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Detrás de la retórica

Por Noam Chomsky *

Ya se escribió mucho acerca de los bombardeos de la OTAN (es decir, fundamentalmente de


Estados Unidos) en relación con Kosovo. Hay dos cuestiones fundamentales: 1) ¿cuáles son las
reglas aceptadas y aplicables para el orden mundial? y 2) ¿cómo se aplican estas reglas en el
caso de Kosovo?

Existe un régimen de derecho internacional y de orden internacional, que une a todos los estados,
basado en la Carta de la ONU y en sus siguientes resoluciones y en decisiones de la Corte
Internacional. En breve, la amenaza o el uso de la fuerza está desterrada a menos que sea
explícitamente autorizada por el Consejo de Seguridad después de determinar que los medios
pacíficos fracasaron, o en legítima defensa en contra de un ataque armado (un concepto restricto)
hasta que actúa el Consejo de Seguridad.

Existen más cosas para decir. Hay una tensión, si no una contradicción abierta, entre las reglas
del orden mundial establecidas por la Carta de la ONU y los derechos articulados en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, el segundo pilar del orden mundial establecido
por iniciativa de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. La Carta proscribe la
violación por la fuerza de la soberanía de los Estados; la Declaración de los Derechos Humanos
garantiza los derechos de los individuos contra los Estados opresores. La noción, alegada por la
OTAN, de “intervención humanitaria”, surge de esta tensión. Es el derecho de una "intervención
humanitaria" lo que reclaman Estados Unidos y la OTAN en Kosovo. Las columnas de opinión y
las informaciones de los diarios reproducen, muy reflexivamente, este término.

Pero debemos tener en cuenta un truismo. El derecho de intervención humanitaria, si existe, tiene
como premisa la buena fe de los que intervienen. Y esta buena fe no se desprende de la retórica
que gasten para proclamarla, sino de la tradición demostrable de adhesión a los principios de
derecho internacional y decisiones de la Corte Mundial.

Consideremos los ofrecimientos iraníes de intervenir en Bosnia para prevenir masacres, en un


momento en que Occidente no pensaba intervenir. Fueron ignorados por la prensa como ridículos.
Si había una razón más allá de la subordinación al poder, era que nadie podía asumir la “buena
fe” de Irán.

Una persona racional hará de inmediato las preguntas obvias: ¿es la tradición intervencionista y
terrorista iraní peor que la norteamericana? ¿Cómo se puede evaluar la “buena fe” de Estados
Unidos, el único país que vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pedía que
todos los estados obedecieran al derecho internacional? A menos que estas cuestiones sean
prominentes en la discusión, una persona honesta deberá rechazar los argumentos como meras
adhesiones doctrinarias. Un ejercicio muy útil es determinar quiénes, en la prensa o en la
academia, se atreven a contestar estas preguntas.

En Kosovo ha habido una catástrofe humanitaria, abrumadoramente atribuible a las fuerzas


militares yugoslavas. Las principales víctimas fueron los albano-kosovares, que forman el 90 por
ciento de la población de esta provincia yugoslava. Las estimaciones estándar son de 2000
muertos y de centenares de miles de refugiados.

En estos casos, los terceros países tienen tres opciones:


1) procurar que la catástrofe aumente,
2) no hacer nada,
3) procurar mitigar la catástrofe.

Hay casos recientes para las tres opciones, pero preguntémonos primero dónde entra el caso de
Kosovo. Estados Unidos eligió un curso de acción que, como lo reconoce explícitamente, aumenta
las atrocidades y la violencia en la región. La amenaza de bombas de la OTAN condujo a una
aguda escalada de atrocidades por el ejército y los paramilitares serbios y a la partida de los
observadores internacionales, que por supuesto se sumó al mismo efecto. El comandante general
de la OTAN Wesley Clark declaró que era “completamente predecible” que el terror serbio y la
violencia se intensificarían después de los bombardeos de la OTAN, exactamente como ocurrió. El
terror alcanzó por primera vez laciudad de Pristina, capital de Kosovo, y hay informes creíbles de
destrucciones en gran escala de aldeas, asesinatos, generación de un enorme flujo de refugiados,
quizás un esfuerzo para expulsar a una buena parte de la población albanesa. Todo una
consecuencia “completamente predecible” de la amenaza de bombardeo, y finalmente del
bombardeo mismo, como atinadamente observó Wesley Clark. Por lo tanto, el ataque aliado no es
un ejemplo de intento de mitigar la catástrofe, sino de procurar que aumente.

El curso de acción emprendido por los norteamericanos le pega otro golpe contra el régimen de
derecho internacional, que al menos ofrecía a los más débiles una limitada protección contra los
estados predatorios. En el largo plazo, las consecuencias son impredecibles. Una observación
plausible es que, con cada bomba que cae y con cada masacre étnica, serbios y albano-
kosovares están cada vez más lejos de poder vivir juntos. Existe un argumento standard para
estos casos: hay que hacer algo. No se puede estar de brazos cruzados y que las atrocidades
continúen. Pero esto nunca es verdad. Las negociaciones siempre pueden continuar.

* Lingüista norteamericano.

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