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rn PARTICIPACION INDIGENA\, EN LOS MERCADOS SURANDINOS PACU VMEC cere (ae ema Siglos XVI'a XX ey st icc cane Brooke Larson Bare h CEU aKg Eaeoy eye cad Calendarios triburarios ¢ intérveneién mercantil, Ia articulacin estacionl de los aylus de Lipeg con el mercado minero patosne (siglo XIX}® Tristér Piatt “.. a estos, Sr*Prefecto, no se les considera como a propietarios sino como a agregados, por eso es que es- tos solamente pagan su contribucion de tres y medio pesos por tercio; estos jamés pagan diezmo ni primicia porque no tienen tierras; ees que siembran uno que otro, y el afio es bueno, recojen una cosecha misera- ble que no les aleanza para sostenerse y esto es quinua y sevada, y si el aflo es malo pierden hasta la semilla; solamente se mantienen de los Valles; y esto'a cambio de Sil y Costales; traen su poto de maiz y arina, con Jo que se mantienen y pagan sus contribuciones. ..” Tadeo Telles (Gohernador de la Provincia de Lipez) al Prefecto de Potosi, San Cristobal, 1/2/1832 (AHP PD 136, No. 8). En 1864," el intelectual potosino Dr. Pedro Vargas publics ssis Indicaciones esonémicas para la reforma del sistema tributario * Los materiatositilzados én este trabajo se recogian como parte del Proyec- to Comparativo del Area Andina, patrocinado por el Instituto de Estudios Peruanos.(Lima): el subproyecto pertinente se entitulaba Mineria y Espacio Bconémico en Tot Andes (Assadourian et. al. 1980). Agradezco a Gunnar ‘Mendoza, Director del Archivo Nacional de Bolivia (Suere), y a Mario Cha- 6n, Director finato del Archivo Histérico de Potos{ Potosi), su constante ayuda durante ol trabajo do leventamiento documental; a los editores del presente volumen sus sugerencas Gitiles durante el periodo de redaccidn; y 4 los estudiantos de la Macstzia en Historia Andina (FLACSO-Quito) sus co- mentarios-estimulentes sobre la ponencia original (Platt 19822), que han coniribuido « eliminar algunas interpreteciones insificientes. 412. de Bolivia! , enyos prejuicios raciales s6lo parcialmente encubren el embrién de una teoria de la economia campesina a mediados del siglo pasado. “El indio, si no tuviese que pagar el tributo y el diez- mo, si no fuese obligado a pasar las fiestas, y pagar los derechos pa- rroquiales de nacidos, muertos y casados, y si no hubiese creado la necesidad de emborracharse en todas estas funciones religiosas, por- que son sus tinicas goces, —es indudable que trabejarfa mucho me- nos de lo que hoi trabgja . . ., porque para el indio no hei idea de acumulacién, no hai idea de riqueza. Trabaja solo porque la fuerza y ja costumbre le han impuesto estas necesidades . . . Si de tarde en tarde no tuviese estos estimulos, y la obligacion de pagar semestral- mente el tributo, sélo se limitaria a proporcionarse su mezquina subsistencia .. .". Prosigue con una descripcién de Jos patrones de ‘consumo de los indios— descripcién no excenta del etnocentrismo corriente de la época? y concluye: “De manera que si no fuesen esas obligaciones y gabelas que la Sociedad y Ia Religin le han im- puesto, es indudable que el indio viviera en una holganza perpetua”. En su texto, Vargas distingue tres tipos de gasto forzoso co- rrespondientes a presiones externas: el tributo, los diezmos y los derechos partoquiales; y un tipo de gasto “acostumbrado”: los gastos festivos. Para cubrir sus epresos, el indio debe entrar en el mercado para adquirir numerario, obligéndose por lo tanto a von der o sus productos 0 su fuerza de trabajo, Asi, tenemos formulado tun concepto que més recientemente se ha denominiado la “comer- cializacién forzada” (Kula 1974; para el caso surandino, ver Platt 1978b, 1982a). Segiin este planteamiento, la intervenci6n indigena en el mereado responde, principalmente, a sus requerimientos es- tacionales:de metilico, sin’ que sus célculos se funden, necesaria- mente, en la idea de ganancia mercantil: “para el indio”, dice Pedro Vargas, “no hay idea de acumulacién””. Ademés, en la medida que €l Estado, la Iglesia 0 su propio ayllu decidan castigar una falta de cumplimiento, el indio se encontraré obligado a vender una mayor cantidad de mercancias cuando bajan los precios, dado que su objetivo consiste en adquitir un niimero fijo. ¥ predeter- 473 minado de monedas. Algunos observadores criollos del siglo XIX, muy liberales en otros contextos, incluso reconocieron las ven. tajas de un sistema que fomentaba el suministro de productos y servicios bi i i sarin bean para las ciudades y los centros mineros (Aramayo aE Ahora bien, si las sanciones contra el incumplimiento son auficientemente amenazantes, tales gravimenes sobre la econo- nei campesina pueden establecer un limite inferior sobre las in- tervenciones mercantiles de los tributarios (Platt 19822: 40). Sin embargo, tanto los gastos festivos como el consumo cotidiano pueden impulsar una participacién mayor en la economia mo- netaria, de acuerdo con variables regionales y coyunturales que deben examinarse mediante estudios de casos. Tampoco debe- mos atribuir 2 los indios una “racionalidad econémica” inherente- mente reacia a la nocién de “riqueza” comercial (ni menos a la acumulacién no-mercantil de ciertos bienes, como los tejidos, po- sibilidad que no entra en él razonamiento de Pedro Vargas). Es verdad que la necesidad de vender demasiado barato fue, a menu- do, una dura realidad para los indios. En 1834, por ejemplo, los ayllus cerealeros de Chayanta sintieron las tiltimas consecuencias del sistema. Acosado por el Tesoro Pablico,‘el Corregidor de Po- coata, Juan Manuel Guzmén, admitié su incapacidad de cobrar el tributo, pues “es constante la total decadencia de los contribuyen- tes en rasin- al ecseso con que han escogido. sus grarios, de los que a ningin precio infimo han podido salir. . ."3. Por otra parte, también se encuentra un Iamero del ayllu K'ulta (Departamento de Oruro), Esteban Choque, quien én febrero 1828 no quiso vender sus quinze costales de maiz morocho en Potosi, porque “‘estubo entonses en precio tan bajo [que’]no me costeaba a mi trabajo™. Prefirié empeflar sus costales a cambio de dos cestos de coca, eva- luados en 9 pesos 4 reales cada uno, con los cuales pudo negociar mientras sub{a el precio del maiz. Recién en mayo recuperd sus costales, pagando 19 pesos al Juez que mientras tanto habia embar- 474 gado los bienes del cocani (también indigena) durante un pleito iniciado por un tercero. Miltiples casos podrian citarse para ilustrar'los diferentes tipos de relacién con el mercado sostenida por diversos grupos in- digenas, que no han abandonado sus afiliaciones comunitarias, ni ‘st acceso a ciertos recursos produictivos en sus ayllus. El grupo més intensamente relacionado es, quizas, el menos conocido: los tri- butarios urbanos de las parroquias de la Ciudad de Potosi y sa Cercado. Entre los tributarios de origen rural, tenemos en un polo a aquellos cuyo acceso privilegiado a los recursos de sus ayllus les permitia desarrollar sus negocios en base a un “capital” pre- existente?. Notemos, por ejemplo, el caso de don Buenaventura Poquechoque, “‘cacique cobrador” del aylla Qhawalli del Canton Challapata (Departamento de Oruro), cuyas recuas de lamas transitaban entre los Yungas de La Paz. y Potosi, lenando sus alma- cenes de coca para la provisién del mercado minero de la Rivera®, Al otro extremo, algunos tributarios rurales sélo intervenian en el mercado para conseguir unos pesos para cubrir sus reducidas nece- sidades de consumo (e.g. ¢oca), mas alla del valor de los gravamenes extemos: éstos se acercaban més al modelo propuesto por Pedro Vargase Ambos polos, con diversas posiciones intermedias, tam- bién deben buscarse en una sola comunidad, Cinéndonos por ahora a la poblacién rural, notemos cémo las relaciones sociales entre los tributarios de un s6lo ayllu, o entre poblaciones lejarias con recursos complementarios, establecen cau- ces preferenciales para ciertos tipos de circulacién: no se trata de un campesinado tipo “costal de papas”, cada uno relacionado en forma aislada con el mercado de su cleceién. De alli el término “economia étnica” (0 ayllu) se subordinaria a un calendario de actividades puntuado por fechas semestrales cuando se recogia el ‘tributo acumulado durante los meses anteriores: estas fechas va- rian segin el calendario. preciso de cada ayllu (Platt 1984). La misma jerarquia fiscal y politica — incluso los escalones por enci- 475 ma de la sociedad indigena, como los-Recaudadores blancos, los Corregidores, los Colectores y los Gobernadores o Subprefectos? — dcberian respetar el ritmo institucionalizado de la sociedad tribu- taria, y las formas tradicionales de cobranza, si esperaban cum- plir tranquilamente con sus deberes frente al Estado. Es este “orden legitimo”, donde las diferentes capas socia- les se relacionan bajo diversas formas de reconocimiento reciproco, el que se ha llamado una “economia moral” (Thompson 1979; ef. para el caso surandino Platt 1982a: 94-111, 1984). El con- cepto es particularmente ‘til para captar la naturaleza especitfica de la crisis desencadenada por las politicas liberales del siglo XIX ex el “antiguo régimen” de Ta- sociedad andina. Aqui, le utopia Iberal del “mercado libre” se funde con las Reformas fiscales para provocar resistencia en aquellos sectores de la sociedad civil euya reproduceién presupone la subordinacién de las fuerzas pujantes de un mercado capitalista a la estructura pre-existente de derechos y obligaciones. Desde esta’ perspectiva, una “economia étnica” seria un tipo de economia moral, donde lo étnico engloba y de- limita los flujos econémicos, Pero envel contexto de un anilisis regional, la sociedad provinciana en su totalidad también puede con- cebirse (en su forma pre-liberal) como una economia moral, en la medida que organiza a las diferentes “economias étnicas” (ayllus) dentro de un conjunto mayor de normas politicas, fiscales e inter- sectoriales. En el anilisis de la economia de cada sociedad provinciana debe sittiarla con rdaci6n a las transformaciones seculares que afec- taban la economia global de la regién surandina a lo largo del siglo XIX. Antonio Mitre (1981, 1982) ha sefialado como el “sistema de Ia econom{a colonial” reconstruido a grandes rasgos por Carlos Sempat Assadourian (1982; cf. Tandeter & Wachtel. 1983b) fue prolongado, en escala reducida, durante las primeras décadas de la Repiblica. La produccién argentifera potosina seguia proveyen- do la materia prima para la industria monetaria estatal hasta los 416 primeros afios del siglo XX. La plata refinada fue trasladada a lomo de bestia desde los miltiples ingenios locales a Potosf, donde se compré a precios fijados por el Banco Nacional de Rescates (Pe- faloza 1943). Después de su reduccién a un grado comin de pu- reaa, el Banco la vendié a la Casa Nacional de Moneda para a acufiecion, de donde fue emitida como dinero para la circulaeién. En el sistema heredado de la Colonia, gran parte de los insumos mineros, de la fuerza de trabajo, y de los medios de subsistencia, rados por las diferentes economias provincianas, segin la especializacion productiva de cada una dentro de la divi- sion espacial del trabajo (Assadourian 1982). Aunque el merca- do potosino del siglo XIX no fue mis que una sombra de lo que habia sido en su auge del ciglo XVII, las monedas acufiadas bajo el Sumaj Urqu todavia circulaban hasta el Ecuador (Palomeque 1983) y Buenos Aires (Omiste 1981[1891]), integrando un espacio que ampliamente rebasaba los limites politicos de la nueva Repit- blica boliviana. H En este trabajo, observaremos las diferentes formas de in- tervencién mercantil adoptadas por los ayllus de una de estas s0- ciedades provincianas: los tres Cantones de Lipez en el remoto sur-oeste del pais, Su exitosa adaptaci6n al contexto econémico do la Repiiblica temprana fue siendida, sin embargo, por las po- Iiticas del emergente liberalismo a fines del siglo XIX. Desde 1873, se legalizé el contrabando, de plata al exterior que habia socabado el sistema monetario del Estado, inicidndose una tendencia hacia la “enelavizacion™ de los centros mineros, y el estrechamiento de aus vinculos con los puertos del Pacifico y de Buenos Aires salida de la plata fue inerementada por el pago de dividendos a los, accionistas de las empresas mineras residentes en el exterior (Mitre 1981: 73-74). Sobre todo, la fiebre minera después de la Guerra del Pacifico desencadené una ola de especulacién comercial, impor- tindose mercaderias de Ultramar que s6lo podian cancelarse con la exportacién de la misma plata amonedada en circulacién® . Todos estos factores, coadyuvados por Ia Megada del ferrocarril desde aqT Antofagasta a Uyuni (1889) y Oruro (1891), produjeron una crisis monetaria que amenazé las pequuefias transaceiones de muchos sectores vinculados al antiguo mercado interno. Indicaremos (sin entrar en detalles) las consecuencias de esta desestracturacion sismica de la economia nacional sobre los ayllus de Lipez, cuyo sector minero s6lo pudo manifestar algunos impulsos incipientes, rapidamente asfixiados, durante todo el siglo XIX°. E El comportamiento econémico de los tributarios de Lipez —diferente en.cada uno de sus tres Cantones— solo puede compren- derse si previamente se logra esclarecer ciertos aspectos de la orga- nizacién interna de los ayllus, situando sus actividades mercantiles dentro del conjunto mayor de sus estrategias reproductivas (cf. CAAP 1984), Estas estrategias incluyen la organizaci6n colectiva de Ja distribucién de ciertos recursos produetivos, Ia circulacion intra-étniea de bienes y servicios, y el desarrollo de importantes circuitos no-monetarios de intercambio interregional. Aqui hare- mos hincapié sobre el calendario de actividades que ritmaba las operaciones econémicas en el curso del afio. Dentro del conjunto, Ia intervencién mercantil representa un uso especifico del tiempo, a la vez que debe coordinarse tanto con las fechas de expendio monetario como con las exigencias de la estructura productiva, La intensificacién de las relaciones con el mercado se condiciona por s impacto potencial sobre el resto del calendario, que sdlo se modificaré volintariamente si los riesgos del eambio parecen sufi- cientemente compensados,:De alli que el deseo de maximizar ga- nancias monetarias puede primar durante algunos meses del afio, mientras que en otros meses la bisqueda del dinero ocuparé un lugar inferior entre las prioridades del campesino. ‘Tales variaciones en Ja racionalidad econémica indigena, segin’ los requerimientos de su calendario global, nos permitiré plantear la integracion de los diferentes tipos de circulacién con la organizacién social de la produceién (Assadourian 1982: 221) a través de la incidencia va- riable del tiempo mensual. Estas consideraciones nos Hevarin a reflexionar sobre la 478 medida precisa en que la economia indigena fue efectivamente “subordinada” a la circulacién de plata amonedada, cuya produc. cién queda fuera del control del sector rural (Assadourian 1982, 16, 211-221), No se trata de negar que el dinero fue una merean, cia imprescindible para los indios, ni que la cancelacién del tribu. to u otros gravimenes fue (como lo sefila Pedro Vargas) un esti. mulo insoslayable a que entren al mercado. Hay que dudar, sin embargo, de la eficacia con la enal el sector minero, e incluso acu. ! fador, pudo integrar la oferta campesina de ciertos insumos claves { al, combustible, transporte, millu, fuerza de trabajo, ete.) al titmo + de sus propios mecanismos productivos. En el siglo XIX, las inter. venciones mereantiles de los tributarios obedecen a una logica tem- poral no siempre compatible con las necesidades del sector argen. tifero. Por cierto, la decisién gubernamental de mantener el peso Prioritario de Ia produccién minera en el decarrollo de la econemia nacional impuso limites infranqueables a la dindmica de la econo. iia indigena. Pero, si bien el mercado interno ofreia oportuni, dades de monetizacién que no podian desconocerse por los tribu. trios, constituyéndose en un factor determinante de la forma de la cconomfa indigena, nos parece igualmente importante recordar que la intervencién mercantil de los ayllus fue, a su vez, “subordi. nada” a Ia estructura global de sus estrategias de reproduccién, Tefleada en la organizacion de su calendario. Asi podremos plan, fear una articulacion incompleta, desfasada, entre la economia { indigena y el mereado interno construido en torno a la produc, | sion minera de Potosi, La “‘subordinacion” de esta economia apa 1 Feee, entonees, como parte de un proyecto politico de las clases dominantes, que intenta someterla a lo que Assadourian denomine “cl poder de la mercancia El resultado del enfrentamionto entre dos logicas imperfectamente engarzadas constituye un tema para 1s investigacién empirica en los diferentes periodos y espacios re gionales de Ie historia surandina, Finalmente, sefialaremos algunas implicancias de nuestro anitisis para una comprensién més cabal del proceso native de ac 479 bn, emprendido por los mineros altoperuanos durante los tees cer thos de vida republicana. El “modo tributa- vio” de apropiacién de los excedentes campesinos se inserts como un elemento inherente a este proceso: casi el diltimo rezago (junto con los precios bajos para los productos indigenas) del aparatc “coactivo” que, en la segunda mitad del siglo XVII, habia mante- nido la rentabilidad de la azogueria potosina (Tandeter 1980, Tan- deter & Wachtel 1983b) —si dejamos al Jado tales experimontos como la “it’a voluntaria” de 1829-1832. Por otra parte, la exis- tencia de un desfase entre la oferta y la demanda de ciertos insumos + mineros, cuyo suministro estaba en manos de los tributarios, re- present imi buseado por la nt un freno sobre el crecimiento acelerado gran minerfa desde la década de los 1870s (Mitre 1981). En este sentido, la lgica de los ealendarios rurales debe tomarse en cuenta en cualquier modelo explicativo del proceso de transnacionaliza- cién del capital minero. 1. Recursos econémicos y Poblacion tributaria Cuando la Cordillera Occidental se endereza hacia el Sur desde la latitud de Arica, el Altiplano ge ensancha hasta su maxima anchura (més de 200 kms.), La aridex de la costa empieza a ocupar siempre mas del espacio altoandino, generando una masa de salares y borateras —entre ellos los mares eristalizados de Coipasa y Uyu- ni, y finalmente desciende hacia el desierto espinoso det Chace, para consolidarse en ambos lados del edificio orogrfico (rol 1968), La Provincia de Lipes’ corresponde, en la clasificacion de Cérdenas (1969), a la Puna seca, salada y arenosa del Sur, y oe muchas otras zonas predominantemente pastoriles (Flores Ochoa 1977)— ha conservado una. imagen “ontrsa” pa a maori bolivianos urbanos. En sus vastos espacios, he ae por el frio (Cobo 1964 [1653] +176; Hurlbert & Chang 1984), los recursos altoandinos Uegan a su méxima expe: sion, “En ninguna otra parte de la Repiblica”, esoribié José Maria 480 Dalence en 1848, “se erian Hamas, alpacas, vicufias y guuanacos tan altos y corpulentos, ni tan lanosos, como en Lipez, y Atacama vecina” (Dalence 1975 [1851] : 74). Una “Rason ‘atadistca” de la Provincia, recopilada por su Gobernador José Fernindez en 1843, muestra (i i i i ZAS, muestra cin mencionar alpacas) la riqueza animal de aus Cuadro 1 RIQUEZA ANIMAL DE LIPEZ Afio 1843 1910 San San Pablo Llica Te Pie ete ‘otal Total Llamas 17.201 12.810 4.000 34.011 30.000 Ovejas 5.389 7.381 2.346 15.116 16.300 Mulas 244 6 10 26000 | Burros 2.030 585 358 2.863 10.800 Caballos 30. 1 7 31 ‘Vacuno 109 4 9 13200 Cabras 526 1.225 - 1.751 4.500 cree re eee een eeaee Fuente: ANB MH. 94, No. 36, “Rasén. formada Caplial de In Provincia de Lipes en 8 de Dbre, do iste et Reite gunaden del Depstament de Ptoron 1910", Bo- Je la Oficina Regional de Estat Tra dee Olle Reso! te Esai, Vol. 7, Nox. 7270, p10, Ademis de avestruces (suri) y vi i a ¥ vizeachas, k caza més importantes durante el siglo KIX fueron lea ower i 481 chinchillas, cuyas pieles prociosas se vendian en la costa y en la feria anual de Huari/?, También se recogen huevos de flamingo (Hurlbert & Chang, op. cit.), junto con achacana y los cardones uti- izados para él techo y las puertas de las casas! ; pero entre los ve- getales silvestres la Iullucha, especie altoandina de quchayuyu (Masuda 1980), fue especialmente importante para el intereambio a larga distancia. Los recursos minerales tampoco han dejado de asombrar a los observadores desde que Lozano Machuca escribié, a fines del siglo XVI, que “.. . en todo el distrito de los’Lipes,'y en las casas y rancherias de los indios, hay hornillas de fundir y afinar plata, y muchas guairas en los cerros, y todos en general se ocupan en. be- neficiar y sacar plata. . .” (1965 158i] : 61; ver Barba 1967 [i640]; passim; Cobo 1964 [1653]: I. 126-7, Il. 166; Pino Manrique 1836 (1787] ; Calvimonte 1885; Abecia 1953; ete.). Las piedras medi nales coravari y lipis, el solvente soroche usado en las wayras, tur- quesas, ametistas, sal de lago y de mina, alumbre, salitre, azufre, borax, ademés de los minerales metilicos, abundan en las pampas y las Cordilleras de la Provincia. Con gran parte de su superficie situada por encima de los 4,000 menm, los recursos agricolas son ignalmente especializados, y de hecho se concentran en la parte nortina de la Provincia, salvo algunas quebradas més templadas cerca de San Antonio de Esmo- ruco!?. Pero la “tiea quinua” de Llica y Tagua ha sido famosa pot los menos desde el siglo pasado, cultivandose en tierras de temporal, junto con papas, habas y cebada!. Las posibilidades agricolas se @isminuyen en el Canton Central de San Cristobal (capital de le Provincia hasta su division administrativa en 1885), y legan a si m{nima expresion en el Canton surefio de San Pablo (desde 1885 capital de la Provineia Sur Lipez), Esta distribucion, que re- fleja la mayor salinidad y altura del Sur, se observa en las estadis- ticas de produccion agricola recogidas por el Gobernador Fer- nindez: 482 Cuadro 2 SEMBRADIO AGRICOLA DE LIPEZ EN 1843 (qq.) Canton Quinua Papas Cebada Lies y Tagua. 3.425 400 140 San Cristébal 350 200 220 San Pablo - - 60 Fuente: ANB MH T, 94, No. 95. “Ras6n estedistica formada en San Cristébal, Capital de la Provincia de Lipes en 8 de Dbre. de 1843”, Gomo es normal en los sistemas eltoandinos de agricultura (Fonseca 1973; Camino Recharte & Bidegaray 1981; Carter & Ma- »nani 1982; etc.), la coordinacién de largos ciclos de rotacién re- quiere la (re)distribucin anual de nuevas tierras de barbecho entre todos los miembros de cada estancia o ayllu simulténeamente, y no la administracion auténoma de sus parcelas individualizadas por cada unidad doméstica. En otras partes de Bolivia, la distincion se eapta por la oposicién entre tasas y mantas (Platt 1982b), o sayafia y aynuga (Carter & Mamani 1982): en este sentido, la agricultura lipetia opera con mantas (o aynugas) solamente. Asi, podemos in- terpretar un comentario por el Gobernador Pedro Mariano Zenteno en 1834: “En el Cant6n de Llica son labradores, y mas en el Aneoso de Tagua, sin un arreglo, ni conosen propiedad en los Terrenos que han cultivado”"4, Por la misma razén, todos los tributarios de L{pez aparecen en Jos empadronamientos del siglo XIX como simples “contribu- yentes”, sin diferencia de categorfa entre originarios, agregados 0 forasteros. Diversos observadores les consideraron o agregados 0 fo- rasteros, obligidos a pagar 7 pesos por afio como tributo; pero se 488 neg6 Ia presencia de originarios, que en otras regiones pagaron 9 pe- sos 6 reales para asegurar una tenencia individual més segura, Ade- nds de nuestro epigrafe, citemos el comentario del mismo Gobena- dor Zenteno en 1834: “, . .-en los tres Cahtones de ii mando, no hay terrenos repartidos, todos estan en comin, y los Yndijenas que Jas poseen son forfineos, . "15. Aqui la palabra “foréneo” no puede interpretarse como “advenedizo”, sino como “ocupante de tierras, margineles”!®, En Lipez, la ausencia de originarios nos prohibe in- ferir una masa de verdaderos inmigrantes, adseritos al terreno nu- clear de un heredero originario: el ‘nico “originario” es el mismo ayllu, que administra el acceso de sus miembros a las “tierras margi- nales” de la colectividad, El Cuadro 3 nos muestra la distribuci6n de las parcelas bajo cultivo en 1856, incluso un niimero corto de terrenos con riego. Combinando los Cuadros 1, 2 y 3, vemos los efectos de la creciente aridez hacia el sur de la Provincia Fuera del ayllu Caguana, la pro- duccién agricola de Llica se sostiene por un fuerte predominio de terrenos de temporal; sus recursos animales son también reducidos, aunque todavia importantes como fuente de abono y transporte, En el sur, San Pablo apenas produce una pequefia cantidad de fo- rraje para sus burtos, basindose casi enteramente sobre animales de carga y ovejas. En el centro, San Cristobal combina ambas for- mas de produccién, sosteniendo incluso un mimero reducido de vaeas y.caballos con Ie ayuda de una alta produccién cebadera en sus ticrras con riego relativamente abundantes. Pero su ayllu Catliza ya anticipa Ia situacién de San Pablo por su carencia de todo tipo de tierra cultivada, y una correspondiente especializaciOn arriera. Hemos visto que Ja Provincia se divide en tres Cantones, cada uno ocupado por uno de los tres “bolsones” poblacionales que conforman los ayllus de Lipez!?. Segin Lozano Machuca (1965 1581 ), la poblacién fue dividida en el siglo XVI entre “+. mill indios uros, gente pobre que no siembran ni cogen y se sustentan de caza de guanacos y vieufiag, y de peseado y de rai- uapand ‘ojduafe sod ‘ezqyeg ue ommquesne ap sefng oyuouuanepA P12 2 5 ieee ance aman eadunnp woyend oxenftoa Es peeeeteperoetgonre 5 PP omtog *(g ospeng) owsyuosne ap sesv} se{ ua oppered oywourne a Se ee EES Ee EES ze EE O32] 2 un woo ‘Soper sourmp) uo ‘osuorrer opand (%¢c) 2281 ae Fs ge gees Sesh ae) B A (pel enue [eqofs ououmne Ty -p ospeny Jo ua eNsoNM 98 XTX fy BBe F a E BE] & ofas fp quem zody7] op soe ng Soy ap UOFONGINSP. eT ie aE 2 <1 XIX as E s 2)3 ofa Jop somnomreuospedura soy wo ,,sorreM#110,, op wiousne ey 100 a Ep . 3 #2 -dxo v opuadnquuos ‘ond of] # oxy opruay ueyqey “( ([agT] ae g & 961 vonypey, oMPz07) ,,som uo sauqod wH,, oWOD OBTUSE ge 8 g -aad £ ‘sejouedsa sapepiioine sey v reyeSua ap TAX opfis yap seeudy : é S| soungje ap soquaqur soy 18 se8ysaauy rod epand) “eppnpax syn eH) ze g -nquy ese} wun eqesoquoa onb of {,s2peurarew seas) ap ayuedn: 8 ad|s + .0ompsoy,, op BEEING BIOZoqR0 B equmTEIOUDE a8 “XTX offs ge le ‘ #e| 8 [uo zodyy op snyae soy sod epeyqey ory erewdy wnduay vy waIg ee lBleaeak aver Beeae |e! 2 IS ‘Pour ong ou UoFSEINYINOE op UOTOVOMp v] od ‘oprpunsuco By |e BABAR RSSEAR SASae ge Bo saroqey uaserd ugiquivy adj] op exeuXy X om, sauojoyqod gs ve |< E sey] “(EPI 8261 PIPE) Ueqednoo onb ,sopouttrew,, sean tf 6 gs g|3 ¢ se ¥ santo} soyo.op sre Jse epyosuoo wand ‘sereULAY sopseMsI0 $6 alg © so] v epuodsoxioo onb vyP syur euEING ese) wf seed opueydooe ge 32/6 eULAy UO asiRIoAUOD,, LONI ,,80m,, soyonM XTX ops 8 2 S| owaS Newage sen |EE| B Pp amwemp onb opexsow vy jaryseK UE@EN “ur wOUy a3 Ba| 3 +g PONG UO UNp enFQue gun e EpUodsazt0a BO ze “| a

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