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IB International Broking
Vicepresidente
Exposición I.S.B.N.
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Coordinación General
Fundación Provincial de
Artes Plásticas “Rafael Botí” © de los textos: sus autores
Organiza:
Colabora:
Contenidos
7 Presentación
José Mariscal Campos
9 Presentación
Fco. Javier Pajares Gutiérrez
13 Ligero de equipaje
Iván Pajares
29 Catálogo
87 Biografía
Presentación
7
Presentación
Fco. Javier Pajares Gutiérrez Los dibujos que podéis contemplar y que
forman parte de una colección más amplia, son el fruto de un viaje
interior en el que el espíritu se desplaza por el Reino de las Tinieblas
abriendo rendijas a la tupida red de la diosa “Obscuridad” para que
se muestre la “Luz” con todos sus atributos y matices.
Este viaje se realiza en el reposo y silencio más absolutos, interrumpido
solamente por los espasmos de una mano que interpreta los estímulos
captados por la retina que absorbe a su vez el flujo de fotones con
continuos aleteos de los párpados frente a los “personajes” petrifi-
cados de nuestra cultura ibera.
Han sido horas, días, meses, años de diálogo enriquecedor entre un
mundo de formas primitivas pero de una belleza explosiva emitiendo
sin cesar una sinfonía de claroscuros y el cerebro, ayudado por el
corazón, de un dibujante que trata de adivinar la vibración de los
corpúsculos de la luz asociados a una inquietante onda en su intento
de romper la maraña para emitir su melodía exclusiva.
Cada minuto es la medida de un compás desesperante.
Cada trazo es un acorde y una herida al tiempo.
La emoción de la Poesía plástica que se ha vivido es como un
verdadero Camino de Santiago o como un viaje a la Meca pero que
comienza y termina en uno mismo, sentado en la misma silla de
peregrino y tan inmóvil que no necesita Posadas ni refrigerios y solo
se ayuda de su lápiz-báculo para conseguir esa paz interior imposible
que resulta de la unión del humilde hombre y su obra.
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Javier Pajares o la paciencia en el dibujo escultórico
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Se puede decir que el dibujo es un espacio de reflexión, una herramienta de pensamiento en manos
de un artista; y con ese trasfondo Javier nos muestra una entrañable sensibilidad con unos trazos,
unos toques y unas suaves maneras de acercarse al papel que singularizan sus obras. Guillermo Pérez
Villalta escribía: “El dibujo es para mí el instrumento más eficaz que he encontrado para pasar de la
idea a la consecución de una obra”. Nuestro dibujante, en 1999, al poco de inaugurar la sala con la
nueva propuesta expositiva dedicada a las esculturas de Porcuna tomó la decisión de servirse del
dibujo para llevar su idea a buen puerto. Se fijó el horizonte de representar las esculturas ibéricas a
su manera, sirviendo de paso a la tradicional idea del dibujo arqueológico como elemento de fijación,
aunque con otros planteamientos.
Javier Pajares de alguna manera culmina en sus dibujos un camino interior pero también un camino
del propio centro museístico pues en marzo de 1999 se inauguró la nueva sala y montaje que el Museo
dedica al excelente Conjunto Escultórico Ibérico de Cerrillo Blanco (Porcuna, S. V a. C.) tras un largo
proceso. Un proceso complicado de más de veinte años que ha tenido siempre como protagonista
indiscutible el conjunto de esculturas pero en el que han intervenido numerosas personas que han
dedicado su tiempo y su esfuerzo a la atención del magno legado. Como Director de la institución en
los últimos años me ha correspondido la responsabilidad de encabezar los pasos que han llevado a
la nueva presentación museográfica y que arrancamos de forma efectiva en las negociaciones con la
organización de la exposición Los Iberos, Príncipes de Occidente a mitad de los años noventa para
comenzar la financiación de la restauración para la presentación homogénea del Conjunto.
Algunos días que he visitado la Sala a primeras horas de la tarde me he encontrado a Javier trabajando
en un dibujo, siguiendo su proyecto, en silencio, tranquilo pero con una mirada atenta y con una mano
que lenta pero suavemente iba plasmando en el papel un emblema del Arte Íbero de Jaén. Ahora nuestra
mirada se puede posar en un trabajo serio y riguroso y hacer eso que llaman la fruición del Arte.
12
Ligero de equipaje
13
creadora. Javier ha seguido el camino contrario. Se ha ido desprendiendo de todo lo innecesario,
de todo aquello que no depende directamente de su ojo y su mano, para producir un registro fiel de
unas piezas únicas.
Cuando observamos muy de cerca estos dibujos, y esto es fundamental para entender la obra, descu-
brimos un andamiaje increíblemente rico sobre el que se asientan toda una serie de líneas y trazos de
muy distinta índole para formar la imagen. Un tejido fruto de la paciente superposición de cientos, si
no miles, de líneas unas sobre otras.
Dentro de esa acumulación podemos percibir un orden, una jerarquía, y es que el ojo del artista no
es ingenuo. Ha encontrado una lógica motora en la representación que ordena y apoya el andamiaje
sobre el que se construye el dibujo.
Gracias a esa base increíblemente rica y detallada y a una determinación inquebrantable para, con lo
mínimo, conseguir el máximo en dicha representación, Javier consigue dar volumen al tejido de líneas
para que mediante una construcción luminosa comprendamos las formas que dibuja.
Ahora que lo damos todo por supuesto y por sabido es muy necesario que personas con la necesaria
paciencia y humildad de Javier nos recuerden la increíble potencia oculta en nuestros cerebros y que
simplemente está ahí esperando a que le demos una oportunidad para manifestarse.
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“...Extrae de muchas cosas un juicio universal semejante a una forma
o idea de todas las cosas de la naturaleza, la cual es muy regular
en sus medidas. Por eso no sólo en los cuerpos humanos y de los
animales, sino también en las plantas, edificios, esculturas y pinturas
sabe la proporción que tiene el todo con las partes y que tienen las
partes entre ellos y con el todo, y como de este conocimiento nace un
juicio determinado, que forma en la mente aquella cosa que después
expresada con las manos se llama “dibujo”, se puede deducir que
este dibujo no es otra cosa que una forma y explicitación concretas
del concepto que se tiene en el alma y que se imagina en la mente y
se articula en la Idea”.*
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Durante mucho tiempo el dibujo considerado como trazo delineador de una forma colmó las aspira-
ciones de una práctica extraordinariamente útil para el conocimiento. Permitía representar el mundo
visivo que nos rodea, pero también el no visible, el de las ideas, que cobraban de esta manera forma
de proyecto. Las Academias y los arquitectos fueron sus principales valedores, unos usándolo como
método básico para configurar todo tipo de obra plástica; los otros, para poder visualizar en distintas
dimensiones formas y proporciones de un organismo arquitectónico. En cualquiera de los casos la
línea como trazo implica un proceso mental de síntesis y de análisis a la vez de la realidad, cosa que
le dotó de esa categoría intelectual tan bien asentada por la teoría artística del Renacimiento y en
particular por Vasari, para quien el dibujo era el padre de las tres grandes artes, así consideradas
entonces, arquitectura, pintura y escultura. Merece la pena recogerla, a fuer de que se me tilde de
erudito. Sostiene el artista italiano que el dibujo:
De la excelencia de la definición vasariana no cabía esperar más que la valoración del dibujo en sí
mismo, como una obra de arte acabada, autónoma, sin necesidad de contemplarla solamente como
medio para llegar a otras formas, aunque el nacimiento y proliferación de las Academias en esas
fechas postreras del siglo XVI hicieran de esta idea del diseño, o mejor, del diseño como idea, el
fundamento de todas las artes y por tanto su imposición disciplinar en la enseñanza y aprendizaje de
las mismas. Prueba de ello sería la progresiva afición al coleccionismo de dibujos, su transmisión y
venta, que entre los propios artistas, primero, y después entre los “amateurs” empieza a desarrollarse.
Solo las diatribas, afines del siglo XVIII entre “antiguos” y “modernos”, entre dibujistas y coloristas,
en la pugna por la primacía de la forma plástica en la pintura, que empezaron a cuestionar ese papel
hasta entonces indiscutible de base al dibujo y que se fue acentuando a lo largo del siglo XIX con
las corrientes antiacadémicas a partir del Impresionismo, junto al nacimiento de la fotografía, podían
suponer un duro golpe al dibujo. Puesto en tela de juicio y hasta desbancado en parte dentro de
las academias artísticas, en un debate que aún sigue vivo, el dibujo se ha ido retirando como obra
autónoma, que nunca ha dejado de serlo, a un silencio reflexivo, apartándose del rutilante éxito de
la llamada “pintura-pintura”, que en explosión de color y tamaños se ha apoderado a lo largo de casi
toda la centuria pasada del escenario del arte.
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Por el contrario, en las Escuelas de Arquitectura el dibujo ha mantenido una posición de fortaleza
como disciplina formativa y no como simple instrumento técnico, con ser ya de por sí imprescindible
para la representación gráfica, es decir, como instrumento de análisis de formas. Y esto en una época
de avance tecnológico como no se había conocido en la Edad del Humanismo, avance controlado
incluso por otras profesiones afines, ha acentuado la sensibilidad artística del arquitecto moderno,
para quien el dibujo adquiere una entidad de autonomía plena para idear y soñar nuevas arquitecturas.
Pero además, conocedor e iniciado en las posibilidades poéticas que el diseño conlleva, practica y se
entrega quizás con mayor fruición a la representación de objetos reales que muchos pintores.
Javier Pajares pertenece a este grupo de profesionales de la arquitectura que han sabido cultivar su
sensibilidad artística a partir del conocimiento y la destreza en el dibujo. Lo conozco desde hace tiempo
y se de su interés por el tema a través de conversaciones y de su voluntad expresa de investigación
acerca de los motivos arqueológicos que hoy son objeto de esta Muestra y que, desde al menos cinco
años, espolearon dicho interés. Fue tal vez el descubrimiento del rico yacimiento del Pajarillo de Huelma,
junto a la ya magnífica colección de escultura ibérica que posee el Museo Provincial de Jaén , lo que
le impulsó a dibujar con apasionamiento estos fragmentos, testigos de una cultura ancestral, que en
su fragmentariedad y aislamiento de piezas de museo, invitan al ojo inquisitivo a analizarlos más allá
de sus silentes figuras, suspensos en un espacio extraño, como retazos de un tiempo perdido.
Con lentitud, en estos tiempos que corren no identificables precisamente con la parsimonia, J. Pajares
ha dedicado cinco años al menos a dibujar con apasionamiento, decía, esto es, a “delinear”, “describir”
y “revelar”, según fija nuestra Academia de la Lengua, un mundo que fue plasmado en formas y figuras
de indudable identificación: Guerreros; armas; animales...representados con todo lujo de detalles.
Tanto, que nos abruma la riqueza de datos documentales que nos proporcionan, descritos con enorme
precisión, y que la fotografía pronto se apresuró a explicitarnos de manera aún más evidente ¡Ah, la
Fotografia! ese gran documentalista actual, que con su potencial técnico y también artístico, pero
de otra manera, sabe con hábil manejo de las luces avivar perfiles, recortar figuras en un espacio y
aplanar superficies...Sí, la fotografía nos ha ensalzado valores monumentales, ha deificado las piezas,
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elevadas a esa categoría de lo museable; pero a cambio crea una distancia, una barrera invisible e
infranqueable, entre el espectador y la obra.
El dibujo por el contrario nos acerca, nos mete directamente en la piel de las figuras. La escala la
percibimos de modo diferente, de hecho el artista puede jugar a placer con ella, la agranda o la
reduce, situándonos ante ella en distintas perspectivas. Pero es la magia de la línea, ese trazo que se
desliza en el papel perfilando un volumen, delimitando un espacio en el fondo inerte, sin límites, de la
superficie, que transmite vida a una materia que abandona la tersura y frialdad d la piedra para trans-
formarse en otra orgánica. En un proceso continuo de indagación, J. Pajares va desvelando matices,
mínimas transformaciones en las oquedades de las esculturas, de las fracturas de los relieves, en las
brutales amputaciones sufridas, que escapan a la uniformante instantánea de la cámara fotográfica o
a la mirada rápida del visitante del museo.
Siempre sobre la base de un medio tan sencillo como el lápiz, el artista nos va mostrando la génesis
y el desarrollo de esa aproximación a las figuras. Primero, las gruesas líneas delimitadores de la forma
con el blanco del papel de fondo, fuera y dentro de esos trazos, seguido en unos pocos dibujos de
lo exhibido. Después, trazos más finos y sombreados van haciendo emerger el volumen en sutilísi-
mas intensidades de grises. El análisis se agudiza y más allá de la abstracta forma que nos había
hecho admirar el naturalismo de las anatomías de hombres y animales, comienzan a aflorar esos mil
accidentes que el tiempo, al fin el “mejor escultor”, como dijera Marguerite Yourcenar, ha ido tallando
pacientemente para que ahora el dibujo, guiado por la mirada atenta y la mano diestra, sepa rescatar.
Así, el terso e intemporal rostro del guerrero se nos ofrece a modo de imagen “craquelada” en la que
el idealismo de su expresión no puede superar la acción concreta, amenazantemente destructora, del
tiempo histórico. Por un momento, el joven hombre, sinónimo de fuerza y heroicidad, adquiere el tono
humano de la madurez, de la senectud incluso y del final irremediable de la vida.
En esa aproximación, a veces casi hipnótica, al objeto, el artista descubre formas más complejas en
los cuerpos entrelazados en la lucha o en la caza; tensiones que denotan una animación plástica sote-
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rrada bajo el plano principal u “oficial” con el que fue concebida su exhibición ritual o representativa.
Es como otra vida oculta y supeditada, que el ejecutor en su día no quiso olvidar, aunque consciente
de que no se ofrecería a la contemplación de sus destinatarios, pero que real y consecuente guardaba
para el ojo transgresor o para ser rescatada ahora por la mirada del artista moderno.
En fin, tampoco el autor ha querido quedarse en el apasionado descubrimiento descriptivo del grafito
y ha optado asimismo por mostrarnos ciertas piezas bajo el cálido trazo de la sanguina, unas veces
pura y otras combinada con el plomo de mina, para acentuar formas dominadas por ese toque emocio-
nal que los rojizos tonos parecen querer recuperar de un ambiente ya perdido, de ese otro tiempo
histórico al que pertenecen; un tono que las envuelve y nos las aísla, monumentalizándolas, sí, pero
acercándonoslas a la misma vez sentimentalmente.
A la postre, el ojo del artista Javier Pajares se impone sobre el más disciplinado del arquitecto. La
pasión narrativa y la emoción de descubrir revelan la actitud del silencioso meditador ante un mundo
de magmas de formas, las del mundo exterior y la del suyo propio interior, allí donde nace la pasión
por dibujar.
* VASARI, Giorgio, Le vite de piu eccellenti architetti, pittori e scultori... Florencia, Ed. 1568; I, 168. Cit. Por E. PANOFSKY,
Idea. Madrid, Cátedra, 1977, pág. 59.
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Dibujos de Javier Pajares
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las tareas colegiales, profesionales y hasta la colaboración con aquel buen arquitecto ya desaparecido,
me dieron ocasión de nuevo trato.
Y un recuerdo, ahora cercano, es el que tengo del día en que Javier me pidió que viese en su casa la
colección de dibujos que andaba realizando en el Museo Provincial de la estatuaria ibérica de Cerrillo
Blanco. De su casa salí doblemente impresionado, no sólo por la alta calidad de sus dibujos, sino
también porque nunca había visto tan de cerca ese grandioso instrumento musical que es el contrabajo
que Javier igualmente “domina”.
Un tanto asombrado ante su capacidad de dibujante y de la tarea que se había propuesto con ella,
descubrí en cada uno de sus dibujos el calor y la vida que aún latía con extrema fuerza bajo la pétrea
piel de aquellos hombres guerreros y cazadores, de la del toro, el caballo, el lobo, el grifo y el águila,
en actitudes arcaicas y congeladas musculaturas de blanca piedra caliza.
A mi mente viene de nuevo aquella frase del pintor francés Le Brun, cuando declara: ”basta un lapicero
para expresar todo lo que en la naturaleza existe, incluidas las pasiones humanas”.
Dos son las series que el arquitecto Javier Pajares Gutiérrez ha elaborado sobre este misterioso
mundo ibérico.
En la primera de ellas, compuesta de unos 25 dibujos realizados con lápiz de grafito, uno no sabe
como reaccionar al analizarlos con detenimiento. En ellos no está presente el recurso del dibujante
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cuando utilizando el lápiz, se vale de materia grasa que es el grafito para con ella cubrir superficies,
moldear volúmenes y así cómodamente salir airoso en el difícil juego de la luz con la sombra. Porque
en los dibujos de Javier es que no hay materia. Ellos son la antimateria pura, la meta a la cual todo
artista plástico trata de llegar y muy pocos alcanzan, como ya lo hiciera W. Turner en sus acuarelas
de la etapa entre los años 1822 a 1837.
Aquí, en la obra de Javier, el dibujo traspasa sus límites naturales de consecución para adentrarse
en el mundo del grabado a punta seca. Aquí, las túnicas superpuestas, los ricos mantos de lino que
se teñían de rojo, emiten ahogados roces; el bronce de los circulares pectorales y el de la caetra o
escudo suena a metal golpeado; y cruje el cuero de atalajes y correas sobre las pieles sudorosas de
animales y hombres.
Javier, al dibujar, no ha cubierto el papel con el lápiz; su técnica ha sido la levedad de la veladura, la
transparencia de tenues capas que, al superponerse allí donde era necesario, han moldeado volúme-
nes de límpidos e inmaculados bordes, como lo hace la piedra pero sin herir. Es el dibujo sin emplear
efectos ni recurso alguno, donde la goma de borrar solo fue utilizada para limpiar el blanco fondo
del papel allá donde el propio dibujo no quiso entrar. Para alcanzar tal pulcritud, hasta usó mitones
blancos que evitaran transmitir al papel y al grafito la lubricación natural de las manos.
Sus útiles de trabajo fueron: el papel extra Senator de 150 gr./m 2 en hojas de 297 x 420 mm, un
portaminas cargado de 2H y otro de HB, esta última dureza para matizar sombras y trazos de la topo-
grafía escultórica y un cajón de embalaje que en la sala encontró donde subía para obtener la línea
de horizonte deseada para dibujar y del cual descendía al intuir la entrada (en aquel ya “su mundo”)
de visitantes, tras adoptar el aspecto de ser uno de ellos.
Son particularmente interesantes de esta primera serie esos dibujos de línea pura en los cuales se
han conseguido los volúmenes como si de fotogrametría se tratase.
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Él me confesaba que, tras la conclusión de la primera serie se sintió agotado. Había comenzado en
1.999 a trabajar en ella, acometiendo su inicio con ese difícil grupo escultórico denominado “jinete en
pie atravesando con su lanza a un enemigo caído” y donde midió sus fuerzas, sin saber exactamente
a donde le iba a conducir el esfuerzo de dibujar diariamente, excepto los lunes, a lo largo de meses y
meses que se transformaron después en años. Dura y disciplinada tarea durante la cual dejó a un lado
la verdadera capacidad creativa, no permitiendo aflorar a su naturaleza artística, donde el cerebro fue
el principal motor mientras todo lo demás fue encerrado como en una olla a presión.
Pero ésta es una situación anímica que el verdadero artista soporta poco tiempo, lo que dio origen a
acometer otra segunda serie de dibujos en la cual se iba a sentir libre de tanta tensión.
Esta segunda serie, compuesta igualmente por otros 25 dibujos, es en donde va a dejar volar libremente
la mano sobre el papel, en a cual sustituye el grafito por la sanguina y concluye en el año 2004.
Necesario contrapunto de la primera de las dos series, es precisamente donde podemos encontrar esa
su capacidad de dibujante que desde la edad de cinco años se desarrolló, sin duda bajo la influencia de
los académicos dibujos de su padre arquitecto. Porque era este academicismo de necesaria disciplina
para arquitectos, pintores y escultores, que de alguna manera nos disciplinó y ordenó el pensamiento
a través de la copia de la escultura y elementos arquitectónicos del mundo clásico y renacentista con
lo que aprendimos, de paso, a analizar las formas.
Ahora, el profundo análisis que del arcaico y aún misterioso mundo ibérico mi amigo y compañero
Javier ha hecho, para mí ha sido una preciosa revelación, una lección de dibujo desde la humildad
grande y callada, una ocasión que todos los demás tenemos para poder llevar a cabo un nuevo análisis
conceptual sobre la estatuaria dibujada por él, un camino nuevo desde donde efectuar una moderna
contemplación, a través ahora de ese eterno juego sobre cuanto existe que unas veces podemos ver
y otras menos sabemos mirar.
24
Otra mirada para la escultura ibera
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de las esculturas en una zanja junto al espacio funerario, es una acción piadosa llena de misterio que
la metodología arqueológica solamente puede valorar por el momento como hipótesis. El complejo
mundo de imágenes de Cerrillo Blanco, aunque las circunstancias de su hallazgo impiden conocer
su posición en el monumento, recorre la vida de un príncipe ibero y los pasos de su “carrera” hasta
convertirse en un héroe. El niño que caza la liebre o los niños luchando remiten a la infancia, la lucha
con el grifo al rito de paso que lo convierte en adulto, que del joven hace un hombre; los duelos, esa
manera antigua de guerra homérica, constituyen un conjunto de imágenes en el que se muestran los
diferentes momentos de un duelo. Desde el momento en que el vencido recibe el impacto del arma
sobre su cuerpo, hasta que definitivamente en una de las parejas en lucha se presenta al vencido
muerto y al triunfante orgulloso levantado sobre aquel; quizás de este héroe vencedor sea la excep-
cional cabeza de guerrero. Por último en la vida de un héroe se ha de mostrar su papel en el marco
del ritual del culto a los antepasados, en el que la pareja de un hombre y una mujer vestidos de gala
se hacen rodear de otras imágenes de singular importancia como la oferente o divinidad con capri-
nos que todavía con restos de pintura roja, hace recordar a los dominadores de la naturaleza salvaje.
Añádase a todo ello los animales. La esfinge poderosa que se muestra, ausente de su pareja, como
posible guarda del conjunto, el grifo que apoyado en una ménsula se deja rodear por una serpiente, el
lobo que ataca a un cordero como expresión de la naturaleza salvaje que se enfrenta a la naturaleza
domesticada y como no un rollizo novillo expresión de la riqueza del oikos aristocrático. Animales que
definen la compleja cosmogonía construida por el pensamiento mediterráneo de los iberos.
Casi una veintena de años después en 1994 se produjo la intervención en el Cortijo del Pajarillo de
Huelma y con ella se consumó el hallazgo del segundo gran conjunto escultórico ibero. Esta vez la lucha
de un héroe con un lobo justo la escena que faltaba en la historia del linaje aristocrático de Porcuna.
De ser una novela por entregas esta hubiera sido la segunda parte, la lucha expansiva del héroe una
vez consolidado su poder. El dominio sobre las tierras salvajes del valle del Jandulilla por parte del
linaje principesco que gobernaba la ciudad ibera de Úbeda la Vieja, Iltiraka o Ilticira a decir de los
últimos trabajos numismáticos sobre la zona. Una escena muy al gusto de los héroes griegos, pues
con la justificación de salvar a un joven, como Teseo ante el Minotauro, el héroe ibero se enfrenta a
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un gran lobo, ante la presencia protectora de grifos y leones, su segura victoria sobre el animal huma-
nizará un paisaje salvaje. El conjunto de Huelma aporta un elemento mas a la investigación histórica
de la escultura ibera su localización “in situ”, la posibilidad de reconstruir el tipo de monumento que
arropaba arquitectónicamente la escena. Por primera vez la escultura ibérica se deja ver en su lugar
y la torre, no el templo al modo griego, se hace escenario de la zoomaquia. Una singularidad en la
cultura de los iberos que sin dejar de ser mediterránea, muestra su originalidad.
Javier Pajares ofrece en esta exposición otra mirada sobre la escultura ibera, esta vez la visión de
un dibujante que durante años ha observado las imágenes en piedra de los iberos. Su trabajo esta
profundamente impregnado del dialogo del artista que experimenta desde el presente con las imáge-
nes que caracterizaron los discursos del pasado. Su trabajo amplía otras vías de conocimiento de la
obra artística de los iberos del Alto Guadalquivir, la de las otras miradas, no necesariamente acadé-
micas, Con este tipo de acciones, el patrimonio de los iberos de Jaén afirmará la necesaria identidad
con sus herederos, los que hoy vivimos el paisaje que construyeron aquellas gentes de hace dos mil
quinientos años.
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Catálogo
Águila, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
30
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Ave (¿arpía?), 2004
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
32
33
Cabeza con tocado, 2005
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
34
35
Cabeza de caballo, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
36
37
Cabeza de león, 2000
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
38
39
Cabeza de lobo, 2000
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
40
41
Cabeza de novillo, 2004
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
42
43
Cabeza de novillo, 2000
Sanguina sobre papel
230 x 325 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
44
45
Carnívoro atacando a otro animal, 2005
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
46
47
Carnívoro (¿lobo?) devorando (¿cordero?), Detalle, 2000
Sanguina sobre papel
230 x 325 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
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49
Carnívoro (¿lobo?) devorando(¿cordero?), 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
50
51
Cazador de liebre con mastín, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
52
53
Cuartos traseros de lobo, 2000
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
54
55
Grifomaquia, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
56
57
Guerrero de la armadura doble, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
58
59
Héroe, 2000
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
60
61
Jinete que atraviesa con su lanza a un enemigo herido, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
62
63
León guardián, 2005
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
64
65
León guardián 2, 2005
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
66
67
Luchadores. Escena de palestra, detalle, 2000
Sanguina sobre papel
230 x 325 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
68
69
Luchadores. Escena de palestra, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
70
71
Mujer con serpiente, 2000
Sanguina sobre papel
230 x 325 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
72
73
Novillo, 2000
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
74
75
Toro de Porcuna, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Hallazgo casual y único”. Obras en Porcuna (Jaén)
76
77
Torso de adolescente, 2000
Sanguina sobre papel
270 x 350 mm
“El Pajarillo”. Huelma (Jaén)
78
79
Torso fálico detalle, 2000
Sanguina sobre papel
230 x 325 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
80
81
Torso fálico, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420 mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
82
83
Varón con manípulo, 2000
Lápiz de grafito sobre papel
297 x 420mm
“Cerrillo Blanco”. Porcuna (Jaén)
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85
Biografía
Francisco Javier Pajares Gutiérrez
89