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Nevaba cuando el mnibus los dej frente al Hotel. Pens que era
la segunda vez que vea nieve. La otra haba sido en Nueva York, en
un repentino viaje que debi realizar (al igual que ste, por cuenta
de la Sociedad Annima) haca casi tres aos. El fro de dieciocho
bajo cero, que primero arremeti contra sus orejas y luego lo sacudi
en un escalofro integral, le hizo aorar la bufanda azul que
haba dejado en el avin. Menos mal que las puertas de cristal se
abrieron antes de que l las tocara, y de inmediato una ola de calor
lo reconfort. Pens que en ese momento le hubiera gustado tener
cerca a Clara, su mujer, y a Eduardo, su hijo de cinco aos. Despus
de todo, era un hombre de hogar.
En el restorn, vio que haba mesas para dos, para cuatro y para
seis. l eligi una para dos, con la secreta esperanza de comer solo
y as poder leer con tranquilidad. Pero simultneamente otro
pasajero le pregunt: "Me permite?", y casi sin esperar respuesta
se acomod en el lugar libre.
El intruso era argentino y tena un irrefrenable miedo a los aviones.
"Hay quienes tienen sus amuletos", dijo, s de un amigo que no
sube a un avin si no lleva consigo cierto llavero con una turquesa.
S de otro que viaja siempre con una vieja edicin de Martn Fierro.
Yo mismo llevo conmigo, aqu estn, las ve?, dos moneditas
japonesas que compr, no se ra, en el Barrio Chino de San
Francisco. Pero a m no hay amuleto que me serene de veras."