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Domingo XI T. O.

(C)

Domingo XI del Tiempo Ordinario (ciclo C)

¿Ves esa mujer? La pregunta de Jesús expresa todo el contraste entre


la mirada de Dios y la mirada de los hombres. Es una pregunta que pone el
dedo en la llaga, porque, en realidad, Simón “no ve”, en esa mujer, una mujer,
es decir, un ser creado a imagen y semejanza de Dios, un ser llamado a
compartir la vida divina, a vivir en la comunión y el amor que es Dios. Simón no
ve en ella una mujer, sino una prostituta, y por eso piensa que si Jesús fuera un
profeta “sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una
pecadora”. Simón cree que el ser de esta mujer se agota en ser una pecadora,
que no hay más en ella, que todo en ella se reduce a su pecado. De esta
manera Simón cae en lo que podríamos llamar “la segunda tentación”.
La primera tentación es para hacernos pecar; pero va siempre
acompañada de una segunda tentación, mucho más terrible que la primera,
que consiste en convencerme, una vez que he pecado, de que ahí (en mi
pecado) está todo mi ser, es decir, de que yo en realidad no anhelo otra cosa
distinta de mi pecado, de que, en el fondo, lo que yo quiero es pecar, de que
estoy hecho para pecar, de que esa es mi verdadera naturaleza. Y si caigo en
esta segunda tentación, entonces pierdo la esperanza.
La mujer de este evangelio era una gran pecadora (“sus muchos
pecados”, dice el Señor). Pero el encuentro con Jesús le impidió caer en la
segunda tentación, ya que, al conocer a Jesús, comprendió que había
esperanza para ella, que su ser no se circunscribía a su pecado. Porque la
mirada de Jesús, que es la mirada misma de Dios, seguía viendo, por debajo
de la costra sucia de sus pecados, el ser creado a imagen y semejanza de
Dios, el ser llamado a compartir la vida divina, a habitar en el seno de la
Santísima Trinidad. Así es Dios: aunque no deja de ver mis muchos pecados,
sin embargo, ve más lejos, ve el ser de inocencia, de bondad, de comunión, de
pureza, que É vio al crearme; y apuesta por ese ser. Y si yo me dirijo a Él, si yo
apelo a su corazón, Él libera mi libertad, que está cautiva de sus pecados, con
estas benditas palabras: “tus pecados están perdonados”.
Lo que provoca el perdón de los pecados de esa mujer es que ella cree
que Dios no es como los hombres, que Jesús no es como todos los demás
hombres que ven en ella sólo una prostituta, sino que la mirada de Jesús sigue

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Domingo XI T. O. (C)

viendo en ella una mujer, sigue teniendo esperanza para ella, sigue creyendo
que ella puede vivir de verdad como una mujer, es decir, como un ser de
comunión, de pureza, de amor, y no como una simple mercancía en la
economía del egoísmo de los hombres. Ella, con sus gestos de amor hacia
Jesús confiesa que Jesús es especial, que no es como los demás, que en Él ha
llegado a nosotros la inocencia y la pureza de Dios, que está libre de todo
egoísmo; y que esa pureza y esa inocencia, en vez de condenar, perdona y
salva.
El evangelio de hoy nos provoca a plantearnos dos series de cuestiones.
1ª) ¿Tengo esperanza para mí? ¿Creo que el Señor me puede sacar del
círculo fatídico de mis pecados? ¿Hago gestos de amor hacia Jesús? ¿Le
beso los pies? ¿Unjo su cabeza con un perfume caro? Es decir, ¿hago cosas
por amor a Jesús que, si no fuera por amor a Él, no haría nunca? Pienso en
pequeños sacrificios, en ese plus de bondad, de autodominio, de
mansedumbre, de paciencia, de oración, que se puede poner en todo en
cualquier ocasión. “En todo lo que podáis, ofreced un sacrificio en acto de
reparación por los pecados con que Él (Cristo) fue ofendido y de súplica por la
conversión de los pecadores”, dijo el ángel a los pastorcillos de Fátima. Y el
Papa Benedicto XVI acaba de recordar la validez permanente de esta
invitación.
2ª) ¿Cómo miro a los pecadores, a aquellos que hacen el mal, o facilitan
hacer el mal, o declaran que el mal es un bien (como ocurre con el aborto)?
¿Los miro como Simón miraba a esa mujer o como la miraba Jesús? ¿Sigo
viendo en ellos un ser humano, un hombre o una mujer, o los veo sólo como
agentes del mal? ¿Tengo esperanza para ellos o los doy por irremisiblemente
perdidos?
Que el Señor nos conceda mirar siempre a los hombres con su mirada,
que es la mirada de Jesús; que nos conceda también la esperanza traducida
en gestos de amor a Cristo, para que su amor triunfe en nosotros y en todos.
Que así sea.

Rvdo. D. Fernando Colomer Ferrándiz

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