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La serie Artículos tiene como premisa contribuir al

ejercicio del pensamiento y el goce individual de la


lectura que, cuando se comparte, hace comunidad.

Versión 1.0 beta.


--I--

Cada vez que alguien


no comparte su saber,
colabora con el analfabetismo.

Alejandro Schmid

Serie
Artículos

La licencia de este documento es:


Attribution-NonCommercial-ShareAlike 2.5 Argentina
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.5/ar/.

Editado en OpenOffice – Writer -


Descargalo y decile chau al wuord.
En Los Siete Locos la fabulosa novela de Roberto
Arlt, Erdosain pregunta al Coronel (quien se está
birlando a su esposa para darle una mejor vida)
“¿Cuánto gana Usted?”; “Mil quinientos” – res-
ponde, “Ah, es lógico”, “¿Qué es lógico?” Repre-
gunta aturdido el Coronel, y Erdosain replica:
“Que no sienta su esclavitud.”
La literatura puede, en una brevedad que asom-
bra siempre, decir más cosas que un extenso ma-
nual. Roberto lo sabe y lo utiliza: ¿por qué el Co-
ronel no siente su esclavitud? Porque gana un
sueldo que lo aturde, un sueldo que lo exime de
comprender la tradición de poderes que lo hacen
esclavo. Pero hay más: Habla allí también Rober-
to, sin decirlo, de la herencia, de aquello que nos
viene legado desde afuera. Allí intervienen: Fa-
milia, Escuela, Estado, Televisión, y recientemen-
te Cibercomunicación. Ser analfabeto es sin duda
ser esclavo. De hecho es una de las formas más
sutiles y crueles de la esclavitud, porque implica
una incapacidad básica: la imposibilidad de cazar
en la selva de signos llamada Humanidad.
Cierto es que podemos comprender una cultura
que no utilice la lectura lineal de signos como

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una herramienta para entender el mundo. No
menos cierto es que esas culturas no gravitan en
el poder y que la tendencia de exclusión está
marcada por el alejamiento a esa capacidad de
comprender y elaborar, con esos signos, otros.
Imaginemos el origen de la lectoescritura como
una herramienta más. ¿En qué se diferencia de
una pala? Yo puedo ver al hombre utilizar la
pala y comprender casi al instante su utilidad. Yo
puedo ver al mismo hombre marcando una pie-
dra o papel o pantalla y difícilmente entienda
instantáneamente el alcance último de esa herra-
mienta. Allí el hombre ha dejado las instruccio-
nes para fabricar la pala, ha dejado también los
secretos que permiten una mejor conservación de
la herramienta, ha dejado posibles otros usos
para la misma, ha dejado un sinfín de aplicacio-
nes, consejos e instrucciones. La escritura es
pues, una herramienta de creación y conservación
de herramientas, es la meta-herramienta, es el al-
bergue del Secreto. Y como alojamiento del Se-
creto se desenvuelve a lo largo de la historia. Es
necesario iniciarse en ella, lleva tiempo y esfuer-
zo ya que es un sistema que requiere entrena-
miento y disciplina. A su vez, ya desde su trazo,

2
conservará en esa escritura la impronta de su
ejecutor y (al mejor estilo Da Vinci) la codifica-
ción de su autor. El mundo que conocemos está
hecho de escritura, quien no observe esto sea, tal
vez, el peor analfabeto.
De allí la importancia de, ante la imposibilidad
de erradicarla, universalizarla.
Por estos días se habla de la redistribución de los
ingresos, se habla de combatir la mortalidad in-
fantil, la desnutrición, las formas, en fin, de la es-
clavitud. ¿Por qué no aprovechamos esta oportu-
nidad de arcas abundantes para redistribuir la al-
fabetización? Y ojo, no es sólo escuelas y maes-
tros. Implica una completa iniciación a la impor-
tancia vital de comprensión del mundo. Claro
que esto es sólo posible con la panza llena y ple-
no trabajo. Pero no es una utopía. Cuba lo ha he-
cho aún con un bloqueo económico de alcances
inimaginables para nosotros. Pero claro, tal vez
sea más importante vender celulares para que la
gente “se comunique”.
Volvamos a Roberto y su implacable prosa: ¿Es
el Coronel un analfabeto? ¿Puede serlo un Coro-
nel? ¿Pueden serlo un mandatario, un docente,
un escritor? Pueden porque el analfabetismo, es

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decir la esclavitud, no terminan con el
aprendizaje de los signos, sino que extiende su
frontera hasta aquel que no puede re-elaborar su
tradición, aquél que no logra repensar esos
signos, ese que prefiere seguir los mandatos, las
jerarquías, lo establecido. Ese es el analfabeto
político de Bretcht.
El diálogo aparece como un posible intento de
conciliación, siempre que sea logrado como tal,
porque ¿Acaso en las aulas se dialoga?, ¿Los me-
dios de comunicación dialogan? ¿El escenario
político dialoga? ¿Y por qué no? ¿Qué será, qué
tendrá el diálogo, cual será su dificultad para po-
der producirse? Y ahí emerge la asimetría que
maneja los hilos del conocimiento, esos hilos que
son cortados todo el tiempo, ya sea restringiendo
su uso, o promoviendo derechos de propiedad
exclusivos que anulan su utilidad por parte de la
comunidad, y sobre todo la científica.
Dialogar sería la utopía desmesurada de nuestro
tiempo, y de hecho ocurre a diario cuando nos
permitimos no ser mezquinos con nuestros sabe-
res, y también cuando condenamos las prácticas
restrictivas y segadoras.

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Porque la lógica del secreto es la lógica del poder
y este se ejerce desde los inicios del aprendizaje y
en todos los ámbitos de la realidad. Dejaremos
de ser analfabetos cuando abandonemos la hipo-
cresía del secreto. Cuando liberemos la herra-
mienta y clarifiquemos las estrategias que son
necesarias para comprender lo que no dice aque-
llo que dice.
Y como sé positivamente que este texto no llega a
quien más necesita de él[1], pero que sí a quienes
tienen en sus manos la posibilidad comenzar a
transitar el camino de la abolición definitiva de la
esclavitud, despliego un pedido que aprendí le-
yendo y escuchando (que es otra forma de leer):
Señores Intelectuales[2] es hora de compartir; y, si es
la hora de los pueblos, es hora de anular el Se-
creto.

[1]Toda vez que se escribe, se escribe para “alguien”; es tam-


bién analfabeto quien no lo comprende.
[2] Por intelectuales entiendo a todos los actores implicados en
la toma de decisiones, todos aquellos que tienen poder porque
alguien se lo ha delegado. Interesaría en este punto observar el
concepto gramsciano del intelectual. En: Los intelectuales y la
organización de la cultura; Ed. Nueva Visión., en particular por
el importante aporte a la formación de una intelectualidad de
base popular.

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