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Clase 6

El Talmud como fuente del pensamiento filosófico judío


Se considera filosofía judía, por una parte, la tradición religiosa del judaísmo que elabora conceptos
metafísicos derivados de la Ley o pretende justificarlos racionalmente. En otro sentido, simplemente se
aplica este concepto a las producciones filosóficas de pensadores de origen judío.

En su primer sentido, la filosofía judía incluiría los comentarios de la Cábala, el Talmud y todos los
ensayos de pensadores medievales que quisieron conciliar la Torá con la tradición filosófica griega. El
segundo de los sentidos, más impreciso, designaría la obra de diversos pensadores, desde el platonismo
de Filón de Alejandría hasta el pensamiento de Martin Buber, pasando por Spinoza y Salomón
Maimón, entre otros.

Parece más razonable entender el concepto en función de la materia de reflexión y no tanto en el


sentido circunstancial de la procedencia de sus autores, que diluye de manera notable el concepto. No
se trataría tanto del pensamiento de autores judíos, lo que nos obligaría a incluir un sinfín de personajes
absolutamente heterogéneos, sino de un objeto concreto de especulación y un método particular de
análisis. Parece más adecuado, entonces, entender que esta denominación se refiere a la actitud de
admitir como premisa que la Ley es una peculiar manera de relación del hombre con la divinidad,
esforzándose por entenderla mediante el pensamiento racional.

Para el judío el fundamento religioso de su convivencia está en la práctica, en la observancia de las


normas y costumbres y no tanto en los dogmas y en el sistema de creencias, cual es el caso del
cristianismo. De esta manera, las posibilidades de una filosofía en el ámbito judío se han dado
solamente cuando se ha abandonado la forma de interpretación de las relaciones del hombre con Dios
al margen de la actitud religiosa tradicional.

Dependiendo de la concepción que se tenga sobre la filosofía judía, este pensamiento podría referirse
sólo a los pensadores judíos medievales y su relación con la filosofía árabe y cristiana, o por el contrario
podría abarcar a la historia entera del pensamiento occidental, desde los problemas filosóficos
planteados por la relación entre filosofía y Ley hasta las cuestiones de filosofía de la religión tratadas
por muchos pensadores judíos modernos.

LA INTERPRETACIÓN DEL TALMUD

Una vez presentado el Talmud en su origen, su estructura y sus diferentes comentarios, aflora la
cuestión de cómo abordarlo, de cómo debe interpretarse su texto y cuál es su importancia. En este
ámbito de la interpretación se suelen distinguir varios enfoques, de los que sobresalen uno, denominado
histórico, y otro que podría considerarse como existencial.

a) Enfoque histórico: el pasado pertenece a la Historia y sólo se hace inteligible por la mediación
entendida y crítica del historiador. El pasado es un enigma casi mítico, que hay que descifrar. Pero el
historiador mantiene las distancias: el pasado sigue siendo pasado. El método histórico consiste en
objetivar la tradición y eliminar metodológicamente cualquier influencia. Todo texto tiene un
destinatario, distinto al propio analista-historiador; ese destinatario será cualquier lector, salvo el
historiador. Hay que trasladarse al espíritu de la época para lograr la objetividad histórica, a la vez que
debe alcanzarse una distancia temporal del acontecimiento.

b) Enfoque existencial: Esta perspectiva se basa en la idea de que cada época debe comprender a su
manera el texto transmitido. El verdadero sentido de un texto no depende de los factores ocasionales
que representan el autor y su primer público. La comprensión de un texto es actitud productiva, no
solamente reproductora. El intérprete se implica personalmente en el acontecimiento de la producción.
Su comprender es participar en lo dicho; es interpretar. No se comprende el texto, sino el lector es
quien se comprende.

De esta división se deduce ya implícita una crítica al enfoque meramente histórico de los textos. El
historiador-interprete se equivoca si cree que se está excluyendo cualquier participación subjetiva en la
comprensión. No se pueden evitar los propios conceptos en la interpretación. Como decía Gadamer,
interpretar consiste, justamente, en poner en juego los propios conceptos.

La manera adecuada de comentar e interpretar el Talmud se resume en el término “apertura”.


Significa este concepto que el texto no es abordado en su linealidad, sino en su espacialidad, en su
volumen. Es el estallido de un espacio literario. “Todos los elementos del texto van a estar sujetos a ese estallido o
apertura: las letras, las palabras, las frases, los libros,... Apertura hasta el borrado de las letras, las palabras, las frases y
los libros...”.

Pero la existencia de niveles de significación y reglas de interpretación vuelven caduca la posibilidad


de apropiarse del texto. Las interpretaciones nunca hacen mella en el texto. Ahí está la riqueza del texto,
que le viene de la materialidad del signo, del que el espíritu es capaz de despertar nuevas sugestiones. El
texto se hace presente, pero inmediatamente se retira, se sustrae. Pero el texto se sustrae, si se le deja
sustraerse. En este sentido, se recurre al concepto de “caricia”, construido por Enmanuel Lévinas. “La
caricia -dice- es un modo de ser del sujeto, en el que el sujeto en su relación con el Texto va más allá de esa relación”.
“Consiste -citando a Lévinas- en no apropiarse de nada, en solicitar lo que huye innecesariamente de su forma hacia
un porvenir -nunca lo bastante por venir-, en solicitar lo que se sustrae como si todavía no fuese”. La caricia es
búsqueda sin orientación ni dirección. Esa búsqueda permite hacer una experiencia, que se renueva en
cada intento, que de partida desconoce su objeto y su fin. El Texto será, pues, inasequible, inexpugnable
y no podrá tomar la forma de un ídolo.

Para evitar la ilusión de la posesión de sentido (la llamada trampa de la idolatría textual) la tradición
hebrea introdujo con el acrónimo “PARDÉS”, la noción de niveles de significación. Hay cuatro niveles
de lectura: Peshat (literal), Rémez (alusivo), Derasch (sentido solicitado) y Sod (secreto). No hay una
definición ni método de pardés, sino más bien un conjunto de tanteos sin limitación y excesivamente
empíricos y casuísticos.

La hermenéutica talmúdica es un conjunto de principios y reglas que los maestros del Talmud han
ido estableciendo para interpretar la Ley escrita. Las más conocidas y más importantes de estas reglas
fueron enunciadas por los maestros siguientes: Hillel, Nahum, Rabbi Aqibá, Rabbí Ishmael y Rabbí
Eliézer ben Rabbí Yossi el Galileo.

EL TALMUD Y LA FILOSOFÍA: EL MÉTODO DIALÓGICO

Una distinción fundamental en el análisis del Talmud se debe hacer entre los conceptos de
“temática” y de “problemática”. Mucha casuística se presentará en el Talmud, muchos hechos, muchos
datos, algunos excesivamente rebuscados y redichos. Esos serán los temas puntuales, los datos puestos.
Pero la problemática no está expuesta, sino oculta, recóndita. En el Talmud el problema no debe
identificarse con las cuestiones particulares que inician su exposición. El problema no está por lo
general formulado. En el Talmud es necesario remontarse del tema al problema. Los temas y los
problemas son numerosos en el Talmud, aunque algunas veces los problemas permanezcan ocultos.
Pero esas cuestiones que permanecen entre líneas pueden constituir, sin embargo, un proyecto, el
proyecto talmúdico. No obstante, en medio de todos los temas y problemas del Talmud se presenta la
cuestión de la “apertura” que hace del Talmud una anti-ideología, conseguida a través de dos principios
de diálogo: la Majlóqet y la Guezerá shabá.

El Talmud es bidimensional, un mundo de diálogo; en él son escasos los temas sin controversia, sin
oposición, sin polémica, Ni siquiera busca la síntesis, después de la dialéctica. En la Majlóqet no se
busca la conciliación sino el llegar a un dictámen único de la Halajá. Este método de diálogo
polémico nos lleva por el camino de un pensamiento no conceptual. Nos muestra que no todo puede
prestarse a la sincronía y trastorna la quietud de una verdad única. Es pensamiento en activo, que
piensa: es pensamiento atlético.

La Majlóqet es una dialéctica abierta, en cuanto que no busca la síntesis, sino que se abre al
reconocimiento de la alteridad de otro espíritu; en este sentido, es una dialéctica trascendente -en
oposición a la inmanente-, que sale del interior del sujeto mismo, haciendo del otro-hombre del diálogo un
elemento esencial.

Esta hermenéutica de la Majlóqet parte de la premisa de que no hay una interpretación justa, como
en la lógica griega de lo verdadero y de lo falso. Supone, por tanto, una nueva lógica, que el rabino
Ouaknin llama “lógica del sentido”. El pensamiento talmúdico no deja de oponerse; cuando se afirma
una certeza, surge la oposición, y también la oposición deja insatisfecho. Esta dinámica se mueve
siempre en la pregunta. La pegunta es una apertura que reclama algo diferente, dentro de su parcialidad;
la pregunta es palabra inacabada. Pero para mantener la relación paradójica en juego en la Majlóqet, la
pregunta no debe esperar respuesta; “la respuesta -dirá Blanchot- es la desdicha de la pregunta”. La respuesta
suprime la apertura, la riqueza de posibilidades.

De la naturaleza propia de la Majlóqet se deduce el carácter eminentemente filosófico de la actitud


talmúdica, en cuanto es una continua interrogación. El Talmud, al igual que la filosofía, comienza con el
asombro, que no es sorpresa ni reacción respecto al mundo, sino acción. El asombro tiene por origen al
hombre; es un acto deliberado, voluntario, activo y creativo a la vez. Ese asombro se refiere a cuanto
nos rodea, a lo próximo, más aún, a lo habitual. Eso cotidiano conforma la tradición. Toda existencia
personal es la reanudación de una tradición pre-personal, porque el hombre es un ser esencialmente
tradicional, en palabras de Heidegger. “Esa tradición le descarga de la preocupación de conducir él mismo su propia
vida, de plantear una pregunta radical y de realizar una elección decisiva”. Pero esa tradición, más que desvelar su
contenido, lo encubre, porque la evidencia, sin embargo, oculta las fuentes originales de las cosas. Es
aquí donde interviene la pregunta y el asombro: en la necesidad de hacerse de nuevo con el mundo.
Será preciso un camino de destrucción para que se abra camino el mundo originario. Esta idea de la
novedad comprensiva del mundo y de las cosas es una constante del pensamiento talmúdico, midrásico
y hasídico.

Por medio del asombro y de la interrogación, el hombre va a poder librarse de una vez del dominio
de ciertos hábitos de pensamiento, convicciones, teorías recibidas sin verificación, opiniones, prejuicios,
decisiones completamente tomadas, que decretan lo que son el mundo, las cosas, las personas, el
conocimiento, etc. Y, después de esta destrucción positiva, llega la reactivación del sentido. Pero esa
reactivación no puede interpretarse como una vuelta al sentido primero originario, sino que la
interrogación talmúdica aspira a ir más allá del sentido previamente dado; su movimiento no es
regresivo, sino progresivo: lo que se reactiva es el poder de la palabra, del acontecimiento o la cosa de
significar aún y más allá.

Junto a la Majlóqet, el otro principio de apertura del Talmud es la Guezerá shabá. Si la Majlóqet es un
principio de diálogo externo que se refiere a las personas, la Guezerá shabá es un principio de
diálogo interno que concierne a los textos. Es una de las trece reglas de interpretación elaboradas
por Rabbí Ishmael, idéntica a la segunda regla de Hillel: “razonamiento por analogía semántica”.
Ouaknin prefiere utilizar para esta realidad el término intertextualidad, para resaltar que un texto
siempre está en relación con otro texto y el sentido de uno y de otro está en las relaciones entre ambos
textos. No hay, entonces, texto cerrado. La Guezerá shabá consiste es escuchar las sonoridades
intertextuales. Dice Levinas que “cuando el talmudista, comentando un texto bíblico, remite a otro texto bíblico
-aunque la remisión fuese arbitraria-, hay que leer cuidadosamente el contexto del pasaje citado. No es la explicación de la
palabra lo que cuenta. Se trata de asociar un “pasaje” bíblico a otro para extraer de ese hermanamiento el perfume
secreto del primero” .

La Guezerá shabá va más allá de la polisemia y se hace más bien polifonía, de manera que mediante un
diálogo de los textos ya no existe un sentido único, no existe un sentido dado, sino que ese sentido debe
ser construido. El texto, mediante ese sentido solicitado (Derash) -más allá del sentido literal (Peshat)-, se
presenta como un cuerpo que resuena en un registro múltiple, en el que cada unos de sus elementos
obtiene una pluridimensionalidad, que, remitiendo a textos presentes o ausentes, les proporciona un
alcance que se abre al infinito. Mediante la Guezará shabá se sale de la escritura lineal para entrar en una
escritura del volúmen.

El horno de Ajnai
El Talmud en el Tratado de Baba Metzia 59;b relata una discusión acerca de la Halajá (ley religiosa)
entre Rabi Eliezer y otros sabios de su época, respecto al siguiente caso:
Si un horno se desarma y se esparce arena por sus diferentes secciones, Rabi Eliezer afirma que está
limpio (puro); los sabios dicen que no.
¿Qué sucedió en Ajnai? Durante aquel día, Rabí Eliezer presentó todos los argumentos del mundo, pero ellos [el resto de
sus colegas] no los aceptaron. Rabí Eliezer les dijo: “Si la halajá es como yo digo, este algarrobo lo demostrará”. El
algarrobo se movió 50 amot (unos 50 metros). Ellos le dijeron: “Un árbol no nos aporta ninguna evidencia”.
Él volvió a decirles: “Si la halajá es como yo digo, las aguas del Jordán lo demostrarán”. En aquel momento las aguas del
Jordán cambiaron su curso. Ellos dijeron: “Las aguas no nos aportan ninguna evidencia”.

Él volvió a decirles: “Si la halajá es como yo digo, los muros de esta academia lo demostrarán”. Entonces los muros
comenzaron a derrumbarse. Rabí Yehoshua les dijo: “Si los sabios discuten por una cuestión de la halajá, ¿qué os
importa a vosotros?”. Los muros no llegaron a caer por respeto a Rabí Yehoshua, y tampoco se enderezaron por respeto a
Rabí Eliezer. Éste volvió a decirles: “Si la halajá es como yo digo, los cielos lo demostrarán”.

Entonces sintieron una voz del cielo que decía: “¿Qué tenéis en contra de Rabí Eliezer? La halajá es como él dice que
es”.
Rabí Yehoshua se levantó y dijo: “No está en los cielos” (Dt 30:12). ¿Qué significa “no está en los cielos”? Rabí
Jeremías dijo: “Desde el momento en el que la Torá fue entregada en el monte Sinaí no hacemos caso a ninguna voz que
proceda del cielo, ya que está escrito en el Sinaí que se debe seguir a la mayoría” (Ex 23:2).
Pasado un tiempo Rabí Natan se encontró con Elías, el profeta. Le preguntó: “¿Qué hizo el Santo -bendito sea- en aquel
momento?”. Elías respondió: “Dios sonrió y dijo: ‘Mis hijos me han derrotado. Mis hijos me han derrotado”.

Si alguien afirma que la única manera de asumir el mensaje divino es a través de la interpretación
humana, entonces debe justificar el resultado de esta interpretación, la cual, por el simple hecho de ser
humana, puede estar equivocada. La alternativa -negar la posibilidad de error- significaría el derrumbe
del sistema, ya que cualquier interpretación es, por definición, más o menos incompleta. Por tanto, el
sistema rabínico debía reafirmar las consecuencias derivadas de la contribución humana, incluso si estas
consecuencias eran ‘claramente’ incorrectas.

Esta afirmación la podemos encontrar tal cual en la famosa historia citada del horno de Ajnai.
Brevemente, la historia presenta una discusión entre Rabí Eliezer (Ben Hircanos, un sabio tanaita de la
primera mitad del siglo 2) y Rabí Yehoshua junto con otros colegas. Rabí Eliezer trata de demostrar que
la halajá ha de seguir su opinión invocando toda una serie de milagros. El último de estos milagros es
una voz celestial que declara que la halajá ha de seguir a Rabí Eliezer. A pesar de esto, Rabí Yehoshua
responde citando un versículo del libro de Deuteronomio 30:12: “No está en los cielos”. Es decir, que
la opinión de los cielos es irrelevante. Se requiere que sean los sabios aquellos que alcancen una
decisión.

Evidentemente, hace falta que aceptemos que si la voz celestial apoyaba la opinión de Rabí Eliezer es
porque estaría más cerca de la ‘verdad’ que el resto. A pesar de ello, se rechaza la verdad y se mantiene
la opinión de los rabinos, aunque ésta fuera objetivamente errónea. ¿Qué justifica esta posición? Tanto
el texto del Talmud de Jerusalem como el de Talmud de Babilonia coinciden en señalar que la fuente es
la propia Biblia, claramente leída fuera de contexto y sin tener en cuenta su significado. A pesar de ello,
este tipo de interpretaciones son consideras legítimas y claramente afirman el triunfo del punto de vista
de los rabinos, aunque pueda tratarse de una opinión equivocada.

En otro punto, los dos textos coinciden: ya que la voluntad divina ha sido registrada por escrito (este
punto no está señalado de forma específica en ninguno de los dos textos), ahora está abierta a ser
interpretada por la mente humana.

Este acuerdo que he descrito hasta aquí era previsible, dado que ambos documentos permanecen
abiertos a múltiples interpretaciones. La conclusión que podemos extraer de la forma talmúdica
compartida por ambos textos es la misma: la principal preocupación no sería la verdad por sí misma,
sino el proceso a través del cual se llega a ésta. A pesar de las obvias similitudes entre ambos textos,
también encontramos diferencias importantes que se ponen de manifiesto en las respectivas versiones
del relato.

La diferencia más evidente es la presentación de la exclusión en contra de Rabí Eliezer. En el TJ, la


discusión entre éste y sus colegas tiene el origen en el hecho mismo de que la exclusión es previa.
Desconocemos cuáles son las razones de esta exclusión. Por otro lado, en el Talmud de Babilonia, la
exclusión es consecuencia de la negativa por parte de Rabí Eliezer de aceptar el punto de vista de sus
colegas y de continuar invocando milagros para defender su opinión. Se condena la insistencia reiterada
en la ‘verdad’, hasta el extremo de excluir a la persona que demuestra semejante tozudez. Se debe
reafirmar de forma clara y contundente el aspecto paciente y humano del sistema, y la persona que no
lo respeta debe ser excluida de cualquier participación.

La segunda diferencia importante entre las dos versiones es la respuesta, o ausencia de respuesta, a la
conclusión “No está en los cielos”. El TJ cierra la discusión con esta misma cita. Pero el TB quiere
saber cuál fue la reacción de Dios ante la negativa frente a la intervención divina. Esta fantasía, de la
boca del profeta Elías, dice que la respuesta de Dios consistió en reírse. Dios se alegra de que la verdad
divina haya sido descartada a favor del proceso humano.
Esta respuesta es especialmente adecuada para el Talmud de Babilonia porque es precisamente éste y no
el Talmud de Jerusalem el que busca el proceso humano y las alternativas interpretativas, con toda su
exuberancia. Si Dios se alegra de su propia ‘derrota’ entonces también debería alegrarse de la discusión
contenida en el Talmud de Babilonia, el cual persigue la contribución humana a la ‘revelación’. Sin
ningún tipo de duda, el sistema refuerza el proceso humano, reconociendo a la vez que, a pesar de los
posibles errores, es la única opción que tenemos.

Esto es precisamente lo que vemos que tiene lugar en la historia del Talmud de Babilonia. La
preocupación por el proceso empieza por los votos de la tercera o cuarta generación de amoraítas. En
el momento en el que el TB empieza a asumir el punto de vista de la redacción actual, el proceso es la
única preocupación, ya que es sólo a través del mismo proceso como se nos presentan aproximaciones
alternativas a la verdad. Es por ello que al final el proceso por sí mismo acaba convirtiéndose en el
principal centro de atención.

No podemos pasar por alto las consecuencias de este reconocimiento. La búsqueda de la verdad de
Dios es, sin duda, un acto de piedad, pero el sistema rabínico sostiene que no se puede asumir nunca la
verdad en su globalidad. Lo mejor que podemos hacer es investigar cuál es la verdad, aproximarnos a
ella ya que es aquí, en el proceso, donde podemos encontrarla. En su turno, el proceso y el estudio del
mismo acaban convirtiéndose en el último acto de piedad. El proceso, conocido como ‘Talmud Torá’,
posee un valor independiente y, por tanto, requiere una práctica. La última consecuencia de admitir que
ya no tenemos profecía es que el ‘Talmud Torá’, es decir, la interconexión entre la palabra divina y la
razón humana, se convierte en un acto meritorio por sí mismo, al servicio de ninguna otra cosa.

Como conclusión, la fórmula ‘discusión’ del Talmud de Babilonia representa una moderación de
fórmulas dogmáticas y una admisión de que la verdad divina está al alcance sólo a través del
razonamiento y de la interpretación, e incluso entonces sólo de forma imperfecta. Las palabras de la
Biblia pueden encarnar la verdad, pero porque sólo podemos explorar este libro a través de la
aplicación de nuestro propio juicio, de actos de interpretación que son puramente humanos; al final, la
verdad se nos puede estar escapando. Ya que, por definición, cualquier interpretación sólo abarca una
parte de la verdad, siempre será necesario disponer de interpretaciones alternativas. Dado que cualquier
interpretación contiene una parte de verdad, hace falta conservarlas, incluso aquellas que han sido
rechazadas por cuestiones prácticas.

Todo lo que hemos dicho aquí hasta ahora tiene sus límites. El sistema de deliberación que el TB
describe implica una comunidad (rabínica) particular con normas y límites también particulares. Está
claro que desde la perspectiva de esta comunidad se han de rechazar ciertas interpretaciones. Si bien
estas opiniones no serían inherentemente menos razonables que otras interpretaciones rabínicas sobre
el mismo punto, sí son espurias para la comunidad. A pesar de los límites que la comunidad rabínica
asume, las alternativas legítimas son teóricamente infinitas y el espacio para el desacuerdo inmenso.
Mayoría y minoría:

En este Midrash, la alabanza que hace el salmista de la ‘pureza’ de las palabras de Dios es utilizada para
hacer referencia al carácter polifacético de la Torá. El reconocimiento de la complejidad hermenéutica
refleja el valor positivo que la tradición rabínica otorga a la controversia.

“Las palabras del Eterno son palabras limpias, como plata refinada en horno de tierra, purificada siete veces” (Salmo
12:6). Rabí Yannai dijo: “los artículos de la Torá no se dieron en forma de edictos claros, sino que respecto a cada
artículo que el Santo -bendito sea- enseñó a Moisés le dio 49 razones para dictaminar una cosa pura y 49 para declarar
(la misma cosa) impura”. Moisés dijo: “Señor del universo, ¿cuánto ha de durar todo esto? Aclarémoslo de una vez. Le
respondió: «Sigue a la mayoría» (Ex 23:2). Si la mayoría dice que es impuro, que sea impuro; si la mayoría dice que sea
puro, entonces que sea puro”.

Después de la destrucción de Jerusalem (70 e.c.) los sabios se volvieron a reunir en Yavne bajo el
liderazgo de Yonatán ben Zakai. Uno de los primeros pasos que se vieron obligados a emprender fue la
recopilación de todas las tradiciones orales provenientes de testimonios fiables (eduyot). Estas
tradiciones constituyeron posteriormente la base para la compilación que Rabí Yehudá Ha-Nasi llevó a
cabo y a la que puso por nombre Mishná, el documento central del judaísmo rabínico. La Mishná no es
una tradición monolítica, sino una colección de controversias que incluyen muchas opiniones que
claramente quedaron arrinconadas. La siguiente selección ha de ser leída como las reflexiones de los
mismos rabinos sobre el carácter polifónico del mismo proyecto. El primer texto hace referencia a la
conservación de las opiniones de Shamay y Hillel en el caso en el que la opinión ‘vencedora’ pertenezca
a una tercera escuela.

1. Mishná Eduyot 1:4-5

[4] ¿Por qué estudiamos aquellas opiniones de Hillel y de Shamay que fueron rechazadas? Para que las generaciones
venideras aprendan que una persona no debe enrocarse en su opinión, ya que nuestros antepasados no se enrocaron en sus
opiniones.

[5] Y ya que la halajá siempre sigue la mayoría, ¿por qué nos preocupamos de consignar las opiniones minoritarias
juntamente con la opinión mayoritaria? Porque si en el futuro una corte de justicia pueda dictaminar basándose en la
opinión minoritaria, ya que un tribunal no puede anular el dictamen de otro tribunal a no ser que tenga mayor sabiduría
y número de jueces integrantes. Si sobresale en número pero no en sabiduría, o en sabiduría pero no en número no puede
anular la decisión de una corte anterior.

2. Conservar la opinión que se ha refutado. Tosefta Eduyot 1:4

La halajá siempre sigue la opinión de la mayoría. Se conservan las opiniones individuales juntamente con las de la
mayoría.
Rabí Yehuda dice: “Las opiniones individuales fueron consideradas juntamente con las de la mayoría porque en un
momento pueden ser necesarias para que (los sabios) basaran sus opiniones”.

Los sabios dicen: “Las opiniones individuales fueron consignadas con las de la mayoría de manera que, durante una
discusión sobre la pureza o impureza, uno pueda decir a la parte que sostiene que aquello es ‘impuro’ según la tradición
de R. Eliezer, «Tu opinión se basa en [la opinión minoritaria de] R. Eliezer»”.

3. Dada la naturaleza crítica de las controversias entre las escuelas, el Talmud pasa a explorar cómo es
posible convivir juntos sin tener que dividirse en facciones. Este cuarto texto presenta la situación tanto
antes como después de que sonara la voz celestial, dando la razón a Bet Hillel. TB Yebamot 14 a.

Pluralismo interpretativo:

La actual cultura occidental valora de forma positiva el debate y el desacuerdo interpretativo. La cultura
rabínica no es diferente y coincide con esta actitud aun cuando encontramos algunas fuentes que
afirman que las controversias tienen su origen en circunstancias históricas, produciendo un
rompimiento en la cadena de la transmisión causada por errores humanos.

Por ejemplo, en el tratado Sanhedrín (página 88, a) del Talmud de Babilonia, Rabí Yose sostiene que las
controversias tienen su raíz en nuestro conocimiento cada vez más imperfecto de la Biblia (véase otros
pasajes TB Sota 47b, TB Sanhedrín 88b, Tosefta Hagiga 2:9).

Sin embargo, la mayoría de los textos rabínicos tradicionales expresan una actitud positiva con respecto
a las ‘majlokot’ (lit. controversia, disputa, desacuerdo).

El Midrash al Salmo 12 sugiere que las disputas no son una casualidad sino que son necesarias:
deliberadamente Dios transmitió la Halajá con diferentes interpretaciones y reglas, dando
personalmente a Moisés 49 posibles razones en cada sentido, por lo que la Halajá no es una ciencia
exacta.
Los rabinos aceptan con entusiasmo la discusión halájica, le dan fuerza y también la aprecian:
“Cualquier discusión en el nombre de los cielos (es decir, que no persiga fin material o beneficio
propio) es provechosa” (Tratado de Avot 5:17).
Varias razones apoyan la actitud de los rabinos hacia la discusión halájica:
-Reconocimiento de la vitalidad y la riqueza que la controversia genera en una comunidad.
-La convicción que la verdad se encuentra en algún lugar entre las dos opiniones.
-El deseo de mostrar que el intelecto humano es central en el proceso de determinar la Halajá.
-La idea que cuando la meta es enaltecer la Torá y sus enseñanzas, la controversia entre los eruditos es
legítima y ayuda a lograr el objetivo.

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