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L. P. Curtis Jr. El taller del historiador By, U Traduccién de JUAN José Urritta EL TALLER DEL HISTORIADOR VIVIAN H. GALBRAITH ROBERT BRENTANO LYNN T. WHITE, JR. CARLO M, CIPOLLA RAYMOND K. KENT DONALD ROBERTSON THOMAS G. BARNES J. G. A. POCOCK ROBERT R. PALMER GEORGE F. E. RUDE JOHN WILLIAM WARD JAN VANSINA L. P. CURTIS, JR. JOSEPH R. LEVENSON RUDOLPH BINION LAWRENCE W. LEVINE Compilacién de L. P. Curtis, JR. iG e FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO Primera edicién en inglés, 1970 Primera edici6n en espafol, 1975 Quinta reimpresion, 2003 Curtis, Lewis Perry (comp.) El taller del historiador / comp, de Lewis Perry Curtis ; tad. de Juan José Utrilla, — México : FCE, 1975 344 p. ; 23x 16 cm — Colec. Historia) Titulo original The Historian's Workshop ISBN 968-16-2418-1 1, Historiadores — Correspondencia 2. Histo Metodologia I. Utrilla, Juan José tr. II. Ser I. t LC D16 C8618 Dewey 901.8 C979t Se prohibe la reproducci6n total o parcial de esta obra —indluido el disefo tipogrifico y de portada—, sea cual fuere el medio, electrénico 0 mecinico, sin el consentimiento por escrito del editor. Comentarios y sugerencias: editor@fce.com.mx Conozca nuestro catdlogo: www.fondodeculturaeconomica.com Titulo original: The Historian's Workshop. Original Essays by Sixteen Historians © 1970, Alfred a. Knopf, Nueva York D. R, © 1975, Fonbo pe CuLTuka Economica, Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F. ISBN 968-16-2418-1 Impreso en México * Printed in Mexico A LA MEMORIA DE JosEPH R. LEVENSON {1920-1969} “PENSAMIENTO” y “pensar”, “verdad” y “vida” no necesitan ser idén- ticos. La historia esti Ilena de “error”, la muerte y la verdad estan lejos de ser incompatibles, Algo légicamente probable ‘puede ser psicolégica- mente contradictorio. Algo tedricamente defendible puede ser histori- camente insostenible. Eso es lo que queremos dar a entender cuando decimos que Ja historia no es un cuento con una moraleja, y cuando sen- timos lo desgarrador de una causa perdida —la pérdida de un dominio objetivo—, no sdlo el fio paso de los afios cambiantes. Del prologo de Confucian China and Its Modern Fate: A Trilogy, 1968 El conocimiento propio es una cosa notablemente elusiva, pues el self se transforma en el cognoscente, y Liang, atrapado como cualquier hom- bre en su propio presente, dificilmente podia revelarse a si mismo y seguir siendo él mismo. Del prélogo de Liang Ch'i-ch’ao and the Mind of Modern China, 1959 | Introduccién | La wEA, 0 el capricho, que hizo surgir este volumen se remonta al invierno | de 1965-1966, cuando yo estaba radicado cerca de Oxford —en Cumnor ! Hill, para ser preciso—, disfrutando de mis primeras vacaciones desde que, en 1959, empecé a dar clases. De no haber sido por ese aiio de bisquedas y te-biisquedas en las islas britdnicas, que debi a una fellowship del Amer- jcan Council of Learned Societies, acaso nunca hubiera encontrado el lugar y el momento apropiados para pensar en la relacién de mis inmediatos intereses histéricos con ese marco difuso y frecuentemente elusivo al que a veces llamamos Historia, con H maytscula. Uno de los resultados de esas reflexiones sobre el significado y la existencia de Clio es este volumen, que pretende elucidar la manera en que algunos historiadores profesionales desempefian su labor. Los ensayos siguientes iluminan, con diversas intensidades de luz y sombra, algunos de los pasos que han dado ciertos historiadores obsesio- nados por una idea, un problema, una pauta, una imagen, una metéfora o un mito. Asi, pues, enfoca el “taller” en que los historiadores conciben sus proyectos, reflexionan sobre ellos, buscan pruebas, levantan estructu- ras, las modifican, deambulan por los archivos, leen atentamente biblio- gtafias y catélogos de libros, compilan tarjeteros, toman y clasifican notas, escriben una versién tras otra, pulen la prosa y modifican las galeras de sus libros y articulos. No ofrecemos aqui un manual de historia simplifi- cada, ni una f6rmula magica para escribir monografias “definitivas”, ni un método garantizado para evitar conceptualizaciones histéricas erréneas. En lugar de predicar a unas congregaciones indoctas cémo deben leer y escri- bir la historia, cada colaborador intenta explicar —tanto a si mismo como a cualquier lector imaginario— como Ilegé a escribir algunas de sus obras, no sin dejar aqui y alld una que otra clave de cémo y por qué se metié a historiador. En este taller, el hincapié se encuentra entre la auto-compren- sién y el entendimiento de la historia, y en algunos casos no es facil dife- fenciar entre los dos. Aunque no representamos ninguna escuela histérica determinada, y en nuestros intereses, capacidades y enfoques al pasado Somos tan variados como pueda serlo cualquier grupo de historiadores to- mado al azar, nos agrada considerar este volumen como algo mas que la Obra de dieciséis historiadores “haciendo lo suyo”, segtin la hoy célebre frase de Juvenal (rem suam agit). En qué consiste ese “algo mas", es algo que variaré de un lector a otro, conforme avancen a través de dieciséis ensayos sumamente individuales. a 10 INTRODUCCION, Por tradicién, los historiadores suelen ser un tanto retraidos, si no to- talmente misteriosos, acerca de cémo producen sus libros y articulos. Desde luego, existen algunas notables excepciones a la regla; pero, en general, puede decirse que los historiadores prefieren, por mucho, escribir acerca de los habitos de trabajo y las suposiciones de otros historiadores, antes que exponer sus propios métodos al ojo del ptblico. Cada monografia o trabajo de historia tiene su propia vida privada, que rara vez o nunca aparece impresa. Necio seria pretender que todas esas vidas privadas jus- tifican el gasto de la tinta. Pero unas cuantas “vidas breves” de ciertas obras de historia acaso contengan més sustancia 0 alimento espiritual, para el futuro pensamiento histérico, que cientos de prélogos convencionales a densas monogtafias, atestadas de agradecimientos del autor a todos los mentores 0 atormentadores (no deben confundirse con las esposas ¢ hijos) que en algo ayudaron u obstaculizaron al libro. Como estos prdlogos reve- lan poco o nada de la concepcién y gestacién del libro, su "“verdadera his- toria’ nunca se cuenta. En muchos casos, vale mas asi: para algunos histo- tiadores, tales revelaciones serian mds que embarazosas. Lo que intentamos explorar aqui es la vida oculta o interior de la monografia histérica, sin hacernos ilusiones sobre nuestra capacidad de agotar el tema, y menos de escribir la historia definitiva de nuestras propias obras. De ello no siempre se sigue que los historiadores que comprenden sus propios métodos de trabajo —por no decir que se comprenden a si mismos— tienen un mejor entendimiento de las cosas del pasado. En algunos casos, puede decirse lo contrario. Pero aqui, en este taller, deliberadamente hemos cultivado cier- ta conciencia de si mismo, con objeto de sondear algunas de las influencias especiales que han dejado su huella en nuestras obras a través de los afios. Hay, desde luego, un buen némero de druidas o sacerdotes de la historia a los que ni en un mes de vacaciones sabdticas podria persuadirse de que permitieran a sus congregaciones echar siquiera un vistazo a sus talleres privados. Para ellos, lo que ocurre tras el altar de la Historia, y en la sacristia del historiador, no es para ojos profanos, y menos atin para escépti- cos e incrédulos. En cambio, los miembros més seculares y tealistas de la profesién prefieren practicar a predicar sus métodos, porque es asi como se obtienen las recompensas psiquicas y materiales. Asi, dejamos en libertad a un reducido grupo de historiadores con Ia necesaria desfachatez, chutzpa, narcisismo © lo que ustedes gusten —ademds de tiempo— para poner en letras de molde sus sensibilidades hist6ricas, sus métodos y no-métodos, y sus peculiares maneras de convertir las preguntas en respuestas y las hipétesis en conclusiones. Asi pues, no fue simple curiosidad, morbosa por culpa del clima de Oxford, la que inicialmente me movié a emptender un estudio de taller del “oficio del historiador”. Aparte de mi propia disposicién a aprender de INTRODUCCION a otros historiadores, estaba decepciondndome cada vez mas del estado de la literatura acerca de Ja literatura de la historia. Libros, manuales y confe- sencias publicadas acerca de historia, historicismo, filosofia de Ja historia, historiografia, método histérico, meta-historia, Clio, cliometria, etcétera, es- taban fijando un precio de unos cuarenta délares por docena en el mercado, y virtualmente todos trataban el caso en términos optativos, sefialando el camino —después de mucho afilar el hacha o batir la maleza— de cémo debe hacerse 0 no hacerse la historia. No que todos esos libros y ensayos sean erréneos 0 fitiles. Mucho tenemos que aprender del examen periddico de la colectividad a la que pertenecemos, y de las suposiciones y métodos que parecen mantenerla unida, aun si la epistemologia 0 metodologia de un historiador resulta anatema para otro. Pero los tiempos han cambiado desde que lord Acton pensé, por primera vez, en la era de la “historia final”. La ensefianza y escritura de la historia no slo ha Ilegado a ser una industria multimillonaria, con incontables ganancias marginales, especial- mente si se estd en el “buen” campo. {Cada vez més historiadores parecen burlarse abiertamente de Clio, y prefieren jugar con modelos “cientificos’’! Cuanto mds complicados matematica 0 sociolégicamente, mejor. Para mu- chos historiadores jévenes, donde hoy esta la “verdadera accién intelectual” es en Ja linea fronteriza entre la historia y disciplinas tales como sociologia, antropologia, demografia, econométrica, economia y psicologia. Por mucho que pueda ofender los anhelos humanistas de algunos historiadores, al pa- recet Clio esté alej4ndose y resultando indeseable para aquellos historia- dotes profesionales a quienes atraen los problemas y maneras de resolverlos de varios cientificos de la sociedad y el comportamiento. Por lo tanto, este volumen inicialmente debié su existencia a algunas preguntas y una curio- sidad no s6lo relacionadas con las nuevas direcciones de la investigacién histérica, sino también con el contenido de los principales sectores de la economia histérica a fines de los sesentas. Seria conveniente decir de una vez al lector que muchas de tales preguntas y esa curiosidad atin perma- necen en el cerebro del editor, tres afios y dieciséis ensayos después. Como yo no podia concebir un libro que revelara exactamente cémo escogen sus temas los historiadores, cémo efectian sus investigaciones, c6mo dan forma a sus interpretaciones y cémo resumen sus resultados, me parecid apropiado compilar una antologia en que algunos historiadores enfocaran estos aspectos especificos de su carrera y su profesién. A mi parecer, E. H. Carr planteé una pregunta, gastada y fastidiosa, aunque de una manera elegante, cuando publicé sus Trevelyan Lectures en 1961, intituladas What is History? Aun si alguien Ilegara a suscribir la respuesta final del autor a su propia dificil pregunta —y yo no lo hice—, esta gustada obra nos decia mucho acerca de las relaciones de Carr con Clio y con Hegel, para bh 12 INTRODUCCION, no mencionar a Isaiah Berlin y a Hugh Trevor-Roper, pero ocultaba celo- samente a Carr, el historiador en activo, al autor de A History of Soviet Russia y otros libros importantes. Admito que las preguntas que me preocu- paban eran menos césmicas y teleolégicas, y como, asimismo, tenfan menos que ver con ideologia, en algunos aspectos eran més dificiles de contestar. Entre ellas estaban: “Cul es su indole de historia?” “;Por qué la escogié?” Y, sobre todo, “Zcémo la escribe usted?” Todas ellas preguntas muy per- sonales y claramente empiricas, que, por lo tanto, probablemente fastidiarian u ofenderian a los historiadores mds “sacerdotales” de aqui y de all4. Des- pués de todo, Carr habia dado cierto crédito a Freud por “reforzar la obra de Marx”, al alentar “al historiador a examinarse a si mismo y su propia posicién en la historia, los motivos —quizds ocultos— que decidieron su eleccién del tema o periodo, y su seleccién e interpretacién de los hechos.. .” Basado en la suposicién de que estaba viviendo en Ia “edad de la concien- cia de si mismo”, Carr concluyé, no muy novedosamente, que el historiador “puede y debe saber lo que esta haciendo”. Las preguntas mas personales e introspectivas, tan constantemente evita- das por Carr en sus conferencias Trevelyan me parecieron bien dignas de plantearse durante ese afio sabitico en Inglaterra, cuando los problemas de método, interpretacién y prueba me parecieron mayores, en mi obra, que nunca antes. Todos los historiadores que yo conozco tienen su propia ma- neta especial de tratar problemas andlogos o comparables en su propio terreno, y algunos de tales métodos o maneras debian ser més eficientes y prolificos que otros, si se supone una distribucién aproximadamente igual de capacidad o inteligencia innata entre los historiadores en cuesti6n, Aqui estaba, entonces, la pobre y un tanto ingenua excusa de utilidad, subyacente en una buena parte del taller. Peto ni aun en mis momentos de mayor optimismo me hice ilusiones acerca de la buena disposicién de otros histo- tiadores a aprovechar los triunfos, para no mencionar los errores o reveses, de sus colegas que se atrevieran a exponerlos en letras de imprenta. Una vez decidido a seguir esta curiosidad hasta el punto de hacer una antologia del taller, redacté un memorandum, explicando el “propésito” de semejante volumen, y formulando algunos lineamientos flexibles, para conveniencia de los potenciales colaboradores. En efecto, a cada autor se pidié que combinara cierta medida de auto-retrato con una breve biografia de su propia obra. Es cierto que esto entrafiaba cierta cantidad de miradas al espejo, pero el propésito de tal operacién era explicar, no admirar, lo que se viera en el espejo. El prospecto enviado a cada candidato contenia el consejo siguiente: + Edward Hallet Carr, What is History? (Londres), pp. 134-135. INTRODUCCION 13, Cada ensayo debia tratar de explicar la relacién existente entre la meto- dologia y la interpretacién, entre premisas y conclusiones, pruebas e hipétesis, todo dentro del marco de la que el autor considerate su obra mas importante u original. El ensayo debia representar, pues, la historia de una idea, hipdtesis 0 argumento en particular, tal como hubiese evo- lucionado hasta la forma de ensayo o libro. Si tal marco de referencia resulta ser un libro o articulo publicado hace algunos afios o una inves- tigacién actualmente en proceso, tal diferencia significa poco desde el punto de vista historiografico. A cada historiador corresponderia explicar su eleccién particular de entre sus obras, y describir tan sincera y aguda- mente como fuera posible el camino que habia seguido desde los comien- zos hasta el fin de tal investigacién, En suma, lo que estos ensayos debian elucidar era el proceso por el que algunos historiadores “‘hacen” 0 escri- ben historia. Aunque la autobiografia no era el propésito principal de esta empresa, desde el principio me convenci de que la investigacién y la escritura his- térica no podian ni debian estar completamente separadas de la historia personal del hombre dedicado a este proceso. Si algtin colaborador preferia escribir en una vena autobiografica antes de comenzar a explicar las ope- raciones de su propio taller, tanto mejor. Sin embargo, tal como resulté, telativamente pocos colaboradores mostraron grandes deseos de apartarse durante un buen rato de sus talleres. Para empezar, la asignacién de escri- bir acerca de sus propios trabajos les pareci6, en su mayoria, ya bastante subjetiva. Cualquier cosa mds personal que ésa parecié lindar con un meto narcisismo o “verdadera confesién”. Existe, desde luego, una diferencia considerable entre contemplar la propia obra y contemplar el propio om- bligo. Si cada uno de los colaboradores de este volumen hubiese aceptado escribir acerca de las conexiones entre las experiencias de su primera infan- cia y su posterior interés en el estudio de la historia, los resultados habrian podido considerarse demasiado lascivos para publicarse, aun en esta época de tolerancia. Después de todo, uno de los ms hdbiles técnicos del taller fue quien, a fines de diciembre de 1966, me escribié: “Puede ser un alivio dejar de observar a China para dedicarse al autoandlisis, aunque esto me recuerda a cierto pajaro que volé en circulos concéntricos cada vez menores hasta que ... ti puedes seguir su curso mistico. Sea como fuerte, me agra- dar4 mucho participar, leer entre las lineas de la obra de Narciso, y tratar de sorprender al autor.” Hacer la lista de los potenciales colaboradores del volumen resulté la parte mds peliaguda de toda la operacién. ;Quiénes debian ser invitados desde el principio, y quiénes como sustitutos de los que se negaran a dedicar su tiempo a correr un riesgo? La gama de posibilidades era formidable, a juzgar tan slo por el ntimero de historiadores profesionales activos en 14, INTRODUCCION Inglaterra y los Estados Unidos en 1966. Pero la eleccién quedé un tanto limitada por mi decisién inicial de no convertir el taller en un omninm gatherum de historiadores eminentes reclutados por todo el mundo.* No debia suponerse que el volumen fuera una arena para colegas y clientes, ni la plataforma impresa de alguna particular escuela u ortodoxia de la historia. La decisi6n de limitar a los Estados Unidos y a Inglaterra la bis- queda de “trabajadores” bien dispuestos fue subjetiva, y refleja mi mayor familiaridad con los historiadores activos en estas dos culturas. (Es casi superfluo —mas no por completo— decir que podria producirse un apa- sionante volumen dejando correr el talento histérico de Europa y del mundo no occidental.) Los historiadores invitados a participar en el taller fueron, en su mayoria, eruditos ya establecidos, que habian escrito libros y articulos, aventurandose més allé de los métodos e interpretaciones convencionales en sus campos.* Para el editor, al menos, los candidatos més elegibles para el volumen eran hombres que habian laborado en las fronteras y limites que separan disci- plinas, culturas, métodos y unidades territoriales. Edad, posicién, institucién y la conocida lista de triunfos académicos importaban menos que origina- lidad y vigor mental. El taller también necesitaba hombres de cierto olfato y aventurerismo en su obra. El plan original pedia una distribucién relati- vamente equitativa de autores entre los campos 0 ramas generalmente reco- nocidas de la historia, pero hubo que abandonar categorias enteras, por negativas de muchos de los primeros interrogados. Como el propésito del volumen —si tal no resulta una palabra dema- siado pomposa— era arrojat luz sobre la manera en que algunos historia- dores escribian la historia, todo dependia de encontrar a “los indicados”, como me dijo Vivian Galbraith en diciembre de 1966. “Y los indicados —afiadi6— deben ser aquellos que, en general, no son demasiado egoistas.” jQué buen consejo result6, y a veces qué dificil de seguir! No obstante, debe notarse que “los indicados” de este taller en realidad se escogieron a si mismos, tanto como fueron escogidos. De cincuenta y dos invitaciones 2 Las consultas a varios amigos y asesores, que no participaron en la empresa, alargé la lista de los potenciales colaboradores, y ayudé a impedir que el taller resultara dema- siado limitado en cuestién de temas, métodos y personal. Estoy en deuda con esos conse- jeros, por muy escépticos que se hayan mostrado ante la empresa una vez lefdos los resultados de sus elecciones. ae Como mis recelos acerca de colaborar con un ensayo eran muy pronunciados, al principio habia decidido no hacer mas que compilar y editar los ensayos de los histo- riadores del taller. Pero los urgentes apremios de un colega y colaborador, quien insistié en que el capitan no tiene otra alternativa que sufrir el mismo destino de su tripulacién, finalmente vencieron mi resistencia hasta el punto en que predominaron los impulsos autobiogréficos. 2 Por razones obvias, el editor debe apelar en este punto a la licencia editorial, y excluirse, conspicuamente, de todas las categorias cualitativas mencionadas en los pi- rrafos siguientes. INTRODUCCION is en toda forma enviadas en un periodo de dos ajios, sélo quince de los que las recibieron —o sea cerca del 29%— no sdélo aceptaron tomar parte, sino que llenaron los términos del contrato. Como la tasa de rechazos resultd especialmente elevada entre los historiadores de las universidades de la Ivy League y de Inglaterra, el volumen result6 mds un producto de Berkeley de lo que algunos hubiesen deseado.* Pero la obvia réplica a toda acusa- cién de inbreeding es que seria necio it a buscar “los indicados” a tierras lejanas cuando acaso estén en sus despachos del otro lado de un corredor. Ademés, seis de los siete contribuyentes de Berkeley tienen grados de uni- versidades orientales y el séptimo, Carlo Cipolla, divide su afio escolar entre Berkeley y Pavia, por lo que resulta relativo nuestro aparente regionalismo o provincialismo. Casi todos los que rechazaron la invitacién de participar en el taller se tomaron la molestia de expresar sus ideas al respecto con una sinceridad alentadora (aunque ocasionalmente brutal). Acaso fuera indiscreto, y aun posiblemente difamatorio, publicar todos los comentarios recibidos de los no participantes; pero hay ciertos pasajes que debemos citar porque, senci- lamente, representan Ja gran variedad de historiadores que florece mas alld de los confines de este taller. Unos cuantos fragmentos anénimos pueden ilustrar el punto. Un historiador inglés traté de evitar mi red con la si- uiente explicacién: “Adem4s, soy muy malo para escribir acerca de mé- todos ... porque no tengo ninguno. Sélo una vez he esctito un libro mio, basado en investigacién, y decidi no volver a hacerlo nunca.” Un eminente historiador norteamericano expresé el siguiente juicio: “Es una idea exci- tante, y desde luego voy a pensar un poco en ella. Lo malo es que, por alguna razén, vacilamos antes de ver demasiado profundamente lo que nos Pasa por la cabeza. jSabe Dios lo que encontrariamos! ;Acaso nos viéramos obligados a trabajar como un piquete de autodemolicién! Mucho més atrac- tivo resulta ver al futuro, y dejar a otros que escriban nuestro propio epi- tafio.” De un intelectual historiador norteamericano llegé lo siguiente: “Su proposicién es maravillosa. Si todos los colaboradores satisficieran real- mente su peticién, la profesién histérica quedaria quebrantada hasta los cimientos. Lo que hoy tan sélo sospechamos quedaria probado incuestio- nablemente: que nadie procede como los manuales de investigacién dicen que procedemos.” Otro historiador, que ocupaba uno de los primeros lu- Bares de la lista, declindé la invitacién en estos términos: “Creo que mi manera de escribir, como mi metabolismo, es algo que no entiendo; y le hago la desoladora prediccién de que esto puede decirse de un buen niimero 4 Las treinta y siete negativas incluyen dos que no respondieron a mi invitacién, y seis que aceptaron y Iuego se quedaron en el camino. En los casos de historia de los Estados Unidos y de historia econémica de Europa, siete de los ocho cuyos servicios fueron solicitados decidieron no tomar parte. 16 INTRODUCCION, de sus colaboradores.” Para terminar Ilegé esta tirada de un buen amigo que trabaja en una universidad del Oriente: “Creo que esta vez tendre- mos que separarnos, Aunque puedo apreciar la fascinacién de tu propuesta, sencillamente me niego a tomarme tan en serio. Esta clase de conciencia de si mismo, tan caracteristica de nuestra época psicoanalitica, me resulta bastante ofensiva, desde el punto de vista de la seriedad profesional y de la estética. Ademas, escéptico como soy ante la historia oral 0 ante Jos recuerdos post hoc, espero que a la gente culta le importen un ardite mis meditaciones.” Decir que el trabajo del editor para encontrar algunos co- laboradores idéneos para su taller constituyé todo un reto, seria un eufe- mismo. Y sin embargo, unas almas intrépidas, desafiando Jas inevitables burlas y acusaciones de narcisismo, megalomania y autoabsorcién psicoana- litica, se presentaron con ensayos que, merecidamente, pueden calificarse de impatciales, contenidos, semiobjetivos y eminentemente amenos. Algunas de las dificultades especiales que el taller tuvo que sortear desde el principio fueron previstas por John Pocock, quien en la primavera de 1967 escribié lo siguiente al editor: Le vaticino que su principal problema editorial seta encontrarse ante un buen niimero de naves espaciales, con notables variantes de propésito y disefio, y fotografiadas todas ellas a diferentes distancias desde Ja plata- forma de lanzamiento. Supongo que algunos colaboradores responderan al hincapié implicito en la palabra “taller” y le harin un relato directo y profesional de Ja génesis de alguna obra particular. Otros, cuyas vidas pfoductivas se han organizado alrededor del descubrimiento y Ja perse- cucién de una clase particular de problemas, se veran obligados —les guste o no les guste— a escribir lo que equivale a una autobiografia profesional; y supongo que algunos de sus colaboradores —no quiero pensar en nombres— resultaran inmensos espiritus meditabundos que escriben maduras reflexiones de su personal filosofia de la historia; en este punto, Spinoza saldria corriendo de su taller. Y no dudo de que esta triple divisién que he sugerido resultaré demasiado seria. (Qué de problemas editoriales tendra usted para agrupar los diferentes tipos de co- laboraciones y mostrar al lector la unidad que —de un modo u otro— tenga el volumen? En varios respectos, este pronéstico resulté macabramente exacto, en es- pecial por lo que hace al problema de la diversidad de las categorias con- fusas. Imponer una sola pauta a todo un pufiado de cohetes notoriamente distintos equivaldria a negar —deliberada y erréneamente— que esas mis- mas diferencias, radicales y moderadas, segtin el caso, hacen de la historia lo que es, al reflejar a los historiadores tal como son. Para seguir con la metafora de Pocock, es el disefio del cohete 0 de la nave espacial el que hii INTRODUCCION 7 tiende a dividir a los historiadores, y el propésito de la investigaci6n espa- cial el que los une en su mayoria. La verdadera distancia de la plataforma de lanzamiento esté determinada por variantes como edad, experiencia, vi- gor intelectual y el empuje de nuestros “clionautas” o “historionautas”, por no decir el ritmo al cual producen prosa publicable. : Lo heterogéneo de los ensayos siguientes tefleja, en realidad, lo hetero- géneo de los libros y articulos de los que se derivan, La diversidad misma de nuestros colaboradores y de sus temas sitve, sin embargo, para subrayar la esencial universalidad de la historia y 1a globalidad de los intereses del historiador. Para algunos entusiastas de la unidad, bien se nos puede aplicar la descripcién hecha por Burke del ministerio de Chatham formado en 176 . un gabinete tan diversamente constituido; semejante pieza de mosaico diversificado; semejante mosaico taraceado sin cemento; aqui hay un pedazo de piedra negra, alli uno de piedra blanca.” Mas, sean cuales fueren los marbetes que la gente ponga a este taller, el volumen mostrard, 1 lo menos, lo insensato de poner rigidos marcadores limitrofes a la Hamada disciplina de la historia. a Este taller no contiene ninguna ortodoxia tendenciosa o dogmatica, aparte del compromiso de sus miembros con la causa de la heterodoxia hist6rica. Como grupo, no afilamos una sola hacha, ni promovemos ningin campo © método particular. Nuestras edades varian casi tanto como nuestros temas: desde treinta y seis hasta ochenta afios, con un promedio de 47.7 afios y una media de 45. También son variadas nuestras residencias, considerando no s6lo las principales regiones de los Estados Unidos, sino también Ade- laide, Pavia y Oxford. Nuestras especialidades difieren tanto que bien po- demos decir que integran el nticleo de un departamento de historia. i Procediendo en un orden aproximadamente cronolégico, es decir, segdin los periodos representados en cada ensayo, empezatemos con Vivian Gal- braith, quien elucida algunos de los problemas clasicos y describe a algunos formidables estudiosos de la historia medieval inglesa a los que ha encon- trado en su camino. Nuestro siguiente colaborador, Robert Brentano, que un dia fue estudiante de Galbraith, resume en su ensayo Ja intensa par- ticipacién de los sentidos y la sensibilidad del historiador al evocar el pasado (en este caso, la historia de las iglesias inglesa e italiana durante el siglo xm). Lynn White Jr. escribe acerca de su odisea, desde California hasta Sicilia y de vuelta a América, en pos de las conexiones entre la tecnologia y la sociedad en la Europa Occidental de la Edad Media. Carlo Cipolla aporta una disertacién, erudita e ingeniosa, sobre el papel de la Suerte, al distraer su atencién de los problemas monetarios de Milan en el siglo xvu hacia la historia de los relojes, cafiones, barcos, corrientes de pobla- cién y tasas de alfabetizaci6n desde el siglo xiv. El relato de Raymond Kent sobre cémo desenmarafié los mitos que rodeaban la primera historia y 18 INTRODUCCION etnografia de Madagascar puede leerse como una novela detectivesca am- bientada en el equivalente histérico de un laboratorio forense. El ensayo de Donald Robertson sobre la invencién de métodos para datar y analizar piezas de arte precolombino y europeo en el México de los siglos xvi xv ilumina una creadora y a menudo olvidada forma de la investigacién histérica, Thomas Barnes, historiador de los Tudor y los Estuardo, explica a con- tinuacién cémo un cimulo de vivencias personales y familiares le ayudé a Megar al tema central de su obra sobre la historia politica y legal de Ingla- terra; a saber, la manera en que la sustancia de la autoridad se ve virtual- mente afectada por Jas formas de su ejercicio. John Pocock relata su larga y bien recompensada bisqueda de unas maneras de “descifrar” el pensa- miento politico inglés y el lenguaje de la politica desde la época de Bodin hasta Burke. A continuacién, Robert R. Palmer analiza la estructuracién de su clasica obra The Age of the Democratic Revolution, y cémo fue recibida por los historiadores, de su patria y del extranjero. George Rudé sigue sus propios pasos desde su temprana dedicacién a la lengua francesa y al marxismo hasta su célebre obra sobre los motines, los disturbios colec- tivos y las turbas revolucionarias de Inglaterra y Francia. De vuelta en América, John William Ward explica cémo se valid de Andrew Jackson como simbolo para descubrir Jas pautas de la cultura y la conciencia a principios del siglo x1x. El historiador africano Jan Vansina nos lleva, después, mds alla de los obstdculos que tuvo que superar en su reconstruccién etnografica de la vida y cultura Tio, que cubre tres siglos. Del reino del Gran Makoko, pasamos (algunos diran que muy aptopiada- mente) a Irlanda o, antes bien, a Ja turbulenta historia de las relaciones angloirlandesas a fines del periodo victoriano, mientras este compilador relata su propia peregrinacién hacia un entendimiento de la Cuestién Irlan- desa, El siguiente ensayo nos lleva hasta el corazén y el cerebro de la China confuciana; a su objetiva y sin embargo intima manera, el finado Joseph Levenson revela cémo llegé a usar la metéfora a fin de comprender la “muerte y transfiguracién” de la civilizaci6n china. Rudolph Binion nos lleva entonces al mundo alucinante, fantastico y autoliberador de Frau Lou Andreas-Salomé, al explorar la interaccién del bidgrafo psicoanalista con su biografiado y con los materiales documentales de que dispone. Para terminar, Lawrence Levine analiza el modo en que pudo colmar la brecha de la cultura entre él mismo y William Jennings Bryan. Formamos, por lo tanto, una miscelénea, un popurri, Meter estos ensayos en categorias rigidas segtin lineamientos de tema o geografia 0 método seria violentar mucho la singularidad misma y la riqueza de cada colabo- racién. También podria desencadenar una “guerra intestina” dentro del taller. Ninguno de estos ensayos cabe limpiamente en esos vacios cajones INTRODUCCION 19 marscados como historia “cultural”, “social”, “politica”, “econémica’ » “ine telectual” o “tecnolégica”. Tales letreros suelen limar los incontables ne los y planos de la investigaci6n histética, hasta hacerlos Leena les. Nuestra decisién de disponer los ensayos segin el periodo que al aa puede parecer, a la vez, torpe y arbitraria; pero es el menor de varios males, y oftece el atractivo incidental de comenzar con el decano y terminar con el miembro més joven de nuestro equipo. : i Como la historia, en rigor, no es ni mas ni menos que lo que hacen, piensan o escriben los historiadores, no debiera carecer de importancia saber como se las arreglan éstos para Ilenar su funcién de interpretar el pasado. En este contexto, debe citarse la primera respuesta de E.H. Carr a su propia pregunta retérica “7Qué es la Historia?”: “Es un continuo proceso de in- teraccién entre el historiador y sus hechos, un didlogo interminable entre el presente y el pasado.” * Pero por muy atractiva que pueda ser la idea de un “didlogo”, debe afiadirse que el proceso en cuestién se parece muy a menudo a un mondlogo o soliloquio que se efectéa dentro de cada histo- tiador. De ser un didlogo, generalmente es unilateral: slo el historiador es capaz de contestarse a si mismo y de revisar sus impresiones € interpretacio- nes previas, a la luz de los nuevos indicios y los cambios de ambiente. Hace casi setenta afios, el gran historiador inglés F. W. Maitland sefialé, en los siguientes términos, al obispo Stubbs como parangén de 1a com- prensién hist6rica: Ningtin otro historiador ha desplegado ante el mundo, tan completa- mente, toda la ocupacién del historiador, desde que recaba su materia ptima hasta su relato y generalizacién. Nos !leva tras las bambalinas, y nos muestra las sogas y poleas; nos conduce al laboratorio para ense- fiarnos el material atin no analizado, las retortas y tubos de ensayo; 0, antes bien, nos permite contemplar el crecimiento orginico de eons en el cerebro de un historiador, y nos anima a usat el microscopio. En el taller, nadie insistirfa en haber dado una tan sutil “demostraci6n Practica ... del arte y la ciencia del historiador, desde Ja preliminar caza de manuscritos, pasando por la labor de cotejo y filiacién y las notas criti- cas, hasta Ilegar al relato pulido, la elocuencia y las reflexiones” como el Obispo Stubbs. Pero, tomados en conjunto, estos ensayos pueden ser, otra vez en palabras de Maitland, “mucho mis efectivos de lo que pudiera serlo cualquier discurso o metodologia abstracta”.’ Tanto la clase de efecto como el grado de efectividad tienen que variar de un lector a otro, asi como los 4 : ‘ wat Fiche, aa The Collected Papers of Frederick William Maitland (Cam- bridge, Inglaterra, 1911), vol. TH, p. 498.

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