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mann: Polemicaz a ss . a Polemica Editada por el Contro Editor de © 197 Centro Editor de América Latina S.A Gangallo 1228 - Buenos Aires ater Seceion Ventas: Rincon @7 Bens Aas seas Primera Historia Argentina integral ene 6 proto on ie Argent Primed in Argentine E} texto de ta Parle Genera ‘Sumario ayes [a atagtd a Vere Parte General Parte Especial La redaccién final estuvo 8 cargo det departamento de historia del preparads y redat Héctor P. Agost El osesoramiento 8 cargo de Haydée Gorostegul de Torres. Se termind de imprimir en ios falleres graficos de Sebastian Ge Amortortu Hilos S.A Luca 2228, Buonos Aires, fon Junio de 1971 La clase media on ot poder Los gobiernos. Le presidencia de Alvear El proceso cultural a partir de ta primera guerra mundial . cludadanos de un pais, de inmigracion” Las maniestaciones cultursles Nacionalizacién Internacionalizacion EI maniqueismo interpretative La crisis educacional Gulture de pueblo y cultura Conclusiones Los elementos contradictorios de la cultura argentina expresan, en definitiva, el signo de la crisis estructural en que se debate la sociedad: un pais que no realiz6 a tiempo su revolucion burguesa, constrefiido dentro de moldes de atraso y dependencia que constituyen la caracteristica latinoamericana, estalla ahora necesariamente por todos sus poros. Es natural que la cultura no pudiese ser ilusoria isla solitaria. No somos tampoco un compartimiento estanco frente a las convulsiones del mundo contemporaneo, Por ello pueden rastrearse diferentes actitudes ante la crisis que nos envuelve nacionalmente, pero que también se inscribe dentro de la pugna mundial entre el sistema capitalista en descomposicin y el sistema socialista que se construye con diversidad de caminos. En tales condiciones no fuimos ajenos al eco marcusiano de la negacién de la cultura (...) y, a partir de esta negacién radical, las posibilidades de comprender racionalmente las leyes de desarrollo relativamente auténomo de la cultura para usarlas como palanca transformadora quedan también radicalmente abolidas, con lo cual la cultura resulta entregada, como territorio sin compartir, al sistema que presuntivamente se rechaza... No hay cultura auténoma sin sociedad independiente, no hay cultura nueva sin sociedad nueva . Juan M. Gutiérrez Cuando en enero de 1876, en ‘clases altas colonizadas”. Archivo General do 18 Nacion. sus Cartas de un porteno, Frente a ollas, casi, siempre afirmé don Juan Maria Gutié _tradicionalistas, los “cludada- rrez que éramos "ciudadanos nos de un pais de inmigra- de un pais de inmigracién”, _cién” quedaron colocados en estaba seftalando el sentido _actitud de enfrentamiento ob- més original de nuestro de- _ jetivo. senvolvimiento, no limitado He mostrado en algunos de evidentemente al orbe estric- mis. libros (particularmente to de la cultura. El auge in- en Nacion y cultura) los cos: migratorio, que modifico for- tados afirmativos de la inmi- mas de lenguaje y usos de gracién; seria _impertinente trabajo, comenzando por la insistir sobre ellos. Pero in- agricultura, no podia propor- mediatamente después de la cionar los avances tecnolégi- primera guerra mundial, las cos que algunos autores le consecuencias de esa “era reclaman puesto que venia a aluvial” alcanzan su punto asentarse sobre tierras que mas alto en el crecimiento y no habian pertenecido a los fortalecimiento de las capas antepasados, que no reque- medias, provenientes en su rian por el momento trata- gran mayoria de la inmigra- mientos intensivos .y que. — cién; también en el auge del ademés, se injertaba en la movimiento obrero, cuyos base intocada del latifundio. _primeros arranques provenian Pero el latifundio era, a su de la década del 70. Ahora turno, consecuencia del esti- dicen los escritores naciona- lo de vida introducido por los _listas que representaban una colonizadores espafioles con visién extranjerizante de la ‘su hidalgo desprecio por el realidad nacional. Estan, en trabajo: la herencia espario: la compaiia de Joaquin V. Ia, en definitiva, no consistié Gonzalez, quien en E/ julcio sino en el predominio anti de! siglo se conduele por la natural del capital comercial “irrupeién informe. y_ turbla sobre ol productive. El anti: Je todo género de ideas, uto- espafiolismo de las Cartas (cuestién social” lo llama Gutiérrez) es por lo tanto Congruente y positivo: tiende vestigios de la educacién tra- @ emanciparnos de las limi- i taciones que en pleno siglo ielonal_hispanoargentina XIX impedian expandirse ala En los comienzos del periodo civilizacion burguesa. Es cier. que examinamos este proce to que la declinacion de las 80 alcanza su manifestacién capas dominantes, sin otros politica en la victoria del Par arranques jacobinos que los tido Radical, expresién prin de algunas arengas, hizo que cipal de esas capas medias, el viejo colonialismo espanol —y. consecuentemente, en ei fuera reemplazado después movimiento de la Reforma pias y credos filos6ficos, eco- nomicos y politicos, que [...] tienden a borrar los dltimos 173 universitaria, que implica una doble insurgencia politico- pedagégica contra las viejas oligarquias por parte de ese ‘nuevo alumnado compuesto ya, como el Partido Radical, por muchos hijos de inmi: grantes. Para los voceros de la derecha liberal, ambos acontecimientos, sobre todo la Reforma, representaban aquella temida irrupcién de ideas fordneas denunciada por Gonzélez. El fendmeno de la Reforma universitaria reflejaba por un lado el crecimiento de la tasa general de alfabetismo en el pais, el aumento del poso de la poblacién urbana con res- Pecto a la rural, la intromi- sién de amplios ‘sectores de las capas medias en una uni versidad sometida a las aca- demias vitalicias e inservible para las nuevas necesidades técnicas reclamadas por una industria incipiente. Desde este punto de vista parece acertado el juicio de Maggio- lo acerca del carécter inicial- mente positivo que tuvieron las universidades profesiona- listas. Era una respuesta, li mitada si se quiere, a una nueva situacion_ histérica, contradictoriamente asentada sobre el desarrollo desigual del pats. Las manifestaciones culturales Considerada la exterioridad cultural de este proceso qui- 24 nada sea mas significativo que el esplendor del sainete en el period que se cierra en 1930. Como movimiento teatral de masas no opera sobre “la espesa constante del fracaso del inmigrante”” sino que, contrariamente, procura representar su inte- gracion en el érea social y lingiistica portenia. Era, sin duda, una realidad auténtica que escapé a la vision de es- Pecialistas atrapados por el espejismo europeo: tal el ca- 80 de las Criticas negativas de Nicolas Coronadg, 0 de las historias teatrales de Maria- no Bosch, Ernesto Morales. Juan Pablo Echagiie o Alfre- do Bianchi, que desdenan al sainete 0 ni siquiera lo men- cionan. Cierto que Vacarez- za, el més difundido de los saineteros, resume el sentido conservador que el género asume entre nosotros, como Gallo lo muestra agudamen- te, sin que alcancen a redi- mirlo los desplantes anérqui- cos de Gonzalez Pacheco. No es. casual, por consiguiente, que el auge se desvanezca hacia 1930, sin que consigan revitalizarlo los intentos pos- teriores de elevarlo hasta el teatro Colén. Aparte de las razones estéticas que hayan determinado su defuncién, el origen principal debe buscar- se en la modificacién nacio- nal de la poblacién argentina, sobre todo en la ciudad de Buenos Aires. Aunque toda- via abierta, la inmigracién provenia ya de otras fuentes; la anterior, la que ayudé. a hacer el pals y a modificar sus usos, no se reconocia en el sainete porque sus hijos estaban integrados en la na- cién ¢ inclusive ejercian car- gos piblicos sin demasiados sobresaltos. Proyeccién popular de este fenémeno, el sainete no ago- ta, sino que apenas insinda, la vastedad de propésitos que se mueven en el territorio de la cultura, Es facil hacer crf ticas retrospectivas. introdu- ciendo un factor de moderni- dad ebstracta en la_valora- cién del pasado, o bien pre- tendiendo el encierro en fron- teras infranqueables para no incurrir en pecado de extran- jerismo, como si todo lo nues- tro debiera reducirse a una tradicién hispénica, por cier- to anacrénica, o una tradicién 175 1. Colegio y Universidad de! Salvador en Buenos Aires. 2. Portada del primer niimero de la revista Sur. En Ja pagina 177: 1. Escuela Rural. Arise General doa Natén 2. Colegio inglés en . Buenos Aires en Ia década de! diez SUR REVISTA TRIMESTRAL PUBLICADA BAJO LA DIRECCION DE indigena, por lo demas in- existents. La Argentina de la primera posguerra no podia permanecer ajena a las con- wulsiones de un mundo don- do el triunfo de la Revolucién Rusa era anuncio inquietante para ol dominio hasta enton- ces indiscutido del capitalis- mo. En el terreno de la lite ratura y las artes, “Boedo” y “Florida” vinieron @ repre- Sentar oposiciones que el tiempo se encargé de mitiga Ciertamente que en “"Boedo’ alentaba el propésito de la redencién social” con copio- sa impostacién onarquista y descubrimiento de los tragi cos rusos a través de melas traducciones y al compas de agitaciones populares que culminaron en la “semana de enero" y en la Patagonia tré- ‘ica, Pero la presidencia Al- Year, en cuyo transourso se manifests con todo su esplen- dor la revolucion formal de “Florida”, coincidié con una etapa de’ estabilidad relativa del capitalismo. "Los jévenes artistas y escritores_ parti antes del movimiento —es- cribié Cordova Iturburu— son, en su mayoria, hijos de la burguesia y de la peque iia burguesia. No han vivido —como los europeos— los infortunios de la guerra y los sobresaltos revolucionarios de la posguerra. Han abierto los ojos a la realidad del mundo y de sus propias vidas bajo los halagos del bienes- tar general y en la seguridad de un régimen amparado por las instituciones liberales” Esos jovenes introducian una nota de inconformidad en un pais donde, a juicio de ellos, "no pasaba nada” y al que debia modernizarse con a incorporacion do las técnicas literarias de vanguardia. Pero ‘al mismo tiempo esos. jéve- nes no olvidaban —Io dijo el Manifiesto de "Martin Fie- ro" — “que todas las mana: nas nos servimos de un den- tifrico sueco, de unas toallas de Francia y de un jabén i glés”.... Sip restar la impor- fancia que toda experimenta- cién representa en el terreno de la cultura, no podria ne- garse ni el retardo con que arribaron a nuestras playas, ni el hecho no menos noto- rio que trataban de asigner status privilegiado a ese des- dén intelectual por la politi- ca que afios més tarde zahi- ri6 Deodoro Roca. De alli que los denuestos de “Boedo”, no siempre encuadrados en la apreciacion certera de la realidad nacional, aparecie- ran como histéricamente jus- tificados. Pero algo estaba pasando en el pais, no obstante el giro hacia la derecha del segundo gobierno radical: entre otras cosas la irradiacién del mar- xismo, visto también como foraneidad por los oriticos nacionalistas, y la_intuicién del fendmeno imperialista es- pecialmente a través de los avatares de la revolucién me- xicana. En cierta manera —y el episodio no carece de im- portancie— se abandonaba el arielismo, que mostré una ac- titud de oposicién al materia- lismo de la técnica norteame: ricana fundéndose sobre los valores de la espiritualidad hispanica, para tratar de com- prender la invasién imperia- lista como forma necesaria en la evolucién moderna del capitalismo. No otra cosa significd en 1925 la funda- cién de la Unién Latino Ame- ricana, y algo més tarde la de la Liga Anti-mperialista, que ya se adelantaba por al- gunos de los senderos inter- pretativos de Lenin. La rai- gambre casi exclusivamente intelectual de la Unién Latino Americana registraba el ante- cedente efimero de Revista Americana (1914) y La Re: unién Americana (1917), ho- 176 jas antlyanquis conducidas por Bernardo Gonzalez Arr ili, Vistas a la distancia de mas de medio siglo es facil decir que la protesta anti imperialista se dirigia princi- palmente contra las tropelias de los marines en Centro ‘América antes que contra las mas delicadas maneras de intromision briténica en el Rio de la Plata. Sin ser la referencia tan objetivamente exacta, y muchos documen- tos podrian probarlo, no es menos cierto que el octavo congreso del Partido Comu- nista (1928) mostré no sélo esa impronta inglesa sino su vinculo orgénico con la oli garquia latifundista, a tal pun to que, a partir de’ entonces, los temas del antiimperialis- mo y la reforma agraria apa- recen Inevitablemente unidos como los dos pilares de una misma solucion estructural. Algo pasaba en el pais. y frente a ese algo concreto los elementos de la desnaciona- lizacion congruente centraron los fuegos contra el predomi- nio positivista, no con el pro- pésito de superarlo en sus limitaciones, si con el de ate- car sus presuntuosas cone- xiones con la clencia. Acierta Weinberg cuando dice que el antipositivismo fue, en reall dad, una reaccién contra la ciencia. No era obligatorio que fuese asi, dado que el neoidealismo” italiano, por jemplo, implicé un punto de avance con relacién al positi- vismo rigido y estrecho. Pe- ro aqui soportamos la avalan- cha irracionalista, que intro: dujo Ortega y Gasset, sea lando el comienzo de la in- fluencia filos6fica alemana, particularmente con el nega- tivismo heideggeriano. Eran batallas intelectuales libradas al margen del tumulto de las masas, que alcanzaron sin embargo a interrumpir el dié- 1. Estudio de television 2, Una escena de La-montafia de las brujas, de Julio Sénchez Gardel, estrenada en 1912 en el Teatro Nuevo por la compafiia de Pablo Podesta. » logo placentero mediante las estridencias politicas de la Reforma universitaria. 1930 puso al desnudo la raiz.de la crisis. Comenzé una “medi tacién argentina”, una meta- ica teldrica del ser nacio- nal. Pero empez6 también a sefialarse una actitud mas profunda frente a la realidad nacional. Habia terminado Ja belle époque de la inteligen- cla, Nacionalizacion internacionalizacion Podria discutirse hasta qué punto es licito hablar de una cultura impuesta, a menos de imaginar absurdas aduanas intelectuales. Quiz pudien- ran servirnos de guia las sa- bias formulas de Echeverria: un ojo clavado en el progre- 80 de las naciones y el otro en fas entrafies de nuestra sociedad... no nos importan es soluciones de Ia filosofia europea que no sirvan a nues- tra realidad. Tal indicacion sigue siendo vélida para com- prender las comunicaciones dialécticas entre dos vertien- tes que no pueden contem- plarse en oposicién irrecon- jable. Cuando Borges afir- ma que ""nuestra tradicion es Europea” estd asumiendo una actitud simétricamente inver- saa la de quienes quisieran reducirla a un folclorismo de anacrénicos usos campesinos ‘que ya tampoco corresponden a la realidad. No se me es- capa que, hasta 1930 aproxi- madamente, ese llamado fe- némeno de “desnacionalize- cién” se confunde con una mirada dirigida casi exclusi- vamente hacia Europa, en una atraceién reveladora de aper- tura hacia corrientes nuevas, aunque algunas de ellas_no- torlamente prescindibles. El caso Sur es, en este sentido, el testimonio mas elocuente, aunque seria injusto censu- rarle que haya revelado al piblico argentino algunos va- lores discutibles, pero no ig- norables, de la literatura un'- versal Pero aqui el tema se plantea en el instante critico de un mundo que se aproxima ver- tiginosamente a su segunda hecatombe entre los alaridos del fascismo, a tal punto que cualquier meditaci6n sobre tales cuestiones no puede ser marginada del proceso mas vasto de internacionalizacion de las politicas nacionales que se opera ostensiblemen- te a partir de la guerra espa- fiola. ;Qué se opone en de- finitiva’a este europeismo terario sino un supuesto na- cionalismo que pretende el regreso a las fuentes por el camino de la hispanidad, im- pregnada de un catolicismo franquista que, por absurda Ironia, aparece Impulsado por el monarquismo de Charles Maurras? Un nacionalismo de esencias europeizantes, cuyo eco lejano esté en “la hora de la espada” de Lugo- nes, se ofrece en definitiva contra la Argentina gringa, hasta aloanzar acentos apo- calipticos en los apéstrofes de Doll contra los inmigran- tes, Nace entonces la teoria de “las dos Argentinas” y es curioso que en esta proscrip- cién de la Argentina del sur, predominante inmigratoria, y diferente por lo tanto de la castiza” Argentina del nor- te, coincidan los lejanos in- ventores de la derecha oli- garquica con sus seguidores modernos de la “‘izquierda nacional”, Buenos Aires —la ciudad— ‘es el polo de con- centracién en todos los ata- ques de este supuesto nacio- nalismo cultural que cree encontrar la purificacién en las campafias, como décadas atrés lo pregonara Ricardo Rojas. Pero todo nacionalis- 179 mo que reniega de Buenos Aires esta repudiando, en verdad, a la inmensa concen- tracién proletaria que ahi se radica. Ese nactonalismo, pues, no es popular y, por lo tanto, no puede ser nacional. Es indudable que las modifi- caciones en la composicién nacional de Buenos Aires pueden determinar algunas de aquellas actitudes. En 1914 los extranjeros constitu‘an el 49 por ciento de la pobla- cién, habiendo bajado al 28 en i947, proceso acentuado en los afios posteriores con nuevas acumulaciones proce- dentes de las_provincias. Esa argentinizacién progres va fue acompaiiada por la con- centracién de la clase obrera en el llamado Gran Buenos Aires, lo cual, por lo demas, no hacia sino acentuar la ten: dencia original, tanto que en 1950 se encontraban en esa area el 73,1 por ciento de los obreros industriales. Dicha poblacion constituye princk palmente fa clientela cultural sobre la cual habran de vol: carse simulténeamente las corrupciones de la. llamada cultura de masas (impuesta, si, tanto por los monopolios extranjeros cuanto por los impostores de un folclorismo retrogrado), los denuestos de una Argentina supuestamente pura y los aires de fuga de luna inteligencia incapaz de percibir que la importancia indudable de las investigacio- nes técnicas son en todo ca- so un medio colocado al ser- vicio del interés popular y nunca una finalidad autosut ciente. La cultura Impuesta no era s6lo la que venia ste tilmente traida por los barcos de ultramar; era, sobre todo, la que a través del aguamien to histdrico de nuestros ori- ‘genes revolucionarios nos ha- vertido la oligarquia go- bernante. No es casual que el estudio de la historia se haya convertido en episodio de verdadera guerra civil in- telectual, La “nueva escuela histérica”. con todo su apa- rato de erudicién germédnica, habia significado un comien- z0 de rejuvenecimiento téc- nico para una disciplina que necesitaba ser revisada cien- tificamente con urgencia. Pe- ro el llamado “revisionismo histérico” vino a reemplazar la vieja adulteracién liberal con una nueva adulteracién supuestamente populista, Esa vertiente encuentra en ei fol- clore una ancha veta, porque muchos de los fieles del re- visionismo se complacen en una visién ahistérica del_pa- sado, al margen de las con- cretas relaciones de clases en que se desenvolvi6 (y se desenvuelve) la realidad mun- dial. Mientras tanto, una re- ciente conciencia folclérica, auténticamente popular, y por lo tanto auténticamente na- cional, se empefa en dotar a la tradicién de elementos acordes con la nueva reali- da nacional. En medio de este debate la historia verdadera, concebida como movimiento real de las masas en el com texto de sus relaciones de clases, sigue sin hacerse. El maniqueismo interpretativo Las coordenadas culturales suelen suscitarse, entonces, a través de cerradas opo: ciones metafisicas: 0 bien se supone que por nuestra con- dicién de pals subdesarrolla- do todo debemos esperarlo de milagrosas recetas proce- dentes desde afuera, 0 bien que, en virtud de lo mismo, debemos “cerrarle la boca al Océano” para que no nos con- taminen los contagios noci- vos, para que nuestro propio subdesarrollo nos _proporcio- ne los elementos propicios de la reconstruccién. Reitero aqui la f6rmula echeverriana (un ojo clavado en el progre- so de las naciones y el otro en las entranas de nuestra sociedad) porque es la res: puesta a ciertas tendencias actuales, aparentemente na- cionalistas, que juzgan la he- rencia cultural con el sentido maniqueo del bien y del mal en vez de advertir sus fend- menos dialécticos de conti nuidad y negatividad, insepa- rables del proceso histérico de formacién del pais. Alber- di pudo escribir en su tiem- po que no podiamos ser in: dependientes en politica y colonos en literatura. Ensal: 26, si se quiere, la bisqueda de una voz propia que rene- gaba del pasado colonial en virtud de todo cuanto él re: presentaba como sumision y atraso frente a los valores superiores de su época; nun- ‘ca, sin embargo, entendié que debiamos ponerle tranqueras al rio. En todo caso la ense: fianza extranjera (Echeverria lo ensené mas de una vez) no debia ser nueva coyunda sino herramienta para. remo- ver la realidad nacional. Vale decir que, a partir de ciertas circunstancias, las superes- tructuras del saber, aunque se originen sobre una base material determinada, adquie- ren una rolativa autonomia de funcionamiento que puede revertirlas contra su misma estructura original. Es, justa- mente, lo que olvida la inter- pretacién maniqueista de la historia cultural Asi, por ejemplo, 1a afirma- cién de que el pensar de las clases altas tradicionales es- ta condicionado por el siste- ma tecnolégico equivale, sen- cillamente, @ poner el carro delante de los caballos, por- ‘que nuestras clases altas tra- dicionales —es decir. la ol garquia latifundista— nunca yan necesitaron otra_tecnol que la requerida por su sar de terratenientes en un pais caracterizado por la ex plotacién extensiva del sue- lo; no a otra causa puede atribuirse la escasa inscrip: cién en las facultades de ‘agronomia. Seria antihistéri- co hablar en tal sentido de ‘clases altas colonizadas” puesto que ellas fueron parte consciente, integrada y bene- ficiada en la colonizacién del pais por el imperialismo bri- ténico. Es por lo tanto una verdad a medias decir que la Universi- dad “reproduce la filosofia histéricamente colonizada de la clase dirigente”, porque ello supone considerarla co- mo una totalidad sin resque- brajaduras ni contradicciones. ‘A menos de admitir el episo- dio de la Reforma universita- ria como una muestra de de- liberal” y “antina- imposible des- conocer que su estallido re- presenté justamente un mo- mento en el proceso general de subversién contra la oli- garquia, La Universidad, aun sin encerrar en su ambito a toda la cultura, fue el reflejo de sus contradicciones en la cuspide. Dejé de ser el re- cinto augusto destinado ex: clusivamente a los “hijos de apa” para modificarse en su composicién social con la irrupeion de estudiantes ve- nidos de las capas medias empobrecidas y obligados a trabajar para subsistir: datos de 1956 muestran que las dos terceras partes de los estu: diantes se ocupaban en jor nadas completas 0 parciales. Seria ingenuo suponer que la Reforma impuso todos sus criterios; menos aun aceptar que puede haber una auténtt a revolucién cultural sin una correspondiente revolucién politica. Pero serfa_injusto, desde el punto de vista de la 1. Interior del de la Sociedad Argentina. Biblioteca del Colegio Nacional de Buenos Aires al F wi Corti ' i" ts ir aa el En las paginas 182 y 183: 1. Ballet en el tro Coldn 2. Edificio de la Universidad Tecnol6gice Nacional 184 precision hist6rica, reducir el fendmeno de la Reforma a una exclusiva reivindicacion pedagégica. Lo fue sin duda, y con razén, porque era ne- Cesario terminar con anacré- nics remanentes de ese pa- sado hispanico que ahora nos proponen como remedio. Pe- fo la Reforma fue, sobre to- do, expresion de tas contra- dicciones de la sociedad con- creta que, en ol orden de las ideas, rechaz6 la filosofia de la Universidad tradicional Las batallas ideoldgicas_en- contraron en la Universidad tun terreno de manifestacion mas 0 menos confuso, y ci tamente que en la etapa ini cial algunos de sus ideologos se enredaron en el intuicio- nismo orteguista o dieron pa- so més tarde a todas las es- peculaciones del irracionismo existencial. Pero no es me nos cierto que en el periodo fen que caducé totalmente la Reforma, especialmente entre 1943 y 1958, el oscurantismo tomista alcanz6 su mayor empefo, y que pudimos vi- vir una ‘nueva situacién, con- tradictoria aunque fecunda cuando rigié plenamente el gobierno tripartito abatido en 1968. Mientras tanto, ampa- radas en la teoria de ta fun- cién supletoria del Estado, florecian las universidades privadas hasta albergar en 1971 a més de cincuenta mil alumnos repartidos en 24 ins- titutos: Si se observa la Universidad como un micromundo signifi- cativo, se comprende enton. ces la falsedad de aquellas interpretaciones: maniqueas. Ese microcosmos, en defini tiva, es demostrativo, tam- bién entre nosotros, del ca récter contradictorio de la cultura en toda sociedad di- vidida en clases. Si se la en- cara. antropolégigamente, la cultura se refier® a todo el quehacer del hombre. Si se la mira, en cambio, en un or- den mas restringido, la cul . ura aparece como una su- Perestructura ideolégica a través de le cual, en su re- servorio més legitimo, se ma- nifiesta la continuidad de un pueblo en la medida estricta en que es expresion del de- sarrollo de la ciencia, ta filo- sofia y el arte. Pero no obs- tante aparecer en condiciones historicas determinades por tuna base social concreta, la cultura no es mero reflejo pa- sivo de la estructura basica, & partir de ese origen admi- te. una autonomia de desa- rrollo que, segun lo dijimos, puede revertirse sobre la ba: se originaria. La cultura, por lo tanto, es otro campo ‘ope- rativo de la lucha de clases, expuesta més sutilmente, me nos abiertamente que en las luchas politicas, pero no por ello menos real ni acuciosa. La Reforma universitaria fue una manifestacién de esa ba- talla, determinada principal- mente por el empuje de nue- vas promociones. provenien- tes de las capas medias ori- ginadas en la_inmigracion Por ello domina con su pro- blematica —no obstante los errores 0 limitaciones que se le imputen— gran parte de ese segmento de la historia argentina inaugurado por la primera posguerra, Acaso fuera exagerado ver en ella el preanuncio de esa cultura nueva que las clases poster- gadas formulan siempre en las condiciones de la socie- dad antagénica, que tuvo en los enciclopedistas su ilustre- cién mas cumplida y en nues- tra generacion del 37 su for- mula mas plausible. Pero esa nueva cultura, a su tur- no, no puede amurallarse en un nacionalismo de trote cor- to, despreciativo del queha- cer de otros pueblos e inclu- sive desdefioso de la propia herencia nacional cuando no 185 concuerda con sus esquemas del bien y del mal concebidos como territosios infranquea- bles A partir de estos presupues- tos de una cultura nueva, in- separable de la lucha de cla- ses (aunque ello no signifi que necesariamente el afiche del obrero con el pufo levan- tado ni la novela con inme- diatas soluciones sindicales), se comprende Ia sospechosa ingensatez de las condena- clones contra el movimiento obrero creado por los inmi grantes, computado casi co- mo una intromisién cosmo: polita en el alma nacional. “Eran oxtrafios al espiritu y a a sensibilidad de los tra- bajadores argentinos [eran] lideres fuertemente intelec- tualizados, que manojaban ideas sin posibilidad de tras- plante”, escribe uno entre los variados comentaristas.simi- lares. Joaquin V. Gonzélez, expresién maxima del libera- lismo tan denigrado, pensaba exactamente igual que estos criticos nacionalistas de ul- tima hora: él también vefa en el movimiento obrero creado por los gringos una muestra de exotismo. .. Pero ese mo- yimiento obrero, lo mismo que la inmigracion en su conjunto, produjeron irrever- sibles hechos de cultura que forman parte de nuestra tra- dicion, empezando por la in- troduceién del marxismo co- mo elemento de interpreta: cién y transformacién de la sociedad argentina. Sin duda alguna —y reitero lo dicho fen mi Nacién y cultura— esos ‘nmigrantes se instalaban en lun pais con cuyo pasado no tenian ataduras sentimenta- les, y acaso ello explique el aire de evasién —o de des- nacionalizacién— de cierta Ii teratura que no sentia dema- siados sostenes a sus espal- das. Pero esos inmigrantes produjeron sus hijos, que son argentinos de otro_tono, criollos ni gringos. En la for- macién de la Argentina mo- derna no podria saltearse es- te dato, tan desdefiado (cuan- do no tan falsificado) por el maniqueismo interpretativo. La crisis educacional Dentro de las nuevas condi- ciones de la sociedad argen- tina no son datos desdefia- bles el auge relativo de la ensefianza media y superior. Asi, por ejemplo, mientras en 1958 los alumnos secundarios eran 505.173, en 1967 se ele- varon a 847.896, siendo que en 1966 los universitarios al- canzaban a 266.653. Pecaria- mos de orgullo nacional si de- jasemos de advertir que ese auge relativo se asienta so- bre un evidente analfabetis- mo potencial revelado por las cifras de la desercién esco- lar, gravisima en la instancia primaria aunque existente también en los demas ciclos. Es indtil hinchar el pecho y proclamar que somos el pais con menos analfabetos entre todos los de América, sien 1964 el total de desertores de la escuela primaria llego al 62,5 por ciento, con el agravante de que mas de la mitad lo hizo antes de com- pletar el tercer grado. Es ind- til ahuecar la voz para decir que en 1964 teniamos una inscripcién del 18,4 por cien- to en el nivel medio, toman- do como base la poblacién comprendida entre 13 y 18 afios, y del 5.9 por ciento en el nivel superior, para los ha- bitantes entre 19 y 24 aftos, si tales datos resultan terri blemente deteriorados por ci- fras de desestimiento que en ambos casos superan el 60 por ciento. Escapa a la na- turaleza de este trabajo ahon- dar sobre las causas. econd- mico-sociales del fenémeno, que abordé minuciosamente en Naci6n y cultura; todo lo esencial que allf se dice, sal- co el rejuvenecimiento de los datos estadisticos, ha resul- tado por desgracia corrobo- rado. Conviene recordar que los déficit se reparten irre- gularmente en el. territorio nacional, y que tal anomalia es testimonio del indice de desarrollo desigual del pais, dentro del cual ol latifundio pesa como la rémora funda- mental. Basta ver para ello las tasas de escolarizacion primaria, calculades en los datos oficiales entre extre- mos que. van desde casi el 95 por ciento en la Capital Federal hasta el 80 en las provincias del noroeste, para no acudir al ciclo secundario donde el promedio de promo- cién, estimado en 51.4 por ciento, se reduce en Jujuy al 28,71. Si insisto en esta determina- cién escolar es porque en las condiciones de la sociedad moderna, conmovida por la revolucién_cientifico-técnica, la educacién se transforma necesariamente, y con mayor vigor que en otras épocas, en el centro de la problemé- tica cultural. Sarmiento supo verlo con perspicacia verda- deramente genial: su Educa- cién popular, antecedente tedrico de la Ley 1420, pro- clama las necesidades de una sociedad burguesa cuya cons: ituci6n historica no alcanz6 a completarse. Pero aquellos elementos de formiacién edu- cacional del ciudadano —que, preciso es decirlo, nunca se realizaron plenamente— no astan ya para las exigencias técnicas de una produccién moderna a pesar de nuestra condicién de pais subdesarro: lado. Elevar el quantum de a educacién es una necesi- dad impostergable para cual- quier pais que apetezca mo- dernizarse, porque en las cit- cunstancias concretas de la 186 produccién contempordnea ya no alcanza aquel minimo tan congruentemente explicado por Sarmiento y sus segui dores. No podia dejar de man nifestarse el fendmeno en- tre nosotros, aunque presen te notorias contradiciones in re, porque por un lado se acrecienta la orientacién del estudiantado medio y supe- rior hacia las profesiones téc- nnicas con detrimento de las carreras clésicas, mientras que por el otro [a reforma educacional del gobierno de facto restringe la posibilidad basica en la formacién de técnicos al reducir el tiempo Util destinado al ciclo prime rio propiamente dicho. (Tén- ‘gase en cuenta acerca de lo Primero que entre 1958 y 1967, segtin datos del Depar- tamento de Estadistica Edu- cativa de la Secretaria de Cultura y Educacién, los alum- nos del bachillerato clasico aumentaron en 16,8 por cien- to sobre un crecimiento glo- bal de 67,8 para toda el érea secundaria; en cambio, las diferentes escuelas profesio- nales mostraban un incre mento de 78,8. En 1963, por informes del Departamento de Ingreso de la Facultad de Ingenieria de Buenos Aires, el 51,9 por ciento de los ins- criptos se orientaba hacia las especialidades electromecd- nicas con mengua dela clé- sica ingenieria civil reduc da al 16,6. Paralelamente se acrecentaban los cuadros. de investigadores de la Facultad de Ciencias, bruscamente desparramados por el mano- tazo dictatorial de 1966) Esta contradiccién la deter- mina nuestra estructura de pais dependiente, colocado a horcajadas entre’ las necesi- dades del avance cientifico y las limitaciones impuestas or la recolonizacién més su- y al mismo tiempo més profunda, que el dominio nor- 1. Nicolés Coronado. 2. Bernardo Gonzélez Arril 3. Ricardo Rojas. 1. Alberto Vacarezza, "evi ina Oey Pec Toe fea ae ee ee Los Escrushantes teamericano ha introducido en el plano de la divisién in ternacional del trabajo. La cultura no podia ser un terri- torio ajeno a dicha especula- cién, En las condiciones de la ciencia moderna, cualquier investigacin independiente requiere recursos cuantiosos. De ello se valen los monopo- lios para Imponer la supedi- tacién teconolégica por mé- todos diferentes, aunque di- rigidos todos al_mismo fin: ya sea financiando investiga- Ciones de ciencias aplicadas innecesarias para el pais en que se ejecutan y validas, en cambio, para la metrépoll: ya preparando especialistas que luego adaptaran la universi- dad latinoamericana a planes escasamente concordes con las necesidades nacionales, como ocurri6, entre otros ca s0s, en la Facultad de Cien- clas Econémicas de Buenos Aires; ya absorbiendo a los técnicos preparados en nues- tros institutos, a costa del presupuesto argentino, en ese episodio pomposamente llamado “fuga de cerebros” con lo cual Estados Unidos se apropia, casi gratuitamen- te, de un personal calificado. Tal como se ha destacado en muchos estudios especializa dos, este proceso de capta- cin no se ejecuta exclust- vamente sobre los paises dependientes de América la- tina, sino que incluye tam- bién a sectores desarrollados del capitalismo europeo. Y esta deformacion cultural —que jamés pudo imaginar Su Graciosa Majestad Briténica ni en los tiempos de supremo esplendor— alcanza a produ: cir teorias a diestra y sinies: tra. Por un lado, la admision indiscriminada de las “ayu- das” como base indispensa- ble para nuestro desarrollo; Por otro, el rechazo absoluto de toda’ investigacion cient fica, viendo en ella una for- ma de colaboracién con el imperialismo por la ya recor- dada “fuga de cerebros”. Co- mo lo observa Maggiolo muy atinadamente, en esta mez- colanza doctrinaria “los inte- reses del imperialismo, las clases dominantes de los pai ses subdesarrollados, los in- telectuales radicales de la sizquierda anticientifista forman asi una alianza con: ceptualmente imposible pero que no obstante existe y que sélo favorece a los prime- ros..." Una actitud adecuada impor- ta, también aqui, desterrar cualquier resabio de mani- quefsmo en la adquisicién del saber concreto. El proceso universal de la cultura no es una tabla rasa en la cual ca- da pais particularmente con- siderado debiera concebir su propia historia a partir de cero. Asi como hay, dentro de cada pais, una herencia cultural que refleja las con- tradicciones de clase del pa- sado y que, por lo tanto, de- bemos absorber criticamente, de la misma manera hay un movimiento circulatorio de las ideas en el orden mundial que también necesitamos asi- milar_criticamente. Aunque partiéramos de la idea inge- nua de que todo cuanto viene de afuera procede de nues: tros enemigos, un elemental principio de ciencia militar ensefia que debe aprenderse todo lo valido del enemigo para emplearlo contra él co: ‘mo un arma mas. En el terri torio de la investigacién téc- nica, por consiguiente, fo que importa es el interés nacio- nal de un desarrollo cienti fico independiente que no puede prescindir de los ha- Hlazgos ocurridos en otros centros del saber. Es tan absurdo suponer que un clen- tifismo abstracto, prescin- dente de las transformacio- nes politicas de base, podra 189 resolver por si los arduos problemas de la emencipa- cién nacional, como imaginar que una huelga cientifica nos inmunizarfa de contagios pe- ligrosos. De lo que si posi vamente se trata es de for- mular una politica cultural de aleances nacionales, y si algo cabe imputar a la ‘desnacio- nalizacién educacional no es el empleo de los datos @e la investigaci6n cientifica basi- ca, por lo demas harto exi- gua, sino la supeditacién de los institutos a planes tecno- légicos no siempre indispen- sables para nuestros paises, ‘@ conformaciones pedagdgi- cas que repiten innecesaria- mente el modelo de las uni- versidades norteamericanas y a sistemas de préstamos que imponen tanto su utiliza cién exclusiva en el mercado yanqui cuanto la aprobacion de los planes de equipamien- to y distribucién por el Banco Interamericano de Desarro- flo; un ejemplo elocuente es el contrato suscrito el 4 de mayo de 1962 entre el Con- sejo Interuniversitario de la Argentina y el BID. La llamada politica de “inte- gracién cultural”. surgida de la Conferencia de Presiden- tes de Punta del Este on 1967, no se combate con una apelacién enfética contra las becas, los institutos multi- nacionales, los subsidios y aportes de las_ foundations, que muchas veces no vac lan en apoyar variantes de una “izquierda aceptable” frente al. marxismo ortodo- x0. Lo importante es la de- terminacién de una politica educacional de alcances na- cionales, que atienda a las necesidades del hombre ar- gentino en las condiciones del mundo concreto en que vivimos, que sepa preservar nuestra’ individualidad cultu- ral entendida como asimila- cidn de todas las corrientes ‘que contribuyeron a la forma- cién de la Argentina moder- na, y que asimismo sea capaz de destruir tedricamente las supercherias seudocientificas que implican una variante del cosmopolitismo barbaro, un subterfugio contrapuesto a ese respetuoso sistema de ‘vasos comunicantes que pro- cura el equilibrio internacio- nai de la cultura. En una pa- labra, necesitamos la auten- ticidad frente al esnobismo. Y ello requiere una politica cultural auténoma, que es in- separable de una independen- cla politica a secas, pero que no es tampoco su consecuen- cia pasiva. La movilidad di Iéctica de esta superestruc- tura esencial la convierte en campo privilegiado para la batalla por la emancipacién nacional, en arma posible vuelta contra la estructura originaria. No basta para ello con dbligar a determinados porcentajes de musica autéc- tona si al mismo tiempo la escuela piiblica es retrotral- da a la ideologia de la guerra fria o ciertas carreras univer- sitarias remodeladas segtin el sistema de Harvard. Es el caso argentino en 1971 Cultura de pueblos y cultura de masas En una sociedad como la ar- gentina este planteo exige di- versas puntualizaciones. Pre- suntivamente la Universidad era la encargada de promover un saber nacional. Tal fun- cidn, dejando de lado sus cos: tados incumplidos, compete cada vez menos a la Univer- sidad como cupula que a los diversos estratos educaciona- les més directamente vincu- lados con la masa popular. En el sistema de vasos comu- nicantes de la cultura, la in- fluencia directa sobre el pue- blo se ejercita a través de la llamada “cultura de masas”, Seria impropio, sin embargo, suponer que toda la deforma: cién cultural se agota en ese nivel, sin tomar en cuenta las relaciones necesarias entre las élites y la masa. La poli tica deformante del imperia- lismo tiene en cuenta esa do- ble condicién. ‘Ambos planos se combinan congruentemente, de tal ma- era que mientras el mono- polio invade el cine, la radio y la television, contribuyendo a un barbarismo lingUifstico que ya alcanza a las provin- clas, por el otro se deteriora paulatinamente la tradicién nacional més legitima y se exaltan las aparentes auda- cias de acento cosmopolita; el caso més_notable fue el Instituto Di Tella, generose- ‘mente subvencionado por la Ford, la Rockefeller y el BID, no s6lo para las practices aparentemente inofensivas de los happenings artisticos, si no para la constitucién de un “centro de ciencias sociales” que cumple, ademas, la fun- cién de abrir una brecha ha- cia la izquierda no ortodoxa... Repotidamente he escrito que no puede imaginarse la tradi cién como algo cerrado para siempre a cal y canto. Ne- cesita, sin duda, renovarse con nuevas experiencias, de acuerdo con Ia formula eche- verriana, pero sin renunciar a lo que constituye su aire familiar, ese ojos puesto en las ontrafias de las sociedad. El proceso de captacién de las élites no es ahora, sin embargo, una mera conse- cuencia del prestigio, como pudo ser la necesidad de con- Sagrarse en Paris para los escritores y artistas de fines del XIX y comienzos del XX, ni la ostentosa prolijidad de graduarse en Oxford, privile- gio reservado para los hijos de las grandes familias. Aho- ra, en cambio, esa seduccién resulta fomentada y organi- 190 zada por las mismas founde- tions que, en otro orden, pro- curan mantenernos en status de dependencia tecnoldgica. De esta manera la superche- ria de los happenings, del in- formalismo irracional y otras mistificaciones se confunden con lo que puede ser autén- tica bisqueda de expresiones nuevas. La invasién capitalis- ta, y en muchos casos mono- polista, de las galerias impu- 80 la dictadura de las mo- das, y cuando estas modas pasaron de largo muchos creadores de buena fe se en- contraron_desnudos, y ade- més desvalidos de todo apo- yo, ya considerado improduc- tivo por las foundations. Ast, por ejemplo, el Instituto Di Tella entre nosotros, o la re- vista Nuevo Mundo en su es- fuerzo de captacién de los In- telectuales latinoamericanos, dejaron de_existir cuando la Fundacién Ford les retiré sus délares, no por desvaloriza- dos menos cuantiosos. En dicho cese fue factor efi- ciente un proceso bastante notorio de nacionalizacién li teraria, casi paralelo al de la desnacionalizacién plastica producido a través de la no- figuracién. Esa nacionalize- cién de la literatura no es, ‘como se ha dicho, descubri- miento de 1955. Pero tras la imposicién de un nacionali mo bastardeado y populache- ro (pocas veces popular) du- rante la década anterior, es cierto que la nueva genera- cién literaria aparecida en los alrededores del 55 afian- 26 una tendencia hacia el tra- ‘tamiento de lo nacional que proseguia, bajo diferentes condicionamientos ideolégi- cos y técnicos, lo que otros escritores, en circunstancias ambientales menos propicias, habian ejercido solitaria y he- roicamente. El llamado boom del autor argentino es un fe- némeno importante, aunque t 191 1. Jorge Luis Borges y su madre en 1961 en Texas. Club je la Serna, y Arturo Capdevila 192 : | también en descenso desde que el monopolio de la dis- tribucién, en manos no preci- samente argentinas, le ret su apoyo; la quiebra de algu- nas editoriales asi lo atesti- gua, mientras se manifiesta en otras una tendencia a la Coneentracién capitalista que impone a sus propios auto- res mediante un orquestado sistema de publicidad. Im- portante como reconocimien: to de un replanteo de la rea lidad nacional, ese boom, sin embargo, no és episodio iné- dito en nuestra historia lite- raria. Las ediciones de Cla- ridad, hacia 1925, lanzaban sus libros de poesia en tira- das de veinte mil ojemplares (pongo por caso los Versos de la calle de Yunque), aun- que también es cierto, de creer en las memorias de sus directores, que una difu- sién similar obtenia la revis- ta Martin Fierro. Més impor- tante que indagar el hecho material de las tiradas, tan- tas veces hinchadas por ra- zones de vanidad, interesa descubrir cierta persistencia en el tratamiento de lo nacio- nal, cualesquiera sean los jui- cios que esa concepcién na- ional (muchas veces epidér- mica, cuando no nacionalis- ta) pueda merecer. Pero lo cierto es que buena parte de los libros argentinos han de- jado de ser traducciones de un modelo extranjero, como acontecié durante ese largo periodo de desnacionaliza- cién inaugurado por la gene- Facién del 80, y ello determi- nna un valor cultural que debe estimarse como punto de par- tida eficiente. No diriamos toda la verdad si ocultasemos que un sector de esa recuperacién de las élites, sobre todo en el tea- tro, ha pagado su cuota a un gusto impuesto por las clien- telas pequefioburguesas, tri- turadas a su turno por la magquinaria de una_filosofia deshumanizada, nihilista y co- rrosiva practicada en nombre del absurdo, la violencia y el descubrimiento de la alie- nacién. Cuando en 1930 la crisis ‘del teatro tradicional coineidié con un punto de fractura en la sociedad argen- tina, la aparicién de los con- juntos independientes implicé una revolucién en el gusto teatral, una ancha ventana abierta hacia vientos renova- dores que —naturalmente— procedian desde mas allé de nuestras fronteras. Impugna- do en nombre de una “tradi- cién” que apenas si ora la mascara de miseros apetitos ‘comerciales, el llamado tea tro independiente conocié esos instantes de esplendor y decadencia que Marial, en: tre otros, ha estudiado dete: nidamente. Interesa_sefialer que, parcialmente, apartado de su lema inicial (“El teatro seré pueblo o no seré nada”) se circunscribié més tarde @ Un pablico sin duda culto aun- que reducido, girando cons- tantemente de una sala a otra Era un publico_proveniente en su mayor parte de las ca- pas medias, que fue impo- niiendo en los hechos, y sutil- mente, su dictadura estética, complaciéndose en los ester- tores més hediondos (y por lo mismo més. laberinticos) de la agonia de una sociedad, como si con ello estuviera procurdndose cuotas sucesi- vas de buena conciencia. No vale para remediarlo el es- fuerzo de algunos jévenes au- tores que —ellos también— no logran sobrepasar la des- cripcion tediosa de la vida pequeftoburguesa. La virtual absorcién de las. principales salas de Buenos Aires por monopolios asentados en ca- nales de televisién no hace més que acentuar el fendme- no de nuestra sumision; aho- ra aparece claramente lo que 193 antes apenas se_insinuaba. Por lo demas, no obstante el optimismo de cierto auge re- lativo de la asistencia al tee- tro —y no deja de ejercer en ello un influjo considerable la presién publicitaria de los monopolios televisivos sobre los espectéculos montados con sus propios actores en sus propias salas—, sigue siendo, sin embargo, una ocu- pacidn'de minorfas: datos de abril de 1971 muestran que ese mes hubo en todo el pais 286.640 espectadores, es de- cir, menos de diez mil por dia, sobre una poblacion de veintitrés millones. La mayor concurrencia se orient6 hacia los teatros de revistas 0 de comedias mediocres; la asi tencia “intelectual”, la atral da por los globalmente llama- dos "teatros vocecionales”, a los que se adicionaron las salas de barrio”, apenas si fue de algo mas de 23 mil personas Seria erréneo sugerir que aqui se contrapone la cultura de élite con la cultura de ma- a8 0, lo que seria peor ain, convertir la expresién cultu- rade masas en sindnimo de cultura de pueblo. La cultura de pueblo es, simplemente, cultura a secas, porque toda cultura auténtica equivale, en definitiva, a una socializacion de sus resultados y no @ un mero disfrute de minorias afortunadas. “Cuando a la cultura se la disfruta como a tn privilegio —escribié Ani- bal Ponce, y perdonese la rel teracién insistente—, la cul- tura envilece tanto como el oro”. Toda gran cultura es cultura de pueblo en la medi- da misma en que se nutre de sus sustancias, se origina en su personalidad historica y se convierte en expresién de sus rasgos especificos. No es concebible, por lo tanto, sobre todo en el terreno ins- trumental de las artes, una cultura para entendidos y una subcultura para la masa, es- pecie de vino rebajado 0 de alimento premasticado para su mejor deglucién. De ma- era, pues, que en las oposi- ciones actuantes en la labor artistica se acrecienta una Ii- nea de separaciones que, sal- vo excepciones, ha venido acentudndose en el periodo que examinamos. Los ele- mentos de supeditacién a lo extranacional —entendiendo por tal no la internacionaliza- cién deseable, sino la impo- sicién de modos de pensa- miento contrarios a cuanto la nacién necesita— se han ex- pandido en la doble direccién de la supuesta cultura de las élites y de la llamada cultu- ra de masas. En la primera zona de los creadores, dicho fenémeno se situa en el te- rreno de la simple negativi- dad pequefioburguesa que trata de reproducir en nues- tras tierras situaciones socia- les y psicolégicas que nos resultan arbitrarias 0, por lo menos, ajenas. Hay —-cdmo negarlo?— novelas, cuentos, piezas teatrales, filmes, poe mas, que surgen como hitos de una nacionalizacién autén- tica de la cultura, Pero una literatura 0 un arte nactona- les no estén constituidos por algunas obras eginentes sino por la continuidad y la pro- gresién de una linea histéri- ca que tome en cuenta los ‘nuevos contenidos intrinse- cos de la nacion. La principal modificacion histérica de la nacionalidad argentina es el peso especifico que en ella aleanza la clase obrera como componente dinmico de la sociedad. Esa realidad, foco de transformaciones y polari- zaciones en torno al cual gi- ra inevitablemente cualquier politica destinada a la afirma- cién de una nueva cultura dentro de la sociedad contra- dictoria, es la que no apare- ce en las vertientes actuales de una literatura y un teatro que, sin embargo, muestran rasgos encomiables de pre- ‘ocupacién por lo nacional. Pienso que buena parte de esa literatura —o, si se pre- fiere, de esa conformacion de las élites— escamotea in- conscientemente la realidad © Ia reduce a las fluctuacio- nes, cuanto més a las exas- peraciones, de la pequefa burguesia intelectual Tales rasgos se confirman, cierto que en este caso de manera consciente, en la lla mada cultura de masas. Con- viene tener en cuenta que para un vastisimo sector de la poblacién argentina, parti cularmente la rural, la radio- telefonia y la television cons- tituyen los Unicos contactos con la cultura. Sometidos al régimen de los monopolios, ya sean privados 0 estatales, fos programas ofrecidos, sal- vo contadas excepciones, re- presentan un repertorio sub- cultural dentro del cual los rasgos de desnacionalizacién se acrecientan merced a los productos irradiados, casi to- dos proporcionados por las cadenas de origen norteame- ricano. La funcién de la tele- visién como “chupete tran- quilizador”, segin la aguda frase de Bernard Rosenberg, es uno de los episodios mas significativos de la sociedad moderna que entre nosotros se manifiesta abusivamente. Pero entre nosotros es visi ble asimismo la influenci corruptora de la television en el lenguaje popular. Ya no es el afrancesamiento que la generacién del 80 lego a la literatura argentina contem- pordnea de la primera guerra mundial, como lo observé Giusti; ahora es simplemente el barbarismo convertido en método. El problema de ese submundo cultural no se re- media tampoco con la eufo- 194 ria del_médico acrecenta- miento de la concurrencia a los cines que revelan esta disticas recientes, sobre to- do porque la proyeccién ci nematogréfica masiva, en ma- nos de los monopolios de la distribucién, reproduce salvo excepciones los mismos, 0 parecidos, defectos. Pero aun asi, los datos recogidos so- bre, 33 salas del centro y los alrededores de la Capital Fe- deral muestran en abril de 1971 una asistencia global de 703.647 personas, 0 sea, un promedio de 711 espectado- res diarios por sala. No es, como se advierte, demasiado. Conclusiones Los elementos contradicto- rios de la cultura argentina expresan, en definitiva, el signo de la crisis estructural en que se debate la sociedad: tn pais que no realizé a tiem- po su revolucién burguesa, constrefiido dentro de moldes de atraso y dependencia que constituyen la caracteristica latinoamericana, estalla_aho- ra necesariamente por todos sus poros. Es natural que la cultura no pudiese ser iluso- ria isla solitaria. No somos tampoco un com- partimiento estanco frente a las convulsiones del_ mundo ‘contempordneo. Por ello pue- den rastrearse diferentes ac- titudes ante la crisis que nos envuelve nacionalmente, pero que también se inscribe den- tro de la pugna mundial entre el sistema capitalista en des- composicién y el sistema so- cialista que se construye con diversidad de caminos. En tales condiciones no fuimos ajenos al eco marcusiano de la negacién de la cultura, co- mo si el tremendo interro- gante para qué sirve la cul- tura, suficientemente adobe- do con puerilidades extremis- tas, dispensara de toda res- 195 1. J. L. Borges, Evar Méndez, A. Molinari, E. Mallea y otros en una reunion con Alfonso Reyes. 2. Leopoldo Marechal es homenajeado por un grupo de amigos con motivo de su partida para Europa en 1929. ponsabilidad en la bisqueda de una solucién positiva. A partir de esta negacion radi- cal, las posibilidades de com- prender racionalmente las le- yes de desarrollo relativa- mente auténomo de la cultura para usarlas como palanca transformadora quedan_tam- bién radicalmente abolidas, con Io cual la cultura resulta entregada, como territorio sin compartir, al sistema que presuntivamente se rechaza, Desde este punto es posi- ble comprender las actitudes de fuga ante la realidad co- mo conductas antagdnicamen- te simétricas: 0 bien volver- se hacia una cultura extrana ‘aceptada pasivamente en sus excelencias posibles, 0 bien refugiarse en un folclorismo anémalo cuando no retrégra- do en sus evocaciones de tuna realidad inexistente. Por suerte la resurreccién folclé- rica se vincula asimismo con la renovacién folclorica, en cuyo sostén se agrupan’ver- daderas _muchedumbres_ po: pulares. Fenémeno nuevo, en cierta manera emparenta- do con el de las canciones de protesta, anuncia elemen- tos indispensables para una reconstruccién democratica de la cultura argentina, a pe- sar de la inexistencia de una politica cultural organica fun- dada principalmente sobre el aparato educacional Por importantes que sean los avances producidos en. las técnicas culturales, y aun el fenémeno de insercién mas aguda de las élites en la pro- blematica nacional, seria des- mandado pensar en una ex- tension colectiva de ese sa- ber, en su socializacién com- prendida como bien congruen- te de la sociedad, acaso con la ya aludida excepcién del folclore. Quiere decir, pues, que el proceso de separacién entre las élites y el pueblo, con que la generacién del 80 invirgi6 el signo revoluciona- rio —mifitante, diria Rodé— de la generacion del 37, si- gue manteniéndose como el dato mas complicado de la sociedad argentina, y al mis- mo tiempo como él mas an- gustioso, puesto que ya al: canzan a comprenderlo los trabajadores de la cultura Pareciera, entonces, como si retornéramos al punto de par- tida: no hay cultura auténo- ma sin sociedad independien- te, no hay cultura nueva. sin sociedad nueva. ¢Significa esto que deberemos aguar- dar la transformacién social, aun cooperando en ella, para producir posteriormente la modificaoién cultural? Pensar en una revolucién por la cul- tura serfa lo mismo quo re- caer en las ilusiones primi- seculares el arielismo; ima- ginar a la cultura como mera sombra de la politica equiva- le a la pasividad del nihilis- mo. Los datos argentinos anuneian ya, entre las mallas de la crisis profunda, los ele- mentos de una cultura nueva determinados por la dialécti- ca de la lucha de clases. Se trata, pues, de acentuar tales datos, de preservarlos en su condicién nacional sin manci: Hlarlos en un nacionalismo de miras cortas. Se trata, en de- finitiva, de saber quo’ la cul- tura, por su funcién de regre- 30, puede ser un elemento necesario en la transforma: cién nacional Bibliografia ‘Agosti, Héctor P.: Nacién y cultura, Procyén, BS. As. 1959, ‘Agostl, Héctor P.: Para una polit 2 ed, eumentad Bs. As., 1970, Gallo, Blas Radl: Historia do! sal hnete’“nacional, Quetzal, Bs. AS. 1958, Giusti, Roberto F Momentos y aspecios dela cultura argentina, Faigal, Bs. As., 1954, Gonzélez Lanuza, Eduardo: Los mar tinfleristas, Ediciones Culturales Argentinas, Bs. As., 1961 Lafleur, Héctor René; Provenzano, Sergio D. y Alonso, Fernando: Las rovistas iiterarias argentinas, 1853 1967, Centro Editor de América La tina, 68. 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