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El campeón de la unidad

El pueblo dice: la unión hace la fuerza. Bolívar repetía: “A la unidad deberemos

todo, y todas nuestras lágrimas a las divisiones”. El quería que los latinoamericanos

fuéramos poderosos y respetables, para ello debíamos unirnos. Trabajó todo lo que pudo

por la fraterna solidaridad de nuestra América. Realizó grandes campañas esfuerzos y

sacrificios innumerables con ese propósito de fundar y afirmar la amistad y la unión.

En sus recorridos por América, Bolívar tuvo curiosas y hasta graciosas

experiencias. Una vez, luego de un viaje extenuante, llegó con hambre y sed a una

población andina. Ya era muy pasado el mediodía y hacía calor. Del comité de

recepción a la entrada del villorrio, con la gente notable de lugar, se adelantó un joven

con un grueso manojo de papeles y empezó su lectura. El Libertador escuchó

pacientemente el comienzo del discurso, bien pronto percibió que era demasiado largo y

fastidioso. En un instante que el orador tomaba aliento para un párrafo que empezaba:

“Cuando César pasó el Rubicón…”, el Libertador lo interrumpió con presteza: “Mi

querido amigo, cuando César pasó el Rubicón había almorzado y yo no lo he hecho

todavía. Almorcemos primero”.

Desde inicio de su interés por la política, Bolívar hizo gala de una amplia

mentalidad; de un espíritu superior y generoso. Nunca se redujo ni se limitó a

Venezuela exclusivamente, siempre en sus planes y sus sueños abarcó a la América

española. Siempre pensó en grande. Pensó por todos en América y para todos.

El advertía que estas naciones, que antes formaron colonias separadas, y que hoy

son repúblicas, diferentes, tienen muchas cosas en común. Podríamos decir que todas

comparten lo verdaderamente esencial: Primero que nada, todas hablan castellano, un

mismo idioma – el más trascendental instrumento de socialización-; si la gente no habla

igual lengua no puede entenderse, ni convivir, no se puede intercambiar el pensamiento


ni comunicar las obras del espíritu, la literatura ni la filosofía. También la religión

aproxima a los Latinoamericanos: el Cristianismo, adoramos al mismo Dios, tenemos

idénticas creencias; a todos nos inspira una fe y una moral similar. Igualmente, las

costumbres de nuestros pueblos son muy parecidas; así no somos extraños unos para

otros, antes bien, nos comprendemos y nos compenetramos en los hábitos y usos de la

vida diaria. La historia, es decir, el pasado el presente y la proyección hacia el futuro, es

otro fundamento de esa sustancial afinidad que nos liga y nos hermana.

El hecho de estar situadas estas colectividades unas al lado de otras, sobre un

vasto continente común, contribuye a que nos miremos como partes de un todo. Eso lo

percibía Francisco de Miranda con lucidez anticipada y penetrante. Fue el Precursor de

la Independencia Americana – trabajó, luchó, vivió y murió no por uno sino por el

conjunto completo de nuestros países.

A partir de 1810 insiste Bolívar en la misma idea continentalista mirandina, y

llega a convertirse en el campeón indiscutido de la unidad latinoamericana. Si él hubiera

sido de miras cortas no sale de Venezuela, se queda en Caracas; pero en vez de l a

estricta y sola comarca natal él prefirió nuestra comunidad hemisférica. Recorrió

formidables distancias, se jugó la vida en batallas libradas en muy distintos y distantes

lugares; rompió cadenas y dio toda la libertad que pudo. Pensó, además, en la

emancipación, de Cuba y de Puerto Rico, y hasta se ilusionó con ir a España a redimir a

la Madre Patria del oprobió del absolutismo. Soñó con la liberación del África y de las

Filipinas.

Hay que decir que cuando Bolívar continuaba y acrecentada la dedicación

americanista de Miranda, estaba interpretando el verdadero sentimiento de los

venezolanos. Nunca los hijos de Venezuela fueron ni han sido egoístas, ni preocupados

nada más que por suerte ni por su exclusivo y particular interés. Desde la Colonia se ha
caracterizado el venezolano por su altruismo que es amplitud a favor de todos los

hermanos del hemisferio.

El prestigio del Libertador hizo que en muchos sectores, y por un tiempo,

hubiera cierta receptividad para estas ideas de unidad. Ello fue notorio durante la guerra.

Las batallas de Boyacá y Carabobo liquidan el poder militar español en el norte de la

América meridional: a ambas batallas debido la Provincia de Panamá (vecina pero

distanciada por la falta de comunicación) la posibilidad de su independencia. Cuando, a

fines de noviembre de 1821, los panameños resuelven asumir su soberanía disponen

sumarse a la república de Colombia creada por Bolívar. Esa Colombia bolivariana es la

ahora llamamos Gran Colombia, porque englobaba cuatro países: Venezuela, la actual

Colombia denominada entonces Nueva Granada o Cundinamarca, Panamá y Ecuador –

este último definitivamente libre por la gloriosa acción de Pichincha.

Por los mismos días de la manifestación procolombianista de Panamá, también

la República Dominicana –al independizarse con el nombre de Haití Español- hace

público análogo deseo: Quería ese pueblo hermano formar parte de la nación constituida

y presidida por el Libertador.

Costa rica procuró igualmente incorporarse a la República colombiana; tal era el

anhelo de muchos patriotas allí activos. Entre ellos se destacó el meritorio nicaragüense

Rafael Francisco Osejo.

Bolívar dedicó cinco años –de los veinte que duró su vida pública- a las patrias

del Sur: Ecuador, Perú y Bolivia. Allí sus tropas ganaron batallas memorables:

Pichincha, Junín, Ayacucho. Sucre se inmortalizó en esa culminante campaña siguiendo

la inspiración del Libertador.

Mientras desempeñaba la presidencia de Colombia, dirigió Bolívar diferentes

misiones diplomáticas para concertar alianzas con los otros países hermanos. Sus
embajadores fueron al Perú, Guatemala, Chile, Argentina y México. Tuvo también

relaciones con Centroamérica – que entonces era una sola nación, con su capital en

Guatemala-, y entabló fraternal amistad con Brasil.

Esas misiones tenían por objeto prepara el terreno para el acto cumbre –

acariciado como aspiración fija en la mente y en el espíritu de Simón Bolívar- que era el

de reunir a la América hispana en una gran asamblea de nuestros pueblos.

En diciembre de 1824 dio Bolívar, al fin, el paso más trascendental de su trabajo

americanista, la convocatoria para el Congreso de esta América que él quería reunir en

Panamá. ¿Por qué allí? Bolívar era muy idealista, parecía a veces un poeta, sin dejar de

ser un hombre práctico y un luchador concreto. El conocía la Historia de la Antigüedad

y recordaba que los distintos Estados de la península griega –los cuales, por lo demás,

tuvieron tremendas guerras entre sí- se reunían a deliberar sobre asuntos comunes en un

lugar del Istmo de Corinto. El deseaba que el Istmo de Panamá fuera para nosotros lo

que fue el de Corinto para los griegos.

En esa Asamblea americana – o Congreso de Panamá- debía afirmarse de

manera solemne la unidad de nuestras patrias

Debía organizarse allí una gran fuerza militar, una flota de todos los países

hermanos. Se discutirían leyes uniformes para ser cumplidas en todos los Estados, y se

establecería un Consejo permanente que prepararía los demás pasos progresivos hacia la

integración. De ese modo, por ejemplo, se debía unificar después la enseñanza, se

adoptaría un solo sistema monetario, se coordinaría el comercio, el intercambio

científico etc.

Superando muchas dificultades –año y medio después de convocado – pudo

reunirse el Congreso de Panamá No asistieron todos los países convocados por Bolívar.

Por otro lado, Santander que estaba encargado de la presidencia de Colombia invitó
unas naciones que Bolívar había excluido expresamente. Estados Unidos, Inglaterra,

Holanda, Francia… Bolívar buscaba una reunión homogénea – de la América “antes

española”, es decir, de repúblicas hispanoamericanas- y no de Estados muy diferentes

con intereses contrarios y distintos de los de nuestra América.

Las resoluciones o acuerdos tomados por el Congreso de Panamá no

satisficieron al Libertador, quien así veía fracasar otra de sus grandes iniciativas. Contra

cada una de sus aspiraciones máximas: libertad de los esclavos, reparto de tierras,

unidad hispanoamericana, establecimiento de la democracia, elevación de la moral, etc.,

los grupos dirigentes – caudillos y oligarquías- trabajaron afanosamente para que

ninguna cristalizar. Contra todo lo que él anheló se confabularon los enemigos para

destruir su obra. Al final prevalecieron las conveniencias localistas y mezquinas sobre

los ideales superiores. Bolívar se definió a sí mismo –muchas veces- como “un hombre

solo”, un hombre solo no podía vencer e imponerse a tantos. Mas su pensamiento llega

hasta nosotros con plena claridad; y nuestros hijos y nosotros haremos que todo lo

bueno que Bolívar quiso hacer se haga realidad.

El llamamiento más insistentemente repetido por Simón Bolívar, desde el inicio

hasta el fin de su vida pública, es el de la unión. Desde 1810 lo escribió en Londres;

también en su primer discurso – que fue en la Sociedad Patriótica en Caracas-

convidaba a la unión. En más de una oportunidad él explicaba que las derrotas sufridas

en la guerra de independencia se debían a la desunión de los patriotas. En Angostura

repite: “Unidad, Unidad, Unidad debe ser nuestra divisa”. Al despedirse de sus

conciudadanos en Santa Marta, una semana antes de morir, dijo: “Todos debéis trabajar

por el bien inestimable de la unión”.

Bolívar trabajó por la unidad de nuestra América que, cuando se piensa en él, se

piensa en unidad continental latinoamericana. Su nombre es como una campana sonora


que llama a sumar esfuerzos, voluntades y energías. Solo la unión conduce a la

grandeza. Si nos dividimos nos hundimos, los enemigos triunfan de nosotros. La unión

es la que fortifica. Unidos creceremos, unidos avanzaremos.

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