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‘Al principio estaba la nada, eso se nos hizo creer. Y luego, supuestamente, se hizo la luz. Pero la luz
tenía problemas. No era clara y siempre había que concitarla, cuidarla, siempre se acababan las pilas o
no había leña. Nada que ver con nuestros mundos hiperlumínicos actuales o con el estilo de algunos de
mis congéneres, que parecían seres dotados de la luz eterna. Hubo un tiempo, ahora tan lejano que ya
casi ni mis carnes lo recuerdan, en el que nos preocupó cómo concitar la luz. El único problema que
eso tenía y sigue teniendo es que para preocuparse por la generación de la llama, por sus problemas y
sus circunstancias, debemos despojarnos, siquiera momentáneamente, de nuestros puntos de luz, de la
claridad que nos acompaña o, si no despojarnos, al menos sí mirar hacia el foco de la luz, interrogarlo.
Pero también hubo un espacio en el que se nos permitió hacerlo, un espacio en el que
mirábamos a la luz, a veces con la mirada desafiante e irreverente, pero en el fondo un poco vacía de
contenido de la adolescencia. Un espacio desde el que mirábamos, pero también en el que admirábamos
la luz. Un espacio en el que crecimos, aprendimos sobre la luz, sus problemas, sus beneficios y sus
tiranías. Aprendimos a amarla, a temerla y a respetarla, pero con el tiempo aprendimos también que
había distintas luces, mejor dicho, distintas formas de alumbrar. Y con el tiempo aprendimos que
nuestra luz –precaria y de bajo voltaje, forjada por linternas Cegasa, candiles, cerillas y velas de
cumpleaños-, suponía un problema para otras. Reconocimos que llegaría algún día en el que esas otras
formas de luz querrían apagarnos, porque basaban su luz en esconder a los esclavos que avivaban el
fuego y nuestra mera existencia se lo señalaba.
Fue un espacio del que tuvimos que salir corriendo cuando empezó la Era de la Luz Eterna. Yo
me enrolé en un barco, partí hacia tierras extrañas y tras algunos años arrastrando mis penurias vagando
por el mundo y habiendo estado a punto de naufragar no pocas veces, por fin he conseguido volver.
Aunque no sé si “conseguir” es la mejor palabra. Y “volver” tampoco. En realidad nunca quise irme y
no he conseguido nada, me ha sido dado. Por otro lado, necesitaba volver, porque la vida en alta mar
me estaba matando y no iba a poder sobrevivir mucho más. Después de varios intentos, solicité un
trabajo en el lugar que me vio nacer. Saben de dónde vengo, pero ya no debemos ser un problema para
ellos y ahora quieren que seamos nosotros mismos los que nos convenzamos de la necesidad de
desaparecer.
De la vida de las cajas a las cajas de la vida 2008, 2009 © Tomás Sánchez-Criado / 2
Llevo un tiempo intentando hacer algo de memoria para poner en pie aquellos olores, los vagos
destellos y fogonazos de series de imágenes, pero también los sonidos de aquellos tiempos pasados. Ha
hecho falta tiempo. Separado de algunos de mis compañeros y con la pérdida importante de algunos de
ellos, en alta mar se hacía difícil pensar. Y la mayor parte de las veces no sólo es una cuestión de
contenido, sino que principalmente es una cuestión de forma. Ayer me decidí, y si tengo que participar
en un acto de defunción de aquello en lo que crecí, si quieren que ejecute la sentencia con las armas que
siempre critiqué, quisiera hacerlo con honor y por ello me he decidido a escribir esta pequeña historia
prohibida sobre la vida de las cajas, de aquello con lo que aprendimos a conocer la luz. Espero que
aunque no pueda publicarse en años, aunque no limpie mis manos manchadas de sangre, sirva algún día
como atenuante y como acicate para aquellos en los que siempre creeré. Si crees en ello, amigo lector,
aunque no estés del todo de acuerdo con mi pesimismo, ayúdame a difundir la palabra.
***
– Partimos de la caja. Él nos la dio. Llegó un día y nos dijo: “tomad, decidme qué hay dentro. Yo
no sé lo que hay. Lo escondí hace mucho tiempo y ya no me acuerdo”, decían unos.
– “A nosotros nos dijo que os miráramos y registráramos todo lo que hacíais”, decían otros.
Y así empezaban a jugar. Unos agitaban la caja, operaban con ella. Mientras tanto los otros
apuntaban con sumo cuidado “piensan que es metal porque suena como unas llaves rebotando cuando
la agitan de izquierda a derecha”.
– “Imaginad”, les decía Él, “que no sabéis lo que es el metal o qué son unas llaves. ¿Qué hay
dentro de la caja?”
Y así pasaban las horas. Todo lo que pareciera dado por sentado era interrogado sin fin o
sometido a un acuerdo que cerrara la controversia. Era nuestra experiencia iniciática. Así empezábamos
todos. Queríamos volver la caja del revés, romperla e incluso tirarla contra la pared para abrirla.
Necesitábamos saber lo que había dentro. Sin embargo, Él nos calmaba. Era un entrenamiento y las
cajas serían necesarias para años venideros. Era nuestra particular forma de despojarnos de la luz
eterna, de la certeza infinita. Las cajas eran el mundo y debíamos pensar en cómo dar cuenta de la vida
de las cajas, que no siempre se nos muestran, que en muchas ocasiones ni siquiera son cajas, ni siquiera
son algo definido de antemano y, desde luego, no es seguro que haya alguien que como un dios haya
metido “cosas” en “cajas”.
Las cajas ganaban vida en nuestras manos, a la vez que nosotros ganábamos vida con ellas. Del
constante meneo emergía el contenido de la caja y también emergían nuestras certezas, cambiantes
quizá ante una nueva prueba, ante una nueva manera de voltearla, ante unas nuevas manos probando el
más nimio de los movimientos para sentir el contenido de otra forma. Año tras año, para cada grupo de
nosotros la certeza aparecía ligada a la prueba y al acuerdo, a la vida de las cajas que, en el fondo, era la
nuestra. Ahí residía el secreto, ahí residía el problema.
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***
Y desde aquí, en la torre de marfil que me salvaguarda y me aleja del fragor del mar, no dejo de
pensar en que, algún día, cuando las cosas sean diferentes, volveremos a alzarnos con un candil en la
mano, con las cerillas de las certezas cambiantes como única bandera y única fuerza… Aunque quizá no
sea necesario, porque su falta de respeto, su vanidad, sin darse cuenta erosiona día tras día los diques y
polders con los que apuntalan su metafísica de la Luz Eterna. Quizá, aunque esperemos no tener que
llegar a ese límite, algún día nos volvamos a ver, querido lector, vagando por los mares, en busca de una
tablilla de salvamento, cuando modernos y anti-modernos nos hayan llevado al desastre de la guerra
nuclear postcolonial tardía o la erosión definitiva de los casquetes polares’.
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Intro. Black-boxing
En la alta burguesía europea del siglo XIX se estilaba una figura: la mantenida, la amante
pagada por el señor adinerado aunque lo supiera la familia entera –que incluso discutía sobre la
calidad de las mantenidas de su familia con respecto a las de otras. Un secreto a voces que
perpetuaba la perversión de la dominación sobre las dos mujeres (la oficial y la oficiosa). Una
ausencia-presente, algo que operaba por su condición de permanecer en la sombra, que mantenía el
status quo bajo la condición de ser un secreto a voces.
La actividad tecnológica y científica moderna, que no ha dejado de producir “cajas” en los
últimos dos siglos, ha funcionado a partir de una lógica justificativa análoga: “experimentemos sin
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parar, generemos conceptos y aparatos sin cesar, pero no es importante lo que implican” (aun
cuando sus efectos no han cejado de producirse a muy diferentes niveles). Como mucho, en
ocasiones, en el mayor de sus delirios, se ha llegado a pensar en llevar a cabo, dando por sentada la
superioridad de la ciencia sobre otros estamentos, el sueño dorado de todo científico de raigambre
platónica: un gobierno de los expertos (p.ej. Francis Galton y la eugenesia o el bienpensante B.F.
Skinner y su Walden dos).
En el ámbito de los estudios sociales de la ciencia, se ha pensado en la forma de explicar la
acumulación de conocimiento (que hasta entonces se planteaba como “siempre lineal y hacia la
mejora continua”) a partir de la analogía con el concepto de “caja negra” en la ingeniería de
sistemas (black-box)1 y la operación de cierre de controversias y estabilización de un fenómeno
como “cajanegrización” (black-boxing).
Resumiendo lo que esto implica, la explicación mítica de la tarea de nuestras tecnociencias
ha encubierto sus condiciones de producción y sus efectos. De esta manera, la ciencia se ha
convertido en un dispositivo para “hacer política por otros medios”. El problema que esto ha
escondido es mayúsculo: nos ha arrojado a un espacio de cientos de innumerables aspectos
encubiertos, de un sin fin de “mantenidas” de todos los reinos ontológicos (que son a su vez la
misma condición de su mantenimiento).
¿Qué ocurre cuando se abren las cajas negras? El mundo cobra otra forma. Lo primero que
no queda claro es que “mundo sólo haya uno”. Parece imposible encontrar un operador de cierre
ante las innumerables controversias que se observan en todas las ciencias y cuyos cierres aparecen
como ajustes precarios –acuerdos o imposiciones sobre el resultado del movimiento de la caja, por
volver al ejemplo con el que empezábamos-, andamios para poder seguir investigando. Pero a
veces, como en la construcción, el andamio se cae, se desmonta porque no hay dinero o se abandona
y el edificio, el objeto a hacer emerger, queda desterrado del circuito de la normalidad, salvo por
algunos cuantos okupas que lo pueblan y lo cuidan de diversas maneras. La actividad científica, por
tanto, opera con una temporalidad diferente a la lineal. Hay olvido, objetos cambiantes y no
estables, saltos temporales, vueltas hacia atrás que son un paso hacia delante… Se trata más bien de
un pluriverso, como decía William James.
En segundo lugar, y esta fue la principal intuición de los estudios sociales de la ciencia y la
tecnología, la ciencia y la política como actividades separadas se difuminan. La emergencia de un
1
Definida de la siguiente manera en la Wikipedia: “algún sistema o mecanismo de contenido desconocido (o sin interés
para el análisis) y del cual solo podemos conocer (o solo nos interesamos en) lo que lo afecta y lo que produce”. En
http://es.wikipedia.org/wiki/Caja_Negra_%28psicolog%C3%ADa%29 (Acceso el 1 de octubre de 2007).
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a. Climas antrópicos
Desde tiempos remotos los seres humanos han estado “preocupados”, de alguna manera u
otra, por su preservación, lo cual sólo podía pasar por la participación de nichos ecológicos aptos a
sus condiciones. Así lo atestigua el importante “descubrimiento” (operatorio) de cuevas o el uso del
fuego, por no hablar de la fabricación de herramientas y la elaboración de alimentos. La
preservación del ser humano, por tanto, sólo puede ser pensada por su continuidad con otros
elementos “no humanos” (tanto vivientes como no-vivientes), que le dan forma, de los que
participa y son incluidos en sus ecologías. Nuestra preservación, nuestro mantenimiento va en
continuidad con el de otras especies y materiales. Vivimos en y participamos de lo que el filósofo
alemán Peter Sloterdijk denomina “climas antrópicos”, ecologías que permiten las más diversas
formas de antropogénesis a partir de innumerables antropotecnias o técnicas generadoras de “lo
humano”.
Sin embargo, nos encontramos en un momento bastante lejano de las cuevas y de las
primeras tribus nómadas o vagamente sedentarias. La urbanización, el entrecruzamiento de carne y
piedra, ha planteado numerosos problemas para la preservación. Estamos hablando de lo que en el
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siglo XIX fue denominado “higiene” y desde ahí hasta nuestros días2. Las tribus nómadas son, en la
denominación de Sloterdijk, “fecófugas” (huyen de sus excrementos). La fuerte concentración
urbana de las grandes culturas, y sus grandes plagas, supuso una nueva era para los climas
antrópicos, lo que Sloterdijk llama la “merdocracia”, la era de los primeros planteamientos sobre la
gestión de los excrementos y la suciedad generados por la aglomeración (constituyéndose las
grandes culturas en sociedades “letrinocéntricas”, culturas en torno a la letrina), así como una
continuación del pensamiento sobre la conservación de alimentos, agua y otras reservas para la vida
en la ciudad. Tomemos el caso del Bagdir (ver FIGURA 1).
FIGURA 1. Bagdir / Tour de vent / Capteur de vent, Carnet de route “Iran, Octubre 2006”. Foto © 2006 Albert Videt
(Utilizada con permiso del autor3).
En la zona del actual Irán y en una amplia parte del Magreb existe un tipo de construcción
que permite la “refrigeración pasiva” de su interior, el bagdir o torre de viento4. Esta, a través de un
intrincado sistema de canalizaciones de aire que contienen toallas mojadas, permite la refrigeración
de un interior, como forma de generar posibilidades para la vida urbanita en las condiciones de
aridez de esos asentamientos. En la FIGURA 1 podemos observar un bagdir empleado para la
refrigeración y mantenimiento de depósitos de agua. Esta estrategia de refrigeración pasiva ha sido
recuperada por proyectos de arquitectura contemporáneos que buscan procedimientos “ecológicos”
de refrigeración, como los árboles de viento pensados para el proyecto del Eco-bulevar de Vallecas
en Madrid (ver FIGURA 2)5.
2
Ver la obra de Guerrand (1991).
3
En http://www.albert-videt.eu/photographie/carnet-de-route/iran_10-2006/badgir_tour-du-vent_yazd_00.php (Acceso
el 1 de octubre de 2007)
4
Puede encontrarse más información sobre el origen y uso de los bagdirs en el blog de arquitectura “Bitácora Virtual”:
http://bitacoravirtual.blogspot.com/2006/06/torres-elicas-de-yazd.html
5
Puede consultarse más información en el reportaje de la revista ARQtipo (http://arqtipo.com/?p=156) o en la página
web de la exposición FreshMadrid 2006 organizada por la Fundación Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid-COAM
(http://www.freshmadrid.com/04tat/01/proyecto.htm).
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FIGURA 2. Árbol de viento / Cilindro de Ventilación. Proyecto del “Eco-Bulevar de Vallecas” del estudio de
arquitectura Ecosistema Urbano6. Foto: Ecosistema Urbano / FreshMadrid © 20077.
b. Entornos utero-técnicos
Partiendo de esto queremos pensar en el ejemplo reciente de otro artefacto que ha cambiado
nuestras vidas, la incubadora. Sin embargo, debemos ser cuidadosos. Lo anteriormente expuesto
sobre los climas antrópicos no nos debería llevar a una historia mítica del “cuidado” que tiene en la
incubadora el más alto exponente (científico) de la preservación de la vida humana. Por supuesto la
incubadora se sitúa en una clara continuidad con las cuevas o lo que, por volver a Sloterdijk,
podríamos llamar “entornos utero-técnicos”: climas antrópicos construidos a partir de reproducir
técnicamente condiciones “uterinas” (como metáfora de los límites necesarios para la vida humana,
de sus life-supporting systems): calor, condiciones de humedad, protección y alimentación. Pero la
incubadora cobra sentido en una sociedad preocupada por la infancia, que construye la infancia
como problema del cuidado para la alta burguesía desde el siglo XVIII8 (ver la FIGURA 3, que
muestra el primer diseño de incubadora realizado en Francia a finales del siglo XIX): supone una
individualización del cuidado de la infancia, así como el desarrollo de toda la disciplina de la
neonatología9.
6
Ver su página web: http://www.ecosistemaurbano.com/
7
Extraída de http://www.freshmadrid.com/04tat/01/03.jpg (Acceso el 1 de octubre de 2007)
8
Ver Donzelot (1998).
9
Ver la página web “Neonatology on the web”: http://www.neonatology.org/
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FIGURA 3. Figura del artículo “De la Couveuse pour Infants” de A. Auvard (1855-1941), Archives de Tocologie des
Maladies des Femmes et des Enfants, 10:577-609, Octubre de 1883. Copyright © 1998 Neonatology on the Web10.
Sin olvidar su trasfondo político burgués y la vinculación del cuidado con la medicalización,
la tecnificación de la incubadora ha supuesto la reducción de la mortalidad infantil en todos los
países occidentales en condiciones incluso extremas (ver FIGURA 4).
FIGURA 4. Nurse Training During World War II - United States, Office of War Information, Overseas Picture
Division, Washington. Foto de Fritz Henle, Noviembre de 1942. Copyright © 2007 Neonatology on the Web11.
10
Extraída de http://www.neonatology.org/pinups/auvard.html (Acceso el 1 de octubre de 2007)
11
Extraída de http://www.neonatology.org/pinups/NurseTraining1942WarOffice.html (Acceso el 1 de octubre de
2007)
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12
Para lo que quizá debamos transitar entre el datum (“dato” como algo dado) y el captum (“capto”, el resultado de la
investigación como resultado de una operación de captura).
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“Las ciencias sociales pueden volverse tan científicas […] como las ciencias naturales bajo la condición de que
corran los mismos riesgos, lo que significa repensar sus métodos y reformar sus marcos de arriba a abajo
cuando aquellos que articulan digan. El principio general […] se convierte en: concibe tus investigaciones de
tal manera que maximicen la resistencia [recalcitrance] de aquellos a los que interrogas.
[…] este lema es, paradójicamente, más difícil de aplicar a los humanos que a los no humanos.
¡Contrariamente a los no humanos, los humanos tienen una gran tendencia, cuando se encuentran con la
autoridad científica, a abandonar la resistencia y a comportarse como objetos obedientes, ofreciendo a los
investigadores únicamente enunciados redundantes, confortando así a los mismos investigadores en su creencia
de haber producido hechos ‘científicos’ robustos y de haber imitado la gran solidez de las ciencias naturales!
[…] las ciencias sociales no se han visto frustradas en su desarrollo por la resistencia de los humanos a ser
tratados como objetos, sino por su complacencia con los proyectos de investigación científica, lo que hace más
difícil para los científicos sociales la detección de los artefactos de su diseño en el caso de los humanos que en
el de los no humanos… ¡Los laboratorios de ciencias humanas rara vez explotan!” (Latour, 2004: 217;
traducción propia).
Por todas estas razones, las descripciones de la política y la ciencia míticas no pueden
responder al reto de lo que constituyen las prácticas de construir “cajas de la vida” y sólo sirven
para vaciar esas cajas, para desahuciarlas y dejarlas sin contenido. Como quizá se pueda intuir a
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partir de esto hay otras muchas formas de encontrar relevancia pública distintas a la
“profesionalización” o la construcción de una disciplina como saber reificado para su aplicación
técnica de forma repetitiva. Y ahí se muestra la importancia de que siga existiendo un espacio-
tiempo para la reflexión sobre el estatuto epistemológico y político de la psicología.
Soy consciente, sin embargo, que este objetivo se escapa a los modestos márgenes de este
texto. Pero soy aún más consciente de que este texto es más bien un obituario, una carta de
despedida para un mundo en llamas del que quizá debamos salir corriendo. Por lo demás, lo
reconozco, yo no sé si tengo fuerzas para seguir adelante con esta tarea y, muy probablemente,
cuando leas este texto me habré esfumado de este entorno.
Por esto te pido una cosa, querida lectora, si crees en ello: ayúdame a difundir la palabra y
no te olvides de que al producir nuevas cajas (terapias, modos de obrar o intervenciones en
diferentes dominios) estarás forjando diferentes cajas de la vida. Por tanto, mantened viva la llama:
no cometáis el error de dejar de observar la vida de las cajas. Porque si no le prestamos atención a
la vida de las cajas corremos el peligro de echar a perder las cajas que nos dan la vida.
Fuentes de inspiración
Blanco, F. (2002). El cultivo de la mente. Ensayo histórico-crítico sobre la cultura psicológica. Madrid: Antonio Machado.
Blanco, F. (2003). Arte, mediación y cultura. Comunicación presentada en el II Symposium Internacional de Psicología y Estética,
Miraflores de la Sierra (Madrid), 31 Oct. – 2 Nov.
Donzelot, J. (1998). La policía de las familias.. Valencia: Pre-Textos.
Guerrand, R.-H. (1991). Las letrinas. Historia de la higiene urbana. Valencia: Edicions Alfons El Magnànim.
Latour, B. (2001). La esperanza de Pandora. La realidad de los Estudios de la Ciencia. Barcelona: Gedisa.
Latour, B. (2004). How to talk about the body? The normative dimension of Science Studies. Body & Society, 10(2-3), 205-229.
Sloterdijk, P. (2003-2006). Esferas (3 vols.). Madrid: Siruela..