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Fragmento del libro “Política pública u otra manera del ser”

Autor Mtro. Marcelino Núñez Trejo

LA INSTITUCIÓN O LA AGONÍA DE PROTEO.

Las instituciones son las encargadas de representar una realidad, aquella


que deviene de un proceso histórico, por lo que una institución refleja las
creencias sobre las cuales se ha construido un país y sobre las cuales
seguirá su evolución.

De esta manera, la Institución resguarda la historia, presuntamente


oficial, pero que necesariamente, como verdad de la misma, hay una
historia de un pueblo. Además se compone de un proyecto, pero un
proyecto que está por encima de los proyectos públicos de la misma
institución, se trata más bien del proyecto que desde ella y por ella la
sociedad se compromete a trabajar, a salir de sus hogares y realizar sus
actividades. También, la Institución se compone de un mecanismo de
renovación, es decir, que lee la historia de la que deviene y cambia hacia las
necesidades que un pueblo actual tiene por creer. Al final, la Institución se
compone de una manera propia de manifestarse, de darse a conocer, de
incidir en la gente, de mostrarse como verdadera, se le puede llamar canal
de comunicación.

Sucintamente intentaremos un recorrido sobre estos componentes,


con la intención, al final de este ensayo, de vislumbrar aquello que tienen
que cuidar quienes están encargados (comprometidos) de cuidar “las
cosas” del pueblo.

En lo que respecta a la historia, las instituciones son la confirmación


de que el hombre tiene un origen donde se guardan capacidades y virtudes
que permiten el desarrollo social del hombre y de su pueblo. En este
sentido, la institucionalidad es el recuerdo perenne de lo que desea un
pueblo. La historia de la Institución Social es la lucha humana por
permanecer en las metas –que en algún momento convencieron al hombre
de ser buenas para la vida--, la perseverancia y el esfuerzo comprometido
con una idea primera a la que se le alimenta y se le reorienta en cada acto
personal, social y público. La historia de la Institución es el espejo donde el
hombre valora su conducta, la valora desde lo ya realizado por su pueblo
en busca de la libertad para todos. Es entonces razonable pensar que la
corrupción incide en la historia obnubilando dicho recuerdo o visión.
Coloca palabras, expresiones, narra lo que no existe confundiendo a la
sociedad que se mira en sus instituciones.

La conducta adquiere su carácter intencional del hecho de ser


vista por el propio agente o por un observador externo en
una perspectiva más amplia, de hecho de hallarse situada en
un contexto de objetos y creencias1.

En lo que se refiere a que una institución tiene o es más bien un proyecto,


quiere decir que en tanto que toda sociedad es la agrupación de los
individuos bajo la creencia de que se puede alcanzar algo, ya en el amor, en
la educación, en la justicia, en la economía misma, implica un proyecto que
el pueblo ve cumplir o no en la actuación institucional. En las instituciones,
en su integridad y salud administrativa, el individuo encuentra la

1 Von Wrigth, Georg Henrik, “Explicación y comprensión”, Alianza Universidad, Madrid, 1987, p. 140.
alimentación de sus creencias; así, cuando el servidor público se corrompe,
mina de alguna manera el proyecto de todos.

Los mecanismos de renovación que la institucionalidad posee se


refiere a aquello que le hace ser vigente, esto es, creíble para el pueblo. La
renovación implica evolucionar junto con la sociedad, ir de acuerdo con
aquellos usos de la vida que en todo momento serán señal de los nuevos
deseos de las personas; de alguna manera es la renovación de la
intencionalidad humana de cada época.

Aquí se requiere poner en claro que los deseos de las personas


sociales se alimentan, a su vez, de lo que las instituciones presentan hacia
afuera como válido y como posible. Cuando las instituciones dejan de
hacer este papel de anunciar la validez de proyectos, tanto sociales como
individuales, la institución está cayendo en la parsimonia laboral, en la
negligencia de renovación. La renovación no es cambiar muebles de oficina
o papelería, ni siquiera al personal, renovarse como Institución es renovar
las creencias que le han sido depositadas, es decir, es renovar la confianza
en que aún se puede y se debe alcanzar objetivos pensados por una
conciencia colectiva; o por el contrario, declarar el equívoco y reorientar los
esfuerzos de la población. Precisamente el mecanismo de renovación
consiste en varios medios, como la consulta, el análisis interdisciplinario
de la circunstancia social (antropológico, sociológico, económico, filosófico,
tecnológico etc.), la valoración moral y ética de expresiones sociales, la
aceptación de opiniones y reclamos, etc. No cumplir con esta misión de
renovación institucional provoca en sí la corrupción, pues el servidor
público no tiene frente de sí, como solicitud de su trabajo, convicciones
sociales firmes, claras, aclamadas, para trabajar hacia objetivos también
claros y firmes, de no ser así, le lleva a hacer “como que hace”.
En lo que respecta al canal de comunicación que forma parte integral
de lo que es la Institución como figura social, se quiere advertir con ello
que la institución, su institucionalidad, es un ente de diálogo con el pueblo.
Su canal de comunicación, entonces, está por encima de lo que el anterior
componente fue como consulta concreta; aquí, se trata de una
comunicación de tipo social

Las instituciones “hablan”, y en todo caso deben manifestar a la


propia sociedad el origen de donde emanan y reforzar, diariamente con
emociones2 y razones, aquello en lo que cree la gente; esto en primer
término, y en segundo lugar, manifestar las ideas de desarrollo que tiene el
Estado. Baste observar los proyectos y planes cada sexenio para reconocer
hacia dónde el gobierno orienta la actividad social. Esta comunicación tiene
como elemento prístino, hacer concurrir los deseos en un proyecto
aclarado a la racionalidad y emotividad sociales.

Al rescate de la institucionalidad.
Surge entonces una pregunta fundamental para los tiempos que estamos
viviendo en México, ¿cómo se protege la institucionalidad y cómo se
alimenta la identidad, la capacidad de las instituciones de reflejar,
alimentar y amalgamar las creencias sociales que constituye el frente
definitivo contra la corrupción?

De lo dicho resulta que la corrupción se expande en pueblos sin


creencias sólidas sobre su vida y su mundo. No es nuevo presentar la
institucionalidad como medio para preservar lo más valioso que en la vida
social hallan los pueblos durante su evolución. Preservar lo que vale para la
vida es la clave de la institucional, dar, más que continuidad, sentido, es
decir, persistir como memoria histórica (que no historia oficial y ni siquiera

2 Vid., Nussbaum, Martha, “Emociones políticas: ¿Por qué el amor es importante para la justicia?”, Planeta,
Madrid, 2014.
académica). Nombrar de otra manera la institucionalidad o el pueblo o
sociedad mismos, no es de otra que decir memoria histórica.

La memoria histórica se puede afirmar que es le esencia de la


Institución, y su conservación le es entonces esencial. Las creencias de los
pueblos hacen la memoria histórica, pero son creencias que devienen del
origen, de lo constituyente de las personas y de la grupalidad social,
Preservar estas creencias no es guardarlas en una caja y meterlas al ropero,
preservarlas es la actuación del gobierno para llevar y propiciar que la
sociedad viva conforme a estas creencias. Una sociedad con memoria
histórica, que vive conforme a aquello que sin necesidad de comprobar
desde siempre ha tenido como verdadero, que en las voces del pasado ve
señalar el camino de desarrollo, es una sociedad consistente, más que nada
ordenada hacia metas que ya se dibujan desde tiempos ancestrales y que
anda persiguiendo desde siempre y halla. Por lo tanto, la corrupción, que
busca individuos débiles, que están confundidos, que no saben ubicarse en
el contexto de lo compartido y romper con el individualismo, no tendrá
posibilidad de darse, de invadir, de propiciar, de engañar.

La corrupción es clara señal de las sociedades en decadencia, dicho


de otra manera, de aquellas sociedades que no tienen memoria histórica,
referentes axiológicos (por lo que se da la vida) de donde asirse, y entonces
cualquier proyecto, inmediato, espontáneo, ad hoc, representa una falsa
alternativa a la asfixiante existencia sin sentido en la que se sumergen los
pueblos.

En este sentido, el gobierno, antes que ofrecer cursos de capacitación


o profesionalización del servicio público, antes de convertirse en vigilante
y castigar el acto corrupto, debe difundir creencias sólidas que devinieron
instituciones. Por poner un ejemplo. Instituciones mundiales son la
justicia, otra es la comunicación humana, la religión, la educación, la
seguridad, etc.. Cada sociedad tiene su manera particular de cuidar esas
instituciones, pero en todo caso ese cuidar es preservar la creencia del
pueblo que de origen devino tal o cual institución. Preservar, como se dijo
en el párrafo anterior, significa entonces propiciar el lenguaje de la justicia
(conferencias, programas televisivos, campañas educativas formales y no
formales, diseminación de estos “productos” llamados creencias,
posicionamiento ideológico), que obstaculice la paulatina y silenciosa
invasión de narrativas sociales ajenas al sentido de la vida, que antaño
cobijan y dieron luza a los grupos primigencios de la humanidad; de
alguna manera es evadir la corrupción yendo a la raíz del mal, es decir, a la
desvirtualización del lenguaje originario, lleno de ese sentido.

Aunada a esta acción de gobierno en el marco de una anticorrupción,


se encuentra el rescate del conocimiento objetivo por parte del pueblo.
Esto es, llevar y contribuir a que la sociedad sepa ver aquello que les
propio y lo que no le es, en el sentido de ser congruente con las
inclinaciones originarias o la intencionalidad social devenida de una
historia de pueblo. Expliquemos.

El conocimiento objetivo es aquel que abre el conocimiento


individual para compartirlo con los demás. El diálogo, que por naturaleza
es compartir, permite por ello emerger por sí mismo la objetividad, misma
que se coloca al frente de la corrupción. Entiéndase por objetividad el
compartir mundos individuales de experiencia y conocimiento en el
espacio y tiempo de las sociedades. Cuando se propicia y logra esto, la
objetividad se conforma como un saber más completo tanto en lo causal
fenoménico como en lo histórico; cada individuo y cada sociedad
comparten sus posiciones personales de conocimiento y experiencia, hecho
que fortifica al individuo, le hace poseedor de una capacidad extraordinaria
para enjuiciar y para actuar buscando las metas sociales que tiene muy
claras por el compartimiento de saberes originarios.
El individuo tiende a corromperse cuando por equis circunstancias se
siente solo, ya olvidado, ya incomunicado, ya excluido “de la jugada”; en las
sociedades con este tipo de pobreza el mendrugo es la corrupción. La
respuesta a esta su soledad es allegarse el medio para comprar lo que por
su incapacidad -- deficiencia comunicativa debida a que su lenguaje pierde
connotación social ética-- no puede lograr, esto debido a que tiene una
visión individualista, impuesta como única, del mundo, de sí, de la
sociedad en la que vive, y al final, una visión parcial, mocha, incompleta y
altamente individualista de lo que se debe o no debe hacer en el trabajo
público. No tiene parámetros de referencia más que su avaricia, lo que le
envuelve en un círculo vicioso del cual no saldrá hasta que la objetividad
del conocimiento se le haga llegar, es decir, cuando platicando con el otro
sepa de ese otro, sepa lo que tiene en común como plan de vida, como
meta familiar, como ubicación responsable en el proyecto social, etc. Ser
objetivos es, de otra manera y desde la perspectiva cognoscitiva, compartir
las creencias en la lucha diaria para acercarse más a la verdad de los
hechos, que ya presente, por sí misma aleja la corrupción; no hay ahí
cabida para los hombre débiles en cualquier de sus acepciones, no hay
debilidad donde dialogando se sabe de la otra, de las otras visiones y
luchas de la vida que el otro tiene, el prójimo aparece como sentido y
obstáculo a la corrupción.

La acción de gobierno debe dirigirse de una manera oportuna y focal


a atacar ese “carcoma” de la corrupción. La Institución por su propia
naturaleza poseen ya la característica de la oportunidad. La institución se
instituye, valga la redundancia, en donde la sociedad le necesita, donde las
creencias están en peligro de diluirse y pueda suceder una de dos: una
pérdida de creencias o un desvío de los actos humanos respecto de estas
creencias, dejando a la sociedad sin creencias guía, sin instituciones.
La oportunidad se traduce aquí como la capacidad de interpretar los
tiempos para develar aquellas creencias sociales originarias que están
tambaleándose, lo que requiere de profesionales que se preparen para
hallar estas señales de peligro –hermeneutas, hierofánicos--. Profesionales
que tengan como objetivo localizar el lugar donde la corrupción ha
encontrado “instituciones” sin creencias vivas que las alimenten, donde
hay servidores al servicio de fantasmas de interés, sin memoria histórica,
por tanto sin objetividad en sus juicios, decisiones y proyectos, solos,
donde no hay comunicación, donde lo único que se comparte es el
usufructo de forzar e imponer ideas irreales y luego artificiales.

La justicia –darle su lugar a las cosas, al hombre, llenas de sentido


originario--, emerge como luminaria de todo acto humano y en especial del
acto del servidor público. Justicia que es nombrar el hambre con su
nombre: hambre, y contemplar la necesidad del otro para implementar
inmediatamente medidas de amor, de ayuda3. Lo justo, como acto de
gobierno anticorrupción, es, antes que nada, actuar conforme lo que pide el
pueblo desde sus creencias y desde su papel a jugar como dadora de
sentido de la vida sociedad. La justicia llega a las personas cuando las
gentes de gobierno le conocen, le acompañan en su crecimiento, le crean el
espacio propicio para que descubra en su origen antropológico, en su
naturaleza humana, los fines, capacidades y alcances de las que es capaz
la persona (la libertad). En este sentido, la justicia ataca a la corrupción
cuando propicia el acto social que corresponde a la toma de lugar de las
creencias y las virtudes. Ser justo es creer en las fuerzas e ideas prístinas
de un pueblo y vivir conforme a ellas4.
Fragmento del libro "Política pública u otra manera del ser".
Mtro. Marcelino Núñez Trejo.
ASOMEH –Asociación Mexicana de Humanismo.
asomeh.hortz@gmail.com

3.Vid., Levinas, Emmanuel “Totalidad e infinito”, Sígueme, Barcelona, 1989. El otro como justificación de la
vida propia; cfr., Villalba, Carlos, “La justicia sobornada”, Trillas, México, 1999.
4. Rawls, John, “Teoría de la justicia”, Harvard University, Cambridge, Mass, 1971.

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