y adornado con estandartes estar concentrado en los movimientos del guardia real para no evidenciar su males- Provocar una pelea seria el peor movi- cor ti ae ana ae om oar la ditima arc | . radia aera Scien a 21 ais Oy reales. Era el paso hacia el escenario donde tar qué tanto esmero. eee sin impor- se realizaria el desafio, custodiado por dos apariencia. Otto y Klot, a Ti pe en su guardias con grandes lanzas, amenazantes. su espejo en una caja ee ue lo, levaban Estos se cruzaron en el umbral para El resto de los jévenes se A no dejar entrar a nadie. Todos debian pasar éra\cuna aca: borross pate: Bema = ore el chequeo de elegibiidad: el cettificado de Sus voces, sentfa su entusiasmo, t ao aba nacimiento con sello de lacte que confirmara nificaban nada para él. Lo as NO'SIET los diecisiete afios cumplidos y demostrar ver tera a ese fnfame\iyi Sua vSaar ce podia la posesién de un espejo mégico. bolo de malas noticias. Sec ances Naar Uno a uno fueron entrando. Claude hee Claude curvé su sonrisa en una mueca empuj6 a varios para tener un mejor lugar irénica y apuré el paso para situarse j en la fila de espera, y aunque a Brin le a Brin. nse junto tenfa sin cuidado el ntimero exacto de su turno, miré hacia adelante con curiosidad. Fue entonces cuando escuché la maldita sugerencia. —Duque, por favor, adelante —modul6 el primer guardia, apenas ojeando sus pape- les. Estaba poniendo su atenci6n en el siguiente joven cuando Claude se negé a avanzar. —Escuchadme. He ofdo noticias alar- mantes sobre bromistas infiltrados en este importante desafio. No son participantes reales, sino arribistas que solo vendrén a hacer el ridiculo —dijo, enfatizando las Ulti- mas palabras con innecesaria malicia. A Brin se le revolvid el estémago—. Por esa yaz6n, les pido chequear no solo el porte sino también la viabilidad del espejo... No se puede participar con un espejo roto, ;no es asi? El segundo guardia asintio como si aquello fuera lo mas obvio del mundo. ;Quién osarfa presentarse con un espejo defectuoso? Le aseguraron que asf lo harfan. El duque movié la cabeza, sonrié y volted ligeramente para encontrarse con los ojos de Brin, varios metros atrés, que ardian en impotencia. Por supuesto, debio haberlo previsto. El mismo. Claude fue la causa de su desastre, él sabia que su espejo se habia quebrajado, y ya le si i €ra necesario. Entonces sintié un escali frio. ¢Habrfa al: guna forma de d i efecto de la Arena de Cristal? a —Hey, campesino, es tu turno, Mués- tranos tus documentos, voi a estaba tan ensimismado en sus Hedos que no se dio : cuenta del : : Paso del fempo. Ya estaba bajo el umbral de Piedra, ¥ mas alld, en el sector autorizado, Claude Jo fulminaba con la mi a mirada, sonrient seguro de ganar otra vez, ae en de los Mandarin extrajo su ‘ado de nacimiento, el pri ‘ : , el primer guardia ms ees Fi luego observé a Brin de pies abeza. Asintié levemente a a su compa- oe y €ste apunté al bulto bajo el ca el joven duende. Era e] momento. a Descubrié su camisa lentamente, tomé marco con Jas dos ma: : A mos y elevé el eee a la altura de sus hombros, cui- F = = ieee Inspird profundamente y 0s labios. No miré a 1, i a los ojos, tampoco oe 5 al duque. Qu Jo que tuviera que pasar. " ae eis es trabajo de elfos —dijo el primer escolta, siguiendo con su dedo los vos detalles labrados de los bordes. Brin {16 sin pronunciar ni una sflaba. Los de sol rebotaban graciosamente sobre wuperficie lisa, limpia, perfecta de vidrio . Se ve en buen estado. Adelante. —jEsperad! —grit6 el duque desde lugar en el pasillo, sintiéndose duefio lel lugar—. gBstén seguros? Hay algunos «antamientos que disfrazan a los arte- {os rotos, y si un contendor logra pasar i) un espejo defectuoso, serfa una des- jonra para el rey —estiré su brazo e hizo iin gesto despectivo- De todas mane- ys, hay una forma muy simple de descu- brir si un espejo esta encantado: la Prueba de Fuego. El segundo guardia bufé de cansancio. Si tenfan que hacer esto con cada partici- pante, demorarian horas en chequearlos a todos. Su compafiero, por otro lado, pare- efa de acuerdo con salvaguardar la seriedad del evento, por lo que se dirigié a Brin con una seca solemnidad. —Usa tu espejo para producir fuego... ahi, en ese montén de ramas —le ordené, moviendo la cabeza hacia una esquina donde reposaban trozos de lefia apilados—. Rapido, no tenemos todo el dia. Podia odiarlo, considerarlo un arro- gante, bruto, tosco y mimado duende adi- nerado, pero de que Claude era inteligente, lo era. Habia sugerido una prueba infalible. Crear fuego no tenia ninguna dificultad, pero sf requerfa mucha energia del espejo, por lo que cualquier hechizo distractor le harfa perder fuerza en mitad del procedi- miento y revelaria la verdad. Brin ya habia probado el poder de la Arena de Cristal, no se desgastaba tan facil, pero originar fuego era distinto. Muy distinto. Lo invadié un sentimiento de pena, pens6 que ese era su final, pero decidié ter- Jicamente curioso. El escolta tomé el marco 6 4 borde. eercd su nariz al - La superficie estaba lisa, inmaculada. cho. Aunque no por mu / at —jNo puede ser! —grité Claude, adie le prest6 atencion—. Ese Yico, pero ni : es gupejo est roto, jdoy mi palabra en tes! monio! | —Duque, por favor, hemos compro: z moe sf bado que esté bien. jLo esta viendo? ye tiene ningtin hechizo distractor. No pues seuir perdiendo el tiempo. . TEsté mintiendo! —grit6 otra vez, con =i nea Ja cara roja por el esfuerzo y la tabia—. minarlo con dignidad. Tomé el espejo en jDeben detenerlo! Es una orden. es posicién de lucha, apunté hacia la lea y _-Sélo el rey nos da oe ae exclamé “jPirospocus!”, mientras los obser- el segundo guardia, ya un poco molesto p' , vadores conservaban un profundo silencio toda la situacién—. Asi que, se lo Tego, expectante. Las Ilamas fueron inmediatas; déjenos hacer nuestro trabajo. e un rayo amarillo golpeé la madera hacién- Claude dejé su boca abierta con © dola saltar en astillas, al tiempo que pren- dia en chispas. —Déjame ver — Ie ordené el guardia, acercdndose para inspeccionar el espejo otra vez. i araba una nueva medio hacer, y PrePs ; eee t aparecieron arremetida cuando Otto y Klo' ; a para detenerlo. El forcejeo duré muy Bes con el rostro constrefiido, Klot modulé as. palabras “su padre” e “ampaciente en una misma frase, lo que transformé el gesto prepotente del duque en un segundo. Tal Brin lo bajé lentamente. Claude tam- bién se aproximé lo que mas pudo, maquia- como el sefior Traub le habia dicho unos dias antes, Claude parecfa una gran ame- naza por si solo, pero frente a su padre se convertia en un nifio sumiso. Y al Parecer el gran duque Regal lo esperaba en algiin Punto cercano. Esa sf era una orden. Los tres habitantes de Gran Valle des- aparecieron sin aviso. —~Puedo pasar ya? —balbuceé Brin, divertido por la reaccién de Claude, pero urgido por salir de ahi lo antes posible, sin perder la compostura. El segundo guardia suspiré y lo dejé pasar haciéndose a un lado. Mientras cru- zaba el umbral, el joven Mandarin tam- poco perdié tiempo e introdujo con agili- dad el espejo de vuelta a su bolso. Y con el temblor de cada paso, pudo escuchar el tintineo de los trozos, pequefios trozos de vidrio desprendiéndose del marco labrado... VII EL desafio AVANZO RAUDO hasta la esquina contraria, escuchando el irremediable des- arme de su espejo entre la tela de su mochila, y palpé su bolsillo. El saco de arena estaba ahi. Solo necesitaba algo de privacidad para restaurar la ilusién. ; — Dénde puedo conseguir un vaso de agua? El guardia que custodiaba la entrada al escenario del desafio miré a Brin con incredulidad, incluso burla. —Esto no es la taberna del pueblo. Si estds nervioso y’ quieres refrescarte, puedes ir hasta la fuente —dijo apuntandola. Fstaba en el jardin del palacio, pero lejos del cscs nario central—. No demores. Si el rey dice tu nombre y no estés aqui para realizar la prueba, no habra segunda oportunidad. Brin asintié casi como un autémata y ledos en la fuente, dejando caer las gotas se alejé rdpidamente en la direccién que lo rigor. Un tibio resplandor cruzé toda le indicaron. El resto de los concursantes | superficie del objeto magico, como una lo siguieron con la mirada. Quizd, si se elatina transparente, y en un segundo el perdfa en los jardines, no lograria regresar wapejo ya estaba como nuevo. Era un ver- a tiempo. Un contendor menos en la lista. dacero milagro. 7 Pero él no tomé tontos atajos y encon- Brin solté un “jwow!” de alivio y admi- tré la fuente en pocos minutos. Podia oir yacion. No se cansaba de disfrutar el acto el bullicio y las trompetas afinando para de fantasia que se desarrollaba frente a el repique inicial. Dio la espalda al sonido, Gin embargo, otra persona cored la misma se asegur6 de que no hubiera nadie cerca, emocién en el mismo momento, nitida y se senté en la escalinata y sacé su espejo apenas unos pasos tras Ja fuente. con cuidado. Brin salté de panico. Tragé saliva y Sus ojos volvieron a llenarse de lagri- yolteé. Uno de los arbustos temblaba. jHabia mas como la primera vez; el artefacto estaba alguien ahi! 5 hecho afiicos, pero habfa soportado con No supo qué hacer més que eapetat, honor la prueba de fuego. Con cuidado quieto, con la respiracion acelerada. Sujetd recogié cada pedazo de vidrio de entre nervioso el espejo entre sus manos, tratando su bolso y lo colocé en su lugar sobre el de identificar la sombra que se escondia marco, tal como si estuviera armando un en los matorrales. gClaude, sus escoltas, un dificil puzzle. El roce habia desgastado los guardia real? Quien fuera, ghabria alcanzado trozos més pequefios, dejando irremediables a ver lo que tanto temia? espacios vacios, pero Brin asumié que aque- De pronto las trompetas repicaron tan Ilo también se arreglarfa con el efecto de la arena. Asi que no perdié tiempo: abrié el saco, espolvoreé un poco sobre las tri- zaduras y con su mano libre empap6 sus fuerte que Brin arrugé su cara por el impacto y la sorpresa. Era la sefial. jE] desaffo comen- zaria en unos segundos! Asustado, abrié los ojos otra vez, pestafied y Ja sombra en el arbusto habfa desaparecido. Miré en todas direcciones, pero se dio cuenta de que no fenfa tiempo para buscar. Si no regresaba de inmediato, lo descalificarian. Por el nerviosismo y el apuro, el gran espejo se convirtié de pronto en un bulto inmanejable. Lo sujeté como pudo entre su cintur6én y su camisa, puso su bolso al hombro y se eché a correr. Su corazén latia a mil por hora. Solo cuando la fuente ya estaba fuera de vista se dio cuenta de lo que habia olvidado en la escalinata de piedra. jLa Arena de Cristal! Se detuvo de golpe y retrocedié un par de pasos, pero las trompetas tocaron de nuevo su estruendoso aviso, retumbando en la cabeza de Brin. No tenia opcién, no podia volver. Asf como estaba, su espejo deberfa resistir al desaffo y varias horas mas, hasta que lograra ubicar al sefior Traub para pedirle un poco de sus reservas. Estaba obligado a tentar a la suerte, jotra vez! Suspir6, cruz6 los dedos, palpé que el espejo siguiera en su lugar y corrid. Llegé hasta el grupo de participantes cuando los numerosos espectadores que se agolpaban bajo el escenario —varios incluso habian trafdo sus propias sillas— ya estaban aplaudiendo al primer contendor. Brin no alcanzé6 a divisar qué era exactamente lo que él habfa hecho; tan solo vio una gruesa estela azul que queds flotando como niebla en los alrededores. Observé al rey anotar algo en un viejo pergamino, al gentio expectante por el proximo aspirante, pero Gwen no estaba en ningtin lado. ;Qué habia pasado? A codazos se abrié paso hasta el guar- dia mas cercano y le pregunté por la prin- cesa. Aquello delaté de inmediato que no habia estado presente al inicio de la cere- monia, pero Brin se excus6 diciendo que el bullicio no lo habfa dejado escuchar bien. A. regafiadientes, el guardia le dijo que el rey habia disculpado a su hija ante el pueblo pues no se sentfa bien, asf que observaria el desafio desde su ventana. Brin agradeci6 la informacién y volvié a su puesto, no sin algo de decepcién. Subié la mirada y observé el pequefio balcén que sobresalfa de la torre frontal. Toda la idea de estar ahf, de hacer lo que estaba haciendo, era por ella. {Lo recono- ceria desde tan lejos? Por alguna extrafia raz6n, su nervio- sismo dio paso a una calma inusitada, extrafia, aun cuando la multitud vitoreara a cada participante més que al anterior. Vio pasar todo tipo de espejos, grandes y chicos, de oro y de cobre, que con menor 0 mayor precisién daban origen a espectéculos de hubes, barcos fantasmas, grandes cataratas que no mojaban a nadie y hordas de caba- llos que destellaban relampagos. Incluso, un tonto descuidado que quiso impresio- nar al rey con Ia ilusién de un clon, solo que més viejo y més gordo. De mas esta decir que nadie le vio la gracia a tal acto, y el joven en cuestién abandoné el escena- tio en el turno més corto-de todos. Tras él, sin introducciones o llamados, Claude Regal salt al centro y salud6 al gentio. El rey Percibaldo hizo una mueca de reticencia. Lo present de todos modos, aunque él ya estaba més que instalado y listo para comenzar. Luego de escuchar su nombre, el duque retrocedié hasta el final del escenario, que era muy extenso, dando a entender que su espectdculo seria atin mds glorioso que cualquiera del de sus prede- cesores. Mir6 a lo lejos y asintid; su padre lo observaba desde el palco de la nobleza. Solo entonces Brin volvié a sentir el cos- quilleo de los nervios. Era un hechizo estudiado y milime- trado, pues requirié un largo conjuro para convocarlo. Mientras Claude sostenfa su espejo con las dos manos, un remolino chis- peante surgié de la superficie y subié tan alto que nadie podia ver hasta donde lle- gaba en realidad. Posefa la fuerza de un pequefio tornado, al juzgar por el gesto de esfuerzo del duque y por el temblor de sus brazos al mover el espejo. Entonces hizo su conjuro. Grité un nombre que Brin no reco- nocid, subid el espejo por sobre su cabeza, y de pronto el remolino cambié de direc- cién hacia el escenario. Muchos gritaron. Algunas madres abra- zaron a sus hijos pequerios, creyendo que el tornado los golpearia y lanzaria con fuerza fuera del palacio. Pero no fue asi. El viento volé algunos sombreros, mas no causé dafio alguno. Torciéndose a gusto y abarcando la gran explanada del desafio, el remolino adquirié un tono rojo furioso, el sonido se hizo estridente y, acompaitado de las chis- pas iniciales, formé en segundos un gigan- tesco dragén ardiendo, con una cola en punta, afilados dientes y garras en posi- cién de ataque. A Brin le parecié tan fami- liar que no demoré en hacer la conexién: era el escudo del traje de sus escoltas, el escudo de la familia Regal de Gran Valle. El aplauso fue merecido. Hasta el mismo Brin le dedicé un par de palmas. El padre de Claude se levanté de su asiento para continuar la ovacién, y el rey asentia satisfecho mientras escribia en su pergamino. La concentracién de Claude se desvié rapi- damente ante la algarabfa y, por lo mismo, el dragén no duré en pie mds que unos pocos segundos. De todas maneras, habia logrado el efecto esperado, y estaba satis- fecho consigo mismo. Brin lo habria felici- tado si no fuera por la mirada que le diri- gid al tiempo que bajaba del escenario. Una mirada de “espero que todo te salga mal”, que hizo que el bueno de Mandarin empu- fiara los nudillos. Era su turno. Escuché su nombre y esperé un poco antes de subir. Tomé aire. Dejé su bolso a un lado de la escalera y subié con el espejo abrazado contra su pecho. Desde ahf la plataforma del desafio se ae veia atin mas enorme. Observé a la multi- tud, que tenfa toda su atencién puesta en él, y comenzé a caminar lentamente hacia el sillén del rey, menguando el espacio para su presentacién hasta que se redujo a un par de pasos. Percibaldo levanté una ceja. —Brin Mandarin, retrocede, 0 no podré admirar tu encantamiento... Brin se acuclilld, dejé el espejo a sus pies y se reincorpord, serio. —No sera necesario, su majestad. El espacio que necesito esta en el cielo —contesté, provocando murmullos inme- diatos entre el publico. Aclaré su garganta y prosiguié, mirando hacia la torre por el rabillo del ojo—... porque el hechizo que traigo hoy no busca impresionarlo a usted, sino a la verdadera destinataria, el real pro- pésito de este desafio. Esta vez elev su rostro hacia el balcén de Gwen sin vergiienzas. No podia distin- guir si estaba o no observando, pero espe- raba que lo hiciera. Volvié a arrodillarse, Con la palma de su mano derecha extendida, y tomando aire otra vez, se apoyé en la superficie de su espejo con delicadeza. Cerré los ojos y se concentré. El rey aguz6 el ofdo para escu- char el conjuro, pero ni una sola silaba salié de la boca de Brin. Solo se levanté, lentamente, con el brazo y palma estirados, como si al alejarse del espejo un grueso manto de energia quedara entre el objeto y su mano. Entonces movié los dedos, sutil- mente al comienzo, y luego a gran veloci- dad, para entonces dibujar un gran ocho en el aire y dirigir, solo con la fuerza de su mirada, aquella energia invisible hacia la ventana de Gwen. Un arcoiris nacié de la nada desde el balcén hacia las colinas al otro lado de la frontera de Pequefio Lago, provocando un “Ooohhh” de parte de los espectado- res. El mismo Claude tenia la boca abierta de impresién. El rey se levanté de un salto. —jPero no dijiste nada! —hablo él, con- fundido—. No recitaste ningtin conjuro... zCémo pudiste realizar el hechizo? ;Solo los elfos tienen ese poder! —Nosotros también, majestad... Solo se necesita mucha concentracién y prepa- raci6n —sonrié nervioso—, He practicado esto desde que tenia seis afios.

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