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traduccion de MARIA DEL PILAR JIMENEZ | UN INTERPRETE EN BUSCA DE SENTIDO|/ ue por PIERA AULAGNIER siglo xxi editores, s.a. de ¢.v- CERRO DEL AGUA 245, DELEGACION COYOACAN, 04310, MEXICO, D.F. siglo xxi editores argentina, s.a. TUCLIAN 1621, 7 K. GLOSOAAG, BUENOS AIRES, ARGENTINA BF LI3 ARB est 0-35464 portada de carlos pallciro primera edicién, 1994 segunda edicién, 2005 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 968-23-1872-6 primera edicidn en francés, 1986¢ © dditions ramsay, paris titulo original: un interpréte en quéte de sens derechos reservados conforme a In ley impreso y hecho en méxico/printed and made in mexico 247242 INDICE NOTA DELEDITOR PREFACIO, por MAURICE DAYAN PRIMERA PARTE: PRACTICA DEL ANALISIS 1. sCOMO PUEDE UNO NO SER FERSA?> 2. SOCIEDADES DE PSIGOANALISIS Y PSICOANALISTA DE SOCIEDAD 3. UN PROBLEMA ACTUAL: LAS CONSTRUCCIONES PSICOANALITICAS 4, TIEMPO DE PALABRA Y TIEMPO DE ESCUCHA: ODSERVACIONES CLINICAS SEGUNDA PARTE: DESEO, DEMANDA, SUFRIMIENTO 5. EL "DESEO DE SABER” EN SUS RELACIONES CON LA TRANSGRESION 6. DEMANDA E IDENTIFICACION 7. A PROPOSITO DE LA REALIDAD: SABER O CERTEZA 8. EL DERECHO AL SECRETO: CONDICION PARA PODER PENSAR 5. CONDENADO A INVESTIR TERCERA PARTE: EL CONFLICTO PSICOTICO 10, OBSERVACIGNES SOBRE LA ESTRUCTURA PSICOTICA 1. ELSENTIDO PERDIDO © EL" ESQUIZO" ¥ LASIGNIFICACION 12. LA “FILIACIGN” PERSECUTORIA 13, DEL LENGUAJE PICTORICO AL LENGUAJE DEL INTERPRETE 14, ALGUIEN HA MATADO ALGO 15. ELRETIRO EN LA ALUCINAGION: aUN EQUIVALENTE DEL RETIRO AUTISTA? 5) a5 53 91 126 155 172 212 233 254 283 303 335 347 379 416 16. LOS DOS PRINCIPIOS DEL FUNCIONAMIENTO IDENTIFICATORIO:; PERMANENCIA Y CAMBIO BIBLIOGRAFIA (obras de Piera Aulagnier) INDICE 433 4d5 NOTA DEL EDITOR Un intérprete en busca de sentido es el ultimo de los cuatro libros escritos por Piera Aulagnier. Esta compuesto de articulos publica- dos cn la revista Topigue que ella dirigié, conferencias pronunciadas y trabajos inéditos. Si bien varios de los capitulos presentes en este libro ya han sido traducidos y publicados en castellano, sea en revistas u organizados como libro, los editores franceses nos noti- ficaron no haber otorgado les derechos de traduccién de ninguno de ellos, raz6n por la cual Siglo XXI hizo la Lraduccién integra del texto en francés. (7] PREFACIO La interrogacién secular sobre Ja vida psiquica, caracteristica del pensamiento occidental a partir del Renacimiento, ha sido radical- mente subvertida y modificada en profundidad por la practica freudiana. En lugar de buscar, en Ja intimidad de una conciencia de si entendida como una luz interior, una verdad singular y/o universal del ser pensante y parlante, de sus deseos y su sentir, de su voluntad y sus poderes, esta prictica ha instituido una relacién con cl otro como condicién de acceso posible a aquello que no puede ser revivido ni representado en una simple referencia a si mismo. Relacién con el otro muy diferente, a pesar de Io que se ha podido crecr o escribir, de aquellas que han hecho del hombre, en Occidente, una “bestia de voluntad”, que lejos de dejarse Nevar a la conminacién de decir lo que se sabe y de incorporar el sexo en el discurso, procede de Ja idea de que nadie puede saber qué lo empuja a hablar ni lo que él dird a alguien a quien no conoce y que no esta inveslido a rier de ninguna prerrogativa social particular, exceplo de la obligacién de ese destinatario de escuchar toda lo que se le hace oir. De esta relaci6n puramente verbal que se ve atravesada, a medida que se desarrolla, por poderosos afectos, infinidad de veces se han expueste y discutido sus implicaciones, asi como sus efectos de todo orden, comprobados o supuestos. En este vasto debate han participado no sélo aquellos que practican cl psicoanilisis, sino incluso algunos que se han limitade a realizar la experiencia por si mismos y muchos otros que no la conecen mas que a través de lo que han leido o de lo que han ofdo decir. No dejara de sorprender Ja extensién asi alcanzada por una discusién que no toca una simple practica entre otras, sino que remite a algo fundamental para los seres hablantes: conocer el uso que se puede hacer de su libertad de hablar cuando se ejerce sin otra restriccidn que la que refiere a los limites temporales fijados de antemano, y cuando el unico interlocutor, con frecuencia silencioso, se mantiene fuera del cam- po de realidad al cual se refieren las propuestas que oye y se abstiene de todo juicio sobre este campo, asi como sobre la perti- {9} 16 PREFACIO nencia y el valor de los enunciados que lo evocan y lo invocan de una u otra manera. Tal aprendizaje sobre el alcance de un discurso asociativo siempre improvisado (a pesar de “preparaciones” men- tales eventuales), sostenido por alguien que no se situa en cl plano descrito por los referentes exteriores a la enunciacién, no puede dejar de suscitar, mucho mas alld del medio analitico, numerosas € insistentes interrogantes. Funcién imaginaria ejercida por el desti- natario de ese discurso, proceso transferencial, toma simbélica de las concatenaciones de palabras sobre la vida psiquica de aquel que las pronuncia, descubrimiento de si mismo mediatizado por una escucha que se pretende neutra: estos aspectos esenciales para el andlisis, y otros que no ienen necesariamente menos importan- cia aun si no aparecen con tanta regularidad, corresponden, en efecto, a un trastorno de la autointerrogacién del ser humano, practicada, con éxito diverso, por pensadores y poetas mucho antes de que naciera Freud (quien por lo demas rindié un homenaje constante a algunos de ellos). No obstante, no se podria ignorar que una gran brecha separa objetivamente a quiencs han tenido Ia experiencia del analisis de aquellos que jams han recurrido a él pero que se interesan por diversas razones. Esta brecha ha sido delicadamente salvada en algunas épocas, en jas que ja difusién cultural del “conocimiento del inconsciente” tendia a prevalecer sobre el trabajo de investiga- cién stricto sensu, que se presta mal a las grandes demostraciones publicas. Un didlogo laborioso, nutrido de malentendidos y de seudoconcesiones reciprocas, ha eslado en juego en demasiadas ocasiones (particularmente en Francia, durante fa época de Ja “en- sefanza” de Lacan), como para acreditr Ia idea de que la manera analitica de interrogar al ser humano y su relacién con el lenguaje podia ser objeto de una evaluacién epistemolégica que la integraria mds 0 menos a un Conjunto mayor —a menos de que se trate, por el contrario, de disolver este conjunto, dejindolo correerse en el contacto de la “cosa” freudiana extendida al aampo de Ja cultura. Ya sea que se Ie clasifique razonablemente entre las ciencias y las técnicas, o que se insista en mantenerte la aureola de la peste en un mundo cerrado por el cordén sanitario de la represién, la posicién real del psicoandlisis ha sido finalmente mas ignorada que aclarada por esas estrategias de confrontacién con otras formas de pensa- miento. Colocado de tal manera en ef orden de los discursos teéricos — a los cuales sin duda pertenece-, el psicoanilisis ha sido PREFACIO 1] valorado de tal forma que Ia irreducubilidad de-su experiencia propia se ha vuelto sobre todo materia de alusién y pretexto para una deriva lenguajera que evoca de lejos los procesos inconscientes. De hecho, esta experiencia, que tantas veces se ha argumentado y comentado, ha sido con frecuencia menos reflexianada y discutida por sf misma que servido para apoyar globalmente —y a veces de mancra abusiva— opiniones de alcance general que sdlo sosticnen relaciones lejanas con el proceso analitico y sus efectos. ; Semejante utilizacién del discurso autorizado del andlisis, por frecuente que sea, no es sin embargo ineludible. Ha sido caracte- ristica de una fase de expansién que pertenece al pasado, en cl que un amplio pdblico esperaba de los herederos de Freud respuestas universales a preguntas que cada quien porta en si de manera singular —pere buscando oscura y precisamente borrar Ia singula- ridad. No es sorprendente que tal expectativa se haya visto decep- cionada. Los discursos ex cathedre sobre el inconsciente no pueden ejercer, no importa lo que se haya dicho, el oficio casi religioso de una palabra mitica, reveladora del enigma de la vida y el sentido de su destino. Ninguna formacion tedérica puede, tampoco, dispensar de andlisis al individuo que siente la necesidad de hacer escuchar aun otro el rumor de sus conflictos internos y Ja Ilacerante interro- gacién que ha surgide sobre su propio ser. Desde que estas dos imposibilidades se han hecho evidentes —no Io eran en Francia, al menos para la mayoria de Jos interesados, en el apogeo del lacanis- mo-—, se ha debilitado cierta intelectualizacién de la relacién con el inconsciente, y cada vez es mas reconocida la necesidad de volver a la experiencia y jamas perderla de vista. Esta necesidad no significa, en resumen, que lo que se Hama Ja clinica deba tomar salvajemente la delantera sobre [a reelaboracién de los conceptos, sino mas bien que no puede reflexionarse sobre la primera sin que sirva, de manera regular, de motivo a la segunda—aun si esto debe ser algunas veces de forma muy indirecta—, y si, a la inversa, ésta sélo se desarrolla en funcién de aquélla y de las exigencias de interpretacién a que ella conlleva. Si el psicoandlisis representa una modificacién radical ¢ irre- versible de la interrogacién moderna sobre la vida psiquica, segu- ramente no es por ser “doctrina freudiana” que viene a ocupar un sitio al lado de un ndmero considerable de filosofias del alma o de la subjetividad; al contrario, por ser el psicoanilisis practica, indiso- ciablemente clinica y teérica, continuamente cambiada por la rela- 12 PREFACIO cién con el otro singular, se codeterminan el suspenso de toda accion real y el acto de la transferencia en el lenguaje, y mas alld incluso de las significaciones que éste permite comunicar. Resulta que la principal pregunta que se puede plantear hoy en dia sobre lo que ha sido esta prictica —de acuerdo con la acepcién amplia pero precisa que acabo de utilizar— no es otra que fa de la conve- niencia de las representaciones que se pueden proponer, a partir de la vida psiquica, a la ensefanza que nos viene de esta experiencia (entendiendo que est Ultima nunca es primitiva ni prediscursiva, que varia también de lugar de un anilisis a otro, siguiendo siempre un mismo protocolo y ciertos ejes idénticos de desarrollo). Ahora bien, a pesar de Ja simplicidad relativa de tal pregunta, todo lector cuidadoso de los trabajos contemporaneos no puede dejar de sentir dudas en cuanto a la posibilidad de responder produciendo nume- rosos ejemplos. En otros términos, los ejemplos sin duda existen, pero son raros. La mayor parte de los escritos que comentan el andlisis se sitdan a uno y otro lado del punto de equilibrio que designa ta idea de conveniencia de los conceptos a la experiencia. Es decir que con mucha frecuencia se asiste a una evasién del campo de reflexién abierto desde los trabajos de Freud, en benefi- cio de discursos que se refieren de manera global y que se presentan ante los dems como ensayos libremente inspirados por el método analitico; a la inversa, se ve desplegar una elocuencia clinica fluida y profusa, que se disipa adm mas cuando le faltan los componentes conceptuales aptos para proponerle una problematica. En este panorama intelectual contemporineo, en el que la exigencia de pensar la experiencia se hace mds necesaria sin por esto ejercerla con mayor frecuencia, Jas obras que lopran satisfacer- la cobran un relieve particular. Tal es el caso de Ja que ha edificado Piera Aulagnier en el transcurso de un cuarto de siglo de un trabajo que perfila a una de las figuras mds notables del pensamiento analitico. A decir verdad, no hay otro autor que ilustre mejor en nuestros dias lo que significa esta altima expresién mas alla de su significacién convencional, es decir, el doble movimiento por el cual el andlisis se constituye él mismo como modo de pensamiento original, mientras que, a cambio, la concepcién tedrica se sirve de los contenidos y de los efectos del proceso analitico. Se sabe bien, y se ha dicho con frecuencia, que hay una manera de pensar propia de esta practica, y que es bastante diferente de lo que denota el término “razonamiento”. A través de la regia funda- PREFACIO 13 mental, el analizante es tacitamente invitado a des-razonar, a no someter su discurso solamente a los cdnones del entendimiento; y cuando el analista escucha e interpreta, no se apega tampoce auna disciplina de inteleccién que resultaria esterilizante, Pero se resume bastante mal lo que hace positivamente el pensamiento en anilisis cuando uno se limita con oponer al razonamiento ia “libre asocia- cién”. Primero porque el cjercicio asociative no rompe todas las cadenas del entendimiento: trae consigo, por un procedimiento de comparaciones, un nimero apreciable de inferencias, subsuncio- nes, operaciones de inclusién y exclusién, imputaciones causales. Segundo, porque los grupos de representaciones decibles, entre las que se hacen las asociaciones propiamente dichas, estan atravesa- dos y como obsesionados por imagenes o por figuractones mas elementales, muchas de las cuales son indecibles y responden a irrupciones pulsionales que desempejian un papel de bastante . impeortancia en las rupturas de transicién. El pensamiente analitico no se reduce asi a conexiones de ideas lineales, tal como.las describian en el pasado los psicélogos asociacionistas. Mas bien pone en comunicacién lo “alto” y lo “bajo”, el centro y la periferia, lo formulable y lo informulado. Su trabajo esencial es la invencién de lo heterogéneo, por un desplazamiento incesante de las referen- cias (que no estan ausentes) y por la instigacién de los afectos que orientan y desorientan el discurso. Ahora bien, es de esta “hetero- geneidad” de Ja que intenta asirse la funcién teérica. Para ella no se trata de dejar escapar ese objeto incongruente racionalizando el proceso ni intentar reproducirlo de manera mimética, fiandose de una segunda inspiracién “asociativa”. Este doble escollo es el que ha logrado evitar P. Aulagnier, cireunscribiendo lo mas posible él pensamiento que se forma en el andlisis para reflexionar sobre él en otro plano, en el que puedan desarrollarse hipdtesis metapsicolégicas. Pero semejante reflexién no es sencilla. No se da sin tropiezo, vacilacién, aproximaciones sucesivas, autocorreccién. Y cuando por fin se aleanzan formulaciones consistentes, cuando se las puede exponer en un libro —como La violencia de la interpretacién—, no se trata de dejarlas en reposo, esperando que, llegado el caso, otros las retomen por su cuenta, o quedarse en espera para refutarlas, El didlogo incesante con la experiencia requiere, en efecto, la persistencia sin fin del trabajo interpretativo, tanto en las sesiones como fuera de elias; y la teoria, vista desde cierto Angulo, no es mas 14 PREFACIO que esa prolongacién de {a interpretacién fuera de sesién, bajo otras condiciones discursivas. Precisamente el interés de esta obra radica en la repeticién del largo camino de P, Aulagnier —en pri- mera instancia en el periodo anterior asu primer libro, y en seguida en el curso de los diez tiltimoes afios— y en permitir asi al lector seguir Ia evolucién de un debate ejemplar con la practica analitica, sus presuposiciones y consecuencias de todo orden. . Retrospectivamente, parece posible ordenar esc debate en torneo a algunos problemas fundamentales que no han cesado, mientras se planteaban, de superponerse mutuamente en el Gempo y de remitir unos a otros imagenes diferentes de Ja interrogacién genc- ral-sobre la psique. En primer lugar aparece el problema de la puesta en practica del andlisis, que comprende a su vez cucstiones “€ticas” y “técnicas”. Releyende los textos que se sithan alrededor de la escisién de la Escuela Freudiana —la ruptura de los fundado- res del cuarto grupo con Lacan— es posible darse cuenta amplia- mente de la interdependencia de estas cuestiones. En 1969 a revista L'Inconscient publicaba su ultimo nimero bajo el titulo, evocador a mas no poder, de “Enseignement de la psychanalyse?” [“;Ensefan- za del psicodnalisis?”). P. Aulagnier consignaba reflexiones que desplazaban la interrogacién: “;Cémo —preguntaba— puede uno ‘no ser persa?”, lo que queria decir gcémo puede uno no seranalista —freudiano o lacaniano— cuando se cvoluciona en esas regiones del pensamiento en que se manticnen los discursos psiquidtricos, filos6ficos, sociolégicos? Pero la pregunta pronto s¢ volvia gcGmo puede uno ser (atin) “persa”? ; Era, como se dice, una época agitada. Bendita para unos, maldita para otros, indiferente para ninguno. A una de las multi ples consignas de mayo (“Amalizados, \de piel”) habia respondido la imperturbable progresién de la demanda de anidlisis. . . iba a decir su recrudecimiento. El trabajo que se acaba de evocar hacia ante todo esta comprobacién: “La extensién del campo del psicoandlisis, el ndmero creciente de sus adeptos, el hecho de que tiende a con- vertirse en la ideologia de nuestra cultura, con la recuperacién que ello implica...” ;No se hacia dificil trazar la linea de separacién entre analistas y no analistas freudo-lacanianos? Se puede sonreir, menos de veinte afios después, del cardcter revaluado de esta confirmacién y de fa cuestién adjunta a ella. eQuién podria ver en el presente, en el psicoanilisis, la ideologia aunque fuese virtual— de nuestra cultura? Por el contrario, enterradores impacientes nos PREFACTO 15 anuncian su desaparicién prdéxima: el discurso de Ja represién ha encontrado su vigor de antafio. Aunque no se le dé ninguna importancia objetiva a tales sentencias, éstas comparten con fend- mengs menos superficiales una funcién sintomatica que no esta exenta de interés. «Cémo se ha podido, en tan poco tiempo, dejar de sentir la inquietud de no ser persa? Sea lo que fuera, no se le podria negar a P. Aulagnier el mérito de haber sido Ja primera en denunciar en detalle las trampas, no de la “recuperacién” -término que hace historia— sino de la difusién de un saber que, por una astucia superior, se veia‘a si mismo acusado de engajio por la mirada de la verdad del enunciante. En efecto, no era suficiente con decir, como los “nostilgicos de los guetos”: el psicoanalisis no puede expatriarse, cultivemos nuestra competencia. Ademias de ver que la empresa de seduccién debia extenderse necesariamente mas all4 de las fronteras del pequefho mundo analitico, puesto que pretendia darle a ese pequeno mundo un Gran Maestro; expresada asi, esta empresa no podija desembocar sino en una desnaturaliza- cién det proyecto frendiano del cual se habia posesionado. Con el texto que abria el primer mimero de Topique —un articulo sobre “Sociedad de psicoandlisis y psicoanalistas de sociedad”-, la directora de la nueva revista marcaba la contimuacién de una reflexién critica que la habia Ilevado, con otros discipulos de Lacan, de entre los mas conocidos, a dejar esa escuela, en Ia que se acaba- ba de instituir la didactica o “psicoanalisis puro” como ditimo manda- to. La restauracién de una jerarquia de valores, que afectaba ya no solamente el tango del analista sino el acto analitico mismo, deserm- bocaba en-contradicciones insostenibles. @Cémo sostener todavia, después de tal “propasicidn”, el deseo del analista (o el deseo de analisis) como el ultimo refugio de un “resto” sustraido precisamen- te al trabajo analitico?-z¥ como asegurar los fundamentos de tal jerarquizacién, cuandg la “teoria de lo didactico” no existia y estaba, por el contrario, destinada ajustificar aprés coup* las preferencias dei Maestro? :Se podia por fin pensar conjuntamente la critica al * Este término puede ser traducido de diversas maneras, a saber a posteriori, clecto retroactivo, retroactividad, cfecto a desticmpo, sin que ninguno de clos dé cucnta cabal tante de la significacton del voeable francés, asi como del vacablo aleman nachtrdgtick. Hemos preferide dejar en todo el libro la expresién en el original y remitir al lector al ensayo de Laplanche y Pontalis cn Diccionario de psicoandlists, Barcclona, Labor, 1971. [T-] 16 PREFACIO: titulo de didacta* expedido por las otras sociedades y lainvestidura ofrecida a los “analistas de la escuela”, en oposictén a aquellos que “m4s modestamente” debian contentarse con “probarse como analistas” ocupandose del campo clinico abandonado por los pri- meros? Al denunciar el grave error que implicaba distinguir al analista puro del analista-practicante, P. Aulagnier apuntaba bien esa respuesta dada por Lacan a una “sociedad de demanda” que amenazaba con la extraterritorialidad de aquellos a quienes ella se dirigia de manera siempre mds amplia. Pues la nueva institucién propuesta no era mds que una respuesta social, si no socioeconé- mica: hacer pagar por modestos practicantes la contrapartida exi- gida por la sociedad por su reconocimiento de lo bien fundado del acto analitico y de su utilidad. Tal era la Iégica de una organizacién que armonizaba con lo que otro ex discipulo de Lacan ha Ilamado mas reciente (y mas crudamente) “la produccién cultural mas gratuita y el funcionamiento de un mercado”. Lo que resalta con claridad en estos textes, surgidos en un tiempo de crisis, es que cl problema de Ia puesta en prictica del anilisis se presenta bajo aspectos éticos y técnicos (en el sentido amplio de este adjetivo) estrechamente ligados. Pero seria un error creer que sélo una crisis (aunque esté precedida por un movimiento politico) haya estado en el origen de tales preocupaciones. La que temia, en esa época, que el didacta se transformara en adoctrina- dor, reflexionaba ya desde hacia un cierto dempo sobre ese “deseo de un saber sobre el deseo” que le habia aparecidy “en el corazén mismo de la relacién del sujeto con el conocimiento", Semejante reflexi6n no podia m4s que desembocar en una pregunta sobre Ja eleccién de esa extrafia vocaciém que se Tama psicoandlisis: :cudl es el deseo de saber de aquel que se quiere analista?, y sde qué saber sobre el deseo quicre ser garante? Esa es pregunta abierta al final de un articulo que se reconoce deudor de la ensenanza de Lacan e incluido en el primer nimero de L'Inconscient, que tenia por tema la wansgresién. . . Fue sin embargo después de la escisién de 1969 cuando la preocupacién de la practica y de lo que hay derechoa esperar cobré toda su importancia en el pensamiento expresado por P_ Aulagnier. Liberada de la fideltdad al discurso lacaniano, se interrogé explici- tamente acerca de la responsabilidad solitaria del analista frente al * Vease p. 55. PREFACIO 7 término de una cura. De manera correlativa, la cuestién de la realidad pudo ser considerada con una autenticidad que las reflc- xiones ulteriores no debian desmentirjamas, pero de la que carecen dolorosamente muchos otros autores. Si en efecto le est permitido al analista, en la sesién, poner la realidad entre paréntesis, se puede leer, en el texto de una conferencia de 1970 sobre Jas “Construc- ciones”: “a partir del momento en que esta realidad que es la sociedad no ponga mas entre paréntesis el discurso psicoanalitico, resultara una inclusién cuyas repercusiones en nuestra propia técnica hay que analizar”. Eco directo de las consideraciones pre-. cedentes sobre la sociedad de demanda y sobre [a extraterritoriali- dad que se pretende preservar respondiendo a tal demanda, este sefialamiento que confina al ingenio va de hecho mucho mas lejos que la simple declaracién de intencién con que concluye. sNo es en efecto una constniccién bastante curiosa de la realidad psiquica esa que la trata come una pura esencia espiriiual sede de un enigmatico deseo del otro, ignorando todas sus ataduras con el mundo que Ja ha visto nacer? ;¥ como fingir que no hay ninguna relacién entre las implicaciones reales de la demanda inicial de andlisis y el curso de ésta? Ese mismo texto sobre las “Gonstrucciones” trala por la demas del proyecto del analista en términos que miden la distancia que separa esle proyecto, tal como aparece entre muchos contempora- neos (principal pero no exclusivamente entre los émulos de Lacan), del que tenia el fundador del psicoanalisis. Al inicio se nos propone un resumen aforistico de “la moral de las historias analiticas que se escriben en nuestros dias”: a saber, “silencio y extensién de tiempo valen mas que construccién y rememoracién”. Con esta parodia de “moral” se expresa de hecho una perplejidad ante Ja evolucién de la técnica analitica a la que se podia asistir en la época, y cuyo sentido no ha side invertido desde entonces. Y es un hecho que relegando a un segundo plano, si no es que al olvido, el paradigma anamnésico de la cura defendido por Freud a pesar de todos los obstaculos, los contempordnecs no han logrado en absoluto susti- tuirlo por otro paradigma coherente ni hacer mds aceptables (en el sentido teérico de la palabra) los efectos del silencio y de la extensién de tiempo. Ahora bien, esta evolucién, sobre la cual no se ha reflexionado seriamente, tiene un doble y estrecho lazo con la cuestién de la realidad, evocada hace un momento, y [a del saber mitico sobre el 18 PREFACIO inconsciente de Ja que el candidato al andlisis se ha apropiade en la estela cultural del freudismo. Si es cierto, como escribe Picra Aulagnier, que es al deseo de saber y al deseo de curar en conjunto que debemos el nacimiento del psicoanilisis, asi como su difusién mas alla de la obrm genial de un solo hombre, resulta que la “armadura neurética”, tal como Ia ha dejado reconstituirse esta misma conquista simbélica de la psique, se ha vuelto mas sutil y mas sabia, lo que no quiere decir menos pesada de Hevar. Que semejante armadura sea particularmente dificil de desmantelar es lo que aparece cuando se ve al “analizando” adherirse a la teoria de los procesos inconscientes y servirse de una autointerpretacién que tiende a reducir, si no es que a disfrazar, la singularidad de sus sintomas bajo leyes generales de funcionamiento que conoce y que anteponeé tan pronto como la situacién analitica le da oportunidad de hacerlo, Pero lo que no resulta menos significative de un cierto malestar contemporinco es e} discurso producido en el campo social, paralelamente a aquel que inspira al individuo su nueva armadura neurética utilizando una parte de los enunciados anali- ticos. Ese discurso sugiere que la culuura se ha liberado del yugo de la represi6n puesto que la ha denunciado por una buena vez, y se empena al mismo tiempo en denegar una pulsién de muerte cuyos efectos se quisieran conjurar. Por otra parte, :es una casualidad que de todos los conceptos fundamentales del freudismo este dltimo siga siendo el mas discutido entre los analistas? De hecho, fa dificuliad de Ja practica analitica y la puesta en practica cultural del proceso de defensa contra lo inconsciente van de la mano. Al querer ignorar Ja realidad en Ia que se establece esta comunicacién profunda, al ponerla resueltamente “entre paréntesis”, se corre el gran riesgo de no darse cuenta, para retomar Jos términos de la conclusién de un articulo posterior, de que a su lado se encarcela al pstcoandlisis mismo. Un rasgo notable recosre todas estas contribuciones a la teoria de Ja ética y de la técnica: una constanLe lucidez. Para aquellos que desde hace mucho escuchan a P, Aulagnier, como para sus lectores mas atentos, este rasgo es evidente y esencial en su estilo. Pero cuando se trata de la prdctica, no se puede dejar de subrayar la fuerza y la utilidad. Ese discurso riguroso, que en los afios de expansién ha ido con frecuencia contra la corriente de una cierta mistica del andlisis no exento de una irresponsable euforia, no duda en plantear las incertidumbres o las debilidades de un proyecto de PREFACIO 19 verdad que no deja por ello mismo de defender, mas eficazmente, como ninguna apologia lo ha hecho jamds. Que se consideren puntos “clementales” como los que estan en juego en las entrevistas preliminares, el respeto del tiempo de la sesidn dedicado al pacien- te, el riesgo de desinvestidura y de aburrimiento, Ia aptitud del analista para sostener la atencién (y no solamente para mantenerla uniforme} o aun el uso que puede hacerse de un cierto tipo delirante de interpretacién transferencial: no hay uno solo de esos puntos (en particular en el articulo scbre tempo de palabra y tiempo de escucha) cuyo abordaje no exprese esa idea preconcebi- da de lucidez caracteristica de una forma de ser analista menos difundida de lo que es legitimo desear. La segunda problematica que conviene considerar después de Ja de la puesta en marcha del analisis estA resumida aqui por Ia secuencia: deseo, demanda, sufrimiento. Diversos hites se han planteado en el uanscurse de una quincena de afios (1967-1982) en el marco de esta interrogacién de conjunto. La mayoria de ellos se encuentra cn la segunda parte de la presente obra. Los Jazos entre la demanda —particularmente la dirigida al analista—, el deseo sexual, ¢] deseo de saber, el deseo de curar o de cambiar, y las multiples formas del sufrimiento, son sin duda variados y comple- jos. Es a través de ellos como mejor se puede representar la evolucién que ha [Mlevado de un acercamiento auin lacaniano a una concepcién original del poder-pensar y de la necesidad de investir que Je es atribuida. Desde el inicio, a decir verdad, se acude a una sorda lucha de influencias entre las referencias capitales al desco del Otro, a la idenuficacién especular, a la castracién simbédlica, en el Nombre del Padre, por una parte; y por otra parte a una produccidn conceptual diferente que se abre camino a través de Ia red de estos referentes debidamente convocados. Por ejemplo, sobre la identi- ficacién primaria, un texto de 1968 comicnza con una parafrasis de la férmula lacaniana: “el falo desea y el sujeto demanda”. En esta férmula se ve “preceptuar” una suerte de leyenda: “Ia madre desea y el infans demanda”. Desde esta época se expresa asi la idea de que toda manifestacién de vida del ser que no sabe auin hablar (tritese de gritos de gozo o de signos de sufrimicnto) es interpretada por la madre como Hamado o mensaje destinado a ella, “ y esta interpretacién, a su vez, es forjada con [as armas de su propio deseo”, Si entonces la madre desea que el infens demande, éste 20 PREFACIO demanda ante todo que la madre desce: demanda primaria y sin objeto, cuya avidez insondable esta a la medida del poder ilimitada atribuido al oferente, quien va a responder proponiendo un objeto, a saber el pecho. Ahora bien, Ja dialéctica demanda-oferta se transfiere a la cura, en Ja que sera justamente el “pivote de la transferencia”, y el paciente buscara asegurarse de que esta dialéc- tica no sea excluida jamas de su analisis. La busqueda de una nueva conceptualizacién se deja traslucir mejor, sin embargo, en el articulo sobre la identificacién que en otros textos de la misma época (particularmente las “Observaciones sobre la femineidad y sus avatares”, asi como los estudios sobre la perversién considerada como una “estructura”, dejados fuera de esta recopilacién por falta de espacio). El proceso identificatorio ha sido sometido muy pronto, en el pensamiento que nos occupa, a una interrogacién fundamental que no podia precisamente inscri- birse en el sistema de referencia establecido por Lacan. Se ha tratado, mas alla de la critica del yo [moi}* “imaginario” (para retomar una palabra de este ultimo) y de Ja denuncia —por lo demds pertinente— de los artificios de la Egopsychalogy, de devolver al yo fje] y a su capacidad de pensar el papel que les corresponde en la apropiacion de los enunciados que preceden su advenimiento, como en la formacién de aquellos de que dan cuenta aprés coup y que describen al mismo tiempo la relacién de ese yo [Je] con lo deseable. Esta tarea no podria llevarse a buen término sin el apoyo de una revisién de la metapsicologia, que expone La violencia de la interpre- tacién. Pero antes de publicar esta obra, su autora supo poner en claro, en breves formulaciones, los elernentos principales de su interrogactén. Estos se encontrarin en clartfculo “Saber o certeza”, en el que se oponen de entrada estos dos términos como un movimiento critico continuo al cierre de un discurso mitico o sagrado. Es una oposicién incompatible con Ja del saber y de la verdad, y el objetivo de ésta es esencial para aquél desde el instante en que no se lo confunde con lo incuestionable, es decir con aquello * La autora establece una dislincién importante entre e! je y el moi, ambos traducibles al castellano come yo. Esta distincion, si bien tiene como antecedente la establecida por Lacan, cs cl resultado de claboraciones propias de P, Aulagnier, que incluso cn varios aspectos difieren de lo propueste por Lacan. Por esta cazdn hemos preferide poner sicmpre entre corchetes el término utilizado por P. Aulagnier. PREFACIO: 21 que es tenido por cierto y definitive. En este contexto antinémico, el yo [jz] debe desplegar una actividad de pensamiento —el proceso secundario que lo instituye— bajo la forma de un trabajo interpre- tativo, aplicandose al conjunto de la realidad perceptible. Pero tal interpretacién, a la cual el yo [je] no puede sustraerse sin desapare- cer, no puede efectuarse mds que en el sistema de las significacfones que cl lenguaje pre-dispone. También del yo [je] hay que decir que esta estructurado por el lenguaje, y que de ahi resulta su depen- dencia con respecto a la posicién idenuficatoria que le asigna el discurso de los otros. Tal es, en efecto, la funcién de ese “primer capitulo” de Ia historia singular que no puede escribirse sino aprés coup, a la Juz de los testimonios de aquellos que pretenden saber y que pueden ser los uinicos en acordarse de Io que el yo [fe] ha per- cibido y vivido, hasta el tiempo poco definido en que ha comenzado su propia vida memorable. Pero de manera andloga, fa interpreta- cién psicoanalitica se revela también tobutaria de una interpre- tacién preexistente y de las categorias que la han hecho posible. Pues quien postula esta interpretacién “parte de un modelo de la realidad: que es el resultado de un saber heredado de su propia cultura y que es organizador de un campo de experiencia que comparte con sus semejantes”. La cuestién de la identificacién se traspone entonces al plano sociohistérico donde no pucde dejar de situarse el yo [je] del analista, como heredero de una cierta manera de aspirar a lo verdadero, que él no ha creado ex nihelo, Senalando asi la fidelidad a los discursos anteriores, que implica todo proceso identficatorio, en cualquier nivel que se sittie, P. Aulagnier establecia deseo y demanda en sus relaciones respectivas al orden del saber y det pensamiento. Un saber que no puede ser totalmente excluido de la posicién del analista (cualquiera que éste tenga), aun —y justamente— si éste est4 en disposicién de esperar lo nuevo y lo impreviste de toda experiencia que lleve a cabo: un pensamiento que es, con el lenguaje en el que se expresa, la dinica actividad que puede compartir con sus analizandos; la Gnica, por lo tanto, que puede investir en su relacién con cada uno de ellos y cuyo cjercicio puede introducir un placer en esta relacién. Esta ultima consideracién ha sido, en la reflexién que ha seguido a La violencia de la intenpretacion, el tema de otra pregunta, entrando par otra parte en resonancia con las preocupaciones de diversos auto- res contemporaneos. En “El derecho at secreto"se puede leer que el trabajo psiquico impuesto a los dos fartenaires del andlisis no es 22 PREFACIO sostenible a menos que el] uno y el otro estén en disposicién de experimentar placer en el proceso en el cual participan; proceso del cual se sabe, por otra parte, que el demandante de andlisis no puede comprometerse verdadecramente si no ¢xperimenta un su- frimiento que no es susceptible de desaparecer desde las primeras sesiones. Ahora bien, para él la posibilidad de obtencr placer al pensar no siempre es compatible con esia experiencia de sufrimien- to, en particular cuando esta ultima es la consecucncia ineluctable de ciertos pensamientos. Por afiadidura, la regla fundamental establece una obligacién de decir que no puede ser levantada ni en beneficio de los pensamicntos mas penosos, come lo sefialé dura- mente Freud a uno de sus mas célebres pacientes. 7¥Y no hay contradiccién entre la observancia de esta regla (cualquiera que sea la cantidad de circunstancias en la que se vea ignorada o eludida) y una autonomia del pensamiento una de cuyas condiciones esen- ciales es la de poder manifestarse al amparo de decirlo todo, pero bajo cl secrelo mas radical? Si en la neurosis tal regla puede mds © menos ser aceptada “sin mayor dafio”, por el hecho de que el analizando inviste principalmente pensamientos de transferencia, sucede de otra manera en los individuos (no necesariamente psicd- ticos) que desde siempre han vivido como prohibido el placer de crear sus ideas y que deberian, en el andlisis, pagar el derecho de for- liar esos pensamientos y de comunicarlos, con la obligacién de hacerlo constantementc y sin tregua. El riesgo de alienacién cst4, como puede verse, muy presente en el espiritu de quien le consagraria una parte importante de su segundo libro Los destinos del placer, Pero lo est4 también la preocu- pacién de repensar la dialéctica del placer y del sufrimiento, que esta obra debia considerar de manera mas amplia, retomando en térmings analiticos los temas del amor y de la pasién. Este segundo libro debia plantear, sin embargo, cuestiones residuales nada des- preciables, que su autora ha retomado sobre todo en un articulo cuyo titulo eveca un veredicto singular “Condenado a investir”. Esta promocién del punto de vista econémico al nivel de una necesidad que refleja fa que le es impuesta al yo [je] durante la vida se deriva precisamente de una reflexi6n conjunta sobre el sufti- miento y sobre Ia realidad, que es aparentemente Ia fuente plural y polimorfa. Para preservarse vivo, sno debe el individuo, en efecto, mantener la investidura destinada a su propio cuerpo, no debe también investir Ja relaci6n que lo une a ese real que representa el PREFAGIO 24 deseo auténomio de un otro, asi como su pertenencia a un campo social de donde le vienen miltiples prohibiciones? Es bien sabido que se pueden padecer todos estos lazos, al punto de que uno ti otro de entre ellos parecerd con frecuencia intolerable. Ciertamen- te, se puede esquivar la realidad que hace sufrir, spero es al precio de la pérdida de un objeto que aparece necesario para que e! placer permanezca posible? Que la eleccién del sufrimiento como precio de una “esperanza de placer” no haga salir del conflicto que signa esta vivencia es lo que explica que el yo [fe] recurra a una interpre- tacién causal de éste y, por lo tanto, a un pensamiento de la realidad que encuentra ¢n este punto dolorese uno de sus motivos mas poderosos. No se puede ignorar, no obstante, que al margen de estas experiencias inevitables hay momentos en que el individuo se forja causas de sufrimiento, con lo que se ve obligado a pagar un tributo cuyo destino permanece problematico. gSe trata de prevenirse contra el riesgo de descubrirse a si mismo en el origen del sufri- miento experimentado, o hasta de darse razones para desinvestir un objeto dejando perfilarse la esperanza de un goce futuro poste- tior a un cambio? Es probable; pero se puede agregar que el sufrimiento cumple también una funcién reguladora defensiva, por la que se verifica la parte de absurdo que implica, en toda vida, la tarea abrumadora de preservar las investiduras que la hacen posi- ble. Antes que enfrentar este absurdo, el yo [fe] buscar4 entretanto una causa de sufrimiento que tenga sentido para él, que sea al mismo tiempo creible y que Ic evite, por Jo tanto, recurrir a una interpretacién delirante, como la ausencia de amor, o una supuesta enfermedad latente. Vista bajo este Angulo, la neurosis nos muestra un sujeto atrapa- do en una paradoja: “El ha transformado en causa de sufrimiento una investidura, una funcién que ha sido, y sigue siendo, fuente de placer.” ;Cémo puede hacer desaparecer el efecto sin suprimir-la causa? ;Cémo puede mantener el lazo pulsional que Io hace vivir sin exponerse nuevamente a sufrir? A estas preguntas, que evocan de manera Iapidaria Ja esencia misma del conflicto neurético, corresponden los problemas que suscita la psicosis, sobre los cuales hay que volver ahora. Uno de los rasgos principales del pensamiento psicoanalitico de P. .Aulagnier es, en efecto, la atencién constante dirigida a las experiencias especificas del psicético. A diferencia de lo que ocurre 24 PREFACIO con los textos reagrupados en las dos primeras partes del presente libro, Jos que tratan de esta forma de sufrimiento psiquico cubren todo el intervalo de tiempo que ha visto el desarrollo de la obra hasta hoy. De esta manera, los articulos mas antiguos tratan sobre la psicosis y los mas recientes vuelven sobre ella. Sabemos también que este campo clinico —y mds particularmente las formas de la esquizofrenta y de Ja paranoia— es el que recorre La violencia de la interpretacién y El aprendiz de historiador y et maestrobrajo. Es pues una ¢caracteristica de este estilo de andlisis, que abordala conjunciéna necesaria de la prictica interpretativa y de la elucidacién metapsi- coldgica a partir de las condiciones de inteligibilidad propias de esos destinos extremos, donde es mas viva la intensidad del sulri- miento y mas espesa la neblina de los origencs. Tales condiciones son inseparables de aquellas que hacen posi- ble un acercamiento terapéutico; tan cicrto es que no puede hacerse ninguna tentativa de interpretacién de los procesos en juego en Ja psicosis fuera de una comunicacién que pretenda modificarlos. El término “comunicacién” debe set tomado, ante todo, segin la acepcidn ectimoldégica de la puesta en comin: se trata, como condicién previa a toda interpretacion, de procurar que un enunciable y un pensable sean efectivamente comparudos, que el reinado despiadado de Ja conviccién solitaria pueda ser establecida {fuera de toda “critica del delirio”)} sobre algunos puntos sensibles, dando acceso a los procesos psiquicos singulares. Que este acceso, en la psicosis, requiere por parte del analista una gestién y presupuestos irreductibles a aquellos que cominmen- te admite el andlisis de las neurosis, cs lo que toda la obra mencio- nada afirma ¢ ilustra a lo largo de su desarrollo. Sin duda tal especificidad ya ha sido reconocida en el pasado. Pero no siempre se le ha tomado Ja medida justa. Superemos la visién aberrante, que un contrasentido extendido atribuye a Freud y que consiste en tratar-el discurso psicético como una manifestacién de lo incons- ciente expuesto en tanto tal, “a cielo abierto”. Resulta que la reduccién de este discurso a una tentativa de recreaci6n posterior a un proceso deficitario (pérdida de la realidad, exclusién del nombre del padre) no aclara ni tos contenidos ni los procedimien- tos inventivos del pensamiento delirante. Reconocerle a éste el cardcter pleno de un pensamiento implica que se verifique la interpretabilidad de los enunciados que lo expresan, sin. por ellé asimilar Ia actividad psiquica de los seres considerados:locos:al PREFACIO 25 modelo de inteligibilidad concebide para la neurosis, Es necesario, por lo tanto, revisar y reformar en su conjunto la teorfa de los procesos de pensamiento, de su advenimiento y de sus incidencias en Ia vida, a partir de esos limites de Io pensable hacia los que nos desvia irrefutablemente el deliric, puesto que se rechaza la posibi- lidad de enviarlo a la nada de lo insensato. Rehaciendo, en el campo de Ja psicopatologia, el camino meto- dolégico trazado por Broussais y Bernard en cl de la fisiologia, Freud llegé a elucidar las condiciones del estado de salud a partir de los fenémenos neuréticos y de sus relaciones con las perversio- nes. El] proyecto de P. Aulagnier abre una fisura en el de Freud, al denunciar los limites de su paradigma de una anormalidad “ilumi- nadora”. Mientras no se penetre en el dominio de Ias psicosis—nos dice ella—, se corre el riespo de estar privado de los medios de asir y formular las condiciones y los presupuestos de una actividad no psicética de pensar. Asi como la [ragilidad y la relatividad del cquilibrio pulsional que hacian gala de salud habian sido despejadas por el andlisis de las neurosis, la interpretacién analitica del discur- so delirante puede sacar a la luz la precariedad de Ja raz6n y de la apropiacién por el yo [je] de un poder-pensar auténomo, Lejos ademas de que esta segunda perspectiva anule a la primera, la completa y la pralonga sobre otro plano que no ¢s el del conflicto entre el fantasma inconsciente y los ideales del yo [je}, sino el de una oposicién, en el seno de esta instancia, entre lo que hace la funcién de identificante y lo que es identificado. Cuando se releen estos textos sobre la psicosis, lo que llama en primer término la atencién es la inspiracién que los recorre y que resume excelentemente el mismo titule de la obra: la bisqueda de sentido. Desde las “Consideraciones sobre la estructura psicética” que datan de hace mas de veinte afios y que estan penetradas por la idea lacaniana'de la “insercién de aquel que es el lugar de la palabra en una cadena significante”, se ve esta busqueda, entonces paradédjica, que encuentra los caminos que debian ser ampliamente explorados en el transcurso de las siguientes dos décadas. Tales son la representacién del “cuerpo imaginado” por la madre, la afirma- cién de que el primer objeto encontrado por el nifio no es otro que el pecho, y esta concepcién correlativa de un “binomio boca-pe- cho”, donde el segundo elemento hace existir de alguna manera el “primer fragmento corporal" investido como lugar de una intro- yeccién alucinada. . 26 PREFACIO Sigue la admirable lectura de! libro de Wolfson, EI esquizafrénico y das lenguas. Intitulado “El sentido perdido”, este estudio penctra profundamente en la historia de la lucha entablada entre el “joven esquizofrénico” y su madre. La manera como esta concebido el comentario, el lugar dado a la significacién, la distincién subrayada y temalizada por primera vez entre el infans ¥ cl nino, asi como la reflexién sobre el todo-poder [foutpeuveir] interpretative y el todo- saber [tout-savoir] de Ya madre hacen de este articulo una preligura- cién de La violencia de ia interpretacién. Al respecte es interesante observar que la reflexién sobre la palabra materna y ellenguaje del perseguido ha permitido dar un paso tedrico decisivo, cuya huella se deja leer en la pégina donde se traza la distincién entre el efecto de los significantes sonoros sobre el infans y cl “concepto incons- ciente” del deseo de aquélla, que le habla en los contactos corpora- les. Es asi como el acceso del sujeto al sentido se ve clivado [clive], en una primera fase de la vida, entre dos campos de significacién: uno es descrito por la toda-potencia [fowle-puissance] interpretantc de la madre que se aplica a fas primeras expresiones (verbales o gestuales) de su hijo; el otro es el conjunto de las significaciones relativas al desco inconsciente de este porlavoz, que ansian sus enunciados y sus comportamientos. De los dos lados reinan, para el ser desprovisto que aprende sin antes comprender, lo arbitrario y la alienacién. A partir de ahi, nada esta menos asegurado que la asuncién de un lenguaje que implica el riesgo de la duda y del ‘engafio, asi como la renuncia a una certeza fantasmatica anterior. En la hipdtesis 4.,olfsoniana” del rechazo, en todo sentido impucsto y alienante, resentido como una violacién de! espacio psiquico, todo dominio auténomo de la lengua como instrumento de comu- nicacién est4 prohibido: se asiste a la creacién de un neolengua- je, aparentemente desprovisto de sentido puesto que en efecto se desea ajeno al campo de las significaciones compartidas por los otros. Varios afios después de este estudio crucial sobre el habla es- quizofrénica —que ha ocupado el lapsa medio entre el periodo de la influencia lacaniana y de la produccién al estilo P. Aulagnier— se ha podido leer una serie de cuatro textos importantes sobre la psicosis, contemporaneos con la aparicién de Ja tiltima obra de la au tora. Estos articulos (que se encuentran todos al final del presente libro) son esenciales en el desarrollo de la problematica contempo- rdnea de los procesos psicétices y de su analizabilidad. Se dedica PREFACIO 27 un gran espacio a las condiciones no verbales de estos procesos, sea la corporeidad o el sufrimiento, ya la diferencia entre las funciones respectivas del fantasma y del pictograma. Si se est4 en “busca del sentido”, que seria el principio unitario de estas diferentes contri- buciones que jalonan los afios ochenta, se puede partir de las perspectivas abiertas precisarnente en cl estudio sobre Wolfson (y que, desde luego, han sido ampliadas en las obras posteriores). La cuestién de los origenes de la persecuci6én aparece entonces como central; y quiza sea la que hay que ver como cl incentivo principal de la transformacién de los coneeptos de la metapsicologia. Pues, sepiin todas jas evidencias, la potencialidad perseculoria —“propie- dad presente en el estado latente en todo objeta cuyo investimiento es para el yo [je] una necesidad vital”— conduce a una reinterroga- cién radical del dualismo de Eros y Tanatos. No se trata de ninpin modo, en este caso, de minimizar la importancia de este dualismo al que muchos de los analistas, aun hoy en dia, no se conforman sino con dificuliad o reticencia (cuando no lo dejan de lado). Por el contrario conviene ahondarlo, en el plano clinico, avin mas de lo que Io hizo Freud. ¥ es entonces cuando resulla indispensable la inclusién de las condiciones de posibilidad de la psicosis en la concepcidn del aparato psiquico. Ademias de la potencialidad persecutoria, debe definirse una “relacién persecutoria”, por la que el yo [je] atribuye a un represen- tante tinico o unificade de la realidad, que le es exterior, un poder y un deseo de muerte respecto a él, aun cuando la existencia de este ser temible, asi como el lazo que lo unc al yo [je], sean necesarios para mantener con vida a éste. Tal relacion, que vincula el destino mortifero no con algun deseo (implicande un goce y por lo tanto una representacién fantasmatica) sino mas bien con una velunted opaca y absurda, puede tener como prototipo la relacién del yo [je] con el propio cuerpo; el primero esta obligado a investir, a proteger al segundo, que es a la vez condicién de vida y causa de muerte. El investimiento se requiere tanto mds cuanto el espacio corporal es fuente y lugar del placer libidinal: el “cuerpo placer” es el primer bien del yo [je], y su bien mas valioso. Su investimiento es la condicién inmediata de aquel que se dirige a cada zona erégena. Es también la condicién mediata de las primeras referen- cias narcisistas e identificatorias. Pero he aqui que el mismo cuerpo es designado como causa de sufrimiento: por eso se revela no idéntico al yo [je] al cual se impone, a Ja vez como Io que fo hace 28 PREFACIO sufrir y del que el yo [je] no puede huir, y como prueba de una realidad independiente del deseo. ; De lo que uno no puede huir, decia Freud, es de la excitacién pulsional que viene del cuerpo; de lo que uno puede apartarse es de la realidad vista como fuente de peligro y de insatisfaccién. Pero para el yo [je] sufriente de su cuerpo, éste se adjunta un “indice de objeto real, no reductible a un puro ser psiquico”. No solamente la realidad se descubre asi diferente del objeto-cuerpo tal como podia ser pensado por el yo [je] antes de esta experiencia, sino que ese real innegable por demasiado cercano no deja de ser cuerpo propio: ese del que no se puede deshacer y que no se puede ni tan siquiera desinvestir si se lo quicre mantener vivo. Desde este punto de vista el cuerpo se presia a los fines de Tanatos: para esto es suficiente que el sufrimiento experimentado no sea erotizable, que la corpo- reidad se reduzca a la exigencia de la realidad eminentemente apremiante de una necesidad, ella misma sustrato de toda anticipa- cién de goce. Ahora bien, cuando el yo [fe] ya no encuentra en la escena del mundo un objeto apto para preservar la intrincacién de Eros y Tanatos, la liberacién del segundo de estos principios des- unides implica en primer plano el riesgo de hacer del propio cuerpo “el enemigo a combatir™. Riesgo mortifero contra cl cual el yo [je] no tendré otro recurso que el llamado al perseguidor. Este ultimo Ilamado sanciona también el fracaso de una defensa que a priori esta en poder de cada uno utilizar y que consiste en “interponer, entre uno mismo y una realidad que es causa de sufrimiento, el fantasma como interpretacién causal". Por esta causalidad fantasmatica que pone en escena el goce de otro ya [je] el sufrimiento puede ser erotizado y la realidad permanece apta al fantasma. En el caso contrario, es decir cuando esa produccién escénica susceptible de ser reprimida no puede ser investida —-en razon de] exceso de sufrimiento— el yo [je] que accede a Ja palabra permanece enfrentado a Ja representacién de cosa colocada bajo Ja égida de Tanatos. El pictograma del rechazo describe entonces, de manera muda e implacable, los afectos que advienen al ser sufriente. No hay otra salida para este tiltimo, en tanto no llegue a darse muerte, que investir bajo el modo delirante una realidad que no le permitira vivir sino contra el designio de su perseguidor. Invocar el pictograma es invocar el concepto mds conocido de P. Aulagnier; no por ello es el mejor compromiso. Nos contentare- mos aqui (puesto que ya me he explicado en otro lugar sobre este PREFACIO 2 punto) con recordar que este tipo otiginario de representacién debe su especificidad al postulado que lo rige, es decir al principio del engendramiento por ja psique misma de todo lo que le adviene. Siguiendo este postulado de autoengendramicnto, cuando el repre sentante originario intenta expulsar del espacio psiquico un objeto que es fuente de sulrimiento, esta tentativa pictografica implica una automullacién de Io que une naturalmente al objeto para producir elacontecimiento psiquico, a saber la zona complementaria senso- rialerdégena: de esta manera el pecho malo trae consigo una boca mala. Rechazo y desinvestimiento del objcto significan por lo tanto, para lo originario, deseo de destruir y de aniquilar la zona corporal implicada; y si la totalizacién de los objetos se hace bajo el signa de lo malo, la jurisdiccién del autoaniquilamiento se extendera, de ma- nera correlativa, al conjunto del ser viviente. Se comprende, cn estas condiciones, lo que significa el fracaso de la mediacién fantasmalica entre una experiencia de sulrimiento corporal/sensorial y la representacién pictografica que se daa lo originario, Como lo revela el texto intitulado “Del lenguaje pictd- rico al lenguaje dei intérpretc” -que marca un giro importante en el desarrollo de la teoria de la potencialidad psicética y en el acercamicnto psicoanalitico de la psicosis— si la referencia al deseo del otro no puede ser tacitamente colocada para metabolizar el pictograma de un encuentro psique-mundo, dando lugar a afectos de terror, de estupefaccién o de fractura en los primeros aiios de vida, cl yo [je] del nifio no podra escapar al absurdo de un exceso de sufrimiento desprovisto de razén, sin poder recurrir mas que a una causa de este exceso encontrada en su propia psique (o en el estado mismo de viviente tomado como causa de sufrimiento), o en un sistema delirante de interpretacién de lo real. La funcién esencial del fantasma, que es la de sefialar el deseo del otro como causa (con lo cual es posible un conflicto y pensable un compromi- so) se elude, pues, con este fracaso de la constitucién de una representacién reprimible. La tarea del analista, confrontado con las efectos de esta imposibilidad de alejar una realidad intolerable que se confunde con ta vida psiquica originaria, es entonces la de Proponer una “figuracién hablada” que designe lo innombrable y que fe permita de esta manera al intérprete permanecer con ese yo [7e] que le hace frente, en los momentos de retiro y de estupor autodestructivos en los que este ultimo puede sumirse. El concepto de fa complementariedad entre zona y objeto es 30 PREFACIO esencial, como se ha visto, para Ja definicién de lo originario y para su oposicicn al proceso primario (que no esta determinado, como en Freud, por el punto de vista econémico sino por un postulado causal que implica siempre el deseo del otro). Ahora bien, Aula- gnier procede, en sus mas recientes escritos, a una extrapolacién que le hace extender la complementariedad a dos tipos de relacio- nes: por una parte, aquella que une el cuerpo del infens a la representaci6n que se hace la madre; por otra, aquella que se establece entre Ia psique del infans y su medio. Al profundizar en la sepunda relaclén se observa que cl investimiento de un mundo, al cual este infans no est ain en capacidad de atribuirle la exterio- ridad que le devielve, exige una metabolizacién en un espacio psiquico complementario. Entonces el pictograma de la confluen- cia zona-objeto se hace conjuntamente aulorrepresentacién del encuentro entre la psique misma y el mundo desplegado como su espacia complementario. Cuando la confluencia asf extendida se hace en la violencia, se trata de una experiencia de intrusidn que se ve figurada por el pictograma: “Un objeto complementario se une a su zona, pero la imagen que viene al espiritu es la del fuego que envuelve vuestra carne.” Como se ha establecido que antes de Jainstitucién de la actividad primaria y secundaria no existe ningu- na posibilidad de erotizar el sufrimiento para transformario en goce masoquista, el pastulado del autoengendramienta plantea una sombria equivalencia entre la aparicién del objeto y el acto que hace estallar momentaneamente Ja zona-blanco. En estas condicio- nes, s6lo se la podra preservar en ausencia del complements, Este estado de falta no sabria, por lo tanto, ser fuente de placer: Eros exigira obstinadamente que se Je ponga fin y que se persista en investir un momento futuro a pesar de la violencia y la inadecuacién de! objeto encontrado. Al plantear asi un obsticulo al desinvesti- miento definitivo de toda cosa susceptible de penetrar en el espacio psiquico, el principio antagonista de la muerte en éste no puede, sin embargo, impedir el conflicto resultante de la disyuncién “entre dos complementos cuyo encuentro se acompania de sufrimiento”. Este Gitimo esbozo metapsicolégico, que introduce una nueva exploracién clinica de ciertas vias de entrada en la psicosis, da una idea de Jas fuentes interpretativas que entrafia el discurso de la complementariedad que se busca en estos trabajos: una prolonga- cién en una teoria del placer, de! sufrir y de la corporeidad misma. De esta manera se revela al fin un pensamiento psicoanalitico PREFACIO 31 que no cesa de someterse asi mismo a la prucba de la exigencia de rigor que manifiesta indefectiblemente. El lector se convencerd sin dificultad, al seguir el encadenamiento de estos textos, de que no s¢ trata de una simple consistencia interna de la argumentacién sino, mas bien, de Ja busqueda continua de una adecuacién del sentido enunciable de una experiencia jamds concluida. Cada uno de ellos se satisface, por asi decirlo, asi mismo, aunque ninguno se eri- ja como respuesta exhaustivaa la cuestién que plantea o que reitera. Imagen de una practica que la interrogacién asombrada sobre el ser psiquico mantiene siempre abierta, esta serie de ensayos densos y originales es también la expresién de un pensamiento que logra permanecer fiel a si mismo, rectificindose por unaserie de despla- zamientos metédicos. La obra constituye un caso excepcional, en Jo referente a la profundidad de ios problemas tratados, para que no se deje pasar la ocasién de meditar sobre ellos. MAURICE DAYAN PRIMERA PARTE PRACTICA DEL ANALISIS COMO PUEDE UNO NO SER PERSA?! REFLEXIONES A PROPOSITO DE LA ENSENANZA E] texto que sigue es repreduccién de la disertacién del 18 de noviembre de 1968 que sirvié de introduccién al serminario Sainte- Anne. ; Habria sido caricaturesco retomar este seminario, interrumpida desde mayo, sin abordar una pregunta que ha estado y permanece en el centro de muchas corrientes: ;cual puede ser Ja relacién del sujeto con el saber y cuales serfan las modalidades de transmisién menos dudosas? : Esta pregunta, que toca al saber en su generalidad, nos plantea, enun plano mas particular, una interrogacion bastante inquietante (lo que me habia sugerido un titulo de inspicacion freudiana: “jLa ilusién de un porvenir?”). En efecto, la extensién de la ensehanza del psicoanilisis cn respuesta a una demanda de “saber psicoanali- lico”, cada vez mas extendida, recaera con todo su peso sobre el porvenir del psicoandlisis como teoria y como praxis. El que los ana- listas hayan sido sensibles al reconocimicnto tardio que las repre- semlantes de otras ramas del saber han acordado a Ja obra de Freud, ef que hayan luchado por obtenerlo, no parece necesitar justifica- cién. Pero no se debe olvidar que el reconocimiento es con frecuencia arriesgado por el “reconocido”: no sdlo este ultimo es fuertemente modificado por el ya-sabido del nuevo adepto, sino que ese ya-sa- bido pucde cumplir funcién de filtro y no dejar pasar mds que Io que puede amalgamarse al menor costo a un ya-cxistente de] sa- ber que el sujeto intentard acrecentar sin tener por eso que renun- ciar a ninguna de sus partes, Este peligro es acrecentada por la reaccién de aquellos que se dicen garantes del saber psicoanalitico: Ja imagen de su saber que les es remitida bajo el brillo de fo nuevo, que es mas seductor porque esta enriquecido por un saber hetera- "Ene signos de interrogacian. ba PRACTICA DEL ANALISIS. géneo y adicional que parece confirmar la.verdad y aportar la posibilidad de esta totalizacién que sigue siendo el mito en el horizonte de toda razén. Haciendo esto, se corre el peligro de ya no ver que, en clertos casos, la heterogeneidad oculta la antinomia, la adicién que induce ta desnaturalizacién. ; 2Qué esperan y qué oyen de nuestro: discurso aquellos que vienen a demandarnos “saber”? Y nosotros, analistas, equé espera- mos y qué oimos de esa demanda? Estas preguntas, que atafien a todo analista que explicita o implicitamente toma una posicién de “ensefante”, han motivado estas reflexiones. A principios del siglo xvm, el imaginario joven extranjero, inuodu- cido en la élite admirativa y fascinada, se ofa plantear Ia pregunta desde entonces célebre. Un Montesquieu de hoy, observando a la élite intelectual, ten- dria derecho a decir que la pregunta que muchos filésofos, socié- logos, ldgicos, psiquiatras, estarian dispuestos a establecer a modo de moral en sus escrilos, podria ser “:cémo se puede no ser ana- listar” 9 incluso “;cémo se puede no ser freudiano o Jacaniano?”. Pero, gno es ésta Ja pregunta que se plantean muchos de los ana- listas, inclindndose sobre esos dos vastos campos del conocimiento que se Ilaman respectivamente ciencias humanas y medicina? “2Cémo puede uno no serlo?” (persa, analista, freudiano). Solamente uno esta seguro de seguir estando en condiciones de responder a la pregunta “;¢6mo se puede ser?”. ¢Est4 uno sepuro de que todavia se pucde trazar la linea que separa de un lado a los analistas, y del otro a los psiquiatras, los filésofos, los socidélogos, una vez que éstos han adoptado los con- ceptos freudianos? S1 las cuestiones que afectan a la formacién, al andlisis didactico (y no es indiferente que se tienda a remplazar este término por el de transmisién del saber), a fa eleccién de referentes validos que garanticen el saber de aquel que ejerce, han sido cada vez mas discutidas; si se ha podido incluso cuestionar la posibilidad de toda referencia de este tipo, zno es también cierto que la extensién del campo del psicoanalisis, el miimero creciente de sus adeptos, el hecho de que éste tienda a convertirse en la ideologia de nuestra cultura, con la recuperacion que esto implica, han hecho cada vez mis dificil definir lo que es un analista? gLo que €5 su praxis por oposicién a lo que no serian sino aplicaciones, {COMO PUEDE UNO NO SER PERSA? a7 derivados o subproductos? ;En qué, por ejemplo, es o no es él también un psicoterapeuta? gEn qué es o no es defensor de una opcién filoséfica que lo conduciria a una eleccién en tanto zoon politikon? ;En qué es o no es aquel que propone un modelo de sujeto no alienado cuyas relaciones con el modelo de “normalidad” y el de “cura” habria que dilucidar? Estas prepuntas, abiertamente o en filigrana, surgen de difercn- tes lados, ya sea que interroguen al analista, o que representen el credo por el cual él se declara como tal y exige ser reconocido. Estan también, de manera mis sutil y bajo diferentes disfraces, en el origen de Jas crisis que sacuden periédicamente a las socieda- des psicoanaliticas; pero sobre este aspecto del problema, aunque fundamental para el porvenir del psicoanalisis, no hablaré aqui, reservandolo para un préximo cexro. Quisiera abordar otro aspecto del problema, aspecto que se relaciona mas directamente con el objeto del seminacto de este aio y que resalta la cuestién de lo que implica la aparici6n de una ensefianza ampliada? del psicoandlisis. ;Cudl es Ia relacién que este saber debe (o no debe), puede (o no puede) compartir con las - disciplinas comprendidas bajo el término genérico de ciencias humanas y mds particularmente con Ia psiquiatria? Para evitar excesivos mal entendidos me interesa definir, en el inicio del juego, los limites dentro de los cuales pretendo tratar este tema. Se discutiran dos cuestiones: 1} E! analista que habla de andlisis (que “ensefia” en sentido amplio, ya sea que pertenezca a las facultades, a las escuelas de medicina, o que imparta un seminario como éste), epuede afirmar que es, gracias a su saber, el Gnico con derecho a ocupar este espacio? 2] cA qué deseo responde al aceptar en este lugar? Y como corolario inevitable, zcémo esta relacionade ese “deseo” con su deseo y con su proyecto en tanto “analista en funcién”? Estas dos cuestiones no agotan ciertamente el problema de ia ensefianza del psicoanilisis; si las he privilegiado es porque, debido a razones ligadas a mis reflexiones actuales, me requieren de manera mas acuciante. Las consideraciones que siguen las trataran sucesivamente. 2 Por “ampliada”entiendo toda ensefianza, oftdalizada o no, que no se dirige de manera exelusiva a analistas que estén en formacion o experimentados, 83 PRACTICA DEL ANALISIS Aparentemente los analistas se reparten en tres clases. En los dos extremos estan aquellos que Iamaré: ® los misioneros de la propagacién de la buena palabra, y * los nostalgicos de los guetos (guetos, hay que agrepar, dorades y reservados a una élite aristocratica)- Entrée los dos: ® aquellos que parecen en la biisqueda de un compromiso, alian- dose, para esto, a veces con los primeros, a veces con los segundos. De las dos posiciones extremas penden, sobre el plano de la teoria y de la praxis, una serie de dualidades: ® clinicas-teéricos; * andlisis como terapéutica-andlisis pura o didactica; ® andlisis como saber-analisis como verdad; * sociedad cerrada, reservada a los tinicos elegidos-sociedad de ensenanza abierta. . Se podria sin duda encontrar otros binomias. Pero bajo Ja aparente nitidez de estas tomas de posicién antind- micas se hace clara, de manera igualmente nitida, una profunda ambigiiedad del andlisis, que se ha tdo acentuando hasta dar a veces, cn estos ultimos tiempos, la impresién de un movimiento cuya rapidez ya no permile prever su trayectoria, y menos atin su punto de llegada. Esta ambigiiedad se manifiesta sobre diversos planos de los cuales mencionaré los das principales: * la relacién que sostiene el analista entre “sus” conceptos, “su” teoria y el reconocimiente como la adhesidn que él espera de los otros (esos otros mas alla del marco de sus colegas directos), y * lo que él dice sobre su praxis, lo que él pucde producir como teorizacién y lo que puede llegar a ser esta praxis cuando actia como analista. Se comprende esta ambigiedad a partir de una primera pregun- ta que se puede plantear, y que se le plantea, al analista: cual es la fuente de su saber? eLos textos de Freud? Ciertamente, responder4 un hipotético analista interrogado, pero no admitira eve sean su unica fuente. Eso le quitaria en efecto toda especificidad a su saber. 2El hecho de haber sido, ademas, analizado? En parte, clertamen te. Pero entonces preguntesele a un analista por la adicién andlisis personal + leckuras de los textos de Freud = saber del analista; me sorprenderia mucho que, con pocas excepciones, la respuesta sea alirmativa. {COMO PUEDE UNO NO SER PERSA? 39 Quedaria entonces un tercer factor por agregar: cl ser analista o el hecho de analizar. Pero la funcién de este tercer término, es facil verlo, puede muy bien ser la de escamotear Ia pregunta; plantea lo que hay que demostrar como ya resuclto. Una respuesta frecuente de los analistas consiste en desplazar el problema mediante un enunciado del orden siguiente: fa particu- laridad del saber del analista resufla de lo que tiene de especifico su relacién con el saber, entendiendo por esto que la apertura que lograria mantener con su propio jnconsciente (lo que se denomina el autoanalisis) lo pondria a salvo (mas que a cualquier otro, si no totalmente) de las trampas de su propia palabra, de la fascinacién propia de la posicidn del sujeto que supuestamente sabe y, por lo tanto, del uso que puede dacle. En cierto sentido se erigiria en el paradigma del “perfeclo ensehante”, de aquel que denuncia el fan- tasma del dialogo, que no se deja atrapar en Ja trampa de larclacién narcisista ensenante-cnsenado, que distribuiria con foda generosidad un discurso que cree verdadero, pero que seria el primero en proclamar la verdad como abierta y cambiante, y, pronunciado este discursa, rechazaria que el ensefiado esté forzosamente atrapado en la tampa de su propia transferencia, asi como en lade su propio narcisismo. Este “modelo” sumamente seductor contrasta con un hecho de experiencia: los analistas hablan, ensciian, defienden sus posiciones tedricas y lo hacen frente a oyentes que se convierten, muy frecuentemente y a pesar de ellos, en testigos Incémodos para sostener el postulado antes indicado. Pero hay algo mas importan- te: si admitimas la hipétesis del analista capaz de someter Jos efectos de su propia palabra al tamiz de un autoanilisis y de preservarse asf de estos mismos efectos, ghasta qué punto es comunicable a sus oyentes lo que él puede decir, cn la medida en que éstes no son ellos mismos analistas? Desde cl momento en que el analista no se dirige ya al circulo restringido de sus colegas (personas con una misma experiencia), Ta cuestién de lo que lo mueve a tomar esta posicién, de lo que se propone haciendo esto, de la causa y los efectos de tal eleccién, muestra la ambigiiedad de su posicién y pone en cuestionamiento las juslificactones que pudiera dar. Se podria considerar otra respuesta: si el psicoandlisis es —afir- macién incuestionable— una teoria sobre el sujeto psiquico, y por lo tanto encuentra en Ja filosofia, en la sociologia, en las ciencias 40 PRACTICA DEL ANALISIS humanas, un campo de aplicacién privilegiada, zno es normal que el analista haga beneficiario de su conocimiento al filésofo, al socidlogo, al etnélogo, etc.? En efecto, spor qué no? Pero a partir de ahi hay que reconacer que lo que hoy en dia se llama psicoand- lisis aplicado parece encontrar cada vez més sus mejores exponen- tes en un terreno extraanalitico. Sucede también que del exterior nos viene, rara vez, és cierto, una reconceptualizacién de los conceptos freudianos y una aplicacién de esos mismos conceptos que estdn a la altura de los escritos de los mejores tedricos de nuestro campo. Jacques Derrida, interrogindose sobre Freud y la escena de la escritura, no tiene nada que envidiar a lo que el mejor analista podria escribir scbre este tema. Pero tal uso de los concep- tos freudianos, que por lo demas no representan un coto de caza privado para nosotros, lo encontramos cada vez mds por todas partes. Frente a la brillantez de ciertos ejercicios en los que se ven matemiaticas, |6gica, metafisica, estructuralismo, bordear los con- ceptos de ruptura, de sutura, de “a” y de “A”, donde los unos son invocados para explicar los otros y viceversa, el analista termina por experimentar esa extraia sensacién de Ja cual nos habla Freud a propésito de la Unheimliche. :Se trata de la aplicacién de esos mismos conceptos que él, sin embargo, creia conocer, o se le estan proponiendo otros que se denominan con el.mismo nombre? El analista tienc la impresién de que en algin lugar hay error. Falta de saber de su parte? :Error o fascinacién embaucadora por par- te de los otros? Enire las dos posibles respuestas, él se sorprende dudando, sin saber si al condenar peca por ignorancia o si al aprobar se deja atrapar por el sefuelo narcisista que se le tiende, tal vez en total desconocimiento, trampa que apuntariaa recuperar e] saber analitico sin hacer los gastos de la experiencia analitica. Lo que planteo no pretende dar cuenta de alin malestar 0 algiin conflicto afectivo en el analista: eso le concierne a 4], y supuesta- mente es capaz de reaccionar. El asunto me parece mas grave: la inquietante ajenidad remite aqui'a la duda que Io asalta frente a una cultura que le regresa en espejo su propio discurso, pero de manera tal que él ya no puede reconocerlo como suyo y que no sabe si al denunciar el error denuncia el uso cultural que se hace o el discurso mismo. ¥ eso es grave por otra razén. Si el analista se ve reducido a tener que elegir entre estas dos posiciones extremas: 0 pretender que es el iinico intérprete valido del mensaje de Freud, ¥ que toda aplicacién de este mensaje fuera de la situacién analitica {COMO PUEDE UNO NO SER FERSA? 41 es un sinsentido; o proclamar que todo puede y sobre todo debe pasar por la “rejilla”, por el cddigo del sistema freudiano, y que eso es suficiente para testimoniar sobre ta verdad de lo dicho; si, efectivamente, estas dos alternativas son las tinicas posibles, no queda mas que reconocer el fracaso del sisterna mismo- Frente a esta situacién y descoso de evitar una decisién, el analista puede sentirse tentado a no tomar una posicién y a contentarse con defender su autonomia refugiindose en un campo bien delimitado, desinteresindose del resto. Pero, :cudl ser4 este campo? El de un discurso sobre Ia clinica?, ;el de un discurso sobre el andlisis didactico y la formacién de los analistas? ,Est4 tan seguro de estar a salvo? Con excepcidn de la exposicién del caso clinico, lo dudo mucho. ¥ tomaré como ejemplo lo que a primera vista podria parecer su bien mas seguro: su reflexién sobre el analisis didactico en sentido estricto. Es este discurse algo fundamentalmente dife- rente del andlisis de las trampas narcisistas inherentes a toda situacién que pone frente a frente a un sujeto que sc supone sabe y aun sujeto deseaso por adquirir este saber? Pero no es hoy en dia este discurso sobre el espejismo del saber, sobre la funcién engafiadora del ensefiante, sobre las trampas de la transferencia, sobre la posicién de “engafiados” de los dos partenaires, moncda corriente fuera de los circulos analiticos? sPermiten todavia la estereotipia y la identidad de los términos empleados ver lo que deberia diferenciarlos? Hay un ultimo punto por considerar que representa tanto el ultimo bastién que ocupa el analista cuando se siente expulsado de otros lugares, como el blasén que Ia mayor parte de los otros estan dispuestos a concederle, incluso a imponerle, sin pedirle su consen- timiento. Escaso de argumentos, el analista replicara que la supre- macia indiscutible de su saber sobre el sujeto psiquico viene de eso que él analiza, pues él ¢s el Unico que ha podido verificar la verdad del discurso freudiano y sdélo él puede proseguir indefinidamente esta verificacién, esta experimentacién in vive, y que, por este hecho, esta capacitado para criticar lo “sabido” en este ambito y para reyelar poco a poco las intimidades de lo “no sabido”. Tal posicién no deja tampoco de presentar cierta ambigiedad: el ensefiando podria realmente responderle: 1] que la verificacién de la teoria freudiana no tiene ya necesidad de hacerse; 2] que lo que él aporta como su ampliacién de la teoria no puede ser verificado por los otros y parece entonces dudoso: para que se convierta en 42 PRACTICA DELANALISIS verdadero es necesario que la verificacién sea posible para todo oyente, ya sea directamente, ya sea por la via de una aplicacién de lo dicho en otros dominios, Este bastién podria entonces ser menos s6lido de lo que parece. Sin embargo, suele ser paco atacado. La raz6n es simple: ef discurso del analista es, cn parte, siempre esperado y entendido como una interpretacién ofrecida a quicn viene a escuchar. El oyente escuchara todo discurso de] analista —y eso en proporcién directa de la notoriedad de este Gltimo— como una especie de mensaje codificado que Ic va a permitir descifrar su mas secreto comportamiento o el de su vecino. Que haciendo esto caiga en una trampa que él mismo se ha tendido es otro asunto. No es menos importante que aquel que viene a escuchar al analista esta impulsado, entre otras cosas (no es éstc el motivo exclusivo, ni aun esencial), por un deseo en el que transgresién y astucia visd-wis del analista desempenan su parte, La transgresién, no hay que enga- harse, no ha logrado en mas de medio siglo de uso —Io lograra sin duda— desactivar y neutralizar totalmente lo que el discurso de Freud tenia de perturbador para una cultura que, desde hacia dos mil anos, habia edificado sus lcyes, sus referencias, sus garantias. Tener de repente libre acceso a un saber que pone en tela de juicio todo saber establecido, a una ética que denuncia como error o como desconocimiento lo que, hasta ahora, fundaba las éticas que la precedian, cs verse de pronta ofrecienda el medio de justificar, en nombre de ese dios de Ja ciencia que nuestra sociedad vencra, lo que hasta entonces corria el riesgo de ser tachado de inadapta- cién social, de desarreglo del caracter, de utopia infantil. No estoy tratando de decir que el discurso analitico es por naturaleza ese “medio”, digo que puede ser entendido como tal. En cuanto a cso que yo llamo la “astucia”, hay que reconocer que siempre esta intentando servirse de las armas que son ofrecidas contra quicn ofrece: esta intentando demostrar, a través de la adquisicién del saber que viene a ofrecerse, que ese saber peca en lo que proclama como su verdad esencial; es decir, que no hay conocimiento de la psique sin la garantia de un andlisis. Ahi hay un doble beneficia: el saber que se ha adquirido parece ipse facto superior al del analista que habla, puesto que demostraria un error. El no analista que cree llegar a sostener un discurso que considera exacto sobre el sujeto psiquico, y por Io tanta sobre é] mismo, no s6lo se considera un igual al analista sino que piensa superarlo en saber, puesto que su discurso prueba que sobre un punte por lo yCOMO PUEDE UNO NO SER PERSA? 43 menos, y no de los menores, cl analista se equivocaba; que, en otros términos, ¢] andlisis personal es una experiencia iritil. Pero todas estas reflexiones, si se admite su validez, probarian ante todo una cosa: que el analista no seria victima de las trampas propias de la difusién de su saber. Ahora bien, que yo sepa, si habla, si escribe, no es bajo una desconocida presién exterior. Por supucs- to, puede considerarse victima del fenémeno cultural que repre- senta hoy en dia la teorfa analitica, que es una sucrte de nueva ideologia de Ja época; pero al hacerlo olvida que ha sido y sigue siendo cl inductor. sAprendiz de brujo? ;Misioncro dispuesto a sactificar su bien ante el altar de la verdad? ;Sujeto atrapado como todos y cada uno en la trampa de su propio narcisismo? :Apéstal de un nuevo ideal que no quiere presentarse como tal? Cualquiera que sea la categoria que reivindique como suya, una cosa me parece evidente: de ese destino, de ese porvenir del psicoandlisis, que se regocija o desespera, élha sido el factor determinante. Y continia siéndolo. Si el oyente, y aqui simplifico el problema expresamente, vienc a escucharlo con la esperanza, poco ortedoxa y, como Lal, desalentadora, de ser interpretado, su presencia no es suficiente para hacer surgir como por encanto al analista parlante: ademas cs necesario que un sujeto que se dice analista tenga el deseo de tomar la palabra frente a estos oyentes. gCudl es este deseo? Esa es Ia otra cara de Ja moneda: una cosa es analizar el sentido latente de la demanda del saber analitico, que cada vez Ja sociedad reclama mas, a gritos, y otra analizar el sentido también latente de Ia oferta que hace el analista de este saber. Lo anterior conduce a la segunda parte de este texto, que se desviari para interrogatse sobre Jo que Ilamaré el proyecto del analisia. Entiendo por esto lo que busca el analista cuando ejerce su funcién y cuando habla. Tampoco aqui el problema es nuevo; aqui también tiende a exacerbarse lamentablemente, sin por ello superar una ambigitedad que amenaza con costarnos cara a corto plazo. El andlisis en tanto praxis parece haberse dejado atrapar desde su origen en un dilema 9, por el contrarjo, haber tratado de refutarfo sin mas resultado que el de caer en otra trampa igualmen- te peligrosa. El andlisis se plantea en estos dos términos: * el psicoandalisis concebido ante todo como terapéutica, y * el psicoandalisis concebido como una gestién particular cuyo 44 ‘ PRACTICA DEL ANALISIS. unico objetivo seria la adquisici6n de un cierto saber sobre el functonamiento psiquico (el problema de los efectos de este saber sobre e] sujeto que lo adquiere es con mayor frecuencia dejado en la sombra), a En nombre de Freud se han defendido, una tras otra, las dos posiciones: el predominio de] proyecto terapéutico, en el acto analitico, daria una ganancia, un “saber por acumulacién’”, del cual el analizante puede o no perpetuar el enriquecimiento, o bien lo inverso, para aquellos que privilegiarian lo que, a falta de otro término, yo Iamaré el “analizar puro”. Lo que esté en tela de juicio es e] “deseo” de] analista, cuestién a la cual con frecuencia se ha respondido (sin ver que, al hacerlo, se Ia evitaba) con un objeto “saber”, que es el abjeto de tode pensadar y de todo investigador. Planteemos, por nuestra parte, algunas definiciones sencillas que parecen dificilmente discutibles: a] el saber del analista tiene como objeto el estudio del funcio- hamiento psiquico; b) la particularidad de este saber consiste en la necesidad, del ana- lista como del analizante, de tener que encontrarlo cada vez in vivo; c] esto lo diferencia de lo que seria, por ejemplo, el saber mate- matico. Frente a un tridngulo reclingulo siempre puedo afirmar que el cuadrado de Ia hipotenusa es igual alasuma de los cuadrados de los catetos. Frente a un sujeto, no puedo sostener ningun teorema del siguiente lipo: “Todo sujeto que haya tenido como madre esa entidad clinica que se define como madre de esquizofré- nico es esquizofrénico.” Ni siquiera: “En toda sujete histérico puedo deducir ¢ priozi los factores histéricos que han determinado su destino.” De ese sujeto particular al que me enfrento, no conezco nada: lo que sé, al contrario, es la via a seguir para hacerlo alcanzar este conocimiento; d] se desprende que el saber del analista se traduce en un “saber analizar”, ser capaz de hacer llegar a otro sujetoa un desciframiento de su texto inconsciente. A partir de estas definiciones, que todo analista aceptaria, se ha desembocado con frecuencia en una profesién de fe expresada asi: “el deseo de] analista (o su proyecto) es analizarlo”, tomando en cuenta toda dimensién terapéutica, ya sea como secuela de una vocacién médica mal anaiizada o sea como escoria impuesta por la presién social. Abordemos ahora las implicaciones necesarias de esta posicién. {COMO PUEDE UNO NO SER PERSA? 45 Ante tedo hay que recordar un punto esencial: analizar, en el sentido en que lo emplea todo analista, significa promover en otro sujeto, que se pliega a la experiencia, la posibilidad y el deseo de analizarse. Fuera de esta dimensién, simplemente no hay andlisis. Se Nega entonces a comprobar que sobre este punto ef deseo del analista es suscitar en otro sujcto el mismo deseo: el deseo de andlisis en aquel que esti en el divan. gDeseo de analizarse o deseo de analizar? Esta es una cuestién problematica para el analista y esti en el origen de muchas de sus confusiones.? En efecto, si, como lo pretende, ser analista es el estado que favorece mds el autoanalisis indefinido, ese “deseo de andlisis” que su proyecto busca provocar en el otro deberia resultar, si se logran desmanteJar las resistencias que encuentra en su camino, en un “deseo de analizar”, lo que podria, en un plazo mas o menos breve, echar a andar un extrano funcionamiento autorre- productor cuyo resultado seria la autorreproduccién de la especie analitica; tal autorreproduccién llegaria a ser el tinico objetivo yalido “puro” del “hecho” de analizar. Esto puede traducirse fAcilmente en térmings de “saber”, bajo una ética que parece impecable. Si el saber det analista iene como resultado, en su aplicacién, llegar a ser posesién de otro sujeto (lo que habla en honor de] analista como ensefiante o como particular), si su deseo es esta particién (y aqui no se puede sino también aplaudir su ética), él estara mas satisfecho y seri mas puro si lopra la formacién de otro analista. Se podrd4 concluir que el anilisis didactico es el tinice acto analitico “puro”, de donde se concluye la posibilidad de otra deduccién: que el verdadero analista es el analista didacta, con lo que se podra entonces sostener la paradoja, pero seguira siéndolo de manera que fa unica indicacidn pura {entiéndase valida) del andlisis es el deseo de llegar a ser analista. A partir de alli, un pequefio grupo de sujetos se separard del conjunto de Ia sociedad; no tendran otra funcién que mantener el grupo, incluso ampliarlo; sin duda haran “avanzar la teoria del andlisis”, pero una teoria pura, sin renunciar a Ja suposicién de que, en sus horas libres, los analistas funcionan como consejeros supre- mos de la institucién social. En la sociedad de consumo seran los 3 Ea confusidn, en el seno de las sociedades psicoanaliticas, adquiere con frecuencia la forma de un docta discurso sobre Ia teoria del analisis “diddctico", ya 4ea para declararlo imposible o para canvertirlo en paradigma de todo andlisis. 416 PRAGTICA DEL ANALISIS iinicos que pretendan escapar al scfiuelo reivindicando una suerte de pratuidad, de lujo puro de su praxis. Pero esta posicién hay que sostencria también en sus implicaciones sobre otro plano: a] todo andlisis que no desemboque en el “devenir analista” es un andlisis mal terminado; _ b] todo acto analitico que tiene como objeto aun sujeto del que se puede estar seguro, en algunos casos, no seri analista (ci nifio, el psicdtico, el adolescente y aun cl neurético), es un subproducto, la aplicacién de una praxis de inspiracién psicoanalitica; : c] el mismo término “cura” se vuelve sospechoso: habra que ha- blar de “iniciacién", de “gesti6n cpistemolégica” o inventar otro término, porque también el de “diddctico” resulta dudoso: toda “cura” desembocaré en la repeticién indefinida de un mismo pre- ceso.. . Si tal llega a ser la tdeologia analitica, hay que renunciar a lo que es la psicopatologia en su totalidad: en rigor, se asesorara al médico y al psiquiatra para que ellos saquen provecho de nuestro saber. Si esto ocurtiera, el andlisis del mafrana sera “algo”que ya no tendrad de freudiano sino e! nombre. . A esta posicién puede oponerse otra, en el extremo opuesto de la escala de valores: hacer del andlisis una superespecialidad psi- quiatrica. “A nosotros, los enfermos; a los otros, los brillantes ejercicios de estilo.” (Esto siempre se podra, por lo demas, rechazar en nombre de ja sacrosanta experiencia clinica.) También hay que evaluar las implicaciones de esta segunda posicién: a] Como toda especializacién, la sugerida implicaria un primer saber médico; por lo tanto, el candidato no podra ser sino un médico, Eso no tiene en si mismo nada de escandaloso, pero la necesidad de un saber médico previo no ha sido demostradajamas, y no puede serlo. No se tenc la impresidn de que el médice que se ha vuelto analista y que ejerce como tal recurra con frecuencia a su ex saber, y b] a menos que se diga que por “enfermedad” se refiere de manera precisa y exclusiva al campo de Ja neurosis (y entonces la nociéa misma de superespecialidad psiquidtrica ya no tiene senti- do}, siel proyecto o el deseo del analista es el “curar del terapeuta”, se plantea la cuestién de la ambipiedad desu actitud terapéutica frente a la psicosis. En efecto, o él esta seguro de que el anilisis es la gestién terapéutica por excelencia (frente al psicdtico), o bien duda. En el segundo caso, se puede preguntar en nombre de qué {COMO PUEDE UNO NO SER PERSA? 47 se exigiria una superespecialidad. En el primero, no se puede menos que sorprenderse ante el reducido ndmero de analistas que ejercen en hospitales psiquidtricos. Decir que es debido a que la institucién, tal como funciona, cs incompatible con el psicoandlisis, vuelve la situaci6n igualmente sospechosa, pues hay que asombrar- se entonces de su poca diligencia para denunciar la institucién (por supuesto, hay excepciones).4 Pero hay una tercera objecién mas tedrica y mas grave: si la gestién analitica no es sino una supergestiGn tcrapéutica y, a menos que se defina esta nocién-de manera especifica, reservada para el trastorno mental, si cl analista es un especialista que comparte el concepto de “curacién” de todo médico, es necesario que acep- te reconocer que el “modelo” de final de la cura al cual se refiere recurre a nociones (adaptacidén social, éxito profesional, felicidad privada) que él toma prestadas de campos cxtraanaliticos. :Existe una definicién psicoanalitica de felicidad? Lo dudo. ¥ hay mas: al aceplar ese lipo de referencias, el analista olvida que son esas mismas las que su discurso pone en tela de juicio. De todas maneras, la oposicién “deseo de analizar" contra “desco de curacién” me parece un artificio tan desmentido por los hechos como lo es por el discurso del analizado (quien, en efecto, reivindica una tras olra de las dos posiciones como causa de su demanda de analisis). gPuede el analista pretender que el “analizar” de su proyecto o el “analizarse" buscado por su praxis, son para é] puro saber pratuito? No lo creo, Elanalista, hay que esperarlo, por “puro” que sea, tlene también un “modelo”, pero ese “modelo” no pucde enfocar la curacién como simple retorno al antes de la enfermedad. Lo que pretende el final de la cura no es volver a un determinado “bucn estado natural de la psique”; es incluso lo opuesto, es decis, lo que la psique no estaria jamas naturalmente en la posibilidad de alcanzar, lo que transgrede a la propia ley de su estructura. Me refiero al conocimiento de !o inconsciente. Y este estado “otro” al que no tenemos ninguna razén para Iamarlo nonnail, ni aun curacidn, porque sc puede curar de otras formas, el analista fo valera porque representa e] extremo 4 Aun cuando nose comparta totalmente su opinién, no se deben subestimar los trabajos quc versan sobre Ja psicoterapia institucional, ni algunos cuestionamientos que suscitaron los acontecimientos del mes de mayo. 48 PRACTICA DEL ANALISIS limite que puede alcanzar el sujeto en su Incha contra la alienacién inscrita en su propia estructura. Aunque el punto de partida sea lo “normal”, la neurosis, la psicosis, o Ja perversién, el proyecto del analista deberia ser siempre el mismo: conducir al sujeto tan lejos como se pueda en una gestion desalienante. Puro deseo de saber? Esa posicién es dificil de sostener a partir del momento en que el objetivo del analista se reconoce sometido a esta ética. Puro deseo de curar? Pero qué sentido tiene este término para aquel que cree que la meta posible, si no asegurada, de su gestion, no és otra cosa que Ja desaparicién de los sintomas, o un critcrio cualquiera de “normalidad” perdida por el recuerdo de la enferme- dad. Loe que la teorfa freudiana nos ensefia permite sostener esta afirmacién extrema: que el psicético mas “loco” puede alcanzar ese punto tltimo de su andlisis que lo volver4 un analista. Caso raro, ¢s cierto. Pero en tanto no se haya demostrado que esta afirmacién es puro sinsentido, yo dirfa que el analista que emprende un andlisis didactico, sentindose frente a un psicético o frente aun nino, acta como analista auténtico. Que el psicétice esté recostado 0 sentado, que el nifio hable o dibuje, no cambia nada: lo que define el sentido del “acto” es el proyecto que sostiene aquel que lo emprende. Este rodeo por el Jado del analista muestra la imposibilidad, en Nuestro campo, de separar el papel de la ensefianaa y el uso que le da aquel que se analiza, de la concepcién que ese mismo sujeto tene del papel del analista, de su ética, de su saber. La sombra de quien ensejia, proyectada sobre aquel que tiene la tarea de analizar lo que significa en otro ei deseo de ser analista, amenaza con no dejarle escuchar sino aquello que puede consolidar su posicién de depositario del saber. El analista se encontrar identificado con el alumno fiel y dejara de ver lo que en este acto de fidelidad es puro efecto de la alienacién transferencial. E] analista, al favorecer este pasaje, cierra al alumno todo acceso a un conocimiento que no sea simple repeticién de lo ya dicho por el Maestro, y vuelve imposible al analizante todo acceso a una posicién analitica que no pase por un mecanismo de identificacién. El analista-ensefiante debe estar consciente de este peligro que lo acecha, pues de otro modo esas dos actividades se anularian reciprocamente. {COMO PUEDE UNO NO SER PERSA? 49 Gracias a esta vigilancia es que el proyecto del ensefiante podra compartir el proyecto del analista sobre un punto: conducir al oyente tan lejos como se pueda en una labor de desalienacién. Pero, ya que el analista no puede aspirar, para evitar [a total contradiccién con su teoria, nds que al lugar que ocupa como ensefante, esta en situacién de intérprete frente alo inconsciente de los que escuchan; esta desalienacién debe buscar un objeto diferente, que no puede ser sino el discurso que se pasee sobre el saber analitico, el discurso que é] cree verdadero sobre ese saber. Si tal es su desco y su proyécto, lo que responde a la segunda pregunta que yo planteaba al inicio de esta exposicién (a qué “deseo” obedece al hablar), no responde, sin embargo, a la primera: zen nombre de qué, en ese lugar, se reivindica el analista como el ocupante privilegiado? ¢Qué es lo que garantizaria de manera particular la verdad de su decir, en ese dominio? Por genial que sea, zqué saber “de mas” poseeria él en oposicién al lector de-Freud? Mi respuesta va a recurrir a dos conccptos presentes en la palabra del analista: uno de manera implicita —el saber y su verifi- cacién— y el otro de manera explicita, verdaderamente provocado- ra: fa verdad. Pero, gaquel que denuncia la funcién engafosa que puede desempefiar el saber, como cl sefiuelo propio del discurso que se tiene sobre ese mismo saber, para oponer una “verdad” de la que su discurso seria testigo, esta seguro (y por qué) de no ser igual- mente victima de esas trampas? Pregunta dificil y que exige se defina de manera clara en qué campo y dentro de qué limites encuentra la revelacién de una posible antinomia entre saber y verdad su razoén de ser y cual es el fundamento. Denunciar como utopia o como mistificacién la alianza saber-verdad destruiria toda posibilidad de discurso, incluido el discurso analitico, si no se define de manera precisa cl “saber” y la “verdad” de los que se trata. Decir que existe una distincidn entre la verdad del enunciado (el saber); y la verdad del enunciante (el deseo como promotor del enunciado) no tiene sentido, a menos que el objeto dei enunciado sea, de alguna manera, el mismo enunciante o sea, cada vez que esos conceptos se aplican a este objeto particular que es el sujeto psiquico. Lo que podria entonces especificar la palabra del analista, tanto en su sillén como fuera de él, es que ésta deberia tender a tesumo- niar en aquel que habla Ja superacién de esta posible antinomia. PRACTICA DEL ANALISIS En el campo del saber que nos atane, y lo que digo sdlo se aplica €n esos limites, tender hacia la verdad del enunciado implica que la verdad del enunciante es conocida ¢ interrogada a cada paso. La palabra del analista encuentra su garantia de verdad en el saber del enunciante sobre si mismo y, por lo tanto, sobre el deseo que mueve su palabra. Se pucde decir entonces que si el enunciado esta del lado del saber y el enunciante del lado del deseo, la busqueda de verdad de nuestro discurso implica no solamente que el deseo sea el objeto que inlerroga al saber, lo que ifso facto establece los limites del campo psicoanalitico, sino asimismo que ese “saber” devenga el objeto del deseo. Resta decir cuales son los limites dentro de los que ese “saber” ¢s transmisible; en otras palabras, zqué se puede ensefar del psicoandlisis fuera de la experiencia psicoanalitica en sentido estric- to? Otra pregunta dificil sin duda. Creo que una ensefianza psicoanalitica esti justificada siempre que se precisen los parametros fuera de los cuales se vuelve tan tramposa y tan engafosa como el discurso que pretende poner en el banquillo. Frente a un auditorio que no solamente tiende a ampliarse sino que cada vez parece solicitar mas Ja palabra del analista, :qué discurso puede proponerse? ;De qué nuevas “unidades de saber” seremos los depositarios y los oferentes? En ese campo, Ja dialéctica de la oferta y la demanda amenaza mis con llevarnos fuera de huestra trayectoria y con transformarnos en aprendices de brujo, que, un dia u otro, apelaran en vano al Maestro, capaz de convertir el caos en orden: ese dia corren el riesgo de tener Ja triste sorpresa de comprobar que les “Maestros” se han pasado al otro lado, que no pueden sino favorecer la magia de los objetos y de las palabras. Sin duda es mds facil, pero no indtil, comenzar por definir con precision fo que del psicoanalisis no puede ensefarse desde lo alto de un estrado (cualquiera que sea el término con que se remplace esta palabra). Lo que no se puede ensejiar, y es la paradoja de nuestro saber, es eso que es el fin mismo, su esencia: el “analizar” o el “analizarse”. Ese tipo de saber es tributario, y lo sepuira siendo mientras el andlisis sea fiel a Freud, de esa experiencia que es el analisis personal. Lo que se puede ensenar y lo que se puede transmitir de nuestra propia experiencia, es, por una parte, lo que Ja tcoria freudiana aporta como enriquecimiento en la comprensién de otras ramas 247242 {COMO PUEDE UNO NO SER PERSA? 51 del saber; y por la otra —y ahi esté sin ninguna duda la mayor dificultad— un “modelo metodolégico” que permite analizar c6mo una gestién que busca el] saber corre el riesgo de perder su meta, y qué puede alejarla, tanto como sea posible, del fracaso. Hay que sefialar la ambicién extrema del discurso analitico, que, en un sentido, deberia proponerse como encarnacién de ese “modela”. No encarnacién de la “verdad” sino de un método que subordina todo saber acerca del enunciado a una interrogacién sobre el enunciante, lo que implica que se acepte que el conocerse es un eterno cuestionamiento. Se ve entonces !o que tal posicién tiene de incémodo y el riesgo que Ile hace correr una “exigencia” que pretende adernar al analista con un saber absoluto que seria transmisible y que podria llegar a ser el bien fururo del oyente. Entre el oferente y el demandante, el juego de la seduccién es mas facil y mas peligroso si satisface plenamente el narcisismo de los dos partenaires. Freud recordaba que el analista no puede llevar a su paciente mas allé de! punto en que se ha detenido él mismo en su propio andlisis. Gon la esperanza de que aun Freud pucda equivocarse a veces, yo concluiré parafraseandolo. La ensefianza llega a su finen el momento en que ej analista se enceguece acerca del deseo que lo pone en esta funcidén; mas alld el saber se colocara al servicio del poder y la verdad se volvera sefivelo. El ensenante franqueard ademas los limites que su saber debe respetar para permanecer como tal. Un hecho atin mas grave es que confundira bajo Ja unica etiqueta de alummmo a aquellos que esperan de él una apertura al sa- ber ya aquellos que tienen derecho a esperar una apertura al deseo. Se podré ver desde entonces al analizante esquivar lo que su posicién tiene de penoso y adornarse con los emblemas del atumno fiel, y como tal ampliamente pratilicado, el alumno, al escapar de Jas dificultades que pucde encontrar, se convierte, junto con el analizando, en el que puede obtener ipso face Ja mejor parte del saber, del Maestro. En nombre del saber, la experiencia analitica podra asi transformarse en una empresa de seduccién que apunta- ria al aumento de poder de los Maestros; en nombre del poder se lepislaré sobre e! saber, sobre las modalidades de su transmisién, sobre aquellos a Ios que se declarard, arbitrariamente, dignos o indignos de exhibir el titulo de alumno o el de analista (que se habrin vuelto sinénimos). Si este proceso de desnaturalizacién, que opera en el seno de una jerarquia constituida y en su nombre, o 52 : PRACTICA DEL ANALISIS que blande el estandarte de la defensa de la.“pureza” de la expe- riencia en nombre de un deader Gnico, no encuentra un alto, el analista deber4 darse cuenta, en un plazo mas o menos breve, que ya no es posible “ser (persa, analista, lacaniang)”. 2 SOCIEDADES DE PSICOANALISIS ¥ PSICOANALISTA DE SOCIEDAD Por otro lado, por apego a sus opiniones, esas personas .{los filésefos) parecen comportarse como aquellos que, en las discusiones, defienden sus lesis contra viento y marea. Soportan sin Nlaquear cualquier consecuencia, convencidos de poscer principios verdaderos. ;Camo si algunos principios no debicran ser juzgados por las consecuencias que se desprenden de cllos, y sobre todo por su fin! ARISTOTELES, Del cielo, 1 7-306 a 11-15 Este texto es continuacién del publicado bajo el titulo “7Cémo puede uno no ser persa?”. En esa primera parte se trataba el problema que plantea la ensefianza del psicoandlisis y la trampa en ia que el analistaensefiante corre el riego de caer.! Lo sucedido entre el momento en que lo escribimos y hoy ha demostrade que nuestros temores estaban ampliamente justificados. La pregunta que planteamos “scémo puede uno serlo (persa, freudiano, lacania- no)?” y la respuesta que de hecho dio la Escuela Freudiana de Paris Ilevaron a una tercera escisién en el campo psicoanalitico francés. é5imple movimiento pasional (lo que en nuestro medio se bautiza como transferencia) por parte de un grupo de analistas? ;Devela- cién del estado agudo de una crisis que afecta al movimiento psicoanalitico en su conjunto y al funcionamiente de las sociedades que pretenden ser sus depositarias? ;Necesidad de algunos de encontrar una solucién que escape al conformismo esterilizante y rechace igualmente el “después de nosotros, el diluvio”, que cada vez mds asoma tras los eslogans que invitan a una parte de la inteliguentsia a partictpar en ¢ruzadas subversivas? Esperamos ayudar a los lectores a decidirlo. 1 Ch capitulo 1. (53) 54 PRACTICA DEL ANALISIS Para los no analistas, la tarea sera ardua: los antecedentes del problema pertenecen a un campo demasiado especifico como para que las extrapolaciones no constituyan, con frecuencia, una fuente de error. Para los analistas, la dificultad sera la misma que la nuestra: el problema pone forzosamente en tela de juicio, en todo analista, su opcién “politica”, si se le quiere devolver a este términe su sentido originario, el que se refiere la ciudadania, en nuestra caso a la ciudadania analitica, Ahora bien, de Ia politica a Ia polémica la asociacién no es sélo fonética: el deslizamiento es facil tanto para el autor como para el lector. - Hemos intentado, con el! fin de prevenirnos contra este peligro, basar nuestro andlisis en una reflexiéu tedrica, dejando de lado toda querella entre personas. Pero reconocemos abiertamente que nuestro analisis y nuestra critica encontraron su fuente principal en las interrogantes que nos planteé la Escucla Freudiana de Paris. Esto por las siguientes razones: 1) La critica a Jas instituciones de las sociedades de tipo clasico fue hecha hace mucho tiempo, sobre toda gracias ala contribucién de Jacques Lacan. En los dltimos meses, en el propio seno de dichas sociedades se produjeron analisis muy pertinentes. Dificilmente podriamos hacerlo mejor. . 2] El punto de partida de lo que legitimamente se puede llamar el movimiento lacaniano era rico en promesas y permitia creer en una saludable renovacién del funcionamiento de las sociedades psicoanaliticas. Las aperturas y los enriquecimientos tedricos que aportaba la ensefianza de Lacan jusuficaban la esperanza de que sus aplicaciones en el seno de una sociedad permitirian evitar los escollos con los que hasta entonces se habia topado. El humiilante Fracaso que resulté de esto es particularmente inquietante, pues plantea la cuesti6n de Ja alienacién que parece Inducir la constitu- cién de toda sociedad de analistas: jes esta alienacién inevitable o es posible precaverse contra ella? ; 3] Hemos formado parte de Ja Escuela Freudiana de Paris desde su fundacién; hemos colaborado.en su organizacién y contribuido al trabajo realizado. Esta experiencia, rica en enscfianza, como lo ‘que debemos a la teoria de Lacan, nos permite, tal vez mds que a otros, dilucidar ciertos fendmenos propios de los grupos psicoana- liticos. : Resulta evidente que este andlisis, a su vez, se inserta en una problematica mas general: la planteada de origen por la existencia SOCTEDADES DE PSICOANALISIS 55 de “sociedades psicoanaliticas”. Con todo rigor, nuestro estudio hubiera debido interrogar a las instituctones psicoanaliticas desde una perspectiva histérica. No lo intentaremos y permaneceremos €n parametros espacio-temporales bien precisos: la situacién del psicoandlisis en 1969 en Francia. Definiremos el sentido que damos a dos términos que seran utilizados frecuentemente en estc texto. Por didacta designamos al analista que analiza a un sujeto —al que tlamamos candidato—, quien, en el transcurso de su propio andlisis, descubre o confirma su deseo de ser analista. Ya sea que el analista obtenga el titulo de didacta después de un cursus rigurosamente establecido, o que “se autarice por si mismo”, lo designaremos con el mismo término. LO EXTRATERRITORIAL: SOCIEDAD DE PSICOANALISIS ¥ SOCIEDAD DE DEMANDA Con Ja f6rmula poce ortodoxa de “sociedad de demanda” quere- mos sefalar la relacié6n que existe hoy en dia entre la sociedad, término tomado aqui en sentido amplio, y la funcién del psicoana- lista, a Ia cual ella apela. Esta entrada en materia se sitda, por lo tanto, en un campo extraterritorial en relacién con el psicoanilisis. Yeremos que su extraterritorialidad no lo hace menos importante. Constatemos que Ia ley de la oferta y la demanda parece, por el momento, favorecer a los psicoanalistas, ya sea que se dirijan a aquel que cura (el terapeuta) o a aquel que sabe (el ensefiante). No somos socidlogos y nuestro interés siempre ha sido incilado por la psique del sujeto, tal como nos interroga en nuestro campo. Pero nuestra experiencia, asf como nuestro trabajo en el medio hospitalario, nos permite formular dos observaciones. 1] Ya sea en los hospitales psiquidtricos, en los dispensarios, en los institutos médico-pedagégicos, entre los educadores o reeduca- dores, la demanda de psicoterapeutas (término que designa, de hecho, a los analistas) aumenta de manera progresiva. 2] El malestar que genera Ia sociedad contemporanea muestra Ja exacerbacién de determinados conflictos psiquicos y revela el callej6n sin salida al que conduce Ia mayoria de la soluciones propuestas. La reivindicacidén de la felicidad o de la ibertad (cual- quiera que sea la idea que se tenga de elfas) parece, en una parte 56 PRACTICA DEL ANALISIS de los sujetos, proporcional a la dificultad que encucntran en transigir con un principio de realidad que, por algunas de sus exigencias, les parece un absurdo o un puro producto de fa presién social? Para una parte de la sociedad, sin duda menor, el recurso del psicoanalista se explica por este estado de cosas y por laimagen que ela tiene de él: una mezcla de hombre de ciencia, mago y consejero psicolégico. Es a esta “imagen” compuesta a la que se acudira a pedir ser tiberado de un taedium vitae que tiende a convertirse en él mal del siglo. Estos dos factores explican por qué el analista-terapeula se ve cada vez mas solicitado, por qué Ias listas de espera se amplian. Si volteamos del lado del “saber”, constatamos un fenémeno paralelo. Lo hemos analizado en el texto antes citado. También recordaremos que la “ciencia analitica” fascina cada vez més a los que practican otras disciplinas y sc acompafia en algunos casos de una suerte de totalitarismo ideolégico que, por razones harto criticables, presenta al analista como depositario de un saber tlumo. De esto deriva otro tipo de demanda: el analista pasa a ser el ensefante, el invitado de élite, el autor del bestseller del aio (esto independientemente del valor que pueda tener lo que dice o escribe). Tal estado de cosas plantea el problema de las repercusiones que €sto provoca en nuestra disciplina y mds particularmente en dos registros: ® lavocacién; * la contrapartida que exige la sociedad como precio de su de- manda. A propdsito de la vocacion Aunque el término ambiguo de “vocacién” tenga un resabio idea- lista, a menudo se lo encuentra asaciado con el adjetivo “psicoana- litico”. No es la “vocacién” del candidato lo que supuestamente se verifica cuando se habla de “seleccién”, o lo que se cree no puede ser sometido a la prueba sino por la cura cuando se rechaza laidea de seleccién? A medio camino entre el liamado, la misién, el ? La enfermedad de la cual sulre sobre todo ba generacién més joven ofrece fa demostracién mas evidente. . : SOCIEDADES DE PSICOANALISIS 57 destino, el interés, este término sigue marcado, sin embargo, por el uso que se le dio en el campo religiose para designar a aquel que es llamado por Dios. 3A qué “Mamado” responderd pues el futuro analista? La respucsta mds frecuente en nuestros dias se apoya en dos conceptos: el “deseo de saber”, en su sentido mas general, y el “deseo de transgredir”, en su sentido mas especifico. Transgresién, subversién, revolucién: no somos nosotros quienes rehusariamos esta dimensién de la obra de Freud pero no podemos eludir la pregunta sobre qué justificaria atin hoy en dia el uso de estos términos; eso que sélo remiliria a la nostalgia de un pasado cuya aureola los analistas querrian preservar. Embarcarse en un lujose transatlantico para dirigirse a América y Viajar en la Santa Maria para intentar la aventura pueden respon- der aun mismo deseo de descubrir nuevas tierras, pero nos parece azaroso hablar en los dos casos de “vocacioncs” equivalentes en los viajeros. Las “carabelas” de nuestros dias vuelan rapido, bien, y ofrecen un meni atractivo: el pilotaje automéatico esta listo para remplazar las fallas siempre posibles del sujeto humano. No pre- lendemos que, por ello, la “vocacién” en nuestro campo sc haya convertido en una palabra vacia, pero pensamos que este riesgo no esta excluido y que la avidez con la que a veces sc intenta reivindicar la exclusividad del titulo de “transgresor”, o del apdstol del deseo de] saber, es sospechosa: recuerda la mala fe o Ja mala conciencia. Estar tentado por ta funcién psicoanalitica implica ciertamente un interés por los procesos de conocimiento y un asombro, diria Aris- tételes, ante las contradicciones de la psique. Elo prucba dos cosas: que la energia pulsional pudo escapar, en su mayor parte, a la represion y ponerse al servicio de la sublimacién, y que, por razones ligadas a la historia individual del sujeto y a su medio cultural, es en el campo del saber donde ha encontrado su camino regio. . Pero nada en este registro permite atin hablar de vocacién, ni analizar la raz6n de una eleccién particular. Esto es evidente por el interés de conocer: en cuanto al “objeto” del asombro, :nos permi- tira justificar en muestro campo el términe vocacién? ;No remite éste m4s bien a una seric de elementos, ninguno de los cuales puede eliminarse? El papel desempenado por el azar en un encuentro del espiritu, la valoracién o [a oposicién “social”, la experiencia afectiva singular, el medio cultural, ino est4n aqui para recordarnos que el término “sobredeterminacién” no es una calificacién exclusiva del sintoma? ° : 5B PRACTICA DEL ANALISIS Entonces ¢cémo y por qué separar en el sujeto lo que es parte de su estructura singular y lo que es respuesta a una inducciédn exterior? Todo lo que tenemos derecho a decir (ya querer verificar cuando funcionamos como didactas) es que la induccién, en ciertos casos, puede ser Jo tinico en juego y, por este hecho, influir en ta eleccién del sujeto de manera ilusoria y peligrosa. ¥ que, a la in- versa, las motivaciones pulsionales pueden tratar de abrirse camino bajo el disfraz operado en nombre de una ética que no es la del sujeto sino la del grupo, sin que exista, en realidad, concordancia entre ellas. En cuanto a [a “transgresién”, si toma el camino del saber nos invita asimismo a renunciar a ciertas formulaciones que huelen a apolopia y —lo que es mas desagradable— a autoapologia. Entre el Eppur si muove de Galileo, las afirmaciones de Darwin y el discurso de Freud, no vernos cémo se podria cuantificar la transgresién que opera en clos. La transgresién, en la acepcién que nosotros le damos, fuera del registro perverso o psicdtico, es el movimiento que lleva al sujeto a sobrepasar lo “sabido”: lo que él transgrede es hasta entonces una verdad planteada como ley sagrada y como garantia de un saber (y por lo tanto de un dominio posible} sobre el orden del mundo. Al hacerlo, destituye al saber instalado en nombre de una verdad in statu naseendi la cual, a su vez, retomaraé la funcién cn espera de un nuevo transgresor- Asi coma el saber se inscribe en un movimiento cuyo origen es, doblemente, un mile, y cuyo punto de Hegada es tmpensable en el sentido es- tricto del término (lo que anularia pensarlo como actividad psfqui- ca), asimismo la transpresién debe ser concebida como aquelio que, er ese movimiento, viene a representar los puntos de viraje. Creer en la posibilidad de una transgresién “dltima” ¢s recrear el mite de un sumo saber, de un absolute del conocimiento: su lado caricaturesco esti en preconizar esta concepcién, en nombre de esos “recortes” iltimos, sean epistemoldgicos o estructurales. E! que Galileo, Darwin, Freud o Marx (y algunos otros) hayan sido transgresores en igual medida, no significa que las verdades establecidas por ellos sean equivalentes. Pero el destino de sus obras nos invita a meditar sobre la recaida, en el campo de un discurso recodificado en su honor, de esos primeros movimientos de transgresién, recaida que entraha una recuperacién proporcio- nal a Ja fuerza y al impacto que los caracterizaban. Ej que ha tenido ia audacia y el genio necesarios para tales SOCTEDADES DE PSICOANALISES 59 transgresiones puede transmitir a sus herederos muchos “bicnes”, pere seguramente no la posibitidad de desmantelar la barrera que se ha derribado. Esto nos Neva nuevamente al problema de la vocacién de los freudianos contemporaneos. Si podemos afirmar que un deseo de conocer que privilegia al hecho psiquico sigue siendo el bien comin que compartimos con Freud y sus primeros adeptos, y nes autoriza a Ilamamos sus discipulos, spodemos, como consecuencia, silenciar el papel que desempefia esa induccién extraterritorial, que pretendemos creer que no es exclusiva o dominante en la eleccién de Ja funcién psicoanalitica? Reconozca- mos que la alteracién del juicio social (poco importa que no sca, como lo preveia Freud, mds que la otra cara de una resistencia siempre activa) nos da merecidamente la aurcola de transgresores: zes la sociedad Ia que nos ha recuperado o es el analista el que ha recuperado cierlos emblemas de los que no podia prescindir? Ese “andlisis original”, que siempre hay que reinventar, :no es un ultimo milo? La posibilidad de la aventura, la audacia de la exploracién de Uerras virgenes, la angustia por lo desconocido, zhan de encontrarse en un nico linaje, aquel que, particndo de Anna O..., se Lransmitiria en la sucesidn de los analizandos, mientras que el linaje de los analistas presentaria una solucién de continuidad desde el origen? Seguros de la legitimidad de nuestro saber, tentados por el espejismo de una formalizacién que pretende recubrir exhauslivamente el campo psiquico, ¢nos veriamos redu- cidos a vivir la audacia y la hazafia por interpésitas pcrsonas?; ;acaso hemos pasado insensiblemente del deseo de conocer al desco de hacernos reconocer, del papel de exploradeor al de promotor? Pero estas preguntas atafien mds al analista en funciones que al candida- to, al cual volvemos. En cuanto a este tiltimo, los elementos que hemos delimitado como motivaciones inducidas por la coyuntura sociocultural per- miten dos engafios posibles: * pueden ocultarle, bajo la apariencia de una eleccién racional, la especificidad de un deseo, de una intencién ignorada por é1 mismo; : a ® pueden, por el contrario, disfrazar una eleccién profesional, que obedece a la fascinacién de los emblemas sociales, como deseo de saber. En la practica se produce un incremento progresivo de las demandas, que a su vez amenaza, si no con conducir al analista a 60 PRACTICA DEL ANALISIS engaiio, al menos con hacerle muy dificil una buena respuesta. Y esto alin mds en 1969, cuando el analista se encuentra en una siluacién bastante paraddjica en relacidn con un punto: o esta atrapade en el movimiento de extensidén, en el que facilita el in- cremento de Ja demanda y favorece una institucionalizacién de ti- po universitario, o bicn trata de defender la extraterritorialidad de su campo, destruye toda integracién, reivindica lo “subversivo” de su funcién con el resultado de ver acrecentarse su auditorio c intensificarse los aplausos, lo que vuelve sospechosas ciertas posi- ciones y¥ clertos anatemas. De estos sefialamicntos extraeremos las siguientes conclusiones con respecto al problema de la “vocacién”. 1] La demanda social satisface motivaciones secundarias, opues- tas a las de los pianeros; sin embargo, sabemos que los benelicios secundarios de una neurosis pueden terminar por ocupar el lugar de lo que constituia su primum movens, que pucden resistir, mas que cualquier otra defensa, la accién del andlisis. 2] Estas motivaciones, no extrapsiquicas sino extraanaliticas, no pueden ser subestimadas en la elucidacién de las razones de ta “elecci6n", ni, cosa mas importante, en el papel que les corresponde en el devenir del psicoanalista. El paso de la posicién que rozaba la excomunién (sea por parte de la moral o por [a del saber oficial), ala que roza la olicializacién, no puede dejar intacta la relacién del sujeto con su funcién y con la concepcién que de ella se forma. $] Colocado ante esta realidad, ;c6mo podria el candidato, al inicio, rechazar Ia representacién que de su tarea futura le plan- tea la sociedad y reencontrar ese gusto por el riesgo, por Io dificil, por !a aventura, que debio ser el capital de nuestros predecesores? La contrapartida a pagar A partir del momento en que la sociedad reconoce la legitimidad de una funcién, la declara necesaria y recurre a ella, es normal que exija ciertas garantias a cambio. Se puede hablar de recuperacién, de resistencia, de desaproba- cién, pero sise reduce el problema a estas dimensiones, se practica io que es necesario en un psicoanalisis pero imposible en otra parte: se deja entre paréntesis la realidad de los hechos. Hay psicoanalistas que ejercen (entiendan lo que entiendan por este términe) en t ‘ i | : i 3 i SOCIEDADES DE PSICOANALISIS 61 hospitales, que ensenan en faculiades, que actian en instituciones, que van desde Ja escuela hasta la fabrica, desde los centros de formacién muy diversos hasta los seminarios mas selectos, y que son mal pagados, en general, pero pagados de todos modos por hacer esto.? Pagados no por un individuc sino por representantes de la sociedad; spuede reprocharse a estos tiltimos que quieran preservarse de los francotiradores o de los falsarios? Sobre todo cuando se piensa, con raz6n, que el “enfermo” (lo que el profano llama de este modo) no tiene Ja posibilidad de juzgar- A partir de ahi la sociedad, basandose en modelos conocidos, planteara la. cuestién de lo bien fundado del “titulo”: én un primer momento, inquieta frente a la oscuridad de ciertas definiciones que se le proponen, la sociedad se limitara a transferir la responsabilidad a Jas Instituciones formadoras y las considerara garantes de Ja habili- tacién de ese nuevo y extrafio funcionario: el analista. En un segundo momento, mds desengafiada o creyéndose mas advertida, o tras haberse vuelto mas desconfiada y mas “demandante”, inten- iar “planificar” cl problema y considerara Ja posibilidad de esta- blecer “diplomas” o “estatutos” sobre los cuales podra lepislar, Las seciedades psicoanaliticas interpeladas de esta mancra se veran forzadas a responder por tres razones; 1J temen igualmente las falsificaciones? y la desvalorizacién de sus “funcionarios”; 2] temen mas atin, y de manera ampliamente justificada, la intro- misi6n de modelos heterogéncos en los procesos de formacién; 3] no quieren, por razones mucho mas ambiguas y contradicto- tias, llevar el debate extra-muros: un cierto deseo de esotcrismo no es privalivo de los lacanianos. Si la formacién psicoanalitica pudiese superponerse a una for- macién de tipo universitario, la respuesta no presentaria dificulta- des. Podria considcrarse una ensefianza que, inspirandose en Freud, trataria en primer lugar de su obra y en seguida de las disciplinas cuyo conacimiento aconsejaba alos analistas.> Las socie- dades psicoanaliticas tendrian como iinica funcién supervisar el " Dejamos de lado el problema del reembolso por los sistemas de seguridad social, que no cs tan simple como quisicran los parlidarios tanto de ja aceptacidn como del rechazo. 4Cf. Ferenczi, Sur Morgnnisation du mouvement psychanalylique, 1911. Al leer este teXLo se verd que estos lemores ya habian sido cvocados. .. 5 CI J.-P. Valabrega, “La psychanalyse savante", en ZInconscient, ntim. 8, UE. 62 PRACTICA DEL ANALISIS saber de los alummos. Sin duda, ésta seria la opiniGn de un profano. Ya diremos por qué esto es imposible. Por cl momento constatemos los hechos: ® Las sociedades psicoanaliticas no pueden seguir prestando cides sordos a una sociedad a la que estan cada vez mas integradas. Lo que la sociedad exige de ellas anula esa extraterritorialidad que podrian querer reivindicar. No es posible, a un tiempo, felicitarse por un reconocimiento que ya era el deseo, ambivalente sin duda, de Freud, y declararlo nulo y sin valor. Se debe tener la lucidez de evaluar sus consecuencias y peligros. ® Nadie puede sostener que este tipo de institucién es inutil: “el analista se autoriza por si mismo” es una formula promulgada en el seno de una escuela que proclama bien alto su vocacién forma- dora, incluso su utilidad publica. La desaparicién de estas sacieda- des s6lo dejaria lugar a dos soluciones final mente idénticas: el paso del poder a las catedras universitarias o la reduccién de la obra de Freud ala nada. Por lo demas, creemos que tal posicién es sastenida s6élo por quienes, scguros de lo perenne de Jas sociedades a las que pertenccen, pueden darse cl lujo de un derrotismo gratuito y de una critica que saben sin continuidad. Desde entonces, las sociedades psicoanaliticas, como organis- mos de formacién, se ven confrontadas con una doble contradic- cién que es Util reconocer antes de decir si es superable y c6mo. Por una parte, los procesos de habilitacié6n que ponen en pric- lica se transforman, cuando no lo son ya, en la condicién para ejercer, y no pueden ignorar las presiones exteriores: ahora bien, esos mismos procesos deberian ser, de hecho, testimonio de la preocupacién de los “legisladores” de no tomar en consideracion sino lo que protege a la experiencia didactica de toda injerencia del poder, venga de donde venga. Por una parte, aunque denuncien el error que seria moldear la formacion analilica bajo cualquier otro “modelo” existente (y por lo tanto, como corclaric, modelar una sociedad psicoanalitica inspirandose en otro tipo de asociacién), Jas asociaciones no puc- den prescindir de “modelos” bajo pena de caer en la anarquia y Ja irresponsabilidad absoluta, en fa ofigarquia, o incluso en la autocra- cia. AI delegar en alguncs o en unc solo el derecho de “legislar”, la sociedad se reafirmaria de esta manera en aquello que no sabria siquicra que habia perdido: ej derecho a ser responsable de su destino. SOCIEDADES DE PSICOANALISIS 63 Esa doble contradiccién esta en el origen de un malestar que no data de nuestra época. Pero entre 1910 ® y hoy han pasado 59 afios; ano habremos, nosotros también, “aprendido u olvidado nada” (considerando el olvide como esa nostalgia de un tiempo primero, facilmente mitificado)? EL “INTRA-MUROS": DIDACTICA G TRANSMISION ¥ FORMACION Estos términos designan para todo analista la razén de ser de Tas sociedades psicoanaliticas. Ya hemos definido qué se entiende por didactica. El término “cransmisién”, de empleo mas reciente en nuestro lenguaje, apunta a aislar ese acceso a un modo de conocimiento coextensivo de un anilisis. Justifica la exigencia de un anilisis para el futuro psicoana- lista, pero no estd exento de ambigtiedad cuando se quiere definir el objeto a transmitir. En efecto, se supone que el analista ha de trans- mitir, como en todo anilisis, esa capacidad y ese deseo de analizar- se, condicion sine qua non de toda cura que no haga de Ia desapa- ricién del sintoma su tinico criterio de éxito?, o existiria, en el caso de la didactica, “algo mas”?, y si es si, scdmo se le aisla? En cuanto al término “formacién”, éste engloba la totalidad de los procesos de habilitacién, Cualquiera que sea la terminologia elegi- da y las modalidades de aplicacién, se cncontraran, de hecho, tres entidades bien conocidas: Ja diddctica, el control y la ensefianza. Nuestro propésito es demostrar que la mayor parte de Jos problemas que suscita periédicamente tal o cual punto de Ia formacién, se desprende de, y remite a, ese punto neuralgico que es la relacién didactica; contrariamente a lo que se haya podido pretender, la experiencia muestra que es en su campo donde fa “pureza” del analisis esta m4s amenazada, tanto por los efectos de lo que hemos denominado Io extraterritorial como por los efectos de ese fendmeno supraterritorial que se llama transferencia. Fste sera, pues, el tema central de nuestras reflexiones. ® Fecha cn Ia cual ell II Congreso de Psicoanalisis, ceunido cn Nuremberg, voto, bajo propuesta de Ferenczi, los estavutos de la Asociacién Psicoanalitica Intemacional, ba cual reagrupa casi a la totalidad de las sociedades psicoanaliticas existentes. Ce- neralmente sc la designa con Ia sigla a (International Psycho-Analytical Association}, PRACTICA DEL ANALISIS Los participantes en presencia: el analista, el candidato, la sociedad Que [a “sociedad”,’ en Ja persona de sus represcntantes, proyecte de entrada su sombra sobre el encucntro, es una evidencia cuyos efectos secundarios quedan por aclarar. Ei candidato, al formular su demanda, realiza, implicita o explicitamente, una doble eleccién: elige un analista, efige un modelo de formacién y por lo tanto de sociedad; cse modelo es [o que cl discurso de la sociedad transmite como su teoria de la formacién. Ya sea que cl candidato dirija su demanda, seguin un procedi- mientg bien definido, a un didacta cuyo saber esta supuestamente gatantizado por una lista, o a un analista que “se autoriza por si mismo”, su cleccién implica una suerte de opcidn a prior, que encuentra sus motivaciones en lo extraternitorial (el candidato, en el momento en que formula su demanda, no esta en mejores condiciones de criticar, desde una perspectiva psicoanalitica, los estindares que se inspiran en la Asoctacién Psicoanalitica Interna- cional [ira] que la “propuesta” de J. Lacan).$ ‘ Ahora bien, esta opcién, primer paso en el recorrido analitico, loconduce a pronunciarse sobre lo mas espinoso de nuestra teoria: el problema de la formacién. De esta manera el candidato corre el riesgo de caer en la trampa de una teorizacién cuyo valor le pareceré demostrado por la im- portancia numérica de los miembros de la sociedad que la enuncia. Virgen atin de toda posibilidad de juicio fundado, se enfrenta al peligro de ser metabolizado ipso facto en “cl alumno” de una so- ciedad que le exigir4 que defienda sus intereses (o de Ja cual creer tener que constituirse en abogado), incluso antes de poder pronun ciarse sobre Jo que esta en juego. La posicién del alumno destituira ala de adepto. Si en la relacidn analilica (didactica 0 personal) el analista ocupa imaginariamente el lugar de ese Otro supuesto saber, y esto desde la primera sesién, enel caso de la didactica, y de manera igualmente inmediata, la sociedad pasara a ser el campo de proyecci6n —tam- bién imaginaria en cl papel que le hara desempefiar el candidato— ? Aqui hablamos de kas sociedades psicaanaliticas. 9 Esta “propucsta” sera analizada en la diltima parte de este texto, Fuc publicada en febrero de 1968 porJ. Lacan en un nimero de la Revue Seilicet: cogamos al lector ternilirse a ella. 2 ee cee de una instancia Ultima que garantiza (o invalida) el saber de ese “Otro” elegido (el analista). Al “sujeto supuesto saber” se aprega una “sociedad supuesto saber” que, segiin los movimientos transferenciales en juego, llevard el vinculo transferencial vis-4-vis al analista o lo desplazarda otro registro; en los dos casos sera muy dificil desenmascararlo. Pero, gqué representa Ia “sociedad” para el candidato? Aqui es preciso distinguir dos campos: ej de una teoria sobre la psique (podremos hablar, asi, de sociedades freudianas, junguianas, adie- rianas) y el de una teoria sabre el método que permite tener acceso a lo que esa teoria ensefia.? Es en funcién de lo que se juega en el segundo registro que se han hecho Jas separaciones, por lo menos en Francia, sin perjuicie de tachar enseguida a los ex colegas de antifreudianos. Por este hecho, la “sociedad” vaa representar para el sujeto tan- to el lugar donde se enuncia la “buena” interpretacién de Freud, como el lugar donde se promulgan las reglas “justas”, linicas que permitiran su transmisién. Ahora bien, esta segunda representaciGn ya no remite al anoni- mato de una sigla (srr, arr, EFP, 9G)? sino a aquellos a quienes la so- eiedad elige como sus “representantes” y en quienes delega la funcién de hacer aplicar esas reglas justas. Aqui, la proyeccién imaginaria choca contra un “poder” que tiene bases en la realidad, poder y realidad a los que el candidato tendra que hacer frente y que conciernen, en el mas alto grado, a su “didacta”, puesto que —de ellos— obtiene 4] su investidura (cualesquiera que sean los modaos de investidura elegidos). Esta “puesta entre paréntesis de lo real”, adagio bien conocido por los analistas, tropieza entonces con una realidad que amenaza siempre con provecar en Ia cura una escisién tanto mas Facil y tanto mis perniciosa cuanto que el analista corre a su vez el peligro de proyectar sobre ese mismo “real” sus propios fantasmas, sus propios senuelos. Mosiraremos por qué uno de los efectos posibles de esa inter- 3 De esta manera, en Francia, las sociedades existentes proclaman su fidelidad a Freud, y las diferentes interpretaciones que cada una hace de su obra se encuentran lanto entre los miembros de una misma sociedad como entre los miembros de sociedades diferentes. : 10 Estas cuatro sighas representan én orden cranolégico a las cuatro sociedades existentes en Fraticia: Sociedad Psicoanalitica de Paris, Asociacion Fsicoanalitica de Francia, Escuela Freudiana de Paris, Cuarte Grupo. 66 PRACTICA DEL ANALISIS. reaccién al real-imaginario cs producir un “resto” que escapa a la operacién transferencial ast como a su elucidacién, y sera Ja causa de un punto ciego en el campo mas problematico para la actuacién del analista: Ja relacién poder-saber. Ese “resto”, cse no analizado que se convierte en no analizable, no esta por ello perdido: va a servir para cimentar una relacién analista-seciedad (o, mejor dicho, analista-represcntantes de la sociedad) que perpetuaré, al abrigo de toda posibilidad de interpretacién, la problematica transferencial. El peligro que representa esta fractura, cuya responsabilidad in- cumbe al funcionamiento.de las sociedades, ha sido denunciado desde hace largo tiempo por los analistas. Las diferentes soluciones propuestas demuestran la inquietud de los legisladores por prote- ger al candidato de Jo que, una y otra vez, se ha llamado “transfe- rencia lateral”, “pasaje al acto” o “ fuga del andlisis”, términos que designan esa tendencia propia del candidato a poner en cortocir- cuito el “dolor de transferir", gracias a las vias que le ofreceria la aceién, incluida y sobre todo, aquella que consiste en pasar del divan al sillén. Esa preocupacién nada ofrece de criticable, muy por el contrario. Pero no debe servir a su vez para ocultar los efectos laterales que aparecen del lado del analista cuando cl que demanda andlisis es conjuntamente un candidato-alumno y, por lo tanto, un futuro miembro de !a sociedad a la cual pertenece cl analista. Pensamos que ciertos efectos propios de la didactica, asi como sus consecuencias sobre el funcionamiento del grupo, son ante todo obra del analista y de su investimiento en el campo didactica. La diddctica y sus avatares Avatar significa metamorfosis, cambio. De manera errénea, y sin duda por asociacién con aventura, averia, afrenta, se Ja emplea a veces para designar un accidente de recorrido, una odisea que termina mal. En nuestro subtitulo, este doble sentido podria estar justificado. Ya hemos dicho por qué la investidura para la funcién didactica es siempre tributaria del cédigo que rige a una sociedad. Decir que esta funcién sdélo puede ser atribuida por el demandante ¥ que aquel que “didactiza” no puede sino “autoautorizarse”, no invalida en absolute el hecho de que tal decreto no puede ser sino a partir del momento en que una sociedad lo impone en nombre de su teoria sobre Ja formacién. SOCIEDADES DE PSICOANALISIS 67 Es por esto por Jo que siempre se encontrara a la instancia del poder presidiendo la apertura de Ia parte didactica. En la primera parte de este texto abordamos. el problema de la vocacién del candidato. Ahora bien, la “vocacién formadora o didactica”, :no es lo que toda institucién psicoanalitica esté dispuesta a inscribir en sus estatutas? . - . . Pero, de esta vocacién, equiénes son los Ilamados? La respuesta podria parecer sencilla: aquellos que, en una sociedad, prueban su interés por la formacién (didactas, supervisores, cnsefantes). En realidad, esa “vocacién”, esta vez por. razones intraterritoriales, puede estar también sobredeterminada y ser también ambigua. Constatemos, cn primer lugar, que la f6rmula “formar un alumno”™ designa en general, para el analista, la funcién didactica. Esto se ve confirmado-por el empleo que de ella se hace en nuestros grupos: e] “alummo de Fulano’ ¢s el titulo que se le da cominmente al ana- lizando de aquel a qulen se nombra, y no al “controlado” o al “en- sefando”. Uso revelador y que descubre uno de os elementos en juego en la “vocacién”. Agreguemos que si sc ha criticado, con raz6n, el uso que a veces se hace del adjetivo “personal” para diferenciar el analisis propiamente dicho del analisis didactico (y dado que todo anilisis es personal en el mas alto grado), cl adjetivo “didactico”, tomado en su sentido literal, plantea el problema de saber si todo andlisis no supone necesariamente una dimensién didactica. La lectura de los informes de arvilisis hechos por Freud dificilmente permitiria negarlo. ¢Cudntas veces no le vemos expli- car al analizando el texto del sueno, del fantasma o, mds directa- mente, tal o cual hipétesis teérica? ¥ cualesquicra que sean las tendencias mas modernas de nuestra técnica, :pucde negarse que el analisis apunta a dar acceso, al sujeto que se somete, a un conocimiento sobre su funcionamiento psiquico? En ambos casos transmiliriamos por lo tanto un cicrte saber sobre un cierto objeto, y Ja especificidad de esta “transmisién” consistiria cn que ella no puede efectuarse directamente de los textos (la obra de Freud) al fector, sino que exige esta experimentacién in vivo, la cual implica la presencia de un analista. Paraddjicamente, el psicoanilisis se presenta como la ciencial! inventada por un “autodidacta’, cuya teoria tiene como primer 1 sobre este derecho de denominacidn véase el texto de C. Castoriadis en cl ndmero & de LInconscient. 68 PRACTICA DEL ANALISIS postulado que no puede haber “autodidactas” en su campo. EI autoanialisis de Freud, matriz de Ia que nacis su obra, se convertira para sus sucesores en lo que éstos sdlo pueden alcanzar, en el mejor de los casos, después de un psicoaniilisis, en el sentido ortodoxo de este término, ‘ Lo que pucde parecer una paradoja es sin embargo la evidencia que impone nuestra teoria. El primer bien que nos legé Freud, es evidente, se sitia en el lado de la transferencia; el autoanalisis, en Freud, es ese proceso, esa exploracién que no se apoya en ningiin modelo teérico del que haya podido disponer a priori. Decir que Fliess desempendé para Freud el papel de analista es una verdad a medias, Si bien es cierto que para Freud ocup6 el jugar de ese interlocutor ausente y silencioso, al cual Ie decia lo que descubria en el aberinto de su propio inconsciente, también es cierto que Fliess nunca comprendié nada de! papel que se le adjudicaba. ¥ fue ese no saber, esa opacidad, lo que tuvo para Freud funcién de revelacién: el Otro supuesto saber se le fue apareciendo poco a poco en su desnudez, descubrié que ese “saber” que él queria hacerle asumir no era otra cosa que el objeto de su propio deseo, que lo que le demandaba a Fliess era que !e garantzara un lugar donde ese objeto existiera, donde no habia mds que encontrarlo. Cuando forzaba a Sileno a abrirse, descubria el bien mas preciado: la obra de arte que él mismo habia elaborado lentamente, y reconocia la transferencia. Y a Ja vez, sabia que acababa de descu- brir la via por la cual el sujeto debia pasar para que la apertura de Sileno no desembocase en el vacio, en la nada. Este proceso ya no est4 en nuesims manos. La obra de Freud nos desposeyé de él]. Puesto que la “via” se ha convertide en modelo (se trate de ta primera vertiente o de ta segunda}, puesto que el proceso fundador se ha transformado en texto, toda tentativa de autoanalisis (entendamonos: sin Ia prelacién de un anilisis) se toparia con ese hecho; come no podria sino repetir el proceder de Freud utlizando el modelo ofrecido, seria Freud quien tomaria implicitamente, para nosotros, el lugar de Fliess. Como su texto viene a representar al Ouro supuesto saber, este Gluimo estaria enclavado en el registro de un saber muy real. La apertura de Sileno se convertira en sinénimo de la apertura de los textos: se relecra constantemente el autoandlisis de Freud y no el propio. El conocimiento es siempre, en parte, reinvencién, ¢ impli- ca la necesidad de una interrogacién: si cl conocimicnte psicoana- SOCIEDADES DE PSICOANALISIS 69 litico es interrogacién sobre el deseo, es necesario entonces que exista un deseo al cual interrogar. :Qué quiere? La pregunta que Freud dirigia sin duda a Fliess no la podemos hacer nuestra sino frente al analista, es decir, a un sujeto gracias al cual podemos creer que somos el objeto de su deseo. El texto no puede ocupar su lugar: tal vez podemos utilizarlo para interrogar el deseo del autor, pero este deseo designa ya en el texto su objeto: ia respuesta no puede decirnos nada sobre nuestro deseo. El texto no es tal sino a partir del momento en que se hace obra, parte desprendida del autor y, como tal, aut6noma, que se ofrece como objeto formado por un deseo sobre el cual el lector no tiene ya ninguin poder. Lo que se podria llamar “la transferencia con el texto” no puede legar a ser en si misma objeto de andlisis, 2 menos que sea reinterrogada desde otro lugar; Ia relaciédn del sujeto con el escrito de Freud, con su saber, con su teoria, s6lo podrd elucidarse el dia en que cl sujeto haga de esta relacién aquello por lo cual se acerca al deseo de otro sujelo. Por eso, en ese campo, Ja posicién de Freud sigue siendo doblemente original: como fundador de una teoria que hemos hecho nuestra, él es quien origina una transmisién (y un linaje) que no puede pasar sino de analista a futuro analizado. El lugar que tienen, en este caso, los textos (nos referimos a sus escritos) es muy particular. Entre el texto como saber y su aplica- cién, es decir, aquello que hace entrar este saber en el campo de la accién, lo que puede realizar sus objetivos, se interpone ese “prac- ticante” particular que es el analista (y, por lo tanto, la experiencia de un psicoandlisis). Leer, comprender, conocer la obra de Freud no exige, por supuesto, la condicién previa de un anilisis; pero la relacién del sujeto con esfe conocimiento no sera la misma en los dos casos, pues para que éste sea la herramienta gracias a la cual el “cognoscente” puede tomarse por objeto a conocer, para que pueda saber lo que “en verdad” espera de esa herramienta, a qué deseo responde, se torna necesario ese tercer término que es el analista. De ahi que el practicante, lejos de desempenar un papel secundario en relacién con el texto, se convierta en el tinico que pucda devolverle su potencia de acto. Por consiguiente, querer diferenciar al analista-practicante del analista a secas es un grave error. Este ultimo titulo sélo puede aplicarse a quien asume la responsabilidad de un método y por Io tanto de una prictica, inicos capaces de hacer pasar el saber que

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