Вы находитесь на странице: 1из 38
== ar CIENCIAS SOCIALES r ENSAYO i T. H. Marshall y Tom Bottomore | CIUDADANIA Y CLASE SOCIAL Versién de Pepa Linares 240628 FL LIBRO UNIVERSITARIO Alianza Editorial PROLOGO Ha sido para m{ un gran honor escribir el ensayo complementa- rio sobre ciudadania y clase social para el presente volumen. Las ideas que expuso T. H. Marshall en su monografia de 1950 y el conjunco de cuestiones que suscitaron son todavia de vital im- porrancia para nosotros; en cuanto a sus escritos, continiian in- fluyendo en los estudios sociolégicos de numerosos paises. En efecto, a medida que pasan los afios se mulciplican las referencias a.su obra, Mi propio trabajo en ese campo ha reflejado siempre la influencia de una larga asociacién con él; primero como cole- ga de la London School of Economics desde 1952; luego, de oxro modo, cuando ¢l ditigia el Departamento de Ciencias So- ciales de la UNESCO (1956-1960) y yo era secretario ejecutivo de la Asociacién Internacional de Sociologia; por fin, durante su activisimo retiro, en sus primeros afios de presidencia de la AIS (1959-1962), cuando también desempefiaba un papel decisivo en la consolidacién de la sociologia en Cambridge. En los tiltimos afios, cuando ditigid su atencién hacia as- pectos més derallados del bienestar social, en sucesivas ediciones de una obra tan lefda y tan influyente como Social Policy, volvi a aprender mucho de mis conversaciones con él, sobre todo por su a TOM BOTTOMORE _ forma de relacionar sisreméticamente las cuestiones del bienescar con el conjunto de la estructura social en sus ensayos sobre el ca- pitalismo del bienestar, el socialismo y la economfa mixta. Su obra presenta para mf tres aspectos ran singulares como admira- bles. En primer lugar esté la claridad y la elegancia de su exposi- cidn (una rara cualidad entre cientificos sociales); en segundo lu- gar, la precisin y Ia carga critica de sus andlisis de las principales corrientes y cuestiones relacionadas con la formacién politica; y en tercer lugar, su moderada aunque manifiesta esperanaa en las posibilidades de conquistar una mayor justicia social El propio Marshall, en una memoria de su carrera aparecida en cl International Social Science Journal (vol. XXV, ntims. 1-2, 1973), hablé del valor de la sociologta para la educacién demo- critica, Toda su obra fue una de las mayores contribuciones a esa educacién y, en un sentido amplio, al proceso de formacién de una sociedad mds humana y mds civilizada. Los socidlogos de la actual generacién atin tienen mucho que aprender de él. ‘Tom Bottomore Agosto de 1991 I2 PRIMERA PARTE CIUDADANIA Y CLASE SOCIAL T. H. Marshall 1. Elproblema que ayudé a plantear Alfred Marshall La invitacién a dar estas conferencias! me satisfizo intima y pro- fesionalmente. No obstante, si desde el punto de vista personal aprecié con sincera modestia un honor tan inmerecido, mi reac- cién profesional no fue en absoluto modesta, convencido, como estoy, de que la sociologia tiene todo el derecho a reclamar un puesto en esta conmemoracién anual de Alfred Marshall. Me pa- rece, pues, un rasgo generoso que la universidad que atin no la considera una disciplina esté dispuesta a darle la bienvenida como visitante. Podrfa ocurrir ~y Ia idea resulta inquierante~ que se enjuiciara aqui la sociologfa en mi persona. Si asf fuera, estoy seguro de que puedo confiar en que ustedes la sometan a un jui cio escrupulosamente imparcial, que consideren los posibles mé- titos de mi trabajo una prueba del valor académico de fa discipli- naa la que me dedico, y que, por el contrario, si algo les suena a sabido o les parece intitil o mal fundado lo achaquen a defectos propios de mf que no encontrarén en ninguno de mis colegas * Conferencias de Alfed Marshal, Cambridge, 1949. 15 __ TMMARSHALL No defenderé lo adccuado de este tema para la ocasién recla- mando para Marshall el titulo de socidlogo, puesto que, una vez abandonados sus iniciales devaneos con la metafisica, la ética y la psicologla, dedicé toda su vida a desarrollar la economfa como ciencia independiente y a perfeccionar sus propios métodos de andlisis ¢ investigacién. Para ello eligié deliberadamente un ca- mino muy distinto al de Adam Smith y John Stuart Mill, y fue aqui, en Cambridge, donde manifesté el espiritu que habia guia- do su eleccién con motive de su conferencia inaugural de 1885. Al hablar de la creencia de Comte en una ciencia social unifica- da, Marshall decia: «No cabe duda de que si tal cosa existiera, la economia estaria encantada de refugiarse bajo sus alas, pero ni exisce ni hay signos de que legue a exist. ¥ como de nada sirve esperarla ociosamente tendremos que hacer lo posible con los ce- cursos disponibles en la actualidads?, El defendié la auronomia y la superioridad del método econémico, superioridad debida principalmente 2 emplea del dinero como vara de medir, que «es hasta tal punco la mejor medicién de los morivos que ningu- nna otra podria competir con ellav’, Marshall fue, como es sabido, un idealista, tanto que, segin Keynes, xestaba demasiado preocupado por hacer el bien’. A este respecto, lo tiltimo que yo haria es reclamarle de socidlogo, porque si es cierto que algunos profesionales de la sociologia han sucumbido a la tentacién, generalmente en detrimento de sus logros intelectuales, me disgusta distinguir al economista del so- cidlogo diciendo que el uno se rige por la cabeza y el ovro se deja atrastrar por el corazén. Cuando el socidlogo ~o el economista~ es honrado sabe que la eleccidn de los fines o los ideales cae fue- ra del campo de la ciencia y dentro de la filosofia social. Pero el idealismo desperté en Marshall un ferviente anhelo de poner la ciencia econdmica al servicio de la politica utiizandola ~como pucde utilizarse con toda legitimidad una ciencia~ para desen- * A.C. Pigou (¢4.), Memorial of Aled Marshal p. 164, > Ibid, p. 158. + 4 ie, p. 37, 16 ‘cuase soci wafiar la naturaleza y contenido de los problemas que debe afroncar la politica y evaluar la relativa eficacia de los medios al- teznativos para el logro de unos fines determinados. Marshall comprendié que, atin consideréndolos problemas econémicos, como lo hatia cualquiera, la ciencia econémica por s{ sola no podia prestar estos dos servicios, porque implican la considera- cién de fuerzas sociales tan inmunes ala vara de medir del eco- nomista como la pelota de croquet a los golpes que Alicia wata- ba de dar en vano con la cabeza de su flamenco. Quizds por este motivo, Marshall lleg6 a sentir en ciertos momentos una injust: ficada decepcién por sus logros, ¢ incluso confess su arcepenti- miento por haber preferido la economia a la psicologia, una ciencia que le habria acercado mucho més al pulso de la vida so- cial y le habria facilitado una comprensién més profunda de las aspitaciones humanas. Podria citar numerosos pasajes en los que nuestro autor se ve impulsado a comentar esos factores esquivos, de cuya importan- estaba firmemente convencido, pero prefiero centrarme en tun ensayo cuyo tema se aproxima al que yo mismo he elegido para mis conferencias. Se trata de una comunicacién que en 1873 presenté en el Reform Club de Cambridge sobre E/ futuro de la clase obrera, reedicado en el volumen conmemorativo por el profesor Pigou. Existen algunas referencias cextuales entre las dos ediciones que, a mi parecer, deben atribuirse a correcciones cefectuadas por el propio Marshall después de edicar la version original en formato de optisculo’. El profesor Phelps Brown me recordé esce ensayo, que él mismo habfa utilizado en su confe- rencia inaugural del pasado noviembre, y que se adapta tam- bign a mi propésico de hoy, porque Marshall, al examinar alli una faccta del problema de la igualdad social desde cl punto de vista del coste econémico, llega a la frontera misma de la socio- Jogia, la traspasa y hace una breve incursién al otro lado. Podria- mos interpretar su acto como un seto a la sociologia para que le 5 Eelcibn privada de Thomas Tis Las referencias de ls piginas iguen esa edicin, © Publicado con el stulo «Prospects of Labour, en Economica, febrero 1919, 17 TH. MARSHALL enviara un emisario hasca esa Frontera y le siguiera en la tarea de convertir [a tierra de nadic en un espacio comin, Por mi parte, he cenido la presuncién de responder al reto iniciando un viaje, en tanto que historiador y socidlogo, hacia un punto de la fron- tera econémica de ese mismo tema general: el problema de la igualdad social. En su comunicacién de Cambridge, Marshall se preguntaba si stiene algiin fundamento vilido la opinién de que hay ciertos limices que la mejora de las condiciones de la clase trabajadora no puede traspasar». «La pregunta —decia~ no es si todos los hombres llegarin finalmence a ser iguales, que ciertamente no lo serdn, sino si el progreso avanza constante, aunque lentamente, hhasca que, al menos por su trabajo, todo hombre sea un caballe- ro. Yo sostengo que si avanza, y que esto ultimo ocurriré.»” Basa~ ba su fe en el convencimiento de que lo caracteristico de la clase trabajadora eran las labores pesadas y excesivas cuyo volumen podia reducitse considerablemente. Mirando a su alrededor en- contré pruebas de que los artesanos cualificados, cuyo trabajo no carecia por completo de futuro o interés, se acercaban ya a la posicidn que él anticipaba como el iiltimo logro, porque, decia, «estén aprendiendo a valorar mas la educacién y cl tiempo libre que el simple aumento de salarios y comodidades materiales», y adesarrollan constantemente un sentido de la independencia y del respecto viril hacia si mismos y, con ello, una deferencia ‘cortés por los demas; acepran cada vez mas los deberes puiblicos y privados del ciudadano; y perciben mejor la verdad de que son hombres y no méquinas de producir. Se convierten cn caballe- ros»®, Cuando el avance técnico haya reducido et trabajo pesado 2. un minimo, y ese minimo se haya repartido en pequetias can- tidades entre todos, «puesto que la clase trabajadora estd forma- da por hombres que realizan el trabajo excesivo, habré quedado abolida’. ° The future ofthe Working Claes, pp. 3, 4 # Ibid. p. 6. 1 Ibid, p. 16. 18 CIUDADANIA ¥ CLASE SOCIAL Marshall comprendié que podrfan acusarle de adoptar las ideas de los socialistas, cuyas obras, como él mismo dijo, habla estudiado durante ese periodo de su vida con grandes esperanzas y mayor desilusién, porque afirmaba: «El panofama que resulta recuerda en ciertos aspectos el que nos han mostrado los socialis- tas, ese noble grupo de entusiastas poco formados que atribuye a todos los hombres una capacidad ilimitada para las virtudes al- «ruistas que sdlo ellos conservan en sus corazones»!®, El respon- dia que su sistema se diferenciaba fundamenralmente del socia- lismo en que conservaba lo esencial del mercado libre, aunque, para realizar sus ideales, sostenia que el Estado debia imponer de alguna forma su capacidad coercitiva, por ejemplo, obligando a los nifios a asistir a la escuela, porque los que no han recibido educacién no pueden apreciar, y por tanto no pueden elegic li- bremente, las cosas buenas que distinguen la vida de los caballe- ros de la vida de Ia clase trabajadora. «Se trata de obligarlas y ayudarlos a subir el primer peldafo; de ayudarlos, si ellos quic- ichos mdSn™? Notesé quesdlo'sé les obliga en el primer peldafo. La libre eleccién se produice eit cuanto fran ad= Uirldo la Gapacidad de elegie La comunicacién de Marshall se elaboré a partir de una hi- pétesis sociolégica y un célculo econémico. El cilculo le propor- cionaba la respuesta a su pregunta inicial, porque demostraba que cabia esperar tanto de los recursos como de la produetividad mundiales una provisién suficiente de bases materiales para con- vertir a todo hombre en un caballero. En otras palabras, garanti- zaba el coste de la educacién universal y de la eliminacién del trabajo pesado y excesivo. No existfan limites insalvables para la mejora de la clase trabajadora, al menos desde este lado del pun- to en que Marshall establecia la meta. Para elaborar las cifras, se " bid, p. 9. La versén revisade de este pasae es signifcaivamente distnts, Dice a: wEl panorama rerultant se pareceréen muchos aspects al que no hicieron ve al- fgunos socalsta, que atrbulan a todas los hombres», etc. La condena no estan ge- rica, Marshall no habla ya de «Socialstass en general y con wSu mayiscula, en tiempo pasado. Memorial, p- 109, "bid, p. 15 19 sirvi6 de las técnicas comunes del economista, aunque hay que admitir que las aplicaba a un problema que suponfa un alto gra- do de especulacién. Pero como la hipéresis socioldgica no aflora por completo a la superficie, tendremos que ahondar un poco para descubrir su forma definitiva, Aunque lo esencial se halla en los pasajes cita- dos, Marshall nos proporciona otra clave al sugerir que cuando decimos que un hombre pertenece a la clase trabajadora «pensa- mos mas en el efecto que el crabajo produce en él que en el efec- co que él produce en su trabajo»". No es, desde luego, la defi- icién que esperarfamos de un economista, ni, en efecto, seria adecuado considerarla siquiera una definicién 0 somererla a un examen critico y detallado, La frase intenta caprar la imagina- cidn y sefialar la direccién general de su pensamiento, que se ale- jaba de un juicio cuantitativo de los niveles de vida en funcién del consumo de bienes y el disfrute de servicios para aproximar- se a.una valoracién cualicativa de la vida en su conjunto, segin elementos fundamentales para la civilizacién o fa cultura. Acep- taba como justo y apropiado un amplio margen de desigualdad cuantitativa 0 econdmica, pero condenaba la desigualdad cualita- tiva o diferencia entre el hombre que era cal menos por su traba- jo, un caballero» y el hombre que no lo era. Creo que, sin violen- tar el contenido de sus palabras, podriamos sustituir el término «caballero» por el adjetivo «civilizado», porque es evidente que tomaba como modelo de vida civilizada aquellas condiciones que su generacién consideraba apropiadas para un caballero. Po- driamos afiadir que cuando todos reclaman el disfrure de esas condiciones, estén pidiendo que se les admita a compartir la he- rencia social, lo que, a su vez, significa exigir un puesto como miembros de pleno derecho de la sociedad, es decir, como ciu- dadanos. “Tal es, a mi parecer, la hipétesis Sociolégica latente en el en- sayo de Marshall, donde se postula la existencia de una igualdad humana basica asociada al concepto de la pertenencia plena 2 Wi Tbid, ps 5. 20 __ CIUDADANIA ¥ CLASE SOCIAL. una comunidad ~yo dirfa, a la ciudadania~ que no entra en con- tac con le desigaades que diinguen los nvr sco- de clases seria ble siempre que se reconociera la igualdad de ciudadanfa, Marshall no identificaba la vida del cax ‘Ballero con el status de ciuidadano; para hacerlo habria tenido ‘que expresar su ideal en funcién de los derechos legales que co- rresponden a todas las personas. Esto, a su ver, depositaria la res- ponsabilidad de garantizatlos en los hombros del Estado, lo que, poco a poco, acabarfa por traducirse en una interferencia escatal que él habsia deplorado. Cuando Marshall se referia a la ciu- dadanla como un valor que el artesano cualificado aprendia a apreciar en el curso de su conversién en caballero, no se referia a sus derechos, sino a sus obligaciones. Para él, se trataba de un es- tilo de vida que se cultiva dentro de la persona, que no se le pre- senta desde fuera, No reconocia mas derecho definitive que la educacién de los nifios, y sélo en este caso aprobaba el empleo del poder coercitivo del Estado para lograr su objetivo. Mas no podia avanzar sin poner en peligro su propio criterio para distin- guir de algtin modo su sistema del socialismo, es decir, la defen- sa de la libertad del mercado competitive. Aun ast, sur hipétesis sociolégica estd hoy tan cerca del micleo de nuesszo problema como hace sevents y cinco ato, de hecho, lo esté mucho mis. La igualdad humana bisica de jaa una comunidad, a que —reitero- N Marshall hizo referencia, se Tra enriquecido con nueva sustancia y se ha revestido de un for- midable « de der En efecto, fia avanzado mucho més elo que él preveia, ¢ incluso deseaba, y se ha identificado clara- mente.con ¢l estatus de Ja ciudadania, Hla Wegado, pues, él imo- mento de examinar su hipétesis y plantear de nuevo sus pregun- tas, para comprobar si las respuestas siguen siendo las misma. ‘Sigue siendo cierto que Ia igualdad basica, entiquecida en lo sustancial y eéxpresada en los derechos formales de Iecicrtadania, es compatible con lag desigualdades de clase? MI Fespuciea es que li sociedad actual acepta ain’ €sa compatibilidad, hasta el punto de qué la propia cindada: joven ciertos 21 TH. MARSHALL ‘pects, en el arquitecto de una desigualdad social legiimada {Sigue siendo cierto que se puede obtener y conservar es igual- dad bésica sin invadir la libertad del mescado competitive? Ob- viamente, no. El sistema moderno es francamente un sistema so- cialisca, y ninguno de sus autores estaria ansioso, como lo estaba Marshall, de distinguirlo del socialismo. Pero no es menos cierto que el mercado funciona atin, a pesar de ciertas limitaciones, Se plantea aqui otro posible conflicto de principios que requiere tuna indagacién. Y, en tercer lugas, zqué efectos tiene el rotundo cambio de énfasis de las obligaciones a los derechos? ;Se trata de tun aspecto inevitable ~inevitable e irreversible de la ciudadania moderna? Finalmente, me gustaria replantear la pregunta inicial de Marshall desde otra perspectiva. Cuando se preguntaba si existian limites que fa mejora de la clase trabajadora no podia tcaspasar, estaba pensando en los limites que imponen los recur- sos naturales y la productividad. Por mi parte, preguntaré si hay limites que la tendencia actual a la igualdad social no puede ras- pasar, 0 es poco probable que traspase, pensando, no en el coste econdmico (dejo esa cuestién vital al juicio de los economistas), sino en los limites inherentes a los principios que la inspiran. Pero la tendencia actual hacia la igualdad social es, a mi parecer, la tilima fase de una evolucién de la ciudadanfa que ha conoci- do un progreso inintercumpido desde hace doscientos cincuenta afios. En consecuencia, fo primero ser4 preparar el terreno para abordar los problemas actuales excavando un momento en el subsuelo del pasado histérico. 2, El desarrollo de la ciudadania hasta finales del siglo XIX A riesgo de parecer un socidlogo tipico, comenzaré proponiendo tuna divisién de la ciudadania en tres partes, pero el andlisis no lo impone, en este caso, la Idgica, sino la historia. Llamaré a cada una de estas cres partes 0 elementos, civil, politica y social. El elemento civil se compone de los derechos necesatios para la li * bertad individual: libertad de la persona, de expresién, de pensie 22 _—__—__________GIUDADANIA Y CLASE SOCIAL miento y religién, derecho a la propiedad y a establecer contratos villidos y derecho a la justicia. Este dltimo es de indole distinta a Jos restantes, porque se trata del derecho a defender y hacer valer el conjunto de los derechos de una persona en igualdad con los demés, mediante los debidos procedimientos legales. Esto nos ensefia que las insticuciones directamente relacionadas con los derechos civiles son los tribunales de justicia. Por elemento poli- tico entiendo el derecho a participar en el ejercicio del poder po- Iitico como miembro de un cuezpo investido de auroridad politica, © como elector de sus miembros. Las instituciones correspondien- tes son el parlamento y las juntas del gobierno local. El elemen- 10 social abarca todo el espectro, desde el derecho a la seguridad y aun minimo bienestar econdmico al de compartir plenamente ja herencia social y vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estandares predominantes en la sociedad, Las instituciones directamente relacionadas son, en este caso, el sistema educative y los servicios sociales!®. En otros tiempos fueron tres hilos de la misma hebra. Los de- rechos se entremezclaban porque las instituciones se amalgama- ban. En palabras de Maitland: «Cuanto mds retrocedemos en la historia, més dificil resulta establecer unas lineas estrictas de de- marcacién ene las funciones escatales: la misma insticucién es una asamblea legislativa, un consejo de ministros y un tribunal [..1. Al pasar de lo antiguo 2 lo modemo, en todas partes encon- tramos lo que la filosofia predominance llama diferen: Maidland se refiere aqul a la fusién de las instituciones y los de- rechos politicos y civiles. Pero los derechos sociales de una perso- na formaban parte de la misma amalgama, y dependian del esta- tus que cambién determinaba qué tipo de justicia disfrutaba y dénde podia encontrarla, y el modo de participar en la adminis- tracién de los asuntos de la comunidad a la que pertenecia. Sin "Con esta terinclogia, lo que los economisrasllaman a veces Ja arenta de los de rechos civiles debera matse areata de los desechos sociales, CEH. Dalton, Some Aspects ofthe Inequality of Incomes in Modern Communities, 3° parce, aps. 3 y 4 1° Maidand, Conseutional Hitory of England, p. 105 23 ___E.H. MARSHALL, _ embargo, no se trataba de un estatus de ciudadania en el sentido moderno. El estatus de la sociedad feudal cra el sello de clase y la medida de la desigualdad. No existia un conjunto uniforme de derechos y obligaciones para todos nobles y plebeyos, libres y siesvos-, en vittud de su percenencia a la sociedad. En ese senti- do, no se disponia de un principio de igualdad de los ciudada- nos para contrarrestar el principio de desigualdad de las clases. Por otra parte, en las ciudades medievales se podian encontrar ejemplos de ciudadanfa aucéntica ¢ igual, peto mientras que sus deberes y obligaciones caracteristicos eran estrictamente locales, la ciudadania cuya historia quisiera crazar aqui es nacional por definicién. La evolucién de la ciudadanfa implicé un doble proceso de fusidn y separacién. La fusién fue geogréfica; la separacién, fun- cional. El primer paso importante data del siglo x41, cuando la justicia real adquirié el poder efectivo de definir y defender los derechos civiles del individuo -los correspondientes a la época~ baséndose no en las costumbres locales, sino en el derecho co- mun del pafs. Los tribunales eran insticuciones de carécter na- ional, pero especializadas. Después llegar(a el parlamento, con- centrando en sf los poderes politicos del gobierno de la nacién y desprendiéndose de todo, salvo de un pequefio resto de funcio- nes judiciales que antes pertenecian a la curia regis, esa especie de protoplasma consticucional a partir del cual evolucionarian con el tiempo los distincos consejos de la corona, las cimaras parlamentarias y los tribunales de justicia»'®. Finalmente, el cam- bio econdmico destruyé poco a poco los derechos sociales arti gados en la pertenencia a la comunidad de la aldea, la ciudad y el gremio, hasta que sélo queds la Poor Law, de nuevo wna insti- tucién especializada que adquirié un fundamento nacional, aun ‘cuando continuase bajo administracién local, “Todo lo anterior tuvo dos consecuencias importantes, En pri- met lugar, cuando se separaron las insticuciones de las que de pendian los tres elementos de la ciudadania, cada uno de ellos s- ALE Pollard, Hvoluion of Parliament, p25. 24 CIUDADANIA ¥ CLASE SOCIAL guid su camino, corriendo a su propio ritmo y en la direccién de us principios caracteristicos. Poco tiempo después se desperdi- gaton a lo largo del trayecto, y sélo en este siglo, aunque deberia decir s6lo en los altimos meses, los tres coredores marcharon a la par. on segundo lugar, ls instituciones nacionales y especializadas no podian implicarse del mismo modo en la vida de los grupos sociales a los que servian como aquellas que eran locales y de ca ricter general. La distancia del parlamento dependia del tamafio de su disttito electoral; la de los tribunales, de los tecnicismos de sus leyes y procedimientos, que obligaban al ciudadano a contra~ tar expertos en leyes para que los asesorasen sobre fa naturaleza de sus derechos, y les ayudaran a obtenerlos. Muchas veces se ha sefialado que, en la Edad Media, la participacidn en los asuntos publicos no era tanto un derecho como una obligacién. Los hombres se somerian al tribunal apropiado a su clase y a su ve- cindatio. El tribunal les pertenecia a cllos, y ellos pertenecian al tribunal, y cenian acceso a él porque dl los necesitaba y porque ellos conocian sus asuntos. Pero el resultado del doble proceso de fusin y separacién fue que la maquinaria que daba acceso a las instivuciones de las que dependian los ciudadanos tuvo que configurarse de nuevo. En el caso de tos derechos politicos, se trata de la conocida historia del sufragio y las cualificaciones para ser miembro del parlamento. En ef de los derechos civil, la cuestién depende de Ja jurisdiccién de cada tibunal, de los privilegios de la profesidn legal y, sobre todo, de la posibilidad de pagar los costes del lirigio. En el caso de los derechos sociales, Lo que encontramos en el centzo de la escena es la Law of Sextle- ment and Removal y las distintas formas de comprobar los re- cursos. Todo este aparato se combina para decidir no sélo qué de- rechos se reconocfan en principio, sino también hasta qué punto podian disfrutatse en la préctica los derechos reconocidos. Cuando se separacon, los tres elementos dela ciudadanfa rom- pieron, por ast decirlo, coda relacién. ‘Tan complero fue el divor- cio que, sin violentar demasiado la precisién histérica, podemos asignar el periodo formativo de cada uno a un siglo distinto los 25 TH, MARSHALL derechos civies, al siglo xvut; los politicos, al xP%; y los sociales, al xx. Como es natural, habri que tratar estos periodos con una razonable elasticidad, y hay cierto solapamiento evidente, sobre todo entre los dos tiltimos. Para lograt que el siglo xvii cubra el periodo formative de los derechos civiles habrd que extenderlo hacia adelante para que incluya el abeas corpus, la Toleration Act y la abolicién de la censura de prensa; y habré que ampliarlo para que incluya la emancipacidn de los catélicos, la abolicién de las Combination ‘Acts y el éxito final en Ja Jucha por ka libertad de prensa que aso- ciamos a los nombres de Cobbett y Richard Carlile. Entonces podriamos describirlo de modo més preciso, aunque menos bre- ve, como el periodo que se extiende entre la Revolucién y la ps mera Reform Act. Hacia el final del periodo, cuando los dere- chos politicos daban sus primeros pasos vacilantes en 1832, los derechos civiles habian alcanzado ya la madurez y, en sus rasgos bsicos, presentaban ya la apariencia de hoy". «La carca especi ca de la primera época de los Hannover ~escribe Travelyan— fue establecer cl imperio de la ley, que era, pese a sus graves defectos, una ley de libertad. Sobre esa s6lida base se levantaron todas las formas siguientes” Este logro del siglo xvi, incerrumpido por la Revolucién Francesa y completado tras ella, fue en gran medi- da tarea de los tribunales, tanto en su préctica diaria como en tuna setie de casos famosos, en alguno de los cuales se enarbola- ron contra el parlamento en defense de Ia libertad individual. Supongo que el actor mds celebrado de esta obra fue John Wi kes y, aunque debamos deplorar que careciese de esas virtudes nobles y santas que deberiamos encontrar en nuestros héroes na- cionales, no podemos quejamos de que a veces el paladin de la causa de la libertad sea un libertino. En el terreno econsmico, el derecho civil basico es el derecho 6 Laexcepcién més importante es el derecho ala huelga, pero ain no se daban por complet as condiciones que harfn este derecho vital para el tabajador y acopeable rls opinisn pollia, G.M, Tievelyan, English Social History, p. 351. 26 CCIUDADANIA ¥ CLASE SOCIAL al trabajo, esto es, el derecho a practicar el oficio que se ha elegi- do en el lugar que se ha elegido, con la tinica condicién de haber recibido un adiestramiento técnico preliminar. Este derecho se habia visto desestimado canto por los estatutos como por la cos- tumbre; de un lado, por el Stacute of Attificers isabelino, que lie sitaba a ciercas clases él acceso a determinado oficios, y, de ott0, por las reglamentaciones locales que reservaban el empleo de tuna ciudad para sus habitantes, y por el uso del aprendizaje como inserumento més de exclusién que de pertenencia, El re- conocimiento de este derecho supuso la acepracidn formal de un cambio decisivo de actitud. La antigua creencia en que los mo- nopolios locales y de grupo eran de interés piblico, dado que wel comercio y la economia no pueden mantenerse © prosperar sin orden ni concierto»'®, se susticuyé. por otra nueva: que las res- tricciones eran una ofensa de la libertad del individuo y una amenaza para la prosperidad de la nacién. Como en el caso de otros derechos civiles, los tibunales de justicia desempefiaron tun papel decisivo en la promocién y registro del avance del nuevo principio. El derecho comin presentaba una elasticidad suficien- te para que los jueces pudieran aplicarlo de tal modo que, casi imperceptiblemente, recogia los cambios que paulatinamente habian experimentado la opinién y las cizcunstancia, instalando, a la larga, la herejfa del pasado en la orcodoxia del presente. El derecho comin es ante todo una cuestidn de sentido comin, como reconoce la sentencia emitida por Holt, el Justicia Mayos, en el caso del alealde de Winton contra Wilks (1705): «Si todas las personas son libres de vivie en Winchester, zcmo restringir sus medios de vida ajustados a derecho alli? Esta costumbre su- pone un dafio para el interesado y un menoscabo pata el ciu- dadano»”, La costumbre fue uno de los dos grandes obstéculos del cambio, pero, cuando la costumbre antigua, en el sentido técnico, se aparté netamente de la costumbre contemporinea, Caso de la ciudad de Londres, 1610. Véase E. F Heckscher; Mercantilom, vol. I, pp. 269-325, donde se cuentan las pormenores de la istoca ' Kingh Beneb Reports (Hole), p. 1002. 27 AgSHALL cen el sentido de un estilo de vida aceptada por todos, sus defen- sas corenzaron a tambalearse con rapidez, antes incluso de los ataques de un derecho comiin que ya en 1614 expresaba su abo- minacién por «todos los monopolios que prohiban el crabajo en cualquier negocio legal»®. El otro obstéculo fue la ley esctita, y los jueces también golpearon con acierto a este poderoso oponen- ce. En 1756 lord Mansfield consideraba el Stature of Artificers isabelino como una ley penal que recortaba el derecho natural y contravenia el derecho comtin del reino, y afiadia: «Si juzgamos por la experiencia, veremos que la politica en la que se basaba la ley es ya discutibley™, A comienzos del siglo x este principio de libertad econémi- a individual se acepraba ya como un axioma. Es probable que conozcan ustedes el passje que Webb cita de un informe del Se- lect Committee de 1811, donde se dice: No se puede producir ninguna interferencia de la legislacura en la libertad de comercio 0 en la absoluca libertad del individuo para disponer de su tiempo y su trabajo de la forma que considere més adecuads a su propio interés, sin que se transgredan los principios generales de primordial importancia para la prosperidad y la dicha de la comunidad® Poco después se abolieron las leyes isabelinas, en tardio recono- cimiento de una revolucién que ya habia tenido lugar. La historia de los derechos civiles en su periodo formativo se caracteriza por la inclusién gradual de nuevos derechos en un es- catus ya existente que se consideraba propio de todos los miem- bros adultos de la comunidad, aunque habria que decir de los miembros varones, ya que el estatus de la mujer, al menos de la casada, era especial en muchos aspectos. La indole democtitica, cuando menos universal, del estatus surgié de un modo natural por el simple hecho de que era fundamentalmente el estatus de ® Heclucher, Mercantil, vol. 1, p. 283, © Ibid. p. 316. 1 ® Sidney y Beacice Webb, Hiner of ade Unioniem (1920), p. 60. 28 __ ___GIUDADANTA Y CLASE § a Ja libertad, y en la Inglaterra del siglo xvit todos fos hombres eran libres. El eseatus de siervo, o de villano por nacimiento, se conservé como un anacronismo evidente en la época de la reina Isabel, pero desaparecié poco mas tarde. El profesor Tawney ha escrito este cambio del trabajo servil al crabajo libre como «un ho en la evolucién politica y econémica de la sociedad», y tam- bign como «el sriunfo final del derecho comtin» en lugates que se habfan visto privados deél durante cuatrocientos afios. En consecuencia, el campesino inglés ves miembro de una sociedad en la que, nominalmente al menos, existe una misma ley para todos». La libertad que habfan conquistado sus antepasados «rasladdndose a las ciudades libres se habia convertido en liber- tad suya por derecho. En las ciudades los términos «libertad» y «ciudadanfa» eran intercambiables, Cuando la libertad se hizo universal, la ciudadania pasé de institucién local a insticucién nacional. La historia de los derechos politicos difiere tanto por su ca sdcver como por su cronologla. Ya he dicho que el periodo de formacién data de principios del siglo x1x, cuando los derechos civiles vinculados al estatus de libertad habjan ganado ya la sus- tancia suficiente para hablar de un estatus general de ciudadania. Al principio, no consistié en crear nuevos derechos para enti quecer un estatus del que ya disfrutaban todos, sino en garanti- zat los antiguos derechos a nuevos sectores de la poblacién. Du- rane el siglo xvat los derechos politicos eran defectuosos, no en el contenido, sino en la distribucidn; es deci, defectuosos cua do se juzgan segiin el modelo de la ciudadania democrética. La Ley de 1832 hizo poco, en sentido meramente cuantitativo, por corregir ese defecta. Después de su aprobacién, el riimero de votantes atin no superaba la quinta parte de la poblacién mascu- lina adulta. El suftagio seguia siendo un monopolio de grupo, pero habia dado los primeros pasos para hacerse compatible con las ideas del capitalismo decimonénico convirtiéndose en lo que podriamos calificar, de un modo bastante verosimil, de mono- 2 RH, Tawney, The Agrarian Problem in the Stsenth Century (1916), pp. 43-44 29 1 MARSHALL polio abierto, y no cerrado. Un monopolio cerrado de grupo es aquel al que nadie accede por su propio esfuerzo, porque la ad- misién depende de la voluntad de los que ya son miembros. La descripcién se ajusta en gran medica a las elecciones municipales anteriores a 1832, y no se aparca demasiado de la verdad cuando se aplica al sufragio basado en la propiedad de la tierra. No siem- pre se pueden adquirit los feudos francos, aunque se disponga de dinero para comprarlos, especialmente en una época en que Ja cietra es el fundamento de Ia existencia ecSnomica y social para las familias. Asi pues, la Ley de 1832, al abolir el voro de Jos llamados roen boroughs y extender el suftagio a los arrenda- tarios y a los inquilinos con renta suficiente, abrié ef monopolio reconociendo las aspiraciones politicas de quienes daban sufi- cientes pruebas de éxito en la lucha econémica. Como es evidente, si sostenemos que, en el siglo xix, la ciu- dadania en forma de derechos civiles exa universal, el suftagio politico no formaba parte de los derechos de la ciudadanfa, pues- to que era privilegio de una reducida clase econémica, cuyos I mites se extendian con cada nueva Reform Act. No obstante, 1a ciudadania no carecié por completo de implicaciones politicas durante el periodo, porque si no conferia derechos, s{ reconocla capacidades. Ningtin ciudadano en su sano juicio y resperuoso de la ley quedaba excluido del voto en razén de su estatus perso- nal era libre de ganar dinero, de ahorrarlo, de adquicis propie- dades 0 alquilar una casa, asi como de disfrutar todo derecho politico vinculado a esos logros econémicos. Sus derechos civiles le facultaban para hacerlo, y Ia teforma electoral se lo facilitaba cada ver més. ‘Como tendremos ocasién de comprobar, es ldgico que la so- ciedad capicalista del siglo xix tratase los derechos politicos como un subproducto de los derechos civiles, y también lo es que durante el siglo xx se abandonase esa posicién para vincular fos derechos politicos directa ¢ independientemente a la ciu- dadania. Este cambio vital de principios se hizo efectivo cuando Ja Ley de 1918, al aprobar el suftagio de todos los hombres, tras- {adé la base de los derechos politicos de lo ecénomico al escacus 30 IDADANIA Y CLASE. CIA, — — personal. He dicho «todos los hombres» deliberadamente por- que pretendo destacar la enorme importancia de esta reforma en én con la segunda y no menos importante que se introdujo al mismo tiempo, esto es, el sufragio de las mujeres. Aunque la Ley de 1918 no establecié la igualdad politica por completo en xérminos de derechos de la ciudadanta. Los restos de una des- igualdad basada en las diferencias econémicas se mantuvieron hasta que, hace s6lo un afo, fue definitivamente abolido el voro plural (que ya se habia limitado a voto dual). Al asignar cada uno de los periodos formativos de los tres ele- mentos de la ciudadania a un siglo distinto -los derechos civiles, al xvut; Los politicos, al x9x; y los sociales, al xx ya dije que se solapaban de modo considerable los dos tilkimos. Prerendo limi- tar lo que debo decir ahora sobre los derechos sociales a ese sola- pamienco, con el objetivo de completar mi revisién histérica hasta el final del siglo x1x, y extraer las debidas conelusiones, an- tes de dirigir la atencién a la segunda parte de mi cema: el estudio de nuestras actuales experiencias y de sus antecedentes inmedia- tos. En este segundo acto del drama, los derechos sociales ocupa- ran el centro del escenario. La fuente original de los derechos sociales fue la pertenencia a las comunidades locales y las asociaciones funcionales, pero fue complementada y sustituida progresivamente por la Poor Law y por un sistema de regulacién salarial, ambos concebidos a nivel nacional pero localmente administtados. El iltimo el sistema de regulacién salarial~ se quedé enseguida obsoleto en el siglo xvi, no s6lo porque el cambio industrial lo hizo administrativamente incompatible, sino también porque lo era con la nueva concep cién de los derechos civiles en la esfera econdmica, en la que se subrayaba el derecho a trabajar donde y en lo que cada cual con- siderase oportuno segtin un contrato ajustado a sus intereses, La regulacién salarial infringia este principio individualista de la li- bertad del contrato laboral. La Poor Law se encontraba en una situacién un tanto ambi- gua, La legislacién isabelina la habia convertido en algo més que un simple medio para aliviar la miseria y acabar con los vagar 31 [1 . MARSHALL, bundos, y los fines que inspiraron su elaboracién apuntaban a un bienestar social con ciertas reminiscencias de unos derechos sociales més primitivos, aunque més genuinos, que ella habia su- plantado casi por completo. La Poor Law isabelina era, a fin de cuentas, un elemento més de un extenso programa de planifica- cidn cconémica, cuyo objetivo general no era crear un nuevo or- den social, sino preservar el existence con una dosis minima de cambios esenciales. A medida que el modelo del antiguo orden se desplomaba ante los embates de la economia comperitiva y se desintegraba el plan, la Poor Law fue quedando arrinconada como un superviviente aislado del que se extrajo paulatinamente Ja idea de los derechos sociales. Pero exactamente al final del si- glo xvi se estaba produciendo la batalla final entre lo viejo y lo nuevo, la sociedad planificada y la economia competitiva. ¥ en aquella batalla la ciudadanta se dividi6 contra si misma sitwando los derechos sociales en el partido de lo viejo, y los civiles, en el de lo nuevo. En su libro Origins of our Time, Karl Polanyi atribuye a sisce- ma de beneficencia Speenhamland una importancia que quizés extrafie a muchos de ustedes. Para este autor, el sistema marca y simboliza el final de una época. Sirviéndose de d, el antiguo or- den congregé sus fuerzas y lanz6 un ataque enérgico contra el pais enemigo. Ast describiria yo su significado para la historia de la ciudadania. El sistema de Speenhamland offecié, en efecto, la garantia de un salario minimo y unas ayudas familiares, junto con el derecho al trabajo o a la manutencién. Estos logros, in- cluso para los estandares modernos, constituyen un cuerpo im- portante de derechos sociales que superan en mucho lo que pue- de considerarse el territorio apropiado de la Poor Law. Los creadores del esquema comprendieron perfectamente que invo- caban la Poor Law para conseguir lo que la regulacién salarial hacia tiempo que no consegula, porque la Poor Law fue el dlti- mo vestigio de un sistema que trataba de ajustar el salario real a las necesidades sociales y al estatus de ciudadano, y no sélo al valor de mercado de su trabajo. Pero este intento de inyectar un « elemento de seguridad social en la estructura misma del sistema 32 CIUDADANIAY CLASE SOCIAL salarial mediante la instrumentalidad de la Poor Law estaba con- denado al fracaso, no sélo por sus desastrosas consecuencias pricticas, sino también por la repugnancia que inspizaba al espi- rita dominante en la época. Durante este breve episodio de nuestra historia vemos en la Poor Law un agresivo defensor de los derechos sociales de ciu- dadania, En la fase siguiente nos encontramos con que el ata- cante retrocede hasta més allé de su posicién original. Por la Ley de 1834, la Poor Law renuncié a toda pretensién de trasladarse al tettitorio del sistema salarial o de las fuerzas del mercado li- bre. Oftecta ayuda sélo a quienes, por enfermedad o vejez, eran incapaces de continuar luchando, o a los débiles que abandona- ban la pelea, admitian la derrota y reclamaban compasién. tento de avanzar hacia el concepro de seguridad social se habla invertido, pero ademés los derechos sociales minimos que siguie- ron en pie se independizaron del estatus de ciudadania. La Poor Law trataba los derechos de los pobres no como parte integrance de los derechos del ciudadano, sino como una alternativa a ellos “como una aspiracién que sélo se podia satisfacer a cambio de la renuncia a ser ciudadano en un sentido auténtico-, porque los indigentes perdian en la préctica el derecho a la libercad personal al internarse en el asilo, y perdfan, por ley, cualquier derecho po- litico que tavieran, Esta privacién de los derechos se prolongé hasta 1918, y puede que el significado de su definitiva abolici6n no se haya apreciado por entero. El estigma que se aferraba a la beneficencia expresaba la profunda conviccién de todo un pue- blo en que quienes la aceptaban debian cruzar el limite que se- paraba a la comunidad de los ciudadanos de la compafta de los pobres y los proscritos. La Poor Law no es un ejemplo aislado de este divorcio de las derechos sociales del estatus de ciudadania. Las anteriores Fac- tory Acts manifiestan una tendencia idéntica. Aunque de hecho produjeron una mejora de las condiciones del trabajo y una re- duccidn de la jornada laboral en beneficio de todos los emplea- dos de aquellas industrias a las que se aplicaban, se abstuvieron meticulosamente de proceger de un modo directo al varén adul- BIBLIOTEGA C'SNGIA POLITICA SISTEMA DA BIALLOTECAS Pe ne UTR, ELM, MARSHALL to. ¢s decir, al ciudadano por excelencia. Y lo hi to 2 su estatus de ciudadano, basindose en que las medidas de proteccién obligatoria coartaban el derecho civil a firmar libre- mente un contrato laboral. La proteccidn se limitaba a las muje- res los nitios, y los apésroles de los derechos de la mujer derec- taron enseguida el insulco implicito. Se procegia a las mujeres porque no eran ciudadanas, y si deseaban disfrucar de una ciu- dadania plena y responsable debian renunciar a la proteccién. A finales del siglo XIx estos argumentos se habjan quedado obsole- tos, y el cédigo fabril se habla convertide en uno de los pilares del edificio de los derechos sociales La historia de la educacién muestra semejanzas superficia- les con la historia de la legislacién fabril. En ambos casos, el si- glo x1x fue, en su mayor parte, el periodo en que se sentaron los fundamentos de los derechos sociales y, sin embargo, se nego ex- presamente o nunca llegé a admitirse del code que formaran parte inregrante del estatus de ciudadania, como principio. Con todo, hubo diferencias significativas. La educacién, y asi lo reco nocia Marshall cuando la singularizaba como el objeto més ade- cuado para la accién del Estado, es un servicio de caracteristicas Ainicas. Es fécil sostener que el reconocimiento del derecho de los nifios 2 la educacién no afecta al estatus de ciudadania mas que el reconocimiento de su derecho a la proteccién de la explo- tacién laboral 0 de la maquinaria peligrosa, sencillamente por- que los nifios, por definicién, no pueden ser ciudadanos. Peto se trata de una falsedad. La educacién de los nifios tiene conse- ‘cuencias directamente relacionadas con la ciudadania, y cuando el Estado garantiza su educacién piensa en los requisitos y la na- turaleza de la ciudadanfa, En realidad, trata de fomentar el creci- miento de ciudadanos en potencia. El derecho a la educacién es un genuino derecho social de ciudadania, porque el objetivo de quella es formar en la infancia a los adultos del fururo; por tan- to, debe considerarse no como el derecho del nifio a frecuentar Ja escuela, sino como el derecho del ciudadano adulto a recibir educacién. Y aquf no encontramos conflicto alguno con los de- rechos civiles tal como se interpretaron en una época individua- 34 __clupabas lista, porque estaban disefiados para que los usaran personas ra- zonables e inceligentes, que habjan aprendido a leer y escribit. La educacin es el requisito previo imprescindible de la libertad civil, Pero, a finales del siglo x1x, la educacién elemental no sélo era libre, sino obligatoria. Este significativo desvio del laissez fa~ re podria justificarse aduciendo que sélo las mentes madiuras tie- nen derecho a elegir libremence, que los nifios se hallan nacural- mente sometidos @ una disciplina y que no se puede confiar en aque los padres romen las medidas més adecuadas para sus hijos. Pero el principio va mucho més lejos. Estamos ante un derecho personal combinado con la obligacién publica de ejercer un de- recho. ;Se trata de una obligacién pablica impuesta tinicamente en beneficio del individuo, dado que los nitios podrian no saber valorar del todo sus intereses y los padres podrian no ser capaces, de ilustrarlos? A mi parecer, dificilmente seria ésta fa explicacién adecuada. A medida que avanzaba el siglo Xx, erecta la conciencia de que la politica democratica necesitaba un eleccorado educa- do, ¥ la manufactura cientifica precisaba trabajadores y técnicos formados. La obligacién de mejoratse y civlizarse-es, pues, un deber social, no s6lo personal, porque la salud de una sociedad depende del grado de civilizacién de sus miembros, y una comu- nidad que subraya esa obligacién ha empezado 2 comprender que su cultura es una unidad orgénica y su civilizacién una he- rencia nacional. De lo que se deduce que el aumento de la edu- cacién clemental durante el siglo xix fue el primer paso decisivo en el camino que iba a conducir al reconocimienco de los dere- cchos sociales de la ciudadania en el siglo xx. ‘Cuando Marshall pronuncié su conferencia ante el Reform Club de Cambridge, el Estado se preparaba para asumir la res- ponsabilidad que él le atribuyd al decir que «estaba destinado a obligar y ayudar {a los nifios] a subir ef primer peldatio», pero con e30 no se aproximaba a su ideal de hacer de todo hombre un caballero, ni siquiera en la incencién. Al menos se percibian po- cas muestras de un deseo de «ayudarlos, si ellos asi lo desean, a subir ain muchos més» 1a idea floraba en la acmésfera, pero atin no era un punto 35 TM MaRSHAL _ cardinal de la politica. A prineipios de los afios noventa, el Lon- don County Council, a través de su Technical Education Board, creé un sistema educativo que Beatrice Webb obviamente con deraba que era de los que hacian época; por eso escribié a este propésito: En su aspecto popular, era una escalera educativa cuyas dimensiones carecian de precedentes. En efecro, de todas las escaleras educativas de cualquier parte del mundo, fue la mas gigantesca por extensidn y Ja mas elaborada en su organizacién de los wadmitidos» y los gea- duados, y la més diversficada por los tipos de excelencia que sclec-

Вам также может понравиться